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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
GIORGIO ALMIRANTE
INTRODUCCIÓN...............................................................................11
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
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Los números entre paréntesis remiten al libro: « Obras completas de José Antonio Primo de
Rivera ». Recopilación de Agustín del Río Cisneros. Sexta edición.
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tivamente, lo somos » (290), « porque el fascismo, como denominación genérica, tiene un valor
de lucha, de alzamiento, de protesta de pueblos oprimidos contra circunstancias adversas, con su
cortejo de mártires y con su esperanza de gloria » (568).
Ese reencuentro de España consigo misma tiene una dimensión europea, porque aquí, en
nuestra « reserva espiritual », según la frase acuñada, se han mantenido, como en un vivero
apartado de la dureza invernal, esos valores que hicieron posible la plenitud de Europa y la
existencia de la Cristianidad, a que José Antonio aludía.
La tarea de autoidentificación, en el caso de España, ofrece una dimensión transnacional. La
presentación pública y a escala europea de sus resultados constituye una exigencia de la
solidaridad, o mejor aún, para emplear un lenguaje adecuado, del amor fraterno, que no sólo
conviene a los hombres, sino también a las Patrias.
Y qué es lo que en síntesis ofrece el pensamiento joseantoniano, no sólo a España, sino a las
naciones hermanas de Europa ?, ¿ qué valores redescubiertos en España pueden estimarse, sin
perjuicio de los que constituyen patrimonio diferenciador, valores comunes, indispensables,
configuradores de la auténtica Europa, de la Europa que inspirándose en ellos alcanzó aquella
plenitud ?.
José Antonio, que ha asumido el método — « la actitud universal de vuelta hacia uno mismo »
(165) —, pero no la ideología ni el sistema auspiciado por otras naciones, profundizando en el ser
mismo de España, teje un haz de principios básicos y animadores del quehacer político: el militar,
el social, el nacional, el político y el religioso. Ese quehacer poético ha da tener tal fuerza su-
gestiva que nos haga sentirnos « no la vanguardia, sino el ejército entero de un orden nuevo que
hay que implantar en España (y) que España ha de comunicar a Europa y al mundo » (421).
« Ni Séneca, ni Trajano, ni el Gran Capitán — recuerda José Antonio — aspiraron a un orden
pequeño..... para España, sino que fueron a Roma, a Europa, a empuñar las riendas del mundo »
(549).
Conviene, pues, que nos detengamos en el examen, por breve que sea, de los principios
animadores de la tarea política, considerata, no como profesión, sino como vocación sacrificada y
llamamiento al que se responde de manera afirmativa.
El primero, es el militar, puesto de relieve en el discurso del Teatro de la Comedia, del 29
octubre de 1933, en el que concluyendo el hilo de razones que le llevan a la fundación de su
movimiento político, asegura que éste no es tanto una manera de pensar, sino una manera de
ser, que impone la adopción ante la vida entera de una actitud de servicio y de sacrificio, el
sentido ascético y militar de la vida (6). La actitud militar, la asunción civil y política de las virtudes
castrenses, ha devenido una exigencia para los pueblos que quieran salvarse. Por ello, en el
punto 4 del Movimiento que José Antonio encabeza, se dice así: « haremos que un sentido militar
de la vida informe toda existencia española » (340) y en el IX de los Puntos iniciales se pedía, al
que solicitaba un puesto en la línea de combate, que entendiera « la vida como milicia: disciplina
y peligro, abnegación y renuncia a toda vanidad, a la envidia, a la pereza y a la maledicencia »
(93).
El segundo de los principios que arman la doctrina joseantoniana es el social. Para José
Antonio la libertad desaparece o se merma hasta la angustia si no se asegura al hombre un
mínimo de existencia. Pues bien; para asegurar ese mínimo de existencia es preciso ordenar la
economía sobre bases que aumentan las posibilidades de disfrute de millones de hombre; y esa
ordenación de la economía postula, a su vez, un Estado fuerte (512) que organice aquélla de tal
modo que no se enajene el trabajo como una mercancía, y que todos los que de una manera o de
otra intervienen en la producción y distribución -se constituyan en Sindicatos verticales, que
funcionarán orgánicamente, sin necesidad de comités paritarios ni de piezas de enlace » (510).
El tercero de los principios que examinamos es el nacional. Para José Antonio, hay que
distinguir, diferenciándolos netamente, entre al patriotismo telúrico, emotivo, romántico, tierno y
sensual (111) por la tierra nativa, y el patriotismo intelectual de la misión, que lo transforma en
una verdad tan inconmovible como las verdades matemáticas. Este patriotismo, que es el
auténtico, porque entraña una posición espiritual ganada en lucha heroica contra lo espontáneo,
es el que pierde toda avidez y se instala más hondamente en nuestra autenticidad (216). De este
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punto de partida arranca el concepto joseantoniano de nación. Vista hacia atrás, la nación, como
unidad histórica (99), no se contrata, sino que se funda (287). Vista hacia adelante, la nación es
unidad de destino en lo universal. La nación, que tiene un pasado histórico y un quehacer (839) y
un plan de futuro, se alza por encima del ente físico individualizado por accidentes orográficos,
étnicos o lingüísticos (285). La nación lo es en tanto constituye unidad de historia, de convivencia
y de destino. Lo que ocurre es que el engarce entre la historia y el destino desaparece, poniendo
en juego la existencia y la continuidad de la nación, tanto si la unidad de convivencia se difumina
con los separatismos, como si el agua viva, « la vena de la verdadera tradición española » (569)
se paraliza para dejar seco el cauce o para llenarlo con aguas contaminadoras y residuales. La
revolución necesaria para el logro de la justicia social, no es un pretexto para dar un salto en el
vacío ni para una actuación mimética o importadora para echarlo todo a rodar (647). La revolución
auténtica nace y se nutre del pasado, de las exigencias de un sentido tradicional profundo (267).
José Antonio entiende la tarea de reconstrucción nacional como el corolario de una síntesis de la
revolución y de la tradición, concibiendo ésta no como remedo, sino como sustancia, no con
ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que
harían en nuestras circunstancias » (647).
El cuarto de los principios inspiradores de la doctrina joseantoniana es la poesía. Si para
Cornelio Zelea Codreanu, el Capitán de la Legión rumana de San Miguel Arcángel, la guardia de
Hierro era un movimiento musical, que hacía del canto un arma de captación y de combate, para
José Antonio, el movimiento político que ponía en marcha tenía que ser desde su aurora « un
movimiento poético, (porque) a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¿ ay
del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete ! (69). Lo que
sucede es que el entendimiento poético de la vida no se traduce solamente en versos. Es más,
hay versos — los que confeccionan con trabajo los versificadores — que, fieles al metro, no
traspiran ni encienden la llama poética que cada hombre lleva en su propio ser. La poesía nace
de una fibra espiritual y sensitiva a un tiempo, que descubre el ser de las cosas, su mundo
interior, su « weltanschauung ». En este sentido hay una prosa poética; y en este sentido la
política puede concebirse y servirse como una función poética (747 y 935), e, incluso, el en-
tendimiento de España y la consagración personal a su servicio como algo adquirido en el
misterio de la vía poética (915). La poesía vital, y por tanto la que se trasvasa al campo de la
política, no es obra del instinto desbordado. — Cuando José Antonio alude a la belleza del
endecasílabo, está diciéndonos que así como el verso inspirado necesita de la estrofa, así
también la política debe devolvernos, con el sabor del pan, el sabor de la norma (546).
El quinto de los principios que examinamos es el religioso. José Antonio supo con habilidad
salir del laberinto planteado por los confusionistas acerca de las relaciones de la Religión con la
Política. Se remontó a la cima, supo aclarar el tema y, una vez aclarado, formular con todo rigor
su doctrina. Porque una cosa es la autonomía de lo temporal y otra el desligamiento
independentista de lo temporal de lo religioso. Es cierto que hay que dar a Dios lo que es de Dios
y al César lo que es del César, pero se olvida, cuando ello se proclama, que el César, lo temporal,
la política y el Estado, también son de Dios. Una cosa es que la Iglesia continúe en el tiempo y el
espacio la misión evangelizadora y salvadora de Cristo, que el Estado no puede suplantar, y otra
que el Estado se desentienda de la Religión, ignorando o negando el fin último del hombre. Las
relaciones entre la Iglesia y el Estado son un tema, y la actitud del Estado ante la Religión otro
muy distinto, aunque se coordine con aquél, ya que la comunidad política, en cuanto tal, tiene,
como subrayan el magisterio pontificio y el Vaticano II, sus deberes para con Dios.
José Antonio, a mi manera de ver, comprendió y vivió teológicamente la política. Desde lo
poético, que es como una mística temporal, se eleva al plano teológico por la via religiosa (915).
En ese plano, une a lo poético lo militar, y lo militar a lo religioso, porque « lo religioso y lo militar
son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida » (721). « No hay — pues — más
que dos maneras serias de vivir: la manera religiosa y la manera militar — o, si queréis, una sola,
porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento
religioso —; y es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militar de la
vida tiene que restaurarse España ».
Ahora bien, la teología del quehacer político, el recobro de la calidad religiosa de la existencia
(935) abarca al hombre como eje del Sistema, al militante del Movimiento como portavoz y
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testimonio personal y encarnante de una doctrina, al jefe que la encabeza, al Estado, como instru-
mento que, según la frase de Oliveira Salazar, pone una idea en acción, y a la comunidad política
qua rige el Estado.
Para José Antonio, el hombre, efectivamente, es el eje del Sistema. Pero ¿qué es .el hombre
?; ¿un ciudadano que acude a las urnas para depositar su voto ?, ¿un ser que produce y
consume ?, ¿ un animal biológicamente desarrollado, pero con un destino idéntico a sus
congéneres que no alcanzaron ese desarrollo ?. La respuesta, naturalmente, es negativa. El
hombre es algo mucho más importante que un sujeto electoral (elector o elegido), o que un
agente de la economía (productor o consumidor). El hombre es un ser trascendente, « llamado a
la inmortalidad », « portador de valores eternos, envoltura corporal de un alma que es capaz de
condenarse y de salvarse ». « Sólo cuando al hombre se le considera así — asegura José
Antonio — se puede decir que se respecta de versas su libertad » (67), « su dignidad y su
integridad como valores intangibles » (340).
El militante del Movimiento joseantoniano no puede eludir el planteamiento religioso de su
vocación política. No cabe desentendimiento, porque si aquella vocación se enmarca en el ámbito
de lo espiritual, el ápice preeminente de lo espiritual es lo religioso, y « ningún hombre puede
dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más
allá (y) a esas preguntas no se puede contestar con evasivas (sino) con la interpretación católica
(que) es la verdadera » (92).
Por eso el militante, recuerda José Antonio comentando un discurso de Indalecio Prieto, debe
conquistarse a sí mismo para conquistar a España (936), porque la primera revolución que es
necesario ganar es la íntima, la que se forja en la batalla de la propia formación, la que puede
dotarnos de la fortaleza que se requiere para el combate, la que estabiliza en los altibajos,
barriendo el orgullo y la soberbia en el tiempo de la victoria y evitando la desilusión y la huida en
el tiempo de la adversidad. El militante, pues, ha de estar dispuesto a cumplir su misión política
con neto sentido religioso (513), contemplando su tarea voluntariamente aceptada « sub specie
eternitatis » (314).
El jefe, de otro lado, debe asumir la tarea, abandonar la lámpara egoísta de su propia celda y,
por ser el elegido para el cumplimiento de la tarea más alta, transformarse, desde el puesto más
humilde (858) en el « primer servidor (de) la armonía total (477). « La jefatura, la gloriosa pe-
sadumbre del mando (663), la misión de capitanía (748), el caudillaje (50), « la suprema carga,
obliga a todos los sacrificios. De la misma no se puede desertar ni por impaciencia, ni por
desaliento, ni por cobardía » (399) y mucho menos por el apetito estragado de la masa, ya que «
el jefe no debe obedecer al pueblo, sino servirle » (663). Esa voluntad de servicio presupone en el
jefe un abandono de la postura dubitativa del intelectual y una dosis de fe (50), una gran fe,
porque « los hilos de comunicación del conductor con su pueblo no son escuetamente mentales,
sino religiosos (y) la masa tiene que seguir a sus jefes como a profetas (748).
Por su parte, el Estado no puede ser agnóstico, sino ético. La eticidad no mana de unos
postulados o unos comportamientos laicizantes, sino de una afirmación católica (92). De aquí que
el propósito de reconstruir España, de reencontrarla consigo misma, que ha de ser uno de los
fines del Estado, haya de tener un « sentido católico ». « El Estado nuevo — reza el punto inicial
VIII del Movimiento que José Antonio promueve — se inspirará en el espíritu religioso tradicional
en España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos » (93).
Finalmente, la concepción teológica de la política supone, para José Antonio, que el « finis
operantis » de sus activos ejecutores esté impregnado de un amor de caridad hacia la Patria. Si el
espíritu religioso (es) la clave de los mejores arcos de nuestra Historia » (67), ello es debido a que
los hombres y las mujeres que hicieron esa Historia fueron impulsados por la fe y por la caridad, y
no cayeron en la herejía de sustituir la esperanza, que es una virtud teologal, por la espera, que
es un sucedáneo materializador y secularizante, liberal o marxista. Si el « Movimiento incorpora el
sentido católico a la reconstrucción nacional » (344), ha de hacerlo amando a España con amor
de perfección. Con una elegante belleza, José Antonio distingue el amor físico del amor de
caridad, y encuentra la línea diferenciadora en el gusto. « Los que aman a su patria porque les
gusta la aman a golpe de instinto, por un oscuro amor a la tierra » (215), « con una voluntad de
contacto; la aman física y sensualmente, mientras que nosotros la amamos — aunque no nos
gusta — con una voluntad de perfección (porque) amamos la eterna e inconmovibile metafísica de
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España » (559). Ese amor moviliza a José Antonio, que se lanza por los campos y las ciudades
de España a predicar « esta buena nueva » (190) y a encender amor; pero encenderlo, no de una
manera blanda, suave, sino resuelta, enérgica y viril, estando dispuesto por ese amor a ofrecer el
sacrificio de (la) sangre (291).
Para José Antonio, en España hay carne y alma, y entre el alma y la carne se libraba, como
se libra hoy, un combate que José María Pamán puso en verso al escribir su « Poema de la bestia
y el ángel ». El dolor de España (217), el sentimiento de amargura — el amor amargo — que
invadió a José Antonio, no para reducirle a la parálisis, sino para impulsarle a la acción, nace de
la cólera y el asco que le produce su carne enferma. España era — y lo es ahora — una nación
reducida en el lenguaje a la inferior categoría de país, y, para utilizar las mismas palabras del
fundador: mediocre, entristecida, miserable, melancólica, dormida, oprimida, chata, olvidada,
maltratada, dividida, sesgada y en ruina moral.
A esa carne hay que inyectarle espíritu salvador. Y ese espíritu no es otro que el alma
española, el genio subterráneo de España (314), que aspira a hacer realidad en el tiempo y en el
espacio el arquetipo de la España eterna, de la Patria que la Providencia quiso para la Historia; y
hay que tomar partido: o por la España artificial, infecunda, ruidosa, o la España verdadera, vieja
y entrañable, sufrida y segura, que conserva durante siglos la labranza, los usos familiares,
continuidad entre antepasados y descendientes (583), la España rítmica, clara, tensa, tradicional
y social, entera y armoniosa, una y plural, grande y libre.
Tales son los principios — el militar, el social, el nacional, el poético y el religioso — con los
que José Antonio teje su doctrina política. Con ellos intenta oponerse al incendio de Europa, a su
hecatombe, al declive, pérdida (858) y clausura de la civilización occidental y cristiana, que
nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada (859).
Qué se avecina para Europa?, se pregunta José Antonio. « Se avecina una invasión de la
barbarie », la invasión del comunismo, sin Patria y sin Dios, (423) » una catástrofe histórica de las
que suelen operar como colofón de cada era (935). Lo que ocurre es que ante la invasión caben «
dos tesis: la catastrófica, que ve la invasión como inevitable... y sólo confía en que tras la
catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira a tender un
puente sobre la invasión de los bárbaros, a asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto la nueva
edad hubiera de tener de fecundo, y a salvar, de la edad en que vivimos, todos los valores
espirituales de la civilización » (423/24).
La visión profética de José Antonio, que coincide con la de Donoso Cortés y la de Vázquez de
Mella, resulta evidente a la hora de escribir esta introducción al libro de Almirante. Pero lo que
importa no es tanto el descubrimiento del futuro, sino la reacción y la respuesta. Y la respuesta,
que él ha comenzado a dar en España, buscando en el ser nacional, apelando a su genio,
reencontrándolo con nostalgia (190), es una respuesta universal. « Cuando el mundo se
encuentra sin salida, España es la que vuelve a tener razón contra todos » (233), porque «los
valores fundamentales de la civilización española recobran, tras siglos de eclipse, su autoridad
antigua » (952).
El antimarxismo de José Antonio es el reverso de una actitud positiva y beligerante. « Somos
antimarxistas, porque nos horroriza, como a todo europeo, ser como un animal inferior en un
hormiguero » (562). Para el comunismo el incendio de Europa es un tanto magnífico (654). Tomar
las llamas del incendio, arrancarles su furia devorada e iluminar con ellas un nuevo camino,
vitalizado por los valores que dieron a Europa su plenitud y su unidad espiritual » (418), es la
tarea que nos incumbe a los españoles como europeos y a España como potencia europea (654).
Si « España se opone al incendio de Europa » (657), no lo hace ignorando el incendio,
acurrucándose en su propio solar, sino inflamándose con el fuego del Espíritu, encendiéndose
con « el entusiasmo de la Patria y de la Religión » (197).
Esos valores — el militar, el social, el nacional, el poético y el religioso — los tenemos en
España intactos. ¿ A qué esperamos — grita enardecido José Antonio — para recobrar nuestra
vocación y ponernos otra vez, por ambicioso que esto suene, en muy pocos años a la cabeza de
Europa? (507).
Ya sé que España ha perdido la batalla después de conseguir su victoria. No es ahora el caso
de analizar aquí las motivaciones convergentes de la pérdida. En cualquier caso, la empresa de
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hacer historia (916) no aparece conformada por una línea recta, sino por un zig-zag tembloroso,
análogo al de la aguja imantada, o al del péndulo vacilante, o al del nivel inseguro; pero al fin, la
aguja encuentra su norte, el péndulo su verticalidad y la burbuja el nivel de su quietud estática.
Por eso, ante una Europa en crisis podemos recordar el texto antiguo: « o vence la
concepción espiritual, occidental, cristiana, española de la existencia... o vence la concepción
materialista » (909). La España de hoy, víctima del contagio, se atreve con serena energía a
repetir a las naciones hermanas del continente que han puesto en ella sus ojos angustiados, las
palabras de José Antonio: « Todas las fuerzas juntas de la destrucción no han podido hacer sino
parar por unos instantes la marcha de la nueva España, que avanza con la cabeza metida en lo
eterno y con los pies calzando el brío de toda una juventud segura de sus pisadas » (530).
Esta actitud es la única que puede hacernos brincar por encima de la ciénaga y poner
nuestras aptitudes al servicio no sólo del destino de España, sino también del destino de Europa
(512), porque a Europa, desde esta punta sur-occidental del continente, la queremos, en la rica
multiplicidad de sus naciones, una, grande y libre.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
INTRODUCCIÓN
ESPAÑA
Pienso que este libro, gracias al atractivo que todavía se desprende de la egregia figura de
José Antonio Primo de Rivera, contará en Italia con el favor de todos aquellos que, en el trienio
1936-39, fueron voluntarios para dar una mano a los hermanos españoles empeñados en la sola
auténtica guerra de liberación de nuestro siglo. En realidad, junto al nombre de Francisco Franco,
el nombre de José Antonio campea en el respeto, en el amor, en la admiración de todos los
combatientes de España. Así, pues, estoy convencido de que este volumen non será una inútil
adición a cuanto sobre José Antonio se ha publicado en los últimos años en Italia, y me refiero en
particular al óptimo ensayo de Primo Siena, editado por Giovanni Volpe; al importante estudio de
Adolfo Muñoz Alonso, también editado por Giovanni Volpe, y a la notabilísima obra de Gabriele
Fergola sobre la Derecha española, editada por Giuseppe Ciarrapico. Se trata ciertamente de
obras, lo digo sin falsa modestia, de mayor envergadura que la mía; sin embrago, en mi caso es
una emocionante experiencia personal que deseo confiar y comunicar justamente a nuestros
combatientes en España.
Yo non tuve el honor de combatir contra el comunismo en el frente español. Como todos en
Italia deseaba la victoria de Franco; me exaltaba, como todos en Italia, con la lectura de aquellos
partes de guerra; sentí (y que los amigos españoles non se disgusten) aquel acontencimiento
histórico como si fuera también nuestro, non sólo en razón de la importante ayuda militar prestada
sino en virtud de la identidad de la causa, y de las consecuencias positivas para ambos pueblos.
Transcurridos los años, distintos lo acontecimientos, precipitada Italia en la vorágine de la
guerra civil, el trienio 1936-39, el trienio de la solidaridad italoespañola, quedó arrinconado en mi
conciencia (y, creo, que en la de muchísimos italianos de mi generación) dando lugar a un menor
interés o a algunas amargas incertidumbres de juicio con respecto a España, lejana de nosotros
durante nuestra guerra, y más tarde, apenas desaparecido Franco, tan rápida en precipitarse, en
el abismo de una decadencia civil y política y también moral, tan similar a aquella en que, por
efecto de la derrota, se ha precipitado el pueblo italiano.
Mientras que a Francia me ha vuelto a unir cultural y humanamente, desde los primeros años
de la posguerra, el inigualable Maurice Bardéche, el cuñado, el amigo, el primer intérprete de
Robert Brasillach, a España he llegado, perezosamente, con retraso. Fue en 1978, con occa-sión
de una iniciativa política — la Euroderecha — que podia incluso ser considerada como un fin en sí
misma y no susceptible de realizaciones culturales y civiles.
El destino quiso que el viático para aquella iniciativa fuera un viático de sangre, de sangre
joven, derramada en una batalla común. El destino quiso que España, la España sin adjetivos,
abriera los brazos a Italia, la Italia sin adjetivos, en el momento en que « Italia », entre comillas,
daba indiferente la espalda al sacrificio de tres jóvenes asesinados por los rojos en la periferia de
Roma, de una Roma de 1978 muy similar al Madrid de 1936.
Fue así que el abrazo entre nosotros de la Derecha italiana y los amigos de Fuerza Nueva se
convirtió en un reencuentro, fácil y espontáneo, como si hubiéramos vivido juntos las mismas
experiencias, pensado y querido las mismas cosas. A partir de aquel momento, José Antonio se
ha convertido en nuestro Mito, en nuestro Héroe, o más simplemente, como pienso que también
le agradaría a él en « uno de los nuestros »; y desde aquel momento, querido Blas Pinar,
nuestros Mitos, nuestros Héroes, han entrado en la realidad civil, humana, cristiana, que se llama
ESPAÑA.
A partir de entonces, desde el día en que frente a la sede madrileña de Fuerza Nueva se
aglomeraron millares de españoles al grito de ¡ Arriba Italia!, desde aquel día, la Patria que nos
duele, no es ya sólo la Francia de Brasillach, no es sólo la Italia de Borsani sino también la Es-
paña de José Antonio.
