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El ciudadano y el sujeto /Primera Parte

Acerca de la tensión entre la subjetividad del ciudadano y el deseo


El siguiente escrito es el resultado del trabajo llevado a cabo con el historiador Ignacio
Lewcowicz, acerca de los problemas que plantean para el psicoanálisis y la Historia los
conceptos de sujeto y subjetividad. Valga a su vez como el mejor recuerdo que se puede
brindar a un amigo, con quien el proceso de pensar no estaba exento de di-versión (con y
sin guión). Sin la pretensión de agotar la cuestión, se contenta con presentar lo que
llamaré un contrapunto, en el sentido más musical del término (1).

Para decirlo desde el inicio, existe una tensión irreductible entre el ciudadano
y el sujeto del deseo, si entendemos que éste último no representa ningún orden
de esencia ni sustancia, que es evanescente, en tanto efecto del decir que
sorprende al ser hablante. El sujeto del deseo no se corresponde con la conciencia
ni con el Yo; en suma, se trata de un sujeto dividido por el hecho mismo de la
palabra. El ciudadano, por su parte, hace referencia a la subjetividad como
soportada en el factum del vivir y constituirse en sociedad, en un lugar y en una
época determinada.
Hace más de diez años, la experiencia de intentar dilucidar nuestra praxis en
las condiciones de la época (el pensamiento-mercado) inevitablemente nos
condujo a reflexionar sobre una mutación, un pasaje, en el estatuto de la
subjetividad del ciudadano. En ese momento, se producía la irrupción de la
categoría de consumidor en la escena normativa y jurídica, llegando a adquirir
incluso rango constitucional (2).
Lo que el lazo capitalista implica en tanto relación de consumo respecto de
un usuario, no podía acontecer sin cambios en el sistema jurídico que legitimaran
el modelo que se imponía (3). Estos eran los indicios, los signos desapercibidos
que el atento historiador necesitaba para comenzar a escribir una serie. Atento
historiador que, además de observar estos detalles con intuición, estaba dispuesto
al trabajo con los otros, a la posibilidad de transformarse en el acto de producir
pensamiento.
Decía Lewkowicz, respecto de la Convención Constituyente de Entre Ríos en
1994, reunida con la expresa, antes que velada, intención de permitir la reelección
presidencial argentina, “lo que entonces nos sorprendía era una declaración
unánime: la parte dogmática de la Constitución no habría de ser tocada, solo se
modificaría la parte instrumental”. A pesar de lo cual, como era de esperar, fue
justamente la misma dogmática la que se vio modificada, produciendo un hecho
quizás imperceptible a la luz de los cambios “instrumentales”. El artículo 42 nos
daba la clave, asistíamos a la legitimación constitucional de una transformación en
el estatuto del ciudadano, ahora como consumidor, con un artículo constitucional
que lo refrendaba además como “usuario de bienes y servicios”, en la solemne
proclamación de un Derecho en la relación misma de consumo. -¿Nuevo lazo?,
nos preguntábamos.
Lejos de ser una novedad, el estatuto constitucional de esta forma de
subjetividad no representaba más que una profundización del lazo capitalista en su
estadio actual. Este lazo y su correlato, la relación de consumo, da a luz a su vez a
un múltiple: la irrupción de los derechos del consumidor, que se difracta en una
serie de derechos parciales o sectoriales (derechos del consumidor, del usuario de
servicios, del usuario de sustancias, etc.)
Lewkowicz situaba allí una variación en el concepto práctico de lazo: la
relación social ya no se establece entre ciudadanos que comparten una Historia,
sino entre consumidores que intercambian productos. No primaba ya la relación del
sujeto con una narración mítica que lo instituye como tal, sino el lazo del sujeto con
un objeto, el del consumo, que no es más que lo que viene a saturar, ocupar o
hacer consistir un vacío.
Estos conceptos nos permitieron también aventurar algunas conjeturas sobre
lo que estaba en juego en la subjetividad de la adicción. No todo adicto es un
“envés” del consumidor, y sin embargo descubrimos que la subjetividad adictiva
