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Primera Carta Pastoral

En camino sinodal para una comunión evangelizadora

A todos los miembros de la comunidad católica


de la Arquidiócesis de La Plata:

Queridos hermanos, queridas hermanas que se empeñan en seguir a Jesucristo y desean


ser fieles al llamado que brota de su Bautismo, me dirijo a ustedes para exponer, de una
manera más detallada, la propuesta que resumí en un breve envío anterior. De paso,
quiero agradecer de corazón la buena acogida que ya tuvo esta propuesta en muchos de
ustedes, porque supe que comenzaron a trabajar sobre ella.1

Una Iglesia que camina y trabaja en comunión

La propuesta es ante todo caminar juntos (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas,


diáconos y todos los fieles laicos) para alcanzar una mayor comunión. Jesús atribuyó a
la comunión entre nosotros una peculiar fuerza misionera cuando pidió que seamos uno
“para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Esto debe hacerse visible también en nuestra
actividad evangelizadora. Porque podemos amarnos como hermanos, respetarnos, pero
al mismo tiempo caminar cada uno para su lado.

El objetivo de la “comunión pastoral” no se logra sólo cumpliendo algunas normas


comunes. Debe expresarse también en un espíritu que nos anime a todos con algunos
objetivos compartidos.

Tenemos que caminar juntos para lograrlo, y eso exige que todos aporten algo, porque
sólo será amado por todos aquello que ha sido construido por todos. El “caminar juntos”
es lo que se llama sinodalidad, y “es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer
milenio”.2 San Juan Crisóstomo decía que en definitiva la palabra Iglesia es el “nombre
que indica caminar juntos”.3 Esto exige procurar la participación de todos,
escuchándonos unos a otros.

Pero supone que seamos capaces de “sentirnos Iglesia” y de “sentir con la Iglesia”. Es
un “sentir, experimentar y percibir en armonía con la Iglesia” que “une a todos los

1
Siglas de esta carta: RM (Redemptoris missio); NMI (Novo millennio ineunte); EG (Evangelii gaudium);
GE (Gaudete et exsultate).
2
Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los
Obispos (17 de octubre de 2015): AAS 107 (2015) 1139.
3
Ἐκκλεσία συνόδου ἐστὶν ὄνομα: San Juan Crisóstomo, Exp. in Psalm., 149, 1: PG 55, 493.
miembros del Pueblo de Dios en su peregrinación” y es “la clave de su caminar
juntos”.4 Es el gozo de formar, unidos, la Iglesia de Cristo.

Cabe recordar que, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se planteaban


cuestiones importantes, todos participaban para llegar a una decisión. Es lo que
encontramos en los Hechos de los Apóstoles, cuando cuentan lo que ocurrió en el
llamado “Sínodo de Jerusalén”. Allí había que tomar una decisión importante, y
entonces se planteó el asunto a toda la comunidad cristiana de Jerusalén (cf. Hch 15,
12).5 Pero al final la decisión no fue tomada sólo por los apóstoles, sino que “decidieron
los apóstoles y los ancianos, junto con toda la comunidad” (Hch 15, 22).6 Cada uno
participa a su modo: no todos son autoridad pero todos aportan con humildad y
generosidad, comparten sus opiniones, se escuchan, se iluminan, se cuestionan,
aprenden unos de otros.

San Cipriano de Cartago explicaba que en una Diócesis nada se hace sin el Obispo
(nihil sine episcopo), pero que tampoco debería hacerse sin el consejo de los presbíteros
y diáconos y sin el consentimiento del pueblo (nihil sine consilio vestro et sine consensu
plebis).7 La Comisión Teológica Internacional explica que esto era una praxis común no
sólo en la antigüedad sino también en la Edad Media: “La práctica de consultar a los
fieles no es nueva en la vida de la Iglesia. En la Iglesia de la Edad Media se utilizaba un
principio del derecho romano: Quod omnes tangit, ab omibus tractari et approbari
debet (es decir: lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos)”.8

San Juan Pablo II nos insistía que la Iglesia debe ser “la casa y la escuela de la
comunión” (NMI 43), pero esto debe ser vivido no sólo de una manera interior, ni
tampoco de una forma estática, sino en el dinamismo del caminar, en el trabajo
apostólico, en la lucha por entregarnos al Señor y cumplir su misión. La casa y la
escuela se convierten así en la carpa del peregrino, que llevamos juntos a cada rincón de
la Arquidiócesis de manera que en todas partes resuene el Evangelio.

