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CURSO DE
DERECHO
ADMINISTRATIVO
TOMO I
Palestra - TEMIS
Lima - Bogotá (2006)
4 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
CAPÍTULO XII
LOS CONTRATOS DE LA ADMINISTRACIÓN Y,
EN ESPECIAL, LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS
I
722 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
le»). Esta genérica previsión responde, sin duda, a una intuición válida y a
un deseo sano de «normalizar», reconduciéndola a la legalidad, una praxis
negociadora que, por habitual, no puede seguir desconociéndose. El pro-
blema, que el artículo 88 LPC deja pendiente al remitirse a las disposiciones
concretas que los regulen, consiste en su adecuado encuadramiento, de for-
ma que, como el citado precepto advierte, no entren en colisión con otros
preceptos y principios de ordenamiento jurídico, ni impliquen renuncia a
los poderes y responsabilidades de las autoridades y funcionarios o altera-
ción de las competencias atribuidas a los órganos administrativos (art. 88.4
LPC). Sobre este tema tendremos ocasión de volver, sin embargo, al estu-
diar el procedimiento administrativo (capítulo XXII de esta misma obra).
Otro tanto hay que decir, por supuesto, y aun con mayor énfasis, de
los pactos y acuerdos propiamente políticos a los que más atrás se hizo
referencia, que amenazan en ocasiones con subvertir los propios supuestos
del sistema democrático-representativo, riesgo éste que debe ser cuidado-
samente evitado. Así lo ha afirmado solemnemente el Consejo Constitucio-
nal francés en una decisión de 27 de julio de 1978 al declarar la
inconstitucionalidad de una disposición por la cual el legislador subordina-
ba «la aplicación de la nueva Ley a la conclusión de convenciones suscritas
entre el Ministerio de Agricultura y las organizaciones representativas de
la enseñanza agrícola privada» por estimar que, al actuar así, «el legislador
ha desconocido las disposiciones del artículo 21 de la Constitución relativas
a la ejecución de las Leyes y al ejercicio del poder reglamentario».
Dos recientes Sentencias de nuestro Tribunal Supremo de 21 de marzo
de 2002 han cerrado el paso con firmeza al grave riesgo al que acabamos de
aludir al casar y anular una polémica decisión de la Audiencia Nacional que
había llegado a imponer la inclusión en los Presupuestos Generales del Es-
tado de los incrementos retributivos previstos en un acuerdo Administra-
ción- Sindicatos concluido al amparo de la Ley de 12 de junio de 1987, sobre
órganos de representación, determinación de condiciones de trabajo y par-
ticipación del personal al servicio de las Administraciones Públicas.
Hay, pues, límites constitucionales precisos dentro de los cuales debe
quedar siempre encuadrado el fenómeno aludido, que es, sin duda, uno de
los más característicos de la Administración y del Estado de nuestros días.
riores que representa así lo justifiquen. De este modo, bajo una rúbrica
genérica equívoca, contrato, el contrato administrativo sería, en rigor, una
institución esencialmente diferente del contrato privado.
Más aún: la singularidad del contrato administrativo se vendría a de-
finir justamente por su extravase de los módulos contractuales privados. Es
lo que se llamará, rehabilitando un término histórico originado en el proce-
so de formación del Derecho Público, como independiente del Derecho
Privado romano, el criterio de las «cláusulas exorbitantes del Derecho co-
mún». El contrato administrativo sería un contrato en el que están presen-
tes cláusulas o contenidos contractuales de esa naturaleza, no explicables
desde el Derecho común de obligaciones.
Este planteamiento llega básicamente hasta nuestros días, con no de-
masiadas correcciones. La jurisprudencia francesa actual sigue aceptando la
existencia de contratos administrativos por naturaleza, que son tales a falta
de texto expreso que así lo establezca e, incluso, de declaración de las par-
tes en este sentido, en razón de su vinculación a un servicio público (en el
sentido amplio de interés público) y de la inclusión en los mismos de cláu-
sulas exorbitantes del Derecho común. A estos contratos se les aplica en
todo caso un régimen de Derecho Público, se les da un tratamiento singular
y distinto que a los contratos calificados de privados, haciendo entrar en
juego las prerrogativas administrativas (que se consideran implícitas en los
mismos a falta de una cláusula que las mencione expresamente) y la compe-
tencia de los Tribunales de la jurisdicción contencioso-administrativa.
Esta es en líneas generales la situación que hemos heredado, a partir de
la recepción en nuestro país de la doctrina del servicio público, doctrina que
fue tempranamente importada por FERNÁNDEZ DE VELASCO (la primera edi-
ción de su monografía sobre los contratos administrativos data de 1927), que
prendió muy pronto también en nuestra jurisprudencia (la Sentencia de 20 de
abril de 1936 afirma, en efecto, que es característica de los contratos adminis-
trativos la presencia de «cláusulas exorbitantes o derogativas del Derecho
común, que asumen la consideración de una competencia administrativa re-
tenida, tales como las consignadas en las estipulaciones con referencia a un
pliego de cláusulas y condiciones generales elaborado por la Administración
para las necesidades y atenciones de los servicios públicos, las cuales, por no
hallar equivalente en Derecho Civil, donde juegan los elementos personales
en plano de igualdad, sólo pertenecen al dominio de los poderes estatales
que las imponen en virtud de imperio») y que, un tanto sorprendentemente,
vino a consagrar el propio legislador, estando ya muy avanzado el proceso
de revisión y depuración conceptual, al entronizar en la primera redacción
de la LCE de 8 de abril de 1965 la tesis del contrato administrativo por natu-
raleza (arts. 18 y 19), luego corregida parcialmente por la Ley de 17 de marzo
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dos por las empresas nacionales y los entes públicos regidos por el Derecho
Privado en sus relaciones con terceros, pero el Consejo de Estado en un
Dictamen de 9 de mayo de 1968, relativo a un contrato suscrito por la Em-
presa Nacional Bazán con otra empresa privada, y luego en una Moción
elevada al Gobierno el 11 de junio siguiente, objetó esta tesis por estimar
que toda la intención que anima el fenómeno de la utilización instrumental
del Derecho Privado por la Administración para la realización de ciertas
funciones y la gestión de determinados servicios es, justamente la contra-
ria, lo que terminó influyendo en el Reglamento de Contratos posterior,
cuya disposición transitoria segunda rectificó los términos de su antecesor
sustituyendo el «deberán preparar y adjudicar» por un más laxo «procura-
rán respetar» los principios de la contratación administrativa.
