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“La creatividad social como un enfoque etnográfico sobre el poder en proceso:


preguntas y propuestas desde la relevancia institucional del Estado”.

Conference Paper · July 2014

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Julieta Gaztañaga
University of Buenos Aires
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XI Congreso Argentino de Antropología Social
Rosario, 23 al 26 de Julio de 2014
GT17: La política como proceso vivo: de la racionalidad a la creatividad social
Título: “La creatividad social como un enfoque etnográfico sobre el poder en
proceso: preguntas y propuestas desde la relevancia institucional del Estado”
Autora: Julieta Gaztañaga (UBA/CONICET)

Resumen

Así como la perspectiva antropológica sobre lo político busca relevar y comprender


la heterogeneidad de sus expresiones, y discute las definiciones apriorísticas y
dicotómicas ancladas en tipos de (prácticas, actores, relaciones y representaciones
sociales), parecería que una situación inversa y homóloga se verifica a la hora de
lidiar con la emergencia y la transformación institucional. Este ámbito ha tendido a
funcionar como un espacio (analítico e ideológico) en tensión con los procesos que
1
hacen a e involucran centralmente al Estado, produciendo, en consecuencia,
miradas duales: la estatalidad como paradigma de lo establecido, y la creación de
alternativas a las configuraciones de poder estatal, de lo dinámico. ¿Cómo sería
pensar los procesos de institucionalización al mismo tiempo como producto y
producción de heterogeneidad? ¿Cómo considerar plenamente los aspectos
productivos del poder en proceso (abierto, contingente, permanentemente
imaginado, fracasado)? ¿Podría el problema de la creatividad social aportar las
bases de un enfoque etnográfico para asir a la política como un proceso vivo? Este
trabajo reflexiona en torno de estas preguntas a partir de una investigación orientada
a comprender cómo ciertos actores sociales comprometidos con la creación de una
región interprovincial argentina articulan discursivamente y agencian materialmente
proyectos políticos heterogéneos apelando a la noción de federalismo en el marco
de la producción de formas institucionales donde el Estado (como entramado
heterogéneo de actores, proceso de dominación, escenario y recurso) detenta un
papel privilegiado.

– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina
Introducción
En las últimas décadas se ha ido consolidando una perspectiva antropológica del
estudio de lo político anclada en la vocación por comprender la heterogeneidad de
sus expresiones así como por discutir definiciones apriorísticas y dicotómicas
(ancladas en tipos de prácticas, actores, relaciones y representaciones sociales.1 Sin
embargo, mientras que planteamos la producción social de la especificidad de lo
político y sus imbricaciones con otras ‘dimensiones’ de la vida social igualmente
producidas, parecería que al fundar una comprensión procesual del Estado, los
compartimentos estancos de la vida social regresan a primer plano como si nunca
nos hubiéramos librado de ellos. En particular, así tiende a aparecer el análisis de la
emergencia, producción y la transformación institucional, el cual ha tendido a
constituirse en un espacio (analítico e ideológico) en tensión con otros,
especialmente aquellos que remiten a los que hacen e involucran centralmente al
Estado. Las miradas duales resultantes podrían condensarse en la siguiente
2 fórmula: la estatalidad como paradigma de lo establecido y la creación de
alternativas a las configuraciones de poder estatal como lo dinámico. Dicho esto,
quisiera señalar tres puntos que convergen en esta ponencia. En primer lugar, las
preocupaciones aquí vertidas surgen y dialogan con una investigación realizada con
un enfoque y una metodología etnográficos. Durante los últimos cinco años he
venido abordando algunas dimensiones del proceso de “integración regional”
entablado por las provincias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, tomando como eje
al “trabajo político” (Gaztañaga 2010, 2008) y cómo mis interlocutores 2 movilizan el
concepto de federalismo para fundamentar la creación de la Región Centro. En

1 Esta definición tan amplia alberga –y encubre- énfasis diferenciales respecto de los alcances y relaciones entre
la política y lo político, cómo se relacionan eventos y procesos, personas e instituciones, los fundamentos
cognoscitivos y cognitivos de discursos y prácticas, y sus alcances, y hasta modalidades diferenciales de
relacionamiento respecto de cómo encaran problemas similares otras disciplinas sociales y humanas.
2 Con este enfoque desarrollé observación participante en eventos y reuniones sectoriales anuales de la Región

Centro (en diferentes ciudades de las tres provincias que la conforman), entrevisté actores gubernamentales y no
gubernamentales, con un énfasis particular en políticos, empresarios y profesionales; y examiné fuente
documentales oficiales (tratados, actas, acuerdos, declaraciones, decretos y leyes), publicaciones especializadas
(de las Bolsas de comercio, cámaras empresariales y profesionales del derecho y la economía, y artículos de la
prensa gráfica) relevantes para comprender categorías nativas, contextos y dinámicas de relacionamiento entre
los actores. Di prioridad a las perspectivas de los poderes ejecutivos provinciales porque además de que el
entramado interprovincial se basa en y depende de las estructuras político administrativas provinciales, su
creación, mantenimiento y marcha están sujetos a las decisiones, acuerdos y negociaciones entre los gobiernos
provinciales, en especial los gobernadores y sus equipos de gobierno (ministros, secretarios, subsecretarios).
Véase, Gaztañaga 2010, 2011 y 2013

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segundo lugar, este trabajo surge como parte de una búsqueda de índole conceptual
relativa a cómo relevar y analizar la producción social de formas institucionales
dentro del campo de los estudios antropológicos del Estado y de procesos políticos
que involucran (no exclusivamente pero sí centralmente) a agencias estatales. En
particular, se posiciona desde la pregunta de cómo dar cuenta de la emergencia
institucional en tanto que proceso de producción social que no sólo se ve afectado
por las configuraciones de poder estatal sino que participa de las mismas. Con este
enfoque busco contribuir a cómo la etnografía puede poner en evidencia el carácter
abierto, contingente y tumultuoso del proyecto de unificación del Estado. Para ello
indago en la problemática de la creatividad social y cómo un enfoque antropológico
podría echar luz sobre esta temática clásica de la teoría social. Finalmente, me
interesa contribuir a pensar, discutir y desarrollar un abordaje antropológico para
relevar y analizar lo político de una manera plenamente procesual; es decir, analizar
en la tensión más que resolverla.
3
I) Institucionalización y producción de heterogeneidad
En el contexto argentino, la reconfiguración política e institucional desde la
recuperación y el fortalecimiento de la democracia significó, entre otras cuestiones,
el reconocimiento de asignaturas pendientes respecto de la legitimidad de las
instituciones, cuya democratización requería de esfuerzo e imaginación en ingeniería
legal, además de negociación política. En otras palabras, significó que diferentes
sectores fueron convergiendo en el diagnóstico de que era necesario reformar, una
vez más, la Constitución Nacional; acuerdo que se concretó en 1993, en el marco de
las negociaciones entre los líderes de las fuerzas políticas mayoritarias (el Partido
Justicialista y la Unión Cívica Radical), popularizado como el Pacto de Olivos.
Entre los diversos temas habilitados para ser debatidos por la Convención
Constituyente, tuvo un lugar privilegiado en común por las diferentes fuerzas
políticas el “Fortalecimiento del Régimen Federal” (uno de los componentes de la
forma de gobierno: republicana, representativa y federal).3 De hecho, el campo

3 En este marco se planteó reestructurar el denominado Régimen de Coparticipación Federal, la distribución de


competencias con la Nación respecto de la prestación de servicios y en materia de gastos y recursos, y potenciar
la jurisdicción provincial en los establecimientos de utilidades nacionales y gestiones internacionales.