Por esta razón, para las tareas importantes de la pastoral diocesana, he preferido no
designar sólo un sacerdote a cargo de cada una de ellas, sino equipos de sacerdotes que
a su vez deben convocar a otros miembros del Pueblo de Dios. Del mismo modo, quise
confiar a un equipo de sacerdotes solidarios el nuevo “Santuario de María y todos los
Santos”. Pero ahora propongo algo más: que elaboremos juntos un sencillo plan
pastoral para la Arquidiócesis, de manera que se exprese esa comunión evangelizadora
a la que el Señor nos está llamando. Así llegará a notarse de un modo más bello y
luminoso que trabajamos juntos y que, con nuestras diferencias y con nuestros matices,
todos caminamos hacia el mismo lado.

A ese plan pastoral arquidiocesano tendremos que ponerle “carne” entre todos, a partir
de las grandes líneas del Papa Francisco. Para ello hace falta crear espacios de
conversación e intercambio. Pero tengamos en cuenta que “el diálogo sinodal implica
valor tanto en el hablar como en el escuchar. No se trata de trabarse en un debate en el
que un interlocutor intenta imponerse sobre los otros o de refutar sus posiciones con

4
Comisión Teológica Internacional, El “sensus fidei” en la vida de la Iglesia (2014), n. 90.
5
πᾶν τὸ πλῆϑος.
6
τοῖς ἀποστόλοις καὶ τοῖς πρεσβυτέροις σὺν ὅλῃ τῇ ἐκκλησία.
7
San Cipriano, Epistula 14, 4 (CSEL III, 2; p. 512).
8
Comisión Teológica Internacional, El “sensus fidei” en la vida de la Iglesia (2014), n. 122.
argumentos contundentes, sino de expresar con respeto algo que, en conciencia, se
percibe que ha sido sugerido por el Espíritu Santo como útil”.9

Nuestro punto de partida: la escucha de la propuesta de Francisco

Para elaborar este plan pastoral, comenzamos con una actitud de receptividad y escucha,
acogiendo tres grandes líneas que el Papa Francisco nos presenta sobre todo en
Evangelii gaudium. Porque él mismo ha dicho que lo que propone allí posee “un sentido
programático”, tiene “consecuencias importantes” y nos exige “poner los medios
necesarios” (EG 25). Es decir, no es una mera sugerencia.

No obstante, la propuesta del Papa es suficientemente abierta y general como para que
cada Diócesis pueda aplicarla a su manera. Eso nos da un amplio margen de
participación y de creatividad. Para ello, procuré resumir la propuesta de Francisco en
las tres grandes líneas que son más generales y que dejan mayor lugar a nuestro trabajo
de elaboración comunitaria y de concretización local.

A partir de la propuesta “programática” del Santo Padre en Evangelii gaudium,


enriquecida en Gaudete et exsultate, la Arquidiócesis iniciará un proceso participativo
que podemos llamar “camino sinodal”, en orden a establecer una serie de estrategias y
acciones en las que todos nos comprometeremos, cada uno a su modo. Esto permitirá
constituir una “pastoral orgánica”, o mejor dicho, una “comunión evangelizadora” de
toda la Arquidiócesis.

