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EL PERFUME DEL AVERNO

Escribe: Edwin D. FÉLIX BENITES

“Usted es la dueña de mi alma, adorada niña. Está usted en el sol, en la brisa, en el


arco iris que brilla bajo los puentes, en mis sueños, en las páginas de mis libros, en
el cantar de la alondra, en la música de los sauces que crecen junto al agua limpia.
Reina mía, reina de Abancay; reina de los pisonayes floridos; he ido al amanecer
hasta tu puerta. Las estrellas dulces de la aurora se posaban en tu ventana; la luz
del amanecer rodeaba tu casa, formaba una corona sobre ella. Y cuando los
jilgueros vinieron a cantar desde las ramas de las moreras, cuando llegaron los
zorzales y las calandrias, la avenida semejaba la gloria. Me pareció verte entonces,
caminando solita, entre dos filas de árboles iluminados. Ninfa adorada, entre las
moreras jugabas como una mariposa…”
De: Los ríos profundos
J. M. Arguedas

Carta de Ántero a Salvinia escrito por Ernesto. “Usted es la dueña de mi alma, adorada
niña”. La savia del amor impregnado en Ernesto que hace posible la primera expresión.
Alma encantada e ingenua; amor como la esencia de los rayos del sol en los andes al
amanecer; amor como la presencia del guardián celoso Chawala en la quebrada de Viseca,
cargado de ilusiones y esperanza, como el poder del Apu Qarwarasu; amor a Justinacha en
Warma Kuyay: puntito negro que al vil lo hace noble; al niño, héroe; al cobarde, valeroso.
“Está usted en el sol, en la brisa, en el arco iris que brilla bajo los puentes, en mis
sueños, en las páginas de mis libros, en el cantar de la alondra, en la música de los
sauces que crecen junto al agua limpia”. Tocar y sentir otro horizonte es entrar
temblorosamente en otra identidad. El amor a Salvinia se ha convertido en el universo, en el
tiempo que simboliza la imagen viva de lo eterno. El astro que nos regala un beso de luz, para
Ernesto es Salvinia, es esperanza de amor que permite disolver el duro y eterno corazón níveo
del Apu Qarwarasu. Sol es guía, camino, vida, el presente del futuro y el dolor del recuerdo si a
caso existe. La brisa, regalo subliminal de la naturaleza, espacio vestido de rosas
transparentes, alimento divino del día que ayuda a concretar la esperanza, escena perfecta
para sentir el amor. Para Ernesto, en la distancia del amor entre Ántero y Salvinia, las brisas
del horizonte no llegarán en el lugar, hora y mañana indicado; mientras tanto, solo el
pensamiento será testigo de las luchas y hechuras del amor. (…) arco iris que brilla bajo los
puentes (…) Otro símil, una idea, un nido de siete colores que nos regala la naturaleza, de
ese cielo curioso y cárdeno que nos cuida con ósculos suaves en verano y con lágrimas de
amor en invierno, y esto permite esbozar rasgos de semejanza con la reina de Ántero. Ernesto
se convierte en poseso de los sentimientos del Markasqa. (…) en mis sueños, en las
páginas de mis libros, en el cantar de la alondra, en la música de los sauces que
crecen junto al agua limpia”. Las líneas de la misiva expresan poseído de la
desesperación, el deseo hecho esperanza ágil y cerca, pero un falso cálculo en la divina
sinfonía del sentimiento. Toda acción, para Ernesto, se convierte en el canto de la alondra,
alimentado por las venas que fluye del corazón de Kisapata.
“Reina mía, reina de Abancay; reina de los pisonayes floridos; he ido al amanecer
hasta tu puerta”. En un mundo hostil, llena de inmundicia, infierno perfecto, hechura del
clero a través de la opa Marcelina, Ernesto halla el perfume en Salvinia, refugio de los
sentimientos más puros encontrados en dos almas gemelas, que cada mañana, al rayar la
aurora, iba al encuentro con su reina para alimentarse de sus reconcomios y resistir el
ambiente del internado. Escenas similares, muy original en el ambiente narrativo de Arguedas:
la presencia de don Froilán en Warma kuyay, escenas del Sexto y la presencia de los
“principales” (sic.) en sus cuentos y Yawar fiesta.
“Las estrellas dulces de la aurora se posaban en tu ventana; la luz del amanecer
rodeaba tu casa, formaba una corona sobre ella”. Típico galanteo del Medioevo para
exteriorizar los sentimientos de un enamoradizo, instrumentalizando las estrellas, la luna y las
flores. Expresión típica también, interrogar a la soledad sobre la luz del amanecer y echarla al
olvido después de la consumación; a veces puede ser reflejo del amor que ha caído muy
profundo, y presente por la cadena del recuerdo.
“Y cuando los jilgueros vinieron a cantar desde las ramas de las moreras, cuando
llegaron los zorzales y las calandrias, la avenida semejaba la gloria”. (…) la
avenida semejaba la gloria, loa a la belleza de Salvinia, expresión atrevida, loa al triunfo de
la belleza, fiel reflejo para fecundar el amor, para vencer el averno y la caída de la razón.
Posiblemente el céfiro apenas podía tocar la belleza de Salvinia para regalar tanta hermosura
a los zorzales, a las calandrias y a sus admiradores en el itinerario del amor.
“Me pareció verte entonces, caminando solita, entre dos filas de árboles
iluminados”. Filas de árboles iluminados ratifican la actitud en poseso de Ernesto, razón de
la vida, expresión lírica que siempre amanece en el ocaso del amor. Pero no sólo los árboles
iluminados se convierten en portadores de la alegría al ver pasar un beso de Dios, hija de
amancayes; sino es el mismo camino que guía al encuentro con el joven corazón, como una
orden de los cielos, pero que se detiene por el propio llanto y pena del protagonista.
“Ninfa adorada, entre las moreras jugabas como una mariposa…” Esta expresión, hija
de la cultura griega, espíritu de la beldad, que cala y amolda los corazones más frívolos y
rebeldes. Ninfa, en la cultura griega, es el alma de la naturaleza, es el límite de la expresión de
la belleza. Solo un joven corazón ingenuo, amoratado y transparente puede percibir el delicado
lenguaje del amor de Salvinia, como una mariposa en las moreras que besa y abraza con el
corazón; percibir en el juego de las alas, el origen del fuego inextinguible en las aguas del río
Pachachaca, para un amor ya exiliado antes de tiempo.

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