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Índice
Raúl Brasca
Mi poética
Agustín Monsreal
MI POÉTICA
Raúl Brasca
late entre ellas, es apuesta de sentido, dinamismo, pura energía que la lectura
libera. A veces este silencio consiste simplemente en escamotear datos de la
historia. Por ejemplo:
Felinos
Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso
tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo
me concentré en él tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un
torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo
lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que
todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la
boca llena de plumas.
Unión excelsa
Ante la evidencia de su gravidez, una admiradora de Ben Jonson confesó su unión
con el Espíritu Santo. Aseguró que su hijo sería mitad ángel y mitad humano. En
efecto, dio a luz un ángel que carecía de alas y que, en lo demás, no difería en nada
de un niño común y corriente.
Vuelo
La mariposa enamorada del fuego se consumió entre las llamas. El fuego echó a
volar.
Salmónidos
Es universalmente reconocido que los salmones concurren a desovar al lugar
donde nacieron. Para ello recorren enormes distancias en el mar y luego remontan
el río hasta la naciente. Allí depositan sus huevos, en el mismo sitio donde sus
padres depositaron los suyos; y también sus abuelos. Me gusta pensar que hay un
único lugar en el mundo, bajo las aguas de un río que no conozco, hacia donde
concurren todos los salmones de la Tierra en la época de la procreación. Allí Dios
depositó el huevo del primer salmón.
¿Latín Lovers?
Epitafio Epidemia tuvo un episodio cuando de su epidermis brotó un
epílogo. Redactó una epífora epístola para Epífita Epítome. Ella en epifanía le
envío un epígrafe: ¡No te pongas épico!
xii
El otro Quijote
Donde se cuenta de la búsqueda de Dulcinea, la hija del señor Del
Toboso, quien contrata a los detectives Don Quijote y Sancho Panza.
Ligándose a una historia de amor, por ver tanto su retrato hablado, y a quien
encuentran atada en unos viejos molinos. Y que al final Sancho lo elogia
diciendo: Ingenioso, mi querido Hidalgo, ingenioso.
xiii
Entomología
Dios existe y se ocupa de cosas importantes: a mano traza sobre el
cuerpo de los insectos diferencias definitivas para que ninguno sea igual a
otro. El trabajo divino se percibe a simple vista en la coloración de algunas
especies, momentos sublimes de este empeño son el tornasol metálico en el
caparazón del escarabajo del trigo, las transparencias añil en las alas de la
libélula o el lomo atigrado del piojo de los libros.
La mosca, sabedora de la obsesión que asalta a la voluntad divina,
frota sus patas mientras observa displicente la vehemencia de los rezos con
que intentamos distraer la atención de ese artista dedicado.
Designio
Al entrar al Paraíso te arrancarán los párpados. Es voluntad de Dios
que la perfección de su obra sea contemplada eternamente.
Arte poética
No deja de sonreír mientras escribe la última palabra.
Aspira profundamente antes de colocar el punto final. Con un gesto
suave deja reposar, al fin, el centenar de hojas. Exhala satisfecho.
xiv
A flote
José jugaba con la muñeca de su hermana en la orilla de la alberca. El
papá se la quitó y sin dar explicación lo arrojó con rabia dentro del agua.
—¡Los niños juegan con barcos a navegar, no con muñecas! —le dijo el
progenitor.
José jugó a ser una nube de la cual brotaban gotas saladas y cuando
dejó de llorar, tomó el barco y nadó hasta donde la muñeca junto con su
seguridad y aceptación se hundían.
Split
La Muñeca cumple las fantasías de cada persona cercana a ella:
Las de la madre; ser gimnasta y asistir a campeonatos nacionales.
Alinea las piernas largas y delgadas una con la otra, extendidas en direcciones
opuestas, formando entre ellas un ángulo de 180º. El split perfecto, sin
xvi
cuello del equino, rebotando sobre las piedras con más vigor conforme
pasaban los minutos, hasta que la cuerda se rompió.
—Qué hermosa sombra, me recuerda al buitre sobre Prometeo— las
mujeres vestidas de blanco se pararon entonces, con la tranquilidad de ejecutar
un castigo digno de Zeus.
xviii
Precauciones
Cuando juegan, lo hacen mirándose a los ojos. Las manos
intercambian claps en diferentes secuencias, el canto es un susurro melodioso.
Las niñas duermen en la misma cama y cierran los ojos a las nueve en punto.
Sincronizan el sueño por el que avanza el cartero que hoy les ha gritado una
mala palabra. En casa, el cartero espasmódico escupe saliva y espuma, deja de
respirar. “Otro tonto y ahora sin correo”, maldecimos al alba.
Nunca interrumpimos los juegos de las gemelas, sonreímos al paso y
les deseamos buenos días. En este pueblo temeroso, sabemos que los sueños y
la vida duermen en el mismo sitio.
Noventa días
Los secretos del amanecer están ocultos bajo los árboles
embadurnados de blanco como si se hubiesen maquillado mal para esta fiesta.
Pronto estarán blancos del todo y será la postal perfecta que mirará desde su
cocina quieta ahora, desde el silencio que la envuelve en todos esos
amaneceres prodigiosos de los tres meses de invierno. Ni gritos, ni el dedo que
indica encerrarse en el sótano a recibir los correazos y luego su sexo babeante
y el dolor. Nada más que el albo amanecer y su quietud, hasta los deshielos,
cuando se vuelva imperioso explicar el cadáver del padrastro ensangrentado
bajo los árboles del patio.
xix
Vaticinio de bares
Javier, aquí en Valparaíso no hay sirenas. Las que quedan de tiempos
remotos, envejecen acodadas en las ventanas de prostíbulos imaginarios,
mirando cómo se construyen edificios que impiden su regreso al mar. A veces
dejan escamas al caminar por las calles del puerto y sólo los niños pueden ver
su brillo tornasolado. Pero vendrá el día, Perucho en que todas recobren su
cola de pez, retornen al mar y al mismo tiempo den un coletazo feroz que nos
dejará desamparados ante la ola inmensa que está por venir.
xx
Sarah Good
El hombre, furioso, entró a su casa. Asustada, la esposa no pronunció
palabra.
