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Vida de la monja alférez

Los caminos de la propia de vida deberían ser elegidos por meditación de cada cual, sin
embargo, en el caso que tratamos Miguel de Erauso pensó de manera diferente, quién en su
puesto de capitán en la batalla de Charleroi fue herido de consideración y llevado a Madrid
donde se recuperó gracias a extremos cuidados y un “voto” que le hizo a la Virgen de Atocha.

Este “voto” consistía en que, al contraer matrimonio, sus hijos varones servirían al Ejército
con el fin de sacrificarse por su Patria, su Religión y su Rey, mientras que sus hijas mujeres
irían al convento para adorar a Nuestro Señor.

A pesar de haber quedado con secuelas, encontró cariño sincero en Catalina María Pérez de
Galarraga y Arce, con quien formó un hogar Guipúzcoa, teniendo cuatro hijos varones y
cuatro hijas mujeres.

Es de imaginar el dolor de aquella madre, cuando su esposo le dio a conocer el secreto que
guardaba… Por salvar su propia vida, había hecho una manda. Y en cumplimiento de ella
hizo entrar al cuarteto de hijos al Ejército y a las cuatro niñas al convento de monjas de San
Sebastián. El padre quedó muy conforme, demostrando tener una fuerte personalidad, en
contraste, la madre quedó en un abismo de angustia pareciendo una avecilla sin valor para
defender a sus crías.

Así fue como la menor de sus hijas, Catalina con apenas cuatro años fue entregada a las
religiosas dominicas de fama peninsular, lo más distinguido de San Sebastián de Guipúzcoa.
En esa ciudad había nacido Catalina, en el siglo XVI.

La pequeña interna en un principio pareció resignarse al método conventual, al igual que sus
tres hermanas mayores. Pero al pasar el tiempo, Catalina creció disconforme con todo, sin
embargo, callaba. Pese a esto, llegaron quejas a la Superiora sobre la altivez de esta. “La
madre de todas”, con suavidad en sus palabras quiso enderezar el carácter de la rebelde
jovencita, pero ella, esquivando la mirada durante el diálogo, sólo respondía con
monosílabos:

-Sí… No… Acaso…

La superiora, convencida de su impotencia clamaba mirando al cielo:


-Paciencia…

Ya que las novicias no tienen autorización para salir a sus hogares, los padres acudían al
convento cada mes, con la esperanza de encontrar a “la niña” humilde y sumisa. Sin embargo,
Catalina se mantenía reservada, sin demostrarles afecto, pues mantenía el rencor y era
incapaz de perdonar la imposición, aun cuando era costumbre de la época ser internada en
un convento. La libertad vibraba dentro del espíritu, cerebro y todo el ser de Catalina y no se
le hacía fácil poder dominarla. A tal grado llegó su inquietud que la Superiora en varias
ocasiones se vio forzada a enviarla a una celda por tres días, sólo con pan y agua. Esta cumplía
disciplinadamente su castigo, pero al final reaccionaba de forma violenta, con arranques de
furor, vociferando y dando mal ejemplo a las otras novicias. Después guardaba un silencio
agresivo. No depositaba su amistad ni su confianza en nadie. Estaba muy disconforme con
su suerte, pero sus padres insistían en el propósito de hacerla religiosa contemplativa, las que
jamás se ven a la luz pública, esta respondía con rebeldía.

Cercana a cumplir quince años, Catalina se volvió cada vez más testaruda, al extremo de no
obedecer las órdenes superiores. Su carácter era indomable. Se enfadaba por pequeñeces.

Una tarde, paseando en el convento a la hora del crepúsculo, Carmen habló a Catalina:

-¡Vamos hermana! ¿Me dirá usted qué es lo que pretende?, ¿qué es lo que piensa?

-Pues, pretendo y pienso salir de esta cárcel disimulada.

-No, hermana; usted y yo somos ya religiosas que debemos respetar nuestras leyes y
costumbres.

-¡Qué va! Yo nací para respirar aires de libertad…

-Le repito que no. Nosotras debemos adorar al Santísimo Sacramento y rezar por aquellos
que se olvidan de Dios.

Fuera de sí Catalina gritó:

-No, yo quiero mi libertad. ¿Me comprende usted, hermana?

Y uniendo la acción a sus palabras, remeció de los hombros a su compañera, sintiendo rabia
por lo que para ella era la incomprensión de la monja.
En esos precisos momentos la campana llamó a rezar el “Ángelus”. Las dos novicias se
apresuraron en ir a tomar su sitio en la fila. Catalina fijó sus ojos en las monjas que marchaban
adelante y por última vez observó a sus tres hermanas: Maria, Paquita y Ramona, quienes
iban de vez en cuando a sermonearla y al alejarse decían: “La pequeña Catalina siempre está
amostazada”. Como se ve no encontraba arraigo familiar y ofuscada en sus pensamientos,
tomó la resolución de cambiar su vida.

