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Historia, crónica y verdad en un prólogo

de Frank Moya Pons sobre Juan Bosch

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | El prólogo escrito por Frank


Moya Pons para el libro de René Fortunato sobre la figura
de Juan Bosch ha causado distintas reacciones de los
tradicionales enemigos de Bosch y de
aquellos que falsamente se consideran
sus herederos políticos. Los ataques
contra el historiador no se hicieron
esperar. Los que desdicen de la figura
de Bosch, quieren aparentar ser sus defensores. El autor
analiza el prólogo y las proyecciones de la controversia.

Frank Moya Pons es un historiador. Uno de los más importantes de la


Historia dominicana y del Caribe. A Moya Pons habrá que conocerlo
por su obra. Porque es la obra lo que queda. Cuando uno se marcha
de esta vida, cualquier asunto contingente sobre su personalidad
pasará al terreno de lo nimio, de aquello que no tiene valor para la
posterioridad. Porque ocurre que todos los hombres y sus acciones
sólo son inteligibles en la medida en que cruzan el tiempo cotidiano
del accionar que nos iguala y quedan en la memoria de los otros por
sus obras, es decir por lo que fundan.

Frank Moya ha escrito profundas páginas


sobre el pasado dominicano. Sobre las
relaciones del país con Haití, y acerca del
desarrollo de la plantación como régimen
económico en el Caribe. Su escritura ha
sido valiente, porque en un tiempo en que
la historiografía se balanceaba entre el
positivismo del habla documental y el
marxismo, hizo una historiografía solitaria
desde una teoría de la historia un poco
ecléctica, que vale la pena situar.

Asimismo, ha escrito varias monografías en las que enjuicia la labor


de otros historiadores dominicanos y en ellas se sitúa como un
historiador diferente. Ganado tiene el puesto que ocupa. Podemos
tener diferencias con sus enfoques, pero nadie puede osar quitar los

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méritos que le adornan en una lid bien ganada en los archivos y los
estudios.

Benedetto Croce dijo que toda historia es historia contemporánea. Y


Frank ha hecho historia contemporánea. Y Hasta ha llegado a cruzar
la frontera que una voz tan autorizada en el métier, como Américo
Lugo, no cruzó nunca. El valor del historiador ha tocado los fuegos de
la contemporaneidad, que en la Republica Dominicana es la fragua de
la política. Sus evaluaciones de los periodos presidenciales recientes
lo colocan más en la posición de cronista, que en la de Historiador. Es
así, aunque entendamos que toda historia es historia contemporánea;
pero el mismo Croce entendía que existe una diferencia entre crónica
e historia.

Para decirlo al estilo de los filósofos analíticos, la frase histórica es


distinta a la frase cronística. El presente y el pasado como
temporalidad dominan a una y otra. El historiador estudia el pasado
en el presente y proyecta el pasado hacia el futuro. El sentido de los
juicios históricos domina la triada temporal, que es una de las formas
que tenemos para analizar el tiempo del
hombre. De un hombre que hay que
comprender siguiendo un elaborado
proceso, como el que ha forjado la
disciplina historiográfica.

Para hablar del presente no se necesita


de una disciplina del pasado que ha
luchado por constituirse en ciencia,
como es la historia. En el prólogo que
escribiera Frank Moya Pons al libro de
René Fortunato (Juan Bosch y la
democracia revolucionaria), no

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todo lo que dice podría catalogarse como una frase historiográfica.
Hay frases que están dominadas por un conocimiento personal de
primera o de segunda mano. Y lo que se pone en juego no es el uso del
utillaje del historiador, sino la capacidad de construir un relato. El
prólogo es más que una pieza
historiográfica un relato.

Me parece que ahí estriba el


problema. Es el relato escrito por
una autoridad de la historiografía,
sin que exista historiografía, el
sentido de autoridad del
historiador le da sentido a un
conjunto de frases cronísticas
sobre un tiempo que tanto el
historiador como el lector han
vivido. De ahí que no haya
consenso porque las frases
sintéticas en las ciencias
humanísticas, en las que el objeto
se comprende pero no se puede
experimentare, no siempre logran
unanimidad en aquellos que las
reciben.