La situación descrita ha terminado por dar un vuelco notable a conse-
cuencia del progresivo y espectacular abuso de la utilización del Derecho
Privado por las Administraciones Públicas que se ha venido produciendo
en estos últimos años y que por las dimensiones alcanzadas amenazaba
seriamente con subvertir las bases mismas de nuestro Derecho Público, como
ya notamos en el capítulo VII de esta obra.
La jurisprudencia contencioso-administrativa más reciente ha optado
por eso para hacer frente a esta utilización abusiva del Derecho Privado
por levantar el velo de la personalidad jurídica de los entes instrumentales
cuando ha advertido que esa personalidad separada se utilizaba por dichos
entes o por la Administración matriz de los mismos a modo de escudo para
eludir las responsabilidades derivadas de los contratos por ellos conclui-
dos para la gestión de los servicios que tenían confiados. En este sentido
son explícitas las Sentencias de 3 de julio de 1991, 31 de julio de 1982, 20 de
febrero y 22 de septiembre de 1995, entre otras.
A esta reacción de la jurisprudencia vinieron a unirse, además, las exi-
gencias del Derecho Comunitario Europeo, que con la lógica preocupación
de asegurar a ultranza la libre competencia entre todas las empresas sin
distinción en el marco general de un mercado único sin barreras interiores
de ningún tipo se ha esforzado en sujetar a procedimientos públicos todo el
inmenso volumen de contratación con fondos públicos que se produce en el
interior de ese único mercado sin atender al dato formal de la personalidad
jurídica, pública o privada, de las entidades que manejan eso fondos, lo que
finalmente ha resultado decisivo para frenar la tendencia a la huida de
todo tipo de concurrencia por el cómodo expediente de acudir a las formas
privadas de personificación.
Ambas cosas, y muy especialmente esta última, en razón de la obliga-
ción de trasponer a nuestro Derecho las Directivas comunitarias, son las
que explican la reacción de la LCAP, que ha respondido a este estado de
CAPÍTULO XII.- LOS CONTRATOS DE LA ADMINISTRACIÓN Y... 749
forma que sólo puede actuar cuando la Ley la habilita para ello y en los
términos precisos de esa habilitación. En cuanto tal organización colectiva,
el proceso de formación de su voluntad es jurídicamente relevante en todo
caso y debe surgir a través, precisamente, de los cauces que prevé la Ley y
ello tanto cuando se presenta como poder público, revestida de imperium,
como cuando actúa sin tan solemne apariencia, dicho sea en la terminología
convencional. La competencia y el procedimiento tienen por ello una regu-
lación unitaria y común en todos los procesos contractuales, con indepen-
dencia de la regulación, pública o privada, del fondo del contrato, respecto
del cual son cuestiones separables. Una Administración Pública puede arren-
dar un inmueble suyo para obtener una renta. El arrendamiento se regirá
entonces por el Derecho Privado, pero la formación de la voluntad contrac-
tual de la entidad administrativa y la selección del contratista deberán aco-
modarse a las reglas del Derecho Público.
Esta idea, surgida en el Derecho francés y recibida por nuestra juris-
prudencia contencioso-administrativa (asunto del Hotel Andalucía Palace
de Sevilla: Auto de 17 de octubre de 1961 y Sentencia de 4 de febrero de
1965, confirmatoria de la dictada por la Audiencia Territorial de Sevilla el
13 de diciembre de 1962), pasó íntegramente a la Ley de Contratos del
Estado de 1965 (art. 4, regla 3.ª) y de ésta a la vigente LCAP, cuyo artículo
9 dice así en sus apartados 1 y 3:
(...)
C) EL REPARTO JURISDICCIONAL
Como ya hemos expuesto, el sentido originario de la distinción entre
contratos administrativos y contratos privados de la Administración era
estrictamente procesal: los primeros iban a la jurisdicción contencioso-ad-
ministrativa, los segundos a los Tribunales ordinarios. Tras una larga evo-
lución, después de haber agotado la ilusión teórica de una supuesta diver-
sidad radical de naturaleza, la LJ 56 pareció volver al punto de origen, sin
perjuicio de que se hayan vinculado a los contratos llamados administrati-
vos un cortejo de prerrogativas de la Administración contratante, cuyo ca-
rácter predominantemente formal, y cuyo sentido, ligado a las exigencias
peculiares del giro o tráfico administrativo, hemos ya expuesto más atrás.
CAPÍTULO XII.- LOS CONTRATOS DE LA ADMINISTRACIÓN Y... 757
tiene relevancia» a los efectos de incluirse entre las que la Directiva 89/665
ordena que estén sometidas al régimen contractual íntegro que la misma (y
las demás Directivas) imponen; esto es, «que la forma de constitución es
indiferente a este respecto», como la propia jurisprudencia del Tribunal de
Justicia había declarado ya en varias ocasiones anteriores, por lo demás. En
la segunda Sentencia el Tribunal de Justicia reitera esta doctrina, aun con
más énfasis, al enfrentarse con una sociedad anónima constituida por el
Ministerio del Interior para construir y habilitar instalaciones penitencia-
rias, supuesto que nada tiene que ver con las empresas públicas industriales
y mercantiles, que son las únicas excluidas, «siendo a este respecto indife-
rentes la forma y el régimen jurídico de dichas entidades». A nuestro juicio,
estas declaraciones inequívocas y explícitas del Tribunal de Justicia sobre el
alcance exacto del Derecho Comunitario prevalecen sobre la incompleta
recepción de su doctrina que el nuevo artículo 2.1 LCAP, redactado por la
Ley de 30 de diciembre de 2003, proclama, de forma que deben ser aplica-
das con preferencia y desplazando a esta Ley por cualquier órgano judicial
interno y aun por cualquier aplicador del Derecho, según el sistema común
de relaciones entre el Derecho Comunitario y los Derechos nacionales, que
ya quedó expuesto supra capítulo III, § 7.