—La mujer sólo sirve para cocinar y lavar —gritó él, y luego le tiró
una escoba—. ¡Ya sabes qué hacer!
Ella, enfurecida, agarró la escoba con firmeza y emprendió su vuelo
por la ventana.
Aprendiz de mago
Una de las ovaciones más largas en la historia se produjo en el primer
y único acto del joven mago.
xxi
Torso
Mi Venus salió sin brazos de la alberca. Una belleza digna de museo.
Frente al estanque
Después de la luna de miel, uno de los dos empezó a croar.
Alarma
Cuando Caperucita Azul puso un pie en el bosque, todos los lobos se
escondieron.
xxiii
Origami
Tomiashe Arakaki tardó una vida en descubrir todas las formas
secretas que encierra el papel. Cuando, por fin, creyó que había dado forma al
último de los animales de la creación, supo por un sueño que aún le faltaba un
mamífero bípedo. Con la experiencia ganada en setenta años, dobló y plegó,
hábilmente, la hoja y, en segundos, fueron apareciendo las extremidades, el
tronco y la cabeza del hombre. Satisfecho con su obra lo dejó sobre la inmensa
mesa en la que, a lo largo de siete décadas, había ido acumulando sus seres de
papel y se fue a descansar. Al día siguiente, descubrió asombrado y abatido
que varios de sus más hermosos animalitos habían sido cazados y destrozados.
Ingratitud
Con los años el verdugo adquirió tanta experiencia, que de un tajo,
limpio, certero y sin dolor alguno, cortaba la cabeza de sus víctimas. Sin
embargo, nunca recibió de ellas una palabra o un gesto de agradecimiento.
Pachamama
xxiv
El triángulo
—El primer ósculo me lo dio viendo el crepúsculo desde un vehículo
—dice el viejo del báculo, quien recuerda esa boca, en círculo: apenas un
músculo, dice. Regulo el estímulo, pregunto por el vínculo. Toma el póculo,
da un sorbo. Se atosiga, carraspea. Simulo atenderlo pero lo estrangulo. Mis
manos revientan un forúnculo. Sangra. No reculo. Un minúsculo recuerdo
ilumina el cubículo y recapitulo: “ha muerto ella, ya ha muerto él”. Titulo la
escena como “El triángulo”. Deambulo. Salgo.
Culpas de oficina
xxvii
Hace rato me dijeron algo que me causó risa, una carcajada potente,
estruendosa, así que me saqué la carcajada antes que todo el mundo la
escuchara, la hice bolita dentro de mi mano derecha y la empuñé hasta que
llegué a la ventana, la abrí y la arrojé al vacío. Luego me fui discreta y
apresuradamente a mi oficina. Ahí viene el conserje del edificio. Pregunta que
de quién chingados es esa carcajada. Todos se ríen. Yo, para no delatarme,
muy seriamente le ofrezco un sándwich. Él nos manda a la chingada y regresa
al primer piso. Luego mis compañeros se van a sus oficinas. Yo suelto unas
cuantas risillas que luego envuelvo en varias servilletas húmedas que tiro en el
excusado. Tiro de la cadena. Dos de ellas quedan flotando. Regreso,
preocupado, a mi oficina. Luego me relajo: creo que es mejor pensar que a
alguien más culparán por andar tirando risillas al wc. Aunque eso sí: una
carcajada es una carcajada, digo para mis adentros y suspiro. Luego tomo un
bolígrafo y pincho el suspiro. Alguien hace shhhhh afuera. Me pongo a
trabajar.
xxviii
Topo
Mago de la escarba el Topo,
aprendiz de la superficie,
sultán de los agujeros.
La profundidad su oficio,
la soledad fiel —allá abajo—, su fortuna.
Mariposa
La mariposa llegó a un riel de la vía del tren, para esperar la muerte. Y
no era el aire quien la llevó allí, ni lo triste de aquella tarde ruinosa. Fue la sed
por llegar a su fin, la que le trajo al metal que relumbraba con la bravura del
cuchillo y la paciencia del yunque. Supo que había llegado al iluminado lecho
del relámpago. Allí, sobre la luz del helado riel, claramente decidida, colocó la
cabeza.
Julia y yo la miramos en silencio. La tarde anunciaba el tren de las
seis.
xxix
Teoría de la sombra
El hombre esperó en vano a que su sombra saliera a la superficie. Ella
se quedó a vivir por siempre en el fondo del mar.
De cero
“Por favor, sea breve”, dijo el asesino. Yo le obedecí. Subí al
dormitorio de mi esposa y le hice el amor por última vez. Arropé a mis hijos y
les conté un cuento hermoso que escucharon con arrobo infantil. Observé sus
caritas al dormirse, tratando de imaginarles en una versión adulta. Por fin, bajé
a la salita, donde él me esperaba con su pistola preparada. Me ofreció un
cigarro y fumamos en silencio. Después cogí mis maletas y salí para no
escuchar los gritos. Es difícil empezar de cero.
Ritos de paso
Cuando un niño de F. cumple doce años, sus padres lo llevan a ver al
profeta. Es un hombre anciano, de edad incalculable, que vive en una gruta
escondida en la arena. Allí medita y ayuna, esperando a que el desierto le
descubra sus antiguos secretos. Los niños de la aldea, morenos y enjutos,
pasan una noche en su compañía, escuchando sus enseñanzas con los ojos
muy abiertos. Al amanecer, regresan junto a sus padres, que desde ese
momento les tratan como verdaderos adultos. Otras veces, si los niños son
demasiado cobardes para soportar las revelaciones del profeta, huyen del
pueblo y sus nombres son condenados al olvido. Son niños débiles, llorones,
xxxvii
que no sirven para la dura vida del desierto. Niños torpes y gordos que apenas
saben caminar por las dunas sin tropezarse. Ah, el profeta. Cómo se relame al
verlos llegar.
