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En: La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Buenos Aires, Paidós.
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CONCLUSIÓN
EL INDIVIDUALISMO NEGATIVO
Por lo tanto, se deben tomar con muchas reservas las declaraciones sobre la muerte de la
sociedad salarial, sea que se regocijen con esa muerte o que la lamenten. Hay, en primer
lugar, un error de análisis sociológico: la sociedad actual es todavía, masivamente, una
sociedad salarial. Pero también suele tratarse de la expresión de una elección de naturaleza
ideológica: la impaciencia por "superar el salariado" con formas más cálidas y humanas de
actividad es a menudo la manifestación de un rechazo a la modernidad que enraiza en
muy antiguos ensueños campestres, evocadores del "mundo encantado de las relaciones
feudales", del tiempo del predominio de la protección cercana, pero también de las tutelas
tradicionales. Yo opto aquí por la alternativa opuesta, quizá también "ideológica":
entiendo que las dificultades actuales no pueden ser el pretexto para un ajuste de cuentas
con una historia que ha sido también la de la urbanización y del dominio técnico de la
naturaleza, la promoción del mercado y el laicismo, los derechos universales y la
democracia –la historia, justamente, del pasaje desde la Gemeinschaft a la Gesellschaft–. La
ventaja de esta elección consiste en que clarifica lo que está en juego en un abandono
completo de la herencia de la sociedad salarial. Francia tardó siglos en amoldarse a su
siglo, y llegó a hacerlo, precisamente, aceptando el juego de la sociedad salarial. Si hoy en
día las reglas del juego deben modificarse, la importancia de esta herencia merece que se
tomen algunas precauciones. Hay que tratar de pensar las condiciones de la metamorfosis
de la sociedad salarial, más bien que resignarse a su liquidación.
Para esto hay que aplicarse a imaginar en qué pueden consistir las protecciones en una
sociedad que se vuelve cada vez más una sociedad de individuos. En efecto, la historia que he
intentado puede leerse como promoción del salariado, pero también como el relato de la
promoción del individualismo, de las dificultades y los riesgos de existir como individuo. El
hecho de existir como individuo, y la posibilidad de disponer de protecciones, mantienen
entre sí relaciones complejas, pues las protecciones derivan de la participación en
colectivos. En la actualidad, el desarrollo de lo que Marcel Gauchet denomina "un
individualismo de masas", en el cual ve "un proceso antropológico de alcance general",1
hace vacilar el frágil [467] equilibrio que logró la sociedad salarial entre la promoción del
individuo y la pertenencia a colectivos protectores. ¿Qué puede significar hoy en día, y
qué puede decirse de "ser protegido"?
El estado de desamparo producido por la ausencia completa de protecciones fue
primeramente vivido por las poblaciones ubicadas al margen de una sociedad de clases y
estatutos: una sociedad de predominio "holista", en el vocabulario de Louis Dumont. "No
man without a Lord", dice el viejo adagio inglés, pero también y hasta tarde en la sociedad
del "Antiguo Régimen", ningún artesano que no obtenga su existencia social del gremio,
ningún burgués que no se identifique con su estado, e incluso ningún noble que no se
defina por su linaje y su rango. Todavía respecto de la sociedad tal como era en vísperas
de la Revolución, Alexis de Tocqueville se negaba a hablar de individualismo; veía a lo
sumo un "individualismo colectivo", en el cual el individuo se identificaba "con pequeñas
sociedades que sólo vivían para sí mismas":
2 A. de Tocqueville, L'Ancien Régime et la Révolution (1° ed., 1856), París, Gallimard, 1942, pág. 176.
3 Dumont, Essai sur l'individualisme, París, Le Seuil, I983, pág. 69. Cf. también P. Birnbaum, J. Leca
(dir.), Sur l'individualisme, París, Presses de la FNSP, 1986.
4 A. Fox, History and Heritage, op. cit., cap. I. Fox ubica en el siglo XVI el inicio del florecimiento de
este individualismo conquistador (y sin embargo frágil; cf. por ejemplo el destino frecuente de los
banqueros "lombardos", arruinados después de haberse hecho rogar por los señores, y a veces
incluso por príncipes), pero este perfil de empresarios audaces y buscadores de ganancias puede
situarse en el momento de la "desconversión" de la sociedad feudal en el siglo XIV. Cf., por ejemplo,
el personaje de Jean Boinebroke, mercader pañero de Douai a fines del siglo XIV, quien explotaba a
los artesanos con un cinismo tal, que ellos esperaron su muerte y le iniciaron un proceso póstumo
(G. Espinas, Les origines du capitalisme, t. I, "Sire Jean Boinebroke", Lila, 1933).
