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En la década de 1930, Europa vivía tiempos convulsos. En 1933, Adolf Hitler ganó
las elecciones que lo llevaron al Reichstag. En 1936, una importante fracción del
ejército español se levantó en armas contra el gobierno republicano, iniciando una
guerra sangrienta que concluyó en 1939. En ese año, Alemania invadía Polonia y
comenzaba la segunda guerra mundial, una guerra que en buena medida determinó
cómo sería el mundo en los siguientes cincuenta años: el auge de la Unión Soviética
como gigante militar y político, la creación del estado de Israel, la desaparición de
Japón como potencia militar en Asia, la división de Europa y el mundo en dos
mitades políticamente enfrentadas, fueron algunas de las consecuencias de los
acontecimientos que se produjeron en esta década.
Italia tampoco fue ajena a todo ello. La aparición del movimiento fascista,
encabezado por Benito Mussolini, supuso un vuelco en el panorama político y social
de un país sumido en un cierto estado de melancolía. Mussolini había accedido al
poder en 1922, después de la célebre “marcha sobre Roma”, y pronto estableció una
dictadura basada en un ideario populista y ambiguo. Con Mussolini se suprimieron la
libertad de prensa y los partidos políticos, hasta que en 1943, en plena guerra
mundial, un golpe de estado acabó con su mandato.
El Regio Istituto del Restauro fue creado en 1939 en este entorno cultural y político,
coincidiendo con el inicio de la segunda guerra mundial. Su primer director fue
Cesare Brandi, un joven historiador y crítico del arte de sólo treinta y tres años. En
1945, la instauración de la república supuso que Regio Istituto del Restauro pasó a
llamarse “Istituto Centrale del Restauro”, denominación que en lo esencial ha
mantenido hoy. A pesar de todos estos avatares, Brandi se mantuvo como director de 124
Istituto hasta 1960, es decir, que estuvo dirigiendo los destinos de este centro durante
más de veinte años.
Pese a que las tareas administrativas debieron de absorber buena parte de su tiempo,
la producción intelectual de Cesare Brandi fue muy abundante a lo largo de toda su
vida. Esta producción está dedicada a temas de estética e historia del arte, y también,
con un carácter menos académico, a libros de viaje. En total, Brandi publicó entre
diez y quince libros de viaje, y más de treinta volúmenes sobre historia y crítica del
arte. Sus dialoghi d’Elicona (Celso o dell Poesia, Arcadio o dell Scultura, Eliante o
dell’Architterura, y Carmine o della Pittura), Struttura e architettura, La fine
dell’avanguardia e l’arte d’oggi, Struttura e architettura o su Teoria generale della
critica, son algunas de estas obras, y una indicación clara de cuáles fueron sus
principales campos de interés intelectual.
Sin embargo, la Teoria del restauro tuvo una importante repercusión en Italia y en
otros países mediterráneos. En España tuvo un impacto especialmente notable, que se
extendió también a América latina. Sin embargo, en países de ámbito anglosajón su
impacto fue, y sigue siendo, muy escaso. La única edición en inglés de la Teoria del
restauro ha sido publicada en Italia, y sólo muy recientemente (Brandi, 2005): fuera
de Italia, sólo se han traducido al inglés unos pocos fragmentos de la Teoria del
restauro, publicados como parte dentro de una voluminosa recopilación de textos
históricos sobre restauración (Price et al., 1996).
La Teoria del restauro es un texto breve, sí, pero extraordinariamente complejo. 125
Quizás por estar compuesta por textos y escritos fragmentarios, o porque no estaba
pensada su publicación, Brandi empleó reiteradamente nociones como “esquema
preconceptual”, “tiempo extemporáneo”, o “unidad orgánico-funcional de la realidad
existencial”, muy parecidas a las que Merle Brown (1976) encontró en la otra teoria
de Brandi (la Teoria generale della critica), y que describió acremente como
‘consignas particulares [de Brandi]’ (‘his own slogans’). Desgraciadamente, estas
nociones no están claramente definidas en la Teoria del restauro, lo que complica
notablemente la comprensión del discurso.