Trenzas
La pasión de mi vida es hacer trenzas. Hábiles, mis manos adquieren
vida propia al entrar en contacto con una melena. Atrapan mechones y los
unen a velocidad de vértigo: trenzas clásicas, africanas, de espiga, de medio
lado, no hay variedad que se me resista. Las mujeres entran a mi peluquería y
salen convertidas en obras de arte. Soy avariciosa, todo para mí es una trenza
potencial: las plantas, la comida, las madejas de lana. Tiemblo de emoción
ante un plato de espaguetis. Pruebo y combino ingredientes sin control: pelo y
hierbas, tela y flores, plumas o algodón. Y de repente llegas tú, con tu cráneo
pelado, y me dices desafiante que no te irás de mi local sin una trenza. Ignoras
de lo que soy capaz. No tienes barba, patillas ni bigote al que recurrir, así que
te arranco la ropa y busco en vano un mechón en tu cuerpo lampiño. Tú ríes,
provocándome. Yo me despojo con furia de mi uniforme. Ávida, te envuelvo
con mis piernas y te encajo firmemente entre mis muslos. Es mi triunfo. La
trenza definitiva. El éxtasis.
xxxviii
Inception 1.5
Cuando despertó, todavía era la bella durmiente.
Duelos y quebrantos
Aparecieron las piernas en el embarcadero de Xochimilco; los brazos,
en el tiradero de Xochiaca; el tronco, en el atrio de una iglesia de Valle
Aztlán. Pero nunca dieron con la cabeza de José Eutanasio; se la habían
comido los perros en una olla de algo más humano que carnero.
xxxix
Insecticida
No hay tragedia pequeña, dice la hormiga sobreviviente al holocausto
en el jardín.
297
Oculto en la oscuridad miró hacia el otro extremo del puente y no vio a
nadie. Por puro placer hizo cálculos mentales para decirse, otra vez, la
cantidad dentro de sus frascos en casa. Se enfadó al recordar a ese hombre alto
sin el dedo meñique y a la anciana que le faltaban dos dedos del pie izquierdo.
xl
Historia de la mosca
Aunque se desconoce su origen, la mosca siempre aparece. Surge de
pronto en los pisos más altos de los edificios más altos sin dejar indicios de su
procedencia. Se refugia en los hipogeos, se perpetua en la inmundicia, se
oculta en el interior de las frutas.
La mosca, se sabe, es enemiga del sueño. En la habitación 309 del
Hotel Oxford de Baalbeck hay una mosca que se presenta cada noche con una
xliii
Comité de presupuestos
Tomas tus libros contables. Los pones bajo el brazo y te diriges al
lugar de la junta. Discutes apasionadamente: Gritas, Manoteas, Insultas al
director general.
Sales del baño oliendo a jabón, limpiecito, tan tranquilo.
Invisible
Cuando el hombre invisible reapareció, el resto del mundo dejó de
mirarse.
La muerte de mi padre
Cuando siento el amor de mi hijo, cuando juega conmigo, pienso que
debo haber querido mucho a mi padre. Tal vez por eso se dio entonces en mí
la secreta ilusión de que lo hubieran enterrado vivo y que hubiera que ir por él
para rescatarlo; lo que intenté hacer, efectivamente, la noche del día en que lo
sepultamos.
Corrí al panteón —vivíamos en Tacuba— armado de una palita de
lámina, seis años de edad y ropa de calle sobre la piyama. El aire frío me
pegaba en la parte superior de la cara; las nubes, blancas, iluminaban la noche
rebotando luna.
Nunca pude brincar la tapia. Como a las dos horas, quién
xlviii
sabe, regresé a mi casa.
No pude verlo otra vez, pero tuve mi desquite: soñé
con él toda la noche.
xlix
La minificción
La minificción hispánica (espléndido género brevísimo: máximo una
página) es lúcida, lúdica, etérea, irónica, onírica, icónica, mítica, mínima (y
máxima), críptica (o nítida), súbita, intrépida, fantástica, magnífica, epifánica
y quimérica. Jamás cándida.
Es éxtasis estético, vértigo, pájaro, relámpago.
Twitter griego
Mi mamá me mima. Mimo a mi mamá. Edipo.
li
El hijo pródigo
Cansado de ser el paradigma del rebelde y comandar las fuerzas del
mal, Satanás se arrepintió y pidió perdón. Jehová lo recibió con los brazos
abiertos, como al hijo pródigo que regresa a casa. Hubo en el cielo una fiesta
tan fastuosa y prolongada que provocó la envidia de los ángeles, arcángeles y
querubines: “¿Cómo es posible —decían—, que lo reciban así cuando tantos
males ha hecho en el universo? No puede ser.”
Al recibir al arrepentido, Jehová pensó que los secuaces de Satanás
harían lo mismo, pero no fue así; al contrario, ante la traición de su
comandante, se radicalizaron. El mal tenía ahora un ingrediente adicional: la
sin razón, la irracionalidad, el mal por el mal.
Reloj de sangre
El hombre ama su reloj de pulsera con la forma gótica de un vampiro.
