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1

Día como un viaje

Matilde Casazola
Poeta boliviana

Miro el cielo y veo un paisaje


de nubes, vapores, barcos;
de cendales extendidos
como pañuelos de adiós…

Este día es como un viaje:


por el cielo mil caminos.
Expectante, a sus orillas
se queda mi corazón.

Que él es viajero reciente,


recién venido de mundos
lejanos.

Dime quién llega, quién parte


quién cruza por este día;
de qué de ansiedades
se está tiñendo mi voz…

Quién me traerá un mensaje,


quién me aguarda todavía,
qué nostalgia se está abriendo
como si fuera una flor

…Que este día es como un viaje,


con sabor a polvo y a
lejanía.

2
Fragmento 13
De El libro del desasosiego

Fernando Pessoa
Escritor portugués

Leo y soy liberado. Adquiero objetividad. He dejado de ser yo y disperso. Y lo que leo, en
vez de ser un traje mío que apenas veo y a veces me pesa, es la gran claridad del mundo
exterior, toda ella aparente, el sol que ve a todos, la luna que mancha de sombras al suelo
quieto, los espacios anchos que terminan en el mar, la solidez negra de los árboles que
hacen señas verdes arriba, la paz sólida de los estanques de las quintas, los caminos
cubiertos por las parras, en los declives de las cuestas.

Leo como quien abdica. Y, como la corona y el manto regios nunca son tan grandes como
cuando el Rey que parte los deja en el suelo, depongo en los mosaicos de las
antecámaras todos mis trofeos del tedio y del sueño, y subo la escalinata con la nobleza
única de la mirada.

Leo como quien pasa. Y es en los clásicos, en los calmos, en los que, si sufren, no lo
dicen, donde me siento sagrado transeúnte, ungido peregrino, contemplador sin razón del
mundo sin propósito, Príncipe del Gran Exilio, que dio, al partir, al último mendigo, la
limosna extrema de su desolación.

3
Poema para los dolores de tu cuerpo

Ricardo Morales Avilés


Poeta nicaragüense

Doris María,
las fieras no van a la selva
y la jauría de tantos gritos se agolpa en esos cuerpos
donde se descubren cuántas torturas se requieren
para alcanzar victorias.

No alcanza la calumnia ni el ultraje


para desangrar tu cuerpo
ni secreto que conspire para roer
tanto mediodía inevitable
como palanca para mover el universo.

Así eres más alta


y todo lo mejor se llena de tu cuerpo nuevo
y las inmoralidades de los dioses
no penetran tu alma
ni tu amor escondido,
y cada lágrima de tu dolor hace temblar la miseria
cuando las cadenas no persuaden a nadie
y los hombres buscan la noche de la ira
para quebrantar los lazos de tinieblas
con una participación oculta de la terrible
mitad ansia que separa la explotación de la dicha
mitad odio sin medida
que no sabe sino volcarse a matar
o dejarse desollar de cualquier manera
el pecho
para recuperar la naturaleza de tanto tiempo
usurpada.

Tanto de ti se acumula en nuestras vidas,


que eres lo que todos necesitan
y yo hasta el infinito,
del mismo modo que eres la grandeza íntima del pueblo
y cercana fuerza de nuestra conciencia.

Tal vez soy un bárbaro que aviva


entierros de tu memoria
pero no con ello es menos mi amor
ni eres menos mujer ni menos combatiente,
porque la lucha la escribiste antes de recoger tu cáliz
y eres lo que he pensado de ti siempre
la pequeña bandera que reintegra las cosas
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del mundo.
Porque contribuyes para el alma del proceso
y eres la única que sabe ser mujer,
primera entre las primeras camaradas,
crecida para el asombro de los prodigios,
y lo que eres siempre tiene la duración de las maravillas,
y no existe significación para la calumnia
ni para las ofensas a tu cuerpo
robado,
ultrajado,
pero sí la caliza de tu ejemplo que construye
no sólo a un pueblo, sino
da cuerpo a la esperanza.
Doris María,
recuérdate que vamos a seguir juntando tristezas
y allegándonos dolores.
Recuérdame que aún nos falta caminar de noche
para llegar en la mañana sobre la luz cantando,
y es bueno estar despiertos
y dar la bienvenida al dolor para gritar
y tener prisa
y darnos crecimiento.