Hay que entender, pues, en resumen, que sólo las entidades públicas
que realicen una actividad industrial o mercantil pura, materialmente, es-
tán exentas del régimen común de la LCAP y que cuantas entidades con
cualquier forma jurídica, incluso con forma mercantil o fundacional, que
realicen una actividad materialmente —aun de modo parcial— pública o
típica de la Administración, caen íntegramente en el ámbito general y ple-
nario de la LCAP.
otro supuesto la adjudicación del contrato puede hacerse por subasta o por
concurso. En el primer caso la licitación versará sobre un tipo expresado en
dinero y la adjudicación habrá de hacerse en favor del licitador que, sin
exceder aquél, oferte el precio más bajo; en el segundo, en cambio, la adju-
dicación recaerá en el licitador que, en su conjunto, haga la proposición más
ventajosa, teniendo en cuenta los criterios establecidos en el pliego, sin
atender exclusivamente al precio de la misma y sin perjuicio del derecho de
la Administración a declararlo desierto (art. 74).
El concurso, que es general en los contratos de gestión de servicios
públicos (art. 159.1) y prácticamente en los de suministros, salvo los de
escasa cuantía (art. 180), puede ser utilizado también en los de obras al
amparo de lo dispuesto en el artículo 85 cuando el precio no sea el único
factor determinante y, especialmente, cuando los proyectos o presupuestos
no hayan podido ser establecidos previamente por la Administración o
admitan mejoras en sus soluciones técnicas o plazos de ejecución, así como
en los casos en que la Administración facilite materiales o medios auxiliares
cuya buena utilización exija garantías especiales por parte de los contratis-
tas o requieran el empleo de tecnología especialmente avanzada (art. 85).
En todos los casos, su característica esencial es su mayor flexibilidad,
tanto para los licitadores como para la Administración. Para los primeros,
porque les otorga una mayor libertad de configuración de sus proposicio-
nes al permitirles introducir variantes o alternativas cuando las mismas
respondan a requisitos y modalidades señalados en el pliego de cláusulas
administrativas particulares (art. 87). Para la Administración porque, como
ya hemos advertido, no tiene que atenerse necesariamente al precio ofreci-
do y puede, en consecuencia, elegir la proposición que considere más ven-
tajosa desde un punto de vista global.
Esta mayor libertad decisoria, que los textos legales se han cuidado de
enfatizar siempre, ha venido siendo aceptada acríticamente por la jurispru-
dencia hasta fechas recientes. La LCAP ha procurado, sin embargo, objetivar
en lo posible la decisión obligando a la Administración en su artículo 86 a
establecer en los pliegos de cláusulas administrativas particulares «los cri-
terios objetivos que han de servir de base para la adjudicación, tales como
el precio, la fórmula de revisión en su caso, el plazo de ejecución o entrega,
el coste de utilización, la calidad, la rentabilidad, el valor técnico, las carac-
terísticas estéticas o funcionales, la posibilidad de repuestos, el manteni-
miento, la asistencia técnica, el servicio postventa u otras semejantes», cri-
terios que, además, deberán ser indicados «por orden decreciente de im-
portancia y por la ponderación que se les atribuya ». A estos criterios pre-
viamente establecidos en el pliego tendrá que ajustarse en todo caso la
CAPÍTULO XII.- LOS CONTRATOS DE LA ADMINISTRACIÓN Y... 769
decisión, que habrá de motivarse con referencia a los mismos (art. 88.2), lo
que facilitará su ulterior control por los Tribunales.
La jurisprudencia más reciente, aun operando sobre el texto más abierto
de la legislación anterior a la vigente LCAP, ofrece ya excelentes ejemplos de
hasta dónde puede y debe llegar ese control de fondo de la adjudicación de
los concursos, que superan de forma impecable los tópicos tradicionales que
venían dificultándolo. Así, por ejemplo, la Sentencia de 11 de junio de 1991,
que resuelve un recurso interpuesto contra el acuerdo de adjudicación de un
concurso a una empresa que introdujo en su oferta una rebaja menor sobre el
precio tipo que la recurrente, advierte justamente que, reuniendo las dos
empresas licitadoras un «alto grado de capacitación, experiencia y medios
suficientes» según los informes técnicos obrantes en autos, y estando en si-
tuación de igualdad en este punto, «la racionalidad de los principios de bue-
na administración exige la elección de la mejor oferta económica, al menos
cuando no se invoca razón alguna para apartarse de esa solución».
En esa dirección se sitúa la Sentencia de 31 de octubre de 1994, que desta-
ca con acierto que «ni aun en el caso de actos discrecionales, las facultades de la
Administración son omnímodas, pues han de estar presididas por la idea de
buen servicio al interés general», por lo que «queda a salvo la facultad del
juzgador de examinar después si la decisión adoptada por la Administración
se ha producido con arreglo a los fines para los que la Ley concedió la libertad
de elegir, dado que discrecionalidad no es arbitrariedad».
Las Sentencias de 30 de mayo y 13 de junio de 2000 precisan, en fin,
con acierto que la expresión legal «proposición más ventajosa», no reconoce
a la Administración un verdadero poder discrecional, sino que formula un
concepto jurídico indeterminado cuya aplicación remite a una única solu-
ción justa, cuyo hallazgo por la Administración obliga a ésta a aducir «bue-
nas razones», esto es, «argumentos justificatorios» que incluyan «valoracio-
nes relativas a los extremos que deben ser atendidos según el pliego de
condiciones» y no a cualesquiera otros.
En este mismo contexto debe valorarse la afirmación contenida en el
artículo 88.2 LCAP según la cual «la Administración tendrá alternativa-
mente la facultad de adjudicar el contrato a la proposición más ventajosa...
o declarar desierto el concurso». Esta doble facultad alternativa, que tam-
bién recogía la legislación anterior, fue entendida por la jurisprudencia tra-
dicional en el sentido más absoluto por estimar que el «concurso supone
una invitación a la Administración a que se le presenten ofertas de contra-
to, pudiendo aceptarlas o rechazarlas al no venir anticipadamente vincula-
da» (Sentencia de 5 de febrero de 1979, entre otras). Esta doctrina ha sido
también ratificada por la Sentencia de 31 de octubre de 1994 antes citada,
que anuló el acuerdo que declaró desierto un concurso al que se había pre-
770 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
cional del Procedimiento, Ed. Aranzadi, Pamplona, 2001; M. F. CLAVERO ARÉVALO, «El estado
actual de la doctrina de los actos separables» en el núm. 164 de REVL; M. DOMÍNGUEZ-
BERRUETA, «La contratación administrativa y la Ley reguladora de las bases del Régimen
Local de 2 de abril de 1985» en el núm. 50 de REDA; R. ENTRENA CUESTA, «Consideraciones
sobre la teoría general de los contratos de la Administración» en el núm. 24 de RAP; T.
