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Tranquila Trabalenguas

La tortuga cabezota
Michael Ende, 1972

Una hermosa mañana se encontraba la tortuga Tranquila Tragaleguas ente su pequeña y


agradable madriguera tomando el sol y comiendo sosegadamente una hoja de lechuga.
Por encima de ella, en las ramas de un vetusto olivo, estaba la paloma Sulaica Silvestre,
que lustraba su brillante plumaje. En esto llegó volando el palomo Sebulón Silvestre,
hizo varias reverencias y exclamó:

-¡Oh! Sulaica, mi amor, ¿te has enterado ya? El Gran Sultán de todos los animales, Leo
Vigésimo-Octavo, va a celebrar su boda. Así que vayámonos juntos volando a su
guarida.
-¡Oh, amor mío! –zureó la paloma-, ¿es que estamos invitados?
-¡Lo estamos, estrella de mi vida! –le contestó Sebulón Silvestre volviendo a hacer
varias reverencias-, todos los animales, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y
delgados, mojados y secos, están invitados; así que nosotros también. Va a ser la fiesta
más hermosa que jamás haya habido. Pero tenemos que darnos prisa, pues el camino
hasta la guarida del león es muy largo, y la fiesta es ya pronto.

Sulaica asintió, y las dos palomas se alejaron volando.

Tranquila Tragaleguas, que lo había oído todo, se sumió en una meditación tan profunda
que incluso se le olvidó terminar de desayunar.

“Si todos los animales, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados,
mojados y secos, están invitados a la boda”, se dijo a sí misma, “entonces yo también lo
estaré. Así que, ¿por qué no voy a ir yo también a la fiesta más hermosa que jamás haya
habido?”

Después de pasarse el día entero y toda la noche siguiente dándole vueltas, su decisión
estaba tomada. Apenas se había levantado el sol se puso en marcha, paso a paso,
despacito, sí, pero sin parar por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el
sol y las estrellas.

 Marcha

Cuando ya llevaba vagabundeando así casi todo el día, pasó junto a una zarza. Allí vivía
la araña Fátima Fabricatelas en el centro de su magnífica tela.

-¡Eh, Tranquila Tragaleguas! –exclamó la araño-, ¿a dónde vas tan aprisa, si puede
saberse?
-Buenas tardes, Fátima Fabricatelas –contestó la tortuga, y se detuvo para tomar aliento-
. Como sabes, nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo, ha invitado a su boda a todos
los animales. Y por eso voy yo también allá.

Fátima Fabricatelas cruzó sus largas patas delanteras sobre la cabeza y comenzó a soltar
tales risitas que toda su telaraña comenzó a temblar sensiblemente.

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-¡Oh!, Tranquila –pudo balbucir al fin-, tú, la más lenta de los lentos… ¿cómo quieres
llegar jamás allá?
-Paso a paso- dijo Tranquila.
-¿Y te has parado a pensar –exclamó Fátima Fabricatelas- que la boda será ya dentro de
catorce días? Y Fátima Fabricatelas tuvo un ataque de risa que sonaba como la famosa
Tanrantela de las arañas.

Tranquila miró llena de confianza sus cortas y robustas patitas y contesó:


-Ya llegaré a tiempo.
-¡Tranquila! –le dijo la araña compasivamente-. ¡Tranquila Tragaleguas! Incluso para
mí sería el camino demasiado largo y yo no sólo tengo patas más ligeras, sino también
el doble de ellas que tú. ¡Sé razonable! ¡Déjalo y vete a cata!
-Lo siento, pero no puede ser –le contestó amablemente la tortuga-; mi decisión está
tomada.
-¡No hay peor sordo que el que no quiere oír! –dijo la araña y comenzó, enfadada, a
tejer en su tela.
-Es verdad –respondió Tranquila-, así que adiós, Fátima Fabricatelas.
Y con eso se echó a andar lenta y pesadamente. La araña soltó una risita maliciosa y
murmuró:
-No vayas a correr demasiado, que si no al final llegarás incluso demasiado pronto.

Pero Tranquila Tragaleguas siguió caminando por campos y pedregueras, por páramos y
arboledas, bajo el sol y las estrellas.

 Marcha

Al pasar un día junto a una pequeña laguna, hizo un alto para beber.

Sobre una hoja de hiedra se encontraba el caracol Bassam Baboso, que examinó a la
tortuga con ojos desorbitados.

-¡Buenos días! –dijo Tranquila amablemente.


Transcurrió un buen rato hasta que el caracol se rehízo y pudo contestarle.
-¡Cielos! –balbució muy despacito-, ¡tçu sí que corres! Le da a uno vueltas la cabeza
sólo de mirarte.
-Voy a la boda de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo –le explicó Tranquila.

