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A Olga Inés López Serrano

Bucaramanga, julio 2018

Estimada Olga, escribo esta carta motivado por un sinfín de


razones; una de ellas es que en estos tiempos tan modernos no se
escriben cartas, ya han perdido su sentido, no significan nada.
Ahora todo está sometido a la inmediatez del mensaje breve y
rápido, o una llamada, una nota de voz…
Comparto su idea de que las tradiciones no deben perderse: enviar
chocolates, flores, pedir la mano, escribir una carta, etc., motivo por
el cual accedo a este formato para que el mensaje sea más a lo
clásico, como nos gusta.
Ha pasado ya un tiempo considerable desde la última vez que nos
saludamos, de la última palara dicha. Ahora, reflexionando sobre
esto, me doy cuenta de la gran amistad que se quebrantó, y aceptar
que se perdió no significa buscar culpables; eso ya no es importante,
lo que de verdad importa es el hecho de que hoy, siendo un hombre
ya maduro, moldeado por el tiempo y por la responsabilidad, mira
esto ya no con ojos de nostalgia y con los lentes del orgullo, sino
que en cambio lo ve con los ojos de la esperanza y los lentes de la
reconciliación.
Era yo en aquel entonces, a pesar de mi edad y de mi altura, un
niño, cuya preocupación más importante era profundizar en las
doctrinas del espíritu; en segundo lugar, una búsqueda insaciable de
amor y de placer, mi espíritu iluminado veía la posibilidad de
encontrar la tan anhelada compañía a cada momento, y las
candidatas abundaban; este anhelo transmitido de generación en
generación, anhelo tan natural y tan humano, causa a algunos la
felicidad y a otros el llanto, pero, ¿qué más causa? Llamar al deseo
de amor algo exclusivamente humano es erróneo, puesto que los
animales inferiores demuestran también un determinando
comportamiento al amor, incluso no es ofensivo decir que una
pareja de monos es más estable que un matrimonio humano en la
mayoría de los casos, ¡los animales siempre enseñándonos, y
nosotros llamándoles “inferiores”!
No es pecado amar, ni desear el amor, lo que resulta complicado es
la forma de llegar a ambas cosas: Homo sum, nihil humani a me
alienum puto, dijo el cómico latino: hombre soy, nada de lo humano
me es ajeno. Y tampoco el amor.
El hombre que desprecia la cultura aprende a despreciar en
ocasiones la verdadera belleza: las cosas simples de la vida, y
aprende también a despreciar a los hombres. Tal era mi caso.
Criticaba al amor y a los amantes, y en el fondo de mi corazón había
una fuerza que me impulsaba a buscarlo, fue allí que comprendí que
era HUMANO y que nada de lo humano me era ajeno.
Este anhelo de amor fue algo muy característico de usted, mi
estimada Olga, y me sorprendía su capacidad de creer en él a pesar
de las adversidades: la vida siempre diciéndole “no, no es para ti”, a
lo que usted respondía con un fuerte “sí, sí lo es”. No hay muchas
personas que sueñen con tanta vehemencia en estos días; el hombre
de hoy se rinde al primer intento, se frustra, cree que la vida no es
para él, ¡débiles! Los fuertes son los que sueñan, los que luchan y
aman la vida con sus adversidades, pues no existen vidas fracasadas,
existen cerebros fracasados, la vida es solo eso: la vida. Lo que es a
partir de allí depende de cada uno. Sin embargo hace falta mucho
tiempo de reflexión y de vivir el mundo para comprender esa
sabiduría.
Es por esto que no se le puede llamar a usted una mujer débil, ¿es
débil el que sueña? ¿El que lucha por alcanzar las cosas? ¿El que se
enamora? O mejor deberíamos llamar débil al que vive como el
gusano, sin inspiración ni ánimo, simplemente viviendo por vivir,
arrastrándose por cualquier rincón sin buscar nada, solamente
esperando la pisoteada. Son estos, mi estimada amiga, los débiles,
los cobardes.
Una mujer que nunca ocultó su sonrisa, tal sería mi forma de
referirme a usted, una mujer de convicciones fuertes y profundas,
golpeada por la vida y por los hombres, cuyo espíritu dio siempre
alegría. Vivimos muchas cosas, conocí muchos aspectos de su vida,
conocimos cosas juntos. En nuestras conversaciones había siempre
un agregado de temas variados, tanto de las cosas simples como de
las cosas que atañen al intelecto. Nunca dudé de sus capacidades
como escritora, ni como pensadora ni como mujer, su personalidad
me impactó tanto que en el aquel tiempo de escritor, pensé que una
de mis novelas la tuviese a usted como protagonista.
Lastimosamente mi espíritu de novelista ha decaído con el tiempo,
ya no me apasiona escribir, por lo menos ya no historias, ahora toco
temas más serios, hago ensayos o artículos, y esto me ha impedido
concentrarme en terminar esa y otras novelas y cuentos que he
pensado. Esa novela llevaría como título La bibliotecaria, y sería la
atípica historia del romance entre una mujer mayor y un joven, un
proyecto que tal vez algún día salga a la luz, si mi espíritu de
escritor revive. Por ahora solo esta carta, con la que manifiesto la
extrañeza que siento, la rareza, la complejidad de una amistad que
existe aún en el corazón…
Espero que la vida me recompense estos años de cambio y de
madurez con el sublime momento de conversar otra vez, de estar
sentados frente a frente compartiendo historias y anécdotas. Que
contemos lo sucedido en este tiempo de ausencia; yo por ejemplo,
tengo que decir que me ha ido bien, he tenido mis romances, he
triunfado en el ámbito laboral y he conseguido cosas que antes no
hubiera podido. También que descubrí que mi vocación no está en
la medicina, intenté y no resultó. Mi espíritu se inclina más en otro
tipo de áreas, como el derecho… En fin, solo sueño con que esté el
día de mi grado de universidad.
Cuando el tiempo de la oportunidad para ello, volveremos a hablar.

Con cariño, Franchesco

P. D.
Se supone que las cartas que se envían deben tener una respuesta,
una tradición no puede subsistir sin por lo menos dos individuos
que intercambien sus principios recíprocamente.

Saludos y abrazos.

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