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conceptual del federalismo tendió a funcionar como la gramática sobre la cual se
reunió y estructuró gran parte de la reforma constitucional. No sólo subrayando su
valor sistémico (como concepto político) sino que también se lo erigió como bandera
política e ideológica en afinidad semántica con la prédica neoliberal de la
descentralización política y administrativa en el territorio. El federalismo reunió así,
bajó su seno, la importancia histórica, fundacional, de la génesis del Estado en la
Argentina con el escenario doméstico y global de fin del milenio.
De cara a los objetivos que aquí nos convocan la pregunta de cómo el
federalismo sigue siendo un significante dinámico de la construcción simbólica y
material del Estado-Nación argentino es un punto de partida para pensar al Estado
procesualmente. La meta es llegar a dar cuenta de sus manifestaciones
institucionales actuales, relacionada con la introducción jurídica de una pauta de
regionalización subnacional. Y si bien lo estamos abordando de manera etnográfica,
como categoría nativa, la carga ideológica, afectiva e intelectual del concepto
4 impone algunas breves aclaraciones.
El federalismo argentino implica la coexistencia de dos clases de gobierno: el
nacional (o federal)4, que tiene injerencia soberana en todo el territorio, y los
gobiernos locales (provinciales y municipales). Sin embrago, lejos del reflejo de un
plexo normativo prístino, tiende a ser considerado como una solución histórica
provisoria, para conciliar la tensión entre la unidad y la autonomía que
históricamente se expresó en luchas armadas, guerras civiles y continuó su marcha
hasta el presente en acalorados debates políticos. Así a dos siglos de constituida la
nación argentina, el dilema entre un federalismo centralizado, material y simbólico,
de hecho, frente a uno deficitario y utópico, capaz de evitar la concentración
macrocéfala del poder, sigue expresando la promesa incumplida de zanjar la
profunda disparidad y desigualdad que atraviesa al entramado nacional argentino.
Las maneras heterogéneas a través de las cuales se adjetiva y especifica al
federalismo en el cotidiano de la vida cívica y política en nuestro país (político,
electoral, constitucional, tributario, económico, histórico, de clase, etc.), lo conforman

4En Argentina, a diferencia de otros países con sistema federal de organización y gobierno, no suele utilizarse
esta denominación para referir al gobierno o Poder Ejecutivo Nacional ni el Poder Legislativo Nacional; diferente
es el caso del Poder Judicial, el cual suele referenciarse como “justicia federal”.

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en un ámbito sensible que produce realineamientos de actores y sectores sociales,
como un tópico sobre el cual se construye ciudadanía de manera crítica
(básicamente por las deficiencias prácticas, de hecho, en torno a la realización del
ideal y el proyecto federal constituyente). En este contexto, es razonable que la
mayoría de los usos y apelaciones contemporáneos del concepto estén cruzados
por comprensiones diversas que suelen entrar en tensión.
Regresando a nuestro caso, es de subrayar que una de las “reformas
federales” introducidas en el año 1994 quedó cristalizada en el artículo 124 CN, el
cual introdujo al menos dos innovaciones institucionales. Por un lado, estableció que
“corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales
existentes en su territorio”. Por otro, incorporó la hasta entonces ausente noción de
región al texto constitucional, facultando a las provincias a “crear regiones para el
desarrollo económico y social” y “celebrar convenios internacionales”. En este marco
comenzaron a formalizarse diversas regiones entre provincias que mantenían entre
5 sí tratados mutuos de cooperación e integración. Tal fue el caso de Córdoba, Santa
Fe y Entre Ríos. 5
La Región Centro (RC en adelante) fue lanzada a mediados de 2004 en un
acto masivo organizado por las autoridades en un conocido estadio de la capital
cordobesa. Allí tres gobernadores peronistas rubricaron el Protocolo de Córdoba
entre abrazos, sonrisas y gestos de camaradería: “dar cumplimiento a los objetivos
comunes de fortalecimiento federalista a través de la integración regional”. Ese
hecho sin embargo, fue corolario de otros (cristalizados en declaraciones, tratados y
actas) que habían comenzado a gestionar desde mediados de 1990.6 Encuentros y
desencuentros personales, coyunturas y evaluaciones diferenciales de situaciones
domésticas, nacionales e internacionales habían desplazado el objetivo fundacional
de “asegurar la continuidad institucional y el funcionamiento de los órganos de la

5 El desafío etnográfico es mostrar cómo este federalismo se trata de una versión aggiornada del paradigma de
las políticas públicas de los años 1990, enarboladas en el concepto de descentralización, ya que el artículo
establece “que sean compatibles con la política exterior de la Nación” y que no se trata de un nuevo nivel de
gobierno sino acuerdos intergubernamentales con fines limitados al “desarrollo económico y social”. Los artículos
125 y 126 CN previenen que pudiera erigirse en un modo de descentralización política con autonomía (Rosatti,
1994; Lopresti, 1998).
6 Hay otro antecedente de 1973. Todo esto fue analizado en Gaztañaga 2008, 2010 y 2011.

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Región independientemente de los cambios de autoridades”. Vuelto el peronismo, la
relanzaron.
Es de subrayar que las tres provincias son centrales en el entramado
nacional. Representan el 13% de la superficie del territorio nacional, en ellas vive
cerca del 20% de los argentinos, tienen más del 60% de participación en el Producto
Bruto Interno nacional, posee el 45% del stock ganadero argentino y la mayor
industria asociada al sector lechero, además de otras actividades industriales y de
servicios cruciales en el perfil productivo de la Argentina actual embarcada en
fortalecer la producción nacional. En contrapartida, contribuyen con más de la mitad
de las retenciones impositivas nacionales a las exportaciones provinciales y más del
30% de las exportaciones totales. Tienen también gran peso político ya que
conjuntamente poseen más del 20% de los escaños de la cámara baja. Estas
variables son subrayadas en estos términos por funcionarios de las provincias. Sin
embargo, consideran que el verdadero eje de gravitación de la RC está dado por los
6 Poderes Ejecutivos, tanto por su peso específico local de los gobernadores como
por sus relaciones mutuas y sus relaciones (variables: desde enfrentamientos a
7
compromisos) con otros líderes políticos, de otras provincias y de nivel nacional.
Comencé a investigar el proceso político tejido en torno a la creación de la
Región Centro en el año 2005 ensayando una versión idiosincrásica del “método de
caso extendido” (Gluckman 1988), a través del seguimiento y reconstrucción de las
trayectorias de sus protagonistas. La dimensión y complejidad del mismo torna
virtualmente imposible relevar de manera directa todas sus manifestaciones,
actores, contextos, eventos y redes de relaciones sociales. Por este motivo, me
concentré en comprender cómo sus protagonistas lo adjetivaban como “creación de
un federalismo verdadero” focalizando en sus acciones, esto es, en su “trabajo
político”. Me interesé por indagar en los espacios y estrategias en puestas en juego,
preguntando en qué consistía “crear un polo alternativo de desarrollo a la
macrocefalia de Buenos Aires”, y cómo entendían las relaciones entre federalismo y