5 Habría que añadir otra forma de individualismo, que podríamos calificar de "aristocrático",
ubicado cerca de la cima de la pirámide social. "En las sociedades de las que el régimen feudal no es
más que un ejemplo, puede decirse que la individualización es máxima donde se ejerce la
soberanía, y en las regiones superiores del poder. Cuanto más poder y privilegios se tienen, más se
está marcado como individuo por rituales, discursos, representaciones" (M. Foucault, Surveiller et
punir, París, Gallimard, 1975, pág. 194). Esta forma de individualización fue progresivamente
reemplazada por la que desarrollaron el comercio y la industria. En la sociedad "de Antiguo
Régimen" habría también que hacer lugar al personaje del aventurero, que apareció como tema li-
terario en la novela picaresca española y se multiplicó en el siglo XVIII (cf. el personaje de
Casanova). El aventurero es un individuo que juega su libertad en los intersticios de una sociedad
de clases en curso de desconversión. Conoce perfectamente las reglas tradicionales, y las aprovecha
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No obstante, como se ha podido demostrar, esta onda de choque del orden contractual
sólo golpeó de frente a una parte limitada de la población. Fue como amortiguada por el
peso de la cultura rural, por la persistencia de formas preindustriales de organización del
trabajo, y por la fuerza de los modos de protección cercana asociados a ellas. 7 Pero
también se [470] entiende que, para las poblaciones cuya situación dependía de un contra-
to de trabajo, todo el movimiento que desembocó en la sociedad salarial haya consistido
en superar la fragilidad del orden contractual para adquirir un estatuto, es decir un valor
añadido a la estructura puramente contractual de la relación salarial. Estos añadidos al
contrato del trabajo "puro" actuaron como reductores de los factores del individualismo
negativo. La relación de trabajo fue sustrayéndose progresivamente a la relación
personalizada de subordinación del contrato de alquiler, y la identidad de los asalariados
pasó a depender de la uniformidad de los derechos que se les habían reconocido. "El
contrato de trabajo (autónomo e individual) alberga un estatuto (colectivo), en virtud del
sometimiento de ese contrato a un orden público (heterónomo y colectivo)." 8
En otros términos, se trataba de un proceso de desindividualización que inscribía al
trabajador en regímenes generales, convenciones colectivas, regulaciones públicas del
derecho del trabajo y de la protección social. Ni tutela ni simple contrato sino derechos y
solidaridades a partir de conjuntos estructurados en torno a la realización de tareas
comunes. En la sociedad salarial, el mundo del trabajo no forma en sentido estricto una
sociedad de individuos sino más bien una superposición jerárquica de colectividades
constituidas sobre la base de la división del trabajo, y reconocidas por el derecho. Además
de que, sobre todo en los ambientes populares, la vida fuera del trabajo está también
estructurada por la participación en marcos comunitarios: el barrio, los amigos, el café, el
sindicato... Con relación al estado de desocialización que representaba el pauperismo, la
clase obrera en particular se "fabricó" formas de sociabilidad que podían ser intensas y
sólidas. 9
7 Recordemos que la recomposición contractual que modificó la organización del trabajo respetó no
obstante el núcleo tutelar del orden familiar. Si una legislación liberal del tipo de la ley Le Chapelier
se les hubiera impuesto a las familias como le fue impuesta al trabajo, sin duda el orden social no
habría resistido. Sólo muy lentamente el derecho de la familia pasó a incluir dimensiones
contractuales, mientras que a la inversa, el derecho del trabajo quedó lastrado con garantías
estatutarias. Pero a principios del siglo XIX, las poblaciones que proporcionaron la materia prima
de las descripciones del pauperismo se caracterizaban a la vez por su relación errática con el trabajo
y por la descomposición de su estructura familiar: solteros trasplantados a la ciudad y desgajados
de las costumbres sanas que se atribuían a las poblaciones rurales; uniones entre obreros y obreras
de las primeras concentraciones industriales, siempre descritas como frágiles e inmorales, rodeadas
de hijos de procedencia incierta. Ni relaciones organizadas de trabajo, ni vínculos familiares fuertes,
ni inscripción en comunidades estructuradas. Se conjugaban los principales rasgos del
individualismo negativo para producir una desafiliación de masas.
8 A. Supiot, Critique du droit du travail, París, PUF, 1994, pág. 139. Esta obra expone de manera muy
precisa el papel desempeñado por el derecho del trabajo en el pasaje desde el contrato de trabajo
puro hasta el estatuto de asalariado.