puede encuadrarse en esa perspectiva. La des-responsabilización subjetiva y la
sustancialización del objeto de consumo que caracterizan al abordaje instituido de
la problemática, así como la recusación de otras maneras de lazo con el placer y el
deseo por parte de los sujetos que padecerían o sostienen la modalidad “adictiva”,
su rechazo a todo saber que no sea el conocimiento que orbita alrededor del
tóxico, eran rasgos que podíamos relevar en base a nuestro trabajo en común.
El pensamiento crítico e interdisciplinar requiere la posibilidad de dejar de
lado el refugio que brindan las prácticas y saberes instituidos, de aproximar una
lectura despojada de la encerrona disciplinar. Si pretendíamos pensar críticamente
el advenimiento de una nueva condición en la subjetividad, debía quedar entre
paréntesis lo que cada disciplina entendía por sujeto. Ya en 1930, los iniciadores
de la Escuela de Francfort, Horkheimer y Adorno, en su Revista de Investigación
Social Interdisciplinaria, anticiparon en acto esta idea, en lo que se conoció como
“teoría o pensamiento crítico”. Allí también plantearon que, ante el advenimiento de
los Estados modernos luego de la caída de Antiguo Régimen, el capitalismo
emergía de manera tal que el conjunto de los lazos sociales se vería atravesado
por el mercado (4). De allí desprendemos la idea de un pensamiento-mercado que
cínicamente instituye y destituye subjetividad instrumentalmente: bajo la apariencia
de la libertad (agregamos hoy: de consumo), el medio se transforma en fin en sí,
arrasando toda subjetividad que no fuese la que la lógica del mercado impone.
El ciudadano-consumidor supone que una de las formas de garantía de su
lazo con el mundo es la posibilidad de inclusión en la rueda de la producción y
consumo de objetos que provee la tecnología. El estrecho margen de decisión que
se le otorga en esa vía es la de proceder a un consumo “responsable”, o lo que
tiende a llamarse un “uso racional” de los recursos o los objetos que el mercado le
ofrece.
Entendemos que la lógica del consumo es una determinación histórica
concreta del pragmatismo utilitarista. Lo que llamamos pensamiento-mercado, que
representa el estadio actual del capitalismo en Occidente, relanza en algún sentido
el programa político del utilitarismo, y sostiene la ilusión de un hedonismo
accesible y de una felicidad supuestamente para todos, a través de las prácticas
del consumo. Esta ilusión se ha expandido y hoy se sostiene. Claro que el envés o
“efecto no deseado” del pensamiento-mercado son las consecuencias de
exclusión, expulsión o desaparición de estratos sociales o generaciones enteras
(“saqueos”, secuestros, torturas) ejercidas ya sea por parte de un Estado totalitario
o bien en los márgenes del Estado “democrático”. ¿Cómo se sostiene un régimen
como el que imperó en los noventa en la Argentina, sino del cinismo de desmentir
que la anomia, la impunidad ante la ley y de quienes debieran ejecutarla, la
exclusión y la expulsión del los habitantes tienen sus consecuencias? El pequeño
cinismo cotidiano sabe de estos costos sociales, éticos o personales; pero hay un
punto en que más allá de eso no quiere preguntarse. Teme interrogarse qué hay
más allá de la pantalla o de la inmediatez de sus certezas. La inconsistencia, la
exclusión o el horror son fronteras que un cierto cinismo político no quiere
interrogar.
El consumo ritualizado queda así enmarcado por un cinismo litúrgico y
religioso, que sostiene la Promesa en una retórica que subordina lo verdadero y la
acción a la eficacia o al éxito personal. Conlleva un pragmatismo realista y
utilitarista a ultranza, entendiendo pragma como negocio, acuerdo. Si el sujeto
político (ciudadano-consumidor) se sostiene en esta lógica, no debe extrañar que
sus “representantes” le devuelvan esa razón, pues también los atraviesa a ellos
como demasiado humanos . El pequeño cinismo de cada día sólo busca garantías
y garantes que le reaseguren la expansión y perpetuación del goce de los bienes
consumibles. No es de extrañar entonces que algún dirigente pretenda marcar su
nombre propio como etiqueta en lo real, apoyado en una Misión que todo lo
justifica y redime, sostenido en la razón de la Necesidad Histórica o del Paraíso
