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Pero la realidad es que hoy, siglo y medio después, la minería es probablemente la actividad
más intervenida desde todos los puntos de vista por las administraciones públicas. Su carácter
de concesión administrativa, unida a la amplia diversidad de sustancias aprovechables y
tipología de yacimientos naturales, derivan en una regulación normativa muy específica y
estrechamente vigilada que afecta a todos los ámbitos de la actividad.
Realmente, si tenemos en cuenta los antecedentes descritos, en las últimas tres décadas (el
veinte por ciento del tiempo transcurrido desde el inicio del auge de la actividad minera en
España) se han conformado alrededor del el ochenta por ciento de las leyes y normas que
regulan la seguridad y salud en el sector. Así, derivado del antiguo Reglamento de Policía
Minera y Metalúrgica de 1934, se redacta y aprueba en 1985 el actual Reglamento General
de Normas Básicas de Seguridad Minera (R.G.N.B.S.M .), que será desarrollado por
Instrucciones Técnicas Complementarias (I.T.C.) hasta el día de hoy como documento
dinámico en constante actualización en función de diversas circunstancias como son las
derivadas del progreso tecnológico o de la aparición de nuevas normativas de ámbito general
que precisan adaptaciones supletorias para su compatibilidad, como ocurrió con la actual Ley
de Prevención de Riesgos Laborales de 1995 resultado de una transposición Directiva
89/391/CEE que posteriormente dio lugar a la aparición del Real Decreto 1389/1997, por el
que se aprueban las disposiciones mínimas destinadas a proteger la seguridad y la salud de
los trabajadores en las actividades mineras.
Por otro lado, años más tarde, el mencionado Real Decreto 1389/1997 comienza diciendo en
el Capítulo I: “Disposiciones generales, Artículo 1. Objeto. 1. El presente Real Decreto tiene
por objeto establecer las disposiciones mínimas destinadas a mejorar la protección en materia
de seguridad y salud de los trabajadores de las actividades mineras (…)”.
Los actores
Todo esto queda rematado cuando a continuación especifica que “en todo caso deberá
integrarse en el equipo de asesoramiento, al menos, un técnico universitario con competencia
y experiencia suficiente en el sector de actividad”.
El reparto de la obra
Para resolver el enredo tenemos que echar mano al contenido mínimo del D.S.S. especificado
con detalle en su I.T.C. anteriormente referida y al Real Decreto 39/1997, de 17 de enero,
por el que se aprueba el Reglamento de los Servicios de Prevención.
Por tanto, el empresario para la redacción del D.S.S. tendrá que contar con un equipo formado
por el propio director facultativo y los técnicos del servicio de prevención.
Aclarar las expectativas
En la mayoría de los casos las causas de las dificultades a la hora de la gestión e integración
de las políticas preventivas arraigan en expectativas conflictivas o ambiguas entorno a los
roles y objetivos, especialmente en multitud de pequeñas explotaciones, donde la
comunicación entre el servicio de prevención (en la mayoría de los casos ajeno), la Dirección
Facultativa y el propio empresario es casi nula.
Por lo tanto, permítaseme sugerir cinco principios básicos capaces de construir una relación
adecuada que propicie los mejores resultados:
5. Plantear un plan de formación asumible. En este aspecto las ITC 02.1.02 del
R.G.N.B.S.M. “Formación preventiva para el desempeño del puesto de trabajo” nos facilita
la labor ya que especifica tanto los contenidos, periodicidad, dedicación mínima y los
requisitos que ha de reunir el profesorado. La formación es el mejor vehículo para evitar
accidentes y enfermedades profesionales y esta norma marca los parámetros mínimos
exigibles. La planificación debe de ser anual y en ella deben de intervenir y proponer todos
los miembros del equipo asesor, incluyendo a los especialistas en Medicina del Trabajo y
teniendo en cuenta las demandas de los representantes de los trabajadores.