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Fragmentos libro Breviario de las toxicomanías

2018

Diego Moreira

Lacan y la toxicomanía
Ing.: Lacan and toxicomania

En constante diálogo con la clínica, Jacques Lacan plantea la cuestión del deseo de la
madre, y de las diversas respuestas que el niño puede otorgarle. El resultado de ese
diálogo es un texto de Lacan (1970) que conserva un preguntar por el deseo de la madre
y por las probables respuestas.

Dicha indagación, proseguida en forma consecuente, hacia 1970, lleva a Lacan a


postular que el deseo de la madre implica siempre estragos (un morir a la manera ajena):

Un gran cocodrilo en cuya boca ustedes están, es eso la madre, ¿no? No se sabe si
de repente se le puede ocurrir cerrar el pico: eso es el deseo de la madre. [...] Pero
había algo pacificador o tranquilizante “un rodillo, así, bien duro, de piedra, que
está en potencia a nivel del pico: eso retiene, eso atranca, es lo que se llama el
Falo, el rodillo que los protege si de golpe se cierra".

Aquel, por su parte, solo podrá ser adecuadamente interpretado, dice Lacan, en lo que
respecta a la metáfora paterna, que implica la emergencia del falo como significación.

Pero ¿cuáles son las respuestas del niño ante el deseo de la madre? La comprensión de
estas respuestas suele ser mediana, vaga y puede estar, además, impregnada de otras
teorías y prácticas tradicionales. Sin embargo, para Lacan son tres y dependen de su
posición:

a] El niño como falo de la madre. Se trata de una identificación con el falo de la


madre. El pequeño se constituye en el contexto de la perversión.

b] El niño como síntoma. No en posición de síntoma de la madre, por el contrario,


se trata del deseo de la madre, pero articulado con el Nombre del Padre. Dicho de
otra manera, se trata de una identificación con un síntoma de la pareja familiar. El
pequeño se constituye en el marco de la neurosis.

c] El niño como objeto del fantasma de la madre. Se trata de una identificación


con el objeto “a”, en la que se pone en juego el ser del niño. El pequeño se
constituye en el contexto de las psicosis.

En las páginas “De la convocatoria a las Jornadas de Estudio sobre las Psicosis del niño
de la Association Freudiénne” de 1991 se lee con relación al síntoma y la verdad:

Las diversas identificaciones muestran hoy por doquier la tendencia a establecer


nuevos fundamentos para su investigación de la verdad. Así, para Jacques Lacan,
el síntoma del pequeño no es más que el representante de tres verdades: la verdad
de la pareja parental, la verdad del fantasma de la madre y aquella de su deseo
cuando su hijo encarna el objeto.
He procurado razonar este posicionamiento con relación a las adicciones: la
toxicomanía en la concepción de Jaques Lacan no es una estructura como las
mencionadas, ni tampoco es un síntoma; más bien se trata de un acto que sustituye a la
palabra. Las preguntas sobre este acto son una primera penetración en la oscuridad de
las adicciones.

El acto toxicómano se puede desplegar en cualquiera de las diversas estructuras, a saber:


neurosis, perversión y psicosis, e incluso en las denominadas psicosis no
desencadenadas, al estilo de James Joyce: un alcohólico.

En los textos de Lacan solo aparecen unas pocas referencias sobre la droga, entre ellas,
una tesis de ruptura, expresada en la clausura de la jornada de carteles de la E. F. P.
(1975): “La droga, única forma de romper el matrimonio del cuerpo con el pequeño-
pipí”. Esta conferencia se encuentra en el contexto del parlêtre —hablanser—, que se
enlaza a una definición del inconsciente a partir de la hiancia o falta. Aquí, la droga
implica un rechazo del inconsciente.

La teoría gira en torno de una ruptura con el llamado “gozo fálico”, con un gozo que, de
alguna manera, se disputa entre la palabra y la frase. Por el contrario, el gozo en la
toxicomanía es del orden de un gozo cínico que rechaza toda dimensión del Otro. En
este sentido, la adicción no se constituiría como una formación de compromiso, al estilo
del síntoma de Freud, sino como una formación de ruptura [E. Laurent, 1994].

