CARLOS GAMERRO
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GRUPO
EDITORIAL
norma
Buenos Aires, Bogotá, Barcelona, Caracas, Guatemala,
Lima, México, Miami, Panamá, Quito, Sao José, San Juan,
Santiago d e Chile, Santo D om ingo
Uiises. Claves de lectura
Gamerro, Carlos
Ulises. Claves de lectura - I a ed. - Buenos Aires: G ru p o
Editorial Norm a, 2008.
496 p.; 23 X 16 cm. - (Vitrai)
ISBN 978-987-545-499-6
Impreso en la Argentina
Pñnted in Argentina
cc: 28000850
is b n : 978-987-545-499-6
Prohibida la reproducción total o parcial por
cualquier medio sin permiso escrito de la editorial
Agradecimientos 11
Introducción 13
C a p í t u l o r: Telémaco 35
C a p í t u l o i i : Néstor 55
C a p í t u l o ni: Proteo 73
C a p í t u l o i v : Calipso 95
C a p í t u l o v i : Hades 131
C a p í t u l o v i i : Eolo 153
C a p í t u l o x i : Sirenas 273
C a p í t u l o x i i : Cíclope 293
C a p í t u l o x i i i : Nausicaa 317
C a p í t u l o x v : Circe 371
C a p í t u l o x v i : Eumeo 407
C a p í t u l o x v i i : ítaca 431
C a p í t u l o x v i i i : Penélope 455
Conclusión 483
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del narrador, (...) deriva hacia el lector la fun dón ordenadora del
narrador” ( eul, 187).
Además de la voz del narrador, tenemos el diálogo y el famoso
m onólogo interior. Y la dificultad, aquí, es que Joyce no diferencia
la narración del monólogo interior mediante comillas, bastardillas
0 saltos de párrafo, por lo cual es el lector quien debe reconocer
cuándo habla el narrador y cuándo piensa el personaje. En la pri
mera irrupción del m onólogo interior:
Lanzó una mirada de reojo, emitió un suave y largo silbido de lla
mada y se detuvo un momento extasiado, mientras sus dientes blan
cos y parejos brillaban aquí y allá con puntos de oro* Crisóstomo.
Atravesando la calma, respondieron dos silbidos fuertes y agudos.
Si reconocemos a Crisóstomo como monólogo interior, como
algo que pertenece a la mente de Stephen Dedalus, es casi por des
carte, porque no hay manera de vincular esa palabra con las previas,
y subsiguientes, del narrador.
Estas dificultades, por otra parte, prácticamente desaparecen si
uno escucha la novela leída en voz alta. Joyce mismo, en e! fragmen
to del capítulo 7 que dejó grabado, diferencia claramente, con las
inflexiones de la voz, lo que es diálogo, narración y monólogo interior,
e incluso dentro de este, mediante una cadencia eclesiástica, distingue
una cita de San Agustín del pensamiento “original” de Stephen.
Y cuando uno se ha habituado a esta dinámica, Joyce, insidiosa
mente, empieza a cambiar las reglas. A partir del capítulo 10, o sea
desde la mitad de la novela en adelante, cada capítulo está escrito
desde un punto de vista diferente, con una técnica diferente, con
un narrador diferente. Empiezan a aparecer las parodias, los pasti
ches, y el Ulises se convierte en un manual de técnicas literarias, una
especie de enciclopedia de todo lo que se puede hacer en literatura.
De hecho, gran parte de la literatura del siglo x x ha consistido en
aplicar las distintas técnicas que Joyce despliega en su novela: los
monólogos interiores de W oolf y Faulkner surgen de los capítulos
1 al 9, y por supuesto el 18; la literatura pop de Manuel Puig surge
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Los esquemas
Joyce quería que el Uiises, aparte de ser una novela, fuera una
suma de todos los saberes de su tiempo, y también de los saberes
anteriores: una enciclopedia.
Una enciclopedia de colores, por ejemplo. Joyce le asigna un
color a cada capítulo, y el libro entero completaría el espectro. A
veces el color está presente como tal, a veces tiene un valor sim
bólico. En el caso del capítulo l, los colores son oro y blanco, los
colores de la Iglesia Católica y los de la sonrisa de Mulligan con sus
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El día de Uiises
El Uiises transcurre entero en un solo día, el 16 de ju n io de
1904. En este 16 de junio vamos asistiendo hora por hora, minuto
por minuto a todo lo que los personajes perciben, hacen, sienten y
piensan. Se supone que leer el Uiises de corrido lleva también 24
horas, o sea que estaría escrito en tiempo real (aunque estricta
mente, la acción de Uiises sucede entre las ocho de la mañana del
16 y aproximadamente las cuatro del 17, serían unas veinte horas).
La medida del día funciona por un lado com o metonimia, en la
formulación de Borges en su poema “James Joyce” :
Entre el alba y la noche está la historia
universal Desde la noche veo
a mis pies los caminos del hebreo,
Cartago aniquilada, Infierno y Gloria. 1 -
El día, por otra parte, es la mínima unidad donde coinciden el
tiempo cultural y el tiempo natural (el minuto, la hora, la semana
son en cambio puramente convencionales). Una hora hubiera
resultado poco (si bien Juan José Saer resuelve en 55 minutos
su novela Glosa) y una semana (nuevamente Saer, en La grande),
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Dublín
Joyce se jactó alguna vez de que si Dublín desapareciera de la faz
de la tierra podría reconstruirse entera a partir de las páginas de su
novela, y no le faltaba razón. En su representación de Dublín el Ulises
no es meramente realista, sino real: si Joyce coloca una determinada
casa, o negocio, o árbol en la novela, es porque allí estaba. Además de
su memoria prodigiosa, se la pasaba escribiendo a parientes y amigos
para corroborar la exactitud de sus descripciones. En el capítulo 10
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Irlanda
En 1904 Irlanda era una colonia inglesa, gobernada por un
virrey, y los derechos políticos y civiles de la población católica
estaban severamente restringidos. Irlanda recién adquiere la Inde
pendencia a comienzos de 1920 después de una serie de revueltas
armadas y una guerra civil.
Irlanda era y es un país fervientemente católico salvo en el
norte que es fervientemente protestante, y eso ha enriquecido de
problemas su historia. Uno de ellos es que la lucha por la Indepen
dencia estuvo, a partir de la Reforma, necesariamente asociada a
la religión. Es decir, todos los conflictos políticos eran a la vez con
flictos religiosos, lo cual los vuelve muchos más violentos y a la vez
irresolubles, porque la fe es menos negociable que la política. Si
bien hubo muchos patriotas de origen protestante, para la mayoría
de la población ser irlandés y ser católico era una sola cosa. Joyce
fue educado por los jesuítas, que suelen jactarse de marcar el alma
de un niño para siempre, y así fue: una de las mejores definiciones
de Stephen es la que da Mulligan en el primer capítulo: Tienes
la condenada veta jesuíta solo que está inyectada al revés. Y Joyce
llegaría a la conclusión de que la Iglesia Católica, lejos de ser una
aliada del pueblo en su lucha contra el Imperio, era otro factor de
dominación. Por eso Stephen en el capítulo 1 dice al inglés Haines
que es el servidor de dos amos: el Imperio Británico y la Iglesia
Católica romana. Antes que el cuerpo, había que liberar el alma de
Irlanda. Y quien la tenía sujeta era la Iglesia de Roma.
El monólogo interior
Si bien el monólogo interior, o sea la representación literaria del
pensamiento verbal, existe en la literatura al menos desde Homero,
hasta Joyce su forma se parecía mucho a la del lenguaje hablado. En
la Ilíada frecuentemente escuchamos pensar a los personajes, tene
mos por ejemplo el monólogo interior de Héctor frente a Aquiles,
donde se pregunta qué hacer, si pedirle perdón o matarlo. Pero los
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Telémaco
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La torre Martello de Sandycove.
La Odisea tiene comienzo de thriller: el truco de Penélope ha
sido descubierto, y ahora está obligada a elegir a uno de los pre
tendientes. Si Odiseo no vuelve a tiempo la perderá, y con ella al
trono, y su hijo Telémaco quedará desheredado. Los pretendien
tes, sobre todo su líder, Antínoo, se burlan del hijo de él, y el hijo
de Odiseo se da cuenta de que solo no puede con ellos. Por eso la
diosa Palas, asumiendo la forma de Mentor, cuidador de la casa,
lo insta a partir en busca de su padre.
Joyce elige seguir no solo los episodios de la Odisea sino su estruc
tura narrativa: los tres primeros capítulos de su Uiises, al igual que
los cuatro primeros Cantos de la Odisea, tienen por protagonista a
Telémaco, no a Odiseo, y juntos constituyen la Telemaquíada.