Quien lea el prólogo verá que Frank Moya Pons avanza desde el
principio juicios a los que no está acostumbrado. Porque su prólogo
se enmarca en un género literario distinto al historiográfico. Sus
primeras oraciones son biográficas. Aunque la historia sitúa a sus
personajes como seres de carne y hueso, la Historia no se hace con las
acciones personales de los héroes; todo lo contrario, la personalidad
de los héroes sólo es importante para el historiador en la medida en
que sus actos influyen en el espacio público, que es el escenario de las
acciones humanas paradigmáticas. Las acciones gobernadas por la
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psicología sólo son importantes parara el psicólogo. El mismo Juan
Bosch entendió (en Trujillo cusas de una dictadura sin
ejemplo) que la personalidad de Trujillo era compleja y que sus
frustraciones influyeron en su manera de actuar políticamente, pero a
la hora de ver al Dictador con toda su amplitud, no dejó de mirarlo
como un fenómeno de la dominicanidad, como un resultado de las
fuerzas sociales del pueblo dominicano. Sus teorías podrían ser
refutadas. Pero nos llevan a pensar que Bosch no confundía los
hechos personales con los hechos históricos.

Por mucho tiempo he escuchado a los adversarios de Juan Bosch


hablar de su carácter, de su personalidad y hasta de la influencia de
su carácter en las decisiones o su destino de político. Han llegado al
extremo de decir que las cusas del golpe de Estado de 1962 se deben a
la personalidad de Juan Bosch. El prólogo de Moya Pons, toca
levemente este extremo. Entiendo a los enemigos de Bosch —entre lo
que no creo se encuentre Moya Pons—, en su mayoría no tuvieron ni
el conocimiento literario, para exponer o elaborar sus ideas ni el
desarrollo intelectual para enfrentar a Juan Bosch. No puedo sin
embargo, entender a Moya Pons, quien es un hombre de grandes
atributos en las letras y en el pensamiento.

Lo que se espera de un historiador es que realice un estudio desde su


particular formación. Pero este prólogo no es un estudio, es un
ensayo, como tal tiende hacia lo sicológico, pero desdice en mucho al
historiador. Sobre todo porque no es Frank Moya el historiador quien
cree que los acontecimientos sociales están determinados por las
acciones individuales de un puñado de gente, ni apostaría a la noción
romántica del héroe.

Sin embargo, en el caso de Bosch intenta hacer un relato de su vida y


se detiene en su personalidad. Lo que no está claro es cómo el
carácter de Bosch fue dominante para sus acciones públicas. Ocurre

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que en muchas acciones Juan Bosch dio ejemplo de ser un hombre
muy equilibrado y muy coherente con lo que pensaba. Por ejemplo, su
visión del país, influida por el positivismo hostosiano, la expone en el
libro de Juan Isidro Jimenes-
Grullón (La república
Dominicana: análisis de su
pasado y su presente, 1940). En
el que —Juan Bosch, con mucha
claridad—, muestra el papel que
juega la oligarquía dominicana
en el proceso social y político del
país. Veintiún años después, lo
que dice en ese prólogo lo puso
en práctica. En la coyuntura de
del 1962, fue coherente en su
visión de que el problema del
trujillismo era un asunto social y
no meramente político, de ahí su
“conciliación” con los
remanentes del trujillato; pero
no claudicó sus ideas de
democracia y libertad y respetó
los derechos humanos. Bosch fue coherente en las negociaciones con
Cyrus Vance en Puerto Rico (véase el libro de Bernardo Vega: Cómo
los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder
en 1966) y no cedió por las ambiciones de poder —dicho de paso,
que no les han faltado a sus discípulos—, y a las presiones de sus
enemigos. Ni cometió el error (Bosch) de seguir ciegamente a los
aventureros políticos que llamaron a la calle a un país sin la
organización política que le pudiera dar el triunfo. Dos asuntos más:
en la coyuntura del desembarco de Caracoles no llamó
imprudentemente a la juventud a una lucha ciega sin futuro. Ni

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entregó, luego, a pesar de declarase marxista, el partido nuevo al
marxismo-leninismo al estilo soviético, ni cubano y al socialismo
chino. Bosch fue además, muy coherente en su visión sobre la teoría
del cuento, pues su ensayo sobre el cuento escrito casi veinte años
después de Camino real, presenta una gran unidad con sus
primeros relatos. En fin, Bosch fue en las grandes coyunturas
políticas y en el arte un hombre no solamente coherente, sino
consecuente
con su
pensamiento,
su estilo de vida
sobrio, su
defensa de los
más pobres y
un hombre
capaz de
dedicarse al
servicio de los demás sin esperar nada a cambio.