Todos los días a las doce de la noche, cuando la alarma toma la casa por
sorpresa, un colmillo finísimo sale de la máquina y se hunde en la carne, de
donde roba una gota de sangre. El líquido es absorbido, y por un complicado
mecanismo bioquímico se transforma en energía cinética, la cual mantiene al
artefacto en movimiento. Cada muestra de sangre representa un día menos de
vida para el individuo, y un día más de movimiento para el dispositivo. Así, el
vampiro del tiempo lo va consumiendo con suma lentitud y el ser no advierte
que se va muriendo.
liii
Un canario
Tengo un canarito. Nació y ha crecido solo en su jaulita. Sus alas
truncas le impiden volar, su cuerpo es pequeño y su vista débil. Los otros
canarios lo rechazaron desde el principio. Todas las mañanas pisca satisfecho
su alpiste y su lechuguita, y pongo agua limpia en un recipiente para que beba
y retoce en ella a sus anchas. De todos mis canarios es el único que no se
asusta cuando me acerco. A veces me da pena su cautiverio: meto la mano y
salta ligero a mi dedo extendido; lo saco de la jaula y lo pongo encima de ella.
Y se ve contento el canarito. Otras veces lo llevo sobre mi dedo hasta la sala
de la casa. Me recuesto en el sofá y lo observo, entonces extiende sus alitas, da
ligeros saltos a lo largo de mi dedo mientras levanta su cabecita hacia el techo,
y de pronto se lanza y cae al suelo. Camina desorientado, le acerco el dedo y
sube en él. Lo llevo de regreso al patio, y cuando entra de nuevo a su jaulita se
encrespan las plumas de su cabeza y comienza a cantar, y es entonces cuando
comprendo que para el canarito la verdadera jaula es mi casa.
El cacharro
Era un cacharro entre otros cacharros amontonados en un rincón del
patio de mi casa. Un buen día, cuando salí a cambiar el tanque de gas, lo vi
separado del montón, a una distancia de diez centímetros. Pudo haberlo
movido un gato o una urraca, o el mismo viento. Sin embargo, con este
cacharro ocurre que en medio de uno de sus costados emerge una palanquita,
liv
El hombre de piedra
El hombre de piedra vive en mi casa. Sus tenaces pasos retumban en el
techo de mi cuarto mientras pedazos de tirol caen inclementes sobre mi cama.
Me levanto, subo a la azotea y me detengo frente a la puerta cerrada de su
cubil. Le canto o le recito cualquier cosa, hasta que paulatinamente deja de
caminar y vuelve a la eterna quietud de toda roca. En la noche regreso de
trabajar y me tiendo agotado en la cama, pero en cuanto cierro los ojos suenan
lv
de nuevo los pétreos pasos en la azotea y vuelvo a subir para cantar o recitar
cualquier cosa.
Hay noches, sin embargo, que prevalece un silencio pesado e
inquietante. En esos momentos pienso que quizá el hombre de piedra ha
quedado inerte para siempre, que su presencia, inaudita y equívoca, ha
recuperado al fin la simplicidad ininteligible de toda roca, pero cuando subo a
su covacha y abro apenas la puerta, veo algo completamente negro, simple y
angustioso como un agujero, una masa fuliginosa que se revuelve inquieta,
que se yergue y que comienza a caminar, obstinada e impasiblemente.
Desde que recuerdo el hombre de piedra ha vivido en mi casa, no sé de
dónde vino ni el fin que tiene en la vida, ni cómo su existencia fue enlazada a
la mía, sólo sé que desde el principio me fue deparada esta carga, ignoró quién
me la impuso o cómo la contraje, o si en realidad me concierne, pero no por
eso es menos cierta, y cumplir con ella se ha convertido en la justificación de
mi existencia. A veces quisiera irme lejos y dejarlo abandonado, pero la
costumbre y un ambiguo e íntimo sentido de la responsabilidad me lo
impiden.
Hay días, sin embargo, que la carga es demasiado abrumadora, como
si llevara encima un enorme peso todos los días de mi vida, y entonces me
pongo a llorar en medio de la noche, y cuando el llanto es más fuerte dejan de
sonar los pétreos pasos en el techo de mi cuarto y me parece percibir un
sonido cavernoso, férreo, que viene de arriba, y me consuelo pensando que
quizá el hombre de piedra intenta llorar conmigo.
lvi
Supergirl
Mi novia es una Súper Chica. Puede volar, cargar cosas muy pesadas,
destruir paredes enormes con su vista de rayos X, transportarse a súper
velocidad. En fin, puede hacer de todo. Lo único que no puede hacer mi Súper
Chica es salir de ese bendito póster y hacerme compañía.
Grandes ligas
Su sueño era llegar a ser una estrella de Grandes Ligas. Se levantaba
todos los días a las cinco de la mañana. Le daba treinta vueltas a la cancha de
baloncesto que había frente a su casa. Hacía cien sentadillas y ciento cincuenta
pechadas. De ahí iba a su casa, se daba un buen baño y comía el desayuno
anti-light de la dieta dominicana: plátano con salami. Luego se iba derechito al
estadio a practicar. Su desempeño era mayor que el de sus compañeros,
aunque nunca oyó un elogio. Los demás miembros del equipo no se
explicaban de dónde le venía ese brillo que los quemaba de envidia. Cada
juego era una tortura para ellos, un maldito encuentro con la mediocridad. Las
lvii
Cuerpo de cristal
Su cuerpo frágil se movía libre en su holgado ropaje. Cada vez que el
pantalón se agrandaba en sus caderas, sentía una momentánea felicidad que se
apagaba cuando el espejo le devolvía a esa mujer gorda que decía ser ella.
Otra vez a sentir la culpa de haber comido un trozo de galleta integral. Otra
vez a buscar un inodoro para expulsar la pena. Otra vez la alarma de los
padres al mirar el esqueleto de su hija. Otra vez el hospital. Otra vez la muerte
en la cabecera. Y esta vez el funeral de una niña que tuvo por ídolos figuras de
papel satinado.
lix
Los chorreados
Dos chorreados malos, bien malos, andaban a esas horas. Sus caras se
entrecortaban por las sombras. Gustaban de llamarse “los chorreados”. Sus
ojos eran castigados por la oscuridad malsana, por las puertas trabadas con
llave, por el aire espeso de esas madrugadas. Qué son ellos sino fantasmas
para nosotros, qué somos nosotros sino fantasmas para ellos. Qué temprana la
edad en que uno delimita el afuera y el adentro. Los unos y los otros.