Asumiremos tres grandes líneas del programa del Papa Francisco, que necesitamos entre
todos “aterrizar” y encarnar, en orden a establecer cauces concretos que nos permitan
aplicarlas en todas nuestras instituciones eclesiales y en todas nuestras tareas. El trabajo
consistirá entonces en lograr que en distintos momentos de encuentro en las parroquias,
movimientos, áreas pastorales, reuniones del clero, asambleas, y en todas las instancias
importantes, podamos reflexionar juntos acerca de los caminos posibles para aplicar
eficazmente estas grandes líneas.

Las preguntas básicas que deberemos responder son: ¿cuáles son las mejores
estrategias para encarnar estas líneas?, ¿qué acciones precisas serían
recomendables?, ¿con qué agentes?, ¿qué lugares y momentos pueden ser más
propicios para avanzar en estas líneas?, ¿qué experiencias necesitamos suscitar para
que podamos vivirlas y ayudar a vivirlas?, ¿qué procesos podríamos desatar?

A continuación me detendré en esta carta a explicar brevemente cada una de las tres
líneas, retomando varios párrafos del Santo Padre, y en cartas posteriores procuraré que
las profundicemos todavía más.

9
Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2018), n. 111.
Primera línea:

En misión permanente, saliendo a llevar el gran anuncio

San Juan Pablo II nos dijo con contundencia que el anuncio a los que están alejados de
Cristo es “la tarea primordial de la Iglesia” (RM 34) y “el mayor desafío para la Iglesia”
(RM 40). Por eso “la causa misionera debe ser la primera” (RM 86).

Francisco nos explica que estos “alejados” no son sólo a los que no conocen a Cristo o
siempre lo han rechazado, sino también: quienes no viven las exigencias del Bautismo,
quienes no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia o quienes ya no experimentan el
consuelo de la fe (cf. EG 14).

Pero nos ha pedido que esta tarea misionera no se reduzca a una misión en el verano o
en algunos momentos durante el año, sino que sea permanente, porque “se trata de
llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a
los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una
conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar” (EG
127). Esto exige la constante actitud de tomar la iniciativa sin esperar que se den todas
las condiciones. La Iglesia “sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al
encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los
excluidos... ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” (EG 24).

Esta misión no se entretiene en un conjunto de temas doctrinales o morales, sino que va


al corazón del Evangelio, comunica “el anuncio fundamental: el amor personal de Dios
que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su
amistad” (EG 128). Tenemos que llevar a cada uno este kerygma, con palabras que
seduzcan su intimidad: “Dios te quiere, sos obra de su amor. Jesús se entregó por vos
con los brazos abiertos en la cruz. Él está vivo, y podés intentar conversar con él, dejar
tu vida en sus manos, podés recibir su fuerza para seguir adelante. Yo lo hice, y aunque
tengo muchas cosas que cambiar, él me ayuda a vivir y a luchar”.

Hoy somos objeto de burlas y desprecios por algunas de nuestras convicciones, y esto se
ha agudizado en los debates sobre el aborto. Nuestra voz es acallada y ridiculizada en
los medios y en muchos ambientes. Las reivindicaciones, en parte falsas y en parte
legítimas de quienes se oponen a nuestras convicciones, han logrado convencer a
muchos jóvenes que, aunque equivocados, adhieren de buena fe a esas posturas. Eso nos
molesta con razón. Pero en este contexto, corremos el riesgo de caer en enfrentamientos
que terminen creando una grieta cada vez mayor entre nosotros y millones de personas.
Así, ellos pueden quedar alejados para siempre de Cristo y de la Iglesia. No sería buen
negocio y sin quererlo convertiríamos el cristianismo sólo en una ética.

Por eso, aun a las personas que no piensen en todo como nosotros, tenemos que
acercarles con afecto el primer anuncio (el kerygma), darles testimonio del amor de
Dios y ayudarles a experimentar la presencia de Cristo vivo que invita a su amistad. Y
para hacerlo no podemos ponerles como condición previa que acepten la totalidad de las
enseñanzas de la Iglesia. Después podrán crecer en una comprensión plena del
Evangelio, pero no podemos negarles el anuncio misionero. Una y otra vez nos
conviene recordar lo que enseñaba Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).

