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Babilonia fue una antigua ciudad de la Baja Mesopotamia.

Ganó su independencia
después del período del renacimiento sumerio, aunque hay menciones a su existencia
desde tan temprano como Sargón de Akkad. Después de mucho tiempo presenciando las
luchas entre los estados regionales de Isin, Larsa y Ešnunna, Babilonia fue convirtiéndose
poco a poco en una potencia regional, primero sustituyendo el papel que habían tenido
Akkad o Kiš para muy posteriormente convertirse en capital de un vasto imperiobajo el
mandato de Hammurabi (siglo XVIII a. C.). Desde entonces se convirtió en un gran centro
político, religioso y cultural. Aún en época helenística, ya despojada de su segundo
imperio y caída en desgracia frente a otras grandes ciudades como Persépolis, Alejandro
Magno quiso convertirla en su capital.1 En el año 312 a. C. Seleuco I Nicátor trasladó la
capitalidad del Imperio seléucidaa Seleucia, aposentada sobre el río Tigris y no sobre
el Éufrates por rapidez de las nuevas vías comerciales. Los babilonios fueron invitados a
mudar sus residencias. Para entonces la ciudad había entrado en franca decadencia,
siendo abandonada por la mayoría de sus habitantes poco después.2 A pesar de ello se
les permitió quedarse a los sacerdotes de Bēl —relacionados con el templo de Año
Nuevo—, y la ciudad funcionó como residencia real durante la ocupación parta.3
Hasta cerca del año 500 d.C fue un centro religioso de los Amoraim, sabios judíos que
comentaron la Torá Oral tomando como base la Mishná.
Actualmente sus ruinas, parcialmente reconstruidas por Saddam Hussein a finales
del siglo XX, se encuentran en la provincia iraquíde Babil, adyacente a la ciudad de Hilla, y
110 km al sur de Bagdad.

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