5
Azul

Mahbobah Ebrahimi
Poeta de Afganistan

Pensaba
en el océano al despuntar el sol,
en el velamen en el azul oleaje,
¡sí!
pensaba en ti,
¡mi bebita!
En los días en que flotabas en mi –
¡como un pececillo
sin mar!
Deseo para ti
mares y mares de felicidad
tranquilízate mi amor,
este no es el sonido de una bala,
son los granados floreciendo en el jardín
¡anhelantes de tus labios!
Las faldas del monte Baba
esperan que corras confiada
para cazar sus conejos
¡Tranquilízate mi niña!
Las bombas fueron sólo una pesadilla,
pertenecen a un tiempo en que mamá temía
a los explosivos que escondían dentro de reidoras muñecas,
tranquila.
El mundo es mi seno
guardando tu sueño con amor.

6
Para ser mujer

Ana Istarú
Poetisa de Costa Rica

Me dieron
mis dos brazos de mujer
y no me dijeron como romper los cerros.
Y ahora que he aprendido
a volar
entre sus flancos
de animal herido
me quitan
el único par de manos
que llevo.
Si algún día
yo pudiera caminar
por las calles
libremente,
sin catecismos
ni prejuicios de herrumbre,
sin una Virgen como ejemplo,
y golpear una piedra
con mi pie de mujer
y sonreír,
y hacer que un hombre sea
en la exacta medida y fuerza
en que yo soy.
Si yo pudiera
alborotar el mundo
y trastornarlo,
y devolverle la claridad rabiosa
a su rostro ciego.
Se me llenaría la cara
con libertad de aguaceros.

7
Tormenta de polvo

Aurora Reyes
Artista mexicana

Esqueleto del mar, puerto de ausencias.


Cauce desierto de la mar mirada;
al amor infinito de tu música,
al eco del coral, abierta estancia.

Fría pupila, disecado vientre,


raíz perdida, forma desolada.

Eres el rostro vivo de la muerte:


sobre tu cuerpo, traicionado viaje,
bajo tu piel mil bocas solitarias.

Polvo errante y sombrío.


Abismo en celo.
Vena seca de olvido y de nostalgia.

Muerde tu corazón lúgubre queja...

(En tibio lecho el agua de los mares


mece amorosa el sueño de las barcas).

8
Intima

Julia de Burgos
Poeta de Puerto Rico

Se recogió la vida para verme pasar.


Me fui perdiendo átomo por átomo de mi carne
y fui resbalándome poco a poco al alma.

Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante.


Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante
que se abría en mi interior,
y me llegué hasta mí, íntima.

Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo


y me hice paisaje lejos de mi visión.

Me conocí mensaje lejos de la palabra.


Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas.
Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el
hombre.

Ha sonado un reloj la hora escogida de todos.


¿La hora? Cualquiera. Todas en una misma.
Las cosas circundantes reconquistan color y forma.
Los hombres se mueven ajenos a sí mismos
para agarrar ese minuto índice
que los conduce por varias direcciones estáticas.

Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho.


Me busco. Estoy aún en el paisaje lejos de mi visión.
Sigo siendo mensaje lejos de la palabra.

La forma que se aleja y que fue mía un instante


me ha dejado íntima.
Y me veo claridad ahuyentando la sombra
vaciada en la tierra desde el hombre.

9
Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo...

Dylan Thomas
Escritor británico

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo


ya no encerraron el largo gusano de mi dedo
ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,
la boca del tiempo sorbió como una esponja
el ácido lechoso en cada gozne
y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

Cuando el mar de galaxia fue sorbido


y liberado todo el lecho seco del mar,
envié a mi criatura para explorar el globo,
el mismo globo de pelos y osamenta
que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,
mi frasco de materia ligara a su costilla.

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,


él estalló, hecho polvo, hacia la luz
y celebró con el sol un pequeño sabático,
pero cuando los astros asumiendo su forma
dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,
ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

Todo surgió armado de la tumba


el cáncer pelirrojo, vivo aún,
los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;
algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,
y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;
él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

El sueño navega las mareas del tiempo;


el áspero sargazo de la tumba
entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;
y el sueño mudo rueda por los lechos
donde las sombras comen el alimento de los peces
y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,


y la leche materna fue dura como arena,
envié a mi propio embajador hacia la luz;
por truco o por azar él se durmió
y por arte de magia se armó de una osamenta
para robarme los fluidos en su corazón.