7 Por Córdoba, José Manuel de la Sota (Partido Justicialista [PJ], 1999-2003, 2003-2007, 2011-hoy); por Entre
Ríos, Jorge Pedro Busti (PJ, 1987-91, 1995-99, 2003-07), y por Santa Fe, Jorge Obeid (PJ, 1995-99 y 2003-07).
Actualmente: en Córdoba, De la Sota (Unión por Córdoba 2011-hoy), en Entre Ríos, Sergio Urribarri (Frente para
la Victoria 2007-11; reelecto) y en Santa Fe Antonio Bonfatti (Partido Socialista, 2011-hoy).

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regionalismo; en suma, cómo el establecimiento de lazos interprovinciales entre
actores devino en una “nueva región”.
Los actores gubernamentales y no gubernamentales que transitaron y que
transitan este proceso subrayan que desde su relanzamiento la Región Centro “llegó
para quedarse, se convirtió en una política de Estado”.8 Naturalmente esto no
significa ausencia de vicisitudes. Razones de espacio me impiden volcarlas aquí en
detalle, pero sí me interesa destacar que he sido testigo activo de diversas
coyunturas que impactaron en el trabajo político de mis interlocutores, y que por las
propias características de este proceso de integración mueven a preguntar en qué
consiste la constante apelación a la consigna –vertida en eventos públicos y en
charlas informales- de “la necesidad de consolidar institucionalmente la Región”.
Desde su punto de vista, los efectos de los procesos electorales en las tres
provincias (las composiciones variables de los gobiernos tras las sucesivas
elecciones generales e internas, y de renovación de los ámbitos ejecutivos y
7 legislativos), son potencialmente peligrosos: la RC se ha mantenido a lo largo del
tiempo a pesar de disputas partidarias, formas diferenciales de compromisos y
obligaciones vinculantes entre personas, y las diferentes representaciones locales
de la cartografía nacional, histórica y contemporánea. En segundo lugar, los
procesos económicos atravesados por la Argentina y el Mercosur, cruzados por las
realidades de cada provincia socia (que comparten los nortes pobres y agrícolas de
subsistencia frente a los sures ricos, agroexportadores e industrializados). Aquí
también destacan variables modalidades de relacionamiento entre los gobiernos
provinciales y de cada uno con el gobierno nacional en relación con subsidios,
fondos discrecionales y las maneras de negociar las ambigüedades jurídicas del
régimen federal de coparticipación de impuestos. No obstante, la percepción de esa
conflictividad –potencial e inherente, experimentada e imaginada, silenciada y
explicitada- en torno de la continuidad del proceso regional, parecería estar
supeditada a, y en gran medida ‘normalizada’ o domesticada por, cómo sus
protagonistas fundan y fundamentan “acciones conjuntas”. Estas evocan y convocan
8 La tasa de recambio de funcionarios regionales depende de la cartografía política provincial, tanto para
funcionarios designados políticamente como para mandatos electivos. Esta situación se verifica de otra manera
respecto de los Foros que representan a la sociedad civil, cuyos miembros transitan acorde a variables intereses
(personales, políticos, estamentales, asociativos, etc.).

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la importancia del federalismo como un valor para sustanciar proyectos políticos;
entre ellos la creación de instituciones.
Entre los actores que se consideran comprometidos con la creación y el
desarrollo actual y a futuro de la Región Centro son los gobernadores (y sus
equipos, e indirectamente aquellos sectores y personas con quienes entablan
relaciones personales e institucionales) quienes tienen la capacidad de articular
discursivamente y agenciar materialmente proyectos políticos pasibles de ser
institucionalizados como políticas de Estado y Gobierno. Estos incluyen desde la
movilización de consignas axiológicas del tipo “crear un federalismo verdadero”
hasta orquestar la regionalización como “herramienta de geopolítica”. Tal como me
señalara quien fuera el ministro entrerriano de Planeamiento, Infraestructura y
Servicios, la RC se asienta en “cuatro ejes: infraestructura, comercio exterior, ciencia
y técnica, y desarrollo económico y productivo”. Este funcionario tuvo una activa
participación en el desarrollo del Plan Estratégico de la Región Centro prospectivo a
8 20 años. El extenso documento comenzó a gestarse desde el momento fundacional
pero fue sistematizado y redactado durante el año 2006 hasta comienzos de 2007, y
ultimados los detalles días antes de su presentación en la V Reunión Institucional de
la RC en Rosario, con las elecciones generales de ese año cada vez más próximas.
El plan elaborado en convenio RC-CFI buscaba que todos los sectores de las tres
provincias que se hallan representados en la región participaran de comisiones de
trabajo, seminarios y talleres. No obstante, las decisiones últimas sobre el mismo
revistaron un nivel jerárquico que reproduce la desigualdad de poder y la hegemonía
de los Ejecutivos en la relación Estado-Gobierno-Sociedad. Los lineamientos,
prioridades y temas de la agenda regional actual emanan de aquel y consisten en
obras de infraestructura pública (especialmente vial y fluvial), la política de
promoción comercial (misiones comerciales), estudios de adecuación legislativa y
tributaria, el reconocimiento mutuo de planes educativos, programas de intercambio
artístico y deportivo, políticas públicas comunes en educación, salud,
medioambiente, programas de uso racional de la energía, estudios de cadenas de
valor, discusión conjunta de colegiaturas profesionales. Con posterioridad han ido
introduciendo temas como un torneo de fútbol profesional.