La hora del “Ángelus” fue el minuto que escogió para escabullirse de entre sus compañeras
y escapar al fondo del jardín. Ahí acomodo sus hábitos, simulando pantalones. Dejo la “toca”
en la tierra y escaló el muro, dando un salto al exterior. Rio feliz y respiró aliviado, era una
mujer valiente.

Los años siguientes Catalina vagabundeo por distintas ciudades españolas con una identidad
falsa, Francisco de Loyola. Vestida de campesino, con su aspecto físico que no era nada
femenino, así como su estatura varonil ayudaron al engaño.

En Cádiz se embarcó rumbo a América, después de desempeñar varios oficios se inscribió


en el Ejército Español, por el cual participó en varios combates de conquista, donde demostró
un manejo de las armas y una gran maestría en el combate que le permitió obtener eun gran
reconocimiento.

Su temperamento nuevamente le dio una mala pasada, así narra en su autobiografía:

“Estando un día en la comedia, en un asiento que había tomado, un fulano (llamado) Reyes
vino y me puso (un sombrero) tan delante y tan arrimado que me impedía la vista. Pedile que
lo apartara un poco, respondió desabridamente, y yo a él, y díjome que me fuera de allí o me
cortaría la cara. Yo me hallé sin armas, sólo una daga, y me salí de allí con sentimiento,
atendido por unos amigos, que me siguieron y sosegaron”.

Con una marcado carácter y pasión por las armas, días siguientes Loyola al ver a Reyes junto
a un amigo cerca del local donde trabajaba de tendedero donde afirma:

“Cerré la tienda, tomé un cuchillo y fuime a buscar a un barbero e hícelo amolar y picar el
filo como una sierra, y poniéndome luego mi espada, que fue la primera que ceñí, vide a
Reyes delante de la iglesia paseando con otro, y me fui a él, diciéndole por detrás: “¡Ah,
señor Reyes!” Volviose él, y dijo: “¿Qué quiere?” Dije yo: “Ésta es la cara que se corta”, y
dile con el cuchillo un refilón que le valió diez puntos. Él acudió con las manos a la herida;
su amigo sacó la espada y vino a mí y yo a él con la mía. Tiramos los dos, y yo le entré una
punta por el lado izquierdo, que lo pasó y cayó.”

Esta riña, le costó ser encerrada en prisión, pero sólo pasó unas pocas horas entre rejas ya
que su jefe logró sacarla pagando la fianza. Pero el conflicto no terminó ahí ya que algunas
jornadas después, el herido volvió pidiendo cuentas por su corte en la cara, ahí fué donde
Catalina con su impulsividad y violencia no dudo en utilizar su espada y tras intercambiar
sablazos y estocadas, dio muerte al sujeto. Erauso huyó del lugar.

En los meses posteriores viajó a Lima, en donde comenzó a tener contacto íntimo con
mujeres, ganando fama de “conquistador y mujeriego”. De hecho, desenvainó la espada en
varias ocasiones retada por maridos a los que había engañado con sus propias señoras.

Incomprensiblemente, Catalina ganó fama de buena amante entre las damas. Aunque ella no
le da importancia a sus aventuras amorosas con mujeres, si bien, las cita pero en ningún
momento entra en detalles sobre su vida íntima. Hay que tener en cuenta que en aquella época
las relaciones sexuales no eran como la entendemos hoy en día. Eran un tabú, por lo que no
se hablaba en público. De hecho, las relaciones sexuales se hacían en muchos casos a oscuras
y no era raro que los amantes estuvieran vestidos, así que no es raro pensar que sus encuentros
sexuales no se dieran cuenta de su verdadero sexo.

Después de innumerables líos, Erauso decidió dar un giro a su vida nuevamente e ir a Chile,
en busca de riquezas. Sabedora de su habilidad con las armas, se puso bajo las órdenes del
capitán Miguel Erauso, su hermano. Este, por supuesto, no la reconoció.

En América la necesidad de armas era constante debido a la cantidad de expediciones que se


hacían en busca de riquezas. Esta opción fue la que más se ajustaba a su personalidad
combatiente. En la mayoría de los episodios de armas que vivió, salió victoriosa, por lo que
con el tiempo fue adquiriendo una experiencia en combate que muy pocos hombres tenían.
Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de hombres que llegaba a América no tenían
experiencia en la lucha o era muy limitada.

La antigua monja, ahora convertida en un varón aguerrido, se enfrentó a los nativos espada
en mano en varias ocasiones. En sus múltiples combates, demostró desde su sangre fría hasta
su valentía y heroísmo. En una ocasión, por ejemplo, Catalina cargó a lomos de su caballo
contra una inmensa maraña de indios que habían robado la bandera de su unidad, la cual, tras
un fiero combate contra un jefe indígena, logró recuperar. Aunque sufrió severas heridas en
un brazo y una pierna, esta acción le valió un ascenso a alférez.