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,


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trabajador en la mañana pueblerina
y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;
han caído los cercos de la luz,
sólo quedan en pie los jinetes más diestros,
y hay mundos que cuelgan de los árboles.

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell

11
Devaneo en los infiernos…

Edith Salud Checa


Poetisa española

Devaneo en los infiernos


sobre el acantilado de los suicidas,
mientras miro el mar excelso y laminado
de desdichas y poemas,
de despedidas y recuerdos.
Un mar que es calendario de una vida,
de muchas vidas,
y que pasa las hojas,
como pasan las horas,
como pasan los días,
como pasan las olas
ondulando el horizonte.
Y se ríe, ronco, como un demonio escarlata
que adivinara el salto del Último Adagio
en el hundimiento de cada Titanic.
Y se ríe, tierno, como un ángel azul
que se sabe acogedor de los que huyen
del país de las decepciones.

Es un mar que pierde esperanza por algún desagüe


que llega al infierno del miedo.

12
Quiero quedarme

Ezequiel Martínez Estrada


Poeta argentino

Pronto hemos de separarnos


y de decirnos adiós.
Uno seguirá camino,
el otro no.

Quiero quedarme y que sigas


como si te fuera en pos;
pero no vuelvas la cara,
mujer de Lot.

Irás sola, ¿y por qué triste?,


con mi recuerdo y con Dios.
Será posible que encuentres
alguna flor.

Si en cambio tú te quedaras,
¿cómo podré seguir yo?
Las noches me encontrarían
en donde estoy.

13
La leyenda del volcán

Juan Carlos Olivas


Poeta de Costa Rica

Solíamos dormir dentro del cráter de un volcán.


Íbamos en vacaciones a recoger arbustos,
a picar con guadañas la piedra del azufre.

La niebla se travestía en los muros naturales,


era una muchedumbre en las palabras frágiles
mientras tú y yo hilábamos la música del páramo,
nos daba por perdernos entre las fumarolas
hasta volver de noche a la misma tienda de campaña.

Ahí hacíamos el amor


hasta masticar la sangre,
hasta tenernos miedo y apartarnos
y la ceniza que éramos –no el polvo-
se mezclaba en el tiempo de otras fluctuaciones;
nos dejaba impregnados de una sal milagrosa,
nos desnudaba tanto hasta petrificar
lo que ahora llamamos memoria.

Fuimos dueños de lo voraz


y de la gracia trémula
de alguien que vuelve intacto a su niñez
y trae noticias de sus vidas pasadas,
un trozo de madera preciosa,
una punta de lanza
que se incrusta en la piel
de los animales muertos,
una rama de olivo
que se meció en los picos de las aves.

Desde aquí ya no hay rastro del diluvio;


sin embargo, al verte
la lluvia se te escapa
y cuando pones tu mano en mi pecho
tu puño es la piedra que se hunde
en medio del estanque
y desciende en zigzag,
más su sonido no lo puedo describir: es la poesía.

Su verbo es tan real


como el magma que habita bajo nuestros pies
y que ya viene a mudarnos la vista en el paisaje,
a invitarnos a ser parte del volcán y perecer,
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o salvarnos
en el misterio de los cuerpos
que son uno
y viven para contar su historia.

Un día hablaré de ti y no me creerán,


un día dirás mi nombre
y se echarán a reír.
Pero vendrán las lavas
y todos moriremos,
pero vendrán las lavas
y de nuevo tus ojos
me harán creer
en la ceniza.

15
Entro lentamente…

María Emilia Cornejo


Poeta peruana

entro lentamente por tus venas


hasta inundar
todos los rincones de tu cuerpo
rescato tu nombre milenario
en cada arteria
te pierdo y me encuentro
en la profundidad de tu mirada
sin compañía alguna
invado tus pulmones
y vivo
y me recreo
con el aire que respiras
avanzo por debajo de tu piel
y organizo con exactitud
el metabolismo de tus penas
y tu cuerpo se convierte
en la zona sagrada de mi vida.
sin embargo,
hoy es mañana
y mañana será nunca.

