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CUENTOS DE TERROR DE MÉXICO

Los niños del terremoto


Don Ernesto era un hombre entrado en años que recientemente, se había mudado
a un edificio de apartamentos en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México.
Vivía completamente solo, pues sus hijos nunca lo visitaban y mucho menos le
habían dado nietos, ya que estaban demasiado enfrascados en sus trabajos.

A él, como quiera, le daba lo mismo. Casi hasta podía decir que era mejor. Nunca
le habían gustado mucho los niños.

Corría el mes de Septiembre cuando como de costumbre, se encontraba en su


departamento preparándose la cena. Se sirvió una buena taza de café y se dirigió
a la sala de estar para mirar la televisión, bebiendo un sorbo de la bebida antes de
dejarla en la mesita a su lado. Un instante después, cuando quiso tomar un poco
más, se sorprendió de ver que la taza había desaparecido.

Desconcertado, miró alrededor. Unos susurros a su espalda le pusieron la piel de


gallina pero cuando volteó, no había nadie.

—No es posible que a mi edad, ya me esté imaginando cosas —masculló,


regresando a la cocina para mirar si de casualidad se había olvidado ahí del café.
No había sido así.

Cuando volvió a entrar en la sala, la taza yacía justo en el lugar donde la había
dejado. Unas risitas infantiles le pusieron los pelos de punta. Alterado, don Ernesto
salió a toda prisa de su casa para encontrarse con el vecino de al lado, que volvía
de hacer unas compras.
—Buenas noches, vecino —lo saludó.

—Y tan buenas, ¡como nadie me advirtió que había niños en este edificio! Acaban
de jugarme una broma muy pesada. Pero ya verán cuando sepa quiénes son y vaya
a armar un escándalo con sus padres, ¿usted de casualidad no los habrá visto por
ahí?
—No don Ernesto, debe estar equivocado. Aquí no viven niños.

— ¡Pero sí yo los acabó de escuchar!


— ¿Qué escuchó exactamente?

—Risas y susurros. De alguna manera se metieron en mi departamento y comenzaron


a cambiarme las cosas de lugar, ¡mocosos irrespetuosos!
Ahora el semblante de su vecino estaba pálido y preocupado.
—Don Ernesto, ¿sabía usted que este edificio se construyó justo sobre los cimientos
de una vieja escuela primaria? El colegio quedó completamente destruido durante
el terremoto del 85; usted se debe acordar muy bien.

—Pues claro que me acuerdo, cuando mi mujer aún vivía nos tocó evacuar nuestra
casa. ¿Pero eso qué tiene que ver con los niños?
—En aquella tragedia, algunos pequeños quedaron atrapados entre los escombros
de la escuela. No se los pudo sacar a tiempo.
Don Ernesto sintió otro escalofrío.
— ¿No estará usted insinuando que…?
El vecino abrió la puerta de su apartamento para entrar.

—No estoy insinuando nada, don Ernesto. Usted no es el único que los ha visto. Si
quiere mi consejo, no vale la pena molestarse. Podrán estar muertos pero al menos
no hacen daño a nadie, todo lo que quieren es jugar. Buenas noches.

El anciano volvió a casa, temblando. A partir de entonces, decidió simplemente


ignorar las risitas que escuchaba de vez en cuando.
CUENTOS DE AVENTURA
Barba Flamenco y el recortador de cuentos
Había una vez un papá que tenía tanta prisa por acabar los cuentos que contaba
a sus hijos cada noche, que empezó a recortar palabras. Quitando palabras de aquí
y de allá era capaz de terminar los cuentos un poco antes. Pero como nada le
parecía suficiente, siguió recortando más y más, hasta que un día, sin darse cuenta,
recortó la palabra más importante de un cuento: se comió la palabra “FIN”.

Aquella noche se fue tranquilamente a la cama, pero al despertar se sintió raro. Se


levantó y, al mirarse en el espejo, ¡descubrió que tenía un gran sombrero de pirata,
un negro parche en el ojo y una enorme barba de color rojo con lunares blancos!
No había duda, se había transformado en Barba Flamenco, el famoso capitán pirata
de sus cuentos.

Preocupado, corrió a la habitación de sus hijos. Al abrir la puerta, un muro de agua


se derrumbó sobre él y al momento se encontró nadando en el mar. Y no estaba
solo, varios tiburones avanzaban hacia él con hambre de seis semanas. Barba
Flamenco se preparó para luchar agarrando el cuchillo de untar mantequilla que
siempre escondía bajo su sombrero, pero justo antes de lanzarse a por el primero de
los tiburones, sintió que se elevaba por los aires y caía en la cubierta de un gran
barco de bandera pirata.

- Ha faltado poco, mi capitán- dijo un marinero pirata que no podía parecerse más
a su hijo mayor.

- ¡El capitán habría podido con esos torpes tiburones! - gritaron un par de grumetes
tan iguales que Barba Flamenco hubiera pensado que se trataba de los gemelos.