Esto requiere que nosotros mismos revivamos constantemente la experiencia del


anuncio fundamental: “No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno
no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a
Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo
mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo,
adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el
mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón” (EG 266).

Pero entrar en una misión permanente exige reformar nuestras estructuras de parroquias,
movimientos e instituciones para que se dé lugar a una dinámica más misionera. Por
ejemplo, para que la Parroquia “realmente esté en contacto con los hogares y con la vida
del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un
grupo de selectos que se miran a sí mismos” (EG 28).

Para crear una dinámica misionera intensa que pueda llegar a todos los rincones con el
anuncio fundamental, es necesario que seamos audaces y que animemos a todos a ser
misioneros sin pretender que estén bien formados: “Si uno de verdad ha hecho una
experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación
para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas
instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el
amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).

Una vez provocada en otros la experiencia de encuentro con el amor del Padre y con
Cristo vivo, ellos también son “llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito
del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su
cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que
no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir
y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros” (EG 121).

Pero es importante hacer el anuncio con enorme respeto, humildad y cariño, tratando de
comprender la sensibilidad de cada persona, evitando entrar en conflictos y discusiones
innecesarias, y buscando o creando las palabras, los símbolos y los testimonios
adecuados para poder tocar el corazón de cada uno: “No hay que pensar que el anuncio
evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con
palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. Se transmite de
formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas” (EG 129).

Hace falta creatividad y audacia, atrevernos a imaginar con libertad para lograr que
llegue a todos el anuncio del amor de Dios y de Cristo muerto y resucitado que quiere
entrar en amistad con cada uno y caminar con él. Francisco nos da permiso para cambiar
todo lo que haya que cambiar, para inventar “con generosidad y valentía” y además “sin
prohibiciones ni miedos” (EG 33). No quedan excusas para la comodidad y la modorra.

*** La pregunta es: ¿De qué formas concretas podremos ponernos en misión
permanente para llegar a todos con el primer anuncio, provocando experiencias de fe?
Segunda línea:

Como Cristo, con los pobres y abandonados

“Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás,
deseando la felicidad de los otros” (EG 272). Eso nos lleva a preguntarnos cómo está
nuestra preocupación por los más desamparados y desprovistos. Sin esa empatía ante el
sufrimiento y las necesidades de los abandonados y desechados no habrá una auténtica
generosidad misionera. Porque para ser misioneros no basta el amor a Jesucristo, sino
que se requiere que amemos a los otros y anhelemos su bien. Es ese “gusto espiritual de
ser pueblo” o “de estar cerca de la vida de la gente” (EG 268) del que habla Francisco
como nota ineludible de una genuina espiritualidad misionera.

Por otro lado, el anuncio misionero básico no es la propuesta de un encuentro individual


con Jesucristo que nos lleva a evadirnos de los demás. Al contrario, por su propia
naturaleza, ese anuncio nos inserta en el corazón de un pueblo y nos orienta al bien de
los hermanos, porque nos invita a prolongar en nuestra vidas la generosidad de la
Trinidad: “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo
del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del
primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad” (EG
177).

Al mismo tiempo, esto no se reduce a la asistencia ni a la promoción social. También


nuestro deseo de llevar el consuelo de Dios y el alimento espiritual, debería privilegiar a
los más pobres. De otro modo, irán a buscarlo a los otros cultos y escucharemos un duro
reproche: “Lo que la Iglesia católica no me anunció, lo recibí de los evangélicos”. El
banquete del Evangelio debe ser ofrecido especialmente a ellos. Lo dice tan claro Jesús:
“Cuando des un banquete no invites a tus amigos, ni a tus parientes, o a los vecinos
ricos… Invita a los pobres, a los cojos, a los paralíticos, a los ciegos… que no te pueden
retribuir” (Lc 14, 12-14).

