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TRAMPA

Franco Fazoli

La ciudad, la calle, la casa, la cama, espacios parlantes.

La invocación y el deseo conviven con la crítica y los símbolos patrios. La calle se privatiza
y pagamos peaje. Que se haya instalado el no lugar no significa que no busquemos un
lugar.

La soledad nos arrastra a la calle, ya no hay ira ni rebeldía. Salimos en busca de otra
mirada y no siempre la encontramos. La calle no es la misma y nosotros tampoco. Decir
público o privado me confunde. Las puertas se hicieron para abrir y cerrar, y luego
volverse a abrir. No serian puertas sin bisagras. Lo mismo puedo decir de las ventanas,
tienen ritmos para respirar.

Gota a gota, como un péndulo o un metrónomo, tiqui tiqui, la decepción convive con el
optimismo. Destiñe y tiñe. El agua decolora.
Aquí una puesta en escena. Un altar o estupa, un espacio privado que abre sus puertas al
público o un espacio público que invita a la introspección, a la palabra intima o la oración.
Los símbolos pueden ser religiosos decorativos, conmemorativos, festivos, amuletos, y
compañeros lo mismo da.

Ni mármol ni bronce ni cerámica. Cartapesta con guirlandas. La república y sus faustos


después del cumpleaños. El arte y el trabajo sin custodias ni palmas de la victoria. La
referencia a una estatua que mira al rio situada en la parte de atrás de la casa de gobierno
de la ciudad de Buenos Aires está emplazada en el medio de la sala rodeada de cadenas.
El dije es un collage que junta fragmentos. Vuelve a armar las partes que quedaron
desintegradas. Así como a principios del siglo XX un toro nacía de las partes de una
bicicleta.

Esto no son rastros de paloma, son colores derramados sobre el blanco del papel, sobre la
superficie de la pared, sobre el monumento central. Una puesta a punto del abismo, un
libro para colorear.
Supo haber un underground pochoclero y un espacio institucional. Se perdió el sentido de
lo contra cultural. El tótem está de fiesta, hay celebración. En la fiesta comparten el que
tiene calle y el que no la tiene.
Somos todos outsiders

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