Aunque sólo llegó a ascender a alférez, es importante situarse en el contexto de la época. Ya


que para acceder a ser oficial había que tener muchos años de servicio y una considerable
capacidad económica para formar su propia compañía. Lo único a lo que podía aspirar un
soldado raso que no pertenecía a la nobleza era convertirse en alférez. Esto no era porque
fuera mejor o peor soldado, sino porque simplemente no podía llegar a más. Con todo esto,
el grado de alférez no se concedía por las buenas, tenía que ser un militar que hubiera
mostrado su valentía, pericia y capacidad de mando en multitud de combates.

Sin embargo, y a pesar de que era una estupenda guerrera, su carácter volvió a traicionar a
Catalina cuando desobedeció una orden directa de su superior y acabó con la vida de un jefe
indígena desarmado. Esa decisión la hizo caer en desgracia y tras ser trasladada en varias
ocasiones, terminó por abandonar el ejército. Curiosamente, en todo ese tiempo ninguno de
sus compañeros descubrió que era una mujer. No se sabe cómo podía convivir con otros
hombres, Considerando que combatió como soldado durante años y hacía vida diaria y al aire
libre con muchos compañeros de armas.

Licenciada con deshonor a pesar de su heroico historial, Catalina se entregó en ese momento
a la mala vida y se convirtió en el típico bravucón de taberna ávido de poner su espada al
servicio de quien fuera con tal de ganar unas pocas monedas que gastar en vino y cerveza.
Sin un objetivo en la vida, y todavía como hombre vagó por Latinoamérica siendo apresada
en varias ocasiones por revueltas relacionadas con partidas de cartas y dados.

Su mala vida provocó que fuera condenada a muerte en dos ocasiones. En la primera, iba a
ser ejecutada en la horca por haber asesinado a un compañero de cartas cuando unos
individuos testificaron en su favor, siendo liberada. La segunda es más curiosa pues, cuando
estaba comulgando en la iglesia, Catalina decidió sacarse desafiante la hostia consagrada de
la boca y ponérsela en su mano, algo que las autoridades eclesiásticas consideraron herético,
viendo este hecho como un sacrilegio que había que castigar, por suerte, pudo escapar de la
pena máxima con la ayuda de un sacerdote.
Seguida por la justicia, en Perú fue capturada por las autoridades y llevada ante el obispo
Agustín de Carvajal, para que se realizara una confesión. Una vez en su presencia, no se sabe
si por miedo o necesidad, Catalina terminó revelando su gran secreto. Se cuenta que en un
principio Carvajal no le creyó, mando a dos matronas que la examinaran para asegurarse de
que era una mujer y se llevó una gran sorpresa cuando le confirmaron no solo que no era
hombre, sino que también era virgen.

El obispo sorprendido por la historia de aquella monja que había escondido su feminidad
durante años. la excomulgó de los pecados y dio a conocer su sorprendente historia a la
población. A su vez, determinó que la mujer debía acabar su vida en un convento, siguiendo
lo que sus padres habían querido cuando apenas contaba cuatro años. Al poco tiempo,
pueblos y ciudades de toda España conocían la increíble historia de la “Monja alférez”.

A partir de ese momento la antigua novicia se convirtió en una celebridad local a la que todas
las autoridades querían conocer. Fue recibida por el Papa y por reyes. Viajó por toda Europa.
Los nobles de la época hacían cola para poder conocerla, la gente en los pueblos salía a las
calles para verla. En aquella época los cronistas dejaron patente lo que había sucedido con
Catalina de Erauso, escribiéndolo en sus boletines.

Obligada, volvió a entrar en un convento, como en su infancia. Sus andanzas como monja
duraron dos años y medio, hasta cuando recibió un documento que declaraba que no había
llegado a ser monja profesa, por lo que abandonó su encierro y regreso a España. En Madrid,
solicitó una pensión por sus años como soldado que le fue concedida. Sin embargo, con su
vida hecha y un buen dinero en la bolsa, tomó la decisión de abandonar la Península y
regresas al Nuevo Mundo.

Volvió a América porque ya no tenía ningún vínculo con España. Además, como su historia
se había hecho conocida, todos la miraban como un bicho raro. Ella era consiente que era un
esperpento que llamaba la atención de la gente, por ello volvió a América vestida de hombre.
Allí se convirtió en transportista y mercader. No tuvo una vida fácil, pues no se sentía mujer
y no era un hombre, no encajaba en ningún sitio y no tenía claro que iba a hacer con su vida.

Finalmente, murió en tierras americanas en una fecha indeterminada y por causas


desconocidas. Existen varias teorías sobre su muerte y sobre dónde está su cuerpo enterrado.
Unas teorías dicen que murió mientras cruzaba un río, otras apuntan a que sufrió un accidente
en una caravana de mulas, incluso, algunas relatan que fue asesinada durante un viaje para
robar la mercancía que transportaba.

No está confirmado el año de su muerte, ni cómo se produjo, ni donde fue enterrada, es este
el último misterio de la monja alférez.

(Erauso, siglo XVII)

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