Nosotros podemos mediar para auxiliar a los más necesitados en sus dificultades, y es
necesario que nos organicemos para ofrecerles una ayuda más eficiente que los
promueva. No siempre podremos resolver sus problemas, que nos superan por todas
partes. Pero lo que siempre estamos llamados a hacer es estar cerca, y lo que nunca nos
debemos permitir es privarlos del anuncio de Jesucristo y de la atención espiritual con la
excusa de que tenemos otras cosas de que ocuparnos.

Esta preferencia por ellos no parece ser una opción pragmática y eficiente. Parecería
más efectivo dedicarse ante todo a las élites que tienen poder para incidir en los
mecanismos de decisión. Por eso no se trata de una opción pragmática sino, en el fondo,
de una cuestión de fe: “Lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicieron” (Mt 25, 40). Cumplir con este mandato es fuente de otra forma
misteriosa de eficiencia, porque nos sitúa de un modo más directo en el canal de la
bendición divina: “Cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su
bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor” (EG
272). Ya lo anunciaba bellamente el profeta:
“Que compartas tu pan con el hambriento y albergues a los pobres sin techo, que
cubras al que vean desnudo y no te desentiendas de ese que es tu propia carne.
Entonces brillará tu luz como la aurora y rápidamente se curará tu herida, delante de ti
avanzará la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor” (Is 58, 7-8).

En tiempos de nuevas y sutiles formas de persecución, y al mismo tiempo de dolor y de


humillación por los propios errores y pecados en la Iglesia, es hora de volver a la fuente
para ser más plenamente nosotros mismos. En este regreso a lo esencial estamos
llamados a vivir y manifestar ante todo el amor a Jesucristo y el amor al prójimo,
especialmente a los últimos y más abandonados.

Esta cercanía a los que la sociedad desecha, tuvo siempre una fuerza muy significativa
de la belleza de la Iglesia. Estando cerca de los últimos la Iglesia se mostró como un
testimonio elocuente en todas las épocas de la historia, a pesar de sus miserias. Sucedía
ya en la Iglesia primitiva, cuando los Apóstoles de Jerusalén le pedían a Pablo que no se
olvidara de los pobres (cf. Ga 2, 10). Y Pablo no lo tomó como una mera sugerencia
sino que decía: “De hecho es lo que siempre traté de hacer con esmero” (Ga 2, 10).

Lo fue también en la época de los Padres de la Iglesia, que tenían sólidas convicciones
para hacer esta opción. Basta recordar dos párrafos claros y conmovedores:

“Lo que das al necesitado es una ganancia para ti mismo. Mientras se reduce tu
capital, en realidad crece tu provecho. El pan que das a los pobres se convierte en tu
alimento. Porque quien siente compasión por el necesitado se cultiva a sí mismo. La
misericordia se siembra en la tierra pero germina en el cielo, se planta en el pobre pero
se multiplica en Dios” (San Ambrosio).10

“No consientas que sean otros quienes socorran a los semejantes y que lleguen antes al
tesoro que se custodiaba para ti. Abraza al afligido como si fuese oro. Aprieta entre tus
brazos al enfermo como si sólo de él dependiera tu salvación […] Los pobres son los
dispensadores de los bienes que esperamos, son los porteros del Reino de los cielos”
(San Gregorio de Niza).11

Lo mismo sucedía en la Edad Media:

“El Dios omnipotente no te llama a la limosna porque a él le falten medios para nutrir
a los pobres, sino que él coloca delante de ti a los pobres para darte la ocasión de
redimirte por tus pecados” (San Pedro Damián).12

“Los hermanos deben alegrarse cuando puedan mezclarse con gente de baja condición
y despreciada, entre los pobres y débiles, entre los enfermos y leprosos” (San
Francisco de Asís).13

