Está en la página 1de 1

Castorp vs.

Trotta
por Nicolás Magaril

En 1924 y 1932 se publicaron, respectivamente, La montaña de “cataclismo” aparecen a menudo en la literatura nacida puntual
mágica de Thomas Mann y La marcha Radetzky de Joseph Roth. Para o lateralmente de 1914, y explican también el radicalismo en todos
las dos novelas valdría lo que dice Mann en las “Intenciones del los niveles de la literatura de entreguerras. D.H. Lawrence empie-
autor” que introducen la suya: la historia que refieren “se remon- za El amante de Lady Chatterley (1928) declarando: “The cataclysm
ta a un tiempo muy lejano”, suceden “en el pasado, antaño, en el has happened”.
mundo anterior a la Gran Guerra”. Como por añadidura en algún La inminencia de una guerra que sí se produjo está en la trama
párrafo y señalando los valores básicos de ese mundo, Roth esta- y en el estado de ánimo colectivo que escenifican ambas novelas.
blece también la doble condición, reciente y remota en términos En Thomas Mann es uno de los tantos temas que supone su eva-
absolutos, de su tiempo narrativo: “antes de la gran guerra, cuan- luación integral del saber mundial, y el enfoque (es decir, los paí-
do sucedían las cosas que aquí se cuentan, todavía tenía importan- ses mutuamente amenazantes en cuestión) varía según el persona-
cia que un hombre viviera o muriera”. En otro pasaje, más concre- je que lo adopte. Naphta, el jesuita, el espíritu oriental, dice: “la catás-
ta y nostálgicamente alude a “aquella época perdida, enterrada trofe llegará, tiene que llegar, se avecina por todos los caminos y
bajo los túmulos recientes de los caídos”. Las dos novelas remiten en todas las formas. ¡Piense en la política británica!”; pero
a los años previos a la Gran Guerra y terminan poco después de Settembrini, el humanista, el espíritu occidental, opina que “Rusia tra-
que estalla, es decir, con la terminación de una Era: la del huma- baja febrilmente y la cumbre de la alianza está dirigida contra la
nismo burgués, liberal, progresista y democrático en Mann; la del monarquía austrohúngara (…). Odio a Viena con todo mi cora-
orden monárquico, jerárquico, transnacional y multiétnico en zón. Pero ¿es esa una razón para conceder el apoyo de mi alma al
Roth. La Gran Guerra es el punto de fuga de la perspectiva histó- despotismo sármata cuando está a punto de hacer saltar por los
rica de ambas obras, el non plus ultra desde el cual se retrotrae una aires nuestro nobilísimo continente?”. En Roth esa misma inmi-
determinada imagen de las contradicciones que la hicieron posible. nencia es una tensión subyacente que crece conforme se acerca el
“Tantos horrores”, escribió Valéry inmediatamente después de día de la detonación en cadena y total: durante una de las manio-
Versalles, “no hubieran sido posibles sin tantas virtudes”, y obser- bras rutinarias del ejército imperial, se dice, “ninguno era capaz de
vó eficaz: “un escalofrío extraordinario ha recorrido la médula de aguzar suficientemente el oído para percibir los grandes engrana-
Europa”. Otro escalofrío extraordinario había recorrido ya jes de los ocultos mecanismos que preparaban ya la gran guerra”.
ampliamente la médula de algunas colonias, aunque sin destemplar Unas páginas más adelante, serán más precisamente “los grandes
mayormente el espíritu valeriano: para el día en que Gavrilo señores de Viena y San Petersburgo” los que la estaban preparan-
Princip asesinó en Sarajevo al Archiduque y prendió la mecha en do. En La marcha Radetzky la guerra es también un anhelo como de
“el polvorín de Europa” (como se decía entonces de la región bal- redención épica y la certeza de que al mismo tiempo esta implica
cánica, cuenta Hobsbawm), hacía por lo menos una década, lo necesariamente la liquidación de aquello que la reclama: la perdu-
supo Joseph Conrad, que Leopoldo II, su ejército y sus mercena- rabilidad, parecida a la eternidad, del reinado de su majestad cató-
rios habían exterminado en el Congo, según estimaciones, entre lica Francisco José ─al que le gustaba la pompa militar, los desfi-
cinco y diez millones de personas, sin contar otros tantos millones les y los uniformes, no las guerras, “porque sabía que se pierden”.
de mutilados, y en nombre de dichas virtudes. La montaña mágica transcurre en el “sanatorio internacional
La montaña mágica y La marcha Radetzky integran a su manera el Berghof ”, en el cantón suizo de Davos Platz, a miles de metros de
movimiento inmenso de la inteligencia y la imaginación europea altura. La marcha Radetzky en el distrito de Moravia y en una guar-
por aprehender a posteriori la dinámica de una civilización que nición militar cerca de Burdlaki, Ucrania, en la pantanosa frontera
engendró en sí misma una barbarie inconcebible tal como final- rusa de la monarquía austrohúngara. La cima y el llano, el aire y la
mente fue (sólo los fabricantes de armas pudieron haberla prefi- bruma, el país centroeuropeo neutral por antonomasia y la perife-
gurado), pero que esa misma inteligencia se veía venir desde hacía ria del poder imperial implicado también por antonomasia en el
varios años. En la década de 1880 Nietzsche anunciaba “una era campo de fuerzas que precipitó los enfrentamientos. Ambas nove-
de guerras monstruosas, levantamientos y explosiones”. En 1908 las expresan la problemática del surgimiento del estado-nación y
Georges Sorel preguntaba: “¿Por qué Europa es por excelencia la del nacionalismo, esa “última enfermedad de la razón europea”
tierra de los cataclismos guerreros?”. Y respondía: “porque está escribió Nietzsche, y la posibilidad en ese marco de una coexisten-
habitada por una cantidad de razas que son singularmente contra- cia pacífica sobre el fondo de una utopía política, sea la “República
rias unas de otras, en sus intereses inmediatos, en sus costumbres, Universal” que proclama el personaje de Settembrini en La monta-
y en sus ambiciones. Europa no tiene suerte. Todos sus habitantes ña mágica, o lo que Claudio Magris, hablando de Roth entre otros,
no pueden ser más que malos vecinos”. Denis de Rougemont, que llamó “el mito habsbúrgico”, esa patria idealizada, milenaria,
cita este fragmento en el monumental Tres milenios de Europa, seña- hedónica y plural. El Berghof y Burdlaki constituyen dos formas
la en efecto el tono de “sombrío despecho profético” que lo carac- del cosmopolitismo, de la posibilidad de un diálogo entre Oriente
teriza, agregando que fue a Sorel a quien verificarían los hechos. y Occidente. El sanatorio, y en especial el comedor con su distri-
Para 1912 ese tono deja de ser diagnóstico, pero como si el cata- bución de mesas y comensales, es una especie de laboratorio de la
clismo, así en la frase posterior de Roth sobre “los caídos”, ya se comedia humana donde se desmenuza la interacción y las pasio-
hubiese producido: “Europa, este cementerio, está poblado por nes de personajes de la más diversa procedencia. El suicidio de
pueblos que cantan antes de ir a matarse. Los franceses y los ale- Naphta, la partida de Clavdia Chauchat, la paliza que cierto alemán
manes cantarán dentro de poco”. Las nociones de “catástrofe” y energúmeno le propina a un judío y la irritabilidad general de los
LA RANA 03

También podría gustarte