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Ghostwatch o el día que una nación se hizo caquita frente al televisor

Estamos en 1992. La BBC prepara un especial Halloween como parte de Screen One. Debemos
aclarar que la serie en cuestión, que alcanzó las seis temporadas (1989-1994), consiste en
episodios autoconclusivos sin relación alguna entre ellos. Sin embargo, esta vez estamos ante
algo distinto, inusual, imprevisto. Las cámaras de la cadena se trasladan a un barrio londinense
para investigar una supuesta casa encantada en la que viven Pamela, madre soltera, con sus
dos hijas, Suzanne y Kim. Estamos ante un directo, y he aquí la novedad, pues Screen One
presentaba dramas escritos para televisión, es decir, cero directo, cero realismo, cien por cien
ficción. Supongo que este es uno de los motivos por los que aquel programa, titulado
Ghostwatch, cogió a los telespectadores desprevenidos. Para la ocasión, la BBC escogió a
algunos de los rostros más famosos y familiares de la parrilla, entre ellos Craig Charles (sí, el
mismo del Enano rojo). El programa se desarrollaba en dos espacios bien diferenciados, por un
lado la casa, en la que básicamente estaba la familia Early, la reportera Sarah Greene, un
cámara y un técnico de sonido. Fuera, en la calle, estaba Craig Charles, el resto de técnicos, un
par de unidades móviles y un buen puñado de curiosos. El otro espacio era el estudio, desde
donde se dirigía el programa. Allí se encontraba el presentador Michael Parkinson y la doctora,
experta en lo paranormal, Lin Pascoe, además del marido de Sarah, Mike Smith. A destacar el
hecho de que la cadena habilitó una línea para que la gente compartiese en directo sus
experiencias con lo sobrenatural. Bien, este es, grosso modo, el punto de partida.

Lo que sigue a continuación forma ya parte de la historia de la televisión británica. Basta decir
que el programa estuvo censurado durante una década. Una velada censura que consistió en
omitir cualquier tipo de mención o referencia a Ghostwatch los siguientes años. El programa,
candidato a los BAFTA, “desapareció” sin explicación alguna de la lista de los nominados. La
mañana siguiente a la emisión, Inglaterra se despertaba con los titulares de la prensa escrita
haciéndose eco del caso. Hubo protestas, quejas, llamadas iracundas, gente aterrorizada, niños
incapaces de conciliar el sueño aquella noche y otras por venir… Las malas lenguas hablan del
suicidio de un adolescente, aunque lo cierto es que esto nunca se probó, y seguramente se
trate más de una leyenda urbana que no hizo sino echar más leña al fuego.

Así, ¿qué fue exactamente lo que pasó? Buena pregunta. Podríamos simplificarlo de la
siguiente manera: los espectadores vieron al fantasma. También vieron objetos volando, y
extrañas marcas de humedad en la moqueta, oyeron golpes, los maullidos de un gato que
nadie sabía de dónde había salido, voces extrañas… Y lo más impactante y uno de los mayores
motivos de la polémica, el rostro de una de las hijas de Pamela cubierto de arañazos recién
hechos. Y todo ello en riguroso directo. La gente se sentó a pasar un rato entretenido y un
tanto inquietante, algo ligero, al fin y al cabo, para celebrar Halloween, y se encontró con una
experiencia intensa y desagradable. Conviene aclarar en este punto por si alguien no se lo ha
olido todavía es que todo era un montaje, lo que hoy llamaríamos un mockumentary, es decir,
un falso documental. Lo que ocurre es que estaba hecho endiabladamente (nunca mejor
dicho) bien y fueron muchísimos los que picaron y, por tanto, se cagaron de miedo.