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Desde un enfoque heterodoxo del desarrollo institucional del federalismo (cf.
Gibson y Falleti, 2007) que considera tanto al conflicto entre niveles de gobierno
como a las dinámicas de poder locales, es dable preguntar en qué medida la
importancia del federalismo deriva, en el proceso político de la RC, de una
expresión política unificada de ejes de prácticas heterogéneos que limitan la
cristalización de un proyecto regional. Y que esto no resulta tanto por vía de la
presión externa (provincias/nación) sino de cómo construyen relaciones políticas
que, en lugar de manifestar convergencia de intereses, subrayan sus divergencias.
Las divergencias interprovinciales han sido explícitas componentes del
proceso, desde sus inicios hasta la actualidad. Por ejemplo, estas se manifestaron
abiertamente en la VIII Reunión Institucional reunión institucional de la Región
Centro (a mediados de marzo de 2012 en la ciudad de Paraná), penúltima edición
pero última a la que asistieron los tres gobernadores ya que en 2013 la
vicegobernadora de Córdoba y el vicegobernador de Entre Ríos excusaron la
9 ausencia de sus pares jerárquicos. En la jornada de cierre de la, tuvo lugar el
traspaso de la presidencia pro témpore anual desde Entre Ríos a Santa Fe -
actualmente recae en Córdoba- y el mandatario local, “como anfitrión” estuvo a
cargo de inaugurarla. Su discurso contrastó con la formalizada estructura del evento
en varios sentidos. Por un lado, el tono íntimo y personalizado al referirse a los
“amigos gobernadores” por sus nombres de pila y apodos (e.g. ‘Gallego’ para De la
Sota) y la seguridad de estar en casa, echándose al respaldo de su silla para
intercalar comentarios futbolísticos con Bonfatti, sentado a su izquierda (“salvo en el
3 a 0 de Newells-Colón está todo bien con vos, Bonfa”). Por otro lado, Urribarri relató
algunas “anécdotas que tienen que ver, también con la integración regional”
articulando su importancia con tácitas referencias a su relación con el gobierno
nacional de Cristina Fernández de Kirchner y el modo en que su gestión viene
reivindicando para sí el federalismo. En particular, subrayó que había participado en
la ciudad uruguaya de Paysandú junto con las autoridades nacionales de ambos
países de la apertura del llamado a licitación de la consultoría para el dragado a 23
pies del río Uruguay, y de la concreción de otro “anhelo de entrerrianos y de
uruguayos, de homenajear a José Gervasio Artigas junto al historiador Pacho

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O’Donnell9 e intendentes de ambas costas”. Y finalmente definió la creación de la
RC como “el evento más importante después de la organización nacional; pero
además somos la región más importante del continente; se lo analice desde donde
se lo analice, desde lo que genera productivamente, lo que significa políticamente”.
Esta definición fue retomada y amplificada por el mandatario cordobés. Su
turno llegó luego de las palabras de Juan José Ciácera, secretario general del
Consejo Federal de Inversiones (CFI), y de la entrega ceremonial de obsequios
entre los gobernadores, y de cada uno de ellos al representante del CFI, y luego de
la firma de convenios provincias-CFI, actas-acuerdos y declaraciones pautadas
previamente para el evento. La sonrisa impoluta y el tono dicharachero de Juan
Manuel de la Sota enmarcaron el modo en que fue articulando las múltiples escalas
de la política local. Los bombos sindicales (especialmente de SMATA) 10 vivaron el
recinto cuando destacó “el protagonismo del movimiento obrero organizado,
nuestros compañeros de la CGT de las tres provincias”. Mirándolo con esa misma
10 sonrisa, citó al “Pato” Urribarri y dio unos cuantos pasos más en el ámbito de la
integración, hasta llegar al que más conoce:
Porque esta región es una región federal para construir con la patria fuerte, una patria
grande, una patria que realmente tenga oportunidades para sus hijos. Y esta RC que
como muy bien ha dicho Sergio es realmente la organización institucional más
importante después de la organización nacional porque es el primer intento del
regionalismo en el marco de un país federal (…) Armar una región en un sistema
federal significa animarnos a pensar el futuro de a tres y a encauzar ese futuro dentro
de una patria fuerte y dentro de una región maravillosa que es nuestra región, nuestra
patria ampliada, que es el MERCOSUR. 11

Cuando llegó el turno del gobernador santafesino, pasamos de la escala


mercosureña a otra. El flamante presidente protémpore de la RC estaba a cargo del
cierre. Luego vendría una breve conferencia de prensa para la veintena de
periodistas presentes y un lunch “de categoría” en el salón contiguo del hotel pero al
que no asistieron los gobernadores ni sus gabinetes, quienes tuvieron su propio

9 Historiador y Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel
Dorrego creado a fines de 2011. Secretaría de cultura de la Nación, Decreto 1880/2011
10 En ese entonces el ministro de Trabajo cordobés era Omar Dragún, secretario general del sindicato de

mecánicos, SMATA, quien renunció a mediados de 2013. El actual ministro también es un dirigente gremial (el
titular del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas, Adrián Brito)
11 De la Sota fue embajador en Brasil (1990-1993) y buscó “profundizar el Mercosur” a través de misiones

comerciales y hacer que los empresarios brasileros conozcan productos de todo el paía; hasta tuvo un programa
de tango por radio.

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almuerzo. Antonio Bonfatti, como quien diagnostica –y es médico, al igual que
Binner, su correligionario y predecesor– fue moderado en su tono. El más novato del
proceso, a diferencia de Urribarri que cumple su segundo mandato consecutivo y de
la Sota, quien (re)lanzó la RC junto a Jorge Busti y Jorge Obeid una década atrás,
se ubicó optó por realizar una síntesis en clave de contraste entre el contexto actual
y de la creación de la RC. El siguiente extracto es bien elocuente:
Asistimos hace tiempo a un escenario de profundas transformaciones mundiales. La
respuesta a este escenario, nuestras provincias encararon en las postrimerías de los
’90, la apasionante tarea de innovar en las tradicionales relaciones entre distritos
estimulados por el artículo 124 de la Constitución nacional. Nos propusimos dejar de
mirar las particularidades de nuestros intereses y su potencial contradicción para
levantar la vista y encontrar los intereses comunes que nos identifican. (…) Creemos
que las regiones le hacen bien al país, son un espacio privilegiado para revitalizar el
federalismo y por lo tanto, para fortalecer al mismo tiempo provincias y nación.

Sobre el final adjetivó el proceso en términos de “una vieja recomendación que el


mayor ideólogo de la Unión Europea, Jean Monnet, repetía como la clave de
11 cualquier proceso de integración: pequeños pasos, grandes efectos”, pero no por las
vacilaciones de la integración sino porque la RC es como el río Paraná:
la fisonomía siempre es la misma pero transcurren 15 millones de m3 por segundo de
promedio, va fluyendo de arriba hacia abajo. Es lo que pasa en la Región Centro: por
arriba hay una reunión anual, a veces dos, (…) pero por abajo ocurren muchas cosas.
Hay encuentros de parlamentarios, hay encuentros de empresarios, hay misiones, hay
cosas que se van moviendo todos los días, y creo que esto es lo que en definitiva a lo
largo de estos años hemos logrado construir.
Cada uno de los mandatarios coloreó de manera diferencial la cartografía del
proceso de la RC a través de una interpretación política local. Fueron creando
mapas superpuestos al atribuir importancia a su gestión en la provincia y valorar los
alcances y expectativas en la RC. Urribarri, De la Sota y Bonfatti ‘escalaron’ la
regionalización hasta alcanzar la Argentina rioplatense, el cono sur del Mercosur, la
Europa soñada por Monnet y el mundo globalizado. Estos espacios de trayectorias
contienen apoyos más o menos tácitos (los bombos sindicales no precisamente),
diferenciales “signos políticos”: kirchnerismo, peronismo renovador y socialismo.
Mientras tanto a nivel de las “acciones”, tomaron el camino inverso, regresando a lo
local, al espacio de las políticas públicas conjuntas, realizadas y proyectadas, a las
consignas de mancomunidad en el ámbito estatal. Efectivamente, los tres se
refirieron a las mismas obras: “avanzar conjuntamente en la continuación de la