A estas correspondencias con la Odisea Joyce superpone un
segundo sistema de paralelismos, con Hamlet El joven Hamlet tam
bién ha perdido a su padre; su madre, menos paciente que Penélo
pe, se ha vuelto a casar con el hermano de aquél, y Hamlet, vestido
de negro en medio del clima festivo que impera en Elsinore tras la
boda, hace lo posible por amargarles la vida a ambos. El también
ha sido desheredado, y aunque Claudio promete que lo sucederá
en el trono, puede ser una argucia política. El fantasma del padre
visita a Hamlet (como el fantasma de la madre a Stephen) para
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que, com o Dios, abarca todas las posibilidades, supera todas las
contradicciones. Aquí, Mulligan “cita a las escrituras para sus
propósitos” : utiliza a Whitman para justificar su inconsecuencia e
hipocresía. Mulligan baja (como buen irlandés servil, debe servirle
al inglés su desayuno) tarareando la canción “¿Quién va con Fer
gus?” y Stephen queda sobre la torre.
Y no más arrinconarse y cavilar
sobre el amargo misterio del amar,
porque Fergus maneja los carros de bronce.
Estos versos son de W. B. Yeats, un poeta al que tendremos oca
sión de referirnos bastante seguido porque era la gran figura lite
raria del momento. Es curioso que las tres generaciones sucesivas
del período más glorioso de la literatura irlandesa, fines del siglo
X IX y principios del xx, dieron sucesivamente un gran poeta, Yeats,
un gran narrador, Joyce, y un gran dramaturgo, Beckett. Stephen
piensa (recuerda):
La canción de Fergus: la canté solo en la casa, sosteniendo los
acordes largos y tristes. La puerta de ella estaba abierta: quería
escuchar mi música. Con una mezcla de temor, respeto y lástima
me acerqué silenciosamente a su lecho. Lloraba en su cama mise
rable. Por esas palabras, Stephen: amargo misterio del amor.
Acá pueden observar una característica del monólogo interior
que es su extremada condensación, los saltos de continuidad, los
hiatos. Desplegado de una manera más convencional, diría: “Lloraba
en su cama miserable. Yo le pregunté: ¿por qué lloras mamá? Lloro
por esas palabras Stephen, amargo misterio del amor”. Esas últimas
palabras son las de la madre, que él está recordando. Fíjense que
tampoco Joyce separa los pensamientos de Stephen de los recuerdos
de lo que dijo su madre porque lo que dijo su madre es ahora parte
del pensamiento de Stephen. ¿Quiénes tienen que hacer todas estas
distinciones? Nosotros, con nuestra cuidadosa y atenta lectura.
En sueños, silenciosamente, ella vino después de muerta, su
cuerpo consumido dentro de la floja mortaja parda, exhalando per
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Y Stephen piensa:
Hablándome a mí. Ellos se lavan y se bañan y se frotan. Mordiscón
ancestral del subconsciente (agenbite o f inwit). Sin embargo hay una
mancha.
En inglés dice: Yet here” s a spot, las palabras de Lady Macbeth,
cuando no logra lavarse la sangre imaginaria de las manos. “Ellos”
son los ingleses, cuya obsesión por la limpieza Stephen vincula con
sus crímenes históricos.
Mulligan invita a Haines a escuchar las teorías de Stephen
sobre Hamlet, pero Haines no parece muy interesado. Es un cuen
to maravilloso, es todo lo que dice.
Haines habla de Hamlet como si fuera el dueño, porque Haines es
inglés. Su actitud es de cierta soberbia: yo soy inglés y qué me puede
decir un irlandés sobre Hamlet. Contra esta suficiencia, en parte, está
escrito el Ulises. Se lo ha llamado, usando una imagen adecuadamente
homérica, el presente griego de los irlandeses a la literatura inglesa.
Porque una vez que lo aceptaron, la hizo explotar, la destruyó por den
tro. Y entre otras cosas, Joyce se apropia de Hamlet Bloom (Harold)
sostiene que al crear a Bloom (Leopold), Joyce se habría propuesto
rivalizar con Shakespeare, creando el personaje más completo de la
literatura, comparable a Hamlet.
Haines, sin embargo, hace un comentario que Stephen luego
incorporará a su teoría:
- H e leído una interpretación teológica de lo mismo (Ham let).
El hijo luchando por reconciliarse con el padre.
Y Mulligan lo toma como un pie para cantar la blasfema “Balada
del Jesús jocoso” de su autoría:
-S oy el jo ven más raro del que nunca hayan oído hablar.
M i madre era una judía, mi padre un pájaro.
E incluye una broma sobre el "m ilagro” de convertir el vino
en agua (orina), que continúa el tema que se ha iniciado con el
chiste de Mulligan sobre los glóbulos blancos: el de la transubs-
tanciación, relacionado, por un lado, con la controversia entre las
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Néstor
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Dalkey.
Este capítulo corresponde al Canto 3 de la Odisea, en el cual
Telé maco, buscando noticias de su padre, cruza al continente y
es recibido en el palacio del rey Néstor, el más viejo y por lo tanto
(de acuerdo a los protocolos del mundo antiguo) el más sabio de
los reyes que lucharon contra Troya. Pero si bien Néstor le sirve a
Hom ero para relatar el regreso a casa de los muchos reyes griegos,
a Telémaco le sirve de poco, porque no puede darle noticias de su
padre. Con el correr de los siglos la ecuación entre vejez y sabiduría
fue perdiendo sus prerrogativas, y las nuevas lecturas de los poemas
homéricos fueron creando un Néstor pesado y sentencioso, una
suerte de Polonio griego, que lo sabe todo, excepto cuándo callarse:
es en esta tradición, evidentemente, que abreva Joyce para crear a
su señor Deasy. Telémaco se acerca a Néstor en la actitud respetuosa
del joven que pide consejos a sus mayores; Stephen, como ya sabe
mos, está más cerca de la rebeldía adolescente de un ícaro.
En “Tema del traidor y del héroe”, Borges escribe: “La acción
transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda (...)
algún estado sudamericano o balcánico (...). Digamos Irlanda”.
La ciencia o arte que rige este capítulo del Ulises es la historia, y la
historia, en estos países “oprimidos y tenaces” como Irlanda, o el
nuestro, suele manifestarse con particular ferocidad.
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que realmente han acaecido, el otro los que podían suceder” (Poética,
capítulo 9). Hay un residuo, un sedimento de verdad histórica de los
hechos, que permanece y no puede modificarse. Y esa es una diferen
cia fundamental con la ficción. El monólogo de Stephen, vemos, es
ahora más intelectual, no es una respuesta a los estímulos del entorno
como en el capítulo 1, ahora Stephen estápensando:
O igo la ruina de todo espacio, vidrio pulverizado y manipostería
en derrumbe, y el tiempo una lívida llama final. ¿Qué nos queda
después?
Nuevamente, Blake: una visión del Apocalipsis, es decir del fin
de la historia, de E l matrimonio del cielo y el infierno. También, posi
blemente, un eco de la Gran Guerra Europea, que ha comenzado
en 1914, año en que Joyce empieza a escribir Uiises, y que muchos
veían com o el fin del mundo o al menos de una era (la de la triun
fante y optimista civilización europea del siglo x i x ) .
Muy pronto el señor Deasy va a decir que toda la historia avanza
hacia una gran meta: la manifestación de Dios, otro ejemplo de
visión teleológica de la historia. La historia cristiana, al igual que
la hegeliana y la marxista, es teleológica porque se explica “de ade
lante hacia atrás” , o, en términos aristotélicos, por su causa final.
A lo largo del capítulo aparecen distintas concepciones o distintos
modelos de la historia: la historia como mero relato, la visión teleo
lógica, la visión conspirativa, la historia alternativa...
Stephen le hace una pregunta a un alumno que le contesta
con un chiste bobo y para peor intraducibie: dice que Pirro es
un muelle (p or pier que puede sonar parecida a Pyrrhus), como el
muelle de Kingstown, Stephen retruca con un chiste demasiado
elevado para sus alumnos: el muelle es un puente chasqueado, o
decepcionado. Del muelle de Kingstown, que está cerca de Dalkey,
salían la mayoría de los emigrantes irlandeses hacia Inglaterra. Es
también un chiste privado: alude a su intento de salir de Irlanda y
tender un puente con Europa continental, y se conecta con la idea
de un ícaro que fracasó porque no voló “con sus propias alas.”
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„ 1-
í; j¡t^ í t
Católica Protestante
GaéJico Inglés
■ -i- JÎ-.-ÎÇ s. w- O
Proletariado, Aristocracia,
clase media baja alta burguesía
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La playa de Sandymount.
El capítulo 3 no corresponde estrictamente a una aventura de
Telémaco, ni de Odiseo, sino del rey Menelao, quien le cuenta al
primero cómo, volviendo de Troya, quedaron él y sus hombres
bloqueados por vientos contrarios en una isla de Egipto. Menelao
camina solo por la playa, preguntándose qué hacer, hasta que se
le aparece la diosa Idotea y le hace saber que tiene que consultar a
su padre Proteo, el antiguo dios del mar. Proteo sube a la playa al
mediodía, con su rebaño de focas; en ese momento hay que atra
parlo y, sin dejarse engañar por todas las apariencias que pueda
asumir, sujetarlo firmemente hasta que retome su forma originaria
y conteste las preguntas que se le hagan. La anécdota, aquí, impor
ta menos que su sentido. La Odisea nos ofrece una breve fábula
sobre el conocimiento de la realidad: si atendemos sólo a los datos
de los sentidos, la realidad es un flujo fenom énico incesante e
incognoscible; pero si nos aferramos a ella, sin soltarla, empeza
remos a ver las constantes, las leyes que la rigen. Estamos en los
orígenes de la filosofía griega, en la discusión sobre la posibilidad
de un conocimiento cierto del mundo fenom énico (Heráclito) o
su imposibilidad (Parménides), una polémica que eventualmente
desembocará en la de los aristotélicos y los platónicos, que estruc
tura este capítulo.
