Los milagros del amado complutense en Tekax, al menos los más famosos, los conocemos gracias a la obra de un cronista franciscano que plasmó algunos de los ocurridos en el siglo XVII, amén del primero, la hasta hoy inexplicada aparición en la sarteneja-pozo. Pero muchos, muchos prodigios más realizó San Diego de Alcalá durante la visita de sus reliquias a Mérida en 1647, un dedo y un pedazo considerable de la carne del Santo... y que también dejó por escrito el cronista Cogolludo. Aun asi hay un portento, sin duda el mas grande de todos, pero que explicablemente como buenos seres humanos hemos hechado al cajón del olvido. En otra ocasión -me parece que en Tekax Vientos de Tempestad, de venta solo en Papelería Torres- he narrado como durante la firma de los Tratados de Tzucacab, que presumiblemente darían fin a la Guerra de Castas, Tekax fue saqueado por primera vez por las desbocadas fuerzas de Jacinto Pat. En aquel abril de 1848 el cura José Canuto Vela, representante del obispado en la negociación de los Tratados, fue testigo del lamentable estado en que quedó su amado terruño. Durante su breve plegaria en la iglesia cuando regresaba de Tzucacab camino a Mérida, su estado de ánimo era sombrío, pero seguramente logró notar que el interior del templo estaba prácticamente intacto y lo mas sorprenden- te, no había muertes de tekaxeños que lamentar. Las fuerzas de Jacinto Pat que ocupaban Tekax estaban fuertemente contrariadas con la firma del Tratado, y el control del Gran Cacique de Yucatán sobre ellas era cada vez más débil ¿Cómo una turba embriagada, desenfrenada y molesta pudo respetar la vida e integridad de los tekaxeños? El ascendente de los santos sobre los mayas de Yucatán era muy fuerte, y el saqueo de las iglesias para quedarse con las imágenes sagradas -y a veces con los curas- era parte de las rutinas de la guerra, pues la intercesión, tanto de santos como de curas, era indispensable para comunicarse con los númenes del cielo y el inframundo. Pero hasta entre los santos hay niveles, y el de Alcalá estaba en el primero para el Gran Cacique de Yucatán; y esa veneración, respeto, y quizás el temor que solía acompañarles, es lo que vemos en la siguiente carta, que escribió el jueves 27 de abril de 1848 desde su cuartel general en Tihosuco: “...le digo al señor capitán don Juan Moo, que ayude a sus coterráneos mientras llego a Tekax. También le pido que ordene no quemar las casas, porque es el pueblo del Señor Aj Bolon Pixan San Diego, y asimismo, que no dañen a la gente pobre que regresa a sus moradas.” Fue la presencia de San Diego, y su influencia benéfica sobre don Jacinto Pat, lo que evitó que el saqueo de Tekax derivara en incendio, que se convirtiera en tragedia, lo que posibilitó que la gente pudiera regresar a sus casas sin temor a ser violentada. Pero obedecer los designios divinos a veces cobra un alto precio, y quien lo pagó fue Juan Moo, nombrado comandante militar por don Jacinto para cubrirlo durante su ausencia: en su colérica furia, Moo fue asesinado por sus propios compañeros, y su cuerpo inerte arrastrado por las calles de Tekax. El mismo San Diego no salió ileso del dramático suceso; debilitado tal vez ante el desgastante uso de su manto protector sobre sus amados devotos, su figura desapareció, quizás para siempre, de su sagrado templo en la cima de la Sierra.