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LA GRAN REBELION DEL SIGLO XVIII

A pesar de que hacía tiempo había dejado de ser capital, el Cusco no perdió su condición de
centro neurálgico de los Andes. Y fue justamente allí, en el Valle Sagrado de los Incas, donde se
desencadenó la más grande rebelión contra el poder español a fines del siglo.

Tales fueron las dimensiones que alcanzó el movimiento encabezado por Túpac Amaru II, que la
corona española se vio obligada a rediseñar sus políticas en relación con el Virreinato del Perú, y a
considerar la posibilidad de que algún día podría perder sus territorios americanos.

Ninguna rebelión en las colonias americanas llegó a ser tan amenazadora para los intereses de
España en América que esta. A pesar de que en cierta forma se trataba de un hecho anunciado,
tomó por sorpresa a las autoridades coloniales, descuido que contribuyó a que el movimiento
alcanzara tales dimensiones.

Túpac Amaru II, bautizado José Gabriel Condorcanqui, líder del movimiento, fue cacique de
Pampamarca, Surimana y Tungasuca, además de próspero comerciante. Las reformas borbónicas
afectaron directamente sus intereses y los de los caciques del sur. Con el apoyo de muchos
mestizos y criollos, José Gabriel Condorcanqui se sublevó. Pero lo que legitimó su levantamiento a
los ojos de la población indígena fue el ser descendiente directo de los Incas. Por ello, en la
búsqueda de ratificar esta legitimidad, tomó el nombre de Túpac Amaru II, restituyendo así la
dinastía de Vilcabamba.

En noviembre de 1780, Túpac Amaru ordenó apresar al corregidor de Tinta -símbolo del abuso del
conquistador- y lo hizo ahorcar en la plaza de Tungasuca. Esta acción fue tomada como el inicio de
la libertad del opresor y se conforma el primer grupo de hombres imbuidos de un nuevo espíritu
para luchar contra la corona española en toda América. Enfrentan a las tropas españolas y vencen
en Sangarará y toman Lampa y Azángaro, además de otros pequeños pueblos. La antorcha de la
libertad estaba encendida. La rebelión se extendió rápidamente hacia Moquegua, Arequipa, Tacna
y Arica, y comprometió a casi todo el sur andino, que abastecía de mitayos (trabajadores en las
minas de plata y oro) a Potosí. Justamente, uno de los más sentidos reclamos de Túpac Amaru era
la abolición de la mita. A cuatro meses de los sucesos de Tinta, y luego de sucesivas victorias, los
rebeldes lograron sitiar La Paz, aunque al mismo tiempo Túpac Amaru fue apresado en la misma
Tinta y su fin llegó sin demora.

Entonces ocurrió uno de los sucesos más crueles de la historia del Perú: el caudillo rebelde fue
ejecutado públicamente, y tanto para escarmiento de la población como para apagar la llama de la
libertad, sufrió terribles torturas en la plaza del Cusco. Sus extremidades fueron atadas a cuatro
caballos que, tirando de las cuerdas, intentaron descuartizar el cuerpo del último Inca rebelde. Al
fracasar en tal intento, José Gabriel Condorcanqui fue decapitado. Pero antes de morir, tuvo que
presenciar las torturas y muertes de su esposa Micaela Bastidas y de sus hijos.

Consecuencias y balance de la rebelión de Tupac Amaru

El saldo de la gran rebelión fue el más impactante de la historia colonial de levantamientos, más
de cien mil muertos de una población de 1.2 millones de personas, lo cual provocó de inmediato
un colapso demográfico en el sur andino. Hay que dejar en claro que gran parte de las bajas no
se produjeron durante las batallas, sino en la rebelión española posterior que duró varios años.

Las medidas de la Corona para evitar que una rebelión de la envergadura de la de Túpac Amaru
se repitiera fueron inmediatas. El ministro de Indias, José de Gálvez, organizó una gran
represión en contra de cualquier aliado de la rebelión, además de los parientes de los dirigentes,
inclusive se aplicó el quintado que consistió en ejecutar a cada quinto hombre en las aldeas
donde se apoyó a Túpac Amaru II. Las penas contra los criollos fueron más leves, en un afán por
reconciliar a la corona con dicho grupo que ya estaba enemistado desde las reformas
borbónicas.

Una serie de medidas fueron implementadas para erradicar lo que se había percibido como un
nacionalismo inca. En 1787 se abolió el cargo hereditario de curaca y se prohibió el uso de la
vestimenta real incaica, la exhibición de toda pintura o iconografía de los Incas, el uso de
símbolos precoloniales e inclusive la lectura de las obras de Garcilaso de la Vega.

Otras medidas fueron destinadas en mejorar la administración colonial y apaciguar los ánimos de
las poblaciones del sur andino. En 1787 también se estableció una audiencia en el Cuzco que
sería mucho más receptiva a las demandas locales. Luego, en 1784 se abolió el reparto de
mercaderías y los corregimientos fueron reorganizados en intendencias, quedando así el cargo
de corregidor eliminado. Asimismo, la Corona desplegó tropas regulares en diversas provincias
andinas, asumiendo un papel de control social interno.

A largo plazo, estas acciones perjudicaron principalmente a la elite indígena, al ser despojada de
sus fueron y privilegios. El sector que lograba comunicarse de mejor manera con los mestizos y
criollos y defender los intereses de los indígenas fue desapareciendo paulatinamente no sin
ofrecer resistencia en interminables litigios que no pudieron detener la debacle de los curacas.
Así, con el pasar de los años todos los pobladores andinos pasaron a ser indios sin distinción,
aumentando el sentimiento de desprecio y humillaciones a medida que sus derechos eran
socavados cada vez más, mientras los criollos percibieron el peligro que significaba movilizar a
contingentes indígenas para realizar sus propios pedidos y reclamos. La incapacidad de los
líderes multiétnicos del movimiento para establecer una alianza criollo-india y las mismas
divisiones dentro de la población indígena fueron el germen del fracaso rebelde.

El importante papel de intermediarios coloniales que ejercían los curacas, truncado a fines del
siglo XVIII y el sentimiento de amenaza de los criollos y españoles ante las masas indias tuvo
consecuencias hasta después de la independencia del Perú, y ayudó a configurar de manera
negativa la concepción que la nueva república peruana tendría de los indios, dejándolos fuera
constantemente de sus planes políticos.

Si bien la imagen de Túpac Amaru II fue revitalizada desde el indigenismo en los años veinte y
luego con fines políticos en la década de 1970, últimos estudios que combinan diversas
metodologías y disciplinas académicas han dado nuevas luces no sólo sobre el levantamiento de
José Gabriel Condorcanqui, sino sobre todos los movimientos sociales del siglo XVIII.
Actualmente, y luego de la idealización sufrida por el cacique de Surimana que inclusive llegó al
cine peruano, se puede afirmar que si bien la rebelión tuvo una gran envergadura y sus
consecuencias fueron las más importantes de todos los levantamientos del penúltimo siglo
colonial, lejos está Túpac Amaru II de ser un luchador social por su pueblo y precursor de la
independencia bajo una conciencia nacionalista.

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