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Memorias del Subinfierno

Por Delton Santamaría

La memoria es un juego
de espejos internos-externos.
Autor

Cualquier parecido con la realidad


Es mera coincidencia
Anónimo

Cuando uno no acepta las cosas en forma natural, se comienza a estrellar contra el

mundo. Así empieza toda desdicha.

Quienes pierden la paciencia con facilidad son flamablemente intolerantes,

fruncen la ceja, tuercen la boca y lanzan una mirada severa y amenazadora, esos son

los enojones. Se alteran fácilmente, son como viej@s militares, les encanta dar

órdenes: ¡Ven acá, haz esto, que vuelvas te digo! ¡Ve a poner eso a su lugar! ¡Te he

dicho mil veces que…! Etc. Cada vez que hacen coraje se ponen colorados de un modo

que parece que les va a dar un infarto al miocardio. Cuando se ponen furios@s l@s

enojones, y esta es la peor manía de quienes padecen esta enfermedad degenerativa de

la neurosis, comienzan a decir palabrotas, a insultar, a gritar, comienzan a alterarse y

subir el tono de la voz, le sacan la factura a uno de toditos los pendientes (como si

fuese un(a) perdonavidas), chillan de cólera en cada palabra para humillar a los

demás, para ultrajar y ponerlos en vergüenza ante los otros; por lo común lo hacen

con inocentes y no inocentes. En fin, los enojones envejecen pronto, no sólo porque no

aflojan el arnés que detiene la lengua, sino que tanta severidad y actitud despótica

para el regaño, que endurecen tanto el corazón, que pronto se les engangrena la

percepción.
Los enojones todo lo critican, al acostumbrarse a tal manía de crítica, se vuelven

duros, estrictos con quien sea o el mundo exterior. Ante tal severidad de carácter, se

les endurece el corazón. Hasta corren el riesgo de volverse cínicos y verdugos de sus

semejantes. En ellos nada parece estar bien, siempre habrá un “pelo de gato en la

sopa”. Siempre se sentirán inconformes. Parecen desconocer la calma, la paciencia y

la tolerancia.

He observado durante toda mi vida, que los espíritus coléricos toman alcohol,

café y cigarro como una necesidad cotidiana. Claro, hay abstemios que son más

terribles de coléricos. Pero en general, son adictos a una lista increíble de asombrosos

trastornos, como la de no dormir bien (trastornos de sueño). Sí, los enojones duermen

poco, por eso envejecen rápido.

Cuando los enojones comienzan a sulfurarse con regaños y maldiciones, les

regodea el ego, pues a pesar que discuten por teléfono, carta o de cara con alguien, el

otro se queda perplejo, sin decir “esta boca es mía”, pero si la flema del veneno del

otro reacciona o cae presa del juego del enojón para defenderse de “igual a igual”,

bueno, terminan a gritos, palos, puñetazos, en el hospital, la cárcel, el cementerio y el

cáncer del resentimiento se les injerta en el alma. Lo más frecuente es que dejan de

hablarle al otro o los otros. Las palpitaciones violentas y brincos del corazón alteran

todo el organismo por cada coraje que se infringen a sí mismos. Es decir, diseñan una

muerte futura espantosa, sufrida, jodida y de una gigantesca lástima. Y es que son

tantas las veces que pierden el juicio los enojones, que parece que ya lo tienen

extraviado.

Como l@s enojones reaccionan como gas butano ante cualquier chispa, son

respondones: ¿qué me miras? ¿por qué te has ido? ¡Ya no me hables!, etc. ¡Ah!, y la

frase mágica de ell@s: ¡A ti qué te importa! Por eso son verdugos de la intranquilidad
meridiana y tiranos despechados de sus miserias, carencias y demás vacíos, entonces

se atrincheran con cualquier motivo como pretexto para crear y generar problemas,

broncas y dificultades. Por eso tienen el rostro duro de palo. Lo que quieren en el

fondo l@s enojones es que se les de su lugar, se les tome en cuenta, en fin, desean ser

aceptados por alguien, por algún grupo, etnia, institución, club o cualquier otra

organización. Psicológicamente quiere decir, necesitan tanto ser aceptados. Pero

admitidos a nivel psicológico no sólo implica ser acogidos en el seno materno, sino que

sientan que “por fin encuentro a quien me entiende y me considera”. Como desde a

tempana edad no fueron tomados mucho en cuenta o de adultos sufrieron muchas

humillaciones emocionales que aún no superan, entonces, conscientes o

inconscientemente buscan desquitarse con quien se sea o se deje.

