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Podríamos pensar que encarar nuestra aniquilación total sería amargo, pero para Camus

esto nos conduce en una dirección positiva: "Entre este cielo y los rostros que lo miran
no hay nada de lo que dependa una mitología, una literatura, una ética o una religión —
solo piedras, carne, estrellas y aquellas verdades que la mano puede tocar" (N, 90). Esta
percepción implica rehusarse obstinadamente a "todos los 'después' de este mundo", con
el fin de reclamar "la riqueza de mi presente" (N, 103), a saber, la intensa vida del aquí
y el ahora de los sentidos. La "riqueza" es precisamente lo que la esperanza nos arrebata
al enseñarnos a apartar la mirada de la misma y dirigirla hacia una vida después de la
muerte. Solo si cedemos al hecho de que nuestro "anhelo de perdurar" será frustado y
aceptamos nuestra "consciencia de la muerte", seremos capaces de abrirnos hacia las
riquezas de la vida, las cuales son físicas por encima de todo.

Camus coloca ambas caras de su argumento en una sola oración: "El mundo es hermoso,
y afuera de él no hay salvación" (N, 103). Solo si aceptamos la muerte y somos
"despojados de toda esperanza", apreciaremos con suma intensidad no solo el lado
físico de la vida, sino también, él sugiere, su lado afectivo e interpersonal. Cuando se
juntan, estos, a diferencia de una fe inverificable en Dios y en la vida después de la
muerte, son lo que uno tiene y uno sabe: "Sentir los lazos de uno a una tierra, el amor de
uno hacia ciertos hombres, saber que siempre habrá un lugar donde el corazón puede
encontrar descanso —estas ya son muchas certeza para la vida de un hombre" (N. 90).

https://plato.stanford.edu/entries/camus/

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