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Iglesia de St. George.
Este capítulo corresponde al Canto V de la Odisea, donde nos
encontramos finalmente con el héroe, que está retenido en la isla de
Ogigia por la ninfa Calipso. Tengamos en cuenta que las ninfas, que
hoy en día sugieren casi exclusivamente belleza, delicadeza, fragilidad,
eran inmortales y tenían poder sobre los mortales. En este caso, el de
hacer que Odiseo permanezca en la isla durante siete años como su
amante, mientras llora por su mujer, su hijo y su isla. Homero llama
a Ogigia “ombligo del mai'”: otro omphalos (Joyce también convertirá
a su isla, la muy periférica Irlanda, en el centro del mundo, del lite
rario al menos). “Calipso” en griego es “la que oculta” en este caso,
que los dioses han decidido que, después de veinte años, es hora de
que Odiseo vuelva a casa. Calipso juega una última carta, y le ofrece
quedarse y ser inmortal. Odiseo rechaza este don por la posibilidad
-n o la certeza, ya que el viaje está lleno de riesgos y Poséidon ha jura
do vengar la mutilación de Polifemo- de volver a casa y morir como
cualquier humano. Es uno de los momentos más conmovedores de la
Odisea, uno que dice mucho de la actitud general de los griegos ante
la vida y la muerte, que difiere bastante de la cristiana. Para los anti
guos griegos el paraíso estaba en la tierra, y el Hades simplemente el
lugar donde van las almas de los muertos. El único castigo del Hades,
que no es un castigo moral, es simplemente el estar privados de dis-
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Suena muy bien, muy bíblico, sólo que Edom no es una de las
ciudades de la llanura, ni siquiera una ciudad, es un personaje
del antiguo Testamento. En otros momentos, com o vimos en el
capítulo 2, Joyce utiliza los errores de los personajes para deni
grarlos. Los bloomismos, en cambio, son amables, vuelven a quien
los perpetra más simpático: son, siempre, índice de su casi infi
nita curiosidad por el mundo. Bloom es un personaje bastante
típico de principios de siglo xx, el pequeño burgués con una
educación adecuada pero que no llegó al nivel universitario, con
ideas progresistas, hasta socialistas, pero siempre moderadas; que
cree en las virtudes de la educación, el laicismo, la higiene... Su
biblioteca, que conoceremos íntegra en el capítulo 17, es tan
reducida com o heterogénea. Flaubert se hubiera burlado de un
Bloom, lo hubiera convertido en un doctor Homais, en Bouvard,
en Pécuchet. La mirada de Joyce es más benévola.
Esta salidita matinal lo hace sentirse un viajero por derras leja
nas, por el Oriente M edio de donde le llega el llamado de su tierra
ancestral.
Caminar a lo largo de una playa de un país desconocido, llegar
a la puerta de la ciudad, un centinela allí, veterano de las filas
también; los grandes bigotes del viejo Tweedy (...) Oscuras cuevas
donde venden alfombras, hombre grande, Turco el terrible, senta
do con las piernas cruzadas fumando una pipa en espiral.
“Turco el terrible” había aparecido en el capítulo L Es el título
de una pantomima que le gustaba a la madre de Stephen: otro
detalle en el entramado que va conectando a ambos personajes.
También:
Noche cielo luna, violeta, color de las ligas nuevas de Molly.
En su mente vuelve a Molly, sobre todo cuando su sensualidad
se despierta. Bloom no sólo es uxonous. su imaginación sexual es
fundamentalmente monógama, siempre gira alrededor de Molly.
Estas visiones de Bloom están hechas de los tópicos de lo que
llamamos orientalismo, una visión de oriente hecha en Occidente.
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Banco de Irlanda, detrás del cual sale el sol. El edificio del Banco de
Irlanda había sido hasta 1800 el Parlamento irlandés: el Freeman nos
propone, entonces, el amanecer de una Irlanda autónoma, es decir,
con parlamento propio, pero Griffith, un político capaz de burlarse
de la retórica nacionalista (por eso, entre otras cosas, le caía bien a
Joyce), comenta que, si el sol saliera detrás del Banco de Irlanda,
estaría saliendo por el noroeste, sugiriendo que el nacionalismo del
Freeman es tan genuino como este sol. Como ven, el chiste es a la vez
ingenioso y profundo pero sólo para un dublinés de la época.
Pasa por el pub de Larry O ’ Rourke, hoy rebautizado James
Joyce Lounge (la industria Joyce no perdona) y recuerda lo bien
que Simón Dedalus lo imita: otra conexión entre los personnes
-B loom conoce al padre de Stephen- nada sorprendente si pen
samos que Dublin, con 300.000 habitantes, se parece más a una de
nuestras ciudades de provincia -la Santa María de Onetti, la Santa
Fe de Saer- que a una metrópolis com o Buenos Aires. Bloom
entra en la carnicería de Dlugacz, que se dedica exclusivamente a
productos de origen porcino, y se para detrás de la criada de sus
vecinos, los Woods. Bloom admira sus vigorosas caderas, buena
carne allí com o novilla cebada en establo, y piensa que el señor
Woods debe disfrutar por partida doble de sus servicios. Se rego
dea, además (delectación morosa), recordando cóm o sacudía la
alfombra sobre la soga. Mientras espera...
Tom ó una página de la pila de hojas cortadas. La granja mode-
lo de Kiimereth sobre la orilla del lago de Tiberias. (...) M e pare
ció que era.
O sea: "ya me parecía que era ju d ío ”. Se refiere a Dlugacz.
Cuando se despiden:
Una chispa de vehemente fuego en los zorrojos le agradeció. Desvió
su mirada después de un instante. No: mejor que no; otra vez.
Bloom decide dejar para otro día la anagnorisis, el mutuo reco
nocimiento de la identidad. Está apurado porque quiere seguir a
la chica por la calle, pero cuando sale, la perdió:
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rúente. Sin mover una mano en todo el día. Dorm ir seis meses de
cada doce. Demasiado caluroso para disputar. Influencia del clima.
Letargo. Flores de ocio (...) Invernáculo en los jardines botánicos.
Plantas sensitivas. Nenúfares. Pétalos demasiado cansados para.
La pereza es tanta que ni siquiera puede terminar las oraciones. Si
el capítulo anterior estaba saturado de referencias a Medio Oriente,
aquí predominan las del Lejano. Para Bloom, el Medio Oriente es el
llamado de las tierras ancestrales y de la Tierra Prometida, implica una
conexión a la vez con el pasado y el futuro. El Extremo Oriente es lo
contrario, es la tierra sin tiempo, la invitación a flotar en el puro presen
te, a no preocuparse ni por el ayer ni el mañana, abandonarse (Bloom,
y Joyce con él, se entregan a otro mito occidental, el del tropicalismo
indolente y sensualista). Las referencias a Medio Oriente, cuando apa
recen, están cambiadas de signo: Bloom recuerda haber visto la lámina
de un hombre sentado en el agua del Mar Muerto, leyendo bajo una
sombrilla. En el capítulo anterior, el Mar Muerto condensaba la visión
de la Tierra Prometida convertida en tierra yerma; ahora no es más
que un lugar para descansar, relajarse, flotar sin esfuerzo, imagen ade
cuada para un capítulo donde todo tiende a la posición horizontal, y
que concluye con Bloom imaginándose en un baño de inmersión.
Para intentar explicarse este fenóm eno de la flotación, su
mente científica lo lleva a intentar formular el Principio de
Arquímedes (Porque el peso del agua, no, el peso del cuerpo en
el agua, es igual al peso d el...) pero nuevamente vence la fiaca. N o
le va mucho mejor con Ley de la gravedad (¿Qué es justamente el
peso cuando uno dice el peso? Treinta y dos pies por segundo, por
segundo. L ey de los cuerpos que caen: por segundo, por segundo.
Todos caen al suelo. La tierra. Es la fuerza de gravedad de la tierra
que es el peso), que viene al caso, por otra parte, porque vivir es
luchar contra la fuerza de gravedad (sobre todo para el hombre,
animal erguido), y dejar de hacerlo, ya sea en la muerte, la enfer
medad física, la depresión, o meramente el sueño, otra manera de
entregarse al loto.
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Cementerio de Glasnevin, capilla y columna de O'Connell.