10
Nabot: PL 14, 765ss.
11
Oración sobre el amor por los pobres: PG 46, 455-468.
12
Carta 10 a un doctor de la ley: PL 144, 484.
13
Primera Regla, 9.
“Conviértete en acreedor de Cristo, obligándolo a pagarte con interés. Extiende al
pobre tu mano seca y paralizada por la avaricia, y la limosna te devolverá el vigor”
(San Antonio de Padua).14

También en la Modernidad:

“Para Dios es un honor que entremos en sus sentimientos más íntimos, que hagamos lo
que él hizo y realicemos lo que él ordenó. Pues bien, sus sentimientos más íntimos
fueron los de preocuparse por los pobres para amarlos, consolarlos, socorrerlos. En
ellos depositaba todo su afecto […] Entonces, ¿qué amor podemos tener hacia él si no
amamos lo que él amó? No existe diferencia alguna entre amarlo a él y amar a los
pobres como él. Servir bien a los pobres significa servirlo a él” (San Vicente de Paul).15

A esto lo encarna cada uno a su modo. De hecho, de formas diversas lo vivieron san
Francisco de Asís, san Felipe Neri, san Juan Bosco, el beato Carlos de Foucauld, el
santo Cura Brochero, santa Teresa de Calcuta, el beato Óscar Romero o la beata
Ludovica.

¿Qué excusa queda para decir que esto no nos toca? ¿Diremos que nos preocupa más la
pureza doctrinal, o la defensa de los grandes principios morales? Al respecto, un
documento escrito bajo la conducción del cardenal Ratzinger decía lo siguiente:

“A los defensores de la ortodoxia, se dirige a veces el reproche de pasividad, de


indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia
intolerables”.16

Con esta misma convicción el Papa Francisco nos ha planteado lo siguiente:

“En el capítulo 25 del evangelio de Mateo (vv. 31-46), Jesús vuelve a detenerse en una
de estas bienaventuranzas, la que declara felices a los misericordiosos. Si buscamos
esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un
protocolo sobre el cual seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (25,35-36)” (GE
95). “Ante la contundencia de estos pedidos de Jesús es mi deber rogar a los cristianos
que los acepten y reciban con sincera apertura, «sine glossa», es decir, sin comentario,
sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la
santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas” (GE 97).

*** Ahora, la pregunta que debemos responder entre todos es: ¿De qué maneras
concretas en esta Arquidiócesis de La Plata podremos estar más presentes cerca de los
pobres y de los últimos de la sociedad?

14
Sermón del octavo domingo de Pentecostés.
15
Espiritualidad y escritos, Madrid 1981, 539.
16
Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis nuntius, Roma 1984, XI, 18.
Tercera línea:

Creciendo juntos, para ser santos

Si bien uno puede ser misionero aunque sea imperfecto, es verdad que “la misión es un
estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (EG
121) y “el envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento” (EG 160).

Por otra parte, cuando hemos logrado despertar en alguien una experiencia de
Jesucristo, ese mismo amor que nos movió a anunciarle el kerygma nos impulsa a
buscar su crecimiento: “La evangelización también busca el crecimiento, que implica
tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Cada ser
humano necesita más y más de Cristo y la evangelización no debería consentir que
alguien se conforme con poco” (EG 160).

Pero a veces corremos el riesgo de pensar que ese crecimiento significa dejar atrás el
primer anuncio para aprender otras verdades más “sólidas”. Sería un grave error, porque
“nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese
anuncio” (EG 165). Por lo tanto, “toda formación cristiana es ante todo la
profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor” (EG 165).

Crecer es percibir, gozar y penetrar cada vez más en la experiencia de encuentro con el
Señor que nos propone el kerygma. Ese mismo crecimiento es el que nos lleva a desear
más y más su Palabra, el diálogo de la oración, la contemplación serena y agradecida, la
unión con Cristo en la Eucaristía. Por esta razón, más que de “formación” preferimos
hablar de “crecimiento”, sabiendo que lo que no crece se termina debilitando y
muriendo.

