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Los autores describen que el sujeto que acude a la consulta y sufre algunos
síntomas somáticos expone sus trastornos como hechos aislados, sin establecer
entre ellos ninguna relación. A juzgar por su actitud expresan que el investigador no
es para él más que una función, alguien a quien cuenta sus síntomas y del que sólo
espera que lo cure, sin que se pretenda ningún tipo de compromiso afectivo tanto de
una como de otra parte (Marty, P. y M´Uzan, M; 1983).
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si estuviesen privadas tanto de infraestructura como de superestructura (Marty, P. y
M´Uzan, M;1983).
Caso clínico
Recorte clínico del caso de Henry T. planteado en el texto de Claude Smadja (1988):
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En la primera entrevista, la relación se establece de manera muy directa. No
manifiesta ningún tipo de angustia. Hace preguntas al psicoanalista y responde
preocupándose por ser objetivo y racional. Su discurso muestra que es un hombre
inteligente. Dirige un estudio de computación junto a dos socios, dentro del cual se
ocupa de la creación de programas.
Durante poco más de un año, las sesiones semanales son llenadas con
descripciones detalladas y muchas veces interesantes de su vida profesional.
Describe en detalle los programas de informática que realiza. Es baterista amateur y
describe todos los detalles que hacen a la preparación de sus “conciertos”. Luego de
las primeras entrevistas su dominio de la situación podía parecer un mecanismo de
defensa de orden obsesivo. La continuación del tratamiento no deja ninguna duda
acerca de la calidad operatoria del funcionamiento del paciente. Ninguna incursión
espontánea en su historia, ninguna cosa descolgada de la linealidad de su discurso,
ningún sueño, ningún afecto transferencial. Una relación “blanca” pero no
desprovista del placer de las dos partes. Su actividad operatoria es esencialmente
una actividad de pensamiento, su característica más regular es lo concreto. Su
actividad de pensamiento siempre se desarrolla de manera concreta, práctica, casi
técnica. Así piensa en equipar su barco, en rehacer la electricidad de un cuarto de su
casa o idear un nuevo programa.
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donde pudiera verse fantasía o imaginación. Lo dicho tiene que ver con lo planteado
por Marty P. y M´Uzan M. (1983), quienes expresan que en los enfermos
psicosomáticos puede existir una carencia de actividad fantasmática, y recuerda la
posición de French que reubica la función onírica en el interior de un proceso de
integración básico y general, donde considera que el valor funcional del sueño
puede ser conferida a la actividad fantasmática en tanto escenifica, dramatiza las
tensiones pulsionales.
Por otro lado, en el caso se describe que Henry T. llena sus sesiones semanales
durante más de un año con descripciones detalladas de su vida profesional y de los
programas de informática que realizaba, describiendo de manera concreta y hasta
aparentemente “obsesiva” cada cosa. Lo dicho anteriormente nos permite corroborar
que Henry T. presentaba pensamiento operatorio ya que su palabra no hacía más
que ilustrar cada acción sin ningún tipo de elaboración, y sin situar ningún lazo con
una actividad fantasmática. Además, se observa que su pensamiento era plegado
esencialmente a las cosas, a los actos concretos o abstractos, nunca a los productos
de la imaginación o a las expresiones simbólicas, como si se pegara estrictamente a
la materialidad de los hechos y a la instrumentalidad de los objetos, tal como
mencionan dicen Marty P. y M´Uzan M; (1983).
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Tomamos lo dicho por ambos autores cuando explican que en estos pacientes el
pensamiento está adaptado a su objetivo, incluso desde el punto de vista práctico,
pero su adaptación representa el límite de sus posibilidades de expansión y de
comunicación, lineal y limitado. Este límite no les permite ampliarse a realidades de
otro orden, afectivo o fantasmático, que puedan enriquecer o extender sus
operaciones. Por eso mismo no nos extraña enterarnos de que las ocupaciones de
Henry T. eran la creación de programas informáticos y la de tocar la batería,
actividades que no ponen en juego el uso de la imaginación e implican una alta dosis
de repetición. Del mismo modo ocurre con este tipo de pacientes en relación con la
palabra: ésta no tiende a significar la acción, sino a duplicarla. Es decir, la palabra no
hace otra cosa que repetir la acción.
Esta precariedad en la conexión con las palabras o el uso de símbolos nos hace
pensar en un enlace con el inconsciente en el nivel menos elaborado. Por ello puede
pensarse que la presencia de cáncer en Henry T. tendría que ver con el retorno de
las pulsiones de la manera más inconveniente, en forma de enfermedad.
Por último, cabe decir que en casos como este se debe apuntar, como lo plantea
Claude Smadja (1988), a establecer y a mantener un proceso identificatorio en el
análisis. Esto tendrá el fin de lograr movimientos psíquicos en el paciente que lo
lleven de a poco a realizar algún proceso asociativo o que pueda aparecer algún
signo de actividad fantasmática, manteniendo la continuidad del investimento
relacional antes que la actividad interpretativa. Además, de tomar en cuenta lo dicho
por Marty, P. y M´Uzan, M; (1983) en relación a que la investigación clínica en estos
pacientes debería apuntar a la calidad de los fantasmas inconscientes, para intentar
recuperarlos y reencontrar su interrumpido camino hacia la consciencia.
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Referencias Bibliográficas