La oscuridad de la teoria tiene al menos dos efectos de interés. Por un lado, hace que
lo que se dice resulte ambiguo y moldeable: se puede interpretar un mensaje pero
también otro mensaje distinto. Por otro lado, lo arcano del texto hace que proliferen
las exégesis que buscan un sentido a la teoria de modo que pueda resultar
comprensible a los demás. Con toda la modestia, este pequeño artículo ofrecerá
también una exégesis de la Teoria del restauro –eso sí, deliberadamente breve y
amable. Si tenemos éxito en este empeño, seguramente será también posible un
análisis que permita entender hasta qué punto la teoria del restauro es pertinente en
la actualidad, medio siglo después de su creación.
Quizá la mejor manera de entender la teoria del restauro sea verla como hija de su
tiempo –este será, en todo caso, el enfoque que aquí se ofrecerá. Cuando las
autoridades nombraron a Brandi director del ICR (o cuando el propio Brandi creó el
ICR, como él mismo afirma), Europa entera se enfrentaba a un panorama sombrío.
Las sombras de la catástrofe empezaban a cernirse sobre el continente, y la historia
(y las novelas, y el cine) han dedicado a estos momentos decisivos una atención casi
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obsesiva. Tan obsesiva ha sido esta atención, y tan graves y cruciales fueron estos
acontecimientos, que por comparación con ellos la cultura del momento puede
parecer irrelevante. ¿A quién, por ejemplo, le podrían preocupar que unos pocos
operarios limpiaran unas cuantas pinturas con mayor o menor celo mientras que en
Alemania un ejército formidable se preparaba para arrasar Europa? La respuesta, la
feliz respuesta, es: a mucha gente. O al menos, a la gente necesaria para que aún hoy
sigamos recordando lo que se ha dado en llamar la cleaning controversy.
“Hasta hacía muy poco, la limpieza de pinturas ha levantado una ola de 126
indignación pública, y por lo tanto se hizo aconsejable tener en la recámara lo
que pretendía ser una evidencia científica que ‘probase’ que se habían tomado
todas las precauciones.” (Beck, 1994: 131; la traducción es nuestra).
Cuando las pinturas fueron devueltas a la galería, el público quedó, una vez más,
muy disgustado por los excesos cometidos durante el desbarnizado. De nuevo, las
pinturas habían sido limpiadas demasiado agresivamente, y habían perdido buena
parte de los matices más delicados. Los colores ahora aparecían vivos y duros, y
buena parte de los sfumati parecían haber desaparecido. De nuevo, las quejas se
publicaron en los periódicos de mayor tirada (que en aquella época constituían el
medio de comunicación más influyente y poderoso). La sospecha generalizada era
que durante el desbarnizado se estaba eliminando no sólo los barnices envejecidos,
sino también parte de las capas pictóricas superficiales –es decir, aquellas que
conferían a las pinturas sus acabados más sutiles.
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justificar una serie de elecciones ante el público, ante sus propios operarios y, quizá,
también ante sí mismo.
La Teoria del restauro responde a estas premisas. Lo que Brandi dice en ella es: la
restauración debe respetar los valores históricos de la obra de arte, pero también sus
valores estéticos; se debe respetar la historia de la obra, pero también, y sobre todo,
debe resultar un objeto estéticamente agradable –bello, hermoso, sublime, bonito:
úsese el término que se prefiera. Este es el mensaje crucial de la Teoria del restauro,
la principal idea que se esconde detrás de todo aparato retórico.
Por supuesto, esto era un disparo directo a la línea argumental de los restauradores de
la Galería Nacional. Se estaba diciendo: no importa lo que los análisis digan o lo que
alguien crea que dicen, no importa lo que alguien crea ver por el microscopio; de
hecho, ninguna verdad científica justifica esa restauración, porque la restauración se
basa en que unos cuantos objetos son reconocidos como artísticos por algunos
sujetos. Cuando se restaura algo, se hace porque es una obra de arte, y la artisticidad
es lo que se valora, y lo que se quiere recuperar. ¿Criterios objetivos? ¿Para qué? Esa
artisticidad no es ningún fenómeno científico: ni puede serlo, ni aspira a serlo. El
sueño de la razón produce monstruos: creer en que nuestro intelecto racional puede
conocer y explicar hasta el más mínimo aspecto de la realidad no sólo es un acto de 128
enorme soberbia, sino que puede llegar a producir resultados desastrosos. La
restauración, por supuesto, no escapa a este problema, y, para muchos, los cuadros
que salían de los talleres de la Galería Nacional de Londres como carteles recién
impresos, llenos de vivos colores y vacíos de matices, eran una buena prueba de ello.