Fronteras. El bien y el mal. Nosotros y ellos. Catálogo de acciones. Y en
verdad nadie tiene cara. Los unos por las sombras, los otros porque tapan la
luz.
Cachorro
Yimi es un niño ágil y sin educación. Yimi salta alambrados y en eso
es único. Es una liebre, es un lince, es un leopardo vagabundo y violento.
Afana/chorea/roba/quita/asusta. Mete miedo. Yimi es un cachorro maldito. Es
el hijo de nadie. Entonces nadie lo para. A veces Yimi tiene la mochila que le
lx
Irresponsables
Somos irresponsables, culpables de lo que no está hecho, odiosos de la
obligatoriedad del acto. No tomamos magnitud, ni percibimos ninguna deuda.
La omisión y el desánimo no representan un castigo para nosotros. Dejamos
para mañana lo que podemos hacer hoy.
Cada vez que no vibró, lo soltamos; si se quería ir lo dejamos, si se
quería quedar, lo quedamos. Asumimos las consecuencias y a veces no
sabemos ni cuáles son. Somos niños que guerrean las batallas inútiles que nos
inventamos librar. Somos un jardín de infantes en Alcatraz. No verificamos,
no somos exactos, no lo entendemos, no disponemos de pruebas para nada de
lo que decimos.
Somos irresponsables, infractores de lo que no hemos escrito por
nuestra cuenta, pero inocentes de lo que hacen los responsables en nuestro
nombre.
lxi
Espectros
Mi hermana solía mirarme desde el jardín, a través de la ventana. En
verano le crecían lilas en el pecho. El otoño tejía corolas de hojas secas para
su cabellera. El viento del invierno arrebolaba sus mejillas. En primavera, sus
ojos lloraban la lluvia que hacía brotar capullos de colores en sus manos.
Ninguna estación del año cambiaba, sin embargo, el odio de su mirada.
Tampoco su dedo incriminador, que apuntaba siempre a mi recámara. Cuando
los aires de algún enero me hicieron escuchar sus lamentos, dejé de abrir los
postigos. El fantasma empezó a aparecer en la cocina, removiendo ollas,
poniendo gotas de arsénico imaginarias en la leche de mi cena. Pobre. Cuando
murió tiré el resto del veneno, a excepción de un poco que guardé para
tomarlo cuando encontraran su cuerpo enterrado en el jardín de nuestra vieja
casa.
3 am
Margarita vio salir a Mefistófeles igual que lo vio llegar: por la
ventana, seguido del humo y el estruendo que, ya le habían dicho, eran parte
del ritual. A esa hora —3 am—, sin embargo, la ciudad dormía, ajena a pactos
e invocaciones diabólicas. Justo a las 7 am, Margarita intentó levantarse de un
salto para ir a la universidad. No tuvo éxito: le dolían las articulaciones. Quiso
pintarse los labios con ese rojo-pasión que le quedaba tan bien a su piel
blanca, pero el bilé sólo consiguió darle a su rostro un aspecto todavía más
ruinoso. Creyó por un momento que al demonio se le había pasado la mano a
la hora de avejentarla, pero cuando recordó a su amado profesor Fausto en esa
silla de ruedas que ella tanto ansiaba empujar por los pasillos de la facultad,
sonrió a su nuevo y derrengado aspecto. A ritmo lento llegó a la parada. Algo
temblorosa trepó al autobús; la mochila a la espalda le pesaba; de pronto, una
punzada quemante fustigó su nalga derecha. Una anciana le sonrió,
comprensiva: “Ciática, ¿verdad?” Ya en la oficina del director, Margarita
preguntó por el doctor Fausto. Murió anoche, señora, contestó la llorosa
secretaria. Un infarto fulminante a eso de las 3 am. ¿Señora? ¿Gusta un vaso
de agua?
lxiii
Mauricio Molina:
lxiv
Ángel de luz
“Mamá está en mi cuarto”, le dije a mi hermana. “Dice que quiere
hablar contigo, que vayas.”
Mi hermana me miró con lástima, aunque también con reproche.
“No puede ser”, me contestó. “Mamá está muerta.” “Ya lo sé, pero ahí
está. Ven a ver.”
“Bueno, está bien. Vamos.”
Y atravesamos la pared
cogidos de la mano.
El jardín de Virgilio
¿Cómo se enamoran los muertos? ¿Qué tipo de miradas, de
pensamientos, de caricias se dirigen a través de la tierra que los separa? ¿Con
qué palabras se dicen las cosas que se tienen que decir? ¿Se tocarán alguna
vez? ¿Qué tan larga será para ellos una noche sin dormir a causa del deseo?
Preguntas y más preguntas. ¿De cuándo acá me ha entrado esta curiosidad por
saber cómo aman los muertos?
Página suelta
No sé qué extraño impulso, qué rigor, qué complacencia, me mueve a
no moverme. A veces, me siento en una silla de respaldo recto y permanezco
lxv
Adaptación cinematográfica
Hace tiempo, La culta dama de José de la Colina estaba por terminar la
lectura de El dinosaurio de Augusto Monterroso. Por cierto, ¿tú ya lo leíste?
—No, esperaré la película.
Alegoría
Sediento y tendido a mitad del desierto vislumbro una silueta
femenina. Viene de sacar agua fresca de un pozo. La joven se allega adonde
yazgo y acerca con su mano mi cabeza al odre. “Hoy no moriré”, bebo
desesperado.
Reconfortante delirio. Agonizo. La visión nunca fue real, pero era
necesaria. Supuse un oasis donde apenas había un espejismo.