España. España « una y libre », la España verdadera. La España que en estos últimos años,
en estos desolados y terribles años, los años vividos en la pesadilla de una guerra civil, vil y
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subterránea, peor que todas las guerras civiles combatidas al aire libre; la España que ha apareci-
do, en ocasiones memorables, increible y casi anacrónicamente valerosa y señora, patrona y
dominadora de un destino político que no se mide por votos sino por rostros, los rostros de los
muchachos de José Antonio, multiplicados por ciento, por miles, por ciento de miles: prodigiosa
floración de juventud en la Plaza de Oriente o en la Plaza de Toros de las Ventas o en el templo
del Valle de los Caídos, o por las calles regias de Madrid, en ordenado ir y venir de las grandes
manifestaciones populares. Una España verdadera e increible, inmóvil más allá de los tiempos
mutables, y, sin embargo, presente, con fuerza admonitoria, en este tiempo vil y mentiroso. Una
España que podrá incluso perder, que Dios no lo quiera, porque sería una catástrofe y
condenación europea, su batalla política contra las mismas fuerzas del mal que Franco y José
Antonio derrotaron con las armas y la fe; pero que ya ha vencido la batalla del compromiso moral
y cultural. La España « imperial » vaticinada por José Antonio y modelada en sus escritos y
discursos, sin énfasis y sin retórica: hablar de un imperio del espíritu, de un imperio de los valores
espirituales, sobre la base de una concepción religiosa de la vida, no significa escapar de la re-
alidad para esconderse entre las nubes de la utopía, sino al contrario, significa tomar la esencia
de la historia y del destino del hombre hecho a semejanza de Dios.
Hace falta, es cierto, un gran fe para creer en esta España, porque alrededor está el drogado
desierto de los tiempos modernos, porque alrededor está el cinismo y el escepticismo y, lo que es
peor, el ateísmo; porque alrededor pulula y se agita la vergonzosa irrisión; porque alrededor
trabaja el pico demoledor de una duda que ya non es ni tan siquiera cartesiana sino anárquica,
libertaria, nihilista. Alrededor está la « otra España », que non es la España sensata y bonachona
de Sancho, en contraposición a la España soñadora y romántica de Don Quijote, sino la España
que sobre la hoguera sacrílega no inmola el principio nacional encarnado en una Virgen patriota,
sino que arroja, rabiosamente, toda la Tradición, toda la Hispanidad, todos los valores y principios
por los cuales durante siglos el pueblo español ha pagado un altísimo precio.
Si España en sus datos esenciales, es la única gran Nación europea capaz de espejarse
limpiamente en la mística medieval, en una mística cristiana y no germanizante, celeste y no
oscuramente nibelunga, en una mística latina y, por eso, romana y, por consiguiente, dotada de
clásica armonía y alejada de la fría tiniebla de las leyendas del Norte; si España puede decirse
que está anclada en su medioevo y es, por consiguiente, capaz de éxtasis y de contemplaciones,
pero al mismo tiempo capaz de Cruzada más que cualquier otra gente de Europa, es ciertamente
debido al prolongarse por siglos en el cielo de España una luz y no una noche medieval, es decir,
una perdurable Tradición. Mucho ha pagado España por tener fe en la propia tradición. Por poblar
y no abusar de las nuevas tierras de América, el pueblo español llevó allí a sus mejores hijos.
Para realizar la propia unidad, el pueblo español expulsó a musulmanes y hebreos, obedeciendo
a la mística medieval, obedeciendo al espíritu de Cruzada, defendiendo la Tradición y privándose
de los grandes recursos agrícolas, representados por los unos, y de los grandes recursos
comerciales, representados por los otros. Para sostener el papel de « defensor fidei », el pueblo
español afrontó durísimas guerras, que — negativamente concluidas con los tratados de Westfalia
(1684) y de Utrecht(1713) — señalaron el fin de su Imperio terrestre pero no de su misión civil. Y
cuando en 1936, el pueblo español se alzó en armas contra la « otra España », fue de nuevo la
Cruzada, fue de nuevo la Tradición, fue una vez más la Hispanidad; fue la España de José
Antonio.
Por otra parte, sería un gran error, un error de juicio y de perspectiva, el de aquellos que
acercándose a la España de José Antonio, a esta España, consideran a la Tradición como tabú, a
la Tradición como pasado. No se muere por el pasado, y si es verdad que por el pasado non se
muere, también es más verdad que del pasado y por el pasado no se vive, si vivir significa pensar
y obrar, es decir, moverse en el tiempo y en el espacio. José Antonio vivió y murió, sin duda
alguna, por la Tradición, pero entendida como la entendió su predecesor Vásquez de Mella, que
había dicho: « Sin tradición non hay progreso »: esta frase podemos convertirla fácilmente en esta
otra: « Y por lo tanto, no hay verdadera Tradición allí donde no hay posibilidad de progreso. »
Entonces, he aquí el drama de aquella generación de grande intelectuales españoles, con
Unamuno a la cabeza, la que fue llamada generación de 1898, año en que España padeció la
humillación de perder lo que quedaba de su imperio: Cuba, Puerto Rico e Las Filipinas. He aquí el
drama de los intelectuales y de los patriotas españoles, que vieron la Tradición irremediablemente
separada del progreso y de la realidad de los tiempos, que vieron la crónica mofarse de la
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
José Antonio nace en Madrid, el 24 de abril de 1903, en un pequeño piso de la casa situada
en el número 2,2 de la calle de Genova. Es el hijo primogénito de Don Miguel Primo de Rivera y
Orbaneja, teniente Coronel de Infantería y Marqués de Estella, y Doña Casilda Sáenz de Heredia
y Suárez de Argudín. El 13 de mayo recibe el bautismo en la parroquia de Santa Bárbara, en el
Monasterio de las Salesas Reales. En 1904 nace su hermano Miguel, que será testigo de la
trágica muerte de José Antonio en la cárcel de Alicante. En 1905 nace su hermana Carmen,
también destinada a compartir la cárcel de Alicante durante el encarcelamiento y muerte de José
Antonio. En 1907 nacen las dos hermanas gemelas, Pilar y Angelita, pero esta última muere a la
edad de seis años. En 1908 nace el hermano Fernando, al que también el destino le reserva un
trágico fin, y nueve días después fallece la madre, a la edad de 28 años, dejando seis huérfanos,
de Tos cuales el primogénito, José Antonio, tiene cinco años. El padre confía los niños a la abuela
y a dos tías solteras. Entra en escena la « tía Má » que, a partir de ese momento, será la
verdadera institutriz de los cinco hermanos y nunca abandonará a José Antonio hasta la cárcel de
Alicante.
En cuanto al origen familiar de José Antonio, los biógrafos españoles observan que en su
carácter y formación ha influido sin duda la doble ascendencia, andaluza por parte de padre y
castellana por parte materna. Del padre andaluz habría heredado la vivacidad de espíritu, la
facilidad de palabra, el don de mando, la alegría de vivir; mientras que de la madre castellana
habría heredado la profunda seriedad, la inclinación al ensueño y a la melancolía, la paciencia
frente a las más duras pruebas y el espíritu de sacrificio. Todos los biógrafos reconocen de modo
particular en José Antonio al castellano, porque el amor ilimitado que profesa a la Patria española,
a la España « una », se traduce frecuentemente en sus escritos por un particular arrebato de
afecto por Castilla a la cual ha dedicado (en el discurso de proclamación de Falange Española de
las JONS, pronunciado en Valladolid, el 4 de marzo de 1934), una página que, justamente en esta
primera parte de la biografía de José Antonio, vale la pena citar, porque se trata de una imagen
de Castilla, y en el fondo de toda España, que sólo en Unamuno encuentra parangón y porque
únicamente de la relación José Antonio-Castilla-España, en términos históricos y culturales,
puede aparecer clara la imagen humana de nuestro personaje:
« Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra
que no es el color local, ni el río, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado
de unas cuantas fincas, ni el soporte de unos intereses agrarios para regateados en asambleas,
sino que es la tierra; la tierra como depositaría de valores eternos, la austeridad en la conducta, el
sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los
descendientes.
Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto.
El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos, verdosos de frondas terrenas, que se dijera
que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto
mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar, siempre, a ser Imperio.
Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y
por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye, tal vez porque no concluye, ni
a lo ancho ni a lo alto. Así Castilla, esa tierra esmaltada de nombres maravillosos — Tordesillas,
Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres —, esta tierra de Cancillería, de ferias y castillos,
es decir, de Justicia, Milicia y Comercio, nos hace entender cómo fue aquella España que no
tenemos ya, y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia ».
Esta es Castilla, esta es la España de José Antonio, « su » España: la tierra en « absoluto »,
la Patria en « absoluto », la tierra y la Patria que son vocación y aspiración imperial porque son
depositarías de valores eternos.
En 1909 comienza la guerra de Marruecos y el padre de José Antonio, el futuro dictador, casi
siempre está alejado de la familia. Es un militar con manifiestas ambiciones políticas y, en
consecuencia, es objeto continuamente de discriminaciones y persecuciones. El primogénito,
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
todavía niño, se convierte pronto en un experto en la materia porque las vicisitudes del padre obli-
gan a la familia a trasladarse con frecuencia. « Cada vez que papá pronuncia un discurso nos
vemos obligados a cambiar de residencia » — dice con amargura José Antonio.
La vida política española, desde el comienzo de la guerra de Marruecos (1909) hasta la
llegada de la dictadura de Primo de Rivera (septiembre de 1923), es agitadísima, aun cuando
España no intervenga en la primera guerra mundial.
Aparecen los separatismos con trágicas consecuencias, especialmente en Cataluña y las
Vascongadas; nacen las organizaciones obreras de inspiración marxista; se legalizan y, en
consecuencia, proliferan las huelgas y se multiplican los atentados políticos y la violencia. En el
transcurso de pocos años son asesinados dos Presidentes del Consejo. Se funda el primer
partido comunista español. Los anarquistas se muestran particularmente activos en las iniciativas
desestabilizadoras. Derrotas desastrosas, fruto también de repetidas traiciones, en la guerra
contra Abd El Krim. En un decenio se suceden nueve gobiernos, mientras los movimientos
separatistas, especialmente en Cataluña, establecen de hecho gobiernos locales. En este clima
madura el golpe de Primo de Rivera con el total apoyo de la monarquía.
Durante todo este período, José Antonio, muchacho, adolescente, joven licenciado en
derecho, no parece tener ningún interés directo por los acontecimientos políticos. De muchacho,
las ocupaciones preferidas son de carácter intelectual. Escribe dramas teatrales, que hace recitar
a su pequeña compañía familiar, formada por los hermanos y primos. La familia recuerda un
drama en verso compuesto por José Antonio a los diez años: « La campana de Huesca ». De
1912 a 1917 José Antonio y su hermano Miguel estudian bajo la dirección de profesores particula-
res. No tardan en manifestarse las superiores dotes intelectuales de José Antonio.
Don Miguel Primo de Rivera está orgulloso del hijo, tiene por él debilidad; así, cuando envía a
un amigo un retrato de su hijo, debajo de la imagen de José Antonio escribe: « Este será un
hombre del que hablará mucho la historia. »
En octubre 1917 la primera elección importante. José Antonio termina el bachillerato. El padre
deseaba que el primogénito siguiera sus pasos en la carrera militar, pero José Antonio elige los
estudios de derecho. La motivación es típica del hombre: « Si hubiera estudiado para militar se
habría dicho que mi carrera no se debía a mis méritos sino a la posición de mi padre. »
De 1917 a 1922 José Antonio sigue en la Universidad de Madrid los cursos de la Facultad de
Derecho. Sólo tiene dos amigos: Raimundo Fernández Cuesta y Serrano Súñer, los mismos que
en la cárcel de Alicante nombrará albaceas testamentarios. Aun esto es un rasgo característico de
su carácter totalmente fundamentado en la coherencia y en la continuidad.
Mientras estudia, José Antonio, orgullosísimo, se procura el dinero que le es necesario. Un tío
suyo representa en Madrid una casa americana de automóviles y el sobrino se encarga de la
correspondencia en inglés. Doctorado en 1923 se traslada a Barcelona, en donde se reúne con el
resto de la familia, porque el padre ha sido nombrado Capitán General de Cataluña. En el mes de
julio, José Antonio y su hermano Miguel cumplen en Barcelona el servicio militar. José Antonio es
soldado del Noveno Regimiento de Caballería, Dragones de Santiago, y es un jinete modelo.
Cuando los amigos lo tientan diciéndole que podría conseguir del padre algún permiso especial,
responde: « Ser soldato e hijo del General me obliga más que a cualquier otro ». Pero las
tentaciones en Barcelona no son sólo estas. José Antonio tiene veinte años, es un joven
inteligente, viste con gran elegancia, las simpatías femeninas van placenteramente a su
encuentro.
En ese momento, los acontecimientos políticos ponen a José Antonio entre la espada y la
pared. En septiembre de 1923 la familia abandona Barcellona y se traslada a Madrid. Don Miguel
Primo de Rivera es ahora Primer Ministro, con el apoyo del Rey Alfonso XIII, como consecuencia
del incruento golpe.
La intensificación de los atentados terroristas, las intensas maniobras separatistas,
especialmente en Cataluña, la marcha desfavorable de la guerra de África, hacen popular, o por
lo menos indispensable para la salud de España, la dictadura moderada de Primo de Rivera, el
cual nombra un Directorio Militar al vértice de la cosa pública.
Algún biógrafo ha visto en la redacción de la Proclama a la Nación del padre la mano de José
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Antonio. Es muy improbable que José Antonio, que hasta ese momento no había participado
personalmente en los acontecimientos políticos, haya tenido parte en la redacción de la Proclama
o la haya escrito directamente. Sin embargo, se trata de un texto que política y estilísticamente
podría atribuírsele y por ello es interesante reproducirlo. La proclama dice:
« Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque
habiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida
española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requirimiento de cuantos amando la
patria no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política, de los que
por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año
98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso.
No tenemos que justificar nuestro acto, que el pueblo sano le manda e impone. Asesinatos de
prelados, ex gobernadores, agentes de autoridad, patronos, capataces y obreros; audaces e
impunes atracos, depreciación de moneda, francachela de millones de gastos reservados, sos-
pechosa política arancelaria por la tendencia, y más porque quien la maneja hace alarde de
descocada inmoralidad, rastreras intrigas políticas tomando por pretexto la tragedia de Marruecos,
incertidumbre ante este gravísimo problema nacional, indisciplina social, que hace el trabajo
ineficaz y nulo; precaria y ruinosa la producción agrícola e industrial; impune propaganda
comunista, impiedad e incultura, justicia influida por la política, descarada propaganda
separatista, pasiones tendenciosas alrededor del problema de las responsabilidades.....».
La dictadura moderada de Don Miguel Primo de Rivera dura menos de siete años: de
septiembre de 1923 a enero de 1930; en este tiempo José Antonio no participa activamente en la
vida política, si bien en varias ocasiones su padre le pide que lo haga. « Cuando un hombre ama
la política — se dice que respondió José Antonio a quien en nombre del padre le pedía su
intervención — sus hijos la detestan. » Pero no era porque ciertamente detestara la política por lo
que José Antonio no participaba. Su orgullo, completamente castellano, le obligaba a labrarse un
futuro sin ayuda de nadie y esto para el joven significaba antes que nada una cosa: destacar
como gran abogado.
Terminado el servicio militar en Madrid, en los Húsares de la Princesa, en abril de 1925, José
Antonio se inscribe en el Colegio de Abogados de Madrid. Instala su bufete en el piso que había
dejado libre su padre, en el centro de la ciudad, cercano a la Puerta del Sol, y bien pronto goza de
una buena clientela.
José Antonio sigue ejerciendo de abogado — civil y penal — con gran éxito. Ni frecuenta el
Palacio Real ni el Ministerio de la Guerra y no toma parte en la vida social del padre. Por el
contrario, es muy feliz cuando puede pasar algunas horas sólo con él, lejos de las preocupa-
ciones de gobierno. En primer lugar, prefieren ir juntos a El Escorial, en donde los frailes se
muestran muy felices de hospedarlos para que tengan un sereno « retiro ». Y José Antonio
exclama: « He nacido para vivir en una celda », ignorando que dentro de muy poco iría a parar a
otras « celdas » bien diversas. El único viaje oficial que hace con el padre, en el séquito de los
Soberanos, es a Italia, durante el primer año del Gobierno paterno. Pero en esta ocasión procura,
dentro de los límites de lo posible, no asistir a los acto oficiales, banquetes, recepciones y
revistas. Visita Roma con gran pasión. Un biógrafo, Gilíes Mauger, se pregunta: ¿ Se remonta a
esa época su admiración por Mussolini? y responde: « Es probable, pero en tal caso, ha debido
dejar en segundo plano todas las preocupaciones políticas para dar plena importancia al arte y la
historia. » Compartimos esta opinión y dejamos para otro capítulo el tema de las relaciones entre
José Antonio, la Italia fascista y el fascismo.
No falta, en esta fase interlocutoria y — podríamos decir — de preparación y de incubación de
la historia humana y política de José Antonio, no falta — repito — ni podría faltar el gran amor, el
único amor, el amor desafortunado. José Antonio se enamora de una joven de la alta nobleza.
Pero los padres de la muchacha se oponen formalmente al matrimonio porque el reciente
Marquesado de Estella no está a la altura de una antigua corona ducal. Desgraciadamente la
joven obedece dócilmente a sus padres y más tarde, como veremos, José Antonio la encuentra
justamente acompañada de su reciente esposo. Los siete años de la dictadura son ciertamente
aquéllos durante los cuales se forma el carácter de José Antonio, se delinea su personalidad
política, se determinan en él experiencias y convencimientos que volveremos a encontrar justo
cuando, apenas caída la dictadura y desaparecido el padre, José Antonio entre en la fase activa
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bastante mejor que muchos otros y sobre todo sentir la « naturaleza humana » de la dictadura
mussoliniana. Volveremos a hablar a propósito del muy discutido « fascismo » de José Antonio.
En octubre de 1933 nace la Falange, denominación adoptada después de una larga discusión
entre amigos en casa del aviador Julio Ruiz de Alda. Es de destacar que la letra inicial de Falange
recuerda al mismo tiempo Frente Nacional y Fascio.
El 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid, atestado, tiene lugar el
bautismo de fuego de José Antonio. Ya no se trata de la espléndida disertación en defensa de
quien ha obrado bien por España, no es ya el llamamiento elocuente a los amigos ni únicamente
la vivaz y sincera polémica contra los adversarios. Nace la doctrina- falangista, nace la doctrina
que se llamará, y todavía se llama, joseantoniana. Nace un mensaje nacional, social, civil y no
sólo político. Nace, o por decirlo mejor, se afirma definitivamente el personaje. No es ya el hijo del
dictador desaparecido, es un joven que reivindica valores eternos, que encabeza una incipiente
rebelión ideal. Es la señal de la insurrección, condición y premisa para el « alzamiento » de 1936,
y al mismo tiempo presagio fatal del sacrificio y del martirio. La luz de la idea, que proyecta en el
tiempo y en la historia, la sombra tenebrosa del calvario. Si es cierto lo que narran los biógrafos
españoles, a propósito del discurso del Teatro de la Comedia, si es verdad que José Antonio, muy
nervioso, había perdido todos los apuntes diligentemente ordenados y había tenido que hablar
improvisando el discurso, este hecho constituye un testimonio aún más significativo del pensa-
miento y sobre todo del ánimo de José Antonio. A este respecto escribe el ya citado Gilíes
Mauger: « Se produce en él un curioso desdoblamiento de personalidad. Ha olvidado las frases
del discurso que había redactado, pero de su espíritu arrebatado surgen otras palabras, más
nuevas, más jóvenes, más vibrantes, más inflamadas. » Me permito una corrección. No se trata
de un « desdoblamiento de personalidad ». Se trata de la verdadera personalidad del hombre y
del orador que emerge imperiosa. Se trata del orador de raza, que no olvida el precepto latino: «
Rem teñe, verba sequentur » (Si sabes lo que quieres decir, las palabras vendrán solas).
Memorable, pues, el discurso del Teatro de la Comedia, memorable por el contenido y la forma,
memorable porque se trata, como pocas veces acaece incluso a los más grandes oradores, de un
discurso-acontecimiento, de un discurso inmediata y directamente generador de hechos políticos
determinantes.
Algunas semanas después, nuevas elecciones políticas. Esta vez José Antonio, al
presentarse en Cádiz, en donde la familia paterna era bien conocida, es elegido en noviembre de
1933. Su actividad política es frenética, como diputado, como periodista, como abogado, como
Jefe de la Falange. El 7 de diciembre aparece el periódico « FE ». Significa, el testimonio de una
doctrina que también es un credo, Falange y Fe. Publica los nueve primeros puntos
programáticos, que se convertirán en 27, de la doctrina falangista. El 4 de marzo de 1934, en
Valladolid, se efectúa el encuentro y acuerdo entre la Falange y las JONS. El nuevo partido se
llama: Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, o simplemente, FE de
las JONS. A la cabeza del Movimiento se constituye un triunvirato compuesto de José Antonio,
Ruiz de Alda y Ramiro Ledesma Ramos.
La guerra civil ya está en el ambiente. Al anuncio de la unificación Falange-JONS los
adversarios de extrema izquierda, que quieren introducir a José Antonio en la espiral de la
violencia, responden con una serie de atentados. Un estudiante es asesinado en Madrid mientras
compraba el periódico « FE ». Pocos días después los rojos matan a otro joven falangista de 15
años. Los jóvenes secuaces de José Antonio se impacientan y quieren reaccionar. Una
delegación llega de Toledo y le pide al Jefe que se haga una demostración de fuerza. Alguien
grita: ¿ Debemos dejarnos matar como las moscas ? Impasible, José Antonio responde: « Somos
distintos. No podemos como ellos hacen abandonarnos a actos de barbarie ». Y se opone con
vigor e indignación al proyecto de confabulación que habría tenido por blanco a Largo Caballero,
en un pasillo de la clínica a la que iba en busca de su mujer.
En 1934 José Antonio efectúa un breve viaje de estudio a Alemania, pero no pide ser recibido
por Hitler, con respecto al cual no parece que el joven haya tenido jamás sentimientos particulares
de simpatía o estima.
El 24 de septiembre de 1934, José Antonio escribe al General Franco, al que apenas conocía,
ya que sólo lo había visto una vez en una circunstancia que nada tenía de política, es decir, en
ocasión del matrimonio de Ramón Serrano Súñer, amigo de la infancia de José Antonio, con Zita
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Polo, hermana de Doña Carmen Polo de Franco. ¿Por qué deseando escribir a un militar de alto
rango sobre cuestiones delicadísimas se dirige a Franco, al que conoce superficialmente, y no por
ejemplo a los Generales Yagüe y Mola, amigos del padre y conocidos suyos desde la infancia ?
Sólo hay una respuesta. José Antonio, evidentemente, consideraba al General Franco, de
acuerdo con lo que ya se sabía de él, como el más apto, o quizás como el único idóneo para
realizar sobre el plano militar lo que José Antonio se proponía llevar a cabo sobre el plano
político.
La carta secreta de José Antonio a Francisco Franco es entregada directamente a Serrano
Súñer, cuñado del General. Se trata de una exposición seria y concisa de la situación. Se trata
también de una señal de alarma en relación con el peligro no imaginario de una rebelión roja e
intervenciones extranjeras con la finalidad de quebrar España movilizando los autonomismos de
Cataluña y el País Vasco. No hay pruebas de que la carta tuviera respuesta. El entendimiento
estaba destinado a proseguir en la distancia. Los dos hombres no se volvieron a ver más y
Francisco Franco respondió a José Antonio con el Alzamiento del 18 de julio de 1936.