Entonces, y no lo podemos ignorar sin riesgo, de lo que se trata es del gozo y su


tratamiento, para lo cual es necesario considerar una escala que va más allá de la
familia: la metáfora paterna —Edipo— (Lacan, 1970, El reverso del psicoanálisis), en el
contexto del discurso capitalista —una inversión del discurso del amo—, diferente del
modo de producción capitalista, en el cual se restablece el lazo entre gozo y sujeto, cuyo
modelo es la toxicomanía. Aquí no cobra valor la separación sujeto y gozo que implica
el discurso del amo.

En el Seminario 20, “Aun”, de Lacan (1972/73, p. 64), al hablar del signo se lee:

¿Y por qué no decir yo aquí lo que me parece a mí? El humo puede muy bien ser también
signo del fumador. Aún más, lo es siempre, por esencia. No hay humo sino como signo
del fumador. Cada quien sabe que, si ve humo en una isla desierta, se dirá de inmediato
que con toda probabilidad hay allí alguien que sabe hacer fuego. Hasta nueva orden, ha de
ser otro hombre. El signo no es pues signo de algo; es signo de un efecto que es lo que se
supone como tal a partir del funcionamiento del significante.

Puedo agregar, que el signo, como significante impar, es uno, y ciertamente que no hace
par. Implica cuatro únicos y verdaderos signos: el Nombre-del-padre, el Nombre propio,
el significante fálico, y el significante de la falta en el Otro, S(A/).

En la reunión con el grupo de la Escuela Freudiana de Milán, el 30 de marzo de 1974, Lacan


afirma:

…no hago propaganda para que haya analistas, sin embargo, es necesario que los haya…
porque algo se ha vuelto imposible en la vida cotidiana a causa de una invasión de lo real
que se nos escapa… un real que ha comenzado a proliferar a causa de la ciencia. El
psicoanálisis es la única cosa que nos permitirá sobrevivir a ese real. ¿Ayudar a la gente a
situarse como seres vivientes? Para ello es preciso elucubrar un nuevo saber. Un otro
saber que el de hacerles creer que tienen un yo autónomo.
Finalmente quiero agregar que, en el Seminario "El Otro que no existe y sus comités de
ética", J. A. Miller considera la toxicomanía como uno de los síntomas de la
modernidad. En este contexto, Miller propone:

(...) El toxicómano no es un sujeto, sino un personaje que por su hacer con la


droga crea un yo soy: un yo soy toxicómano, que le permite escapar a las
obligaciones que le impone la función fálica.

Entonces, ¿cómo se constituye la toxicomanía? Se conforma como “una nueva forma


del síntoma en la medida en que define el sujeto por una práctica, de ningún modo por
su síntoma (...)” (Miller, Laurent, 1996-1997: 307).

Pero veamos un breve recorrido de Lacan. Hacia 1938 considera una toxicomanía oral,
efecto de un trauma psíquico, al estilo del destete, sufrido por el sujeto. Aquí, la función
de la toxicomanía procura reconstruir el equilibrio y la armonía perdidos por la
separación. En 1946 la toxicomanía se instaura como una forma ilusoria de resolver la
discrepancia constituida entre el yo y el ser. Se trata de una concepción enlazada a la
separación. Posteriormente, en1960, la toxicomanía se liga a la supresión de la división
del sujeto y del gozo. El sujeto contradice los estados de conocimientos del yo. En
“Psicoanálisis y medicina” se indaga el lugar del análisis en la medicina; se trata de una
conferencia dictada por Lacan (1966) durante una mesa redonda del Collège de
Médecine, en La Salpêtrière, en que se consideran la toxicomanía y el tóxico, que
incluye diferentes productos que van de los tranquilizantes a los alucinógenos. Se enlaza
la dimensión ética a la dirección del gozo. En 1973, en el seminario “Los desengañados
se engañan”, se cuestiona el predominio del significante y otorga otro estatuto a lo real.
El adicto ocupa el lugar de una “sustancia ligera”. Finalmente, hacia 1975, en las
jornadas de clausura de carteles de la Escuela Freudiana de Psicoanálisis, se piensa a la
droga como lo que permite romper el matrimonio del cuerpo con el “pequeño pipí”.