Alas
Ella le escribió muy temprano para contarle que había soñado con un
ave canora posada afuera de su ventana. El gorjeo insistente de un pájaro lo
despertó al amanecer, pero volvió a dormitar (reconoció cierta familiaridad en
la melodía a pesar de nunca haberla escuchado antes). Más tarde, aún de
mañana, abrió los ojos espabilándose. Conforme leía el mensaje asimiló: había
visitado su sueño y ella, en gratitud, se convirtió en un animoso pajarillo para
darle los buenos días.
lxvii
Striptease
Amparada por una oscuridad rojiza, se fue descubriendo poco a poco,
primero pudorosa, luego franca y descarada hasta mostrar plena su luminosa
desnudez de luna llena.
Pero es inútil: desde que el hombre la volvió alcanzable, todos miran
de soslayo el infinito; hay noches que ni el mar se agita.
Bajo control
Me despertó su alharaca, pero me di mi tiempo; puse la cafetera,
encendí un cigarro y me arrobé en el sillón.
—Ahora sí, ¿qué quieren? —les digo.
Aspiro el humo largamente. Se miran entre sí, parecen desconcertadas.
Están acostumbradas a tomar el control, pero cuando lo pierden, ya no saben
qué hacer. Saboreo la textura cálida y espesa del café. Las escucho murmurar:
—Qué tipo más loco, en qué cabeza cabe, su comportamiento es de lo
más extraño; shsss, baja la voz, podría escucharte; ¡hasta crees!, te dije: nos
está viendo…
lxix
Conversación a solas
La oscuridad era una mancha espesa; el frío de la madrugada, un dolor
de huesos. Tiritó y su cuerpo fue un agudo castañeo de matraca. Si no abrió
los ojos fue porque, simplemente, hacía tiempo que las larvas dieron cuenta de
ellos. Nunca se sintió tan solo como ahora; a su alrededor no queda rastro del
último gusano que lo acompañaba. La muerte es una mierda, suspiró; si
muriera otra vez, pediría ser incinerado.
Arropadas en su propio silencio, las cenizas seguían pensando.
lxx
Anfibolocura
lxxi
Los compañeros del barrio, intrigados, decían que era una mujer
vestida de hombre porque se llamaba Cristal. Su mejor amiga insistía que era
un hombre vestido de hombre aunque se moviera como hembra. El carnaval
fue el momento oportuno para saberlo. Cristal, con disfraz de afrodita y yo de
una bestezuela anónima que se permitía andar a su alrededor y entre sus
piernas. Tres días y noches de jolgorio, bebida y pasión tras los cuales, mis
amigas y amigos, intrigados, trataron de sonsacarme la verdad. Yo, reservada,
me ponía a cantar. “Nada es verdad, nada es mentira, todo es por el cristal con
que se mira…”
El nacimiento de un Príncipe
Ese día había decidido cambiar su perspectiva de la vida. ¡Fuera el
pesimismo! ¡Nunca más mostraría inseguridad ni amarguras! A la sombra de
una vieja y deslustrada estatua, dedicada a un personaje igualmente oscuro
cavilaba, cuando una urraca, posada en la cabeza del monigote metálico, dejó
caer al centro de su frente una gran gota amarillenta y viscosa. Recordando su
nuevo propósito, en lugar de maldecir al avechucho, Oscar extrajo unos
maltrechos papeles de su bolsillo y empezó a anotar: Golondrina, golondrina,
golondrinita…
lxxii
3L Nu3v0 Evang3l10
En aquellos tiempos, los robots recorrían las calles sobre caballos
robustos mientras tocaban sus cornetas y quemaban a todo científico que
buscaba dar la cura a la ignorancia. Los seres humanos idiotizados miraban el
reloj esperando el apocalipsis mientras los alacranes consumían sus carnes y
los mares arrasaban con los árboles. Las sirenas solo miraban complacidas el
exterminio de los hombres.
Silencio
¿Qué es el miedo? Pronunció el extraterrestre mientras contemplaba
sus manos, ella lo besó para contestarle. Asombrado, dibujó el beso y volvió a
repetirle con desesperación: ¿Qué es el miedo? Y sólo escuchó un repentino
silencio. Sus ojos terminaron por derretirse en aquel lugar llamado ausencia.
El eclipse
lxxiii
Es un dragón que trae todas las lunas que nunca miramos en la cola,
reposa sobre una nube que está cerca del sol y contempla a los seres con dudas
de que sean humanos. Mientras, observamos una vez más el cielo en una
pantalla LED de 19 pulgadas.
lxxiv
Juan Carlos Rueda (Ponce, Puerto Rico, 1968): estudió Historia (B.A.,
M.Ed.) y Bibliotecología (M.I.S.). Ha escrito, junto con José Luis Sierra,
Tocando fondo: cuentos para discutir a Puerto Rico (2012), Ana en las tierras
de la ternura (2014), La orilla donde sueño: cuentos a partir de poemas de
Julia (2014) y Mujeres puertorriqueñas: 1898-2000 (2016). Fue incluido
además en la colección antológica Cuadernos de Taller del Instituto de
Cultura Puertorriqueña (2001) y en Los nuevos caníbales: antología del
microcuento del Caribe hispano (2015).
1
En el año del centenario del natalicio de Julio Cortázar (2014).
lxxv
Tretas de la muerte
—¡Cuidado, Ernesto, la muerte te anda rondando! No mires hacia…
Atrás.
Cinturón de castidad
Los ojos de John, se humedecieron cuando Sir Orlando le anunció que
mientras él estuviera luchando a muerte contra los moros en el sagrado intento
por recuperar Tierra Santa, dejaría a su cargo la llave del cinturón de castidad
de su esposa Lady Marie.
Era la mayor muestra de confianza hacia un vasallo por parte de su
señor. Si el guerrero regresaba vivo, le recompensaría ampliamente por haber
cuidado de su honor; si moría en batalla, sería su obligación destruir la llave
evitando que cayera en manos de hombre alguno.
Los ojos de John, se humedecieron más aún, cuando fue llevado a
rastras con el castrador de cerdos como una última medida precautoria.
