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La posverdad está en tu cerebro | Ciencia | EL PAÍS 13/12/18 9(32

La posverdad está en tu cerebro


Los sesgos cognitivos nos dejan a merced de las mentiras de los políticos a los que votamos
JAVIER SALAS

17 DIC 2016 - 13:21 CET

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El abuso de las mentiras en las elecciones no perjudica al mentiroso. REUTERS.

En octubre de 1924, la Casa Blanca vivió un acontecimiento revolucionario: el


presidente Calvin Coolidge invitó a desayunar a lo más vistoso del star-system
del cine de la época. Esa convocatoria pionera, que fascinó a los periodistas, se
hizo para combatir la imagen de “taciturno” que los votantes tenían de Coolidge,
que se enfrentaba a la reelección en unas semanas. La idea fue de Edward
Bernays, pionero de las relaciones públicas y sobrino de Sigmund Freud. Bernays
había comprendido gracias al trabajo de su tío la decisiva influencia de
determinados procesos psicológicos: hay emociones que calan en las masas
mucho mejor que la información. Había probado que funcionaba para la
publicidad consumista y también, por qué no, podía funcionar en los procesos
electorales. Coolidge ganó. Y hoy sabemos que hay innumerables prejuicios
instintivos, los llamados sesgos cognitivos, que nos influyen inconscientemente
cuando procesamos información política.

No es una simple percepción, lo hemos


visto en nuestros cerebros. Durante las Preguntados por las
elecciones presidenciales de 2004, contradicciones de sus
sometieron a unos cuantos votantes líderes, los votantes
de EE UU a una pequeña tortura en la partidistas activaban las
camilla de una máquina de resonancia partes de su cerebro
magnética que leía sus cerebros. A asociadas a la regulación
votantes demócratas les presentaban
de las emociones, no al

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unas frases contradictorias de su razonamiento


candidato, John Kerry, que mostraban
que estaba siendo deshonesto. Y a
votantes republicanos lo mismo, pero
con George W. Bush. Preguntados por esas contradicciones, los votantes
partidistas activaban las partes de su cerebro asociadas a la regulación de las
emociones, no al razonamiento. Su respuesta venía de las entrañas, no del frío
análisis de las oraciones.

Preferimos que las noticias nos den la razón y en caso contrario ya nos
encargamos de que los datos encajen en nuestros esquemas mentales. En la
década de 1990, la psicóloga social Ziva Kunda consolidó el concepto del
razonamiento motivado: “Existen pruebas considerables de que es más probable
que las personas lleguen a las conclusiones a las que desean llegar”, escribió.
Esto es algo que hacemos constantemente en política: ante una corruptela del
partido que votamos, pensamos en cómo limitar su importancia; si es del partido
rival, convertiremos de inmediato la anécdota en categoría.

El `fact-checking´ no sirve
En los últimos años han surgido numerosos experimentos de fact-checking o
verificación de las afirmaciones de los políticos. En la campaña de 2012, Barack
Obama dijo falsedades en el 25% de sus afirmaciones, según Politifact. Su rival,
Mitt Romney, llegó al 40%. Donald Trump ha alcanzado el 70%, pero eso no le ha
importado a los votantes republicanos, aunque le hayan pillado en casi todas las
mentiras. La mayoría reconoce que si un medio da noticia de una falsedad de su
líder, prefieren creerle a él antes que la noticia, según una encuesta de YouGov
(PDF).

Los sesgos cognitivos nos empujan a


“Estamos descubriendo
analizar más duramente los renuncios que la mentira es una
del grupo rival y a justificar los del dinámica social, y es en
nuestro, para no tener que poner en ese marco en el que se
entredicho nuestro esquema de decide lo que es
valores. “Lo que estamos aceptable o no”, explica
descubriendo es que la mentira es una Dan Ariely
dinámica social, y es en ese marco en
el que se decide lo que es aceptable o
no”, explica a Materia Dan Ariely,
investigador de la Universidad de Duke y uno de los mayores expertos en los
condicionantes psicológicos de las mentiras.

En uno de sus experimentos, Ariely sometía a los estudiantes de la Universidad


de Cornell a una prueba de matemáticas en la que podían hacer trampas,
mintiendo sobre sus respuestas acertadas, para conseguir más dinero del
merecido. En esta prueba, casi todos los sujetos mienten un poquito, lo que

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consideran aceptable. Luego se analizó qué pasaría cuando los estudiantes


observaban a un compañero mintiendo descarada e impunemente para
conseguir mucho más premio. El resultado es que todos mintieron más; el grupo
había aumentado su nivel de tolerancia a la deshonestidad. Más adelante se
repitió este escenario, pero vistiendo al supermentiroso con la sudadera de la
universidad rival, la de Pittsburgh. La consecuencia fue que el grupo redujo su
tolerancia a la mentira y dejó de hacer trampas, aun sabiendo que perdían dinero.