16
Para un adiós

Eduardo Mitre
Poeta boliviano

Un abrazo y palabras entrecortadas


habrán dicho el adiós increíble.
Y entre tu cuerpo y el mío
manará sin cesar la distancia.

Como se apela a una hierba mágica


para sanar del mal de ausencia,
escribiré entonces estas líneas.

Y si el tiempo que une y que separa,


lo entrega un día a tu mirada,
léelo, mas no vuelvas la cara.

Hermosa y feliz en tu presente,


no cometas el error de Eurídice;
que yo, al recordar tu dulce voz,
cuidaré que me aten como Ulises.

17
Justicia poética

Rosa Berbel
Poeta española

Quiero conocer a todas mis madres,


reconstruir mi linaje y mi conciencia
a partir de los versos, las renuncias,
las huellas de todas las mujeres
que he sido al mismo tiempo.
Quiero una larga estirpe de mujeres valientes,
que han escrito poemas
después de hacer la cena
y han vivido el exilio
dentro del dormitorio.
Reconocerlas libres, brillantes y caóticas
retratando monarcas,
sublevando las formas,
componiendo sonetos
en una Europa en llamas.
Quiero sobrellevar la carga de la historia,
convertirme en relevo,
nombrarlas
sin esfuerzo.
Pronunciar con propiedad
el término familia.

18
Diecisiete

Carlos Fonseca Grigsby


Poeta nicaragüense

Con el mismo desaliento de una estrella


que de repente pierde su marbete,
mi rostro se apergamina
y se disipa el chorro de la infancia.
La virginidad de mi alma se evaporiza
para después transformarse en una única lluvia:

Nadie se toma la vida en serio a los diecisiete.

Una supernova es mi corazón.

(Entre el soto de mis ojos anda una pantera


¡Oh simetría perfecta!
Es la noche hecha animal
devorándome
bajo la noche de mis ojos.)

II

Nadie se toma la vida en serio a los diecisiete.

Es la edad en que mi risa ya no conmueve al


corazón de la nada
y mi cuerpo aún no es el cadáver de un ahogado
que flota en el río del tiempo—
en que la sonrisa de la muerte aún no muestra
sus dientes de amalgama—
y en mi corazón hay tanta sustancia de sombras
que podría convertirme yo en el obrero de un
abismo.

Es que entre tanto silencio agrietado, entre


tantos gestos eléctricos,
a veces pareciera que mi sombra asusta y pajariza
al sol
y es una sombra que habla con otras sombras
sobre el tiempo en que ellas dejaron de
conmover al corazón de la nada;
sobre cómo aprendieron la orografía de los
cuerpos
y el culto del beso
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y el rito del tacto
y el lenguaje de la mirada hambrienta.

(Aaaaah... Sí. También hay días —esto ocurre


recientemente—
en que en el momento exacto e que muestra su
cuerpo embalsamado
el alba, me parece que con mis párpados, y bajo
mis cejas,
el silencio ha abierto sus ojos.)

III

Entro en la noche como entra un nadador en la ola;


y retirado a esa oficina nocturna, sueño.

(Nadie se toma la vida en serio a los diecisiete)


Sin embargo, Hoy,
después del retrato de la soledad
—un columpio que se queda meciendo solo,
solo—
y debajo de la palabra vida,
sobre un pedestal que heredó la tiniebla
mi sombra besa las muñecas de la claridad.

El mundo es el sueño que se escapó de mi cráneo


y se desnudó en el río de la materia.

Las cosas ya escriben su poema en Mí.

20
Yo te he querido bien. Nunca lo sabrá el polvo...

Ricardo Molinari
Escritor argentino

Yo te he querido bien. Nunca lo sabrá el polvo


de tu cuerpo,
ni tu cama desolada, sin noche entera.
-Tampoco sabe el hielo si la montaña siente,
cuando le oculta las nubes
una rama de tierra muerta-.

Yo amo como en un sueño perdido.


Me agrada sentirme vivir;
mi cuerpo es torpe porque llevo el pensamiento lejano,
y la soledad rodea mis latidos
con su calor sin mejillas.