L@s temperamentales enojones responden y reaccionan con una actitud de

sospecha. No confían ni de su sombra. En algo son psicóticos, en mucho son

paranoicos y una considerable dosis de esquizofrenia descontrolada. Es decir,

reaccionan agresivamente y por impulso instantáneo, por eso son violentos, luego son

exageradamente reactivos. A todo le agregan un plus al cubo, creen ver un monstruo

en una hormiga, en un simple ¡hola!, ¿qué tal?, pueden sentirse apuñalados. Siempre

interpretan las cosas con una actitud a la DEFENSIVA: escuchan aquello que no lo es,

interpretan todo lo contrario a lo dicho, siempre quieren manipular y llevar las riendas

en asuntos domésticos, dar órdenes y no hacer nada. Por eso son sordos, sólo

escuchan lo que su enfermedad les dicta, no lo que dijo realmente el otro. De ahí que

siempre están enfermizamente a la ¡Defensiva y la Ofensiva! ¡Pobres criaturas

desgraciadas!, como dice una querida amiga. Siempre los escuchamos gruñir entre

dientes cuando algo no les parece. Y realmente son desgraciadas porque perdieron o

olvidaron la gracia de vivir y convivir en armonía. Mientras se siga amputando el brazo


del respeto y la convivencia, la paz será una galimatía más y el paso para entrar al

crematorio de las guerras y disputas.

L@s enojones no perdonan a nadie ni a nada. El cáncer del resentimiento les

carcome las entrañas de la intranquilidad. No tienen misericordia, y si la tienen a

ratos, es porque la vida trata de regresarlos a su seno. Para todo, cuando se traban

del coraje, se hinchan como sapos y echan maldiciones, rayos y fuego por la boca.

Han perdido las dimensiones reales de la justicia, el respeto, la libertad, la

cooperación, la pluralidad, la igualdad y casi todo vestigio humano. Por cada

intolerancia y coraje cultivan un tumor de egoísmos y absurdos.

Difícilmente l@s enojones conocen el secreto más preciado del corazón: la paz.

Son espíritus intranquilos, impacientes, intolerables, en búsqueda de nuevas

preocupaciones, problemas, broncas, complicaciones y muchos veces, se creen tan

orgullosos de sus tretas, que es ahí precisamente lo que los hace caer, y no

precisamente en el infierno, sino caer de bruces con todo su orgulloso ego. Se dan

demasiada importancia personal. Cuando no se les toma en cuenta, ahí andan como

almas en pena, buscando a quien zarandear, con quien pelear y darse de mentadas,

corajes y patadas. Por eso, les causa náusea el silencio y la soledad. No soportan estar

solos y callados. Prefieren el escándalo, el ruido, la bulla y todo aquello que l@s pueda

aturdir más. Sin embargo, la cura ideal para tales enfermos del enojo es precisamente

el silencio y la soledad. En el fondo de nuestra alma hay un silencio que nos sacrifica,

hasta nos usa para cerrar cualquier tristeza pendiente. L@s enojones no duermen

bien por falta de silencio interno (mente loca que gira de ideas, preocupaciones y líos).

A duras penas el poco sueño que tienen lo consiguen. Como por lo común padecen de

insomnio, o duermen pero no descansan, por lo común roncan y padecen de treinta

trastornos del sueño, incluso, padecen de sordera y son compulsivos al comer, se


levantan por las noches y “pican” comida del refrigerador, siempre están tentados con

el pretexto del “recalentado” y terminan “lavando” ollas con un pedazo de pan o

tortillas para sacar lo que sobró del día anterior.

L@s enojones gritan para sentirse fieros como leones, rugen para pronunciar su

autoridad ante su escasa fragilidad. La verdad, aparentan ser unos monstruos, pero

son tan frágiles, que lloran mientras nadie los mire. Realmente sufren mucho, pero se

han adaptado al sufrimiento. Lo toleran y lo hacen una carga. El sufrimiento se hace

también su narcótico, pero es un sufrimiento que se transforma en rabia.