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autovía de la ruta 19, desde San Francisco a Córdoba”, “la búsqueda de
financiamiento para la construcción del acueducto del Paraná, para la provisión de
agua para los cordobeses y santafesinos” y “el establecimiento de una nueva vía de
conectividad entre las ciudades de Paraná y Santa Fe”.
Llegados a este punto, es necesario destacar que al carácter polisémico del
concepto de federalismo se le suma el hecho de que cualquier observador
mínimamente informado podría encontrar hiatos entre las declamaciones de mis
interlocutores y los hechos concretos del proceso regional. Sin embargo, aunque las
afirmaciones públicas no ‘hablan’ acerca las acciones de los actores per se ni de los
impactos cotidianos societales de la RC, el trabajo político de producción de
relaciones institucionales e interpersonales es su fundamento causal (Gaztañaga
2010, 2013b). Cabe entonces contemplarlas como “efectos de Estado(s)” 12. A los
fines del presente trabajo me interesa detenerme en cómo el proceso regional se
apoyado en el federalismo como lenguaje de signos, formas de exposición simbólica
12 (Leach 1976, cf.: Boivin 2004) que habilita la acción (la cual, por supuesto, incluye la
elaboración de dispositivos retóricos). Me interesa además, porque estamos ante un
proceso de regionalización en un país donde este tipo de procesos ha funcionado
históricamente como instrumento clasificatorio y estrategia de integración y
jerarquización de sectores sociales que desde centros de poder definidos (Quintero
2002; Benedetti 2009). Empero la RC se distancia del concepto geográfico de
región. 13 El trabajo político de los actores sociales que ‘realiza’ la importancia del
federalismo, subraya la idea de construcción –en desmedro de detección– y
enfatiza –en lugar de ocultar– las relaciones de poder de que se nutre, en sus
aciertos y desaciertos. Asimismo, en las reuniones sectoriales de los Foros de la RC
(de empresarios, profesionales, organizaciones del trabajo y universidades), en mis
entrevistas y en las charlas informales en que participé durante los eventos
regionales, la misma textura heterogénea demarcaba los ámbitos de invocación del
12 De los procesos y prácticas estatales que se reconocen a través de sus efectos sistematizados por Trouillot
(2001) a partir del trabajo de Scott Seeing Like a State de 1998, pienso sobre todo en el de “espacialización” (la
producción de límites y jurisdicciones, fronteras) y el de “legibilidad” (ligado a la producción de un lenguaje y un
saber para el gobierno y de las herramientas empíricas que clasifican y regulan colectividades)
13La geografía contemporánea tiende a dar al concepto de territorio el lugar que tenía el de región en la geografía

clásica. Aunque ambas suponen identificación, delimitación y control del espacio, las regiones geográficas no
suelen ser vistas como objeto de disputas de poder sino más cercanas a la naturaleza de las cosas (Haesbaert
2004, Bourdieu 1989).

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federalismo: como un lenguaje capaz de englobar casi todo. He presenciado
acalorados debates al interior de los sectores de diferentes por provincia, entre
sectores de la misma provincia, y de los participantes como sociedad civil frente a
los gobiernos en relación a las atribuciones del federalismo en temas tan variados
como matrículas profesionales, impuestos a la producción y programas educativos.
En suma, parecería que el ámbito estatal es considerado al mismo tiempo como un
espacio heterogéneo y un fundamento unificado de práctica.

Parte II) la praxis del federalismo y la creatividad social


Los actores comprometidos con la Región Centro conciben la importancia de
sus acciones en la producción de esta política estatal interprovincial, a partir de la
creación de relaciones sociales institucionales y personales. Este trabajo político no
es exclusivo de los Ejecutivos provinciales pero son ellos quienes tienen la
capacidad de institucionalizarlo. De hecho, diferentes sectores sociales acompañan,
13 presionan y se movilizan en el mismo proceso donde regionalización, integración y
federalismo se transforman en metáforas conceptuales afines y se cristalizan en
obras y políticas públicas. Al respecto, la RC ha sido duramente cuestionada debido
a que los lazos de integración presentan fuertes sesgos instrumentales, entre los
cuales sobresale el desigual peso de las elites gubernamentales, las corporaciones
económicas y algunos sindicatos, frente al escaso protagonismo de otros actores,
como los poderes legislativos y demás sectores de la sociedad civil organizada,
14
representados y no representados en el organigrama regional.
Ciertamente, la RC es parte de un proceso donde las relaciones políticas y
personales funcionan como instrumentos de negociación por recursos; como
sugieren medios de comunicación, analistas y muchas personalidades políticas.
Pero puede objetarse que como política estatal (provincial, local) de creación de
institucionalidad la referencia ideológica y territorial del “proyecto político” no se
agota en lo instrumental. Esto se expresa en cómo el término federalismo es
subrayado en el uso cotidiano y su celebración ritualizada en los eventos regionales,
14 Esta problemática de las integraciones contemporáneas ha sido ampliamente detectada por quienes se han
dedicado a estudiar las dimensiones culturales y subjetivas del accionar de actores y sectores sociales
tradicionalmente no convocados en las negociaciones (para el Mercosur, véase Abínzano, 1993; García Canclini,
1996; Grimson, 2000; Jelin, 2000; Recondo, 1997; cf. Rosato, 2010).

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como un consenso tácito de suprimir las comprensiones heterogéneas. Es decir, la
multivocidad del término es coherente con las diferentes comprensiones de “los
avances y vacilaciones” de la RC, sin embargo, sus protagonistas no buscan
sistematizar los alcances y/o definir al federalismo de manera unívoca. Parecería
que la praxis conceptual de un federalismo heurístico más que instrumental es
solidaria –si no coherente- con la producción de la RC como innovación (usando el
término elegido por el gobernador santafesino). Esto puede ilustrarse desde la
noción de “valor” desarrollada por David Graeber (2001). Dicho enfoque del valor
busca articular una teoría antropológica que permita incorporar la acción en la
producción social evitando caer en conclusiones economicistas (i.e. la sociedad en
términos de mercado y las relaciones sociales sujetas al mecanismo de intercambio),
combinando el análisis de Marcel Mauss de las formas arcaicas de contrato social
con una lectura idiosincrásica de las ideas de Karl Marx –El Capital como un análisis
simbólico, alimentado por las ideas de Terence Turner (1984). En la medida en que
14 los actores poseen capacidades para actuar sobre el mundo, el valor vendría a
realizar el modo en que esas acciones adquieren significado al ser incorporadas en
alguna totalidad social más amplia. Se trata del modo en que la gente ‘podría’ hacer
algo (capacidades, en última instancia, genéricas e invisibles) antes que el mero
reconocimiento de ese ‘algo’. Implica también una noción de proceso social y una
forma peculiar de resolver el problema de la motivación apelando a la creatividad
social como una producción continua de lo social, en lugar de variantes de la tensión
individuo/ estructura (i.e. un enfoque constructivista que asume que esa totalidad
social es cambiante y provisional). Aquí el valor no es el mismo tipo de refracción
que las concepciones de lo deseable (i.e. valor frente a valores). La diferencia
estriba en la naturaleza del medio a través del cual es realizado y el grado en este
que puede ser almacenado. En este esquema, en un sistema de trabajo asalariado
el dinero representa una lógica extrema: la importancia de las acciones productivas y
el deseo de adquirirlo el medio por el cual estas acciones existen. Pero mientras que
el poder del dinero resulta de un gran sistema de coordinación de actividad humana,