En este capítulo realizamos el primero de los recorridos largos
por Dublin: acompañando al cortejo fúnebre de Paddy Dignam
cruzamos la ciudad de sureste a noroeste, desde la residencia del
finado, el 9 de Newbridge Avenue, hasta el cementerio Prospect
en Glasnevin. Son las 11 de la mañana, eso quiere decir que entre
el capítulo anterior y este hay una hora en la que Bloom estuvo
fuera de nuestra vista; por su monólogo interior nos enteramos
que fue a darse su baño, lo que no sabemos por ahora es si la hizo
completa. El correlato homérico es el episodio de Odiseo entre
las sombras del Canto xi, y este es el capítulo con el sistema más
prolijo de referencias homéricas, y hasta la geografía de Dublin se
corresponde con la del inframundo: los cursos de agua que cruza el
cortejo corresponden a los cuatro del Hades; el primero es el arroyo
Dodder, que corresponde a la Estigia,
En el primer carruaje va, por supuesto, el muerto; también su
hijo y su cuñado. En el segundo, donde se ubica el punto de vista
narrativo, viajan Bloom, Jack Power, Martin Cunningham y Simon
Dedalus, padre de Stephen. Tom Kernan, Ned Lambert y Joe Hynes
viajan en el tercer carruaje. Todos son viejos conocidos nuestros. En
“Gracia” de Dublineses, Tom Kernan es un protestante converso pero
no convencido, y dado a la bebida, y Jack Power quien lo rescata
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del inmundo piso del baño de un pub tras su caída escaleras abajo.
Este y otros amigos complotan su rehabilitación, que consistirá en
hacerlo volver a los brazos de la Iglesia (católica, se entiende) >para
lo cual se juntan alrededor de su cama contando anécdotas sobre
papas y curas. Luego lo llevan a un redro en el cual el sacerdote
habla de Dios en lenguaje comercial, como un Gran Contador que
sólo dejará pasar a aquellos cuyas cuentas cierran. El cuento nos
interesa porque es un experimento o bosquejo de Ulises: su materia
aparentemente pedestre y cotidiana está moldeada de manera irre
verente sobre un gran texto clásico, La Divina Comedia: la caída en
el baño corresponde al Infierno; ia visita de los amigos, literalmente,
al Purgatorioy el retiro, irónicamente, al Paraíso, El líder del grupo es
Martin Cunningham; además de su educación y urbanidad, tiene el
privilegio de un trabajo estable, nada menos que en el Dublin Cast
le, la sede del gobierno inglés. Por eso, al comienzo de este capítulo
de Ulises, entra primero en el carruaje, y dirige a los demás:
-¿Estamos todos? -preguntó Martín Cuimingham--. Vamos, Bloom.
Hay que a notar que a todos los llama por el nombre de pila,
menos a Bloom, siempre sutilmente desplazado de la camaradería
fácil de los demás. Apenas arrancan, se cruzan con Stephen, que
vuelve de su paseo por la playa (estamos en Sandymount); Bloom
lo ve y se lo señala a Simon, pero Simon no llega a verlo: Joyce
trabaja sutilmente el distanciamiento entre el padre y el hijo, y el
acercamiento entre Stephen y Bloom. A Simon sólo le preocupa
una cosa:
-¿Estaba ese atorrante de Mulligan con él? ¿Su fidus Achates?
El “fiel Acates” es el compañero de Eneas, que lo acompaña al
Hades; en inglés se ha vuelto una frase hecha para designar un
“amigo del alma”.
-Ese Mulligan es un perfecto consumado rufián por donde se lo
busque (...) Me voy a ocupar de escribir uno de estos días una carta
a su madre o a su tía o lo que sea que le abrirá los ojos grandes como
un portón...
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casó con un badulaque como ése? Ella era un asunto bastante serio
entonces. Y Ned: Todavía lo es.
John O ’Connell, director del cementerio, los va saludando
mientras pasan. Su contraparte homérica es Hades, dios del infra-
mundo, y por eso todos quieren estar en buenos términos con él
(...) Oaves, com o el aviso de Llavs. N o hay temor de que se vaya
nadie. Eros y Tánatos se encuentran en las reflexiones de Bloom
sobre la mujer de O ’Connell: qué extraño ser su esposa. Quisiera
saber cóm o se atrevió a declararse a una chica. Ven a vivir con
migo al cementerio. (...) Podría excitarla primero. Coqueteando
con la muerte (...) Prostitutas en los cementerios de Turquía (...)
Am or entre las lápidas. Rom eo. Placeres picantes. En medio de
la muerte estamos en vida. Los extremos se tocan. Suplicio de
Tántalo para los pobres muertos. O lor de bifes a la parrilla para
los hambrientos...
Además de la mención de Tántalo, otro de los habitantes del
Hades homérico, y de la erótica mortuoria de Romeo y Julieta,
Bloom invierte la sentencia del O ficio de difuntos de la Iglesia
anglicana, citada anteriormente por Martin Cunningham: en
m edio de la vida... (estamos en m uerte). Una vez más, Joyce
opone la concepción cristiana y la pagana.
La justificación de la muerte en términos seculares suele seguir
dos vías: la de la inmortalidad que confieren la fama o el arte, o a
de la renovación que traen los ciclos naturales. Com o la primera
corresponde a Stephen, Bloom enfatiza jocosamente la segunda:
Es la sangre que se infiltra en la tierra que da vida nueva. La
misma idea de esos judíos que se dice mataron al chico cristiano.
Cada hombre su precio. Cadáver gordo, bien conservado, señor
epicúreo, inapreciable para huerta de frutales. Una pichincha.
La muerte no es el fin sino el principio de la vida. Nuevamente,
los griegos ofrecen un modelo, al hacer de la esposa de Hades,
Proserpina, una diosa de ia fertilidad. Su correlato, la de John
O ’Connell, también lo es: de cualquier manera tiene ocho hijos.
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todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes,
cuando vivías, los argivos te honrábamos com o a una deidad, y
ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre los difuntos.
Por lo cual, oh Aquiles, no has de entristecerte porque estés
muerto”. Y la respuesta de Aquiles: “N o intentes consolarme de la
muerte, esclarecido Odiseo; preferiría ser labrador y servir a otro,
un hombre indigente que tuviera pocos recursos para mantener
se, a reinar sobre todos los muertos”, esta anécdota, mejor que
cualquier otra que yo conozca, resume la actitud ante la vida y la
muerte del paganismo griego, tan diferente de la cristiana, esta es
la misma que Joyce, a través de Bloom, ofrece en su Uiises.
Este último sermón sobre la muerte es quizás algo serio y gran
dilocuente para la comedia del Uiises, y para la clase de héroe que
Bloom representa, así que Joyce elige cerrar con un episodio trivial
y levemente ridículo, que nos baje el héroe a tierra (la crítica anglo
sajona suele insistir en este pathos heroico-farsesco como una gran
originalidad de Joyce, pero para nosotros resulta más que familiar:
lo había inventado Cervantes 300 años antes). Bloom le señala a
John Henry Menton que tiene una abolladura en el sombrero, y
este se lo agradece con desprecio. Menton es el avatar dublínés de
Áyax, aquelhéroe griego que, enfurecido porque Odiseo le arreba
tó las armas de Aquiles en un torneo, enloqueció y se dio muerte,
y aun en el Hades sigue ofendido y no lo saluda (recordemos que
Bloom había “derrotado” a Menton en un ju ego de bolos). Hay,
además, una cuestión de clase, pues Menton se considera por
encima de esta gentuza (Gracias. Qué importantes nos sentimos
esta mañana -le contesta en su m onólogo Bloom ) y quizá racial
(Menton, hablando de Molly, había dicho “ what did she marry a
coon like that for?” , donde coon puede significar tanto “astuto, avie
so” como “negro” ). Bloom, una vez más, se escuda en la defensa,
esta vez probablemente imaginaria, de Martin Cunningham:
El señor Bloom, cariacontecido retrocedió unos pocos pasos
para no oír lo que iban hablando. Martin dictando la ley. Martin
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esta altura del capítulo una falla eléctrica deja a todos los tranvías
quietos, sosegados en corto circuito.
El cuento de Stephen está estructurado a partir de una serie
de oposiciones que resumen todas las que se fueron desplegando
en el capítulo: frente a los hechos de los grandes hombres, dos
mujeres comunes implicadas en una anécdota que apenas merece
el nombre de tal; la isla esmeralda en el mar de plata se convierte
en la sucia Dublin; la productividad o aparente productividad de
todos estos personajes históricos, en la esterilidad de estas solté-
roñas vírgenes, con el eco bíblico de la parábola del sembrador
(Mateo 13: 3-8), que es una parábola sobre la palabra de Dios:
dependiendo de los oídos en que caiga, germinará o no. Stephen,
aquí, hace com o Jesús ( “por eso les hablo en parábolas; porque
viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden” (M ateo 13:13)).
La parábola, con sus múltiples sentidos posibles, es un m odelo de
literatura, que de alguna manera se opone al mucho más explícito
y “cinético” m odelo del sermón.
Más contrastes: frente a la visión que Moisés tiene de la Tierra
Prometida, las mujeres no ven nada. Puede haber ahí un símbolo
político, emparentado con el espejo rajado del sirviente del pri
mer capítulo: desde la torre de Nelson, emblemática de la mirada
imperial, los irlandeses no pueden ver ni su propia ciudad ni tam
poco a Nelson; la cultura colonial no puede verse a sí misma, ni
tampoco a la cultura dominante.
Pero frente al griterío anterior, en el cual todos intentan hacer
escuchar su voz sin atender a la del otro, frente a ese bullicioso
amontonamiento de soledades, las dos viejitas, sentadas lado a
lado en un silencio con más sustancia que todo el ruido y la retóri
ca que veníamos escuchando, se están haciendo compañía, de una
manera muy beckettiana (si hay un relato de Joyce que anticipa la
obra de Beckett, es este).