R. FERNÁNDEZ, «¿Contratos administrativos entre personas privadas? (Asunto Sociedad
Anónima Municipal Nuestra Señora de la Piedad)» en el núm. 1 de REDA, y «Adminis-
tración imperativa y Administración concertada en la vida económica» en su libro
Panorama del Derecho Administrativo al comienzo de su tercera centuria, La Ley, Buenos Aires,
2002; E. GARCÍA, «La figura del contrato administrativo» en el núm. 41 de RAP; «El
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas constata y censura dos graves quie-
bras de nuestro Derecho Administrativo en materia de entes sujetos al Derecho Público
y a medidas cautelares contencioso-administrativas. La Sentencia Comisión c. España
de 15 de mayo de 2003» en el núm. 119 de REDA; y sobre la Sentencia de 16 de octubre de
2003, en el núm. 120 de REDA; J. A. GARCÍA-TREVIJANO, «Contratos y actos ante el Tribunal
Supremo: la explotación del hotel Andalucía Palace de Sevilla y Reciente evolución de la
jurisprudencia administrativa: los actos separables admitidos por el Tribunal Supre-
mo» en los núms. 29 y 36 de RAP; E. GARCÍA TREVIJANO GARNICA, El régimen de las garantías en
la contratación administrativa, Ed. Civitas, 2.ª ed., Madrid, 2002; F. GARRIDO FALLA, «Sustan-
cia y forma del contrato administrativo» en Studi Zanobini, I, págs. 527 y sigs.; R. GÓMEZ
FERRER, Director, Comentario a la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas, 2.ª ed.,
Civitas, 2004; H. GOSALBEZ, El contratista de la Administración Pública, Madrid, 2000; A.
HUERGO LORA, Los contratos sobre los actos y las potestades administrativas, Ed. Civitas, Ma-
drid, 1998; E. JIMÉNEZ APARICIO, et alt., Comentarios a la Legislación de contratos de las Adminis-
traciones Públicas, Pamplona, 2002; R. JURISTO, «La adaptación de la regulación española
del contrato de obra pública a las Directivas de la Comunidad Económica Europea» en
el núm. 49 de REDA; S. MARTÍN-RETORTILLO, «La institución contractual en el Derecho
Administrativo: en torno al problema de la igualdad de las partes» en el núm. 29 de RAP
y en su libro El Derecho Civil en la génesis del Derecho Administrativo y de sus instituciones,
Sevilla, 1960, 2.ª ed. en Ed. Civitas, Madrid, 1996; V. MENDOZA OLIVÁN, «La revisión del
régimen jurídico de los contratos del Estado» en el número 21 de Hacienda Pública Espa-
ñola (este trabajo se refiere a la reforma de la Ley de Contratos del Estado realizada por
Ley de 17 de marzo de 1973); J. I. MONEDERO GIL, Doctrina del contrato del Estado, IEF,
Madrid, 1977, A. OJEDA MARÍN, «Contratos públicos en la Comunidad Europea: la Ley de
Contratos del Estado y su adecuación al ordenamiento jurídico comunitario» en el núm.
112 de RAP; J. R. PARADA VÁZQUEZ, Los orígenes del contrato administrativo en el Derecho
Español, Instituto García Oviedo, Sevilla 196 ; R. PAREJO GAMIR, «Contratos administrati-
vos atípicos» en el núm. 55 de RAP; E. RIVERO YSERN, «El contrato administrativo ante las
jurisdicciones contencioso-administrativa y civil» en el núm. 67 de RAP; J. VILLAR PALASÍ,
Lecciones de contratación administrativa, Facultad de Derecho, Madrid, 1969; J. L. VILLAR
EZCURRA, «La doctrina de los actos consentidos en la contratación administrativa» en
REDA, núm. 16; vid. también los diversos comentarios a la LCAP de R. GÓMEZ-FERRER y
otros, ya citada, B. PENDAS y otros (Ed. Praxis, 1995), F. A. CASTILLO BLANCO y otros (CEMCI,
1996), El Consultor de los Ayuntamientos, etc.
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 779
CAPÍTULO XIII
LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS (DE
OBRAS, SERVICIOS Y SUMINISTROS; CONCESIÓN DE
OBRAS PÚBLICAS): CONTENIDO, EFECTOS Y EXTINCIÓN
I
I. LA CARACTERIZACIÓN LEGAL DE LOS CONTRATOS ADMINIS-
TRATIVOS NOMINADOS (DE OBRAS, SERVICIOS Y SUMINISTROS)
1. Introducción
La diversidad de los tipos contractuales que puede utilizar la Adminis-
tración en el ámbito de su giro o tráfico peculiar al amparo de la libertad de
pactos que le reconoce el artículo 4 LCAP («la Administración podrá concer-
780 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
tar los contratos, pactos o condiciones que tenga por conveniente, siempre
que no sean contrarios al interés público, al ordenamiento jurídico o a los
principios de buena administración») impide, como hemos visto, diseñar un
régimen jurídico unitario para todos los contratos administrativos, régimen
que la LCAP remite a las normas administrativas especiales de cada contrato
(arts. 7.1 y 8 LCAP) y supletoriamente a las demás disposiciones de la Ley y
de su Reglamento y a las restantes normas de derecho administrativo sobre
la base de los privilegios generales de interpretación, modificación y resolu-
ción unilateral, que su artículo 59 hace extensivos a todos ellos.