Los acontecimientos se precipitaron, exactamente en el sentido indicado por José Antonio en
la carta al General Franco. En octubre de 1934, las huelgas de Asturias son de extrema gravedad
y 30.000 obreros toman las armas. Los vascos rebeldes gritan « muera España ». Uno de los
jefes del movimiento autonomista declara: « Para defender nuestra nacionalidad todos los medios
son válidos, desde las bombas hasta la guerra ». Cataluña, bajo la guía del autonomista
Companys se declara completamente independiente de la República Española. El Gobierno,
presidido por el ambiguo Lerroux, y con la presencia de ministros radicales, anárquicos,
liberaldemócratas e independientes, se muestra bastante débil.
El 4 de octubre, en aquella situación difícil, se reúne en Madrid, en el pequeño Centro de
Riscal, el Primer Consejo Nacional de la Falange, en presencia de jóvenes militantes procedentes
de toda España. El 6 octubre es elegido José Antonio Jefe Nacional de la Falange durante tres
años.
La noche del 6 de octubre, concluida la reunión del Consejo, José Antonio ordena a los
delegados que vuelvan a sus lugares de origen y dispone que en caso de revueltas locales o
generales, los falangistas se dirijan a los Cuarteles de la cuidad o a las Comandancias más próxi-
mas de la Guardia Civil. La Falange aún es frágil, desde el punto de vista organizativo, los
militantes no son muy numerosos, no existe un verdadero y propio aparato para-militar; sin
embargo, el valor alcanza el paroxismo y la rápida capacidad para incorporarse a los
acontecimientos como fuerza determinante forma parte del estilo y del prestigio de José Antonio.
Mientras de Barcelona llegan a Madrid los ecos de la rebelión (la radio de Barcelona dice
insistentemente: « Catalanes, ¡ a las armas! »), se comienza a disparar por las callas de la capital.
Delante de los ministerios, en las comisarías de policía, en las oficinas postales, las ráfagas de las
ametralladoras barren las calles. También se dispara desde los tejados y los pisos superiores de
los edificios.
José Antonio ofrece inmediatamente al Gobierno la ayuda de los falangistas para dominar la
revuelta. La oferta no se toma en consideración. José Antonio continúa en su puesto después de
la conclusión del Consejo Nacional. En su despacho, los falangistas armados guardan la entrada
y contra su costumbre también tiene él sobre su mesa dos pistolas cargadas.
La mañana del 7 de octubre Madrid está anormalmente tranquila. Ya no se dispara. José
Antonio se dirige solo a la sede del Gobierno para pedir al Ministro del Interior autorización para
desfilar por las calles de Madrid « para devolver el valor a la población ». El Ministro ni lo autoriza
ni tiene el valor de negarse. Quizás no tome demasiado en serio el propósito de José Antonio, no
cree que sea capaz de improvisar, en aquellos momentos difíciles, una demostración de fuerza. A
decir verdad, el comienzo de la demostración no es confortante. Los jóvenes que siguen a José
Antonio no son más de doscientos. Pero a lo largo del recorrido se logra milagrosamente el
resultado esperado. El ejemplo de coraje crea más valor. Las ventanas se abren, la gente
empieza a bajar a las calles. Centenares de jóvenes se unen a los primeros valientes, se con-
vierten en millares animando todo el centro de Madrid. El milagro, una vez más, se ha realizado.
El creyente ha generado los creyentes. José Antonio está conmovido. Es el 7 de octubre, es decir,
el Aniversario de la Batalla de Lepanto y José Antonio ve en esa fecha histórica un presagio de
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
victoria. El desfile, que había salido de Riscal, llega por las calles del centro hasta la Puerta del
Sol. José Antonio marcha a la cabeza, detrás de él una sola pancarta de gran tamaño con el
escrito: « ¡ Viva la unidad de España! ». Es el único lema que permite el joven Jefe de la Falange.
Es la institución del futuro, de la tarea histórica de la Falange: unidad contra disgregación.
El valor genera valor incluso a nivel gubernativo. La rebelión queda domada con energía. En
Barcelona es arrestado Companys; Azaña parte para un obligado exilio; el General Yagüe recibe
el encargo de restablecer el orden en Asturias y el General Franco es llamado a Madrid.
José Antonio continúa solo en la predicación y también en la practica del valor. Decide ir a
Asturias en donde la sangrienta rebelión apenas ha sido domada por el General Yagüe, viejo
amigo de su padre. Sus más íntimos colaboradores tratan de disuadirlo. Lo juzgan « imprudente
». Responde que « la audacia ahuyenta el peligro » y añade « morir con la libertad en los labios y
en el corazón significa morir en gracia de Dios ». Atraviesa Oviedo a pie, entre las ruinas
humeantes. Ninguno osa afrontarlo. Vuelto a Madrid, no duda en asumir posturas provocatorias
para que se sepa ya que la Falange está en pie de guerra frente a aquéllos que quieren dividir a
España. Se entera de que el jefe separatista catalán Sbert se encuentra en Madrid, en el Hotel
Savoy. Se dirige al hotel, entra en el salón, le indican quién es Sbert, que está en compañía de
una señora, va al encuentro de ambos e invita al hombre a que se vaya, añadiendo que la señora
puede quedarse. Los dos se alejan con prisa y sin respirar. Todo Madrid habla del asunto y
todavía lo hace un historiador antifascista para denunciar la « violencia » del gesto. No obstante,
es evidente que se trataba sólo y principalmente, de arrogancia española; sí, una arrogancia, si
queremos, al servicio de un rumbo político coherente y adecuado a los tiempos.
Páginas amargas inmediatamente después de los éxitos del joven Jefe de la Falange, como
sucede en todos los partidos. Rotura personal y política con Ledesma Ramos, el fundador de las
JONS, a tal punto que José Antonio se ve obligado en enero de 1935 a decretar la exclusión de
Ledesma de la Falange. Nace la polémica, probablemente de la mal digerida elección de José
Antonio como Jefe durante tres años de la Falange, como habíamos dicho. Los triunviratos
determinan siempre y en todas partes las mismas consecuencias psicológicas. Pero aún hay más.
Se, acusa a José Antonio, no sólo fuera sino dentro de la Falange y especialmente de las JONS,
es decir, de los sindicatos, de que es un « señorito », de noble familia, de mentalidad burguesa.
Acusa que entra en la lógica de los sindicatos obreros de cualquier parte del mundo pero que en
este caso particular es de lo más absurdo. En realidad, José Antonio tiene indudablemente el
complejo de « señorito », pero lo tiene en el sentido inverso, lo tiene para rechazarlo, para
deshacerse de él, para aborrecerlo, lo tiene para llegar, como veremos, a unas enunciaciones que
pueden sin más ser consideradas como demagógicas o populares, pero no ciertamente
reaccionarias. Pero la irritación y la envidia por su elección como Jefe indiscutible de toda la
Falange y la fácil sospecha de reaccionarismo de casta, determinan la ruptura entre Ledesma
Ramos y José Antonio, poniendo a este último en grave dificultad con la juventud intelectual,
obrera y campesina que milita en la Falange y en las JONS.
De nuevo surge aquí una vez más el inegualable estilo de José Antonio, su gran carga de fe y
valor. Se dirige inmediatamente después de la expulsión de Ledesma a la sede del sindicato.
Provocador, a la manera goliardesca, no va vestido con la camisa azul ritual sino con un traje
elegantísimo gris y camisa blanca. Ramiro no aparece pero la sala está llena de obreros que
acogen a José Antonio con gritos hostiles. Es la primera protesta en su ambiente. Les hace frente
exclamando: « Escuchadme. Quizá salga muerto de este cuarto. Pero lo que aseguro es que
antes de matarme habréis oído a este señorito ».
Media hora después, José Antonio sale casi en triunfo entre saludos y aclamaciones. Con él
se quedan las tres cuartas partes de las JONS, junto a Onésimo Redondo y sus escuadras
catalanas.
La polémica con Ledesma estaba destinada a continuar, mejor dicho a exasperarse, con
duros ataques periodísticos por ambas partes. Pero también estaba destinada a concluir serena y
trágicamente. En mayo de 1936 Ledesma se entera de la detención de José Antonio. El 29 de
octubre de 1936 Ledesma será asesinado con crueldad por los rojos en Madrid, precediendo en
el martirio poco menos de un mes al amigo reencontrado.
El año 1935 transcurre con una calma sorprendente aunque relativa. Es la calma que precede
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
a la tempestad. La más grande personalidad política del Gobierno es el Ministro de la Guerra Gil
Robles, el cual se dedica a bloquear los efectos negativos de la propaganda marxista en el
ejército, nombrando al General Franco Jefe del Estado Mayor Central. Pero el Presidente del
Consejo Lerroux se inclina visiblemente hacia la izquierda favoreciendo la constitución del Frente
Popular.
En el verano de 1935, José Antonio debe hacer importantes declaraciones a su Junta Política.
Se decide que, como en otras ocasiones, la reunión se celebre al aire libre en la Sierra de
Gredos. La cita es para el 16 de junio, en un pequeño albergue de montaña, de los llamados
paradores y que son mitad para poetas y mitad para enamorados. José Antonio llega con retraso
porque proviene de Badajoz, en donde ha tenido una causa criminal. El Jefe continúa ejerciendo
intensamente la profesión aunque ahora sea diputado. Llega en automóvil, lleno de polvo. Sube a
lavarse y baja para cenar. Hay una pareja de recién casados, en viaje de bodas, en una mesa
reservada. La esposa es la duquesa que había sido novia amadísima de José Antonio y que lo
había abandonado como consecuencia del veto familiar. José Antonio se dirige hacia la pareja,
besa la mano a la esposa, saluda al marido, les desea felicidad, vuelve con los amigos, cena muy
poco, se retira temprano y desaparece hasta la mañana siguiente. Alguien dijo que no quería
dormir en aquel albergue.
Por la mañana informe al aire libre. José Antonio describe la situación política ajustándose a
la realidad. En febrero de 1936 habrá elecciones. José Antonio prevé el avance de la izquierda y
el retorno de Azaña al poder y deduce que semejante gobierno estará prácticamente en las
manos de los comunistas. España se sumirá en la anarquía y el comunismo aprovechará la
oportunidad incluso a escala internacional. Es necesario prever lo peor, continúa José Antonio
con sentido práctico, y en particular, hay que prever que la Falange será duramente perseguida. E
Jefe continúa, esta vez con algo positivo. El único camino para la salvación es una insurrección,
que debe unir a todos los hombres con valor y fe. Con la ayuda de un General (José Antonio no lo
nombra) muchos miles de hombres concentrados cerca de la frontera portuguesa, en la provincia
de Salamanca, marcharán sobre Madrid. Se alzan voces jóvenes impacientes: ¿, Cuando ? José
Antonio se torna de nuevo impenetrable: «Se sabrá en el momento oportuno ».
La reunión se disuelve en un clima de vigilia: los jóvenes falangistas acaban de saber que su
Jefe se muestra decididamente partidario de la Cruzada de liberación de España de sus
enemigos internos y externos. La consigna es ahora prepararse en espera de la hora X.
Durante el resto del año José Antonio se dedica a la labor parlamentaria, con discursos
importantes sobre la reforma agraria y, en octubre, sobre el conflicto abisinio y las sanciones
contra Italia. José Antonio pide la neutralidad de España, y en cuanto a las iniciativas y preten-
siones de Inglaterra, declara con firmeza: « Nada debemos a Inglaterra. ¡, Tendré que hacer
pasar por vuestro espíritu el recuerdo de Gibraltar ? ».
El 3 de diciembre de 1935 nace el « Cara al Sol ». El himno se concibe entre unos cuantos,
con la dirección de José Antonio, en los sótanos de « Or konpon » el restaurante vasco de
Madrid.
El año 1935 termina lírica y sentimentalmente para José Antonio y se inicia 1936, el año
decisivo y desgraciadamente definitivo en su breve existencia, en un clima tenso y candente;
sucede lo que José Antonio había previsto con lucidez en la reunión del verano. Disueltas las
Cortes el 15 de diciembre de 1935, se fijan las elecciones políticas para el 16 de febrero de 1936.
Para responder al Frente Popular de las izquierdas, las derechas españolas intentan una alianza
general. Pero la tentativa fracasa y en ese momento aparece una interrogante a la cual han
intentado responder todos los biógrafos de José Antonio, y en particular los que han estudiado,
como es el caso del Profesor Fergola, la historia de la derecha española.
¿ Por qué ha fallado toda tentativa de unir a la derecha excepto cuando la dictadura de
Franco ? ¿ Por qué las derechas con esa actitud han favorecido prácticamente el avance del
frente de izqiuerdas ? Trataremos de responder más adelante y por ahora nos limitaremos a
registrar los acontecimientos decisivos de 1936.
En 1936 lo Jefes de las tres fracciones importantes de la derecha española son: José Antonio
a la cabeza de la Falange y de las JONS; Calvo Sotelo, de tendencia monárquica, al frente de
Renovación Española y Gil Robles, líder de la CEDA, formación de inspiración monárquica. José
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Antonio, como hemos visto, ha sufrido una leve sangría como consecuencia de la salida de
Ledesma Ramos y sus amigos sindicalistas; debe estar atento para que no lo confundan con una
derecha virtualmente « reaccionaria ». Por otra parte, los monárquicos, desconfían
extremadamente del hijo de Primo de Rivera, porque saben bien que en su ánimo existe la
enemistad con respecto a una monarquía que no se ha portado bien con su padre. Además, José
Antonio está decidido a no abandonar ni moderar los 27 Puntos de la Falange, comprendido el
lema: « Por la Patria, el Pan y la Justicia », que a los aristócratas no agrada a causa de la
equiparación entre Patria y Pan e incluso entre Patria y Justicia. En fin, entre José Antonio y
Calvo Sotelo, dos hombres cuya unión hubiera influido de manera estremadamente positiva en
los destinos de España, o al menos en los resultado electorales de aquel año, había un mal
entendido que se remontaba al tiempo en que Calvo Sotelo era Ministro de Hacienda en el
Gobierno de Primo de Rivera. José Antonio juzgaba a Calvo Sotelo demasiado frío y demasiado
atado a fórmulas de «politique d'abord »; en resumen, demasiado oportunista.
El caso político personal de Calvo Sotelo era, por lo demás, bastante complicado. Había sido
elegido dos veces diputado después de la caída de Primo de Rivera, en 1931 y 1935, pero en
ambos casos se había quedado en París, donde se había refugiado para evitar el proceso que
sus colegas de Gobierno habían padecido. Sólo después de que fuera aprobada la ley de
amnistía regresó a la Patria, presentándose de nuevo.
Tampoco esto era del agrado de José Antonio cuyo temperamento rehuía cualquier género
de compromiso. Hubiera querido que Calvo Sotelo desafiara a las Cortes desde 1931 en adelante
y se presentara a defender la obra del Gobierno de Primo de Rivera a pecho descubierto. Así,
pues, cuando Calvo Sotelo toma la iniciativa, en vista de las elecciones, de ofrecer un acuerdo
político a José Antonio, éste lo rechaza secamente, enviando al « ABC » un comunicado que
dice: « Falange Española de las JONS no piensa fundirse con ningún otro partido de los
existentes ni de los que se preparen, por entender que la tarea de infundir el sentido nacional en
las masas más numerosas y enérgicas del país exige precisamente el ritmo y el estilo de la
Falange Española de las JONS. Esta, sin embargo, bien lejos como está de ser un partido de de-
rechas, se felicita de que los grupos conservadores tiendan a nutrir sus programas de contenido
nacional en lugar de caracterizarse, como era frecuente hasta ahora, por el propósito de defender
intereses de clases ».
A pesar de estas apriorísticas tomas de posición, de una y de otra parte, con la proximidad de
las elecciones, y visto que los acuerdos son una oportunidad técnica, dado el tipo de ley electoral,
que premia las formaciones compuestas y castiga a los partidos más pequeños, se reanudan los
contactos y las tentativas de acuerdo. José Antonio se reúne varias veces con Calvo Sotelo
incluso alguna con Gil Robles. Pero es un desastre, ya que en el reparto de puestos se quiere
que la Falange tenga la parte del pariente pobre y José Antonio decide presentarse solo. Junto a
su primo Sancho Dávila se presenta por Sevilla y no por Madrid, ya que piensa que han de
prevalecer los comunistas por un lado y los monárquicos por el otro.
Según las previsiones de José Antonio, el Frente Popular gana las elecciones y Azaña vuelve
al poder. José Antonio paga con la derrota electoral su hostilidad contra cualquier clase de
compromiso.
Cada vez más convencido de que están a punto de sonar las horas decisivas del destino de
España, y alarmado ante las fuerzas abrumadoras de sus adversarios y enemigos de la Patria,
José Antonio en ese momento confía en la « real-politik » y se dirige directa y públicamente a
Azaña. En el periódico « ARRIBA » del 23 de febrero, a una semana de las elecciones, pide
encarecidamente el Presidente que salve España y le aconseja la formación de un Gobierno de
amplia base nacional, excluyendo a los marxistas y separatistas. Puede parecer ingenua esta
improvisada jugada de José Antonio, pero existe un precedente que la justifica en parte o al
menos la esclarece. En el mismo periódico « ARRIBA », algunos meses antes, el 31 de octubre
de 1935, José Antonio había escrito: « Azaña volverá a gobernar...De nuevo España, ancha y
virgen, atemorizada y esperanzada, le pondrá en ocasión de adueñarse de su secreto. Sólo si lo
encuentra tendrá un fuerte mensaje que gritar contra el rugido de las masas rojas que lo habrán
encumbrado. Pero Azaña no dará con el secreto: se entregará a la masa, que hará de él un
guiñapo servil, o querrá oponerse a la masa sin la autoridad de una gran tarea, y entonces la
masa lo arrollará y arrollará a España ».
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
La cita demuestra que Azaña, según el juicio expresado por José Antonio, era un enemigo,
pero lo era « internamente », por dentro, sin ser irremediablemente prisionero del juego macabro
llevado a cabo por las internacionales unidas al Frente Popular. En resumen, un enemigo en
condiciones de comprender o quizás intuir el « secreto » de España; es decir, la visión mística y
política al mismo tiempo de José Antonio, la certeza de la victoria de los valores eternos
representados por España sobre las fuerzas del mal aliadas para dividirla y derrumbarla.
Por lo tanto, puede que sea verdad la noticia dada por algunos biógrafos, de que el joven Jefe
de la Falange habría sido recibido por Azaña pocos días antes de su arresto. La versión más
sugestiva del probable coloquio es la siguiente:
Azaña manda a llamar a José Antonio y le propone que se vaya de España con un
salvoconducto especial. ¿ Quiere salvarlo ? ¿ Quiere quitárselo de encima sin recurrir a la
violencia ? es difícil de decir. José Antonio rechaza la oferta y responde: « Mi madre está
demasiado enferma para que yo la abandone ». Azaña sabe muy bien que la madre de José
Antonio había fallecido hacía muchos años y asombrado, un tanto embarazado, se lo recuerda a
José Antonio. « Cierto, responde el joven, lo recuerdo bien. Pero desde aquél instante yo tengo
una so-\ la madre, España, y es esta madre España la que está I profundamente enferma. No
puedo dejarla ». Y le da la Respalda.
Puede ser, caso de que la noticia del encuentro entre José Antonio y Azaña fuera falsa, que
la exhortación para que abandonara España se la hiciera Azaña de manera indirecta. Sin
embargo, es cierto que al día siguiente de las elecciones, José Antonio viene convocado a la
sede del Gobierno por el Presidente del Consejo, Manuel Pórtela Valladares, el cual, atemorizado
por las manifestaciones marxistas después de la victoria electoral del Frente Popular, quiere
asegurarse que los falangistas no responderán a las provocaciones. José Antonio le responde
duramente: « No permitiré que mis hombres sean sacrificados como borregos. Concierne al
Gobierno, y no a mí, mantener el orden ».
También los amigos están preocupados por la suerte personal de José Antonio. Le sugieren
que se refugie en Portugal, en donde todo está preparado para acogerlo. Rechaza la idea con
indignación y mientras tanto intenta salvar la organización de la Falange. Ya no es posible pagar
el alquiler de la sede, las oficinas se trasladan a un pequeño local lejos del centro de Madrid, en la
calle de Nicasio Gallego. Pero también aquí llega la policía. El 27 de febrero, por orden
gubernativa, se sellan las puertas del nuevo local de la Falange y se suprime el periódico «
ARRIBA » cuyo último número sale el 5 de marzo.
La violencia se desencadena una vez más y desgraciadamente en esta espiral de violencia
hay incluso algunos muchachos de la Falange. José Antonio ha presentido el peligro y en el
Parlamento, unos meses antes, el 8 de noviembre de 1935, había declarado: « La Falange puede
decir que ni una sola vez se le ha probado una agresión ». El clima de la guerra civil hace vano
cualquier llama miento. El 11 de marzo un joven estudiante universitario falangista es asesinado
en Madrid. Los jóvenes falangistas deciden la represalia y se proponen agredir al diputado
socialista, Profesor de la Facultad de Derecho, Luis Jiménez de Asúa, bien conocido como
instigador de la violencia roja. Pero el golpe fracasa, agredido delante de su casa, el diputado
socialista se salva, muere un guardia de su escolta e inmediatamente hay un pretexto para que
las izquierdas especulen en contra de la Falange.
Mientras tanto, en la Cámara, Calvo Sotelo denuncia valientemente las violencias de los
rojos. Los datos referidos por Calvo Sotelo son impresionantes y nadie los desmiente; incluso hoy
día constituyen el banco de prueba más elocuente acerca de la verdadera responsabilidad de la
guerra civil española.
Del 17 de febrero de 1936, el día siguiente de las elecciones, hasta la mitad de marzo: 106
iglesias incendiadas, de las cuales 56 completamente destruidas, 345 heridos y 74 muertos en las
calles. Calvo Sotelo, interrumpido en vano por los diputados de la izquierda, concluye su relación
estadística y para confirmarla lee un fragmento del periódico rojo Claridad: « Nos acercamos a la
última consecuencia de nuestro triunfo electoral. ¿Volver a la legalidad como quieren las derechas
? ¿ A qué legalidad ? Nosotros no conocemos más que una: ¡ la Revolución! »
El 14 de marzo, en el domicilio de la calle de Serrano, por la mañana, mientras José Antonio
está trabajando, su hermana Pilar le grita: « ¡ Abre, José!, quieren que vayas a la Dirección
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
General de Seguridad ». José Antonio se prepara como si saliera a dar un paseo y le dice en voz
baja a la hermana: « Di a Fernando que trate de verme mañana a primera hora. No entreguéis
mis cartas personales y quema las que están en los cuadernos ». Pilar le responde: « Se hará
como mandas ». José Antonio deja la casa acompañado de los policías.
El Director General de Seguridad, un tal Alonso Mallol, es un personaje que se siente
importante. José Antonio no permite que le quiten de la chaqueta la insignia de la Falange. Una
guardia se dirige a él burdamente injuriándolo. José Antonio mirándole a la cara le dice: « Tú
hablas así en este sitio con el uniforme y una pistola. Fuera de aquí no serías capaz de repetir
estos insultos ». Le acusan de haber roto los precintos de la sede de la Falange. Respondiendo
de modo altanero se niega a justificarse y luego se recluye en un despreciativo silencio. El
Director asume un tono indagador, insiste, acosa. Por último José Antonio rompe el silencio y con
gran satisfacción del inquisidor afirma que tiene que hacer una declaración muy importante. Pide
la presencia de testigos y de un escribano que pueda transcribir la declaración. Siempre más
satisfecho, pensando en la segura promoción, el celoso funcionario toma medidas y da órdenes.
