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¿Funcionan las relaciones abiertas?

Para algunas parejas la monogamia un mito. Por eso se prometen una vida
juntos llena de amor... y de amantes. ¿Qué tanto funciona este pacto?

Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre se denominaban el uno al otro su


“amor necesario”. Sus otros romances solo alcanzaban la categoría de
“amores contingentes”. Ese acuerdo les sirvió para permanecer juntos
por más de medio siglo, un logro que avergonzaría a alrededor de la
mitad de matrimonios franceses que terminan en divorcio y que solo se
soportan, en promedio, 13 años. El aguante de las parejas
estadounidenses escasamente supera los 8 años.

Valeria Schapira, experta en vínculos del portal Match.com comenta que la


premisa de los que reivindican las uniones libres es que “es difícil
mantener el interés en una sola persona a lo largo del tiempo, y
alternar con otros los ayuda a seguir al lado de aquel a quien aman,
pues sienten que en la variedad está el placer. Sostienen que su opción
solo evita la inexorable infidelidad en que cae el grueso de las parejas”.

A la hora de permitirse tal flexibilidad deben considerarse las siguientes


pautas.

Qué son y qué no son

“Una pareja abierta no es una pareja infiel, ya que hay un consenso previo
de los dos integrantes”, argumenta Schapira. Darse el permiso de
satisfacer sus deseos sexuales por fuera de la “relación de base”, es
para sus seguidores más honesto y realista. Una encuesta realizada por
la firma YouGov determinó que el 13 por ciento de los norteamericanos
tienen una relación liberal o han estado en alguna en el pasado, y un 14
por ciento manifestó que les gustaría flexibilizar la que tienen. Sobra
decir que los celosos deben abstenerse. El solo hecho de proponer este
tipo de acuerdos, aunque no se lleven a cabo, puede hacer que el otro
sienta desconfianza. “Nos enseñaron que la seguridad en nuestras
relaciones reside en tener la atención exclusiva de un compañero
perfecto en el amor y el sexo. Pero uno puede aprender a estar
tranquilo y feliz en diferentes tipos de enlaces”, expresó a FUCSIA
Dossie Easton, autora de Ética promiscua.

Aunque no parezca, tienen límites

Cada contrato de pareja es único y, por tanto, sus reglas, particulares.


¿Cuántas veces está permitido salir con una misma persona? Están
quienes piensan que es mejor no repetir para que no se genere un
vínculo fuerte con alguien externo a la relación titular. Los amigos
mutuos y los viejos amores suelen quedar excluidos. Algunos
establecen que su cama es sagrada y están las que solo permiten el sexo
con otros, si ambos se encuentran presentes en la escena. Y no hay que
obviar las normas para tener relaciones sexuales seguras.

Las verdaderas motivaciones


¿Se trata de una filosofía de vida?, ¿es cuestión de curiosidad? “No me
canso de subrayar que nunca es una buena idea aceptar este tipo de
contratos para tratar de cambiar la forma de pensar de alguien”, aclara
Schapira. “Hay personas que dicen que no les importa compartir con
otros, solo como un anzuelo para enganchar a quien les interesa”.
Tampoco es aconsejable utilizar esta opción como un pretexto para
retrasar una ruptura, cuando las cosas andan mal.

¿Es necesario contarlo todo?

El calificativo de “abierta” implica que no hay secretos. “Los que acuerdan


narrarse con el otro sus encuentros sexuales con un tercero, sostienen
que eso los excita e incentiva su vida íntima”, cuenta Schapira. La
honestidad no solo aplica para la pareja sino que también incluye a los
demás involucrados. Un asunto de cuidado es cómo manejar la
información con el resto de la familia. Si bien es cierto que a nadie
tiene que importarle la vida sexual de un matrimonio, cuando hay hijos
el tema no es tan sencillo: “Prefiero que los niños estén informados
acerca de las diferentes posibilidades. Aun así las sociedades son muy
tiránicas al insistir que solo hay una manera correcta de amarse, de
modo que cada pareja debe decidir qué es lo mejor para los pequeños”,
concluye Easton.