Planteada la cuestión en estos términos, parece preferible referir la ex-
posición exclusivamente a la regulación que la LCAP contiene de los contra-
tos administrativos nominados, es decir, de aquellos cuyo objeto sea la ejecu-
ción de obras, la gestión de servicios públicos y la realización de suministros,
que son los tradicionales, a los que ahora ha venido a añadir los de consultoría
y asistencia y los de servicios, y ello con el fin de evitar los riesgos inherentes
a las generalizaciones excesivas. Estos cinco grandes tipos contractuales (a
los que la Ley de 23 de mayo de 2003 ha añadido el de concesión de obras
públicas, hasta ahora regulada en legislación dispersa y aun sobre la base de
la vieja Ley de Obras Públicas de 1877) tienen hoy una regulación propia en
la Ley, de acuerdo con sus características peculiares, por lo que no puede
hablarse de una regulación unitaria, como parece dar por supuesto el artículo
7.1 («los contratos administrativos se regirán en cuanto a su preparación,
adjudicación, efectos y extinción por la presente Ley y sus disposiciones de
desarrollo»), sino en términos muy relativos y para comprender su efectivo
alcance es imprescindible comenzar por concretar la respectiva naturaleza
de cada uno de estos siete contratos, según la caracterización legal de los
mismos, antes de abordar el análisis conjunto de su régimen jurídico. Como
vamos a ver, la cuestión se complica, porque esos siete tipos contractuales
aislados por la Ley encubren en realidad una pluralidad de figuras diversas
desde el punto de vista de su estructura obligacional.
la rúbrica expresa, más que un tipo contractual definido, es una simple téc-
nica de gestión de los servicios públicos, la gestión llamada indirecta o por
medio de empresas —por oposición a la gestión directa o realizada por los
propios medios administrativos, incluyendo entre éstos los entes
instrumentales—. Así resulta con toda claridad de los artículos 154 y 155
LCAP; el primero, refiriendo el supuesto tipo contractual a cualquier enco-
mienda a una persona natural o jurídica (de) la gestión de un servicio; el
segundo, enunciando el principio de que «la Administración podrá gestio-
nar indirectamente mediante contrato los servicios de su competencia»; el
párrafo 2.º del artículo 154 excluye de esta regulación los supuestos de per-
sonificación de servicios mediante entes públicos instrumentales o socieda-
des mercantiles cuyo capital sea exclusivamente público. Ahora bien, si se
trata de una previsión general de la técnica de gestión indirecta de los
servicios públicos se comprende que no puede referirse a un contrato único
tipificado por una determinada estructura obligacional, sino a una plurali-
dad de figuras contractuales, tantas como la colaboración de los particula-
res en la gestión de los servicios puede permitir, según el mismo artículo
156 LCAP viene luego a admitir expresamente.
La nueva regulación introducida por la Ley de 23 de mayo de 2003 de
un contrato «de concesión de obras públicas», que estudiaremos luego, ha
venido a corregir la anterior inclusión de esta figura dentro de la rúbrica
común del contrato de gestión de servicios públicos.
Más adelante veremos con detalle, por tanto, cómo se articula en con-
creto esa colaboración entre la Administración y el contratista privado en
el ámbito de la gestión concesional. En este momento nos interesa sólo
volver a la tipificación de las figuras contractuales que se engloban bajo la
rúbrica equívoca de gestión de servicios públicos, que no es tipo de contra-
to, sino una mera rúbrica clasificatoria. Como ya hemos notado, el artículo
156 LCAP distingue hasta cuatro tipos (no simples «modalidades», como
llama) diferentes:
a) En la concesión, que es la más usual y también la más tradicional, el
empresario privado asume los riesgos (y beneficios) de la explotación, con
las precisiones que luego se verán.
El contrato de concesión de obras públicas ha sido objeto de una regulación
sustantiva por la Ley de 23 de mayo de 2003 que, como ya hemos indicado,
adicionó un nuevo título, el V, a la LCAP, con un articulado más preciso
que el casi abstracto que contenía ésta sobre esta figura en su primera re-
dacción, articulado que ahora comprende los nuevos artículos 220 a 266,
inclusive, más varias disposiciones adicionales.
La concesión de obras públicas ha sido una figura clave en el desarro-
llo del nuevo Derecho Administrativo desde el siglo XIX hasta hoy. Par-
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 785
o actividades análogas para que ésta atienda con sus propios medios las
necesidades del servicio público en las condiciones que se fijen.
d) Finalmente, se alude a la posibilidad de creación de una sociedad de
economía mixta, que aparecerá como contratante ante la Administración con
las obligaciones y derechos propios del concesionario; pero antes de adop-
tar esa posición la sociedad de economía mixta exige un previo contrato de
sociedad entre el capital privado y el público para la constitución del ente
social, contrato regulado en la esfera local (arts. 103 y sigs. TRRL y 102 y
sigs. RSCL), no en la estatal, donde son aplicables las normas generales
sobre sociedades mercantiles públicas estudiadas más atrás (cap. VII).
El RSCL prevé también la prestación del servicio mediante arrenda-
miento de las instalaciones de la propia Corporación titular del mismo (arts.
138 y sigs.). Idéntica previsión figura en el artículo 85.4 de la nueva LRL.
Así pues, no hay un contrato de gestión de servicios públicos; hay una
pluralidad contractual muy matizada y muy diferenciada para dar cabida a
la gestión indirecta de los servicios públicos, como resulta natural.
C) El contrato de suministros tampoco enuncia un contenido obligacional
determinado y preciso. La LCAP lo considera como un haz de contratos
instrumentales, cuyo objeto sería proveer a la Administración de los pro-
ductos, utensilios e incluso servicios relativos a dichos bienes, que necesita
para el cumplimiento de sus funciones. El artículo 171 lo define como aquel
que tiene por objeto la compra, el arrendamiento o la adquisición de pro-
ductos o bienes muebles, que no sean propiedades incorporales o valores
negociables, precisando el artículo 172 que se considerarán incluidos en tal
definición aquellos en los que el empresario se obligue a entregar una plu-
ralidad de bienes, de forma sucesiva y por precio unitario, sin que la cuan-
tía total se defina con exactitud al tiempo de celebrar el negocio por estar
subordinadas las entregas a las necesidades de la Administración (es a esto,
exclusivamente, a lo que en el tráfico privado se llama contrato de suminis-
tros); la adquisición y el arrendamiento de equipos y sistemas para el trata-
miento de la información, sus dispositivos y programas y la cesión del de-
recho de uso de estos últimos (salvo la adquisición de programas de orde-
nador a medida, que se considera contrato de servicios); los de fabricación
por los que la cosa o cosas que hayan de ser entregadas por el empresario
deban ser elaboradas de manera especial con arreglo a las características
peculiares fijadas previamente por la Administración (es la aplicación nor-
mal de la figura: mobiliario, material técnico de oficinas, de servicio, mili-
tar, etc.), y los de mantenimiento de equipos y sistemas para el tratamiento
de la información cuando se contrate conjuntamente con la adquisición o
arrendamiento. La adquisición de propiedades incorporales y de títulos
representativos del capital se rige en todo caso por la LPE.