9 Cf. por ejemplo los análisis de E. P. Thompson, The Making of the Working Class, op. cit., y R.
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[471] De modo que, si bien cada uno puede sin duda existir como individuo en tanto que
persona "privada", el estatuto profesional es público y colectivo, y este anclaje permite una
estabilización de los modos de vida. Esa desindividualización puede incluso permitir la
desterritorialización de las protecciones. En la medida en que las nuevas protecciones
están inscritas en sistemas regulatorios jurídicos, no pasan necesariamente por la
interdependencia, pero tampoco por las sujeciones, de las relaciones personalizadas, como
lo son el paternalismo del patrón o los conocimientos recíprocos que movilizan la
protección cercana. Así autorizan la movilidad. El "derechohabiente", decimos, puede en
principio asegurarse en cualquier ciudad o pueblo. Hay, en suma, una reterritorialización
por el derecho, o una fabricación de territorios abstractos, totalmente distintos de las
relaciones de proximidad, y a través de ellos los individuos pueden circular bajo la égida
de la ley. Ésta es la desafiliación vencida por el derecho.
Esta articulación compleja de los colectivos, las protecciones y los regímenes de
individualización se encuentra hoy en día cuestionada, y de una manera que es en sí
misma muy compleja. Las transformaciones que van en el sentido de una mayor
flexibilidad, tanto en el trabajo como fuera del trabajo, tienen sin duda un carácter
irreversible. La segmentación de los empleos, así como el irresistible crecimiento de los
servicios, entraña una individualización de los comportamientos laborales totalmente
distinta de las regulaciones colectivas de la organización "fordista". Ya no basta con saber
trabajar; también hay que saber venderse, y venderse. Los individuos se encuentran de tal
modo impulsados a definir ellos mismos su identidad profesional y hacerla reconocer en
una interacción que moviliza tanto un capital personal como una competencia técnica
general. 10 La desaparición de los enmarcamientos colectivos y de los puntos de referencia
que valían para todos no se limita a las situaciones de trabajo. El propio ciclo de la vida se
ha vuelto flexible, con la prolongación de una "posadolescencia" frecuentemente entregada
a la cultura de lo aleatorio, las vicisitudes de una vida profesional más dura, y una vida
posprofesional que suele extenderse desde una salida prematura del empleo hasta los
límites en continuo retroceso de la cuarta edad.11 Todo el [472] conjunto de la vida social es
atravesado por una especie de desinstitucionalización entendida como una desvinculación
respecto de los marcos objetivos que estructuran la existencia de los sujetos.
Este proceso general puede tener efectos contrastantes sobre los diferentes grupos a los
que afecta. Del lado del trabajo, la individualización de las tareas permite que algunas
personas se liberen de los grilletes colectivos y expresen mejor su identidad a través del
empleo. Para otras, hay segmentación y fragmentación de las tareas, precariedad,
Hoggart, La culture du pauvre, op. cit., así como los numerosos estudios sobre la sociabilidad obrera
que ponen el acento, quizá de un modo en algunos casos un tanto mitificado, en la fuerza de sus
solidaridades. Para una actualización sobre la cul
10 Cf. los análisis de B. Perret v G. Roustang, L'économie contre la société, op. cit., cap. II. Para una
interpretación optimista de este proceso, cf. M. Crozier, L'entreprise à l'écoute, París, Le Seuil, 1994
(1° ed., París, Interéditions, 1989).
11 Xavier Gaulier, "La mutation des âges", Le Débat, n°61, septiembre- noviembre de 1991
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rasgos. 17 Es una individualidad de algún modo expuesta en exceso, y ubicada tanto más en
un primer plano cuanto que es frágil y está amenazada de descomposición. Corre el riesgo
de pesar como un fardo.
Esta bipolaridad del individualismo moderno propone un esquema para comprender el
desafío que enfrenta hoy en día la sociedad salarial. El logro fundamental de esta
formación social ha consistido –para decirlo por última vez– en construir un continuum de
posiciones sociales no iguales pero comparables, es decir compatibles entre sí e
interdependientes. Este es el modo (y el único modo) que se ha encontrado, por lo menos
hasta el [474] día de hoy, para actualizar la idea teorizada bajo la Tercera República de una
"sociedad de semejantes", es decir una democracia moderna, y hacerla compatible con las
exigencias crecientes de la división del trabajo y la complejización de la estratificación
social. La construcción de un nuevo orden de protecciones, que inscribió a los individuos
en colectivos abstractos, cortados de las antiguas relaciones de tutela y de las pertenencias
comunitarias directas, pudo asegurar sin demasiados tropiezos el pasaje desde la sociedad
industrial a la sociedad salarial.