Todos esperan con ansiedad. Entonces, buscando bien los palabras, José Antonio declara: « Los
sellos los ha roto el señor Director General de Seguridad de la República con sus cuernos ».
El comportamiento despreciativo de José Antonio ni agrava ni atenúa su situación. Sabe
perfectamente que su arresto se ha decidido con anticipación. En realidad arrestan
contemporáneamente a los componentes de la Junta Política y a muchos otros falangistas. Todos
pasan la noche en los calabozos de la Dirección General de Seguridad.
José Antonio redacta rápidamente, y logra por misteriosos canales que salga a la luz del sol,
un manifiesto-proclama en el que estigmatiza los errores y culpas del Gobierno « Pequeño
burgués » y lanza un llamamiento a la población. El manifiesto termina así: « Ahora que está el
Poder en las manos ineptas de unos cuantos enfermos, capaces, por rencor, de entregar la Patria
entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su promesa y os convoca a todos —
estudiantes, intelectuales, obreros, militares, españoles — para una empresa peligrosa y gozosa
de reconquista. ¡ ARRIBA ESPAÑA ! ».
A la mañana siguiente el manifiesto circula por las calles de Madrid. El Presidente Azaña
encuentra un ejemplar en su oficina. Esa misma noche José Antonio es transferido a la Cárcel
Modelo de Madrid.
Cuando entró José Antonio en la cárcel la mayor parte de la población reclusa se componía
de detenidos políticos de diversas extracciones e incluso algunos presos comunes. La Cárcel,
situada en los barrios nuevos de Madrid, cerca de la Ciudad Universitaria, se llamaba también el «
abanico », a causa de sus cinco galerías, dispuestas en círculos concéntricos, sobre los cuales se
abrían las celdas.
José Antonio no pierde la moral, es más, toma con gran filosofía su desgracia. Como
prácticamente todo su Consejo Político está en la prisión, declara sonriendo que la Cárcel Modelo
se ha convertido en el Cuartel General de la Falange. Los presos aún no juzgados gozan, en ho-
nor de la verdad, de una semilibertad en el interior de la cárcel. Celebran sesiones de trabajo y se
dividen en grupos de estudio. Por la tarde juegan al fútbol en el patio de la prisión. Las visitas son
prácticamente libres, una hora al día, de las doce y media a la una y media. José Antonio se
aprovecha de esa circunstancia para filtrar las consignas que se publican clandestinamente en el
periódico que ha sustituido al prohibido « ARRIBA » y que se titula un poco orgullosamente « No
importa ». Las visitas femeninas son numerosas. La familia quiere enviarle la comida de un
restaurante, pero José Antonio tan sólo desea el rancho de la cárcel.
José Antonio organiza su vida carcelaria: escribe artículos para « No importa », relee los
artículos de los colaboradores, redacta las consignas para toda la Falange y toma medidas para
que lleguen a la calle, y el resto del tiempo se dedica a leer. En algunos meses lee más de siete
mil páginas: libros de historia, de Salustio a Trotsky; libros de filosofía y de ciencias sociales, con
particular predilección por Sorel, del cual relee varias veces las « Reflexiones sobre la violencia ».
Escribe una autobiografía que ha desaparecido. Se titulaba « El navegante solitario », un viajero
que contempla cómo transcurre la propia vida como un paisaje visto desde el tren. ¡ Breve viaje
cuya última parada está ya vecina !
Los domingos se celebra la Misa en la Cárcel. El 12 de abril es Pascua de Resurrección y
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todos comulgan.
Del primer número « No importa » se tiran dos mil ejemplares. La distribución es difícil pero
Raimundo Fernández Cuesta y unos pocos colaboradores, consiguen que llegue a todas partes.
Los boletines se colocan entre la prensa socialista que se vende en los quioscos. En la provincia
se confeccionan otras hojas clandestinas falangistas. José Antonio logra enviar al General Mola
un mensaje en el cual se comunica que ya hay cuatro mil falangistas dispuestos a secundar la
revuelta militar.
En abril hay una posibilidad de liberar a José Antonio que pronto se esfuma. En la
circunscripción de Cuenca hay una sede vacante de diputado. El hermano Miguel organiza la
campaña electoral de José Antonio, pensando en que así podría obtener la inmunidad
parlamentaria. Miguel arriesga la vida por su hermano, se libra de atentados, le incendian el
automóvil, y al final de la breve campaña electoral lo encarcelan.
Desgraciadamente el resultado es negativo. ¿ Cómo se puede pensar en unas elecciones en
medio de tales circunstancias ? El Gobierno se sirve de todo cuanto está a su alcance, legal o
ilegalmente para impedir la elección de José Antonio. El fracaso hubiera sido demasiado
importante.
Inmediatamente después comienzan los procesos contra José Antonio que decide defenderse
a sí mismo. A finales de Mayo el primer proceso. Las acusaciones son:
a) Delito de prensa clandestina; b) ilegalidad de la Falange; c) insultos al Director General de
Seguridad; b) tenencia ilícita de armas.
Mientras que sobre los tres puntos primeros José Antonio consigue defenderse ampliamente
y sin pasión, el cuarto punto le hace perder los estribos. En realidad, se trata de un montaje
evidente, porque el registro que ha revelado la presencia en su casa de varias pistolas, ha tenido
lugar varias semanas después de su arresto y todo parece indicar que las armas han sido
colocadas adrede en el domicilio de un hombre que en las ocasiones más peligrosas no
acostumbraba a ir armado. Llegando a este punto, José Antonio no consigue dominarse y
arrancándose la toga la pisotea. El Secretario reacciona lanzándole un tintero que le golpea en la
cara y le hiere. Aquí termina el incidente. El 28 de mayo los jueces dictan una primera sentencia
reconociendo la legalidad de la Falange. Es el dato esencial para el éxito positivo de todo el
proceso. Pero el Tribunal Supremo la anula por vicio de forma. Se fija otro proceso para el 5 de
junio que se celebrará en el Palacio de Justicia y no en la Cárcel Modelo. El Palacio de Justicia
está cerca de las Salesas.* ¡ Cuántos recuerdos para José Antonio! Aquí fue bautizado en 1903 y
veinte años después había prestado su juramento de abogado.
José Antonio empieza su propia defensa con absoluta independencia, como si se tratara de
defender a cualquier cliente. Lá Sala es un hervidero humano. Está llena de falangistas que gritan
su propia solidaridad y de adversarios de izquierda que vocean improperios. La prima Lola, fa-
mosa en los ambientes falangistas por su valor, grita a José Antonio que abofetee a los que van a
juzgarle. La echan de la Sala, la arrestan y va a parar a la cárcel. En días sucesivos nace en torno
a ella una canción popular: « Lola Primo de Rivera, esta flor de España, nunca será diputado... ».
Después de la audiencia, José Antonio se dirige a la Sala de Togas y pasa a la biblioteca para
reposar un momento. Le rodean numerosos excolegas que le felicitan por su oratoria en un clima
tranquilo que no hace presagiar lo que está por suceder. Parece que todo se ha olvidado: José
Antonio bromea y ríe hasta que se abre la puerta y aparecen los policías que han de acompañarlo
de nuevo a la cárcel. El joven saluda a los amigos y conocidos y dice: « Ya vienen por mí. Tengo
que dejaros y volver allá. Lo siento porque la mañana está esplendida; Madrid, bellísimo Madrid,
es mucho mejor cuando hace tiempo que no se le ve, y... me hubiese gustado pasear ».
Tiene que volver para actuar como Letrado en el Supremo el 24 de junio.
Pero José Antonio ignora que para ese día algunos amigos han organizado un plan para su
evasión. En el Colegio de abogados se debería poner un mono y huir por una puerta de servicio.
Llegado este momento sucede algo misterioso. ¿Una delación, una indiscreción, una
confidencia, una traición ? José Antonio hará mención al respecto en su testamento, pero tan
evasivamente que es imposible una comprobación evidente. Es un hecho que la misma noche de
aquel 5 de junio, probablemente en relación con un « soplo », sin alguna explicación, se advierte
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aterrorrizada, le dice que volverá y sube a la camioneta con los guardias. Sin embargo, el
vehículo no sigue la calle que conduce a la Dirección de Seguridad sino que se dirige al
Cementerio del Este. Unos minutos más tarde, Calvo Sotelo es asesinado con un disparo a la
nuca.
José Antonio se entera de la noticia dando visibles muestras de abatimiento, pero no piensa
que sea el fin sino el principio. Comprende que ha llegado el momento de la gran conmoción, y el
17 de julio, a la vigilia del Alzamiento de Franco, del cual no puede estar informado, lanza un
manifiesto clandestino que puede salir de la cárcel, un llamamiento a la sublevación. El manifiesto
dice que se trata de salvar a « nuestra vieja España, misionera y militar, labradora y marinera ».
En el manifiesto se condena expresamente el asesinato de Calvo Sotelo.
La dura existencia en la Cárcel de Alicante se ve atenuada con una noticia que conforta a los
prisioneros. Después de un viaje lleno de aventuras llegan la querida tía Ma; la hermana de José
Antonio y Miguel, Carmen, y la mujer del propio Miguel, Margot. Se instalan en un pequeño hotel y
todos los días visitan a los dos prisioneros. En particular, la joven esposa Margot, está perma-
nentemente delante de la puerta de la cárcel, con el automóvil, con el temor de que se lleven a su
marido y lo maten. Sin embargo, a partir del comienzo de la guerra civil, todo contacto con el
exterior es prohibido a los prisioneros suspendiéndose las audiencias. El 1 de agosto detienen a
las tres mujeres recluyéndolas en la misma cárcel en el sector dedicado a mujeres. Quizás
acogen con secreta satisfacción tan inicua medida porque, al menos así, pueden sufrir junto a los
dos prisioneros.
La soledad en la cárcel es absoluta. Solamente queda interrumpida a causa de una entrevista
concedida a un redactor del periódico inglés News Chronicle, que aparece el 24 de octubre. José
Antonio lee mucho. Esta vez las lecturas son en su mayor parte morales y religiosas. Aunque
aparenta tranquilidad y seguridad, el joven se prepara para la muerte. Lee y relee la obra de
Alexis Carrel: « El hombre, ese desconocido ». Cada día medita una página de la Biblia que le ha
enviado su amiga Carmen Werner.
Compone poesías y ensayos de los cuales no conocemos ni tan siquiera los títulos.
El ambiente, ya se ha dicho, no es estimulante. Muchos detenidos comunes lo insultan y le
lanzan miradas torvas durante la hora del paseo en el patio. A pesar de todo esto, gracias a su
interés, consigue que se mejoren el rancho y las instalaciones de las duchas.
No faltan los tentativos, o más bien los proyectos, para salvar y liberar a José Antonio, incluso
porque al avecinarse la guerra civil a Alicante, se teme que los prisioneros sean asesinados como
ya ha sucedido en otras partes. Algunos proyectos son manifiestamente absurdos como aquel
que consistía en encargar a un célebre boxeador Gaseo que derrumbara el portón de la prisión.
Otro tentativo podría haberse realizado si el ejecutor no hubiera sido descubierto. Se trata de
Aznar, el Jefe de la Milicia Falangista, que no han podido detener y desembarca en la rada de
Alicante de una nave extranjera. El Generalísimo le ha dado una fuerte cantidad de dinero para
que pueda sobornar a los guardianes. Pero antes de que Aznar pueda intentar la operación, la
dirección de la cárcel está al corriente de todo y debe embarcarse a toda velocidad para evitar su
captura.
Amigos prestigiosos y hasta adversarios políticos, como el Conde de Romanones, intentan
que algunos gobiernos extranjeros intervengan. El Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno
francés de León Blum, Yvon Delbos, envía una nota al Gobierno español intercediendo a favor de
José Antonio. La nota llega demasiado tarde. Incluso unos jóvenes falangistas de Alicante y Elche
intentan un desesperado asalto a la cárcel. Pero todo termina con una horrible matanza en un
palmeral vecino. José Antonio, naturalmente, ignora todos estos tentativos. Se repite a sí mismo
el verso de Rilke: « Señor, no te pido una vida feliz sino la gracia de una muerte digna ».
El nuevo proceso empieza el 13 de noviembre y termina el 18 a última hora de la mañana.
Junto a José Antonio es juzgado su hermano Miguel y también la cuñada Margot, acusada de
haber facilitado unas pistolas a los prisioneros. Algunos guardianes, considerados cómplices, son
también procesados.
José Antonio se defiende a sí mismo y es abogado defensor de los demás. La Sala de la
Audiencia, situada en el primer piso de la cárcel, es larga y baja de techo. Los jueces se sitúan en
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una tarima, mientras José Antonio se coloca a su izquierda, delante de una mesita sobre la cual
puede colocar los apuntes. Pide una toga que no le es concedida. Viste un traje de franela gris en
vez del habitual terno azul.
Cuando José Antonio entra en el Aula es recibido con gritos hostiles de los rojos presentes.
Naturalmente no hay falangistas. Algunos incluso hacen algo más que gritar; se van hacia el
prisionero para insultarle amenazándolo con los puños. Más tarde se calman y José Antonio
puede hablar prolongando su defensa por algunas horas. Los jueces abandonan la Sala para
reunirse a deliberar. Cuando vuelven a entrar el Fiscal comienza la lectura del veredicto. El
periódico « El Día de Alicante » describe así la escena: « Primo de Rivera oye la cantilena como
quien oye llover. No parece que aquello, todo aquello tan espeluznante, rece con él. Mientras lee
el Fiscal, él lee, escribe, ordena papeles, todo sin la menor afectación, sin nerviosismo ». La
sentencia es la siguiente: absolución de los guardias y de Margot, Miguel es condenado a treinta
años de reclusión y José Antonio a la pena de muerte por haber organizado la sublevación militar.
Todos son condenados a pagaf quince millones de multa además de las costas del proceso.
Margot rompe a llorar, Miguel baja la cabeza y José Antonio, alzándola y con rostro casi
alegre dice a la cuñada y al hermano: « Estáis a salvo ». Margot continúa llorando y José Antonio
le pide perdón: « Margot, nuestro nombre ha sido para ti no una fuente de felicidad sino causa de
dolor ».
Algunos amigos que han logrado entrar lo rodean abatidos.
Y como alguien le dice que está en juego no sólo el destino de España sino también el de la
Falange, les responde: « Mi muerte será para la Falange un dolor pero no un daño irreparable ».
Luego vuelve a ser de nuevo el abogado y José Antonio explica que la sentencia no es
definitiva porque la ley le consiente apelar. Pero inmediatamente una segunda sentencia del juez
rechaza la apelación. José Antonio recuerda entonces que el Artículo 238 del Código autoriza la
petición de gracia.
La pena de muerte puede ser conmutada por la cadena perpetua; hay que comunicar la
sentencia al Jefe del Gobierno, Largo Caballero, que tiene el derecho de gracia. (Se ha dicho
después, que la orden de condenarlo a muerte había sido enviada directamente de Moscú, a
través del Embajador soviético Rosemberg, al socialista Largo Caballero, Jefe del Gobierno títere
de Madrid).
La sesión termina y los prisioneros abandonan la Sala para volver a sus celdas. El silencio es
absoluto y ya nadie se atreve a injuriarlos. En el mismo día, desde la tarde del 18 de noviembre,
el condenado permanece en una celda completamente solo. José Antonio permanecerá en la cel-
da desde el miércoles por la tarde hasta el viernes por la mañana.
Al quedarse solo consigo mismo, con toda su vida, con la imagen premiante de la muerte,
José Antonio dedica la tarde del miércoles 18 a redactar el testamento, que es un documento
político además de humano de gran valor, sobre el cual volveremos en otro momento.
Pide un Notario para poderlo inscribir pero se le deniega la petición. Entonces pide hilo y cose
los folios para que no se pierdan, Aquella misma noche lo visita un sacerdote. Se trata de un
anciano religioso, el Padre Planelles, que también está detenido en la prisión y que diez días
después no escapará de la matanza de prisioneros políticos. Nada sabemos de aquella
conversación en el umbral de la muerte, entre el viejo sacerdote y el joven patriota; pero, ¿ cómo
no pensar en aquellas vigilias cristianas de martirio y de Paraíso que han consagrado toda una
época lejana y, si bien se pensa, han consentido la supervivencia de la civilización después de la
tenebrosa noche de los bárbaros ?
En el transcurso del jueves 19, José Antonio escribe muchas cartas, que desgraciadamente
se han perdido en parte, o porque no llegaron a su destino o porque los destinatarios las han
custodiado celosamente. Las que conocemos denotan una gran serenidad. La caligrafía es muy
clara y sencilla; en el papel se ha tachado el membrete de abogado y la dirección de Madrid y en
su lugar se han escrito las palabras: Prisión Provincial de Alicante.
Entre las cartas que conocemos, una de las más conmoventes es la dirigida a la tía monja,
hermana del padre, a la que José Antonio quería mucho. « ...estoy preparado para morir bien, si
Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva » escribe
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José Antonio. Incluso hay en la carta un poco de ironía, habitual en él, cuando añade que: « ...no
te digo que pidas por mí, porque sé que lo harás sin descanso y que moverás a hacerlo a tus
hermanas en religión, cuya inagotable caridad tal vez algunas veces abra paso al deseo
retrospectivo de no haber tenido en la Comunidad una monja perteneciente a familia tan agitada
».
En todas las cartas, junto a la preparación cristiana para la muerte, alberga la esperanza de
que se le dispense del martirio. No toma la actitud del héroe, no esconde los efectos humanos de
su tormento y sus esperanzas. Al querido amigo Ruiz de Alda le escribe sin poder imaginar que
ya le ha precedido en el camino hacia el más allá: « ...creo que aún podría ser útil mi vida, y pido
a Dios que se me conserve. Si El lo dispone de otra manera, moriré confortado con el ejemplo de
tantos que cayeron más jóvenes que yo y más humilde y silenciosamente ... Dios os ilumine a
todos y os mantenga unidos ».
En las cartas a sus « leales, infatigables, generosos e inteligentísimos compañeros de trabajo
» les pide perdón por haberlos arrastrado a los peligros de la vida. En una carta a Lola, la
generosa y valiente prima y ahijada, no olvida de hacer mención a « cierto magnifico gordo », el
novio, que ya considera como de la familia.
La noche del jueves 19, se le concede el último deseo come condenado. Le autorizan a entrar
en la pequeña celda, mal iluminada, en la que esperan tres mujeres. Son la tía Ma, la hermana
Carmen, la cuñada Margot, tres magníficas mujeres de España, que han seguido a José Antonio
y Miguel hasta la propia cárcel. Entra acompañado de milicianos que se colocan al fondo de la
habitación, en presencia del director de la cárcel, con el reloj en la mano. El encuentro no debe
durar más de veinte minutos. El encuentro es arduo, más para él que para las mujeres, que
pueden desahogarse con el llanto. El debe contenerse, debe dejar un recuerdo sereno, debe
incluso alimentar las últimas absurdas esperanzas. Por suerte José Antonio no sabe siquiera que
su hermano más pequeño, Fernando, ya había sido fusilado el 22 de agosto, en la cárcel Modelo
de Madrid. La emoción más fuerte la experimenta al ver a la tía Ma, una visita que le hace revivir
los días ya dolorosos de la infancia, con la imagen de la madre muerta tan joven. La tía Ma está
muy envejecida, Carmen, a la cual Margot intenta confortar, rompe a llorar. « No llores,
Carmen...todavía hay esperanzas... » le dice José Antonio. Se interrumpe, casi en polémica
consigo mismo: « Es natural que muera. Han sido tantos los de la Falange que han caído ya. que
yo, que soy el Jefe de ellos, es natural que caiga también ». Luego continúa en voz baja: « Tengo
tres probabilidades contra seis ». Y le pide al director que le ayude a dar crédito a esa mentira
piadosa. El director, impasible, se limita a decir que la confirmación de la sentencia aún no ha
llegado.
A tía Ma, José Antonio le dice con ternura: « No te preocupes, tía Ma. He confesado y estoy
muy tranquilo... Además, desde que nos metieron en este proceso feroz, me estaba preparando,
por si llegaba este momento. Todos los días he hecho oración y he rezado el rosario ». Después
cambia de tono, se vuelve juvenil, y añade: « No hay nada como estar condenado a muerte para
que le cuiden bien a uno. En vez del rancho que nos dan todos los días, me han dado sopa de ajo
con huevos y una carne estupenda ».
Carmen le da un crucifijo, el mismo que su padre había recibido del Papa Pío XI, en ocasión
del viaje a Roma. Le dice apresuradamente: « Te lo traigo por si acaso... » José Antonio lo torna y
alzándolo para mostrárselo a los milicianos dice: « Es sólo un crucifijo lo que me han dado... ». El
director mira la hora y advierte que la comunicación debe concluir. José Antonio se dirige una vez
más a las mujeres: « Volverán otra vez si la sentencia no se cumple inmediatamente, ¿ verdad,
Director? » El Director, finalmente conmovido, hace un leve gesto de asentimiento.
José Antonio transcurre tranquilamente la última noche, del 19 al 20 de noviembre. Lo
despiertan antes del amanecer. Comprende. Dice: « Ya es la hora ». Se lava con más diligencia
que otros días. El guardián le apremia bruscamente. Le responde con una sonrisa: « Dejadme
morir al menos bien vestido »'. Se fija al pecho, con ayuda de una cinta, bajo el traje, el crucifijo
que le dio Carmen. El director lo espera a la puerta y le dice que si desea algo. « Una sola cosa
— le responde José Antonio mirándolo fijamente — cuando haya tenido lugar la ejecución limpiad
bien mi sangre del suelo. No desearía que mi hermano Miguel, cuando pasee por la terraza,
hollara sin querer la sangre de su hermano ». El director no responde. José Antonio le tiende la
mano y añade: « Si alguna vez les he molestado o algo malo he hecho, perdónenme ».
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Desciende con él los ocho peldaños que llevan al patio. Todavía no es completamente de día.
Una débil y lúgubre luz apenas rompe las tinieblas. Los milicianos y el oficial que los manda están
ya en su puesto. José Antonio se les acerca y les dice en voz baja: « ¿ Verdaderamente queréis
que yo muera? ¿ Quién os ha dicho que yo soy vuestro enemigo? Quien os lo ha dicho no tiene
ninguna razón para afirmarlo. Mi sueño era la Patria, el Pan y la Justicia para todos los españoles
y sobre todo para los que se sacrifican. Cuando se está próximo a la muerte no se puede mentir.
Os lo repito antes de morir: nunca he sido enemigo vuestro. ¡, Por qué queréis que yo muera? »
Los hombres le escuchan en silencio. No pueden comprender que se muera así, con un
llamamiento cristiano a los que están a punto de matar en nombre del odio. El director permite a
Miguel que baje al patio para darle el último abrazo. Miguel parece extenuado, apenas se
mantiene en pie. José Antonio lo conforta: « ; Miguel, Miguel, ayúdame a morir con dignidad! » Se
abrazan fuertemente; Miguel no puede reprimir el llanto. Y José Antonio: « No te apures, Miguel,
no te apures ». Los separan. Miguel vuelve a su celda y se tira sobre el camastro tapándose los
oídos para no oír las detonaciones. La estrecha y larga ventana de la celda de Miguel da al patio,
a pocos metros del lugar de la ejecución. También las tres mujeres sienten las detonaciones.
José Antonio no es la única víctima. Delante del pelotón de ejecución hay otros cuatro
jóvenes. Son dos falangistas y dos requetés, los cuales, no se sabe porqué deben ser fusilados
junto a José Antonio. No se le quiere conceder el honor del martirio individual. Va a su encuentro,
los abraza y les dice: « Muchachos, tened ánimo. Esto es un momento nada más, y vamos a una
vida mejor ».