La pareja es lo primero

Hay dos protagonistas, comprometidos emocional y espiritualmente... Los


demás son personajes secundarios con los que se tiene sexo. Una
relación abierta no es excusa para que se descuiden el uno al otro y
haya un sentimiento de abandono, así que no es buena idea cancelar un
plan en pareja por una aventura. Quienes valoran al máximo su
libertad sexual la ponen por encima del riesgo imperante de que
alguno de los dos se enamore de un tercero.

Verificación constante

Las personas cambian y los acuerdos pueden ser replanteados. Por eso hay
quienes pasan de la monogamia a la apertura y viceversa. Si afloran
sentimientos de culpa, o alguno se siente incómodo, la experiencia
pierde la gracia. Lo ideal sería hacer el mismo balance de Simone de
Beauvoir, quien describía su relación con Sartre como “el único éxito
indiscutible” de su vida.

¿De qué nos cuesta más hablar a las mujeres y


de qué a los hombres?
Miedo, rabia y vulnerabilidad, algunas de las cosas que hombres y mujeres
asumimos diferente. ¿Cuáles son nuestras principales difeencias?

Cuando hablamos de algo que nos indigna, que nos parece injusto o que no
nos satisface nos sentimos juzgadas: “bravas, brujas, malgeniadas,
histéricas...”.
Cuando ellos hablan de lo que les duele, de lo que los conmueve, de sus
pérdidas se sienten juzgados: “débiles, emocionales, sensibleros,
maricas...”.

Así que cada género tiene socialmente asignadas unas zonas prohibidas,
unos territorios emocionales a los que entramos, claro, pero de los que
no podemos hablar. Para nosotras es la rabia, para ellos es la tristeza.
Sin embargo, todos tenemos una zona en común: el miedo.

La rabia es una emoción que nos sirve para ir hacia adelante, para luchar;
por eso ha sido territorio masculino, para ellos ha sido necesaria como
combustible para la batalla.

La tristeza es una emoción que nos sirve para ir hacia atrás, para cuidar y
contener; por eso ha sido nuestro territorio, nuestra energía para el
hogar. Así que nuestras emociones tienen historia y la historia está
cambiando, quizás más rápido de lo que pueden cambiar nuestros
imaginarios. Ahí vamos... Pero, ¿qué pasa con el miedo?

Por todo lado vemos mensajes que ponen en pedestales al éxito, al


optimismo, a la manifestación de tus deseos, al logro de metas, al
pensamiento positivo que todo lo puede. Ok, yo creo en esto, sin duda.
Pero creo que no podemos alcanzar tanta luz, sin reconocer las
sombras.

Al miedo no le gusta que lo veamos a la cara, mucho menos que lo


nombremos y hablemos de él. Quizás tanto énfasis en “lo bueno” surge,
precisamente, de enormes miedos que crecen y crecen en silencio.
Miedo al fracaso, miedo a la desesperanza, a no lograrlo, a no poder, a
no ser tan bueno, a no estar a la altura... Creemos que si lo negamos,
desaparecerá. Y no.

Entonces las mujeres convertimos nuestro miedo en tristeza y los hombres


convierten su miedo en rabia. Porque la tristeza y la rabia sí se pueden
expresar.

Hablar de nuestros miedos es ser “vulnerables” y, como hemos confundido


la vulnerabilidad con debilidad, no podemos permitirnos ser
vulnerables porque alguien nos puede hacer daño. Entonces no
hablamos del miedo y, por lo tanto, no pedimos ayuda ni lo que
necesitamos. El miedo crece en ese silencio, la insatisfacción también.

Puesto que las emociones son energía y —como aprendiste en el colegio—


la energía no se destruye sino que se transforma, el miedo se
transforma en enfermedad. La paradoja entonces es esta: por no
querer ser vulnerables, por temer el daño que otros puedan hacernos,
nos debilitamos, nos hacemos daño a nosotros mismas...

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