La mente detrás de la idea fue Stephen Volk. En su extenso artículo, el autor confiesa su afición
al terror de la Hammer y a la serie de la BBC A ghost story for Christmas. También se declara
acérrimo de otra mítica serie de terror escrita por Nigel Kneale y que no es otra que Beasts.
Con estas referencias en mente y con la idea de trasladar algunas técnicas del documental y el
uso novedoso (por aquellos tiempos) de la cámara en mano en televisión, propuso a la BBC la
realización de una serie de seis episodios titulada Ghostwatch en la que un periodista y un
investigador de lo oculto visitaban casas encantadas en busca de fenómenos paranormales. El
último episodio sería un programa en directo desde una de las casas donde se armaría la
gorda. Como vemos, se trata de una propuesta narrativa muy (pre)meditada. La BBC rechazó la
idea y propuso a cambio comprimirlo todo en un programa de 90 minutos, a lo que Stephen
añadió que en ese caso podría hacerlo todo como si se tratara solamente del sexto episodio.
La propuesta era arriesgada y hasta el último momento estuvo a punto de caerse de la parrilla,
pero finalmente el programa se emitió tal y como estaba previsto. Cuenta Stephen que a pesar
de las dudas razonables que emergieron durante la escritura del programa acerca de si la
gente llegaría a tragarse todo aquel tinglado, tuvo muy presente otros fenómenos televisivos
similares de los 70: el caso de Uri Geller y el caso “Phillip”, que sí habían funcionado. La
intención del autor era doble: escribir un buen show de terror para televisión y
jugar/reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación, en concreto la televisión, en la
construcción de la realidad. Es decir, poner en tela de juicio que, en contra de lo que muchos
pensaban (y piensan aún), no debemos creer todo lo que vemos en la pantalla. Ya se sabe, la
información es manipulable, ya sea con fines emocionales o intelectuales.

La mayor dificultad de la ejecución residía en armonizar las escenas que transcurren en la casa,
que había sido grabadas y hábilmente montadas semanas antes, con el riguroso directo del
estudio. Sin embargo, el programa está tan cuidadosamente escrito que funciona la mayor
parte del tiempo. Para los sicólogos, sociológos, siquiatras y estudiosos de lo audiovisual y su
efecto en las masas, Ghostwatch constituye un buen ejemplo de la capacidad de los medios de
manipular la realidad (merece la penar señalar algunos elementos clásicos del mockumentary
que vemos aquí: entrevistas en televisión, titulares de periódicos, etc.) y de cómo generar
histeria a gran escala. Subrayemos el hecho de que tanto en los créditos iniciales como en los
finales figuraba el nombre de Stephen Volk como “guionista”. Por si esto fuera poco, todos
aquellos que llamaban a la línea abierta por la BBC para compartir su testimonio eran
advertidos por un mensaje de que todo se trataba de un montaje. Aún así muchos salieron en
directo para compartir su testimonio.

Por otro lado, los amantes del terror encontrarán en Ghostwatch una verdadera delicia. La
sociedad de principios de los 90 era mucho más ingenua e inculta en términos de
comunicación audiovisual. Es por eso que al espectador actual, y sobre todo al ojo entrenado
en el cine de género, todo esto le parecerá ingenuo hasta decir basta. No debemos desdeñar
sin embargo el mérito del programa. Ghostwatch recoge el testigo de títulos clásicos del
terror, hablamos de Poltergeist, El ente o Al final de la escalera, por citar las más célebres, y se
adelanta a otros que ya se han convertido en clásicos o que actualmente rompen las taquillas.
Nos referimos al Proyecto de la bruja de Blair y a Paranormal activity. Cualquier buen
aficionado puede ver esto sin mucho esfuerzo. El recurso del susto en directo, cámara en
mano temblorosa e imprecisa, en perspectiva subjetiva, sin música, sin montaje, está ya aquí.
Las cámaras fijas distribuidas en distintos puntos de la casa ofreciendo planos fijos para
brindar posteriormente el terror desnudo, “real”, también están aquí.
Es cierto, como ya he dicho, que a veces resulta ingenuo (especialmente el final, demasiado
afectado, forzado), pero la idea está bastante bien ejecutada. Para empezar, en más de una
ocasión durante el programa, el cámara nos ofrece un rápido barrido de alguna parte de la
casa en la que se aprecia, de refilón, una sospechosa silueta. Se puede ver claramente sin
necesidad de parar la reproducción, es incluso evidente; sin embargo nadie en el estudio
parece verlo. Es entonces cuando se suceden las llamadas de gente que asegura haber visto
algo. Se congela la imagen y se analiza en directo, pero tanto el presentador como la doctora
no parecen ver nada. Esto no es sino un triquiñuela para reforzar el misterio. El contrapunto
entre el escepticismo casi burlón del presentador y la fe casi ciega y su empeño por hacernos
creer de la doctora constituye otras de esas artimañas de guión para apuntalar la ficción.
Algunas son evidente, otras no tanto. Hay, no obstante, un par de detalles que me perecieron
geniales en este aspecto. El primero está relacionado con la primera aparición del fantasma en
la habitación de las niñas. Los minutos siguientes son numerosos los espectadores que llaman
para comentar que les ha parecido ver una silueta humana detrás de la cortina. Un hombre,
una mujer… No está del todo claro. El cuadro robot del fantasma se va complementando con
sucesivas descripciones a lo largo del programa, a medida que el ente en cuestión se deja ver
en varias ocasiones. Hay un momento en que la doctora Lin está anotando en una libreta una
de las descripciones que alguien aporta al otro lado de la línea. Entonces levanta el bolígrafo
del papel y pone esa mirada típica de peli de terror cuando alguien cree haber descubierto
algo de vital importancia para el desarrollo de la historia, esa de “Un momento, ¿qué está
pasando aquí? Creo que he descubierto algo” y entonces suena un piano. El caso es que la
doctora pide que se recupere la grabación de una sesión que tuvo con la menor de la
hermanas semanas antes, mientras preparaban el programa (“en directo”, se supone). En ella
la niña habla de Pipes (“tuberías”) que es el eufemismo que usa para referirse a los golpes en
las paredes que suelen despertarlas por la noche. La cría asegura haber visto a ese fantasma
llamado Pipes, y cuando la doctora le pide que de una descripción, aporta una que coincide
punto por punto con la que han dado los espectadores. El guionista se adelanta a la reacción
del público. El golpe me parece genial. Hay más giros en este sentido.