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en situaciones de cambio o innovación social la realidad social más amplia todavía
15
no existe; lo real es sólo la capacidad de creación.
Inspirándome en el ejercicio maussiano sugerido por Graeber, quisiera hacer
un uso heterodoxo de ese enfoque del valor surgido de reflexiones en contextos no
estatales ni capitalistas y/o revolucionarios, llevándolo al proceso de la Región
Centro y considerando al Estado desde su heterogeneidad en lugar de un proyecto
consumado de dominación y unificación. Considero que es una aproximación fértil
para pensar las apelaciones al federalismo en tanto que acciones y las implicancias
sociológicas, materiales y simbólicas de que los actores sociales traben relaciones
sin tener necesidad de resolver esa heterogeneidad constitutiva (i.e. a diferencia de
la apelación a la integración). Concebir la dinámica institucional de la RC como
función de la producción social de valor no significa tomar a la Región como un
objeto per se, sino incorporar las dimensiones materiales de su producción simbólica
a través de la acción política y sus impactos en la configuración del poder político.
15 Es la articulación de estos aspectos y no en uno en desmedro de otro(s) lo que
resignifica la importancia (simbólica, legal, económica, electoral, etc.) del Estado
como un proceso abierto y de la emergencia institucional como función de esa
heterogeneidad.
Si concebir al valor como la importancia de las acciones sociales permite ver
a las instituciones como creaciones humanas (más allá de que luego el propio
proceso social las naturalice), el modo en que los promotores de la Región Centro
valoran al federalismo da cuenta de que el Estado también instituye formas
institucionales, modalidades heterogéneas de organización y que con ello abre
ventanas –incluso institucionales- donde puede insertarse la acción creativa. Como
señalé anteriormente, la habilitación constitucional creó un espacio de posibilidad,
pero fueron las acciones de ciertos actores –los Poderes Ejecutivos, obviamente en
alianzas más o menos estables, con sectores empresarios y productivos– dotados
de capacidad de institucionalizar, las que hicieron posible la RC. El proceso aparece

15
Graeber propone que en estas situaciones, los objetos tienen la capacidad de traer a la existencia
aquello que representan; se vuelven pivotes entre la imaginación y la realidad; algo que ya fuera
advertido por Mauss (1991) al señalar que las inversiones sujeto/ objeto son parte integral de la
creación de lazos y obligaciones vinculantes entre personas.

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como un “desafío y una tarea permanente” y el federalismo como una construcción.
Conviven sesgos instrumentales, la geopolítica de las elites locales y las
corporaciones nacionales y transnacionales, con comprensiones ideológicas,
afectivas del federalismo como “justicia social y territorial”. Para quienes participan
de la RC no se trata de la (re)construcción de una unidad preexistente sino más bien
una metáfora fundante que posee una dimensión afectiva y emotiva pero que implica
también un recurso: habilitar espacios y la capacidad de actuar en la trama nacional
actual (e.g. en los eventos regionales, los sectores empresarios discuten cada vez
que proponen proyectos de reforma tributaria en cómo consideran necesario
discutirlo antes de manera provincial). Por otra parte, las diferencias político-
partidarias entre los mandatarios provinciales y sus relaciones diferenciales con el
gobierno nacional son reconocidas pero además invocadas, como parte del poderío
del concierto de voces en la RC. En definitiva, el posicionamiento estratégico
contemporáneo no se confunde con recuperar un pasado perdido ni con los
16 fundamentos culturales en términos de una matriz al estilo de la ingeniería de las
naciones. Para usar la expresión de Clifford Geertz (1988), no son “sentimientos
primordiales” sino, en todo caso, a primordializar.16
El proceso político tejido en torno de la RC expresa la creación de un marco
de acción estatal, que permite discutir la artificialidad de contraponer tipos de
institucionalidad a partir de actores, repertorios simbólicos y reglas de juego. Y
sugiere, en cambio –contra todos los pronósticos de una crisis final del Estado
capitalista17–, cuán importante sigue siendo tomar en cuenta los alcances de la
acción estatal, no per se como dato contextual de fondo, sino para dimensionar su
propia creatividad constitutiva e histórica, las fisuras y realineamientos de la misma

16 Esto no significa desconocer, como señala Cris Shore, que “en casi todos los sistemas políticos,
particularmente en los democráticos, la cultura es el ladrillo fundamental a través del cual se establece la
legitimidad política” (2000, p. 3; mi traducción). El federalismo es, sin dudas, un poderoso lenguaje cultural que
actualiza la dimensión genética y de la relación histórica entre provincias y nación; pero no sería dable suponerla
fuera de sus transformaciones.
17 En lugar de la visión postestructuralista de flujos encendiendo la mecha de una tensión entre la globalización (y

sus ambigüedades) y los localismos que haría estallar a los Estados-Naciones, el enfoque del moderno “sistema
mundial” planteado tempranamente por Immanuel Wallerstein y Eric Wolf resulta más fiel a las dinámicas del
mundo contemporáneo, organizado en Estados con fronteras militarizadas y respaldado por instituciones
internacionales como el FMI o la OMC que ‘regulan’ las relaciones entre gobiernos y corporaciones e inclusive el
espionaje ‘internacional’ justificado (Tsing, 2002).