Se coloca en la extremidad izquierda del pequeño grupo, un poco más delante que los
demás. Cruza los brazos sobre el pecho, en donde siente el crucifijo de Carmen y mira fijamente
al pelotón. El oficial apenas si tiene tiempo de dar la orden, la descarga es inmediata y el cuerpo
de José Antonio, acribillado de balas, cae hacia delante. Los milicianos vuelven a cargar los
fusiles para matar a los cuatro jóvenes. Son las siete menos veinte.
Algunos días después fueron asesinados todos los prisioneros políticos recluidos en la Cárcel
de Alicante. Miguel pudo salvarse porque intervino en su favor el Cónsul inglés de Alicante. Les
tres mujeres continuaron en la cárcel durante bastantes meses.
Pero la legendaria historia de José Antonio no terminó con su muerte. Los cinco cuerpos de
los asesinados el 20 de noviembre del 1936 fueron cargados inmediatamente, en Alicante, en un
auto de la Cruz Roja. Escoltado de milicianos, el auto se dirige al Cementerio Municipal, a dos
Kilómetros de la prisión. Cuando se descargaron los cuerpos del furgón, el crucifijo de Carmen
cayó en tierra, porque la cinta que lo mantenía había sido perforada por una bala. Un miliciano lo
recogió e intentó metérselo en un bolsillo. El guardián del Cementerio se lo quitó y lo puso sobre
el cadáver. Se excavó una gran fosa común, de dos metros y medio de profundidad. El cuerpo de
José Antonio fue arrojado en primer lugar y luego los otros cuatro. El mismo 20 de noviembre
muchas radios rojas dieron la noticia de su muerte. Sin embargo, como faltara el anuncio oficial
de su muerte se difundió la leyenda de la « desaparición » de José Antonio. En los ambientes de
la Falange se habló de él no como del desaparecido sino como del « Ausente », que volvería. Los
jóvenes falangistas no podían imaginar que José Antonio hubiera desaparecido para siempre.
Sólo el 16 de noviembre del 1938 el Generalísimo Franco dio oficialmente la noticia de la
muerte del Jefe de la Falange. El anuncio del Generalísimo se hizo con las siguientes palabras: «
...el ejemplo de su muerte, serenamente ofrecida a Dios por la Patria, le convierte en un Héroe
nacional y símbolo del sacrificio de la juventud de nuestros tiempos ».
Inmediatamente después de terminar la guerra civil, en abril de 1939, se abrió la fosa de
Alicante, en presencia del hermano Miguel. El cuerpo de José Antonio se encontraba casi intacto.
Allí estaba el crucifijo con las medallas y el escapulario de la Virgen del Carmen. Envuelto en una
bandera, su cuerpo fue colocado en una tumba provisional, en donde permaneció hasta el 20 de
noviembre, tercer aniversario de su muerte. En aquella fecha fue transferido a El Escorial, llevado
a hombros durante 400 kilómetros, en una procesión de muerte y resurrección, por jóvenes de la
Falange.
Delante de la nueva tumba, el Generalísimo pronunció pocas y memorables palabras,
concluyendo el mensaje con una frase de José Antonio: « Que Dios te dé el eterno descanso y a
nosotros nos lo niegue hasta que hayamos sabido ganar para España la cosecha que siembra tu
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
muerte ». José Antonio había pronunciado aquellas palabras con ocasión de la muerte de un
falangista muy joven al que quería particularmente y que había sido asesinado por los rojos en
una calle de Madrid.
Hoy el cuerpo de José Antonio ya no está en El Escorial. España ha construido para sus
Caídos, de todas las partes, el Templo del Valle de los Caídos, admirable testimonio de
interpretación de la vida y de la muerte, precisamente en la tierra que más duramente que en otro
lugar ha padecido el odio de la guerra civil.
Allí reposa para siempre, junto al Generalísimo Franco, junto a tantos miles de Caídos, en la
paz de Cristo, el cristianísimo José Antonio.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
José Antonio es uno de esos personajes a los que hay que acercarse de puntillas y sin
prevención de ningún género, incluso positiva o apologética. Es necesario amarlo para hablar de
él sin propasarse, para hablar como, estoy seguro, él desea que se hable todavía: con sencillez,
con naturalidad, tal como simple y natural ha sido una existencia de treinta y tres años dedicada
por completo, primero como intuición y luego como acción, a una labor de misionero bruscamente
concluida con una conde-na a muerte.
Pues, bien, así ha sido. Los que han leído las páginas precedentes, durante las cuales hemos
narrado con sencillez, sin adornos y casi sin comentarios las vicisitudes de esa vida ejemplar,
desde el principio hasta el fin, han podido darse cuenta de que fue ejemplar sin proponérselo, ya
que las acciones siempre han precedido, o han acompa-ñado o han compendiado, a las palabras
y las obligaciones, justamente porque nunca se ha detenido a mirarse en el espejo sino ha hecho
de sí mismo, en el pensamiento y en la acción, el espejo de generaciones enteras de jóvenes, los
que tuvieron la gran fortuna de estar a su lado en vida y los que, más numerosos, que no se han
cansado, que no se cansan y no se cansarán de estar junto a él después de la muerte e incluso,
podemos decirlo sin blasfemar, después de la resurrección. ; ¡ Y que resurrección ! (, Quién entre
los mortales tuvo unos honores parecidos tres años después de su desaparición ? ¿ Os imagináis
una muchedumbre de jóvenes que se relevan entregándose el testigo imaginario de una España
renovada y eterna que durante cuatrocientos kilómetros se articula, de paraje en paraje,
recorriendo al revés la misma carretera que en una noche de mayo los esbirros del Frente
Popular le habían hecho transitar desde la cárcel de Madrid hasta la de Alicante ? ¿ Os imagináis
aquellos muchachos con camisa azul, sus hijos espirituales, que en nombre de España llevan —
de tierra en tierra — sobre sus espaldas a su Jefe adorado ? ¿ No es está una escena que ni tan
siquiera a los héroes homéricos les fue dado interpretar ? Sin embargo, todo esto le fue
concedido al « Ausente » como la leyenda le había denominado inmediatamente después de su
muerte, justamente porque el « Ausente » nunca había pedido honores, nunca había ambicionado
cargos, había estado en el Parlamento sin experimentar jamás una fascinación ambigua, había
sido Jefe de la Falange para servir más que para mandar.
Así, pues creemos no equivocarnos y no excedernos interpretando y presentando de esta
manera la personalidad humana de José Antonio; interpretándolo, presentándolo y quizás
intuyéndolo como un hombre que siempre se sentía en el debe y jamás en el haber; en deuda
para con Dios, en deuda con los demás hombres. En deuda, y por tanto presto a servir la Causa a
la que se había consagrado sin sobresaltos; y con una plenitud de dedicación que tiene poco
paralelismo con la vida de otros personajes « comprometidos » de este o de otro siglo.
Si el requisito primordial de los protagonistas de la « Cultura de derecha » 2 es el equilibrio
esencial entre pensamiento y acción, la capacitad de transmitir un mensaje de moral y cultura,
tanto con las acciones como con las palabras, la perfecta coherencia entre el ser y el parecer,
José Antonio puede ser inscrito en el libro de oro de la « Cultura de derecha », con todos los
merecimientos. Sé que dicha calificación podría no serle grata en razón de la desconfianza y
desdén que sentía y a veces manifestaba frente a la derecha como en el curso de su experiencia
tuvo ocasión de conocerla en España; pero también sé que entre sus intuiciones, entre sus
adivinaciones también figura, y de ello hablaremos, su capacidad de entender que el veneno
marxista ofuscaba las conciencias después de haber ofuscado la inteligencia valiéndose de la «
guerra de las palabras », es decir, contaminando y deformando el significado verdadero de las
palabras que daban miedo a los marxistas. Así que acoger hoy, después de tantos años y
acontecimientos, a José Antonio en el Panteón de la « Cultura de derecha », significa honorar
ésta e interpretar a José Antonio con fidelidad y actualidad al mismo tiempo.
Así, pues, digamos en voz baja, como a él le agrada, los caracteres angulares de la
personalidad humana de José Antonio; hablemos de ellos discretamente, como hablaban sus
2
Colección de libros incluidos en la denominada « Biblioteca de la Cultura de derecha » del editor
CIARRAPICO
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
erigió en tantas partes de Europa los orgullosísimos chapiteles, altísimos, dirigidos hacia el cielo,
irreales en su audacia, inspirados en una ley de amor que permitió a generaciones de hombres
vencer las leyes del equilibrio desafiando la tiranía de la materia.
El pensamiento de José Antonio, como su carácter, expresa algo más que la superación o
rechazo del materialismo histórico. Estamos en el espiritualismo histórico y político; estamos en la
Divina Comedia, en el Hombre-Amor que dicta su ley a la Historia haciéndola objeto de su
Política.
Otro lema de José Antonio, que nos ayuda a penetrar en el carácter del hombre, es el
siguiente: « El corazón tiene sus razones, que la razón no entiende. Pero también la inteligencia
tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón ».
La inteligencia que ama, el intelecto que ilumina sólo cuando sabe también inflamar, la luz del
intelecto que deja en libertad al amor, también esto es « dolce stil nuovo », también ésta es una
concepción dantesca. Me doy cuenta que estas aproximaciones mías pueden parecer bizarras o
forzadas, y puede que así sea, a menos que no se haga referencia, en términos culturales, a
cuanto en la introducción he creído oportuno escribir a propósito de España y del significado
profundo de su tradición. Nos encontramos frente a un intérprete sincero, apasionado, genuino,
de la verdadera España, de la España que ha permanecido íntegra en los bastiones del
Medioevo, de la España que persevera gloriosamente, en sus mejores hijos, no en la mentalidad
sino en el espíritu de las Cruzadas, de la España que ama con amor exclusivo, de la España que
es el único país del mundo en el que se puede terminar un discurso político nacional con la
invocación rítmica, por parte de cientos de miles de personas, a Cristo Rey. « La inteligencia tiene
su manera de amar »: he aquí al hombre José Antonio, a su filosofía de la vida y de la muerte, la
razón por la cual la lucidez del ingenio no se traduce en una presuntuosa frialdad, ha aquí porqué
la predicación política, incluso delante del pelotón de ejecución, está tan llena de generosidad.
Sin embrago, estuvo solo; vivió solitariamente los breves años de su existencia. Solo de niño,
huérfano de madre y con el padre distraído en demasiados menesteres. Solo en la juventud,
iluminada por poco tiempo de un gran amor transformado en desilusión ardiente y en soledad
sentimental. Solo también en la madurez de la lucha política, solo como puede ser un Jefe
adorado de secuaces demasiado humildes para realmente estar a su lado y odiado por envidia o
por rabia, o por rencor, de la casi totalidad de sus competidores políticos, comprendiendo entre
éstos incluso a los amigos más queridos. Solo en la celda y solo delante de la muerte; en una
soledad que se hace más difícil, en los minutos anteriores a la inmediata vigilia, por la tácita
presencia de los familiares condenados a no poder verlo en aquellos instantes.
Estuvo solo con sus pensamientos, con sus proyectos, con sus sueños de gloria, con la
desesperación que aún tenía que afligirle, con la amargura que aún tenía que herirlo, con la
angustia que aún tenía que postrarlo, si bien por poco tiempo, en los pasajes más difíciles de la
existencia. La soledad es mala inspiradora y una pésima y proterva tentadora, cuando el ánimo
no es verdaderamente robusto, cuando la inteligencia no está totalmente educada y dirigida al
bien. En él la soledad hizo resonar su tañido como una campana capaz de dirigirse al cielo
nítidamente en las horas diurnas y nocturnas, en las buenas y malas estaciones, para anunciar
las buenas y malas noticias con el timbre siempre falto de resonancias inciertas o ambiguas*.
Quiero decir que estuvo muy solo y, sin embargo, abierto completamente a la comprensión, al
coloquio, incluso a la apertura intelectual más amplia e incondicional. Si no pudo acercarse a
Garía Lorca no fue culpa suya, cuando ya las partes opuestas se habían pronunciado, porque fue
el poeta quien no quiso ir a su encuentro. Fue a ver a Umanuno como si él fuera un discípulo,
cuando en realidad tantos aspectos de la predicación del maestro lo separaban. Atemperó la
soledad carcelaria con la lectura de textos lejanísimos, con bastante frecuencia, de su
sensibilidad. No tuvo hijos porque no tuvo — diluido el sueño de amor ya mencionado — una
familia propia. Y esta fue ciertamente la menos confesada y la más ardiente de todas sus
soledades. Sólo en una ocasión se confesó a medias exclamando: « No es cierto que sea el
demonio el que da sobrinos a aquellos a los que Dios niega hijos. Debe ser cualquier Santo célibe
que teniendo piedad de nuestra soledad intercede por nosotros al Señor ».
Se refería al sobrino, hijo de su hermano Fernando, al pequeño Miguel, que era la alegría del
tío, aunque también era la congoja secreta, porque su presencia le susurraba: « ¿ Y tú ? ¿ Donde
está tu familia ? ¿ Donde están tus hijos ? ¿Porqué la alegría que doy a mi padre, el orgullo que
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
El examen de la actividad política de José Antonio, y más exactamente del espíritu que la
informó, coherentemente, a lo largo de todo el arco de su participación en los acontecimientos
políticos españoles, se ha examinado en los dos capítulos precedentes: en el primero, los acon-
tecimientos; en el segundo, el espíritu informador. Se trata, pues, de completar, de profundizar en
cuanto ya se ha dicho, dejando para un sucesivo capítulo lo relativo a la Falange, sus programas
y su doctrina.
Nos parece que lo esencial, en cuanto al espíritu informador de la participación de José
Antonio en los acontecimientos políticos españoles, ha sido óptimamente interpretado por uno de
los más agudos biógrafos de nuestro personaje: Adolfo Muñoz Alonso. Este autor, en el volumen
« Un pensador para un pueblo » ha dicho y nosotros ratificamos: « Su dedicación no fue la
respuesta a un análisis atento de la situación; no se dedicó a la política arrastrado por una
vocación irresistible sino que fue obligado a intervenir empujado por la dignidad personal, el
decoro familiar, la elegancia espiritual y la insaciable búsqueda del bien ».
No fue pues hombre político por vocación sino porque se vio obligado y en parte arrastrado
por las circunstancias. Podría parecer que esta circunstancia le restara valor pero no es así. En
realidad, siempre ha habido y hay políticos por vocación; es decir, personajes hechos a la medida
para la vida política, tanto en su faceta noble como en la innoble. En algunos casos se ha tratado
de personajes tan importantes, tan convincentes por lo que se refiere a capacitad y éxito, que no
ha habido ningún inconveniente en perdonar sus errores habida cuenta de su popularidad y
méritos más concretos y objetivos. Pero, hay, siempre ha habido, personajes políticos que en su
origen, en su personal vocación, nada tenían que pudiera hacer presumir una sucesiva carrera y
un posible éxito en la vida y en la batalla política. Personajes atraídos por la literatura, por las
artes o por las profesiones liberales o incluso por oficios manuales y no ciertamente por la política;
personajes no solo contrarios sino personalmente desengañados por los frutos que inicialmente
lograron con la política; personajes arrastrados por cuestiones históricas o quizás familiares que
se han visto confundidos y obligados a tomar rumbos imprevistos hacia situaciones no deseadas,
hacia pruebas involuntarias que han afrontado y superado con gran valor y al fin con dedicación
tanto más intensa cuanto menos predispuesta y congenial. José Antonio pertenece a esta
categoría. Si cuando era adolescente se hubiera escuchado a sí mismo, se habría dedicado a los
estudios humanísticos y habría continuado escribiendo dramas en verso o ensayos literarios. Si
hubiera podido, en la primera juventud e inmediatamente después de doctorarse, seguir su
vocación, se habría dedicado a la abogacía y sin duda hubiera llegado a ser, como ya empezaba
a manifestarse, uno de los más grandes abogados de España. El drama del padre lo arrojó a la
política, perentoriamente, como ya hemos visto en los capítulos precedentes y sucesivamente su
dedicación fue total, por vida y desgraciadamente por muerte, como consecuencia de la
enfermedad «de la Madre»: por « Madre » queremos decir la Patria española que agonizaba y
que su hijo Primo de Rivera no podía dejar sola. Por ello, Adolfo Muñoz Alonso, ha excluido
justamente que José Antonio se dedicara a la política por vocación. Para este autor, la dignidad
personal, el decoro familiar (la defensa de la tradición paterna), la elegancia espiritual y la
insaciable búsqueda del bien (la defensa de la tradición española y en particular de la castellana)
son las causas verdaderas y profundas del compromiso político de José Antonio.
Citemos otras dos definiciones sintéticas de su biógrafo Muñoz Alonso: « La política, en la
concepción de José Antonio, es una función religiosa y poética, reveladora del auténtico destino
de un pueblo »; « La política no como el arte del posible sino como ciencia, arte, poesía de lo
renunciable ».
Nos parece que esta última definición tiene especial importancia y además creemos que es
muy original. Solo un personaje como José Antonio podía inspirarla. En realidad, muchas veces
hemos leído e incluso hemos dicho y enseñado a los más jóvenes, que la fórmula según la cual la
política es el arte de lo posible, además de cínica, es vieja, rancia, inútil. Es — entendámonos —
una fórmula válida para todas las mayorías y para todas las minorías destinadas a la pasividad
del espíritu y, en consecuencia, prontas y capaces de no dejar pasar la oportunidad del momento,
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
auque incapaces de mirar a las perspectivas y, por consiguiente, a las tradiciones, incapaces
tanto de ir verdaderamente con la gran corriente de la historia como ir contracorriente en términos
de compromiso político y cultural. Así, pues, nos ha sucedido muchas veces que hemos opuesto
el « arte de lo posible » al « arte de lo imposible », en cuyo nombre no hemos tenido miedo de
que nos definan como « profetas desarmados », y ser tratados como tales. Pero nunca nos había
sucedido, y ello por mérito de José Antonio, encontrarnos de frente a la política concebida y
realizada como « poesía de lo no renunciable ». ,
La relación, a primera vista contradictoria y también absurda, entre poesía y política, ya la
hemos recogido, al terminar el capítulo precedente, en la cita de un fragmento del más célebre
discurso de José Antonio: « A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas ». Aquí el
biógrafo de José Antonio nos permite dar otro paso positivo y unir la ética a la poesía esposada
con la política. La poesía de « lo no renunciable » es un principio moral, es el imperativo
categórico vigorosamente relacionado con la política que se hace poesía y con la poesía
inspiradora de la política. Llegados a este punto, se puede comprender por qué José Antonio
sostuvo que a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, en cuanto que los
poetas, a su vez, comenzando por Homero, han expresado la superior moralidad de los pueblos,
una moralidad que se llama tradición en el sentido clásico y etimológico de la palabra; tradición
como consigna, como relevo, al igual que aquella procesión que durante cuatrocientos kilómetros
fue relevándose mientras transportaba en las espaldas de los jóvenes de España no el cuerpo
sino la sustancia espiritual, poética y moral, y por lo tanto política de José Antonio Primo de
Rivera.
« Función religiosa y poética de la política », dice bien Muñoz Alonso, individuando en José
Antonio el poeta-vate que participa en la vida política del propio país. Así nació la política en el
antiguo mundo grecorromano, de nuestra cultura, a cuyos niveles es necesario remontar la
política, siempre sobre las alas de la tradición y, en consecuencia, de la religión y de la poesía.
Son cosas que nosotros, italianos de Derecha, italianos comprometidos — en alma y cuerpo — en
la batalla por la afirmación, especialmente entre los jóvenes, de la Cultura de Derecha, son cosas
que creemos profundamente, pero que nunca habíamos podido expresarlas con la claridad, no
solo de palabra sino sobre todo de ejemplo, con que José Antonio ha sabido hacerlo.
Descendiendo de los principios a los hechos, a las vicisitudes de la participación de José
Antonio en la vida política, veamos en qué términos planteó, en septiembre de 1931, el problema
de su primera participación directa en la vida política, es decir, su primera candidatura. Despues
de la precipitada partida del Soberano, el fin de la monarquía y la proclamación de la república, se
celebraron las elecciones políticas generales (octubre de 1931).
José Antonio decidió presentarse participando a título personal, sin afiliarse a ningún partido
(la Falange aún no había nacido). La ley electoral, uninominal, lo permitía y es necesario decir
que si la ley electoral no lo hubiera dejado libre de compromisos ciertamente no se habría pre-
sentado. En aquel momento, todavía profundamente sobresaltado y amargado por los
acontecimientos que provocaron la caída del padre y la fuga del Monarca se sentía lejano de los
grupos políticos, tanto de derecha como de izquierda. Por otra parte, he aquí, su muy leal tarjeta
de visita en vísperas de la votación. En el periódico ABC, del 29 de septiembre de 1931, escribía:
« No me presento a la elección por vanidad ni por gusto de la política, que cada instante me atrae
menos. Porque no me atraía, pasé los seis años de la Dictadura sin asomarme a un Ministerio ni
actuar en público de ninguna manera.
Bien sabe Dios que mi vocación está entre mis libros, y que el apartarme de ellos para
lanzarme momentáneamente al vértigo punzante de la política me cuesta verdadero dolor. Pero
sería cobarde o insensible si durmiera tranquilo mientras en las Cortes, ante el pueblo, se siguen
lanzando acusaciones contra la memoria sagrada de mi padre ».
Una tal candidatura sólo podía fracasar y, en realidad, como ya hemos dicho en el capítulo
dedicado a la vida de José Antonio, fue ampliamente derrotado por un concurrente que no era
famoso. Los veintiséis mil votos de José Antonio contra los treinta y seis mil del contrario
constituyen una prueba consistente del prestigio que ya tenía el joven abogado. Pero lo que
importa es el espíritu con que se presentó, que confirma cuanto hemos dicho acerca de su
personal concepción de la vida política.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Ni siquiera cuando se presentó con el apoyo de la Falange en las sucesivas elecciones y fue
elegido diputado, modificó la sustancia de su pensamiento sobre el parlamento. En una entrevista
concedida a un semanario, declara lo siguiente: Pregunta. « ¡, Y su labor parlamentaria ? ».
Contestación: « Poco más que esperar y observar, para señalar, cada vez que sea oportuno, la
incapacitad del Parlamento de hacer renacer a España ». « En cuanto al Parlamento, ¡, ha hecho
algo hasta ahora ? ».
Hay que decir, en honor a la verdad, que la actividad parlamentaria de José Antonio no se
limitó a escuchar ni tampoco a la sola crítica. Los discursos, como por ejemplo, sobre la reforma
agraria, en términos críticos pero sobre todo en términos de propuesta valerosa, son famosos.
Pero su antiparlamentarismo, dentro y fuera de las Cortes, ha sido irreductible. Hay que añadir
para completar el conocimiento del personaje a nivel parlamentario, que José Antonio sabía ser
incluso un diputado de asalto, con toda la dureza posible. Baste un ejemplo. Acusado por los
adversarios, como Jefe de la Falange, de cultivar la violencia, no rehusó la polémica y respondió:
« No es ciertamente mi intención cultivar la violencia y mucho menos justificarla, a condición de
que la violencia de los adversarios no venga a buscarme ».
En cuanto a sus relaciones con las otras fuerzas políticas, el único problema que merece
aclararse para conocer a fondo la personalidad de José Antonio, es el relativo a los contactos con
la derecha en general y con algunos de sus grupos en particular.
Por lo que se refiere a la izquierda, en su conjunto y en sus diversas formaciones, no hay
dudas o equívocos: la posición de José Antonio es meridianamente clara. Jamás concibió la más
pálida posibilidad de compromiso o de tregua. En esto era un maniqueo, o más bien — y lo repe-
tiremos — un Cruzado; un Cruzado que no carecía de vocación para convertir a los infieles pero
no a nivel de relación o de juicio político.
