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“La telenovela errante nos llevó a encontrar otras películas de Ruiz sin terminar... y bueno, por lo pronto se
nos vienen dos filmes más que se construirán con dirección de la cineasta Valeria Sarmiento y con la
producción de Poetastros. ¡Esto no termina nunca amigos!”
Chamila Rodríguez
La telenovela errante expresa una reflexión colectiva, una carta abierta a reírnos
del qué dirán y del cómo nos miran. Ruiz filma la película en la última década del
siglo XX, un siglo convulso, lleno de violencia e impunidad, en una Latinoamérica
que padeció el terror de las dictaduras cívico-militares. Sin embargo, el registro
cultural enraizado en una realidad histórica, política y económica posee una riqueza
sinigual que podemos reconocer en la filmografía de Raúl Ruiz, así como en las
películas de los cineastas chilenos Miguel Littín, Helvio Soto o Patricio Guzmán. En
síntesis, una generación de cineastas comprometidos para denunciar las estructuras de
poder icónico.
La telenovela errante está dividida en siete capítulos que hacen alusión a los días
de la semana. El ritmo depurado muestra temas acerca de la posición política, la ley
de divorcio, los grupos terroristas, las crisis económicas, la sociedad dispersa, las
sensaciones represivas y más; situaciones claramente trazadas en una forma
telenovelera e inverosímil. La película se desglosa en una clasificación del tiempo
dirigida hacia nuestras actividades modernas. Los días festivos que siempre regresan,
como cada uno de los días de la semana, para robarle al tiempo-actual el lugar que
merece en nuestra memoria colectiva.
Hoy, gracias al momento en que vivimos, sabemos que Raúl Ruiz filmó más de
cien películas, que su conocimiento del cine era principalmente teórico. En su obra
inabarcable de un imaginario latinoamericano, Ruiz logra sintetizar su experiencia en
hipótesis visuales, maestro de la sospecha sin titubeos. No es aventurado decir que la
película de Ruiz tiene un ingrediente político disuelto en una forma estética, y que
además configura la sensibilidad del director para reflexionar a través de imágenes y
sonidos sobre cómo vemos el mundo y cómo nos lo contamos.
Concluyo: la historia política y cultural de Chile se puede reconocer en la crítica
de las formas de transmitir mensajes a un público amplio, quizá demasiado pasivo,
pero nunca destinado a desaparecer. Ruiz se cuelga del cable que sostiene el aparato
melodramático y lo lleva a un sitio crítico, para sacudir al espectador de televisión,
pero también para interpelar al consumidor de imágenes cinematográficas. La película
es ejemplar para recordar cómo el cine es un acto artístico colectivo y, en este caso,
un eco comprometido con la voz de un tiempo-actual en Latinoamérica.