Este modo de articulación del individuo y el colectivo, que no hay que mitificar, pero que
no obstante conservó el "compromiso social" hasta principios de la década de 1970, ha sido
malogrado por el desarrollo del individualismo y la formación de nuevos modos de
individualización. Ahora bien, este proceso tiene efectos contrastantes, puesto que
refuerza el individualismo "positivo" y al mismo tiempo da origen a un individualismo de
masas socavado por la inseguridad y la falta de protecciones.
En tal coyuntura, las formas de administración de lo social se ven profundamente
transformadas, y se produce un retorno masivo del recurso al contrato y al tratamiento
localizado de los problemas. No es por azar. La contractualización traduce, y al mismo tiempo
impulsa, una recomposición del intercambio social de una manera cada vez más
individualista. Paralelamente, la localización de las intervenciones recobra una relación de
proximidad entre los participantes directamente afectados, que las regulaciones
universalistas del derecho habían desdibujado. Pero esta recomposición es ambigua, en el
sentido propio de la palabra, pues se presta a una doble lectura.
En efecto, este nuevo régimen de las políticas sociales puede interpretarse parcialmente a
17Por ejemplo, en estas vidas libradas a lo aleatorio suele ocupar un gran lugar una referencia muy
particular a lo "cultural": no a la cultura de quienes frecuentan los museos o los conciertos para
melómanos, sino una búsqueda continua (por ejemplo, montar un espectáculo o formar un grupo
musical), atravesada por la esperanza semifantaseada de llegar a ser reconocido, mientras en el
segundo plano hay sin duda una vaga identificación con la bohemia-galera que conocieron algunos
de los más grandes artistas antes de que cierto día, de pronto, los inmortalizara la gloria. Por cierto,
muy pocos de estos jóvenes saldrán con gloria de esos "espacios intermedios", pero éste es un
ejemplo de las aventuras "subjetivas" que comienzan enroscándose al vacío de una falta (de una
falta de trabajo en primer lugar, pues hace veinte años la mayoría de estos jóvenes de origen
popular habrían ido directamente a una fábrica o a realizar un aprendizaje), pero que no están
exentas de coraje y a veces tampoco de grandeza. Sobre la noción de "espacios intermedios", cf. L.
Rouleau-Berger, La ville intervalle, op. cit.
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partir de la situación anterior a las protecciones, cuando los individuos, incluso los más
carecientes, tenían que enfrentar con sus propios medios los sobresaltos generados por el
parto de la sociedad industrial. "Tengan un proyecto, comprométanse en la búsqueda de
un empleo, de un montaje para crear una asociación o lanzar un grupo de rap, y se les
brindará ayuda", se dice hoy en día. Este mandato atraviesa todas las políticas de
inserción, y en el contrato de inserción del "ingreso mínimo de inserción" encuentra su
formulación más explícita: asignación y acompañamiento a cambio de un proyecto. Pero,
¿no hay que preguntarse, como respecto de las primeras formas del contrato de trabajo, en
el principio de la industrialización, si la imposición de esta matriz contractual no equivale
a exigir a los individuos más desestabilizados que se conduzcan como sujetos autónomos?
Pues "montar un proyecto profesional" o, mejor aún, construir un "itinerario de vida", no
es tan sencillo, por ejemplo, cuando se está desempleado o se corre el riesgo de ser
desalojado de la casa en que se vive. Se trata incluso de una exigencia que les costaría
satisfacer a muchos sujetos bien integrados, que siempre han seguido [475] trayectorias
demarcadas.18 Es cierto que este tipo de contrato suele ser ficticio, pues resulta muy difícil
que el solicitante esté a la altura de semejante condicionamiento. Pero entonces es el
agente social quien juzga la legitimidad de lo que aparece como un contrato, y otorga o no
la prestación financiera en función de esa evaluación. Ejerce de tal modo una verdadera
magistratura moral (pues en último análisis se trata de apreciar si el solicitante "merece" el
ingreso mínimo de inserción), muy diferente de la atribución de una prestación a
colectivos de derechohabientes, anónimos por cierto, pero que por lo menos aseguran una
distribución automática.