En cuanto a la derecha en general, José Antonio no se liberó jamás de una más que
razonada desconfianza, determinada por el espectáculo nada confortante de la derecha española
de aquél tiempo. Sobre el terreno de los principios y de la calificación política, aquella
desconfianza natural hubiera debido ceder el paso a la exigencia de una distinción neta y
sistemática de la izquierda, como denominación y como sustancia de doctrina y de programa
político. Pero José Antonio estaba dominado, por encima de las desconfianzas que hemos
referido, por una preocupación que todavía es propia, en todo el mundo, de los hombres de
derecha, la preocupación de que el vocablo pueda ser fuente de confusión y no de claridad, es
decir, que por derecha se pueda entender conservadurismo en el sentido mezquino, egoísta,
liberal-capitalista, terminando así por hacer el juego de las izquierdas en general y de los
comunistas en particular. Esta preocupación siempre estuvo viva en José Antonio y solo en muy
pocas ocasiones le dejó la posibilidad de hablar francamente de derecha, de derecha social, en
oposición a la izquierda marxista que, en fin de cuentas, es la verdaderamente reaccionaria.
Recordemos, para comprender totalmente, que José Antonio hablaba a la España de los
años treinta, a una España socialmente desequilibrada, a una España que había conocido
gobiernos de la denominada derecha o - centroderecha, de los cuales el pueblo español nada
bueno había heredado en cuanto a reformas sociales y justicia social, sobre todo en materia
agraria.
Estos son los motivos por los que no quiere asociarse, en la campaña electoral de 1933, con
las derechas para combatir al frente popular. Fu probablemente, si se mira a los resultados de
aquella campaña electoral y también a las consecuencias inmediatas, un gran error político, aun-
que se trataba entonces de un error inevitable ya que la parte más viva y vital de la Falange
estaba formada por las JONS, es decir, por los sindicatos nacionales que habían confluido en la
Falange y que la hubieran abandonado en el caso de alianzas socialmente sospechosas.
Escribía en el ABC del 30 de noviembre de 1934, José Antonio: « La Falange está bien lejos
de ser un partido de derecha... y no piensa fundirse con ningún otro partido de los existentes... ».
Añadía que la Falange se felicitaba, sin embargo, de « que los grupos conservadores tiendan a
nutrir sus programas de contendido nacional en lugar de caracterizarse, como era frecuente hasta
ahora, por el propósito de defender intereses de clase ». No era una clausura absoluta de la
Falange de José Antonio con respecto a la derecha sino que en aquél entonces no había
.posibilidad de aliarse abiertamente.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Todavía más delicada fue la relación entre José Antonio y los monárquicos, ya que en dicha
relación influía la profunda desilusión que la monarquía había determinado en la conciencia de
José Antonio. Hemos narrado lo que sucedió cuando el dictador Primo de Rivera fue depuesto
por el rey y sobre todo lo que sucedió cuando habiendo muerto en Francia, después de dos
meses de voluntario exilio, la España monárquica no fue capaz de celebrar las exequias y de
recordar la memoria con obligada dignidad y con un mínimo de valor. Aquel fue, lo hemos dicho,
el resorte psicológico que lanzó a José Antonio a la vida política, lo que quiere decir que su primer
sentimiento, quizás sin que lo supiera, fue un resentimiento antimonárquico. Trató de moderarlo,
de que prevaleciera la razón política, ya que sabía muy bien que entre los partidarios de la
Falange había bastantes monárquicos, aunque nunca olvidó el agravio que se hizo a su padre ni
la escasa sensibilidad social demostrada por la monarquía.
Esta actitud constante de reserva, por parte de José Antonio, con respecto a los monárquicos,
hizo menos fáciles y menos abiertas las relaciones con la CEDA, el más grande grupo político de
derecha de entonces. La misma denominación de la CEDA era clara y abierta: Confederación
Española de Derechas Autónomas. El líder era muy popular, especialmente en los ambientes
católicos, y vivió hasta después de la guerra civil, aunque siempre estuvo, antes y después de la
victoria de Franco, en contra de éste. Se trataba de Gil Robles, al cual José Antonio no cesó
jamás de mirar, aunque no lograra ninguna alianza formal, con una cierta simpatía. Gil Robles era
un brillante profesor de derecho en la Universidad de Salamanca y su grupo político emanaba de
una formación juvenil, las JAP (Juventudes de Acción Popular). Gil Robles fue el triunfador de las
elecciones de 1933 en las que salió elegido José Antonio y también Calvo Sote-lo, el otro «
triunviro ». aunque informal de la derecha española. La nueva Cámara nacía con una mayoría de
derecha o de centroderecha, los socialistas perdían la mitad de los puestos conquistados en
1931, la CEDA conquistaba la mayoría. Desgraciadamente los hechos dieron la razón a José
Antonio. La victoria de la derecha duró poco porque Gil Robles se mostró incierto, demasiado
abierto a los compromisos, muy débil frente a la izquierda y sobre todo incapaz de dar lugar a una
verdadera y auténtica alternativa programática tanto de los problemas del orden como de los de
carácter social. Calvo Sotelo, a su vez, no volvió inmediatamente de su exilio, a pesar de haber
sido elegido diputado, y prefirió esperar a que el Parlamento votase la ley de amnistía en abril de
1934.
Los acontecimientos se deslizaron primero y se precipitaron después hacia el caos, como
hemos visto en el capítulo dedicado a la vida de José Antonio. Cabe preguntarse que habría
sucedido si en las elecciones de 1933 se hubiera realizado el frente único de las derechas y sobre
todo si hubiera comenzado a funcionar inmediatamente después de las elecciones. Pero los
hechos dieron la respuesta. No existía en la clase dirigente política española no sometida a las
izquierdas el conocimiento pleno del peligro y, en consecuencia, la capacitad de formar un ver-
dadero bloque, de dar a la derecha una función coagulante en términos patrióticos y también en
términos políticos y programáticos. Tuvo que pasar la oleada de auténtico terror desencadenada
por las izquierdas en tiempos de Azaña (y denunciada por Calvo Sotelo con su consiguiente
condena a muerte) y tuvo que ocurrir sucesivamente el alzamiento de Franco. Hay momentos en
la historia de los pueblos, en los cuales la palabra se cede a las armas: momentos desgraciados,
cierto, aunque quizás inevitables o al menos dispuestos por los hados.
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» la cruz del dolor y de la esperanza y quizás de la ilusión de todo su pueblo. Escuchad, releed,
meditad y decidme si no os parece estar frente a un moderno Evangelio, es decir, delante de una
interpretación auténtica del cristianismo. Sin embargo, se trata del Jefe de un partido, y en aquel
momento de un modesto partido minoritario, que está a punto de ser disuelto por la autoridad
competente. Están a punto de disolverlo y él ata con « hilos poéticos y religiosos » el destino de
su pueblo al destino propio y de su parte. Lanza un « credo quia absurdum » hacia el cielo, no en
actitud de desafío sino de una esperanza tan humilde y difuminada que le obliga a hablar de «
ilusión » y he aquí que tiene razón, he aquí que se descubre, releyéndolo después de tantos años
y tantos acontecimientos, que él tenía razón, que él era verdaderamente el más grande, que él
había comprendido a España.
Sobre todo, había comprendido que para salvar a España era necesaria, fatalmente, una
guerra religiosa, una Cruzada. España debía nuevamente liberarse de los infieles y éstos ya no
eran los « moros » de las canciones medievales, sino los marxistas, los comunistas, los sin Dios.
Cuando escribía las líneas que acabamos de mencionar, en diciembre de 1935, José Antonio
estaba a punto — dada « la imponente gravedad del momento — de asumir una misión de
comando ». Sabía, lúcidamente, que contraía « una responsabilidad inmensa e inevitable » que
consistía en revelar al pueblo español « su auténtico destino », que era un destino de guerra y no
se aprestaba inconscientemente a la gran empresa, a la Cruzada. Presagiaba, quizás, el propio
sacrificio supremo, pensaba desasosegado en las víctimas que la « misteriosa música »
acompañaría hacia el más allá; sin embargo, la suerte estaba echada y había que atravesar el
Rubicón.
En aquel estado de ánimo, y en aquella situación difícil, acuñó una máxima que de otro modo
podría parecer sorprendente y que en cambio es la máxima propia del tiempo de una Cruzada: «
... ¡ Cuando lo religioso y lo militar son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida !
».
La Cruzada española antimarxista de los años 1936-1939 forma un todo armónico con José
Antonio, aunque éste fuera fusilado al comienzo de aquella auténtica guerra de liberación, y la
vida de José Antonio forma un todo armónico con la Cruzada, en el sentido de que vivió para
prepararla espiritual y políticamente, para recuperar España a sus verdaderos valores
tradicionales, para restituir a España el sentido « real » de la misión cristiana y católica que había
hecho un Imperio. Estos motivos y estos valores fueron intuidos en un primer momento por sus
secuaces, que no querían creer en su desaparición y crearon el Mito del « Ausente »; y
sucesivamente por todos los combatientes de la guerra de España, y por último, por gran parte
del pueblo español y no poca parte de la juventud nacional de otros lugares de Europa y del
mundo: de un mundo joven, de un mundo joven que no quiere guerras, que no desea la violencia,
pero que no quiere vivir bajo el cobijo de mil cobardías y cien mil compromisos y anhela
restablecer aquel « hilo de amor » entre los pueblos y las religiones de la Historia.
Que se ha tratado de una verdadera y auténtica Cruzada, quizás la última, no se pone en
duda. El 25 de julio de 1936, cuando aún vivía José Antonio, aunque ya estaba encarcelado, el
General Franco dijo: « Nos encontramos frente a una guerra que reviste, cade día que pasa más,
el carácter de Cruzada, de grandeza histórica y de lucha trascendente de pueblos y civilizaciones
»; y el Cardenal Primado de España, Goma, que entonces residía en Pamplona, manifestó: « En
el fondo hay que reconocer en la guerra un espíritu de verdadera Cruzada a favor de la religión
católica, cuya savia ha vivificado durante siglos la historia de España y ha constituido el meollo de
su organización y su vida ». El 16 de abril de 1939. se manifestaba con no menor claridad un
Pontífice que no tenía temor de hablar el lenguaje de las Cruzadas. Pió XII dirigió el siguiente
mensaje radiofónico: « Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a
manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida por Dios como principal
instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica,
acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro Siglo la prueba más excelsa de
que por encima de todo están lo valores eternos de la religión y del espíritu. La propaganda tenaz
y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo parece que han querido hacer en
España un experimento supremo de las fuerzas disolventes que tienen a su disposición repartidas
por todo el mundo; y aunque es verdad que el Omnipotente no ha permitido por ahora que
lograran su intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que el
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mundo viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la justicia y la caridad,
que son el amor de Dios y el respecto a su santa ley, puede arrastrar a la sociedad moderna a los
abismos no sospechados de inicua destrucción y apasionada discordia ».
Para José Antonio fue Cruzada en términos de acción sin duda alguna; pero, atención, no lo
confundamos con un « golpista », como alguno podría estar tentado de hacer, dada la escualidez
mental de nuestros tiempos. En realidad, la acción no era por sí misma importante, si no en
cuanto encaminada a realizar una inspiración, a dar certeza histórica a un pensamiento, a una
filosofía. No por casualidad hemos hablado, a propósito de la guerra civil española, de una
verdadera y propia guerra de liberación. Nos da testimonio otra frase perteneciente al más célebre
discurso de José Antonio, el del Teatro de la Comedia de Madrid. Escuchemos una vez más: «
Porque sólo se respecta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos,
portador de valores eternos; cuando, se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de
condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se
respeta de veras su libertad ». Extended a la sociedad nacional, extended a la Patria española el
pensamiento fundamental de José Antonio sobre la libertad y entonces comprendereis que él
consagraba toda su Vida, más aún, daba su vida por la liberación del alma española, encarcelada
y herida por los sin Dios.
Pensamiento y acción. José Antonio supo y quiso infundir su credo incluso en la práctica
cotidiana de la lucha política, del activismo juvenil de la Falange. Su biógrafo Gilíes Mauger narra
que durante las vacaciones de Navidad de 1934, José Antonio estimó oportuno enviar un grupo
de estudiantes falangistas para que anduvieran por la provincia de Madrid haciendo propaganda y
proselitismo. Les dio instrucciones « evangélicas ». Como la Falange no tenía millones para poder
publicar libros y carteles, como no tenía automóviles para transportar a los propagandistas, lo
jóvenes falangistas tuvieron que ir a pie recorriendo las grandes carreteras, como San Pedro
hacia Roma, como Santiago hacia Compostela. Para diez días tenían 50 pesetas; era poco, pero
así recordarían que un obrero español ganaba diariamente cinco para alimentar a toda la familia.
Los jóvenes comieron pan negro y el calducho de las posadas. Hablaron con los arrieros y con los
campesinos. Dieron — decía José Antonio — « lo que es más hermoso de dar a un hombre: la
alegría del amor ».
Un hombre así tenía que convertirse en un Mito, después de la muerte, y también en vida:
especialmente a los ojos de los jóvenes.
En realidad tenía y demostraba, sin ostentación, todas las virtudes del Jefe, y del Jefe
religioso, como esperaba instintivamente la juventud española de aquel tiempo. El Profeta era
necesario y como tal aparecía él cuando hablaba de la España eterna y hacía resonar en las
almas jóvenes aquella « melodía » que sus oyentes y secuaces sentían que no se apagaría con
su vida mortal, sino que continuaría viviendo con su espíritu.
Después de uno de tantos atentados, a tiros de pistola, del que milagrosamente había logrado
escapar, un periodista le preguntó si habría sentido morir y porqué. José Antonio respondió: «
Porque no sabía si estaba preparado para morir. La eternidad me preocupa profundamente. Soy
enemigo de las improvisaciones, tanto en los discursos como frente a la muerte. La improvisación
es una actitud que me desagrada ».
Es fácil imaginar qué profundo efecto podían determinar frases similares en el ánimo de sus
secuaces, especialmente los jóvenes. El Jefe se libra de un atentado y no por primera vez. Todos
le rodean para saber, para felicitarse, para tratar de convencerlo de que tutele mejor la propia
vida. Y él, a un periodista que quizás quiere provocarlo, preguntándole que cómo es posible que
un católico como José Antonio, a un creyente como José Antonio, pueda desagradarle la muerte,
no sólo no se refugia en la retórica de la fe ostentada, no sólo no se refugia en el fatalismo de la
muerte aceptada en cualquier momento, sino que encuentra la fuerza espiritual necesaria para
decir que, a la muerte, un Jefe como él debe saberse preparar sin « improvisaciones », sin «
romanticismos », y con la protección de una espiritualidad enrarecida, esencial, digna de un Santo
Domingo del Siglo XX.
Y nace el Mito. Por toda España corrieron sus máximas « El camino más corto de un punto a
otro pasa por las estrellas », y corrió la fama de su valor. Toda la juventud española supo, en los
años de la formación y de la primera afirmación de la Falange, mientras el Frente Popular
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esparcía por todas partes el terror, que José Antonio no tomaba ninguna precaución por su
seguridad a pesar de que regresaba cada noche a su casa, en Madrid, solo y por calles oscuras.
Toda la juventud española supo que cuando los rojos asesinaron a uno de los activistas más
importantes, Matías Montero, muy amigo de José Antonio, él se ordenó a sí mismo y lo mantuvo,
de privarse incluso de los más pequeños y modestos placeres, para dedicar de la mañana a la
noche toda la existencia a la batalla no de venganza sino de reivindicación. Toda la juventud
española supo que poco después de la sangrienta revolución de Asturias, solo, recorrió las calles
aún llenas de ruinas humeantes. Toda la juventud española aprendió a venerar el personaje
siguiendo la estela de las frases más hermosas y más exaltantes de sus discursos y de sus ensa-
yos políticos; por ejemplo, aquella frase del ya citado escrito en respuesta a Ortega y Gasset: «
Nuestro tiempo no da cuartel. Nos ha correspondido un destino de guerra en el que hay que
dejarse sin regateo la piel y las entrañas. » ¿Frases ? ¡ Cierto !; pero pronunciadas o escritas a
finales del año 1935 español, cuando en todas partes se respiraba aire de batalla, cuando las
frases mismas eran actos de guerra, que podían costar, y poco después de un año costaron, la
vida al que las escribía o las pronunciaba.
Para terminar este capítulo, dedicado al Cruzado y al Mito, citemos las palabras del biógrafo
Gilíes Mauger: « En él hay algo del Cid, de Don Quijote, de San Ignacio, de San Juan de la Cruz.
El es un cruzado de la reconquista, un conquistador del Nuevo Mundo, un señor de Castilla,
amigo de Santa Teresa... La vida del héroe se parece a la de Cristo, como una pálida copia de un
modelo viviente. La de José Antonio más que cualquier otra. Ha muerto a la misma edad después
de tres años de vida pública. Quiso el amor y recogió el odio. Condenado por sus hermanos no ha
tenido para ellos más que palabras de perdón. Ha ofrecido la vida para salvarlos ».
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Ilustración 5. José Antonio Primo de Rivera participa en Madrid a una reunión del Consejo Nacional
del S.E.U.
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Ilustración 11. José Antonio guardaba celosamente una fotografía con dedicatoria de Mussolini.
Ilustración 12. La prisión de Alicante en donde José Antonio fué encarcelado y fusilado el 20 de
noviembre de 1936.
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Ilustración 13. El rincón del patio de la prisión de Alicante donde fusilaron a José Antonio.
Ilustración 14. En 1939 los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera fueron encontrados en
Alicante. El féretro fué trasladado a El Escorial donde fué enterrado, hasta que tuviera definitiva
sepultura en el Valle de los Caídos.
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Ilustración 15. Franco depone una corona de flores sobre la tumba de José Antonio en el Valle de
los Caídos.
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No se puede hablar de una vocación literaria de José Antonio y él mismo no habría querido
que se hablase; tan es así que en su testamento ordenó la « destrucción » de todos los « papeles
privados » y de los que contuvieran « trabajos meramente literarios ». Aludía al ya citado drama
en verso « La campana de Huesca », que escribió cuando tenía diez años para su pequeña
compañía familiar, compuesta de hermanos y primos; podía aludir a un poema titulado « La
profecía de Magallanes » que se había publicado en la revista « Raza Española » en 1922
(merece ser recordado un verso relativo a la muerte: « Si la muerte es tan bella, ¿ Qué importa
sucumbir en el empeño ? »); podía aludir a cualquier otra composición poética, del tipo del soneto
convival que aparece en la estupenda biografía escrita por Felipe Ximénez de Sandoval; podía en
fin aludir a su participación en manifestaciones puramente literarias como la que tuvo lugar en el
Hotel Ritz de Madrid, en noviembre de 1929.
Pero el no poder hablar de una vocación literaria de José Antonio, el tomar nota de que él
mismo, en su testamento, no quiere dejar ningún recuerdo o documento que se refiera a
actividades puramente literarias, no significa en modo alguno que José Antonio no haya
obedecido, en la formación y en la maduración de su actividad política, a impulsos culturales, ni
que él no haya estado en relación con toda una corriente de pensamiento y de cultura, ni que, en
fin, haya dejado de estar continuamente estimulado por la curiosidad cultural. Al contrario, hay
que decir, como veremos ahora, que no es posible valorar cumplidamente su pensamiento
político, sin tener en cuenta el momento cultural que vivía España, de un altísimo nivel, en la
época de José Antonio.
Se trata del momento cultural, y político en el sentido más noble y comprometido de la
palabra, determinado por la que se denominó « generación de 1898 ».
En 1898 perdía España, como consecuencia de la desastrosa guerra con los Estados Unidos,
los últimos reductos de lo que fue su vastísimo imperio. España perdió Cuba, Puerto Rico y las
Filipinas, mientras que en su propia casa seguía el ultraje, que aún continúa, de Gibraltar. Fue
una especie de Adua española, para que nos entendamos, con la diferencia que Adua había
representado para los nacionalistas italianos un drama y una mortificación en el camino de un
imperio naciente, mientras que Cuba, Puerto Rico y las Filipinas representaron, en 1898, el fin de
todo sueño imperial de una España que había sido Imperio durante siglos; el inicio, pues, de una
irreparable decadencia.
No es posible comprender la España del tiempo de José Antonio, bajo el perfil cultural, y
también político, si no se parte de 1898 y quizás no sea tampoco posible comprender la España
de hoy, en sus aspectos positivos y negativos, si no se parte de 1898, porque el drama de en-
tonces determinó, por una parte, una especie de fatalismo negativo y resignado, reduciendo a
colonia lo que había sido un Imperio, incluso cultural, pero por otra parte la de José Antonio,
suscitó la búsqueda ansiosa y ambiciosa de un imperio espiritual, de un Imperio cultural, de un
magisterio español de la cultura y del espíritu.
En efecto, José Antonio escribió: « Ya no hay más tierra que conquistar. Pero España tiene
que conquistar el primado de las empresas universales del espíritu ».
Y uno de los textos, en los cuales se formó su pensamiento, fue el libro de Giménez
Caballero: « Genio de España ».
Así, pues, la referencia a José Antonio como hombre de cultura significa el enlace natural
entre el pensamiento político de José Antonio y el pensamiento filosófico de toda una generación
de escritores y de pensadores, en cabeza de la cual figuraban dos nombres insignes: Unamuno y
Ortega. Sigue una lista de nombres importantes, quizás menos celebrados, pero de indudable
relieve: Maeztu, Ganivet, Azorín, Baroja, A. Machado, todos a la cabecera de la Madre enferma,
como había dicho José Antonio, y todos intentando promover el renacimiento de una cultura
española capaz de remontar la pendiente de la decadencia y de afirmarse en Europa y en el
mundo entero.
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Unamuno, el « máximo español », el número uno de la cultura española, como fue definido.
José Antonio estaba deseando conocerlo porque lo veneraba y al mismo tiempo porque estaba
profundamente turbado por ciertos acentos pesimistas y religiosos de la filosofía del Maestro. El
encuentro tuvo lugar en Salamanca, el 10 de febrero de 1935. José Antonio iba acompañado,
como casi siempre, del amigo Bravo. Los dos jóvenes, muy emocionados, fueron recibidos con
simple cordialidad, como era costumbre de Unamuno y la conversación fue libre, abierta, casi
confidencial. Hacía mucho frío, porque a Unamuno le agradaba trabajar así y los jóvenes
observaron que el Maestro no llevaba abrigo cuando salieron juntos para dirigirse a comer. Se
quedó con ellos hasta el final de la comida, siempre al lado de José Antonio, conversando
amablemente con él. Le había impresionado aquello que el joven le había dicho sobre el alma
imperial de España y sobre la dignidad de la persona humana en el marco de la concepción
religiosa de la vida.