En otro de ellos, en mitad de una manifestación paranormal en la que Pipe está haciendo de
las suyas sacudiendo las paredes, descubrimos a la hija mayor escondida en una habitación
dando golpes en la pared. La cosa parece desembocar en un punto muerto al llegar aquí,
parece que no había fantasma después de todo. El presentador, de predisposición escéptica,
da por cerrado el caso ante la oposición de la doctora, pero entonces hay otro giro… Y mi
favorito, ya casi al final. En un momento de máxima tensión en el que todo se desborda y los
ruidos, los golpes y las voces parece que fueran a derribar la casa, el estudio pierde el contacto
con Sara y su grupo. No reciben ninguna imagen ni sonido. Cunde el desconcierto. ¿Qué ha
pasado? Al poco se recupera la imagen, es un plano fijo de la cámara colocada en el salón.
Vemos a Sarah y al grupo sentados en la mesa hablando tranquilamente con las niñas. Todo
parece demasiado tranquilo pero nadie parece percatarse. Al cabo de unos minutos, la doctora
repara en un detalle: en la pared hay un cuadro colgado que, si no recuerda mal, no estaba allí
hace unos minutos porque salió volando en un momento del programa y nadie lo volvió a
colgar. Ese cuadro no debería estar ahí. La imagen no es actual, parece más bien un bucle que
se repite sin cesar para despistar la atención. La pregunta es inevitable, si lo que vemos no está
ocurriendo en esos momentos (la secuencia pertenece a los primeros minutos del programa),
¿qué está sucediendo en la casa en esos momentos? Y, recurso narrativo de libro, justo cuando
se formula la pregunta en voz alta, la imagen da un salto y vemos lo que realmente está
ocurriendo entre aquellas paredes, y pasamos del espacio abierto e iluminado del salón, a otro
oscuro y cerrado, asaltados por gritos escalofriantes. Puedo entender que a muchos se le
subieran en ese momento las pelotas hasta la nuez. Veinte años después puede ser previsible,
pero dudo mucho que entonces lo fuera.

Podría dar una lista interminable de detalles, recursos de guión (un testimonio por teléfono
contando la historia de una familia que vivió en la casa y cuyo hijo se suicidó en una de las
habitaciones, que además tenía un gato…) de película de fantasmas clásica. Ghostwatch es, ya
digo, un fenómeno a tener en cuenta. Una pieza de coleccionismo para los amantes del terror.
Una rareza televisiva. Una lección de narrativa. Una pieza de metaficción. Una reflexión sobre
el poder de los medios. Es muchas otras cosas. Y aquí recomendamos verla.

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