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–Ese es premiado, ¡no se caliente mayoral! En medio del corro malvado, vio una
muchachita sucia que lloraba mientras
El título de Mayoral lo empleaba ora en contemplaba regada por la acera una
estilo epigramático, ora en estilo bandeja de dulces; y como moscas, cinco o
Elevado, ora como honrosa designación para seis granujas, se habían lanzado a la
los doctores y generales del interior a provocación de los ponqués y de los
quienes les metía su numeroso fragmentos de quesillo llenos de polvo. La
archipetaquiremandefuá. niña lloraba desesperada, temiendo el
castigo.
Y con su vocablo favorito, que era panegírico,
ironía, apelativo –todo a su tiempo–, una Panchito estaba de humor; cinco números
locha de frito y un centavo de cigarros de a enteros y seis décimos ¡ochenta y seis
puño comprado en los kioscos del mercado, centavos! La sola tarde después de haber
Panchito iba a terminar la velada en el Metro comido y “chuchado”… Poderoso. Iría al
con “Los misterios de Nueva York”, chillando Circo que daba un estreno, comería hallacas
como un condenado cuando la banda y podría fumarse hasta una cajetilla. Todavía
apresaba a Gamesson advirtiéndole a un le quedaban dos bolívares con que irse por
descuidado personaje que por detrás le ahí, del Maderero abajo para él sabía qué…
estaba apuntando un apache con una pistola ¡Una noche buena crema!
o que el leal perro del comandante Patouche
tenía el documento escondido en el collar.
Seguía llorando la chiquilla y seguían los Margarita entonces protestó vivamente:
granujas mojando en el suelo y chupándose
–Me dan la comida, la ropa y una de las niñas
los dedos…
me enseña, pero es muy brava.
Llegó un agente. Todos corrieron, menos
– ¿Qué te enseña?
ellos dos.
–A leer… Yo sé leer, ¿tú no sabes?
– ¿Qué fue? ¿Qué pasó?
Y Panchito, embustero y grave:
Y ella sollozando:
– ¡Puah! Como un clavo… Y sé vender
Que yo llevaba para la casa donde sirvo esta
billetes, y gano para ir al cine y comer frutas
bandeja, que hay cena para esta noche y me
y fumar de a caja…
tropecé y se me cayó y me van a echar
látigo… –Dicho y hecho, encendió un cigarrillo…
Luego, sosegado:
Todo esto rompiendo a sollozar.
– ¿Y ahora qué dices allá?
Algunos transeúntes detenidos encogiéronse
de hombros y continuaron. –Diga lo que diga, me pegan… –repuso con
tristeza, bajando la cabecita enmarañada.
–Sigan, pues –les ordenó el gendarme.
– ¿Y cuánto botaste?
Panchito siguió detrás de la llorosa.
–Seis y cuartillo, aquí está lista –y le alargó
–Oye, ¿cómo te llamas tú?
un papelito sucio.
La niña se detuvo a su vez, secándose el
– ¡Espérate, espérate! –le quitó la bandeja y
llanto.
echó a correr.
– ¿Yo? Margarita
Un cuarto de hora después volvió:
– ¿Y ese dulce era de tu mamá?
–Mira, eso era lo que se te cayó, ¿nojerdá?
–Yo no tengo mamá.
Feliz, sus ojillos brillaron y una sonrisa le
– ¿Y papá? iluminó la carita sucia.
–Vivía con una tía que me “concertó” en la – ¡No, yo tengo más fuerza, yo te la llevo!
casa en que estoy.
–Es que es lejos –expuso tímida.
– ¿Te pagan?
– ¡No importa!
– ¿Me pagan qué?
Por el camino él le contó, también que no
Panchito sonrío con ironía, con superioridad: tenía familia, que las mejores películas eran
en las que trabajaba Gamesson y que podían
–Guá, tu trabajo: al que trabaja se le paga,
comerse un gofio…
¿no lo sabías?
–Yo tengo plata, ¿sabes? –y sacudió el –Pero, Dios mío, ¡qué criaturas tan
bolsillo de su chaquetón tintineante de corrompidas éstas desde que no tienen
centavos. edad! ¡Qué horror!