Unamuno había sido un adversario tenaz y duro de la dictadura de Primo de Rivera, pero este
hecho bien conocido de José Antonio, no le había hecho disminuir su admiración por el Maestro,
y también porque al morir el dictador, Unamuno se había guardado bien de asociarse al coro de
las tardías y desconsideradas críticas. En cambio, lo que podía dividir netamente a José Antonio
de Unamuno, y que atormentaba la conciencia del joven en presencia del Maestro, era que
Unamuno nunca había ocultado su postura de incrédulo, atrayéndose la abierta condena de la
Iglesia en las personas del Cardenal Primado y del Obispo Monseñor Pildaín. Pero José Antonio
sabía muy bien, porque había leído sin prevención las obras fundamentales de Unamuno que,
como apunta muy bien el Profesor Fergola en la ya citada obra sobre la derecha española,
Unamuno siempre había conservado « una inextinguible sed de lo sobrenatural, de lo trascen-
dente, de lo ultrasensible », a tal punto que, en la obra fundamental al respecto — « La agonía del
Cristianismo » — él había representado a la religión como superada por los tiempos e incapaz de
conmover, pero al mismo tiempo había meditado e intentado lo que Fergola denomina una «
empresa imposible » (a nivel cultural quizás no sea tan imposible): hacer de Cristo un nuevo mito,
dar vida a un nuevo y trágico Cristo español, similar a Don Quijote, o al menos al Don Quijote que
él entendía. ¿Y quién mejor que José Antonio, que en febrero de 1935, cuando fue recibido por
Unanumo, estaba ya viviendo su personal drama cristiano, en el nombre de una concepción
actual del cristianismo, en el nombre de una reivindicación de Cruzada cristiana; quién mejor que
José Antonio podía arrimarse reverente a la profunda melancolía de un Maestro como Unamuno,
que al cinismo y a la decadencia de los tiempos oponía la fuerza y la nobleza de un sentimiento
trágico, y por ello religioso, de la vida humana ?
El acercamiento de José Antonio a Miguel de Unamuno, y viceversa, no fue sólo cultural.
Durante la guerra civil Unamuno hizo unas declaraciones a la prensa francesa a favor de Franco.
A los periodistas y escritores franceses Jean y Jéróme Tharaud les dijo: « La bestialidad de las
ordas marxistas supera toda descripción. Se ha dicho que el Movimiento Nacional no es ni
faccioso ni militar sino profundamente popular y que, por consiguiente, todos los partidos
antimarxista deben olvidar las diferencias que les separan para unirse bajo la dirección de un jefe
militar, a fin de salvar la civilización occidental y con ella la independencia de la Patria ».
El otro gran personaje de la cultura española, al que José Antonio se refiere constantemente,
en sus escritos y en sus discursos políticos, como ya hemos tenido ocasión de recordar, fue
Ortega y Gasset. En sus encuentros, José Antonio no dejó de ser polémico, como ha observado
sobre todo su biógrafo Adolfo Muñoz Alonso. La fórmula « España invertebrada », en la cual se
expresaba la desesperación de la generación del 98, no podía ciertamente ser aceptada de
manera pasiva por José Antonio, el cual partía de allí, pero no para anclarse en el pasado; al
contrario, para hacer resurgir a la joven España, para enseñar a la joven España un nuevo tipo de
« reconquista »: la reconquista de los valores espirituales, de los valores tradicionales. Así, pues,
José Antonio acusaba a Ortega de haber dejado a la intemperie una generación que tenía
necesidad de él como anticipador del futuro y no sólo como intérprete doloroso de un pasado y un
presente de profunda decadencia. En resumen, José Antonio hubiera querido un Ortega capaz de
ponerse a la cabeza del renacimiento español, a la cabeza de la juventud española, a la cabeza
de una « revolución cultural » que fuera el apoyo necesario de la revolución política y social.
Pero también Ortega y Gasset, cuando llegó la hora de elegir, no optó por el Frente Popular.
En 1936 se encontraba en zona roja, pero la abandonó en cuanto pudo, marchándose a Francia y
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correcto y diría que casi vigilado por su profunda fe en la trascendencia; su Cesarismo cede el
paso, en perspectiva, a la verdadera libertad. En realidad dice (conferencia « España y la barbarie
» de marzo de 1935): « El hombre tiene que ser libre, pero no existe la libertad sino dentro de un
orden ». Esto significa que se trata de una concepción orgánica del pensamiento político, y así
como tiene que haber equilibrio entre la tradición y la revolución, también tiene que haber
equilibrio entre orden y libertad para impedir que el orden se convierta en tiranía y que la libertad
acabe en libertinaje. Se trata de una concepción típicamente católica.
Volvemos pues al hombre: « Fijaos en la característica (y ya veis que quiero colocar la cosa
todo lo alto que puedo) de la tragedia española y de la tragedia europea » — enseñaba José
Antonio en una conferencia pronunciada en abril de 1935, en Madrid — « que habéis tenido la
benevolencia de ir siguiendo conmigo esta noche: el hombre ha sido desintegrado, ha sido
desarraigado, se ha convertido, como os decía antes, en un número el las listas electorales y en
un número en la cola de la puerta de las fábricas; este hombre desintegrado lo que está pidiendo
a voces es que le vuelvan a poner los pies en la tierra, que se le vuelva a armonizar con un
destino colectivo, con un destino común, sencillamente — llamando a las cosas por su hombre —
con el destino de la Patria ». Es difícil, como habéis oído, dar con una descripción más actual de
la crisis del hombre contemporáneo; y sin embargo, han transcurrido cincuenta años.
Para que el hombre supere la crisis y se reconozca en la tradición común, en la Patria común,
para un común destino de renovación, es necesaria la intervención del Demiurgo; y he aquí la
función del Jefe, he aquí un Cesarismo popular, si así se puede expresar. « Ninguna revolución
produce resultados estables si no alumbra su César » — escribe en Arriba, en octubre de 1935. «
Sólo él es capaz de adivinar el curso histórico soterrado bajo el clamor efímero de la masa. La
masa tal vez no lo entienda ni lo agradezca; pero sólo él la sirve ». Este concepto, del mando
como servicio, vuelve en otro pensamiento de José Antonio. «El jefe no debe obedecer al pueblo
» — escribe en el ya citado ensayo « Acerca de la revolución » — « debe servirle, que es cosa
distinta; servirle es ordenar el ejercicio del mando hacia el bien del pueblo, procurando el bien del
pueblo regido, aunque el pueblo mismo desconozca cuál es su deber; es decir, sentirse acorde
con el destino histórico popular, aunque se disienta de lo que la masa apetece ».
Como decíamos, se trata de un Cesarismo sui generis, que consagra la función del Jefe sólo
en cuanto éste sea capaz de servir los verdaderos intereses del pueblo.
Junto al Jefe, y como su permanente apoyo, el Movimiento, que debe ser escuela
permanente de ejemplo y capacidad de sacrificio. « Nuestro Movimiento » — dice José Antonio en
el discurso del Teatro de la Comedia — « no es una manera de pensar: es una manera de ser. No
debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la
vida entera, cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud
es el espíritu de servicio y sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida ».
Se trata evidentemente de un lenguaje que José Antonio dirige sobre todo a los jóvenes; es el
discurso de fundación de la Falange y el Jefe quiere colocarse a cabeza de la juventud militante.
Pero no es un reclamo ocasional, aislado. En las Obras Completas se puede leer este fragmento
dedicado a la juventud falangista: « Si algunas veces me acometió la duda de si los veteranos de
la Falange llegaran a dirigir a España, en cambio no dudé nunca de que regirán los muchachos
que han descubierto en la Falange su verdadera actitud ante España. No hay más que vieja
política y nueva política. Más fuerte que las actitudes de derecha e izquierda es hoy, en la
juventud española, la conciencia de generación. Pronto se habrán entendido por encima de sus
luchas y harán juntos a nuestra España verdadera ».
Con extrema franqueza José Antonio afrontaba el más espinoso de los problemas propios de
todo movimiento que tenga como objetivo la conquista del poder incluso con la fuerza: el
problema de la violencia. Y es necesario decir que en la España de entonces lo afrontaba con
extrema civilidad, diciendo: « La violencia puede ser lícita cuando se emplee por un ideal que la
justifique. La razón, la justicia y la Patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia
— o por la insidia — se las ataque. Pero Falange Española nunca empleará la violencia como
instrumento de opresión ».
Puesto que, por otra parte, este estudio de la personalidad y de la acción política de José
Antonio no quiere ser apologético, sino serenamente expositivo, deseamos dejar constancia de
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este tema de la violencia, incluso de una actitud más dura y evidentemente relacionada con las
polémicas políticas de aquél tiempo.
Por ejemplo, en el discurso del Teatro de la Comedia, tantas veces citado, se puede leer: «
...que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia.
Porque, ¡, quién ha dicho — al hablar de « todo menos la violencia » — que la suprema jerarquía
de los valores morales reside en la amabilidad? ¿ Quién ha dicho que cuando insultan nuestros
sentimientos, antes de reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está,
sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible
que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o la Patria ».
Así, pues, para defender a la Patria incluso la violencia. Es una postura fácilmente
comprensible si se tiene en cuenta, lo repetimos, que la guerra civil estaba en el ambiente y que si
la iniciativa no la tomaba una parte lo haría contemporáneamente la otra. Es más, hay que añadir
que el Frente Popular, la otra parte, estaba en el poder y lo ejercía en términos de guerra civil, o
por lo menos con manifiesta violencia recurriendo incluso a las armas. Baste recordar el asesinato
de Calvo Sotelo.
El motivo recurrente de toda la temática doctrinaria de la Falange es la Patria, como suprema
instancia unitaria de todo un pueblo, más allá de las clases y de los partidos. « La Patria — se lee
en el discurso del Teatro de la Comedia — « es una unidad total, en que se integran todos los
individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del
partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con
fines propios que cumplir ». Y todavía, en una carta abierta de José Antonio a Luca de Tena: « La
Patria no es el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que
trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. Sino
la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común,
que asigna a cada cual su tarea sus derechos y sus sacrificios ».
Todavía más frecuentes son las referencias al Estado, sea para comprobar polémicamente la
inexistencia del mismo en el marco de la situación española contra la cual combatía la Falange,
sea para propugnar un Estado orgánico capaz verdaderamente de representar y tutelar la justicia
y el orden ciudadano.
En cuanto a las posiciones críticas, será suficiente citar un párrafo de la conferencia
pronunciada en abril de 1935: « ...nos encontramos con que el Estado español, con que el Estado
constitucional español, tal como lo vemos configurado en la carta fundamental y en las leyes
accesorias, no existe; es una pura broma, es un puro simulacro de existencia. El Estado español
no existe en ninguna de sus instituciones más importantes ».
Por lo que respecta a las definiciones originales del Estado, en el programa de la Falange, es
importante destacar que se trata siempre de posturas antitotalitarias o de cualquier modo
netamente diferenciadas de las típicas posiciones atribuidas, con razón o sin ella, a varios movi-
mientos « fascistas ».
En las Cortes, en un discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1933, José Antonio declaró:
« Por eso es divinizar al Estado lo contrario de lo que nosotros queremos ». Y en la conferencia
sobre « España y la barbarie », pronunciada en marzo de 1935, manifestó: « ...puede ser fuerte
sin ser tiránico, el Estado que sirva a una unidad de destino. He aquí cómo el Estado fuerte,
servidor de la conciencia de la unidad, es la verdadera garantía de la libertad del individuo. En
cambio, el Estado que no se siente servidor de una unidad suprema teme constantemente pasar
por tiránico ». Por consiguiente, Estado fuerte, aunque no tiránico; y Estado garante de la unidad
y por ello garante de la libertad.
Si a los valores de la Patria y del Estado la doctrina falangista, por boca de José Antonio,
atribuye un puesto destacadísimo, es necesario añadir que no dedica menor espacio, y quizás
una importancia superior, a los valores sociales. No olvidemos que el lema de la Falange, tomado
de las JONS, era: Patria, Pan, Justicia, y no olvidemos que cuando se produjo la fusión, una
parte, aunque pequeña, de los amigos « moderados » de José Antonio, o más bien los ex-amigos
del padre, dejaron la Falange porque no compartían aquel exceso, en su opinión, de sociabilidad.
Entre todos los hombres políticos de derecha de este siglo, es José Antonio quizás el que ha
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dirigido a los obreros con los acentos más conmovidos. Escuchad: « Los obreros son la sangre y
la tierra de España. No creáis que son enemigos aunque griten en contra de nosotros No
camaradas! Todos los que nos miran de mala manera cuando vendéis nuestro periódico o cuando
distribuís nuestros manifiestos, no son enemigos nuestros. Son una parte de la Falange ».
Se llega, como habéis oído, a posiciones evangélicas, que incluso pueden ser consideradas
como ingenuas, o de « profeta desarmado », en relación con lo que sucedió inmediatamente
después, pero que en la sustancia son uno de los más altos títulos de nobleza de la Falange, de
su doctrina y de su jefe.
También porque no se limitaban a la predicación, cumplían las promesas y ya se movían, con
bastante modernidad, por los caminos de la participación. El 6 de noviembre de 1934, precisaba
José Antonio en las Cortes, dirigiéndose a Gil Robles lo siguiente: « En cambio, con lo que
queremos nosotros, que es mucho más profundo, en que el obrero va a participar mucho más, en
que el Sindicato obrero va a tener un participación directa en las funciones del Estado, no vamos
a hacer avances sociales uno a uno, como quien entrega concesiones en un regateo, sino que
estructuraremos la economía de arriba abajo de otra manera distinta, sobre otras bases, y
entonces sucederá, señor Gil Robles, que se logrará un orden social mucho más justo ». En la
conferencia del 3 de marzo de 1935, decía José Antonio: « ...nos sentimos, no la vanguardia sino
el ejército de un orden nuevo que hay que implantar en España; que hay que implantar en
España, digo, y ambiciosamente, porque España es así, añado; de un orden nuevo que España
ha de comunicar a Europa y al mundo ». Las posturas anticapitalistas de José Antonio eran tan
ásperas como las que tenía contra el marxismo. En un discurso pronunciado en mayo de 1935,
llegó a decir: « Pensad a lo que ha venido a quedar reducido el hombre europeo por obra del
capitalismo. Ya no tiene casa, ya no tiene patrimonio, ya no tiene individualidad, ya no tiene
habilidad artesana, ya es un simple número de aglomeraciones ». Además fue un defensor de la
propiedad privada en función social, como se precisa en otra parte del discurso: « ...la propiedad
es la proyección directa del hombre sobre sus cosas: es un atributo elemental humano. El
capitalismo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la propiedad del capital, del ins-
trumento técnico de dominación mundial ». Por lo tanto, el capital como atentado a la propiedad
privada y ésta en función social como pilastra de la sociedad.
En el marco de las reformas sociales propuestas por José Antonio, destaca particularmente la
agraria, acerca de la cual tomó repetida veces la palabra en las Cortes, En uno de sus discursos
sostuvo que había que dar a los campesinos la posibilidad de rescatar las tierras sin pagar nada.
¿ Y la indemnización del Estado a los propietarios? José Antonio respondió: « Sí, si los recursos
del Estado lo permiten, pero si no fuera así peor para ellos ». Y añadió: « ...es más justo y más
humano, y salva a más número de seres, el que se haga la reforma agraria a riesgo de los
capitalistas que no a riesgo de los campesinos ».
Partiendo de estas premisas tan claras, de hecho y de derecho, José Antonio llega a una
definición orgánica y modernísima de los deberes y de las estructuras del sindicato, dando al
movimiento sindical la obligación de contribuir a la instauración de un orden social justo,
desligándolo de la humillante condición de pura representación reivindicativa de ciertas
situaciones económicas.
En la concepción política de José Antonio, los sindicatos asumen el valor de auténticas y
verdaderas columnas de la arquitectura del Estado. En « Arriba » escribe que los sindicatos, no
sólo son cofradías profesionales o congregaciones de trabajadores, sino principalmente órganos
verticales en la integridad del Estado, órganos vivos e imprescindibles en el interior del cuerpo de
la Patria, que ofrecen a los trabajadores la seguridad de que su humilde labor cotidiana y personal
se eleva a categoría política de colaboración nacional. Una síntesis del pensamiento de José
Antonio en materia de sindicalismo, la tenemos en el punto noveno de la Norma Programática de
la Falange: « Concebimos a España, en lo económico, como un gigantesco sindicato de
productores. Organizaremos cooperativamente a la sociedad española mediante un sistema de
sindicatos verticales por ramas de la producción, al servicio de la integridad económica nacional
».
Este punto de la doctrina falangista, en el que se habla de « corporaciones », en un marco
social y económico de la participación, nos permite aclarar el significado de un principio polémico
de José Antonio contra cierto « corporativismo » que consideraba reaccionario.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
En una conferencia pronunciada en abril de 1935, en Madrid, dijo: « ¡ Cuantas veces habréis
oído decir a los hombres de derechas: estamos en una época nueva, hace falta ir a un Estado
fuerte, hay que armonizar el capital con el trabajo, tenemos que buscar una forma corporativa de
existencia! Yo os aseguro que nada de esto quiere decir nada, que son puros buñuelos de
viento...Armonizar el capital con el trabajo..., que es como si yo dijera: me voy a armonizar con
esta silla... Cuando se habla de armonizar el capital con el trabajo lo que se intenta es seguir
nutriendo una insignificante minoría de privilegiados con el esfuerzo de todos, con el esfuerzo de
obreros y patronos ». Está claro que manifestándose así, en polémica con grupos que se
llamaban de « derechas », pero que en realidad eran liberales o clericales, José Antonio tenía
perfecta razón. El corporativismo, en su acepción avanzada y moderna, no sitúa en el mismo
plano al capital y al trabajo, sino que establece que el capital es instrumento del trabajo, invitando
al « pacto social », con la garantía del Estado, no a los capitalistas y trabajadores, sino a los
empresarios, técnicos y trabajadores.
José Antonio dirige su más intensa polémica, en función programática, hacia la partitocracia,
expresión de una democracia que es al mismo tiempo imbele y prepotente. En el discurso del
Teatro de la Comedia dice: « Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio,
nacemos todos de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos en el
ejercicio de un trabajo ». Así, José Antonio considera y condena a la partitocracia como una
especie de excrecencia, como una categoría política y social innatural e ilegítima.
En el ámbito de esta crítica de carácter general, José Antonio combate y condena, casi por
igual, al liberalismo y al marxismo, en sus distintas acepciones.
Contra el liberalismo la polémica de José Antonio es despiadada y debemos añadir, desde
nuestro punto de vista, que prescindiendo de hechos inevitables relacionados con los
acontecimientos españoles de aquella época, se trata de una polémica de alto nivel,
fundamentalmente válida y moderna. En el artículo « Luz nueva en España », escrito por José
Antonio, en mayo de 1934, dice: « El liberalismo es, por una parte, el régimen sin fe: el régimen
que entrega todo, hasta las cosas esenciales del destino patrio, a la libre discusión. Para el
liberalismo nada es absolutamente verdad ni mentira. La verdad es, en cada caso, lo que dice el
mayor número de votos. Así, al liberalismo no le importa que un pueblo acuerde el suicidio con tal
que el propósito de suicidarse se tramite con arreglo a la ley electoral ». Y añade en el mismo
artículo: « ...el liberalismo es la burla de los infortunados: declara maravillosos derechos: la
libertad de pensamiento, la libertad de propaganda, la libertad de trabajo...Pero esos derechos
son meros lujos para los favorecidos por la fortuna. A los pobres, en régimen liberal, no se les
hará trabajar a palos, pero se los sitia por hambre. El obrero aislado, titular de todos los derechos
en el papel, tiene que optar entre morirse de hambre o aceptar las condiciones que le ofrezca el
capitalista, por duras que sean ». Y de la conferencia de abril de 1935, pronunciada en Madrid,
destacamos lo siguiente: « Observad adonde nos ha conducido la descomposición postrera del
liberalismo político y del liberalismo económico: a colocar a masas europeas enormes en esta
espantosa disyuntiva: o una nueva guerra, que será el suicidio de Europa, o el comunismo, que
será la entrega de Europa a Asia ». Pasando al campo opuesto, al socialista y marxista, la
doctrina de la Falange es de una claridad extrema; sin ningún compromiso; pronta a golpear allí
donde el marxismo se presenta al descubierto, con el bastón, pronta a indagar, a descubrir, a
atacar allí donde incluso el marxismo intenta utilizar la zanahoria y no el palo.
Acerca del socialismo dice: « Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo
económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el
odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres ».
Y por fin, en un discurso pronunciado en Madrid, el 19 de mayo de 1935, la condena total de todo
el marxismo y la guerra declarada al mayor enemigo de la civilización: el comunismo.
Escuchemos: « Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos deprisa, pero
implacablemente. Se va a la concentración de capitales; se va a la proletarización de las masas, y
se va, como final de todo, a la revolución social, que tendrá un durísimo período de dictadura
comunista. Y esta dictadura comunista tiene que horrorizarnos a nosotros europeos, occidentales,
cristianos, porque ésta sí que es la terrible negación del hombre; esto sí es la asunción del
hombre en una inmensa masa amorfa, donde se pierde la individualidad, donde se diluye la
vestidura corpórea de cada alma individual y eterna. Notad bien que por eso somos antimarxistas;
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
que somos antimarxistas porque nos horroriza, como horroriza a todo occidental, a todo cristiano,
a todo europeo, patrono o proletario, esto de ser como un animal inferior en un hormiguero. Y nos
horroriza porque sabemos algo de ello por el capitalismo; también el capitalismo es internacional y
materialista.
Por eso no queremos ni lo uno ni lo otro; por eso queremos evitar — porque creemos en su
aserto — el cumplimiento de las profecías de Carlos Marx. Pero lo queremos resueltamente; no lo
queremos como esos partidos antimarxistas que andan por ahí y creen que el cumplimiento
inexorable de unas leyes económicas e históricas se atenúa diciendo a los obreros unas buenas
palabras y mandándoles unos abriguitos de punto para sus niños ».
He aquí un panorama de 1935 que tiene una actualidad impresionante.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
pero rehusó terminantemente la invitación por entender que el genuino carácter nacional del
Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional.
Por otra parte, la Falange Española de las JONS no es un movimiento fascista; tiene con el
fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose
cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus
posibilidades más fecundas ».
La supresión de « El Fascio », el periódico instituido por José Antonio poco antes de la
fundación oficial de la Falange, se debió, según revelaba el periódico ABC, a la intervención que
la Casa del Pueblo socialista de Madrid, tuvo con las autoridades gubernativas. José Antonio
sufrió un duro golpe, pero la aclaración acerca de las relaciones con el fascismo vinieron
inmediatamente después, en la tantas veces citada reunión del Teatro de la Comedia de Madrid.
Uno de los oradores, que habló antes de José Antonio, García Valdecasas, dijo: « Se ha dicho
que ésta es una manifestación fascista y yo digo que siendo españolísima la pueden llamar como
quieran. Con el fascismo, que es una experiencia extranjera, podremos tener todas las afinidades
y todas las coincidencias que resulten en el futuro, pero nosotros españoles no podemos vivir de
fórmulas extranjeras ».
Esto aclarado, podemos ahora que ya se ha precisado la autonomía de la Falange y la
voluntad política de José Antonio, referir serenamente las relaciones entre José Antonio y el
Movimiento fascista italiano, en la persona de su Jefe, en sus programas y en la propia acción a
nivel mundial. José Antonio se sintió atraído profundamente por la personalidad de Mussolini.
Como hemos visto fue dos veces a Italia. La primera vez en el séquito del padre evitó todo
contacto político, se mantuvo apartado, deseaba visitar la Roma clásica y católica, sin participar
en las entrevistas importantes. Sin embargo, la segunda vez pidió y obtuvo audiencia para visitar
a Mussolini en el Palacio Venecia, dejando de Mussolini, en pocas líneas, una imagen original y
conmovente: la imagen del Jefe como él la soñaba, es decir, el jefe que ama el propio pueblo, que
vela su destino, que se identifica con la Historia y con el porvenir de la propia Patria. Podemos
añadir que la impresión positiva, en un coloquio que duró media hora, fue recíproca. Algunos
años después, terminada la guerra civil, Mussolini dijo a Pilar Primo de Rivera: « José Antonio era
uno de los espíritus más bellos que jamás he conocido ». Y también podemos recordar que José
Antonio escribió la introducción de una antología de escritos mussolinianos, con el título « El
Fascismo ».