Pero no había tiempo que perder. El capitán fue informado de que la reina había
sido secuestrada y ofrecían una gran recompensa a quien la devolviera sana y salva.
Sin dudarlo un instante pusieron rumbo hacia la isla del Último Caníbal, la preferida
por todos los malvados para esconder reinas secuestradas. Navegaban a toda vela
cuando se formó una gran y oscura tormenta, y alguna maldición perdida dirigió un
impresionante rayo contra el palo mayor del barco, provocando un gran incendio.
Atareados con el fuego, no se dieron cuenta de que una enorme ola lanzaba el
barco contra los arrecifes que rodeaban la isla, con tanta fuerza que el capitán y
sus marineros salieron volando por los aires…

Cuando el capitán despertó, se encontraba atado a un gran tronco. A sus lados,


también atados, estaban todos los piratas de su tripulación. Se encontraban en el
corazón del volcán de la isla, el lugar elegido por los caníbales para hacer sus
sacrificios y rituales. Pero no eran ellos los que iban a ser devorados. Todo estaba
preparado para sacrificar a una bella mujer con corona que no podía ser otra que
la reina.
Los caníbales comenzaron sus cánticos. Qué pesados, siempre hacían todo
cantando. Pero entonces el capitán tuvo una idea. Con voz potente comenzó a
cantar canciones piratas, y toda la tripulación se puso a cantar con él a pleno
pulmón. Los caníbales intentaban cantar más fuerte, pero aun siendo muchos más,
no conseguían superar al capitán y sus hombres. Sin sus cánticos no podían empezar
a comer así que, rojos de furia, decidieron cambiar los papeles de la reina y del
capitán. Ahora era el capitán quien estaba sobre un gran caldero a punto de ser
cocinado. Sintió el picor de la pimienta y el olor de la salsa mientras el calor se hacía
tan intenso que ya no tenía fuerzas para cantar. Sus marineros también fueron
silenciados con grandes bolas de helado de chocolate que degustaban con ansia
¿Cómo habrían sabido aquellos salvajes que el helado de chocolate era el punto
débil de su tripulación?

Y fue entonces cuando vio a la reina sonreír con aquella sonrisa torcida que solo
tenía Flor Marchita. Sin duda todo había sido una trampa de la temible capitana
pirata, antaño su mejor socia y ahora su mayor rival, para atrapar a Barba Flamenco
y sus hombres. Rodeado de caníbales, mientras sentía el dolor del primer mordisco,
el capitán aceptó su derrota.
- Has ganado, Flor Marchita. Este es el FIN.

Con esa última palabra todo desapareció y el papá volvió a encontrarse en su


cama, aún asustado y sudoroso. A su lado, con la misma sonrisa torcida de Flor
Marchita, su mujer le regaló un beso, diciéndole:

- La próxima vez que vuelvas a recortarles los cuentos a los niños, te las verás
conmigo en la Cueva de la Locura...

Esa noche el papá se quedó muy pensativo. Había pasado mucho miedo, pero
había sido tan alucinante ser parte de la historia, que nunca más volvería a quitarles
a sus hijos ni un trocito de sus cuentos.
CUENTO POLICIACO
Crimen Perfecto

Había una vez una mujer llamada María, que sintió la necesidad de contratar un
detective ante la angustia de saber que había un asesino suelto que quería matar
a su familia.

María se preguntaba constantemente: “¿Por qué?”. Habiéndose contactado con el


detective, y luego de su nerviosa charla, comenzó la investigación.
El detective le preguntó: “¿Tuvo algún novio celoso en el pasado?”.
A lo que María respondió: “Sí, pero murió hace mucho tiempo, junto a varias
personas más”.

El detective volvió a preguntar: “¿Por qué causa murieron?”. María manifestó: “El
avión en el que él y otras personas viajaban se estrelló”. El investigador prosiguió:
“¿Tiene usted algún enemigo?”. Y ella…: “No lo sé”.

El volvió a interrogarla: “¿Alguna vez la amenazaron?”. María: “Sí, hace unos días
encontré una nota por debajo de la puerta”. El: “¿Me la podría mostrar?”.

María asintió: “Sí, por supuesto”, entregándole la nota al detective.


El mismo quedó impresionado, porque la nota decía lo siguiente: “Cuida a tus
hijos…”.
Al día siguiente, nuestra protagonista llevó a sus hijos a la escuela, como de
costumbre, pero esta vez les dijo: “No se acerquen a ningún extraño”
Pasada la jornada escolar, al salir de la escuela los hijos de María, un hombre extraño
los llamó y los invitó a tomar un helado, y los niños, inocentemente, y habiendo
ignorado la recomendación materna aceptaron la invitación, aunque con cierto
recelo.
Pasaban las horas y los niños no regresaban a su casa, por lo que María, muy
preocupada, decidió ir a buscarlos a la escuela. Camino a la escuela, la invadía un
mal presentimiento, y al llegar, su temor se confirmaba, los niños no estaban, por lo
que inmediatamente llamó al detective.