Lo que estamos sugiriendo aquí es que la difícil tarea de comprender la Teoria del
restauro se vuelve más sencilla si se examina a la luz de la historia que si se examina
el propio texto. Pero esta obra no sólo es fruto de unas circunstancias determinadas,
sino también del pensamiento de un individuo, con todas sus particularidades. Si se
piensa con cuidado, la relevancia que Brandi concede a la artisticidad como criterio
fundamental de la actividad restauratoria es algo perfectamente natural viniendo
precisamente de un historiador y crítico del arte, del mismo modo que la querencia
de Ruhemann por la restauración científica es perfectamente natural en una persona
con formación científica. Por supuesto, aunque estas actitudes fuesen perfectamente
honestas, aunque tanto uno como otro creyesen de manera sincera en la bondad de
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sus posturas, ninguna de ellas es completamente inocente. Del mismo modo que las
ideas de Ruhemann consagran la preeminencia del científico sobre el restaurador, las
ideas de Brandi consagran la preeminencia del historiador o el crítico sobre el
restaurador. En ambos casos, el restaurador se convierte en un operario más o menos
diestro que implementa unas decisiones que otros, más expertos que él en lo que de
verdad importa (Química o Arte según el caso), han tomado.
En Italia, de hecho, el lastre de esta idea sigue pesando aún hoy en una profesión, la
de restaurador, que sigue en busca de un reconocimiento social, académico y
administrativo mínimamente coherente. En España, donde la teoria gozó, y aún goza,
de una gran popularidad, el impacto social y académico de la idea ha sido
aparentemente menor. Una posible explicación: puesto que la Teoria del restauro
llegó hasta España con cierto retraso, sus efectos sobre la emergente profesión del
restaurador fueron necesariamente menores: los restauradores ya tenían, mal que
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bien, sus propias estructuras y sus incipientes vías de formación reglada. El corolario
de esta hipótesis, y una de las conclusiones que se quiere proponer en este artículo, es
que, independientemente de otras consideraciones teóricas que pudieran hacerse, en
las circunstancias actuales de la actividad la definición brandiana de la restauración
sencillamente no es pertinente: no se corresponde con la realidad del siglo XXI. Hoy,
la restauración es una disciplina que se enseña en la universidad y otras instituciones
de carácter superior, y el restaurador goza de una capacitación académica y
profesional muy superior a los que Brandi pudo conocer a mediados del siglo pasado.
En resumen, no necesita ya ser continuamente dirigido y vigilado, sino que es capaz
de dialogar en un plano de igualdad con especialistas de otras disciplinas –como la
historia del arte o la química.
“Los bienes, muebles o inmuebles, que tengan una gran importancia para el
patrimonio cultural de los pueblos, tales como los monumentos de
arquitectura, de arte o de historia, religiosos o seculares, los campos
arqueológicos, los grupos de construcciones que por su conjunto ofrezcan un
gran interés histórico o artístico, las obras de arte, manuscritos, libros y otros
objetos de interés histórico, artístico o arqueológico, así como las colecciones
científicas y las colecciones importantes de libros de archivos o de
reproducciones de los bienes antes definidos” (Art.1).
Muchos de los problemas que los restauradores encuentran para aplicar la teoría de
Brandi a su quehacer se derivan de este hecho tan simple. La instancia estética, o el
valor estético si se prefiere, sólo es aplicable en unas cuantas restauraciones. Cuando 131
se restaura, por ejemplo, una vasija de la edad de bronce, la instancia estética (que es
el puntal de toda la Teoria del restauro) es sencillamente irrelevante, inaplicable: no
pertinente. El crecimiento de la restauración como disciplina ha dejado obsoleta a la
teoria del restauro como tal. El marco de discusión en el que debiera insertarse esta
teoría no es propiamente la restauración tal y como se entiende en la actualidad, sino
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palabra tan noble; queda un empujón hacia las alturas académicas a esta actividad a
la que algunos dedicamos tantos esfuerzos.
Queda también una cierta llamada al sentido común. Queda la idea de que la Verdad
científica no debe prevalecer necesariamente –primero porque la ciencia, como toda
disciplina humana, no es necesariamente perfecta y puede equivocarse; y después 133
porque quizá no siempre nos interese lo que algunos describen como “Verdad”: si el
aspecto pretendidamente verdadero de una obra artística es desagradable, ¿por qué
deberíamos intentar hacerlo prevalecer?
Bibliografía 133