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Un simple loco consciente de sí mismo

Si don Quijote es simplemente un loco, ¿cómo es capaz de discernir


correctamente, incluso mejor que los demás, de cualquier tema y materia
que salga a colación en las conversaciones que mantiene con muy
diferentes tipos de personas? Cervantes se refugia en la aparente locura del
hidalgo, con el recurso a los gigantes o a los ejércitos para mostrarnos el
verdadero sentido de la vida y la condición humana que, sólo un hombre
como él, después de haber sentido la llamada de la revelación, y haber
vivido una existencia difícil, estrecha, como el prometedor camino de la
virtud, podía comprender.
De boca de don Quijote sale una de las frases claves de la obra: “Yo sé
quien soy”. No hay sentencia más firme para corroborar que la intención
del hidalgo al “renacer en este siglo la antigua orden de caballería”
escapa a un objetivo mundano. Él sabe quien es, y por extensión sabe
también lo que ve; los demás, aquellos no iniciados en la cábala y el saber
hermético, no saben quienes son, ni ven sino lo aparente, están cegados por
el famoso Velo de Isis, del que hablamos anteriormente. Quitar esa venda
de sus ojos será la misión de nuestro protagonista y su autor, para que el
hombre carnal pueda convertirse en un hombre espiritual y, de esta forma,
salvarse de la condena en la que está sumido. En el Éxodo (3,14) leemos
que Él es “el que es”, en referencia a Dios. Don Quijote, pues, tiene un
cometido de naturaleza divina, sabe, como Dios, quién es, mientras los
demás están ciegos en la prisión de este mundo carnal y material.
Sin embargo, don Quijote no podrá ver cumplida su meta si le falta la otra
mitad perdida, la Shekhinah cabalística, encarnada por Dulcinea del
Toboso; su búsqueda será el objetivo primordial de su viaje iniciático; sin
embargo, el hidalgo necesitará, y aunque no lo parezca, del “carnal
Sancho” para emprender su desafío.

Extracto del libro El Secreto Judío de Cervantes, de Óscar Herradón


Ameal. Espejo de Tinta, 2005. Todos los derechos reservados. ©

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