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Ya se sabe, que cuando todo es silencio, es cuando mejor se escuchan las agujas del reloj.
Hay una vela encendida, para mis muertos, y no era necesaria la palabra mis. Los muertos son
bienes comunes que están sobre todas las cosas, extendiéndose infinitamente hasta volver a
morir. Los muertos ya no existen, pero sus fotografías, sus antiguas pertenencias, prueban que
fueron recuerdos aún sin desaparecer.
A los muertos no les gustan las palabras. Las palabras nos dan identidad y dirección y hay palabras
malditas como hora, eternidad y tiempo que los muertos ya no quieren decir y por eso se cosen la
boca, como en las películas.
Esta noche espero la visita de algún muerto en algún sueño que ni siquiera voy a recordar por la
mañana. Espero que me diga cosas importantes como el misterio del otro mundo y por qué es que
los fantasmas tienen el pelo tan largo, si es que también allá crece y se puede cortar y hay
estilistas que cobran más barato de lo que cobran en tierra y cuál es la moneda y qué se puede ir
uno a comprar con el dinero frío de los muertos.
Ojalá que los muertos no olvidaran la emoción de ganar la lotería y anduvieran diciendo el número
premiado a los ahijados y a los nietos. Ojalá le quebraran el brazo a un enemigo y cobraran
venganza por nosotros e hicieran las diligencias que uno no quiere hacer por todas esas razones
que lo tienen, justamente, a uno vivo, y ojalá que los muertos no tuvieran más almas ni
sensibilidad alguna en sus no-cuerpos para que no se sientan defraudados.
Mi abuela, por ejemplo, vino a pedirme en sueños que barriera su casa y mi papá otros favores
que a nadie más le interesan, pero yo no cumplí con sus deseos y ahora enciendo una vela porque
tengo razones para que me perdonen y es que sigo tan viva, o ya no tanto, como me conocieron.