Este último comenzó a investigar por la misma escuela, pero no había rastros de los
menores. Hasta que unos chicos comentaron haberlos vistos retirarse del predio en
compañía de un señor desconocido por ellos.

Entonces, el investigador les preguntó: “¿Cómo era ese hombre?”.


Y uno de los compañeros, que dibujaba muy bien, esbozó la fisonomía del
transeúnte.
El detective inició rápidamente la búsqueda. Al rato encontró las mochilas huérfanas
en un callejón, preguntando casi simultáneamente a los vecinos de la zona si habían
visto algo, y si conocían al extraño.
En eso, un panadero confirmó haber visto a los niños pasar, juntamente a un
desconocido para los lugareños, entrando a una casa abandonada. Dicha escena
llamó la atención del panadero, preguntándose: “¿Qué estarían tramando?”, pero
no vio a nadie salir de la propiedad. El panadero con otros vecinos fueron hacia la
casa abandonada y al ingresar fueron atacados por la espalda por el misterioso
hombre. Pero, gracias a la actitud heroica del panadero, los niños lograron escapar
y se encontraron con su desesperada mamá. Ésta los tomó entre sus brazos, llorando,
mientras que en la casa continuaba la lucha con el maleante.
En eso, el panadero recibió un disparo que lo hirió gravemente, y finalmente murió.
Inmediatamente llegó personal policial, que ingresó a la vivienda, capturando al
secuestrador, que recibió como condena cadena perpetua.
Luego de este episodio, la familia logró vivir feliz por siempre.
CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN
El cazador de alienígenas

Markus Tarkus era un famoso cazador de alienígenas que recorría el universo


atrapando todo tipo de seres para llevarlos a la Tierra. Lo que pasaba con ellos allí
no le importaba nada.

Y así, poco a poco, el CEHU, Centro para el Estudio de los Habitantes del Universo,
se iba llenando de alienígenas procedentes de diferentes planetas. Y la mayoría
habían sido llevados allí por Markus Tarkus, el cazador de alienígenas más eficiente
de todo el planeta Tierra.

Un día Markus Tarkus llegó a un planeta en el que apenas había tierra firme, pues la
mayoría era agua. Markus Tarkus aterrizó en una pequeña isla no mucho más grande
que su nave y, sin bajarse de ella, exploró el entorno. Fue entonces cuando las vio:
eran como una especie de ballenas mutantes muy grandes. Pero lo que realmente
sorprendió a Markus Tarkus es que todas tenían un espejo y en él se miraban muchas
veces.

Markus Tarkus activó el sistema de captación de sonido. Parecía que las ballenas
hablaban, y quería saber qué decían.

-Esto es increíble -dijo Markus Tarkus-. Las ballenas no hablan entre ellas. Solo se dicen
cosas a sí mismas.

Activando el super traductor interestelar, Markus Tarkus pudo entender lo que


aquellos seres se decían: “Eres lo más bonito del mundo”, decía una. “No hay nadie
como tú”, decía otra. “Eres una maravilla inigualable”, decía otra.

Sin pensárselo dos veces, Markus Tarkus activó el sistema que llenaba el tanque de
agua de la nave. Cuando estuvo lleno fue a cazar a una de las ballenas mutantes.
Fue realmente sencillo, porque mientras se miraban en el espejo y se adulaban a sí
mismas no prestaban atención a nada más.

Entre el peso del tanque lleno de agua y la ballena mutante la nave de Markus Tarkus
estaba al límite de su capacidad, así el piloto fue directo a la Tierra.

Markus Tarkus no veía el momento de dejarla en la Tierra. Porque no paró de hablar


durante todo el trayecto. Y todo el rato se decía lo mismo: que si era maravillosa,
que si era lo mejor de la galaxia, que si nada podía compararse a su belleza y a su
grandeza, y cosa así.

Cuando los científicos del CEHU, Centro para el Estudio de los Habitantes del
Universo, vieron aquello, quedaron sorprendidos. Pero pronto se hartaron de ella,
porque no paraba de decirse cosas todo el día.
El cazador de alienígenas resto de alienígenas tampoco estaban nada contentos,
así no paraban de protestar. Cada uno en sus idiomas, mientras los super traductores
funcionaban a tope por tanto alboroto.

Markus Tarkus no tuvo más remedio que llevarse a la ballena mutante. Y a todos los
demás. Porque en cuanto se dieron cuenta de que molestando podrían volver a
casa, no pararon de dar la lata hasta que Markus Tarkus los devolvió a sus respectivos
mundos.

Ahora Markus Tarkus recorre el universo con otra misión: entrevistar a los habitantes
de otros planetas y recoger información que pueda ser útil en el planeta Tierra.

A donde no volvió fue al planeta de las ballenas mutantes. Pues poco se puede
aprender de quien se pasa el día mirándose y maravillándose de su propia
existencia, sin apreciar la grandeza que hay en todo lo demás.

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