La formación se entiende muchas veces sólo como formación doctrinal, como


adquisición de “información religiosa”, como el estudio de doctrinas y de normas
morales. Todo eso está incluido, pero el crecimiento supera todo eso y se orienta
especialmente a crecer en la vida de las virtudes y ante todo a desarrollar el amor al
prójimo como la expresión más perfecta de nuestro amor a Dios:

“No sería correcto interpretar este llamado al crecimiento exclusiva o prioritariamente


como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el Señor nos ha indicado,
como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con todas las virtudes, aquel
mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor nos identifica como
discípulos: «Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado»
(Jn 15,12). Es evidente que cuando los autores del Nuevo Testamento quieren reducir a
una última síntesis, a lo más esencial, el mensaje moral cristiano, nos presentan la
exigencia ineludible del amor al prójimo” (EG 161).

En todo caso, si dictamos clases o cursos de formación doctrinal o moral, tendremos


que asegurarnos de que terminen estimulando un crecimiento de la caridad, generando
procesos de amor, como enseñaba un sabio Doctor de la Iglesia:

“Este es el fruto de todo conocimiento […] que se realiza por la caridad, en la cual
culmina toda la orientación de la Sagrada Escritura, y por consiguiente toda
iluminación que descienda de lo alto. Sin la caridad cualquier conocimiento es vano”
(San Buenaventura).17

Por eso, la otra palabra que es mucho más rica que “formación” es “santificación”. El
Papa ha dedicado su exhortación Gaudete et exsultate a recordar con fuerza el llamado a
crecer para ser santos:

“No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas
miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano,
porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como
decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos»” (GE 34).

Pero esto no significa que pretendamos llevar a las personas que evangelizamos a una
perfección que todavía no están en condiciones de alcanzar, sino que las estimulemos
con cariño, comprensión y paciencia a ir dando esos pasos pequeños que sí pueden dar,
generando un proceso que las libere poco a poco de los males que las dominan:

“Hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento
de las personas que se van construyendo día a día […] Un pequeño paso, en medio de
grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades” (EG 44).

Un misionero no es un juez implacable que baja normas, sino un hermano que,


consciente de sus propios límites, alienta y acompaña a dar ese pasito posible que va
acercando al otro al proyecto que el Señor tiene para él: “Un corazón misionero sabe de
esos límites […] No renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con
el barro del camino (EG 45). Porque “es preciso dar tiempo, con una inmensa
paciencia” (EG 171). Nunca caigamos en el riesgo de espantar y expulsar de la Iglesia a
las personas, de cerrar las puertas, de apagar la mecha que humea.

Sin embargo, por el mismo amor que tenemos hacia el Señor, hacia cada persona y
hacia la propia comunidad, intentaremos alentar a los hermanos a ofrecerle un poco más
a Dios. Siempre les ayudaremos a descubrir que es posible dejar entrar un poco más al
Señor en esos ámbitos de la propia vida donde él todavía podría recibir más gloria:

“Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden
excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle
algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes.
Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos
lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo
también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para
plenificar” (GE 175).

*** La pregunta es: ¿De qué maneras concretas podremos ofrecer espacios de
santificación y generar procesos de crecimiento, para quienes ya acogieron el anuncio?

17
De reductione artium in Theol., 26.
Otras tareas

Cada uno seguirá en lo suyo, sea la pastoral de la salud, la educación, la pastoral


carcelaria, el diálogo con la cultura, la defensa de la familia, etc. Algunos de esos temas
se pueden conectar más fácilmente con alguna de estas tres líneas y otros no. Pero no es
necesario que así sea. Podremos seguir ocupándonos también de esas tareas, al mismo
tiempo que intentemos colaborar de alguna manera con estas tres líneas comunes. De
todos modos, es posible intentar iluminar cualquier actividad evangelizadora desde este
marco pastoral arquidiocesano.