Hoy es día de mi cumpleaños, y deseo estar todo para ti


-como si estuviera muerto -
lejos del otro mundo, sin azul, sin hombres que metan sus palabras
en mi cuerpo distraído.

Tal vez ya no te acuerdes de mí. Qué importa.


El recuerdo es igual a una llovizna
sobre un largo acueducto.

El viento del Otoño mueve las hojas de los árboles


y el frío abre sus manos en una pampa de ceniza.

Yo quisiera estar en el campo junto a un río,


o al lado de un amigo verdadero,
porque estoy melancólico.

Mi corazón desearía quedar dentro de tu pecho.


¡Quién entiende el amor
sin un lirio morado entre las cejas,
sin un bronce húmedo apretado en el cuello!

21
Verano 1985

Nadia Consolani
Poetisa italiana

Sola y bella entre el oro de la seda y los frescos descoloridos,


lenta te veo bajar escaleras solemnes,
las piedras altaneras, las mescolanzas de esta arquitectura
insatisfecha y pretenciosa.

El parque, el río, los sauces,


junto a ti todo y descontento aun hoy

y todavía circulan sin


reposo tus suspiros, tu tedio.

Malcontenta de amor,
¿te defraudaba siempre?
¿Quizá de esclavitud, de injusticia e intrigas?
Quién se ocupó de saberlo.

Fastidio de los rojos de Tiziano,


te dolía el poniente.

Todavía lucha en Brenta por llevarse ese descontento


y compadecen las estrellas vénetas
este lugar todas las noches.

Pero al menos fuiste capaz de dejarle tu huella.

22
Más lejos

Robert Walser
Escritor suizo

Quise quedarme quieto,


y me empujaron más,
pasé entre negros árboles,
y bajo aquellos árboles,
quise quedarme quieto,
y me empujaron más,
pasé por verdes prados,
y junto a su verdor,
quise quedarme quieto,
y me empujaron más,
pasé por casas pobres,
y en una de estas casas
quise quedarme quieto,
quedarme un rato largo
mirando su pobreza,
y cómo asciende al cielo
el humo de su lumbre.
Dije esto y me reí,
rió también el verde,
y el humo humeante,
y me empujaron más.
Desengaño
Un desengaño no se olvida nunca,
como es inolvidable la gracia de la dicha.
Recuerdo es la nostalgia,
porque es tan infinita,
que no se olvida nunca.

23
Ayer

Roque Dalton
Escritor salvadoreño

Junto al dolor del mundo mi pequeño dolor,


junto a mi arresto colegial la verdadera cárcel de los hombres sin voz,
junto a mi sal de lágrimas
la costra secular que sepultó montañas y oropéndolas,
junto a mi mano desarmada el fuego,
junto al fuego el huracán y los fríos derrumbes,
junto a mi sed los niños ahogados
danzando interminablemente sin noches ni estaturas,
junto a mi corazón los duros horizontes
y las flores,
junto a mi miedo el miedo que vencieron los muertos,
junto a mi soledad la vida que recorro,
junto a la diseminada desesperación que me ofrecen,
los ojos de los que amo
diciendo que me aman.

24
Hervor de calles...

Rubén Bonifaz Nuño


Poeta mexicano

Hervor de calles; desembocadura


de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero.

Como hierba de gritos, como en humo


lumbrarada de pelos espantados;
como chubasco tupidísimo
y turbio, en ascensión. Así llegaba.

Y alégrate si nadie, en esta plaza,


si nadie, de tan juntos y de tantos,
puede caer; si nadie puede
ser abatido; si no puede ninguno
dejar su sitio sin morirse.
Cada uno en el centro,
en medio cada uno, circundados.

Nace la gloria para ti, mi hermano;


mi muy reverenciado, mi sin dicha,
mi desgraciado pobre, mi vecino;
mi, como yo, despierto.

Mira: el sin tregua, el desterrado


con injusticia, y el que canta,
mi hermano de tu hermano, y el hambriento
y la sed que aumentó de puerta en puerta;
y vienen con nosotros el inválido,
y el muerto a solas, y el sin nada.

La gente de este lado, que ha salido


de quemados olivos todo el año;
de carnívoras cruces que alimenta
el gran poder de la traición; de niños
abortados surgiendo;
de mujeres para siempre olvidadas.