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en relación con los diferentes tipos de capital y capitalismos, y la multiplicidad jamás
unificada (ni material ni ideológicamente) de sus agencias.
Estado e instituciones han conformado un nudo gordiano en la antropología.
En cierto modo, es posible concebir al proyecto antropológico de la mano del estudio
de las instituciones (su origen, función, transformación, lógica, estructura, etc.) como
modos estandarizados de conducta en que las personas se organizan y cooperan
socialmente en sociedades, comunidades, reinos, etc. Recién con al advertir las
consecuencias del proceso de occidentalización del mundo que dio entidad, en clave
de dominación, a la pesadilla levistraussiana de la homogeneización cultural, se
consolidó la atención antropológica hacia los aspectos no formales, intersticiales,
micro e informales, marginales, silenciados, oscurecidos, del moderno Estado-
Nación y el sistema capitalista. Asimismo, la mirada que ha prevalecido en diferentes
escuelas antropológicas es ex post facto, es decir, que ve a las instituciones como
18
realizaciones humanas pero desde dos opciones: continuidad o transformación.
17 Interrogarse sobre la producción de formas institucionales requiere interpelar
las relaciones entre lo establecido y lo variable, y las dimensiones que hacen a los
fundamentos creativos de la acción social. Y los esquemas que remiten a esos
contrastes suelen presentar inconvenientes porque tienden a ser más descriptivos
que explicativos: se basan en paradigmas contrastantes de la acción social: una la
acción racional, la otra, normativa. Entre las debilidades de estos modelos
(discutidos desde la antropología, la sociología y la filosofía, entre otras disciplinas),
se encuentra el construir categorías residuales donde localizar la imaginación;
problema que fuera analizado entre otros autores, por Hans Joas (1996). 19 Este
ejercicio conceptual es además indispensable como fundamento para contextuar las
dinámicas sociales (instituidas y que motorizan cambios o transformaciones) en un

18 El trabajo de Mary Douglas (1996) permite articular ambas cuestiones al discutir los supuestos de los modelos
de la elección racional donde individuos soberanos en sus decisiones producen resultados institucionales
19 El problema de minimizar la relación con el Estado tiene como consecuencia se verifica en la literatura sobre

poder y resistencia en general. Como señala Mitchell (1990:562) en su análisis de la obra de James Scott
(principalmente Weapons of the Weak), la agencia política es construida en términos de la distinción entre un
poder que opera en el nivel del comportamiento objetivo y uno que pertenece al ámbito de la conciencia
individual o colectiva. Esta distinción, está relacionada con otras oposiciones: material versus ideológico,
acciones versus palabras, observable versus oculto, coaccionado versus libre, base versus superestructura,
cuerpo versus espíritu. Y se corresponde con una teoría de la dominación que entiende al poder como algo
esencialmente comportamental o material que busca extenderse y funcionar de manera más económica a través
de producir efectos culturales o ideológicos.

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continuum. Es, a su vez, un tema que ha despertado mucho debate en las ciencias
sociales (i.e. se expresa de manera paradigmática en lo que rodea a las
consideraciones sobre la revolución social). Bien quisiera colaborar en resolver este
puzle marxista pero honestamente será más productivo atenerme a un recorte
menor, local y, relativamente actual del mismo, atendiendo a cómo en los últimos
años los debates latinoamericanistas en torno de las experiencias de fortalecimiento
democrático han tendido a aglutinarse en torno de la protesta social y el ejercicio de
derechos como innovaciones institucionales creativas (y no solo transformaciones)
opuestas a la lógica del Estado. Este campo consolidó un espacio –académico y
político– en el cual describir y analizar el accionar de los movimientos sociales como
motor de emergencia institucional. Más allá de si tales hayan sido los resultados
(cuya evaluación en esos términos significaría reproducir la lógica de lo que aquí se
quiere discutir) no caben dudas de que la atención analítica dispensada a los
movimientos sociales abrió importantes líneas y campos de indagación en relación
18 con cómo se han ido expresando formas autogestivas y auto-organizativas, la
variabilidad y especificidad locales de las mismas así como las presiones y
condicionamientos a que se hallan sujetas. Las luchas de los movimientos sociales
(feministas, laborales, ecologistas, de derechos humanos, indígenas, urbanos, etc.)
han coadyuvado a desafiar la naturalidad de muchas formas políticas, sociales,
económicas y culturales, alentando la imaginación para la construcción de
alternativas viables. Y aun cuando muchos hayan sido ‘acogidos’ en el seno de los
Estados y los partidos políticos, hay un relativo consenso respecto de que surgieron
horizontes políticos de cooperación democrática ‘renovada’.
Ahora bien ¿en qué medida resulta adecuado aprehender esas dinámicas de
acción colectiva a través de esquemas que en sí mimos prefiguran nueva(s) versus
vieja(s) institucionalidad(es)? Además de la dicotomía que las nutre y legitima, la
lectura teleológica que subyace depende de cómo se figuran ambos términos, tanto
para quienes los experimentan cotidianamente como para quienes los abstraen para
analizarlos. El ejercicio opuesto tampoco parece ser adecuado: que mientras la
asociación entre Capital y Estado no sea puesta en discusión realmente todo cambio
es más aparente que real; o incluso hablar de una ‘cuarta ola de democratización’ –

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emulando el controvertido esquema de Samuel Huntington–. Pero no es necesario
llegar a ninguno de esos puntos. En cambio, un ejercicio más fértil sería examinar lo
que ambos comparten: la visión normativa del mundo social. Aquí la emergencia y/o
transformación de formas sociales aparece como un camino de avance, basado en
la superación de una disyunción entre lo que podría denominarse una ‘democracia
excluyente’ o de elites políticas (centrada en el sistema de partidos políticos y
eclipsada por las agencias y formas burocrático-autoritarias del poder delineadas por
las instituciones y violencias del Estado como agente geopolítico de la cartografía
mundial dominada por el neoliberalismo), y una ‘democracia incluyente’ o de
movimientos sociales (nutrida de la creación de espacios, moralidades, experiencias
y reglas alternativos, materializadas en formas de participación horizontal,
asociativas, cooperativas y autónomas, y en las resignificaciones en torno de valores
claves como propiedad, trabajo, solidaridad, naturaleza, género, etc.).
Desde un punto de vista procesual, junto con el carácter problemático de los
19 planteos de naturaleza dicotómica y lineal, está la cuestión de cómo opera esta
propia institucionalidad. Es decir, las lógicas que subyacen a los procesos que los
movimientos sociales han visibilizado y han contribuido a visibilizar parecen no haber
abandonado nunca al Estado; sea éste interlocutor, escenario, espacio de lucha,
objeto de deseo y/o repulsión, narrativa, narrador, fetiche… Pero incluso más allá de
verificar la fenomenología del caso, el problema parece radicar antes en los
supuestos teóricos y pre-teóricos del cual se sirven, y en este sentido, son los
supuestos sobre el Estado reflectados sobre aquello que no es el Estado los que
parecen jugar en contra de la posibilidad de pensar procesualmente las
configuraciones institucionales que surgen y hacen al carácter abierto, contingente y
tumultuoso del proyecto de unificación del Estado
El proceso político tejido en torno de la RC da cuenta de cómo el Estado
sigue siendo concebido como una herramienta de transformación social, donde se
canalizan demandas sociales, proyectos políticos, relaciones personales e
institucionales; escenario y conjunto de recursos materiales y simbólicos que los
actores (como personas y como instituciones) producen y reproducen. En este
sentido, la pregunta acerca de qué instituciones han sido creadas, también encubre