Esta vez transcurrió aún más tiempo hasta que Bassam pudo reorganizar sus viscosos
pensamientos y consiguió balbucear con gran esfuerzo:
-¡Caracoles, qué horror! ¡Si has ido en una dirección completamente equivocada!
Se puso a señalar con sus tentáculos confusamente a su alrededor;
-¡Allínoalládeallíoseaaquí! ¡Aquínoahíalláamíacánonorteallíallítúallí! –y se enredó sin
remedio en su difícil explicación.
-No importa –dijo Tranquila-, al menos ahora ya lo sé. ¿Hacia dónde, dijiste, debo ir?
El caracol estaba tan liado que se coló en su casa y no reapareció hasta pasada media
hora. Para tranquilizarse estuvo cantando el Blues de los caracoles.

Tranquila esperó pacientemente hasta que Bassam volvió a recuperar el habla.

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-¡Cielos! –gimió el caracol-, ¡qué desgracia! Debías haber ido hacia el sur y no hacia el
norte. Justo al revés tendrías que haber ido.
-Muchas gracias por la indicación –le contestó Tranquila, y se dio la vuelta poquito a
poco en dirección contraria.
-Pero si la fiesta es ya pasado mañana –exclamó lloroso el caracol.
-Ya llegaré a tiempo –dijo Tranquila
-¡Jamás! –sollozó el caracol, y miró con desconsuelo a latortuga-. ¡Jamás de los
jamases! Bueno, si desde el principio hubieses ido en la dirección correcta puede. Pero
ya está todo perdido. Todo fue inútil. ¡Caracoles, qué horror!
-Puedes sentarte sobre mi concha, si quieres venir conmigo –le invitó Tranquila.
Bassam Baboso bajó resignadamente los ojos.
-No vale la pena. Es tarde, demasiado tarde. Nunca llegaríamos.
-Claro que sí –dijo Tranquila-, paso a paso.
-Estoy tan triste –balbució el caracol-, ¡quédate conmigo y consuélame!
-Lo siento, pero no puede ser –dijo Tranquila amablemente-: mi decisión está tomada.
Y con eso volvió a ponerse en marcha, sólo que en dirección contraria.

Bassam Baboso se quedó aún mucho tiempo mirándola con los ojos llenitos de lágrimas
y haciéndole continuos ademanes de súplica con sus tentáculos.

La tortuga volvió a caminar durante muchos días en la otra dirección por campos y
pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.

 Marcha

Finalmente se encontró con el lagarto Zacarías Zanguango, que estaba dormitando sobre
una piedra soleada. Sus escamas verde esmeralda centelleaban lujosamente.

Al acercarse la tortuga, abrió un ojo, parpadeó y dijo adormilado:

-¡Alto! ¿Identidad? ¿Procedencia? ¿Destino?


-Me llamo Tranquila Tragaleguas –dijo la tortuga-, vengo del vetusto olivo y quiero ir a
la guarida del león.
Zacarías Zanguango bostezó:
-Vaya, vaya, ¿y qué se le ha perdido a uno por allí?
-Voy a la boda de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo, pues él ha invitado a
todos los animales, así que a mí también –le contestó Tranquila.

Entonces, Zacarías Zanguango, asombrado, abrió también su otro ojo y contempló


altivamente a la tortuga, mientras silbaba la Zarabanda de los lagartos.

-¿Y cómo se imagina un vulgar tragapolvo que va a llegar allí?


-Paso a paso –dijo Tranquila.

Zacarías Zanguango se apoyó en los codos y tamborileó con los dedos.


-Vaya, vaya, ¿con tanta calma quiere uno ir a una boda que ya habría sido hace una
semana?
-¿Es que no ha sido hace una semana? –preguntó Tranquila.
-No –contestó Zacarías Zanguango con desgana.
-Estupendo –dijo Tranquila satisfecha-, pues entonces llegaré a tiempo.

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-¡Segurísimo que no! Como alto funcionario de la corte del león tengo el gusto de
explicar; la boda queda provisionalmente aplazada. Leo Vigésimo-Octavo tuvo que
marchar repentinamente a la guerra contra el tigre Sebulón Sableador. Así que puede
uno volver de nuevo a casa con toda confianza.
-Lo siento, pero no puede ser –contestó Tranquila Tragaleguas-, mi decisión está
tomada.
Y con esto dejó al lagarto tumbado a su izquierda, y siguió caminando lenta y
pesadamente.
Zacarías Zanguango, sin embargo, se quedó absorto mirando hacia delante,
murmurando una y otra vez por lo bajini.

