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Hace mucho tiempo atrás, vivía un emperador muy rico que siempre estaba pendiente de

lucir las mejores prendas. Dos y tres veces en el mismo día, gustaba el emperador de
cambiar sus vestidos y llenarse de lujosas joyas. Los sastres del reino trabajaban sin
descanso para proveer a su señor con nuevos trajes, llenos de brillos y magníficas telas.

Cierto día, aparecieron en el reino dos ladrones muy bribones que decidieron estafar al
emperador. Los ladrones aseguraban poseer las mejores telas, y confeccionar ajuares
nunca antes vistos. Como era de esperar, el emperador quedó deslumbrado por las
promesas de los ladrones y les pagó una gran suma de dinero para que comenzaran a
trabajar.

Durante varios días, los bribones se quedaron en una habitación del palacio simulando
que tejían hermosos vestidos, pero en realidad, solo se dedicaban a cobrar más oro y beber
y comer a sus anchas. El emperador, deseoso de conocer cómo avanzaba la obra, envió
un sirviente a la habitación de los ladrones.

Al llegar al lugar, el joven sirviente quedó consternado cuando vio el telar vacío, pero los
ladrones le aseguraron que el vestido estaba hecho de una tela mágica y que los tontos e
ignorantes no serían capaz de verla. “¡Claro que la veo! ¡Es hermosa!” exclamó el
sirviente con temor a parecer tonto, y marchó a contarle a su señor.

El emperador, sin poder contener su curiosidad, partió a contemplar la obra maestra. Al


llegar quedó sorprendido de no ver nada, pero como no podía parecer ignorante delante
de sus súbditos, disimuló su sorpresa y exclamó con alegría: “¡Es hermoso! ¡Nunca había
visto nada tan maravilloso en mi vida!”. Y decidió llevarlo puesto en la ceremonia del
palacio al día siguiente.

Cuando llegó la hora, el emperador salió ante su pueblo completamente desnudo. Las
personas miraban aturdidas el espectáculo, pero nadie se atrevía a pronunciar palabra
alguna. A pesar de los murmullos, el emperador prosiguió la marcha, convencido que
todo aquel que le miraba asombrado, era por pura ignorancia y estupidez. Pero en realidad
¡Era todo lo contrario!

Este cuento sirve para demostrar que nunca debemos llevarnos por criterios ajenos, sino
decir la verdad siempre y pensar por nuestra propia cabeza.

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