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el tipo de supuesto normativo mencionado. Por un lado, porque evalúa los procesos
de creación institucional por sus resultados. Por otro lado, porque contiene un sesgo
ideológico al considerar su eficacia en función de tipos de actores y repertorios
simbólicos preestablecidos (en este caso: el ámbito estatal/ no estatal). E ilustra,
además, tensiones recurrentes que se expresan a través de la idea de brecha o gap
entre proyectos y hechos, que obnubilan los aspectos inesperados de las dinámicas
de poder, tendientes a promover transformaciones políticas, incluso desde el seno
del Estado. ¿Cómo vamos a aprehender todo aquello que no se realizó, que fracasó;
qué espacio estamos dando a lo silenciado, abortado, transfigurado, domesticado
por el propio éxito del poder? Si podemos ver así a los movimientos sociales ¿por
qué también a ese entramado tan convulsivo que satura al propio Estado?20
III. A modo de conclusiones en proceso
Comencé este trabajo intentando desandar desde la etnografía la pregunta de cómo
considerar los aspectos productivos del poder en proceso (abierto, contingente,
20 permanentemente imaginado, fracasado). En este sentido, la argumentación estuvo
cruzada por una reflexión teórico-metodológica afín a un interés a largo plazo, ligado
a contribuir al desarrollo de herramientas analíticas etnográficas para captar
procesos donde confluyen diversas escalas de localidad, redes de relaciones
complejas y cambiantes entre personas e instituciones, y, en general, procesos
sociales cuya impronta material y simbólica impactan en el propio vértigo
epistemológico del analista en tanto que sujeto político en su propia sociedad. Fue
mi intención elicitar y articular estas cuestiones en torno de una preocupación de
naturaleza conceptual, ligada a considerar las relaciones entre creatividad social,

20 Basta remitirnos a fines del 2001 cuando las jornadas de movilización que terminaron en una violenta
represión acuñaron la frase “que se vayan todos” como símbolo condensado del descontento para con la “clase
política” y cierta forma de practicar la misma. Ciertos sectores sociales y movimientos sociales territoriales, de
desocupados, asambleas barriales, fábricas recuperadas, etc., pronosticaron un “cambio de época” y el “avance
del poder popular” frente a la desgastada política tradicional. En un rango ideológico variopinto, muchos medios
de comunicación se hacían eco de esta manera de representarse la relación entre crisis y transformación social,
incluso los que alimentaban dudas sobre cómo seguirían los destinos institucionales del país. Afortunadamente
la democracia argentina demostró su solidez, si bien la continuidad tuvo “costos políticos” que se reflejaron en
cómo los gobiernos debieron recorrer caminos sinuosos, tal como el que transitó la gestión de Eduardo Duhalde
(PJ, 2002-2003) -electo por la Asamblea Legislativa tras cuatro presidentes provisionales- para encontrar
soluciones a la “crisis económica y social”. De hecho orquestar la “pesificación” de la economía, desarrollar las
políticas bancarias para subsanar el colapso del “sistema” así como idear “planes sociales” para paliar las
altísimas tasas de desocupación fueron respuestas creativas para la “salida institucional”. La continuidad (de la
democracia y la relativa hegemonía del peronismo en el poder) podrá opacar el lugar de la creatividad social pero
no la destierra. Y

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instituciones y trabajo político. Sugerí que cierta noción antropológica de valor era
una buena manera para lograrlo y que una aproximación procesual no sólo implica
sortear las miradas dicotómicas sobre lo social sino planteos afines a la naturaleza
relacional y dialéctica de la alteridad; en este caso observando la producción de
formas y arreglos institucionales desde un enfoque antropológico del problema de la
creatividad social. Es decir, que permita mapear en un sentido etnográfico pero
también para avanzar conceptualmente en la comprensión de lo política como
proceso vivo, productivo (y aquí cabría decir creativo y destructivo).
Situar la emergencia institucional contemplando la producción creativa es
parte de concebir procesualmente lo político. También sugiere el ejercicio
epistémico preguntarnos cómo pensamos la relevancia actual del Estado en su
heterogeneidad. Parecería que no basta con asumir como punto de partida
perspectivas no escencialistas si estas tienen como punto de llegada oposiciones
fenomenológicas y/o heurísticas. La producción de formas y arreglos institucionales
21 es quizás el caso más obvio. En otro trabajo (Gaztañaga, 2012) sugiero que el
problema de la emergencia de nuevas formas institucionales puede abordarse
haciendo un contrapunto entre los enfoques de la creatividad social con los del
fetichismo de la ley en las naciones postcoloniales. John y Jean Comaroff
(2009:38), por ejemplo, traen a la discusión la tesis de Walter Benjamin, reformulada
por Derrida y Agamben, según la cual la ley se origina y subsiste en la violencia,
pero reconocen que esto no alcanza para responder lo que a su entender sería el
fetichismo: por qué lo político se sustituye por lo legal. Esta propuesta y el
contrapunto planteado en la segunda parte (respecto de las transformaciones
institucionales encarnadas en y por los movimientos sociales) resultan
llamativamente homólogos en sus consecuencias epistemológicas, al trazar líneas
en lo que son continuos de producción. ¿Es el Estado un proyecto utópico
respaldado en el monopolio de la violencia o “un mosaico horizontal de soberanías
parciales sobre los territorios y sus habitantes” (Comaroff y Comaroff, 2009:54)? Así
como hemos aprendido a apreciar a los movimientos sociales en su heterogeneidad,
¿por qué no pensar del mismo modo las formas emergentes de institucionalidad
estatal? El problema de las nuevas formas institucionales sugiere diferentes vías de

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abordaje, aunque es discutible que su solución radique en plantear que la política
haya sido sustituida por lo jurídico. Se trata de límites socialmente creados.
El problema de la creatividad social conforma, al menos operativamente, un
campo observacional en tensión, que es al mismo tiempo una arena de debate
conceptual sobre hasta qué punto el poder (desde la dominación coactiva a la
resistencia violenta, pasando por las dinámicas diversas de construcción de
hegemonías) necesita ser socialmente creativo para funcionar; y que moviliza a
poner el énfasis en qué totalidades (heterogéneas) se van conformando. En suma,
habilita pensar no solo un campo de visión sino de acción donde los actores como
personas que crean arreglos sociales de manera consciente, establecen
compromisos e imaginan formas, arreglos, reflexionan sobre los modos posibles de
disponer de sus ideas y recursos, contextos y relaciones. Este problema no es
privativo de tipos actores ni tipos de contextos sociales. Remite a una política del
valor que implica que la libertad última no es crear o acumularlo como una cosa sino
22 establecer qué es el valor. Para quienes hacen la Región Centro, el federalismo es
un ejercicio político creativo que expresa la presencia política, y no sólo jurídica, del
Estado; que da cuenta de cómo sigue siendo interpelado desde su propio seno y con
su propio lenguaje para crear instituciones y brindar respuestas institucionales
creativas, que, irónicamente, parecen fortalecerlo también al precisar sus rupturas.
Conocer los límites del poder es también comprender sus posibilidades.

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