El sufrimiento que no conoce la paz, termina siempre en violencia. Hay quienes

han sufrido mucho, pero no escarmientan. Se tragan el honor y todo el sulfuro de sus

corajes, claro, con un chorro de bilis extra, con tal de que se les escuche. Es como si

cuando rugieran, en el fondo pidieran ayuda, compasión, afecto y cariño.

La pena y el sufrimiento más terrible y espantoso de l@s enojones es que todo lo

critican, lo enjuician, son quisquillosos, nada les parece, nada parece satisfacerlos.

Insatisfechos de todo y de nada, se desviven con esa tendencia instintiva por inmolarlo

todo, destruirlo todo, arrasarlo todo bajo la hoguera de sus venganzas. Todo para sus

ojos tiene un defecto, una imperfección, un hueco y algo más que no les parece. En

este nivel de enfermedad, el trastornado de enojo logra algo que le es difícil ver: todo lo

que dice que no le parece, enjuicia y critica se lo hace a sí mismo. Es simplemente un

reflejo de sí mismo, y a corto o largo plazo, una enfermedad futura, o le agrega más

densidad a la que ya tiene. De ahí que todo parece cansarlo. Por eso se la pasan toda

la existencia quejándose, echando y repartiendo penas y culpas; pero ellos bien,

gracias. “No veas la paja del vecino ajeno, sino la viga que tienes enterrada”. Cada

quien puede aplicarse ésta vacuna, pero las dosis parecen no ser suficientes. También

dicen l@s enojones: ¡Nada de esto hubiera ocurrido a no ser por fulano, zutana,
perengano!, etc. Son unos profesionales comisarios para repartir responsabilidades

individuales. Parecen agentes aduanales. Claro, para l@s enojones, la culpa y la

responsabilidad siempre la tendrá el otro. Sin embargo, no son responsables de su

propia salud: dependen de médicos, asesores jurídicos, medicinas y un sin fin de

dependencias que mellan su salud y su autoestima.

Cuando el virus del enojo, el catarro de la tristeza y la leucemia de los descuidos

sigan irrefutables como el tumor inmenso del dolor humano, resultará más complejo

aliviar esa pena de l@s enojones. Y es que cuando uno está infectado de esa reacción

automática al enojo, entonces uno es patológicamente sensible a las impresiones

caprichosas donde “nuestro” ego se “siente” herido, ultrajado, ofendido y humillado en

su orgullo. L@s enojones son sensibles a las imposiciones de lo que lo rodea, del

mundo en que se vive, de lo que ha tocado en suerte creer e interpretar. Como le duele

el mundo, por lo tanto, le revienta la circunstancia. Para l@s enojones todo le parece

turbio, sucio y canalla. ¿Por qué se detectan sensibles con esa facilidad de pólvora e

incendio? Además de que están pertrechados de corrupciones mentales, del espíritu,

del cuerpo, material, metafísica y de prejuicios. También es que están fastidiados de

que el mundo, según el tipo de enfermo, están hasta la saciedad de repeticiones sin

cuento sobre esos temas donde la esperanza, la confianza y la paz no existen. La

encrucijada en que se encuentran metidos l@s enojones resulta peligrosa, porque han

perdido el sentido de la esperanza y la confianza en la vida. No hay que caer en

trampas, pero sin embargo, ésta es una de las trampas más sofisticadas del

inconsciente sobre las mentes.

John Lennon decía que “la vida es lo que te sucede mientras estás ocupado

haciendo otros planes”. Y l@s enojones se desviven haciendo planes sin vivir el

presente. Desvelados por el arrebato de un tiempo que nunca está ni estará, sueñan
despiertos mientras siguen con los estragos de sus biografías. Desconocen el mundo

natural, la realidad natural, el hombre natural, la condición natural de las cosas.

¿Qué se hace cuando nos enfrentamos con l@s enojones en nuestras circunstancias?

Sólo podré decirles una revelación que tuve el jueves 20 de septiembre a las 8:59 de la

mañana mientras iba en el pesero rumbo a la calle Barranca del Muerto: “Vivimos

hechizados bajo una poderosa ilusión de una ficción eterna”. Cuando descubrí esto en

mi conciencia, de inmediato supe, entre otras cosas, de qué sentimiento esclavo viven

l@s enojones. Pero como dicen las cartas del Tarot: “no debe uno dejar de callar mas

que cuando tenga algo que decir que valga más que el silencio”.

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