Desde el cogollo del dolor, humea


a la libertad ensangrentada.
Mira
que fauces de león se descoyuntan;
que ya la fiesta del alumbramiento
aúlla y rinde frutos,
y el profeta en su tierra,
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de innumerables bocas coronado,
resuena, y las banderas gimen,
y las hondas volando y empedradas.

Y el milagro del horno y de la harina


se acerca, y los ejércitos inmóviles
con la resurrección, y las trompetas
de los finales pájaros terrestres.

26
Mediodía

Santiago Castelo
Poeta español

Me llega tu palabra.
Cada día me llega desde lejos tu palabra.
¡Qué azul melancolía!
Atrás nos vive el pueblo,
la lejana pasión de un sueño en lance de ternura.
¡Nos quedan tantas cosas!
Yo querría
recoger el olivo que cortaron, la casa tuya aquella,
mi soneto primero
y aquel encuentro nuestro junto al Mediterráneo.
Quisiera unirlo todo y ponerlo esta tarde
-en que estoy tan cansado de vida y de ilusiones-
al pie de aquella foto
de abril en mediodía
con una primavera de piedras berroqueñas
donde brillaba el fuego de tu cabello rubio
sobre un haz amoroso de morados cantuesos.
Me llega tu palabra.
Al par de tanta loca
locura que me azota, me llega tu palabra.
Y eso es lo que nos queda.

27
El pabellón insomne

José Mármol
Escritor de Santo Domingo

El pabellón opulento de los insomnes vendedores de opio


En rincones frescos mancebos ofrecían tazas aromáticas
con tal de reincidir en las historias polvorientas
de los monstruos distribuyendo entre sus grandes sacos
alidonas y licores
Luego la plaza y altos templos si por desgracia la tarde
se tornaba amenazante
a las ventanas saturnales alzando trombones de varas
bruñidas de la feria del festejo
Cinco notas repetidas sobre los tambores
Paños menores en la ciudad temerosa de Santo Domingo
y los transeúntes sin detenerse ponían en el cielo
la mirada seria: así
mientras las nubes iban de prisa desgarrándose
en los pináculos
de aluminio de Plaza Central

Por las noches abierto el Malecón un aliento espectral


En los barrios de las hospederías
Hasta muy tarde pisadas y querellas mercaderes de
algún país remoto
Ahora el oficiante
Desde el trampolín el primer saco de productos
pirotécnicos
Ah estruendos esplendores
azul rojo verde
ya empieza a oler desde el púlpito
El halo de la lámpara el dormitorio arrasado
por la vehemencia y el remolino de sus hojas
Sobre las sábanas vacías
un arpa de fuego apoya
en laúd ocre de su presa
En la ciudad confusa abierta en todas las direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan con el polen
y otra vez Santo Domingo despliega sus alas y arde de
sed
intacta y sin raíces

28
La palabra

Sara de ibañez
Poeta uruguaya

De pronto el viento que movía


las vestiduras y las almas
borra en un sueño de ala inmóvil
su rumorosa torre de alas.

Cada mujer y cada hombre


sólo en su sola huella marcha,
y se ignoran secretamente
en el desnudo de la plaza.

Todos esperan, convocados


por un silencio de campanas;
todos esperan, sombra a sombra,
que por sus ojos hable el alba.

En cada gota de la sangre


preludia un mar de lenta escama,
y el peso antiguo de la nieve
las vigilantes lenguas cuaja.

Todos tiemblan y nada saben:


algo se triza, algo se alza.
Todos escuchan ateridos,
un rumor de médulas blancas.

¿Quién se detiene y es cruzado


por mil heridas destelladas?
¿Quién ha medido ya su muerte
sobre las losas de la plaza?

Bajo las piedras cristalinas


bellos demonios verdes braman,
y entre los árboles de humo
gemas agónicas estallan.

Las soledades se han quebrado:


Se llena el aire de ventanas.
Rechinan dientes en lo oscuro.
La miel de llanto se dispara.

Corren venenos amarillos


por las venas de los fantasmas.
Fuentes suicidas se clausuran,
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y desiertos su arena mascan.

Se arrodillan vivos y muertos


en sus túnicas solidarias,
porque hay uno, entre todos uno,
que fue mordido de la llama.