788 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
del fin, que prima en todo caso sobre aquél. Con todo, la esencia contrac-
tual no padece por ello, en la medida en que, como vamos a ver a continua-
ción, la equivalencia económica de las prestaciones en que el contrato con-
siste se mantiene inalterada en todo caso.
tarifas que han de ser abonadas por los usuarios, añadiendo a continuación
que «cuando las modificaciones afecten al régimen financiero del contrato, la
Administración deberá compensar al contratista de manera que se mantenga
el equilibrio de los supuestos económicos que fueron considerados como básicos en la
adjudicación del contrato». Queda, pues, incluido en la amplia fórmula legal no
sólo el daño emergente, sino también el lucro cesante. Para la concesión de
obras públicas, cuya nueva regulación ya sabemos que se introdujo en la
LCAP en 2003, la Ley es hoy más explícita, art. 248, cuyo texto dice:
«Mantenimiento del equilibrio económico del contrato.
1. El contrato de concesión de obras públicas deberá mantener su equi-
librio económico en los términos que fueron considerados para su adjudi-
cación, teniendo en cuenta el interés general y el interés del concesionario,
de conformidad con lo dispuesto en el apartado siguiente.
2. La Administración deberá restablecer el equilibrio económico del
contrato, en beneficio de la parte que corresponda, en los siguientes su-
puestos:
a) Cuando la Administración modifique, por razones de interés públi-
co, las condiciones de explotación de la obra».
La compensación económica inherente a las modificaciones directas
del objeto contractual debe, pues, ser integral y cubrir, en consecuencia,
todos los perjuicios posibles de forma que quede plenamente restablecida
la ecuación financiera del contrato, siempre, naturalmente, que dichos per-
juicios queden realmente probados.
En el contrato de obras, sin embargo, por efecto de la tradición ante-
rior, el artículo 146 LCAP niega la indemnización por lucro cesante en el
caso de reducción o supresión de unidades de obras. En caso de aumento
de las mismas o de modificación de sus características, si no resultasen de
aplicación los precios por «unidades de obra» establecidos en el contrato
inicial, el artículo 146.2 LCAP prevé la fijación de nuevos precios en forma
contradictoria, es decir, con audiencia del contratista (que es preceptiva en
todos los expedientes de modificación: arts. 59.1 y 146.3 LCAP). Si el con-
tratista no está conforme con los precios así fijados, éstos serán decididos
por una comisión de arbitraje (art. 146.2 LCAP), sin perjuicio de que la
Administración pueda, en cualquier caso, contratarlas con otro empresario
en los mismos precios que hubiese fijado o ejecutarlas directamente.
B) EL FACTUM PRINCIPIS
Si el ejercicio por la Administración contratante del llamado ius variandi
implica una actuación específicamente dirigida a modificar directamente el
802 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
parte de las consecuencias onerosas de la situación de fuerza mayor más arriba descrita que
la interpretación razonable del contrato permita dejar a su cargo; que hay lugar, en
consecuencia, anulando la decisión impugnada, a reenviar a las partes ante el
Consejo de Prefectura, al cual pertenecerá, si ellos no llegan a ponerse de acuer-
do sobre las condiciones especiales en las cuales la compañía podrá continuar
el servicio, determinar teniendo en cuenta todos los hechos en causa, el mon-
tante de la indemnización, a la cual la compañía tiene derecho en razón a las
circunstancias extracontractuales, en las cuales ha tenido que asegurar el servi-
cio durante el período considerado.
La doctrina del riesgo imprevisible así formulada ha sido incorporada a
nuestro ordenamiento positivo de una manera franca y decidida, a través,
concretamente, del RSCL, cuyos artículos 126.2.b), 127.2.b), 128.3.2.º y 152.3
son absolutamente explícitos en este sentido, así como, últimamente, en cuanto
al contrato de concesión de obras públicas por el artículo 248 LCAP.
El primero de dichos preceptos obliga a diferenciar en el régimen de
concesión «la retribución económica del concesionario, cuyo equilibrio, a te-
nor de las bases que hubieran servido para su cálculo, deberá mantenerse en
todo caso». Por su parte y específicamente, el artículo 127 obliga a la Corpo-
ración concedente a:
2. Mantener el equilibrio financiero de la concesión, para lo cual:
D) LA REVISIÓN DE PRECIOS
La teoría de la imprevisión, propia de la gestión de los servicios públi-
cos, tiene su réplica en el contrato de obras en una técnica que cuenta con una
gran tradición en nuestro Derecho, aunque haya sufrido vaivenes continuos
a lo largo de su medio siglo de existencia. Se trata, en concreto, de la revisión
de precios, que reguló por vez primera el Real Decreto de 31 de marzo de
1917. El conflicto de base es el mismo en este caso, como resulta con toda
claridad del propio preámbulo del Decreto citado. Los aumentos extraordi-
narios producidos en los precios de los materiales de construcción por la
guerra europea llegaron a dificultar gravemente la ejecución de las obras
públicas en curso. Rescindir los contratos suscritos por incumplimiento del
contratista hubiera supuesto un perjuicio grave para el interés público por
razón de la paralización de las obras y un perjuicio inútil, además, puesto que
hubiera sido preciso convocar nuevas licitaciones con arreglo a los precios
del momento. En estas circunstancias, el Real Decreto de 31 de marzo de
1917 tuvo que aceptar la revisión de precios de los contratos entonces en
ejecución en unos términos (carácter transitorio de la norma, reparto de la
incidencia del aumento de los precios entre la Administración y el contratis-
ta, etc.) que han ido perpetuándose a través de las distintas normas que se
han sucedido en el tiempo (Real Decreto de 26 de agosto de 1918, Decretos
de 26 de octubre de 1939 y de 30 de julio de 1940, Decreto de 14 de abril de
1942, Ley de 17 de julio de 1945, Decreto-ley de 10 de octubre de 1963) y que
todavía lucen en el Decreto-ley de 4 de febrero de 1964, que ha estado en
vigor hasta la promulgación de la LCAP, que lo ha derogado en cuanto se
oponga a los preceptos de la misma y rebajado al rango de norma reglamen-
taria en todo lo demás [disposición derogatoria única, apartado 1.e)].