En este sentido sutil, a media voz, acallado, estaría lo carac
terístico de la literatura frente a los sentidos brutales y agresivos
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Beaufoy era el autor del cuento que Bloom leyó en la letrina (“EI
golpe maestro de Matcham”) y con el cual se limpió al terminar. Así se
explica el ¿Tiré de la cadena? Por no corregirla, Bloom deja a la Señora
Breen hablar de la pobre señora Purefoy, que hace tres días está en la
Maternidad de la calle Holies, en trabajo de parto. Este malentendido
casi insignificante determinará el curso de la novela, como veremos en
el capítulo 14. Mientras charlan aparece otro loco, el personaje con el
nombre más largo de todo Uiises·. Cashel Boyle O ’Connor Htzmaurîce
Tisdal FareÜ, que camina siempre por el lado de afuera de los postes
de alumbrado. Solo, Bloom vuelve a pensar en la postal:
Apuesto la cabeza que es A lf Bergan o Richie Goulding. Lo
escribieron en la cervecería escocesa p or pura cachada, apuesto
cualquier cosa.
Richie Goulding es el tío que Stephen se imagina visitando en
el capítulo 3; en el capítulo 12 veremos que Bloom no está tan
lejos de la verdad. Otra viñeta de la vida cotidiana en la Dublin de
1904: gente grande que no tiene nada m ejor que hacer que jun
tarse en un pub a escribirle taijetas postales a un lunático (aunque
tiene un lado simpático claro, al estilo de la película Amigos míos de
Mario M onicelli). Luego:
Faso el Irish Times. Podría haber otras respuestas esperando allí
M e gustaría contestarlas todas (...) ¡Oh, déjalas que se pudran ahí!
Bastante lio pasarse a cuarenta y cuatro de ellas. Se necesita meca
nógrafa práctica (smart, en el original) para ayudar a caballero
en trabajo literario. T e llamé picaro querido porque no me gusta
esa otra palabra. P o r favor dime cuál es el verdadero significado
de esa palabra. P or favor dime qué perfum e usa tu mujer. Dime
quién hizo el mundo.
Reconocemos aquí algunas frases de la carta de Martha, y ahora
nos enteramos de que se contactaron por este aviso que Bloom puso
en el diario, que tiene algo de aviso en clave, sobre todo porque
“smart” puede significar tanto inteligente como elegante. Y Bloom,
que nosotros sepamos, no hace ningún trabajo literario... De pasada,
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Yo. Y yo ahora.
Pegadas, las moscas zumbaban.
Este momento corresponde al cortejo de Bloom y Molly, en el
verano de 1888, quizá sea también su primer encuentro sexual.
Joyce hace una apuesta de máxima: llegar al punto donde lo lindo
y lo feo, lo repugnante y lo atractivo, al fundirse en el continuo del
deseo dejan de ser opuestos. Que a uno le pasen la comida masti
cada a la boca puede ser lo más inmundo o lo más sensual, depen
diendo de la persona y del momento. Y como Joyce, aun con esta
escena tan poderosa y jugada, no quiere caer en el erotismo fácil y
convencional, la enmarca con la imagen de las moscas copulando.
Flaubert, en Madame Bovary, hizo algo similar en la escena en que
Emma y Rodolphe se declaran su amor mientras se anuncian los
premios de la feria (traducción Augusto Díaz Carvajal):
“-C ien veces he intentado marcharme, y la he seguido, y me he
quedado, no obstante.
’ - ‘Estiércoles.’
’’-C om o me quedaría esta noche, y mañana, y los demás días,
y toda mi vida.
¡Al señor Carón, de Argueil, una medalla de o ro !”” .
Pero los efectos no podían ser más diferentes: Flaubert ridiculiza
la pasión afectada y literaria de sus protagonistas; Joyce, lejos de ridi
culizar la pasión de Bloom y Molly, hace que creamos en ella. Si la
tranquila vida doméstica antes de la muerte de Rudy fue el período
de mayor felicidad en la vida de Bloom, este del beso de Molly fue
el momento más intenso, ese momento fáustico al que uno querría
gritarle: “ ¡Detente! ¡Eres tan bello!”. Adán y Eva, después de todo,
apenas pasaron seis horas en el paraíso; los Bloom lo recrean entre
los rododendros de Howth, la torta ( seedcake) que Molly pasa de
boca en boca haciendo de manzana, la semilla esta vez pasando de
la mujer al hombre ( seed es un término habitual para sem en).
Este viaje por los placeres de la carne lo hace contemplar sin
envidia las diferencias entre hombres y dioses: la vida de estos es
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tendría que ser: espinaca por ejemplo. Entonces con esos rayos de
proyección de Roatgen uno podría. Estos son los rayos X, y Bloom
piensa cómo podría seguirse el tránsito del alimento p or el canal
alimentario, el “órgano” del capítulo: viaja por el cuerpo, cambian
do el conducto biliar, la vesícula chorreando el hígado, ju go gástri
co, espirales de intestinos como tubos. Pero el pobre diablo tendría
que pasarse todo el tiempo con sus entrañas en exhibición.
Bloom canturrea Don Giovanni, a cenar teco / M ’invitasti, vol
viendo a conectar sexo y comida; de ahí a Molly: podría comprarle
una de esas enaguas de seda y enseguida Hoy, hoy. N o pensar. La
conexión es evidente: ¿voy a comprarle yo la lingerie para que la
disfrute el otro? Don Giovanni, nos suministra, una vez más, otro
leitmotiv para Boylan, y otro bloomxsmo para Bloom: ¿Qué quiere
decir ese teco? Esta noche quizá. / Don Giovanni, me has invitado
a cenar esta noche... ( “Teco” quiere decir “contigo” ).
En la calle Dawson se encuentra con un joven ciego y con su
habitual gentileza lo ayuda a cruzar (como el volante de Dowie/
Elias, el joven volverá a aparecer en capítulos subsiguientes). El ros
tro del Muchacho le recuerda al del mirón de la calle Lombard y de
repente exclama: ¡Penroseí: Ha logrado acordarse del nombre.
Solo, Bloom repite uno de sus experimentos de empatia dirigi
da: trata de imaginar cóm o sería ser ciego, en qué podrían trabajar
(L e er con los dedos. Afinar pianos) cómo sería su vida sexual, y
finalmente cierra los ojos, se toca el cabello, la piel del rostro, del
vientre...
Llegando al Museo Nacional y la Biblioteca Nacional, que están
en edificios enfrentados, vuelve a cruzarse con Boylan (una vez
más, Bloom lo ve sin ser, aparentemente, visto a su vez) y se zam
bulle en el museo para evitar el penoso encuentro.
Escila y Caribdis
C a p ít u l o ix
La Biblioteca Nacional de Irlanda.
De regreso en la isla de Circe, y tras enterrar a Elpenor, Odiseo
recibe los consejos de la maga. Dos rutas pueden llevarlo a ítaca:
una que atraviesa las rocas errantes, y la otra que pasa entre Escila
y Caribdis, Circe no puede recomendarle un plan de acción: es él
quien debe elegir, y opta por la segunda, donde se enfrentará a
un nuevo dilema: pegarse a la roca de Escila, un monstruo de seis
cabezas, cada una de las cuales se llevará uno de sus hombres, o
acercarse a Caribdis, una criatura que regularmente sorbe el mar
y vuelve a escupirlo, creando remolinos que destrozan los barcos.
En la primera opción el barco pasará, al precio del sacrificio de
seis vidas; en el segundo caso todos pueden salvarse, pero lo más
probable es que todos perezcan. El realista Odiseo elige la prime
ra opción, y pasa, acompañado por los gritos de sus camaradas
devorados por el monstruo; pero los dioses griegos, que en estos /
casos no pueden con su genio, más adelante destruirán el barco/
mandarán la balsa de Odiseo de vuelta hacia Caribdis. O dise/
salvará aferrándose a la higuera enraizada en la roca.
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Eglinton engrana:
—Palabra, que me hace hervir la sangre escuchar a alguien com
parando a Aristóteles con Platón.
-¿Cuál de los dos -preguntó Stephen- me habría desterrado a
mí de su república?
Insidioso pero certero, Stephen alude al Libro X de La Repú
blica.>donde Platón expulsa a los poetas: “Ustedes se dicen poetas
platónicos pero Platón los echó de la República”. Desenvaina tus
definiciones de puñal: el duelo ha comenzado. Duelo que Ste
phen ensaya en su mente:
El caballismo es la cualidad de todo caballo.
Esto es Platón, claro. Borges se burla de semejantes proposicio
nes en su “Historia de la eternidad”: “La Mesidad, o Mesa Inteligible
que está en los cielos: arquetipo cuadrúpedo que persiguen conde
nados a ensueño y a frustración, todos los ebanistas del mundo” . Los
neoplatónicos adoran las corrientes de tendencia y los eones, caen
en el remolino de Caribdis; Stephen, como Odiseo, elige la roca,
Aristóteles: Dios: ruido en la calle: muy peripatético. Espacio: lo que
uno tiene que recontraver (la ineluctable modalidad de lo visible del
capítulo 3). Y realiza una invocación a su maestro: Aférrate al ahora,
al aquí, a través del cual el futuro se sumerge en el pasado, no dejes
que el remolino te Heve, agárrate a la roca del mundo material, de la
realidad de los hechos. “Observa Coleridge que todos los hombres
nacen aristotélicos o platónicos”, señala Borges en “El ruiseñor de
Keats”, y agrega: “de la mente inglesa cabe afirmar que nació aris
totélica.” La mente irlandesa de la época era, en cambio platónica,
pero la de Stephen (y Joyce) nació aristotélica sin duda.