Los dulces pies del alcanzado


lumbre en la tierra azul derraman.
La ciudad hunde sus raíces
en la tersa furia del alba.

Hasta esa boca mensajera


sube una flor desesperada.
Todo el jardín de Dios se encoge
tironeado por las entrañas.

Porque hay uno, entre todos uno,


glorioso pasto de la llaga.
Rey sin ventura. El inocente:
el que ha traído la palabra.

30
Tiempo de reír

Saúl Ibargoyen
Poeta uruguayo

Hace tiempo sabíamos reír


en una edad sin sombras
apretados
bajo el olor incandescente del cielo.
No fue en el paraíso
donde nuestros labios
aprendieron a moverse
ni hubo magos legendarios
que sacaran de su corazón
aquel sonido.
Pero reíamos
y el mundo cambiaba
en un milímetro a la redonda
totalmente.
Sabíamos reír
y cada hoja o cada mariposa
era una sonrisa por el aire
suelta.
Sucede ahora que a veces
detenidos
por algún accidente
por algún silencio
notamos que nos recorre
la boca
un movimiento
y que la luz se acerca
desviando cada gesto.
Pero no podemos reír
estamos atareados
confundidos moribundos
aplastados enfermos.
El tiempo de reír
fue en otro tiempo.

31
Masculino femenino

Tomás Segovia
Poeta español

Mi ser gris te redime


De tu bella cadena de contrastes
Mi lenta fuerza gris
Mi fluido peso extenso

Tu vida que se atrasa


Cosechando tus huellas
Belleza cuesta arriba
Y teje para luego
Tu vida y yo cuchicheamos
Un escalón abajo de tus ritos

Soy la alegría de una luz de un gris


Mira de cuánto ocio te descargo
Yo digo aquí lo que te sobra
Para hacer más lugar en tu memoria
La hora desasida que te guardo
Es tuya cuando quieras

Con mi ser gris te envuelvo toda


Borro el tajo brillante donde de un lado y otro
Te opones a ti misma
Impregno el lado de tu noche
De la luz que nos ciega en tu otro polo.

32
Cuando tú venías, venías hacia la muerte...

Vicente Gerbasi
Escritor venezolano

Cuando tú venías, venías hacia la muerte,


porque así son nuestros pasos en los días:
hacia las montañas detenidas en los crepúsculos;
hacia las ciudades que esperan las noches con luto y alegría,
tostando el pan, preparando dramas en los aposentos,
derramando rojo vino en las penumbras;
hacia los puertos donde la barcas
dan descanso a los vagabundos;
hacia los pequeños caminos rojos,
donde nos duele el cuerpo del asno,
donde nos duelen los pies del mendigo,
donde nos duele el canto de la triste quinquina;
hacia nuestra futura vivienda,
con el susurro leve del naranjo
a cuya sombra estaremos en la mirada del hijo,
como en una hora del cielo,
del presentimiento y de la angustia.
Tú venías, y el mundo estaba debajo de tus pasos,
y debajo de tus noches, y debajo de tus soledades.
Sí, tu existencia había creado sus cielos huracanados
sus aguas tumultuosas, sus nubladas lejanías,
y las tempestades agitaban los mares de tu corazón
con truenos y estrellas caídas
en las oscuras soledades del alma,
con naufragios y voces de mujeres
perdidas en la extensión de las olas y los países.
Soñabas con fantasmales buques en la sombra,
esos que llevan banderas de luto
y viajan hacia los puertos de podridos aceites
y antiguos desperdicios.
Y la furia levantaba ondas en la oscuridad de tu muerte,
perseguida por brillos lunares,
como una oleaginosa superficie negra
con vuelos de lentas aves relucientes,
ahí donde los astros gotean sus azules licores,
en ese espacio del misterio devorador,
con islas iluminadas en nuestra soledad.
Tu juventud llamaba a las ciudades del mundo,
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a los vientos que soplan contra viejas murallas,
a la gente que vive en las oscuras minas,
a marinos que yacen bajo cruces del mar.
Tú, el viajero, el insomne, el descontento
el que levantaba las manos hacia los relámpagos,
el que veía pasar las bahías
como la orilla serena y brumosa de la tristeza.
Sabías soportar las lejanías, siempre tan del corazón.
Sabías llegar.
Y eras ahí el anónimo, el oscuro, el devorado,
tendido en la noches calientes,
como los sacos, como los barriles,
a orilla de los grandes navíos.
Un campesino te daba una copa de aguardiente.
Y aún era la noche oscura como un tambor,
salvaje como las patas, las uñas y los dientes del tigre.
La noche, la noche llena de rumores de tamarindos,
los cocoteros movidos por una brisa
que te devolvía a otro tiempo,
al tiempo de tu aldea con campanas,
de tus mares del verano
con barracas cerca del amanecer.
Tú estabas dormido bajo las estrellas de otro mundo.
Padre mío, padre de mi universal angustia.
Y de mi poesía.