La tortuga volvió a caminar durante muchos días por campos y pedregueras, por
páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.

 Marcha

Al atravesar un desierto pedregoso, se encontró con un grupo de cuervos que estaban


acurrucados sobre un árbol seco y que parecían sumidos en sombrías reflexiones.
Tranquila Tragaleguas se detuvo para preguntar por el camino.

-¡Hachís! –graznó uno de los cuervos antes de que ella hubiese dicho nada.
-¡Salud! –exclamó Tranquila amablemente.
-No he estornudado –gruñó malhumorado el cuervo-. Sólo me he presentado. Soy el
sabio Hachís Halef Habacuc.
-¡Oh, perdón! –dijo ella-, yo me llamo Tranquila Tragaleguas y sólo soy una tortuga
normal y corriente. ¿Puedes, por favor, decirme, sabio Habacuc, si por aquí se va a la
guarida de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo? Es que estoy invitada a su boda.

Los cuervos se lanzaron unos a otros significativas miradas y soltaron unas tosecillas.
-Bien podría decírtelo –explicó Habacuc y se rascó la cabeza con la garra-, pero ya no te
serviría de nada. Pues el lugar donde está ahora nuestro Gran Sultán no podemos
alcanzarlo ni siquiera nosotros, los sabios. Y tú, pobre e ignorante animal que se
arrastra, ¿cómo podrías encontrarlo nunca con tus pocas luces?
-Paso a paso –dijo Tranquila.
Los cuervos volvieron a intercambiar significativas miradas y soltaron unas tosecillas.

Canto de los cuervos

-¡Oh, ciega criatura! –graznó solemnemente Habacuc-, aquello de lo que hablas, hace
tiempo que pasó. Y el pasado nadie puede recuperarlo.
-Ya llegaré a tiempo –dijo Tranquila llena de confianza.
-¡Imposible! -le contestó Habacuc con voz sepulcral-, ¿no ves que estamos de luto?
Hace pocos días hemos enterrado a nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo. Fue
herido tan gravemente en la lucha contra el tigre Sebulón Sableador, que murió sin
remedio.
-Ah -dijo tranquila-, pues de veras que lo siento.
-Así que vuelve a casa -le aconsejó Habacuc-, o quédate aquí y llora con nosotros.
-Lo siento, pero no puede ser -contestó Tranquila amablemente-; mi decisión está
tomada.

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Y con eso volvió a ponerse en camino. Los cuervos se quedaron mirándola con
reproche, luego juntaron sus cabezas y graznaron:
-¡Qué persona más obstinada! Quiere ir realmente a la boda de alguien que hace tiempo
que ha muerto.

Tranquila Tragaleguas volvió a caminar lenta y pesadamente durante muchos días por
campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.

 Marcha

Y por último llegó a un bosque lleno de árboles en flor. En el centro del bosque había
un gran prado cuajadito de flores. Y en ese prado estaban reunidos muchos animales,
grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos, todos muy
contentos y en alegre espera.

Por allí andaba un monito brincando y tocando las palmas que se llamaba Yussuf
Yomerrasco y a él se acercó Tranquila.

-Ah, por favor -preguntó Tranquila Tragaleguas a un pequeño tití que brincaba junto a
ella y tocaba las palmas-, ¿por dónde se va a la guarida de nuestro Gran Sultán?
-¡Pero si ya estás ante ella! -exclamó el monito. ¡Ahí enfrente está la entrada!
-¿Y es ésta, quizá -preguntó discretamente Tranquila Tragaleguas-, la boda de nuestro
Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo?
-¡Qué va! -exclamó el monito-. ¡Realmente debes venir de muy lejos! ¡Sí, hoy celebra
su boda, como todo el mundo sabe, nuestro nuevo Gran Sultán, Leo Vigésimo-Noveno!
En este momento apareció a la entrada de la guarida un magnífico y joven león con una
majestuosa melena que brillaba como el sol. Y junto a él estaba una hermosa y joven
leona.
Y todos los animales gritaron: "¡Viva!" y "¡Vivan los novios!", y luego se bailó y se
jugó y se comió en abundancia y se cantó hasta altas horas de la madrugada. Y las
luciérnagas alumbraron y los ruiseñores y los grillos se encargaron de la música. En una
palabra, fue realmente la fiesta más hermosa que jamás haya habido.
Y entre los invitados estaba Tranquila Tragaleguas, un poco soñolienta, eso sí, pero
muy feliz, y manifestó:
-Ya lo dije yo siempre, que llegaría a tiempo.

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