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En 2004, el filósofo Antony Flew, tras toda una vida dedicada a promover el
ateísmo, anunció haber llegado a la irrefutable conclusión de que Dios existe.
Las razones para este cambio de convicción las explica en su libro There Is a
God. En él nos informa de que su lema siempre ha sido seguir la evidencia
racional, le lleve a donde le lleve. En este caso, la evidencia procede de los
últimos avances de la ciencia y de la matemática. El origen de la vida, la
extrema complejidad y carácter arbitrario de las leyes físicas y lo
estadísticamente improbabilísimo de que por un proceso de ciego azar la
evolución haya dado lugar al mundo en que vivimos son las cuestiones que han
llevado a Flew a afirmar la existencia de un Poder y una Inteligencia supremas
más allá del mundo físico.
No hace falta ser un intelectual de élite para entender el argumento más común
para la existencia de Dios, argumento que a lo largo de los siglos han
ponderado tantos pensadores en el mundo occidental. Me refiero al llamado
argumento cosmológico. Se trata de un argumento cuasi-intuitivo que delinearé
aquí del modo más simple posible para beneficio del lector no familiarizado con
los formalismos del lenguaje filosófico. Dicho argumento se basa en la
imposibilidad de entender el origen del universo sin postular un creador.
Contrariamente a lo que afirmaba Aristóteles, y a lo que muchos sostenían
hasta el mismo siglo XIX, ahora sabemos con certeza que el Universo no es
eterno. Tiene una edad (unos 13.700 millones de años) y, por tanto, tuvo un
principio. Y de la misma manera que todo lo que tiene una edad y un principio,
el Universo no existía antes de ese principio.
Si no existe nada más que materia, si no hay Dios, nos encontramos con que el
Universo -en última instancia una roca inmensa- ha decidido existir y ha dado
lugar a su propia existencia. Pero esa es una conclusión poco plausible.
Normalmente no vemos piedras aparecer en el aire sin motivo ni causa alguna.
Es más, pensaríamos que es algo imposible, o al menos extremadamente
improbable, y eso en un mundo donde existen piedras y donde podría existir
una misteriosa ley física que permitiera tal fenómeno. Si eso nos parece
imposible, cuánto más el pensar que una roca de las dimensiones del Universo
vaya a dar lugar a su propia existencia a partir de la nada, de la absoluta no
existencia.
En su conocido ensayo Por qué no soy cristiano, Bertrand Russell nos informa
de que a los 18 años de edad descartó el argumento cosmológico porque si
Dios ha creado el Universo entonces habría que preguntarse quién ha creado a
Dios, y ello nos llevaría a una infinita y absurda cadena de dioses. Mejor
quedarse con el Universo sin más.