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Barato se liquida

Vladimir Mayakovski
Escritor ruso

A ti, mujer,
a quien enredo en conmovedora aventura,
o a ti, transeúnte, a quien miro simplemente.
Todos pasan temerosos apretando los bolsillos.
¡Ridículos!
¡A los pobres,
qué pueden robarles!
Pasarán los años
lo sabrán ustedes,
tal vez, yo,
candidato a dos metros de la morgue municipal,
soy infinitamente más rico,
que cualquier Pierpont Morgan.
Al cabo de tantos y tantos años,
ya no viviré,
moriré de hambre,
o un tiro me pegaré
a mí,
al de fuego,
me estudiarán los profesores,
hasta los puntos y las comas,
y hablarán de dónde y cómo,
y cuándo vivió y nació...
Y desde la cátedra,
un idiota de frente saliente,
recordará a Dios o al demonio.
Se inclinará la muchedumbre,
adorándome inquieta,
y no me reconocerán.
Yo no soy yo.
Dibujarán una cabeza,
con cuerpo o con aureola,
y todas las estudiantes,
antes de dormirse,
soñarán acostadas sobre mis versos.
Soy pesimista -dicen-
¡Ya lo sé!
¡Siempre habrá aprendices en la tierra!
Pero al fin,
escuchádme:
todo lo que posee mi alma,
todo,
¿a ver quién se atreve a medir esta hondura?
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Toda la maravilla,
que en la eternidad adornará mi paso,
y aún mi propia inmortalidad,
que tronando por todos los siglos,
juntará a mis admiradores de rodillas,
en el mundo y siempre,
¿todo eso quieren?
lo doy enseguida,
por una sola palabra,
cariñosa,
humana.
¡Gente!
¡Venid, levantando polvo por las avenidas,
aplastando cuerpos, pisando rostros!
Venid de toda la tierra.
hoy,
en San Petersburgo,
en la calle Nadiézda¹
por menos de un kopek²
se liquida una valiosísima corona,
por una palabra humana.
¿Barato, verdad?
¡Anda,
prueba encontrarla!

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Nocturno eterno

Xavier Villaurrutria
Poeta mexicano

Cuando los hombres alzan los hombros y pasan


o cuando dejan caer sus nombres
hasta que la sombra se asombra

cuando un polvo más fino aún que el humo


se adhiere a los cristales de la voz
y a la piel de los rostros y las cosas

cuando los ojos cierran sus ventanas


al rayo del sol pródigo y prefieren
la ceguera al perdón y el silencio al sollozo

cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente


y que no llega sino con un nombre innombrable
se desnuda para saltar al lecho
y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve

cuando la vi cuando la vid cuando la vida


quiere entregarse cobardemente y a oscuras
sin decirnos siquiera el precio de su nombre

cuando en la soledad de un cielo muerto


brillan unas estrellas olvidadas
y es tan grande el silencio del silencio
que de pronto quisiéramos que hablara

o cuando de una boca que no existe


sale un grito inaudito
que nos echa a la cara su luz viva
y se apaga y nos deja una ciega sordera

o cuando todo ha muerto


tan dura y lentamente que da miedo
alzar la voz y preguntar "quién vive"

dudo si responder
a la muda pregunta con un grito
por temor de saber que ya no existo

porque acaso la voz tampoco vive


sino como un recuerdo en la garganta
y no es la noche sino la ceguera
lo que llena de sombra nuestros ojos
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y porque acaso el grito es la presencia
de una palabra antigua
opaca y muda que de pronto grita

porque vida silencio piel y boca


y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche

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