En síntesis, las acciones personales de un hombre —llámese Frank


Moya Pons o Juan Bosch—, sólo son inteligibles en relación a su obra.
El hombre es una segunda naturaleza, porque su verdadera
condición, es su accionar y lo que le da sentido; lo demás es pura
biología. Los hechos individuales sólo tienen perfilada expresión
cuando entra en un sistema de valores; de lo contrario pasan a ser tan
anodinos como los acciones de los demás seres humanos. No he visto
un estudio del carácter de Colón para determinar su posición en la
historia ni de las acciones de los últimos días de Napoleón en santa
Elena, que determinen el perfil histórico del gran adalid francés. La
historia no se escribe como una biografía, aunque la biografía no deja
de ayudar a la Historia.

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Un ensayo biográfico no puede situar, por demás, la verdad de un
personaje si su biógrafo es su partidario, un contrincante, un
contemporáneo, desafecto o litigante. En la historia contemporánea el
historiador pierde la perspectiva histórica y la subjetividad de la
proximidad del objeto invalida sus juicios, así pensaban los
positivistas que buscaban la objetividad y la verdad de la Historia.
Hoy día, no todos los historiadores piensan igual, y la historiografía
es hoy tan política y tan
ideológica y subjetiva como era la
del siglo XIX.

Pero las acciones de un hombre


como Bosch no pueden ser
inequívocas sino es dentro de un
estudio amplio de la sociedad en
la que él se desarrolló. Si Bosch
no encajó en la sociedad
dominicana, no fue su culpa; él
vino de un tiempo pasado. Era un
viajero de un tiempo perimido.
No vino a conciliar con el
presente que buscaba
transformar. Por eso sus
discípulos se deshacen cada día
de su figura. Lo convierten en una cosa: en un puente, en una
biblioteca; pero no ponen en práctica sus enseñanzas.

La vigencia de Juan Bosch es hoy la sombra del fracaso de sus


discípulos y poco podrán lo que ven sus manchas, borrar las luces del
hombre que fue coherente entre el decir y el vivir, entre la política y la
ética; entre el servicio y la acción. Sus enemigos tienen hoy el poder y
las embajadas. Pero Bosch está ahí triunfante. Como escribió Manuel
Del Cabral: “Hay muertos que van subiendo/ mientras más su ataúd
baja”. Bosch estaba consciente de que trabajaba con la pequeña-
burguesía y conocía sus forros y dobleces. En uno de los primeros

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números del periódico Vanguardia del Pueblo Bosch escribió un
editorial titulado más o menos, “El enemigo está adentro”. Él lo sabía.

Lo que hizo los últimos días de su vida —aquejado de una lamentable


enfermedad—, cuando ya no tenía conocimiento de sí, pasa a ser
parte de una historia íntima y dolorosa para todos los que vivimos
cerca de un hombre extraordinario. Tomar esos hechos tristes —
donde se perfilan las
deficiencias humanas que
todos, de una u otra manera,
tenemos— no es hacer historia
ni crónica ni nada. Es
simplemente la imposibilidad
de ir más allá, en el análisis de
la vida de un hombre y en el
fracaso —momentáneo— de
unas ideas.

Ahora bien, Frank Moya Pons como historiador sabe cuando está
haciendo ciencia y cuando está haciendo ideología. Cuando quiere ser
conciliador o provocador. Los que se creen provocados tienen que
mirar hacia otro lado, en fin no es Frank Moya el que debe quitarle el
sueño. Es el país que los mira, pastando en el jardín de la figura más
extraordinaria que ha dado la política nuestra; uno de los pocos
hombres, como Espaillat, Bonó y Lugo, que supo sobreponer sus
deseos personales a las veleidades del poder.

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