Vano afán
Elisa disfrutaba viendo a los gansos que cruzaban el cielo de su aldea.
Su madre le decía que las formas dibujadas en el aire eran letras, y que con
ellas, las aves escribían historias maravillosas de las tierras del sur.
La niña entró a la escuela con la ilusión de leer lo más pronto posible.
Para cuando lo hubo logrado, el cambio climático había alterado seriamente
las rutas migratorias.
Oscura carga
lxxviii
Lo de siempre
—Te advertí que te amaría hasta la locura —dijo A sonriente. —Sí,
hasta mi locura —respondió B y se lanzó por la ventana.
Vórtices gozosos
lxxx
El grito
La piedra es plana, porosa, mediana, con cierta redondez que la hace
parecer trabajada por algo más que el mar o el tiempo; podría haber sido hecha
por manos artesanales de un tiempo inmemorial. Es muy porosa, parece un
huevo aplastado y deja un polvillo muy tenue entre los dedos, que da la
sensación de que algo del polvo que anida en sus cráteres microscópicos
quedara pegado en las yemas. La toco, la sostengo, la mido, ahora se me
ocurre que si fuera un poco más pesada y más esférica tendría el tamaño ideal
para una boleadora. Claro que necesitaría otra similar para completarla. (O dos,
si la boleadora fuera de las llamadas “tres marías”, donde la tercera, la del
medio, está atada con un tiento mucho más corto). Sí, ahora la veo bien, tiene
el mismo aspecto de las armas vistas en los museos indígenas y gauchescos.
Qué poco poético, o mejor qué terrible ser un arma mortal destinada a quebrar
piernas, o patas, o a enroscarse en la garganta de algún cristiano y golpearlo en
la frente con un chasquido seco de melón maduro; ver esa frente manchada,
lxxxii
Cápsula
Es cuadrado y fino como una caja de fósforos, pero no es liso en todas
sus caras, al menos no en las más grandes. Tampoco es rugoso en sus lados
más estrechos. Si fuera una caja de fósforos debería tener por lo menos una
cara lateral, alargada y fina que fuera rugosa, una superficie con arena pegada
o algo así que permitiera la fricción necesaria para encender la llama. No sé si
dije que una de las caras mayores tiene algo liso pegado, es semiesférico y en
relieve, como si le hubieran adherido un caparazón de tortuga marina pero una
tortuga minúscula, no más grande que la superficie de un dedo pulgar. Podría
decirse que es liso y redondeado como un molusco y debe medir a lo más
cuatro centímetros, es muy chico, aunque también hay que decir que nunca he
sido bueno para calcular ninguna clase de medida. Mover la cajita produce un
ruido áspero y rítmico, como si estuviera llena de piedritas o de granos
gruesos de arena endurecida. Ignoro su función; sé que debe esconder algo
adentro porque está claro que la caparazón externa es un adorno, un
ornamento que significa que lo que está allí es muy apreciado por alguien. Me
pregunto por quién y sobre todo para qué. No es fácil imaginarlo. El ruido de
piedritas resulta, al menos lejanamente, parecido al de una maraca diminuta; la
cantidad de granos o semillas es considerable. El caparazón, que yo imagino
lxxxiii
La batalla
La batalla comenzó con un estornudo: el de Emiliano Gutiérrez
Nabilia de Ordaz y Roico, natural de Moranca de Fez, fuero de Lasburgo,
condado de Tréveris, por aquel entonces un mozalbete de poco más de quince
años que había quedado propenso en virtud de un mal contraído tras un
intenso comercio carnal practicado con Carmen Xátiva, una montañesa
acusada en su remota aldea de blasfemia y meretricio continuado, que
apareció en nuestras tierras al final de un periplo agotador y complicado que
inició al abandonar a su seis vástagos a la buena de Dios; esos niños se criaron
solos dentro de los estrechos límites de la Sierra de Cásmago Vey, en una
aldea cuyo nombre original nadie recuerda pero que de un tiempo a esta parte
ha sido conocida como Collado de la Piedra Verde, o de la Piedra Alta, en
realidad algo menos que un mísero caserío de fincas rudimentarias, mal
hechas y peor presentadas, con haciendas consumidas por animales flacos y
lxxxiv
Pirañas
Dos hombres lo sujetan de los brazos mientras un tercero y cuarto le
quitan reloj y anillos, y un quinto se enfrasca a sacar todo de los bolsillos. Y
también un sexto y un sétimo toman las sendas piernas del asaltado para
facilitar a un octavo y noveno quitarle los zapatos y calcetines. El décimo y el
décimo primero revisan su portafolio y determinan que es de valor o no. Pero
el décimo segundo no se queda atrás, pues él, con una imagen entre niño y
monstruo, se dedicaba a hincarle el cuerpo con una aguja, quizás para distraer
el dolor que podría sentir mientras el décimo tercero le abre la boca para que
el décimo cuarto pueda, auxiliado por unas tenazas, extraer los dientes de oro.
Sin embargo, un décimo quinto se lamenta de que la víctima no fuera de esos
hombres modernos que llevan aretes de oro. De buena gana le hubiera
arrancado las orejas. Sólo le resta aguardar su turno, junto con otros veinte,
para completar el asalto.