Discurso: Marguerite Duras

Así, casi escupiendo, llegó al París de antes de la guerra con su sensualidad


arrebatada, casi perniciosa, que fue dejando a su paso un ejército inconsolable de
amantes despechados.

Y después, escribió, todo el tiempo, incansable. Durante una temporada, su casa


se llenó de existencialistas, comunistas mundanos, escritores de culto, cineastas,
amigos… Más tarde fue el alcohol; una caja diaria de vino de Burdeos. Hasta que
veía bichos en la cama. Vacas en la despensa de la casa. Y una muchacha que
cargaba libros a su espalda. Visiones que cuando consiguió curarse empezó a
echar en falta.

Le encantaban los chistes. Ese del caballo que sale a la calle y se encuentra con
una cebra a la que dice: ¿a éstas horas todavía con pijama?

Cuando publicó El amante toda Francia se rindió a sus pies. «La Duras», le
decían. (Marchamalo, Flores, 2009).

Hacia 1965, Lacan se ocupó del Homenaje a Marguerite Duras por la novela El arrebato
de Lol V. Stein. "Arrebato", un elocuente término puede desplegarse como voz pasiva o
activa. Por ejemplo, arrebatar o ser arrebatado, tener un rapto o un arrebato de locura y
pasión. Es una figura del gozo (jouissance) femenino. Para Lacan se trata de un
verdadero texto clínico, donde Duras pone en evidencia un original conocimiento de la
alteración mental, y describe un delirio clínico de manera impecable.

Le Poulichet y el farmakon
Ing.: The farmakon and Le Poulichet

Del excelente y significativo texto de Le Poulichet (1990) retomamos que en «La


pharmacie de Platón» cobran valor dos medicinas que implican la invención de filtros y
trazos, es decir, escritura y tóxico, que por momentos son remedios y por momentos,
venenos, que se constituyen como las dos figuras de suplemento y suplencia.
Justamente, se trata de dos procedimientos artificiales que generan, para Sylvie Le
Poulichet, «excesos» en el cuerpo del discurso y en el cuerpo de los órganos.

El farmakon en su ambigüedad —remedio y veneno— nos sustrae de toda


conceptualización de la droga como flagelo y emerge un interrogante sobre el enigma
del tóxico en el contexto del psicoanálisis.

El acto que constituye la toxicomanía es una operación del farmakon, que se ubica del
lado de las formaciones narcisistas, que se puede enlazar a la lesión de órgano. Aquí, la
alienación, como movimiento antitético, es por el recurso a lo real. Esta operación
detiene el movimiento del deseo:

Aunque la «situación psicoanalítica» parece subvertida en el caso de muchos de


estos pacientes, creo que se puede realizar, un trabajo como en los límites de la
cura. Lejos de consagrar una irreductible y mítica marginalidad, este pensamiento
me lleva a acentuar una concepción dinámica de la trasferencia, que nutre su
inteligencia en la teoría de las pulsiones. (Le Poulichet, 1990).

Nos es consabido que el individuo consume a su analista y lo pone en evidencia cuando ya no es


eficaz en su tarea: "Y si ese veneno es un remedio, ¿de qué tratamiento es autor? ¡Cabría pensar
que la psicoterapia es requerida en este caso para que obre como el tratamiento de una insólita
automedicación!" (Le Poulichet, 1990).

mundos, el interior y el exterior, simultánea o sucesivamente. Que son cosas


mejores resulta evidente para todo tomador de mescalina que acuda a la droga con
un hígado sano y un ánimo sereno.

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