En nuestra tribu consentimos cierto


nivel de mentiras e incluso nos Cuanto más
dejamos contagiar; pero al atribuir la conocimientos políticos
mentira a la tribu rival (la Universidad tienen los ciudadanos
de Pittsburgh), la falta de honestidad más sesgada es su lectura
se convierte en un acto deleznable con de la realidad en favor de
el que no queremos que se nos sus posiciones
relacione. Da igual que a los
demócratas les indignen las mentiras
de Trump si los republicanos están
dispuestos a consentirlas en virtud de un objetivo más importante: que los suyos
lleguen a la Casa Blanca. En un entorno cada vez más polarizado, estos sesgos
tienen mucha más fuerza.

Además, existe un problema añadido: aportar más información puede resultar


contraproducente. Brendan Nyhan, politólogo de la Universidad de Darmouth,
lleva mucho tiempo estudiando cómo vencer los sesgos de la gente, como con
los antivacunas. Sus hallazgos muestran que en muchos casos se refuerza la
posición del sujeto cuando se trata de corregir a alguien ofreciendo más datos
para sacarle de su error. Paradójicamente, otro de sus estudios mostró que
cuanto más conocimientos políticos tenían los ciudadanos más sesgada era su
lectura de la realidad en favor de sus posiciones.

La pendiente resbaladiza de las mentiras


“Tenemos que agravar las consecuencias para la reputación y hacer que
cambien los incentivos para hacer declaraciones falsas. En este momento, vale la
pena ser escandaloso, pero no ser sincero”, aseguraba Nyhan en The Economist.

Ariely —autor de Por qué mentimos, de Ariel— coincide en el análisis: “Lo que ha
pasado en las recientes elecciones en EE UU es que ha cambiado drásticamente
lo que es aceptable”. Y se muestra pesimista por lo que ha aprendido de sus
estudios. “Lo que me preocupa es que no hay marcha atrás. Una de las cosas que
sabemos sobre la deshonestidad es que es una pendiente resbaladiza y una vez
que entras en una mala situación no hay salida. Creo que va a ir a peor y peor”,
asegura.

En mayo de este año, Ariely publicó


“Lo que comienza con

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junto con un grupo de especialistas un pequeños actos de


llamativo estudio sobre cómo el deshonestidad puede
cerebro se adapta a nuestras mentiras. convertirse en
Publicado en Nature Neuroscience, el transgresiones más
experimento mostraba cómo la grandes”, concluía el
reacción de la amígdala, muy sensible estudio
ante el comportamiento deshonesto,
iba reduciéndose con la repetición de
esa conducta. El cerebro es flexible por
definición y termina acostumbrándose a cualquier novedad, por incómoda que
sea, si se reitera. De ahí la famosa pendiente resbaladiza de las mentiras: “Lo que
comienza con pequeños actos de deshonestidad puede convertirse en
transgresiones más grandes”, concluía el estudio. Un gran mentiroso patológico
comenzó a domesticar su cerebro con una pequeña mentirijilla.

Todo esto no supone que seamos incapaces de denunciar las mentiras de los
nuestros, solo que hace falta ser consciente de que los sesgos y los prejuicios
también nos influyen en cuestiones políticas. Como en el fútbol, nos cuesta más
reconocer que nuestro jugador ha cometido un penalti. Esta semana, Donald
Trump aplazó sine díe, por falta de tiempo, una decisiva rueda de prensa en la
que iba a explicar sus conflictos de intereses como empresario y presidente.
Unas horas después recibía al cantante Kanye West y se hacía unas fotos con él,
para alegría de los medios.

LA ESPERANZA MEDIÁTICA
Al analizar cómo procesamos las mentiras de los políticos hay que tener en cuenta,
además, que no nos llegan en bruto: generalmente ya aparecen en nuestro menú
informativo convenientemente procesada por los líderes de opinión que elegimos
para cocinarlas. Así incluso nos ahorramos el esfuerzo de buscar justificaciones: la
cadena de turno nos hace el trabajo sucio de evitarnos la disonancia cognitiva.

Por eso un estudio publicado en noviembre ofrece una nueva esperanza.


Enfrentados a noticias de dudosa veracidad, los jóvenes caían en sus sesgos y
creían lo que convenía al color de las lentes de su ideología. Y como en las
investigaciones de Nyhan, cuanto más sabían de política, más se dejaban engañar.
Sin embargo, había un factor que ayudaba a los jóvenes a evitar las noticias falsas:
tener conocimientos sobre periodismo, sobre cómo se construye una noticia veraz,
les permitía distinguir información de calidad y artículos que solo pretenden
desinformar. Esta “alfabetización mediática” acercaba a los jóvenes estudiados a
una posición de “lealtad crítica”, al ser capaces de “escrutar un argumento incluso
cuando ese argumento se alinea con sus preferencias partidistas”.

En cualquier caso, es llamativo comprobar la vigencia de otro sesgo. Buena parte


de los estadounidenses cree que las noticias falsas están confundiendo a la opinión
pública. Sin embargo, una mayoría aplastante de la población asegura que ellos sí
saben reconocer esas noticias falsas, según un estudio de Pew. Están engañando a
la gente, pero a ellos no, claro.

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