Decisiones
lxxxvi
Espectáculo en la 201
Según sabemos, antes de que esta mujer recibiera a sus clientes en la
habitación 201, ella trabajaba en un circo miserable. Dicen que ni siquiera
tuvo que abandonarlo, sino que éste, que ya se disolvía en el camino,
simplemente no volvió a levantar carpa y despidió a todos, incluido a los
animales famélicos que aún sobrevivían por terquedad. El destino de la mujer
fue el más natural, al menos para este pueblo, que siempre ha andado escaso
de putas —y otras cosas más que a los hombres de aquí nos ha dejado un aire
melancólico—. Su presencia no alteró demasiado nuestro ánimo, pero logró
que en nuestra sonrisa se estampara una ligera brizna de complacencia. Y,
para qué negarlo, llegamos a apreciar su sorpresiva habilidad para que, sobre
la cama, solo apareciera su torso, mientras que las piernas nos observaran —
porque eso parecía o creíamos— desde una cómoda. Claro, a veces también le
lxxxvii
La última palabra
En sus años de estudiante, Abdul nunca entendió el prestigio que
gozaba el lenguaje entre sus pares. Uno a uno, sus maestros repetían en sus
obtusas digresiones que, a lo largo del tiempo, “el lenguaje se había
convertido en el instrumento de comunicación más poderoso creado por el
hombre”. Un día despertó convencido de que debía desmentir aquella absurda
sentencia y decidió abocarse por el resto de su vida a un silencio absoluto.
Poco tiempo después, Abdul fue expulsado de las aulas, perdió a los pocos
amigos que había logrado cosechar y pasó a formar parte del largo y anónimo
cortejo de los marginados. Aferrado a su taza de hojalata se le veía hacer cola
a la entrada de los asilos o recorrer las calles de su ciudad bajo torrenciales
lluvias o nieves inclementes siempre empujando una coja carretilla en la cual
llevaba sus cuatro miserables trastos. Por las noches, compartía las fogatas de
los desvalidos y los drogadictos que se arremolinaban al lado de la cóncava
masa de concreto de los viaductos, siempre conservando bajo llave el preciado
tesoro de su silencio. Poco a poco, Abdul fue olvidando los nombres de las
xc
cosas y los de quienes alguna vez fueron sus seres más queridos; el mundo se
volvió así una masa informe de sonidos e imágenes de la cual él ya no pudo
distinguirse ni apartarse. Un día, tendido entre los escombros de un edificio,
amaneció sintiendo que su cuerpo renunciaba a hacerle caso. Una y otra vez
intentó levantarse para buscar auxilio, pero sus piernas no le obedecieron. De
pronto, en su mente afloró la única palabra que aún podía recordar y grande
fue su alivio, pues intuyó que por ella podría salvarse; pero, cuando al fin
logró pronunciarla, ya nadie pudo entenderla.
El hombre amaestrado
Le proponemos la mujer
que ha soñado toda la vida…
J. J. Arreola
Cada que volvemos a pasar juego a ver qué tanto se aproximan las
patas de Arya a sus propias huellas. Hay días que pisa exactamente, o casi, en
una, en dos, pero como es de esperarse nunca repite con exactitud el viejo
trayecto que permanecerá grabado ahí hasta que, dentro de no puede saberse
cuánto tiempo, una nueva cuadrilla de trabajadores que quizá no han nacido
todavía, lo rompa y lo retire con la más perfecta de las desaprensiones.
El sueño de Arya
Arya duerme y algo sueña que le hace soltar sonidos inconscientes que
no se sabe bien cómo definir, entre que bufa y ladra muy sordamente, y sin
abrir los ojos de seguro está viendo algo que la inquieta pero es al contrario,
precisamente quieta, que va por ahí tras el rastro de un olor quizá de los
incontables que hoy, como cada día, la hicieron desandar y reanudar sus
trayectos por la calle. En este momento mueve una pata, la deja inmóvil,
vuelve a moverla, y ya debe andar muy lejos del sitio donde yo digo que la
miro.
xcvi
Torero
Triste destino el del torero que al ondear la capa aterciopelada, mira
distraídamente hacia las gradas, donde descubre a su novia en los brazos de un
desconocido, y en el instante de verlos besarse descaradamente, siente la
cornada mortal del toro.
El nadador incansable
Cuando se dio la orden de comenzar, los atletas saltaron a la piscina de
agua salobre. El nadador 2107 al principio quedó atrás, pero gracias a sus
braceos frenéticos pronto se puso al frente de los competidores. Braceaba tan
incansablemente que, tras llegar al borde final, no se detuvo a escuchar los
vítores y aplausos del público, sino que penetró al túnel por donde se llenaba
la piscina y continuó agitando los brazos en medio del mar. Y cuando desde la
playa o los botes le gritaban que se detuviera porque la competencia había
terminado, se zambullía para seguir nadando bajo el agua. De esta forma,
infatigable, nadó hasta que sus perseguidores le perdieron el rastro. No lo
vieron regresar para recoger la medalla ni recibir los halagos del triunfo.
Después, absortos, decidieron tapar con tierra la piscina, establecieron algunas
sanciones y jamás se volvió a hablar de juegos deportivos en la prisión de
Alcatraz.
xcviii
¡Espantapájaros!
Tengo un capricho en la lengua que termina cuando empieza tu
nombre: que aprendas a nombrarme como yo me nombro en soliloquios, en el
silencio, en la ausencia. Si no lo sabes y necesitas seguir pistas como migajas
de pan, llama al hombre de mimbre con hambre de lumbre un noviembre de
incertidumbre en la cumbre de costumbre por nombre y no pronombre hasta
que tu timbre ya no cimbre y el enjambre permanezca en el alambre.
Ene designios
Deseo lunar de la luna: tener un espejo para cada cara.
Deseo lunar de un lunar: tener luz propia.
Deseo lunar del lobo: el papel de soprano.
Deseo lunar del mar: una noche silenciosa.
Deseo lunar del conejo: regresar.
Deseo lunar de las estrellas: quitarle el papel estelar a la luna.
Deseo lunar del lago: tener ombligo.
Deseo lunar del sol: un eclipse.
Homónimos
xcix
Küska
El insecto es invisible y camina siempre cerca a las palabras de este
cuento. Se parece a una hormiga, pero tiene tres antenas. Su modo de andar es
siempre en círculos. Es indestructible, aunque no tiene ningún enemigo con
quien probarlo. Para poder tocarlo tendrías que creer que los cuentos
fantásticos son reales, lo que le sucede a no pocas personas. Si eres una de
ellas, ten cuidado porque muerde.