Particularmente, es importante que en cualquier tarea podamos reflejar el amor de


Jesucristo y el rostro de una Iglesia de puertas abiertas. Porque ningún esfuerzo de
diálogo con el mundo, de transformación social, o de búsqueda de nuevas metodologías
y de nuevos lenguajes tendrán verdadera fecundidad si no generamos una dinámica
realmente misionera centrada en lo esencial, con un corazón cercano a los últimos y con
un permanente dinamismo de santificación.

Pero, al elaborar nuestras propuestas, conviene que evitemos pensar en el desarrollo de


áreas pastorales generales, por más importantes que sean (pastoral familiar, pastoral
universitaria, pastoral de la vida, etc.). Ya que si queremos “meter todo” lo que ya
hacemos dentro de estas líneas es posible que no demos un paso adelante. Mejor
propongamos acciones y estrategias que permitan aplicar las tres grandes líneas
provocando una nueva dinámica evangelizadora.

Más allá de estas aclaraciones, les pido que aporten con plena libertad. Es mejor
equivocarse participando generosamente que aislarse y negarse a la comunión.

¿Cómo trabajaremos y qué pasos daremos?

No es posible preverlo en detalle, porque no podemos olvidar que, si confiamos en el


Espíritu Santo, él podrá rompernos los esquemas y orientarnos como a él le parezca. No
obstante, es razonable pensar que los pasos podrán ser los siguientes:

1) Trabajo comunitario sobre las tres líneas en parroquias, grupos, comunidades,


instituciones y movimientos.
2) Recepción de las propuestas concretas.
3) Elaboración de una síntesis.
4) Envío de la síntesis a toda la Arquidiócesis.
5) Trabajo de esa síntesis en asambleas.
6) Recepción de nuevas opiniones.
7) Lanzamiento del plan pastoral en un acto masivo.

Las propuestas de las parroquias, comunidades de religiosos (varones), instituciones,


asociaciones laicales y movimientos se enviarán al Pbro. Jorge González
(planpastoralarquidiocesano@arzolap.org.ar) y las de las religiosas y sus instituciones
a la Hna. María Jesús (hna.mjesus@gmail.com).
Ya hemos comenzado el camino. Me reuní en dos ocasiones con todos los sacerdotes y
religiosos. En la segunda incluí también a los seminaristas. Luego tuve dos reuniones
con todas las religiosas. Se envió una síntesis de las tres líneas a toda la Arquidiócesis.
También las presenté en el encuentro de catequistas y en el encuentro de docentes
católicos. En algunas parroquias que visité las he recordado. Sé que varios párrocos han
realizado ya las primeras asambleas para trabajarlas y que algunos movimientos
también se han puesto a pensar propuestas. Gracias.

Les pido que hagan lo posible por consultar a otros, aun a algunos que puedan estar algo
alejados de la Iglesia, a todos los que puedan, de manera que el resultado final pueda
estar lleno de riqueza y de sentido práctico. En octubre recogeremos las propuestas y
elaboraremos la primera síntesis que luego se enviará a todos para que las analicen
comunitariamente y hagan llegar su opinión o eventualmente eleven nuevas propuestas.

No todo lo que se reciba será asumido textualmente, porque pueden llegar muchas
propuestas parecidas y se procurará resumirlas de algún modo que recoja el sentir
general. Pero todas las comunidades serán escuchadas.

Quiero agradecer la oración de quienes están ya acompañando este camino con su


intercesión. Especialmente agradecemos a las hermanas contemplativas, que alimentan
el fuego del amor misionero en la hoguera del Corazón de Cristo. Les ruego que sigan
orando no sólo para que el Señor nos ilumine de manera que seamos creativos y
eficaces para encontrar estrategias y acciones adecuadas, sino también para que
podamos hacerlas carne en nuestros corazones. Al mismo tiempo, no dejemos de pedir
que el Señor nos regale la valentía y las fuerzas para aplicarlas. Esto redundará, sin
dudas, en bien de todos, y nos brindará una renovada alegría.

¡Gloria al Señor resucitado!

Víctor Manuel Fernández


Arzobispo de La Plata

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