Los mismos riesgos generados por la individualización de los procedimientos amenazan a
esa otra transformación decisiva de los dispositivos de intervención social que es su
reterritorialización. Este movimiento va mucho más allá de la descentralización, puesto
que a las instancias locales se les da mandato para jerarquizar los objetivos, definir los
proyectos y negociar su realización con los interesados. En el límite, lo local se convierte
también en lo global. Pero la novedad de estas políticas no excluye algunas homologías
con la estructura tradicional de la protección cercana. Esta forma de asistencia, la más
antigua, que ha tenido diversas modalidades históricas, incluía ya lo que se podría haber
denominado "negociación" si hubiera existido la palabra. En efecto, para el solicitante se
trataba siempre de hacer reconocer su pertenencia a la comunidad. Esta calidad de cercano
(cf. el cap. 1, "Mi prójimo es mi próximo") lo inscribía en un sistema de dependencias
tutelares, cuya forma límite fue, según Karl Polanyi, la "servidumbre parroquial" (parish
serfdom) de las poor lazos inglesas. ¿Qué garantías hay de que los nuevos dispositivos
"transversales", "de asociados", "globales", no den origen a formas de neopaternalismo?
Por cierto, el "elegido local" es muy pocas veces un déspota local, y el "jefe de proyecto" no
es una dama de beneficencia. Pero las vueltas de la historia enseñan que, hasta el día de
hoy, siempre ha habido "buenos" y "malos pobres", injusta distinción que se realiza sobre
la base de criterios morales y psicológicos. Sin la mediación de los derechos colectivos, con
la individualización del socorro y el poder de decisión fundado en el conocimiento
18 Cf. J. –F. Noël, "L' insertion en attente d'une politique", en J. Donzelot, Face à l'exclusion, op. cit.
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recíproco que se otorga a las instancias locales, se corre siempre el riesgo de que renazca la
vieja lógica de la filantropía: promete fidelidad y serás socorrido.
Ahora bien, incluso el derecho social se particulariza, se individualiza, por lo menos en la
medida en que puede individualizarse una regla general. El derecho del trabajo, por
ejemplo, se fragmenta al recontractualizarse [476] también él. Por debajo de las
regulaciones generales que otorgan un estatuto y una identidad fuerte a los colectivos de
asalariados, la multiplicación de las formas particulares de contrato de trabajo confirma la
balcanización de los tipos de relación con el empleo: contratos de trabajo por tiempo
determinado, provisionales, de jornada parcial, etcétera. Las situaciones intermedias entre
empleo y no-empleo son también objeto de nuevas formas de contractualización.
Contratos de retorno al empleo, contratos de empleo–solidaridad, contratos de reinserción
en alternancia... Estas últimas medidas son particularmente expresivas de la ambigüedad
de los procesos de individualización del derecho y las protecciones. Por ejemplo, el
contrato de retorno al empleo concierne a "las personas que encuentran dificultades
particulares para acceder al empleo" (artítulo L 322-4-2 del Código de Trabajo). De modo
que lo que hace posible obtener este tipo de contrato es la especificidad de ciertas
situaciones personales. 19 El otorgamiento de un derecho queda así subordinado a la
constatación de una deficiencia, de "dificultades particulares" de naturaleza personal o
psicosocial. Es ésta una ambigüedad profunda, porque la existencia de una discriminación
positiva con las personas que atraviesan dificultades resulta perfectamente defendible:
quizá necesiten que se las eleve antes de incorporarlas en el régimen común. Pero, al
mismo tiempo, estos procedimientos reactivan la lógica de la asistencia tradicional, que el
derecho del trabajo había combatido, a saber: que para ser asistido hay que poner de
manifiesto los signos de una incapacidad, de una deficiencia con relación al régimen
común del trabajo. Como en el caso del ingreso mínimo de inserción y de las políticas
locales, este tipo de recurso al contrato deja quizá traslucir la impotencia del Estado para
manejar una sociedad cada vez más compleja y heterogénea mediante ordenamientos
singulares para todo lo que ya no puede ser regido por las regulaciones colectivas.
La misma ambigüedad atraviesa la recomposición de las políticas sociales y del empleo
que se está realizando desde hace unos quince años. Más allá de la "crisis", ella enraiza en
un proceso profundo de individualización que afecta también a los principales sectores de
la existencia social. Se podría aplicar el mismo tipo de análisis a las transformaciones de la
estructura familiar. La familia "moderna" se estrecha en torno a su red relacional, y en
estos últimos años las relaciones entre sus miembros se han contractualizado sobre una
base personal. Pero, como lo observa Irène Théry, 20 esta "liberación" de las tutelas
tradicionales produce efectos diferentes según el tipo de familia, y los miembros de los
grupos familiares más precarios desde el punto de vista económico, y más carecientes
[477] desde el punto de vista social, pueden pasar por la experiencia negativa de la
libertad cuando, por ejemplo, sobreviene una ruptura del matrimonio, una separación o
una degradación del estatuto social. En éste y en otros casos, la existencia como individuo
Cf. L. Astier, Revenu minimum et souci d'insertion: entre le travail, le domestique et l'intimité. Paris,
21
EHESS, 1994.
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