Todavía más importante, para comprender plenamente el personaje, es destacar que el
atractivo personal de Mussolini no era para José Antonio el atractivo del dictador, del hombre
fuerte; tan es así que por la persona de Hitler no tuvo jamás sentimientos parecidos. Por el
contrario, los testimonios aducen todo lo contrario. Hitler no influyó en absoluto en él ya que su
formación cultural, lo hemos visto, era clásica y antirromántica, contraria pues a aquel
romanticismo alemán que, en mayor o menor grado, está ligado al nacionalismo. Siempre a
propósito de Hitler, el biógrafo de José Antonio, Felipe Ximénez de Sandoval, refiere lo siguiente:
« La artista española Ana de Pombo, en sus memorias, cuenta que encontró a José Antonio en
París al regreso de un viaje a Alemania y que textualmente le había declarado: « Con Hitler no
nos entenderemos jamás. No cree en Dios ». Y Adolfo Muñoz Alonso, autor del ya citado « Un
pensador para un pueblo », escribe: « En la concepción de José Antonio, el nacionalismo es todo
lo contrario del fascismo italiano; la Falange no es ni puede ser racista ».
Tal concepto fue además expuesto por el propio José Antonio en el discurso que pronunció
en Valladolid el 3 de marzo de 1935, cuando dijo que « los movimientos y los Estados alemán e
italiano no sólo no son similares sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos
opuestos ».
Añadamos una noticia que nos da el biógrafo Ximénez de Sandoval. Cuando el Cónsul
alemán en Alicante, Von Knobloch, en 1936, hizo una petición al Secretario Político del Ministerio
de Asuntos Exteriores de su país, Ernest Von Weizsacker, para que le autorizara a intervenir
cerca del Gobierno español a fin de obtener el indulto de José Antonio condenado a muerte, la
petición fue denegada. Si la noticia fuera exacta demostraría que la escasa simpatía de José
Antonio por la Alemania nazi era recíproca.
Así, pues, la semejanza espiritual entre José Antonio y la Italia fascista estaba por encima de
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
la gran admiración que el joven Jefe de la Falange sentía por el Jefe del fascismo italiano. José
Antonio sentía que, a pesar de la respectiva autonomía nacional, Italia y España marchaban por
el camino de una misma misión civilizadora. Cuando José Antonio se expresaba, como veremos,
en términos semejantes, no había aún noticias de la partida de los voluntarios italianos para
España y por lo tanto no se trataba de expresiones dictadas por la solidaridad ocasional o por el
agradecimiento. Es más, fue el propio José Antonio quien manifestó solidaridad con Italia en una
ocasión sobremanera significativa, cuando en Ginebra se votaban las sanciones contra Italia por
la empresa de Etiopía y el Parlamento español se ocupaba de tal argumento. Fue un discurso de
los no muchos que pronunció José Antonio en su breve paso por las Cortes; y fue en 1935, un
discurso contra las sanciones y de gran comprensión para el pueblo italiano.
« El fascismo » — dijo José Antonio, según señala Muñoz Alonso «-» « se puede comparar
con una inyección que tenga la capacidad de resucitar a un hombre; la inyección podría ser igual
para todos pero ninguno resucitaría tal como era ».
He aquí, con una imagen clara, el pensamiento de José Antonio; las revoluciones nacionales
italiana y española son autónomas, habiéndose verificado en tiempo diverso y con distintos
métodos, pero ambas tienden a que prevalezcan los sentimientos e intereses unitarios de la Na-
ción, lo cual significa que los dos pueblos marchan en la misma dirección.
En una ocasión declaró: « Precisamente las ocasiones desperdiciadas han sido las que
abrieron siempre camino a las revoluciones nacionales: porque se desperdició Vittorio Véneto
vino la marcha sobre Roma; porque se ha desperdiciado el 7 de octubre es muy posible que
venga la revolución nacional, en cuyas filas me alisto ».
Otro motivo de profundo consenso íntimo, por parte de José Antonio, con respecto a la Italia
fascista, estaba constituido por la común concepción del sentido del Estado, como garante de
orden, de justicia y de libertad. En el discurso en las Cortes del 3 de julio de 1934 dijo: « Ese
sentido del Estado, ese sentido de creer que el Estado tiene algo que hacer y algo que creer, es
lo que tiene de contenido permanente el fascismo, y eso puede muy bien desligarse de todos los
alifafes, de todos los accidentes y de todas las galanuras del fascismo, en el cual hay unos que
me gustan y otros que no me gustan nada ».
Evidentemente José Antonio se refería a aquellos « elementos » que dando preferencia a la
forma y al rito, en detrimento de la sustancia de la idea, del programa y de la misión, debilitaban y
no reforzaban la imagen del Estado fascista. Pero también se refería a la concepción del Estado
totalitario, entendido algunas veces como Estado-divinidad, que desde lo alto de su concepción
religiosa de la vida y del mundo, rechazaba resueltamente. En su conferencia sobre « España y la
barbarie » ya citada, decía: « ...los Estados totalitarios no existen. Hay naciones que han
encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable y
en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio ».
Pero — repetimos — hubo ciertamente por parte de José Antonio un franco consenso por la
doctrina fascista del Estado, si bien encuadrada en una visión ética y religiosa de las relaciones
políticas y civiles. José Antonio decía a Indalecio Prieto — leemos en « Un pensador para un
pueblo » — que el admiraba « el alto concepto que del Estado el fascismo fue promotor, de un
Estado que tiene una misión que cumplir y una serie de valores en que creer; concepto este que
constituye la esencia y la profundidad del Movimiento fascista ».
Otro motivo de acercamiento espiritual al fascismo italiano lo constituía el corporativismo,
aunque en aquellos años José Antonio mostrara sus dudas al respecto, en cuanto lo consideraba
evidentemente un camino medio entre el trabajo y el capital y, por consiguiente, no sufi-
cientemente cerca de los trabajadores.
Veamos un pasaje significativo al respecto de la conferencia celebrada en Madrid, en abril de
1935: « Mussolini, que tiene alguna idea de lo que es el Estado corporativo, cuando instaló las
veintidós corporaciones, hace unos meses, pronunció un discurso en el que dijo: « Esto no es
más que un punto de partida; pero no es un punto de llegada ». La organización corporativa,
hasta este instante, no es otra cosa, aproximadamente, en líneas generales, que esto: los obreros
forman una gran Federación; los patronos forman otra Federación y entre estas dos grandes
Federaciones monta el Estado como una especie de pieza de enlace. A modo de solución
provisional, está bien... Este recurso mantiene hasta ahora intacta la relación del trabajo en los
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
términos en que la configura la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la
posición del que arrienda su trabajo para vivir ».
Con esta profunda observación, hay que reconocerlo, José Antonio anticipaba la evolución
social del Movimiento fascista, en tiempo de la República Social Italiana, tomando lo esencial, es
decir, la necesidad de colocar en el mismo plano no ya el capital y el trabajo sino los impresarios
que aportan el capital y los trabajadores que aportan la labor, con la garantía responsable del
Estado en favor de los más débiles.
Para completar el juicio de José Antonio sobre el Movimiento fascista italiano, hay que añadir
que según se desprende de sus Obras Completas, resulta que el Jefe de la Falange defendía al
Fascismo de la acusación de sistemática adopción del método de la violencia en la lucha política.
La guerra de las palabras influyó en los escritos y en los discursos de José Antonio, incluso la
utilización de la palabra « derecha »; con una agravante, constituida por el hecho de que la
Falange era el único Movimiento político español al que se atribuía, gustara o no, la etiqueta
fascista, aunque no era el único partido al que se le atribuía la etiqueta de derecha.
Como sabemos había otros: la CEDA de Gil Robles y el partido de Calvo Sotelo. Y no
habiéndose logrado la lista única con tales fuerzas y con grupos menores de derecha, es
necesario, por parte de José Antonio y de la Falange, aclarar las diferencias no sólo respecto a
las izquierdas (las diferencias eran tan claras y evidentes que no había necesidad de
aclaraciones) sino también con las otras « derechas », porque se trataba en parte de aquellas
derechas conservadoras que José Antonio detestaba. En realidad no había olvidado la triste
experiencia paterna, no había olvidado que a su padre lo habían torpedeado, absurdamente, de
derecha más que de izquierda y tampoco había olvidado el comportamiento del Monarca; y sobre
todo, no podía olvidar que había fundado la Falange con la alianza de las JONS, es decir, de los
sindicatos obreros que deseaban una caracterización netamente social del Movimiento falangista.
Esta es la razón por la cual en los escritos de José Antonio se encuentran tantas referencias
a una cuestión que no quiere ser definida « ni de derecha ni de izquierda ». Pero en el fondo, no
había dudas, todo estaba claro.
Tiene, pues, razón el Profesor Fergola cuando en su ya citado libro anota: « José Antonio, en
el transcurso de su campaña andaluza, repetía en cada discurso que no era ni de derechas ni de
izquierdas pero la gente lo votaba, incluso los obreros y los campesinos, no porque fuera fascista
o Jefe de la Falange, sino porque era el hijo del viejo dictador y porque lo consideraban, a pesar
suyo, hombre de derecha ».
Por otra parte, podemos bien decir, después de todo lo que hemos narrado y observado hasta
aquí, que José Antonio, en su vida y en su obra, no sólo fue un exponente de la moderna
Derecha europea, sino que fue, por mil motivos, sobre los cuales prevalece el motivo más im-
portante, la perfecta coherencia entre pensamiento y acción, uno de los más límpidos, de los más
expresivos, de los más nobles y altos testimonios, en el sentido clásico y cristiano del término.
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
Al concluir este afectuoso ensayo sobre la vida, las obras y la personalidad de José Antonio
Primo de Rivera, se produce en mi interior el mismo fenómeno psicológico que ya se verificó
cuando concluí los trabajos precedentes sobre Robert Brasillach y Cario Borsani. Siento el tierno
dolor de la separación, como si tuviera la milagrosa fortuna de vivir junto a José Antonio,
conversando directamente con él, las tardes y las noches que he dedicado a conocerlo y a su
memoria. Siento algo más; siento que la separación es puramente formal porque sé que no
experimentaré jamás la alegría de descubrir a un amigo verdadero (¿ y qué otra alegría en la vida
es comparable a ésta ?), pero ya nadie podrá quitarme el regocijo, la satisfacción, el ejemplo, el
consejo, la inmediatez de tal amistad. Quiero decir que José Antonio no está recluido en estas
páginas, ni en aquellas mucho más significativas de tantos libros y ensayos que los amigos
españoles y de otras partes de Europa le han dedicado con anterioridad; quiero decir, excluyendo
todo reclamo retórico, que José Antonio está vivo con nosotros y que no morirá con nosotros;
quiero decir que la procesión maravillosa de jóvenes que durante 400 kilómetros, desde Alicante
hasta El Escorial, acompañó sus restos mortales venerando su espíritu, continúa y continuará:
llevando sobre las espaldas, sobre las espaldas de la joven España, de. la eterna España, de la
joven Europa, de la eterna Europa, no su cuerpo y no su memoria, sino el joven mensaje, el
eterno mensaje de José Antonio.
En términos políticos y más bastamente en términos culturales, quiero decir que es milagrosa
la actualidad del pensamiento de José Antonio, ya que al estudiarlo no he tenido que referirme a
las peculiaridades de su época, ya bastante lejana, para comprender plenamente su personalidad
y descifrar su mensaje. Al contrario, he descubierto, he comprendido mejor las diversas
características de nuestra época a través del estudio de su personalidad y de la interpretación de
su mensaje. Me ha sucedido algo todavía más significativo; me ha sucedido ver no sólo el interior
de nuestro tiempo, en compañía de José Antonio, sino de mirar más allá de nuestras actuales
metas políticas y culturales, gracias a José Antonio. Así, pues, una actualidad que se hace
esperanza, que se hace porvenir: la actualidad del espíritu que vuela hacia adelante y que no
plasma solamente la materia que tiene a su alcance sino que la condiciona, como también lo hace
con los espacios y los tiempos del futuro; la actualidad de Giovanni Gentile, la actualidad del
cristianismo « Non omnis moriar » del pagano Horacio.
Cierto que José Antonio fue un hombre de su tiempo, de su España, de aquella España que
se estaba precipitando, sin que pudiera detenerse, según la lógica de los acontecimientos, en el
abismo horrendo y por otra parte purificador de la guerra civil. Cierto que José Antonio fue hijo de
aquella generación del 98, de la cual ya hemos hablado, y que llevaba en sí, con los gérmenes y
los presagios del futuro, también el condicionamiento pavoroso, la frustración, la mortificación
oscura que se manifestaba en aquellas palabras casi blasfemas de Ortega y Gasset: ¿ España
invertebrada ! Pero, también es cierto que el recuerdo de aquel tiempo en la total fidelidad a
España, nos ayuda a comprender el nuestro , y no sólo nuestro tiempo español sino mucho más
allá, nuestro tiempo italiano, nuestro tiempo francés, nuestro tiempo europeo.
En primer lugar, su concepción nacional es actualísima. Esta afirmación puede parecer
paradójica, si se compara el patriotismo exaltante y a veces incluso exaltado de José Antonio, con
la negada Patria de nuestros días. Pero el que en nuestro tiempo, sabe mirar a la juventud de hoy
con comprensión plena y verdadera, sin dejarse desviar de aquél que parece e intentando
penetrar en aquél que es, en la conciencia de los individuos y a veces en las manifestaciones de
las grandes colectividades, sabe perfectamente que hay sed y hambre de Patria, entre los
jóvenes de Europa, entre los jóvenes de España como entre los de Francia, Italia, Inglaterra o
Alemania, como sucedió en los grandes momentos históricos de malestar y cambio, a la vigilia de
la primera guerra mundial, a la vigilia de la guerra de liberación de España, a la vigilia — también
— de la segunda guerra mundial. Todo ello no quiere en absoluto decir que nos encontremos hoy
en vísperas de una tercera guerra mundial, y mucho menos quiere decir que las condiciones para
el despertar de la juventud a los ideales nacionales sea la inminencia o el presagio de una guerra;
sin embargo, quiere decir ciertamente que cuando en los jóvenes prevalece la esperanza sobre la
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
duda, cuando en los jóvenes se vuelve a encender la luz del porvenir, cuando para los jóvenes la
vida se vuelve espiritual y cultural conquista, entonces la idea nacional, entonces la Idea de Patria
los enardece y les acompaña. Son aquellos momentos en que los jóvenes van a la busca del
Mito, de un Mito joven como ellos, que no les canse ni les envilezca con prédicas de sabihondo,
sino que les acompañe y preceda, desplegando la propia bandera, en la ardua lucha.
He aquí que José Antonio es hoy esta especie de Mito; y lo es, en primer lugar, porque su
nacionalismo es actual. Es actual, téngase en cuenta, especialmente y sobre todo por aquellos
aspectos, por aquellos contenidos que a un observador superficial o desatento (o ignorante, o ce-
gado por la pasión) pueden parecer los menos actuales, los más ligados a otros tiempos y a otra
sensibilidad. El nacionalismo de José Antonio es actual porque tiene dimensiones de Imperio,
porque tiene empuje imperial; el empuje de Castilla la Vieja extendido a España y de España a
todo el Mediterráneo y, más allá, por encima de montes y mares a toda Iberoamérica.
La patria que se hace Imperio porque es la huella de Dios sobre esta tierra; porque es el
pasado de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de nuestros destinos; porque es el lugar
geométrico de nuestra humanidad; porque es la Tradición y el porvenir; porque en su seno
conviven, en su seno van a yacer para siempre, de su seno resurgirán nuestros cuerpos y
nuestros espíritus. La Patria de Dante, la Patria de Cervantes, la Patria de los sentidos, del
corazón, del espíritu, de la civilización; la Patria — he aquí la espléndida actualidad de José
Antonio — como la sienten, la respiran, la desean muchos jóvenes que llamamos « nuestros »
porque son el compendio de nuestras luchas y nuestras esperanzas; los jóvenes que saben
hablar italiano y europeo, español y europeo, francés, inglés, alemán e incluso polaco y húngaro,
y rumano y europeo; los jóvenes relevos que continuarán a llevar adelante — en la actualidad de
los tiempos — la carga de muerte y de vida, de pasado y futuro que la Idea nacional de José An-
tonio expresa y exalta.
También actual, y quizás de manera incluso más convincente, es el pensamiento social de
José Antonio. Hemos examinado serenamente también las manifestaciones más audaces del
mismo; hemos aclarado que no se trataba de demagogia cuando él agredía con arrebato cierta
presunta derecha conservadora y denunciaba ásperamente (recuérdense los discursos
parlamentarios sobre la reforma agraria) las responsabilidades sino de referencias a la dolorosa y
algunas veces repugnante realidad de los tiempos. Sin embargo, prescindiendo del específico
orden social español o italiano o más bastamente mediterráneo, y haciendo referencia al
indudable, al confesadísimo, al cotidianamente denunciado fracaso del sistema social y
económico en acto en Occidente, que no afronta sino que acompaña y algunas veces se arriesga
incluso a justificar cuando no absolver al también indudable, confesadísimo, extradenunciado
fracaso del sistema socioeconómico comunista, marxista y socialista; haciendo referencia a los
empalagosos tentativos, presentes en todo el Occidente, de ir en busca de la « tercera vía social
» sin por otra parte saber alejarse de la vía liberalcapitalista y sin saber condenar a fondo la vía
marxista; haciendo referencia a la desbandada social que se opera en todas partes y, triste desti-
no común, que nos permite de comprendernos totalmente sobre todo en la España y en la Italia
de hoy. ¡, Cómo no reconocer la extraordinaria actualidad del pensamiento de José Antonio ? ¿
Cómo no agradecerle que hubiera azotado hasta sangrar — él, el señorito —, no la burguesía
sino el aburguesamiento indolente y vulgar de su tiempo, de la sociedad en que vivía ? ¿ Cómo
no asociarse también a las partes más incisivas, más nítidas, más avanzadas, como se diría hoy
en día, de su programa social ? i Cómo no comprender que tenía razón cuando criticaba, con
gran respeto, el corporativismo italiano de la primera fase, el corporativismo de régimen, el
corporativismo que no coloca en el mismo plano el capital y el trabajo, es decir, la materia, y el
espíritu sino que — garantizado el respeto de la propiedad en función social, o sea, de la pro-
piedad como síntesis de materia y de espíritu — coloca sobre el mismo plano, garantizando
derechos y deberes, a los trabajadores y los empresarios: ¡ por una sociedad de justicia !.
Jóvenes, jóvenes de Italia, de España, de Francia y de Europa, jóvenes de mi Patria y de la
más grande Patria europea, occidental y latina, jóvenes a quien está dedicado el mensaje
contenido en este libro y en los otros libros dedicados a la « Cultura de Derecha », jóvenes del
tiempo de José Antonio y de nuestro tiempo, no menos duro y quizás todavía más amargo; aquí
tenéis, en el pensamiento nacional y social de José Antonio, en la síntesis, en la armonía de lo
social y de lo nacional, de la tradición — como él mismo decía — y de la revolución, aquí tenéis al
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José Antonio Primo de Rivera – Giorgio Almirante
He tenido el privilegio de vivir, junto a las fuerzas nacionales (enormemente más numerosas
de lo que parece de acuerdo con las indicaciones electorales deformadas y mixtificadoras) la
jornada del 20 de Noviembre en Madrid; la jornada que medio millón de españoles celebran en la
Plaza de Oriente, en el nombre de José Antonio y en el nombre de Franco, desaparecidos ambos
un veinte de noviembre para volverse a encontrar en la memoria de los ancianos y la veneración
de los jóvenes.
He tenido el privilegio no menos grande de rendir homenaje a la tumba de Francisco Franco,
en el Valle de los Caídos, junto a la tumba de José Antonio; en el Valle de los Caídos de la guerra
de España, sin odio, sin discriminación, con infinito respeto y amor, según el dictamen del
Caudillo civil y cristianamente victorioso, pero también según la inspiración y ejemplo del Jefe de
la Falange, joven mártir de la misma Causa. Los dos nombres están sigilados en mi recuerdo,
esculpidos en mi ánimo, como un solo ejemplo, como una sola enseñanza, vivida y transmitida en
dos maneras diversas pero convergentes y complementarias. Quiero decir que no hay, en mi
opinión, ninguna discrasia entre los dos personajes, que sin encontrarse pensaron y desearon las
mismas cosas.
Pero aquellas dos tumbas, en los últimos años, no han sido sólo meta de peregrinajes
reverentes y afectuosos. Se ha rebuscado despiadadamente en esas tumbas y los políticos y los
personajes de un cierto compromiso (véase el inglés Gibson), han intentado secularizarlas, in-
ventando contrastes supuestos o presuntas incomprensiones entre el Caudillo y el Jefe de la
Falange. Es, pues, necesario dedicar unas páginas a las relaciones entre ambos personajes.
Sólo se encontraron una sola vez y se vieron en una ocasión, no política sino familiar. En
efecto, fueron testigos del matrimonio de Ramón Serrano Súñer, compañero de estudios y
queridísimo amigo de José Antonio, con Zita Polo, hermana de Doña Carmen Franco, y por lo tan-
to, cuñada del General. El matrimonio se celebró en Oviedo. En un momento sucesivo, y por
gravísimos motivos, los mismos que determinaron el Alzamiento de Franco el 18 de julio de 1936,
José Antonio escribió una carta al General, el 24 de septiembre de 1934. Tenemos que
preguntarnos: ¿ Por qué a Franco ? ¿ Por qué esa confianza ilimitada en el General Franco, que
José Antonio conocía mucho menos que a otros Generales más próximos al padre y a la familia ?
¿ Cómo era posible que en septiembre de 1934, cuando la crisis española comenzaba a
empeorar y junto a las hipótesis políticas aparecían en el horizonte otras diversas; cómo era
posible que el joven Jefe de la Falange se pusiera prácticamente en manos del General Franco
enviándole un mensaje secreto que podía ser considerado como un llamamiento a la acción ?
La carta es un documento orgánico, de impresionante lucidez, que refleja sin énfasis,
fríamente y al mismo tiempo con una pasión que la sobriedad del estilo contiene pero no esconde,
la dramática situación de España. Se trata de un documento que pone al General Franco en una
alternativa: o sufrir un golpe de izquierda o prepararse para la revolución de derecha. Es un
documento que demuestra, más allá de cualquier duda, sospecha o insinuación, que el joven Jefe
de la Falange desde 1934 había ya hecho su elección y que sabiendo que era necesario o que
era inevitable una intervención militar, había eregido a Franco.
La carta transmitida secretamente a Franco por conducto de su cuñado Serrano Súñer, al
parecer, no tuvo respuesta y sería extraño que la hubiera tenido, dadas las responsabilidades que
tenía el General, y también conociendo su temperamento y su estilo de vida.
Pero, dejando aparte que la verdadera respuesta se produjo, y que fue la que invocó José
Antonio, y que llegó en el momento justo, el 18 de julio de 1936, una ocasión precedente dio
lugar, en mayo del mismo año, dos meses antes del Alzamiento, a que el General Franco
expresara un juicio extremadamente positivo sobre José Antonio y su obra como Jefe de la
Falange.
Entrevistado por un periodista madrileño, Ruíz Albeniz, que lo interrogaba sobre las
perspectivas políticas del momento, Franco le preguntó qué pensaba, entre los jóvenes que
podían contribuir a salvar a España, de José Antonio. La respuesta del periodista fue entusiasta y
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