Bajo el imperio del Decreto-ley citado la revisión de precios era posi-
ble en la medida en que se pactara por las partes en un contrato determina-
do. Resultaba, pues, ex contractu, es decir, del pacto contractual, y no ex lege,
esto es, de una obligación automática de la Ley.
La LCAP ha rectificado este planteamiento y establece ahora que la re-
visión de precios procederá en todos los contratos regulados por ella, siem-
pre que se den las circunstancias que la propia Ley establece (art. 103). En
concreto, la Ley exige para proceder a la revisión que el contrato se haya
ejecutado en el 20 por 100 de su importe y que haya transcurrido un año
desde su adjudicación (art. 103.1 LCAP). Ya no impide, por tanto, la revisión
de precios el hecho de que el contratista haya incurrido en mora, aunque en
tal caso los índices de precios que habrán de ser tenidos en cuenta serán
aquéllos que hubiesen correspondido a las fechas establecidas en el contrato
para la realización de la prestación en plazo (art. 107). El Reglamento General
de la Ley de 2001 desarrolla esta regulación en sus artículos 104 a 107.
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 809
A) LA RECEPCIÓN
El contrato se entenderá cumplido por el contratista, dice el artículo
110 LCAP, cuando éste haya realizado, de acuerdo con los términos del
mismo y a satisfacción de la Administración, la totalidad de su objeto. A
estos efectos, el precepto legal citado exige por parte de la Administración
un acto formal y positivo de recepción o conformidad con las obras, bienes
o trabajos entregados por el contratista dentro del mes siguiente a dicha
entrega, lo que requiere una previa constatación de que el objeto del con-
trato ha sido realizado de acuerdo con los términos del mismo.
Al acto deberá ser convocada la Intervención de la Administración
correspondiente para que asista al mismo, si lo desea, a fin de comprobar la
realidad de la inversión (art. 110.2) y deberán concurrir un facultativo de-
signado por la Administración como su representante, el técnico encargado
de la dirección de las obras y el propio contratista, asistido de su facultati-
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 813
vo. Si las obras se encuentran en buen estado y con arreglo a las prescrip-
ciones previstas, el funcionario técnico representante de la Administración
contratante las dará por recibidas, levantándose el acta correspondiente y
comenzando entonces el plazo de garantía. Si no se hallaren en estado de
ser recibidas, se hará constar así en el acta, señalando los defectos observa-
dos y detallando las instrucciones precisas para remediar aquellos en el
plazo que se fije, una vez transcurrido el cual la Administración podrá op-
tar entre conceder un nuevo plazo improrrogable con el mismo fin o decla-
rar resuelto el contrato (art. 147.2 para el contrato de obras; vid. también el
art. 190.2 para el de suministros).
Como puede verse, la recepción (que ahora es única al haber elimina-
do la LCAP la distinción anterior entre una recepción provisional a la en-
tregan de la obra y una recepción definitiva al término del período de ga-
rantía) está sujeta a un procedimiento solemne y reclama un acto formal y
positivo de la Administración, no obstante lo cual es inevitable aceptar las
recepciones tácitas, que se deducen de actuaciones concluyentes de la Ad-
ministración, a las que es forzoso reconocer igual valor, como viene soste-
niendo el Consejo de Estado (así, por ejemplo, cuando la Administración
procede a la puesta en uso de las obras realizadas: Dictámenes de 3 de julio
de 1969 y 2 de mayo de 1974; en el mismo sentido, las Sentencias de 28 de
enero de 1992 y 22 de noviembre de 1993).
A partir de la recepción las obras se entregan al uso público o servicio
correspondiente, quedando en consecuencia desde ese momento a cargo
de la Administración, con el consiguiente desplazamiento a ésta de los ries-
gos, incluida la fuerza mayor, sin más salvedades que las previstas en el
contrato o establecidas por la Ley. Son explícitos en este sentido los Dictá-
menes del Consejo de Estado de 20 de mayo de 1965, 7 de enero de 1966, 11
de mayo, 17 de noviembre de 1967 y 3 de octubre de 1985, entre otros.
El Dictamen de 11 de mayo de 1967, que acabamos de citar, perfila con
claridad el significado jurídico del período de garantía, durante el cual el
contratista debe cuidar en todo caso de la conservación y policía de las obras,
con arreglo a lo previsto en el pliego de prescripciones técnicas a las instruc-
ciones que dicte el facultativo de la Administración. Esta obligación no supo-
ne, sin embargo, que los gastos originados por las reparaciones que puede
ordenar la Administración deban recaer en todos los casos sobre el contra-
tista. «Aquí radica la peculiaridad y el significado jurídico del período de
garantía, tal y como está configurado en el contrato. No todos los riesgos
que ocurren durante ese período —dice el Dictamen de 11 de mayo de 1967—
son asumidos por la empresa contratante, sino sólo los riesgos típicos enu-
merados en el citado precepto contractual. Puede notarse la distinta posición
jurídica del contratista antes y después de haberse producido la entrega de
814 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
C) EL INCUMPLIMIENTO DE LA ADMINISTRACIÓN
La excepción al mecanismo resolutorio del Código Civil es todavía
más clara en los supuestos de incumplimiento de la Administración. Por lo
pronto, el incumplimiento de ésta no autoriza en ningún caso al contratista
a incumplir él mismo el contrato con la excepción que luego se dirá, sino
sólo a solicitar su resolución en los casos en que ésta sea procedente. Por
otra parte, el artículo 112.10 LCAP establece que «el incumplimiento de las
obligaciones derivadas del contrato por parte de la Administración origi-
nará la resolución de aquél sólo en los casos previstos en esta Ley», sin
perjuicio, claro está, de su obligación de indemnizar al contratista por los
perjuicios que tal incumplimiento le irrogue. Hay, pues, una cierta prerro-
gativa de incumplir por parte de la Administración, ya que a diferencia de
lo que ocurre en los casos de incumplimiento del contratista, que el artículo
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 823
todos estos casos es preciso que medie orden escrita en este sentido, orden
que es especialmente importante en el supuesto de suspensiones tempora-
les a los efectos de fijar el dies a quo, ya que las suspensiones por tiempo
superior a una quinta parte del plazo total o, en todo caso, por más de seis
meses, si bien no dan derecho a instar la resolución del contrato, llevan
consigo el deber de indemnizar al contratista por los daños y perjuicios que
haya podido sufrir (con todo, la negativa de la Administración a expedir
una orden escrita en este sentido no impide en absoluto el ejercicio de estos
derechos si consta de alguna manera que la paralización de las obras le es
imputable, vid. Dictamen del Consejo de Estado de 20 de junio de 1962).