Entretanto ha llegado el señor Best, aquel que en la vida real,
cuando le recordaron que era un personaje de Ulises, contestó
indignado “no soy un personne de ficción. Soy un ser viviente” (JJ,
364). Best nos da las últimas noticias de Haines:
—Estaba mostrándole el libro (...) Cantos de Amor de Connacht de
Hyde. N o pude traerlo a oír la discusión. Se fue a comprarlo...
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era a la vez avaro y celoso, y según esta lógica, podría haber sido
judío. Pero agrega:
-L o s judíos, a quienes los cristianos acusan de avaricia, son, de
todas las razas, los más inclinados a los matrimonios consanguí
neos. Las leyes cristianas, que formaron los tesoros escondidos de
los judíos (...) ligaron también sus afectos con anillos de acero.
Si los judíos europeos tendieron a atesorar riquezas, y a casarse
entre ellos, es por las leyes cristianas que los han forzado a ello.
Stephen se aleja, como vimos en la discusión con el señor Deasy,
de todo cliché antisemita; Pero no está argumentando en serio, lo
ha hecho para darle el gusto a Eglinton, y en cuanto puede vuelve
al cristiano avaro Shakespeare:
--Pero un hombre que se aferra tanto a lo que él llama sus derechos
sobre lo que él llama sus deudas, también se aferrará en la misma
forma a lo que él llama sus derechos sobre la que él llama su esposa.
Stephen se adelanta así a una objeción que podría hacérsele:
Si Shakespeare amaba tan poco a su esposa, ¿por qué lo afectaría
tanto su traición? N o es el amor, aclara Stephen, lo que está en
juego: es el derecho de propiedad.
-Ningún caballero sonrisa vecino codiciará su buey, o su espo
sa, o su criado, o su criada, o su jumento.
Stephen evoca los últimos años de Ann, entregada a las devo
ciones religiosas, en lo que puede verse com o una traición pos
tuma a su marido, a quien no le caían nada bien los puritanos.
Stephen define la época como una edad exhausta de prostitución
buscando a su Dios a tientas, búsqueda que iba a llevar a la Guerra
Civil y a los veinte años de dominio puritano que acabaron, entre
otras cosas, con el teatro y su mundo. Eglinton elige este momento
para retomar su papel de antagonista:
-C reo que Russell tiene razón. ¿Qué nos importan su padre y
su familia? Debería decir que solamente los poetas de familia tie
nen vidas de familia. Falstaff no era un hombre casero. Creo que
el grueso caballero es su creación suprema.
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Y lo escribió mal (él nos dio primero la luz y el sol dos días
después),
Así com o Stephen había detectado un error en Shakespeare
(el rey Ham let conocía la manera de su muerte a pesar de estar
dormido cuando sucedió), el relato de la creación divina tiene un
error: aparece primero la luz y después el sol
El señor de las cosas tal como ellas son (...) es indudablemente
todo en todo en todos nosotros, palafrenero y carnicero; y sería
rufián y cornudo también si no fuera porque en la economía del
cielo, pronosticada por Hamlet, no hay más matrimonios,
En el acto, Hamlet, asqueado por la conducta de su madre,
anuncia a Ofelia: “N o habrá más matrimonios” .
El hombre glorificado, un ángel andrógino, siendo una esposa
para sí mismo.
Buck Mulligan lo toma a broma y lo interpreta como una apo
logía de la masturbación. Pero Stephen está ofreciendo una teoría
sobre el artista, que a imagen de Dios crea uniendo en sí mismo sus
partes masculina y femenina (Virginia W oolf propone una versión
similar en Una habitación propia). La creación artística es para Joyce
un proceso orgánico, sus metáforas remiten a la concepción, gesta
ción y procreación, no recurre a modelos o analogías mecánicas o
arquitectónicas: lo central en el acto creativo es el hecho de dar vida.
Richard Ellmann ve en esto la superación de las antítesis que reco
rren el capítulo: el masculino Escxla puede juntarse con la femenina
Caribdis para formar la bestia de dos espaldas. “La manera de esca
par de los peligros de Escila y Caribdis es cruzándolos” ( UL, 86).
Llegado este punto, Eglinton pregunta:
-¿Cree usted en su propia teoría?
- N o -dijo Stephen sin hesitación.
Su respuesta sorprende, sobre todo si tenemos en cuenta que el
propio Joyce sí lo hacía. Se han ofrecido numerosas explicaciones
al respecto, yo elijo entenderlo así: Stephen está diciendo que no
hay que tomarlo literalmente, sobre todo en el aspecto anecdóti
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co: si se descubre que Ann fue una mujer ejemplar y los hermanos
de Shakespeare unos santos, esto no invalida su teoría. Se trata de
una fábula sobre la creación artística, sobre los mecanismos que
vinculan arte y paternidad, experiencia y creación, autor y perso
naje. Su teoría tiene la verdad de la ficción, es una ñcción sobre
Shakespeare. Quizá por eso, en el m onólogo interior, diga:
Yo creo ¡oh, Señor!, ayuda a mi incredulidad.
Una cita de Marcos 9:24, cita ambigua, com o vemos:
Es decir, ¿ayúdame a creer o ayúdame a no creer? ¿Quién ayuda
a creer? Egomen. ¿Quién a no creer? El otro tipo.
Ya vimos el papel central que Stephen otorga a la duda, a la
incertidumbre y la incredulidad. También podemos recordar las
palabras finales del escritor Dencombe en “The M iddle Years”
de Henry James: “Trabajamos en la oscuridad. Hacemos lo
que podemos, damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra
pasión y nuestra pasión es nuestra tarea. L o demás es la locura
del arte” .
Si “egom en” , como algunos suponen, es Dios, el que ayuda
a descreer no puede ser otro que Lucifer, el santo patrono de
Stephen en su rebelión contra la fe.
La discusión ha terminado.
Saliendo de la celda abovedada a una tumultuosa luz sin pen
samientos.
En la Biblioteca Nacional, saliendo de la oficina de Lyster hay
una gran lucarna, que deja pasar la luz del día. Tras el encierro
edilicio y mental de este ambiente y esta conversación, la luz del
mundo exterior. Stephen se pregunta:
¿Qué he aprendido?
N o “¿qué he enseñado?” En el capítulo 2 el señor Deasy le había
dicho: Usted no nació para maestro y Stephen, asintiendo: Más
bien para aprender. En el proceso dialéctico, según lo entiende
Sócrates, aprenden discípulo y maestro, encuentran juntos la ver
dad. Antes de salir a la calle, Stephen piensa:
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Si Sócrates deja sis casa hoy, si Judas sale esta noche ¿Qué
importa? Está en el espacio eso a que llegado el momento he de
llegar, ineluctablemente.
Es decir, vaya donde vaya sus pasos lo llevarán hacia Stephen,
así que no es tan problemática la decisión.
M i voluntad: su voluntad que me enfrenta. Mares en medio.
El enfrentamiento entre ambos se espacializa: están a ambos
lados de la puerta, Mulligan de un lado, Stephen del otro. Por últi
ma vez, Escila y Caribdis. Y así como Odiseo pasa entre ambas cria
turas en la Odisea, Bloom pasa ahora entre Stephen y Mulligan.
Un hombre pasó saliendo entre ellos, inclinándose, saludando.
Stephen recuerda un momento del Retrato, capítulo 5.*
Aquí observé los pájaros buscando el augurio. Ængus de los
pájaros.
Van, vienen.
Y el sueño de la noche anterior, que ya apareció en el capítulo 3:
Anoche volé. Volé fácilmente. Los hombres se maravillaban.
Stephen-ícaro, que quiso volar con las alas de su padre Dédalo,
y cayó, quizás ahora las tenga propias: esta teoría sobre la paterni
dad y la posibilidad de ser su propio padre tenía com o fin último
la posibilidad de desprenderse del padre biológico para elegir
otro padre (¿Bloom?), para ser él mismo su propio padre. Después
había soñado con la calle de las rameras:
M e alargó un melón cremoso. Entra. Verás.
Es significativo que lo recuerde cuando ve pasar a Bloom a su
lado, com o si Bloom fuera el hombre del sueño. Mulligan toma
todo a su manera, y dice:
-E l judío errante -susurró Buck Mulligan con pavor payases-
co-. ¿Viste sus ojos? Te miró con apetito. T e temo, viejo marinero,
(una alusión al conocido poema de Coleridge, que Mulligan, una
vez más, lee en clave gay) ¡O h!, Kinch, estás en peligro. Consíguete
un protector de bragueta.
Y Stephen piensa:
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Manera de Oxenford.
O sea, de homosexual (W ilde fue cultor y propagandista de esta
“manera”) .
