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Adolfo Sánchez Vázquez: Invitación a la estética. VI. Lo cómico.

En nuestra vida cotidiana distinguimos fácilmente la comicidad de un gesto, de un


ademán de una situación o de una confusión de ideas o palabras, por el efecto —la risa
— que suscita en nosotros. La risa es tan vieja como la humanidad, y si en un sentido más
amplio define al hombre (“dime de que te ríes y te diré quien eres”, sentenciaba Goethe),
en un sentido más restringido se halla estrechamente vinculada a la comicidad.
Si lo cómico en general, en mayor o menor medida, provoca la risa o, en alguna
de sus formas, como habremos de ver, suscita ese reír por lo bajo que es la sonrisa, cabe
preguntarse: ¿por qué se reacciona así? ¿Hay en la situación cómica algunos elementos
característicos que determinan este comportamiento peculiar del ser humano que
desemboca y se condensa en la risa?

Naturaleza contradictoria de lo cómico

Si volvemos a los ejemplos anteriores (el maullido de un gato en una solemne ceremonia,
la palabrota del espectador que sufre un pisotón involuntario, mientras en el teatro se
representa una escena patética, etc.) se pone de manifiesto cierta incongruencia,
inadecuación o contradicción, que puede revestir varias formas:

1) Kant veía en la entraña de lo cómico “la reducción repentina a la nada de una intensa
expectativa” (Critica del juicio). El efecto cómico surge de algo que se espera
intensamente y se resuelve en una nimiedad. Puede servir de ejemplo el experimento
químico que el estudiante espera con recelo porque se le ha prevenido de que hará un
ruido ensordecedor, cargado de peligrosidad; finalmente,

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