En todos estos supuestos de resolución y en los de supresión pura y
simple del servicio contratado o de rescate del mismo (verdadera expro-
piación del contrato, que regulan en cada caso las leyes especiales, vid. tam-
bién el art. 41 LEF y los arts. 52, 54 y 63 RSCL), el contratista tiene derecho
no sólo a la devolución de la fianza, sino también a una compensación inte-
gral, comprensiva tanto del damnum emergens (abono de las obras realiza-
das y materiales acopiados, así como de los bienes e instalaciones afectos al
servicio que hayan de revertir a la Administración), como del lucrum cessans
(beneficio industrial dejado de percibir). Así se ha entendido siempre y así
lo ha venido sosteniendo el Consejo de Estado (Dictámenes de 4 de octu-
bre y 29 de noviembre de 1973, 30 de abril, 12 de junio y 10 de julio de 1975,
entre otros). La LCAP lo sigue afirmando en relación al contrato de gestión
de servicios públicos (art. 169.4: «... la Administración indemnizará al con-
tratista de los daños y perjuicios que se le irroguen, incluidos los beneficios
futuros que deje de percibir, atendiendo a los resultados de la explotación
en el último quinquenio y a la pérdida de valor de las obras e instalaciones
que no hayan de revertir a aquélla, habida cuenta de su grado de amortiza-
ción»), pero ha optado por la fórmula de indemnización a tanto alzado (un
3 por 100 del presupuesto) en el caso de suspensión del inicio del contrato
por más de seis meses respecto a los demás contratos nominados que regu-
la. En caso de resolución por desistimiento o suspensión superior a un año
se reconoce al contratista el derecho a percibir como compensación por la
parte del contrato no realizada un porcentaje del precio pactado en concep-
to de beneficio dejado de obtener (el 6 por 100 para los contratos de obras
y de suministros: vid. arts. 151.4 y 193.3; el 10 por 100 para los de consultoría
y asistencia y los de servicios: art. 215.3).
E) EL MUTUO DISENSO
La resolución del contrato es también posible por mutuo acuerdo en-
tre las partes, figura ésta introducida por la Ley de Contratos de 1965 so-
828 EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA / TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ
obra o del suministro o haber prestado el servicio durante cinco años como
mínimo [art. 114.2.b) LCAP]; para el subcontrato se establece un tope máxi-
mo del 50 por 100 del presupuesto del contrato [art. 115.2.b)].
La cesión está sujeta a la autorización expresa y previa de la Administra-
ción contratante. Tiene, pues, carácter esencial, ya que sin ella no puede ope-
rar siquiera la sustitución de la persona del contratista que la cesión preten-
de. En el supuesto del subcontrato, la autorización, antes preceptiva, se ha
sustituido por el artículo 115.2.a) LCAP por una comunicación escrita a la
Administración del subcontrato a celebrar con indicación de las partes del
contrato a ejecutar por esta vía, salvo para los contratos de carácter secreto o
reservado, y aquéllos cuya ejecución haya de ir acompañada de medidas de
seguridad especiales en los que será exigible siempre la autorización previa.
No aclara la Ley si esa autorización tiene carácter reglado o discrecio-
nal pero es difícil negar la existencia de componentes de este último signo.
Así, el Dictamen del Consejo de Estado de 9 de julio de 1954 reconoció a la
Administración facultades discrecionales en orden a la cesión de las conce-
siones de servicios públicos, cesión, por cierto, que ahora limita el artículo
170 LCAP a las prestaciones accesorias, frenando así inopinadamente una
tendencia general contraria desarrollada a partir de la superación del viejo
equívoco de la «cesión de poder» que rodeó en el pasado a este tipo de
concesiones, que hoy vemos con toda naturalidad como meras «cesiones de
gestión». Con todo, es obvio que esa discrecionalidad decisoria sólo tiene
sentido para preservar el interés público al que el contrato sirve de even-
tual perjuicio que podría resultar de su cesión a un tercero, peligro que la
propia Ley evita ya al exigir que ese tercero no esté incurso en suspensión
de clasificaciones o inhabilitado para contratar. El artículo 114.4 LCAP apo-
ya esta interpretación (vid. también el art. 115.4).
Resta ya sólo resaltar que el artículo 115.2.c) obliga al contratista a
abonar a los subcontratistas y suministradores el pago del precio pactado
con unos y otros en plazos y condiciones que no sean más desfavorables
que los que la propia Ley establece para las relaciones entre el contratista y
la Administración, medida ésta de elemental justicia que pretende evitar
que el subcontrato pueda convertirse en un negocio para aquél. Es éste un
primer paso, al que deberían seguir otros varios, en un proceso, que parece
obligado, de redención de la figura del subcontratista, de cuya suerte se ha
desentendido tradicionalmente la Administración, dejándole absolutamente
en manos del contratista, lo que viene siendo causa de graves conflictos a
los que debería dar solución, por su entidad creciente, el legislador obli-
gando a la Administración a salir de su habitual pasividad.
CAPÍTULO XIII.- LOS CONTRATOS ADMINISTRATIVOS NOMINADOS... 831