Una espalda oscura pasó delante de ellos. Paso de un leopardo
que desciende, que sale por el portón bajo púas de rastrillo.
Ahora, un momento lacaniano. En el original no dice leopard sino
pard. En el medioevo pensaban que el leopardo era una cruza de pan
tera (pard) con león: de ahí leo/pard, Y si estamos hablando de Bloom
es inevitable recordar a Leo/pold, y que Molly le sacó el Leo y lo convir
tió en Poldy. Y la pantera estaba en el sueño del antisemita Haines.
Stephen todavía sigue buscando el augurio; estamos sobre el final:
Los ángulos de las casas se definían en el aire amable de Kildare
Street. Nada de pájaros. De los tejados ascendían dos penachos de
humo desplumándose en el soplo suave de una ráfaga.
Y Stephen siente:
Deja de pelear.
La sintaxis calma, las frases breves que se van sucediendo de
manera armónica, pausada, van anticipando un final sereno para
este capítulo basado en el antagonismo y el conflicto; el alivio de
Stephen, también, de haber descubierto que no tiene que seguir
luchando contra su padre ausente. Ha logrado resolver la cues
tión, si no en la vida, al menos en el pensamiento.
El augurio está en los dos penachos de humo que nacen sepa
rados pero que al elevarse se funden en uno, una imagen posible
para la consubstanciación, que Stephen viene persiguiendo desde el
comienzo. Unión de dos, que son dos y son uno. Y Stephen piensa:
Deja de pelear. Paz de los sacerdotes druidas de Cimhelino.
El capítulo cierra con una cita de esta obra de Shakespeare,
uno de las últimos Romances en los cuales prima este espíritu de
la reconciliación:
Loem os a los dioses
Y que las retorcidas volutas de nuestro incienso trepen a sus
narices desde nuestros benditos altares.
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Rocas errantes
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El banco de Irlanda (izq.) y Trinity College (der.)
Este capítulo está dividido en 18 episodios (tantos como capítulos
tiene la novela toda) y una coda, la cabalgata del virrey, que cruza
Dublin del noroeste al sudeste; es, así, un Uiises dentro del Uiises.
Todo sucede entre las tres y las cuatro de la tarde; en cada episodio,
uno o más personajes se mueven por la ciudad, y técnicamente es
de una gran complejidad, porque Joyce tiene que calcular minuto a
minuto dónde anda cada uno para calcular cuándo y dónde pueden
cruzarse y, como si todo esto fuera poco, al final todos deben asistir
al paso de la cabalgata del virrey. Joyce lo escribió con un mapa y
un cronómetro; quienes se ocuparon de repetir estos recorridos por
las calles de Dublin comprobaron que sus cálculos fueron siempre
exactos. Incluso el recorrido del volante por el río Liffey es adecua
do a la velocidad de la corriente el día 16 de junio de 1904.
Desde el punto de vista empírico, parece increíble que Joyce
haya podido escribir un capítulo como este (una novela como
esta) sin volver a su ciudad. Desde el punto de vista emotivo, en
cambio, es no solo creíble sino inevitable: un capítulo así sólo se
escribe desde el exilio, a partir de la necesidad de recrear hasta en
sus mínimos detalles la ciudad perdida. Un escritor atrapado en su
ciudad la desrealiza (Kafka, el Borges de “La muerte y la brújula”).
Cuando la ha perdido y no puede volver, la recrea con el maniático
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Todo esto no tendría nada de raro, salvo por el hecho de que están
en dos lugares distintos de la ciudad: no se cruzan, ni siquiera podrían
verse. Esto, invisible para nosotros, es evidente para cualquier dubli-
nés; como si la novela transcurriera en Buenos Aires y uno estuviera
en el Obelisco y el otro en el Palacio de Aguas Corrientes.
En el segundo episodio, leemos:
Corny Kelleher escupió un silencioso chorro de jugo arquea
do de su boca, mientras un generoso brazo blanco arrojaba una
moneda desde una ventana de la calle Eccies.
Corny está en North Strand Road, Ia calle Eccies en la otra
punta de Dublin. N o hay manera de que un observador humano,
sea un personaje o incluso un narrador objetivo en tercera perso
na, pueda ver esas dos cosas que están ocurriendo en puntos tan
separados. ¿Qué está sucediendo?
Habitualmente el narrador en literatura se ubica en un lugar y
cuenta lo que va pasando en ese lugar a lo largo del tiempo. Joyce
invierte la convención: su narrador se mueve en el espacio pero
no en el tiempo: cuenta lo que está ocurriendo simultáneamente
en distintos lugares. Así, Joyce está revelando que la representa
ción realista es una convención como cualquier otra. ¿Por qué no
puede estar el narrador fijo en el tiempo y moverse libremente por
el espacio? Es tan realista una cosa com o la otra,
Pero ¿quién está narrando entonces? ¿Quién puede tener este
don de la ubicuidad espacial? L o más útil y lo más simple es pensar
que este capítulo está narrado por la ciudad de Dublin, que tiene
la capacidad de ver todo lo que sucede en ella en cada momento,
un poco com o en La casa de Manuel Mujica Láinez, novela en la
cual la casa narra la vida de sus habitantes y ve, simultáneamente,
lo que sucede en los distintos cuartos.
Estos procedimientos de simultaneidad, dicho sea de paso, son
habituales en el cine, en lo que se denomina el montaje en para
lelo. La literatura no es ajena a este procedimiento, pero con un
narrador que diría algo como: “mientras Corny Kelleher estaba en
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Cíclope
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Barney Kiernan s.
En ei Canto ix de la Odisea, Odiseo y sus hombres llegan a la isla
de los cíclopes, donde Polifemo les da una amable bienvenida. A la
pregunta por su nombre, Odiseo, el más previsor de todos los griegos,
contesta “Nadie” . Acto seguido el cíclope los encierra en su cueva y se
dedica a devorarlos a razón de cuatro por día: dos para el desayuno
y dos para la cena. Odiseo responde emborrachándolo, y cegándolo
con una estaca ardiente cuando se queda dormido. A sus alaridos
acuden los otros cíclopes de la isla, preguntándole quién lo ha dejado
en ese estado, y cuando este responde “Nadie” se alejan protestando.
Aun así, los griegos no logran salir, pues el cíclope cierra la puerta
de la cueva con una gran roca, y palpa a sus ovejas para que no se le
cuele algún griego en el rebaño. Ocultos bajo estas, logran pasar, y
ya en el mar, con el cíclope en lo alto de los acantilados, Odiseo no
puede con su genio, o con la idea de haberse salvado a costa de ser
Nadie: “con el corazón irritado, le hablé otra vez con estas palabras:
“¡Cíclope! Si alguno de los mortales hombres te pregunta la causa de
tu vergonzosa ceguera, dile que quien te privó del ojo fue Odiseo,
asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en ítaca””.
Guiado por el sonido, Polifemo les arroja una roca que por poco
hunde el barco. El episodio se convierte así en una parábola sobre las
ventajas y desventajas de afirmar la propia identidad.
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sea más que una leyenda que le conviene dejar correr. Y ahora
discuten sobre deportes, la discusión es claramente política pero
Bloom insiste en no darse por enterado:
__Lo que quise decir del tenis, por ejemplo, es la agilidad y el
entrenamiento para la vista.
Motivando el comentario, por una vez adecuado, de “Tersites”:
Apuesto por todos los demonios que si uno levanta una paja del
puñetero suelo y le dice a Bloom: “ Mira, Bloom. ¿Yes esta paja? Esto
es una paja” , declaro por la salud de mi tía que hablaría acerca de ella
por una hora, tal como digo, y todavía le quedaría algo que decir.
La mención del match Keogh-Bennet motiva un comentario
sobre la astucia de Boylan, su organizador:
-Hizo correr la voz de que Myler (Keogh) iba a pelear mamado...
Y el del ciudadano.
-E l hijo del traidor. Nosotros sabemos qué puso oro inglés en
su bolsillo.
El padre de Boylan, aparentemente, estafó al gobierno británi
co con la venta de caballos durante la Guerra de los boers: de tal
palo tal astilla. Pero lo que le parece mal al Ciudadano no es la
estafa en sí, sino que haya comerciado con “el enem igo”.
“Pangloss” hace el relato de la pelea de box, una pequeña fan
tasía de venganza nacionalista en la cual el David irlandés derrota
al Goliat inglés. Luego preguntan a Bloom por la nueva estrella
de Boylan:
-L a señora R. es la primera figura, ¿no es cierto?
Teniendo en cuenta lo que está “organizando” Boylan en este
preciso instante, la respuesta de Bloom es dolorosamente patética:
-¿Mi esposa? (...) Creo que será un éxito también. Es un hom
bre excelente para organizar. Excelente.
Y “Tersites” no se hace rogar:
Que lo parió me digo (...). Blazes se manda su linda tocada de
flauta.
“Pangloss” saluda la entrada de nuevos parroquianos:
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- N o se lo digas a nadie.
Martin, que sabe la que se viene, lo saca de allí. El Ciudadano
se levanta
para navegar hacia la puerta, soplando y resoplando con
hidropesía,
y nos damos cuenta que Polifemo es un pobre viejo, que ahora
grita su patético insulto:
-¡Tres hurras por Israel!