perdido o porvenir, sujetando sus actos a la Justicia Divina o al juicio de la Historia,
y desestimando la justicia de los hombres.
En este mismo sentido, podemos preguntarnos si el escepticismo que habita
nuestras ciudades puede ser ajeno a los efectos de ese discurso cínico que nos
propone la lógica del consumo. El escéptico ya nada espera, desconfía de hecho y
de derecho. Es más, padece la desesperanza de aquel que ya no confía en poder
aprender o sorprenderse de lo que ya no escucha. No quiere enfrentarse o
desestima la cuestión de la responsabilidad subjetiva. Este escepticismo vulgar del
consumidor, lejos del filosófico, es temeroso y constituye una respuesta pragmática
extrema y sistematizada ante el vacío de la inconsistencia que habita.
La cuota de cinismo y temor que porta el ciudadano actual atraviesa todos
los estratos sociales e instituciones. Las organizaciones se configuran de acuerdo
a estas estrategias de habitabilidad del mundo, y reproducen en gran medida esa
forma de dejarse habitar por la inconsistencia. El pragmatismo y el cinismo vulgar
quizás resulten la única estrategia posible a la hora de dirigir una organización
empresarial, pero resulta cuanto menos reduccionista y nefasto para otro tipo de
decisiones y organizaciones (de lo político-militante, de lo jurídico, de la vida
amorosa o de las sociedades analíticas).
Las decisiones humanas ponen en escena otro tipo de objetos que los del
consumo, aquellos que movilizan y causan el deseo. Su consistencia es quizás
más evanescente, pero sus consecuencias más serias. La invención, la creación y
la producción de singularidad son actividades que ponen en escena la
responsabilidad del sujeto. La apuesta que implican no exime al sujeto de tener
que atravesar la incertidumbre. Esta apuesta, sin garantías, es una forma de
afirmar nuestra existencia en este mundo.
Se tratará, en suma, de re-inventar en cada coyuntura una ética que no esté
sostenida en la aceptación de la cuota de cinismo “necesaria” para la
supervivencia. Una ética de lo real cuyo costo no sea el pago con el cuerpo ni el
declinar vergonzante de la palabra. Allí donde cada hombre está solo frente a su
decisión, enfrentará en su intimidad –en su cuerpo, en su angustia, en sus goces–
las contingencias de sus actos privados o las consecuencias de su accionar en lo
público. Lo verdaderamente Otro del consumo sólo podrá encontrarse por la vía de
una ética consecuencialista a ultranza, más cercana a la posición estoica de
soportar las consecuencias que se desprenden del propio acto que al cinismo que
desacredita los valores, para intentar hallar una diferencia respecto de lo que
predomina en la época; reencontrar en el pensamiento, en el arte, en la política y
en el amor un recurso ético para desenmascarar la impostura o el dolor: un
consecuencialismo del decir entre los dichos.
A continuación, y para poder precisar aun más estas posiciones,
intentaremos establecer el contrapunto que conforman los órdenes de filiación
histórica de aquello que pensamos cuando ponemos en consideración la
subjetividad del ciudadano y la del deseo inconsciente. Se delinea con ello a la vez
una configuración precisa y una tesis: la subjetividad que impone o instituye el
pensamiento-mercado, la del ciudadano-consumidor, con su cuota de escepticismo
y cinismo instrínseca, obtura la posibilidad del advenimiento del sujeto del deseo
tanto como del sujeto político, que sería una de sus modulaciones.

Notas
(1) Sinónimo de polifonía, el término se emplea en música en los períodos que
transcurren en los siglos XVI a XVIII; "contrapunto" deriva de punctus contra punctus [nota
contra nota], y da cuenta de un pasaje musical consistente en dos o más líneas melódicas
que suenan simultáneamente, estableciendo entre sí una construcción armónica a la
segunda potencia.
(2) Al respecto, remitimos a Ignacio Lewkowicz, Pensar sin estado. La subjetividad en la
era de la fluidez. Ed Paidos. 2004
(3) Dobón, Hurtado, Lewkowicz y otros. Las Drogas en el siglo ¿Qué viene? Edama.
1998. Bs As.
(4) Horkheimer, M. Teoría crítica. Ed. Barral, Barcelona, 1974. Versión parcial en español.

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