Y Bloom, desde el carruaje, harto de las supuestas ventajas de
ser “Nadie”, grita ante todos su linaje:
-Mendelssohn era judío y Karl Marx y Mercadante y Spinoza. Y
el Salvador era judío y su padre era judío. El Dios de ustedes.
Aquí, otro ejemplo del toque Joyce, que no puede privarse de
desinflar el momento más heroico de su héroe con un bloomismo:
el compositor italiano Giuseppe Mercadante era católico.
Ante este insulto el cíclope-ciudadano responde con una ironía
involuntaria (le voy a romper la puñetera crisma a ese puñetero
judío por usar el nombre santo. Por Dios que lo voy a crucificar)
y arroja su peñasco-lata de galletas contra el carruaje, pero como
está cegado (por el sol) falla.
El relato de “Pangloss” convierte la caída de la lata en un terre
moto de proporciones, y la partida del coche es contada sucesiva
mente por los dos narradores:
Y lo último que vimos fue el puñetero coche dando vuelta a la
esquina y el viejo cara de oveja gesticulando y el puñetero cuzco
detrás de él largando los puñeteros pulmones a todo lo que daba
queriendo hacerlo pedazos...
Y entonces he ahí que una brillante luz descendió hasta ellos y
vieron cómo la carroza en que Él se hallaba ascendía hasta el cielo.
Y lo contemplaron a Él en la carroza, revestido de la gloria de esa
claridad.
Y se juntan para darnos un final a dos voces:
y lo vieron a Él mismamente Él, ben Bloom Elias, ascender a
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Gerty tuvo una idea, una de las primeras artimañas del amor.
D e s liz ó una mano de su bolsillo y sacó el algodón que llevaba en
vez de pañuelo y lo agitó como respuesta naturalmente, sin dejar
que él y luego lo volvió a poner en su lugar. ¿Estará él demasiado
lejos para? Ella se levantó. ¿Era eso un adiós? No.
Pasa lo mismo, al revés: es el punto de vista de Gerty, pero el
ritmo staccato, el estilo de telegrama, es característico del monó
logo interior de Bloom. Después sí, Gerty se levanta:
Caminaba con cierta quieta dignidad característica de ella
La cojera se disfraza de paso pausado y solemne. Por última vez,
el estilo elevado trata de compensar por la realidad caída:
pero con cuidado y muy lentamente, porque Gerty MacDowell
era...
Y esa palabra ella no la puede decir, la tiene que decir Bloom:
¿Zapatos muy ajustados? No, ¡Es coja! ¡Oh!
Se pueden decir muchas cosas de Bíoom pero ciertamente no
que no llama a las cosas por su nombre.
El señor Bloom la observaba al alejarse cojeando. ¡Pobre niña!
P or eso la dejaron de lado y los otros salieron a la carrera. M e
parecía que había algo anormal en ella. Belleza malograda. Un
defecto es diez veces peor en una mujer. Pero las hace corteses.
El pragmatismo de Bloom desarma en tres frases el
Romanticismo de Gerty. Pero también reconoce que a veces es
bueno em bellecer la realidad, pero muy conscientemente y con
un fin específico:
M e alegro de no haberlo sabido cuando estaba en exhibición.
Ardiente diablillo a pesar de todo. N o me importaría. Curiosidad
como con una monja o una negra o una chica con anteojos.
Y más adelante:
Verla com o es lo echa todo a perder. Se requiere el escenario
apropiado, el rouge, traje, posición, música.
Y percibe mejor que la muchacha misma el origen de sus efu
siones de “sentimiento”:
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añado del sol
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Estación de Westland Row.
En el Canto x ii de la Odisea, Odiseo y sus hombres llegan a la
isla de Trinaquia (Sicilia) donde pace el ganado consagrado al
dios Helios, o Sol. Tanto Tiresias como Circe habían advertido a
Odiseo que no tocara las sagradas vacas y ovejas, pero tras treinta
días de vientos contrarios se acaban los víveres y aprovechando la
ausencia de Odiseo, sus hombres dan inicio a un asado homérico
que dura seis días. Helios, airado, amenaza a Zeus con abandonar
a hombres y dioses e irse a alumbrar a los muertos del Hades; y
apenas Odiseo y sus hombres embarcan un rayo de Zeus destruye
la nave: todos se ahogan menos él, que aferrado a los restos es lle
vado por los vientos de vuelta hacia las rocas de Escila y Caribdis.
El castigo de los dioses, en Homero, suele operar en forma indi
recta: acosan a los hombres con tempestades y vientos contrarios,
les quitan el valor, nublan sus ojos para que perezcan en la batalla:
pero el castigo directo, el rayo de Zeus, se reserva para las impie
dades más extremas. El sol y su ganado representan la fertilidad,
un valor absoluto para todas las culturas humanas, consagrado
por todas las religiones, que comienzan siempre como culto a la
fertilidad de la tierra y de los hombres.
Joyce necesita un equivalente moderno del sacrilegio de los
hombres de Odiseo, y lo encuentra en, según sus propias palabras,
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Aquí, Joyce activa una metáfora que en “Hades”, por ser Bloom
el protagonista, había permanecido dormida. Odiseo, en el Canto
xi, invoca a los espíritus de los muertos para que tomen la palabra;
no de otra manera procede el artista, H om ero o Joyce. Este, de
hecho, ya ha llamado a los fantasmas de Clongowes, en el Retrato,
y ha comprobado que "vienen en tropel a su llamado” ; Stephen
parece estar convencido de lograrlo, pues rodea sus cabellos albo
rotados con una guirnalda de hojas de vid.
Esta contestación y esas hojas, le dijo Vincent (Lynch), te ador
narán mejor cuando algo más y muchísimo más que un puñado de
odas ligeras pueda llamar padre a tu genio.
Lynch se suma aquí a la raza de escépticos que encabeza Mulligan,
dudando que Stephen sea capaz de realizar sus promesas.
El siglo XIX es el gran momento de optimismo del discurso
científico, representado aquí por el estilo de Thomas H. Huxley,
el campeón de Darwin y sus teorías, en un debate sobre la morta
lidad infantil. Stephen, siempre más cercano a la teología que a
la ciencia, la explica, o justifica, en términos de la divina dieta: un
ser omnívoro que puede masticar, deglutir, digerir y aparentemen
te hacer pasar a través del canal ordinario con imperturbabilidad
pluscuamperfecta alimentos tan diversos como hembras cancero
sas extenuadas p or la parturición (o sea, su m adre), corpulentos
caballeros profesionales, para no hablar de políticos ictéricos y
monjas cloróticas, podría encontrar algún alivio gástrico en una
inocente merienda de tambaleante lechal (ternero menor de un
mes, aquí, bebé humano) . Bajo esta aparente frialdad jocosa sigue
encendido el enojo y el dolor del Stephen que le gritó a Dios, en
el capítulo 1: jVampiro! ( Ghoul, más que vampiro, es el ser que se
alimenta de carne de muertos) ¡Maseador de cadáveres!
Por contraste, pasamos a la rubicunda y hogareña prosa de
Dickens, para contar el final feliz de la buena batalla de la seño
ra Purefoy: Y mientras sus amantes ojos contemplan al niño ella
desea solamente una bendición más, tener a su querido Doady allí
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a Bloom, con ecos del asesinato del rey Ham let). Vive cerca del
Mater, ¿Conoces a su dona? Yup, ciertamente la conozco. Llena de
mercadería. La vi en déshabillé (Dixon trabaja en el hospital que
está enfrente de la casa de Bloom ). Más adelante Bannon se da
cuenta que Milly, la descarada niña mala de la ciudad de Mullingar
es la hija del hombre que tiene enfrente: ¿Bloo? ¿Coloca avisos?
¡El papi de la foto, bueno, eso es magnífico! Aparecen viejos cono
cidos, com o Bantam Lyons y el misterioso hombre del macintosh.
Stephen bebe ajenjo, y se dirige, acompañado por Lynch, hacia
la estación de Westland Row. El capítulo cierra con la arenga del
evangelista estadounidense Alexander J. Dowie (cf. cap. 8): Grita
salvación en el rey Jesús. Tendrás que levantarte preciosamente
temprano, tú, pecador, si quieres meterle la muía al Dios todopo
deroso. ¡Flaap! N i medio. Él tiene para ti en el bolsillo trasero,
una mezcla para la tos con ponche adentro. Pruébalo nomás.
“El estilo del siglo x x ” parece estar caracterizado por la mezco
lanza de lo alto y lo bajo, de lo oral y lo escrito, de la alta literatura
y los discursos de masas, de los distintos dialectos geográficos (hay
una fuerte presencia en estas páginas del inglés de los Estados
Unidos): el cambalache joyceano, una anticipación de la navega
ción por internet y el zapping televisivo.
Circe
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Estación de Amiens.St.
Joyce no tuvo que esforzarse demasiado para encontrar el
equivalente moderno, o más bien atemporal, de la isla de Circe,
la maga que convierte a los hombres en cerdos: lo encontró en
el burdeL Nighttown es el barrio rojo de Dublin y es, también, un
territorio de la psiquis: el de los instintos, los sueños, las