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I. Jesús creció en un clima de piedad y de cumplimiento de la Ley.

Parte importante de esta eran


las peregrinaciones al Templo. Tres veces al año celebraréis fiesta solemne en mi honor… Tres
veces al año comparecerá todo varón ante Yahvé, su Dios1. Estas fiestas eran las de la Pascua,
Pentecostés y la de los Tabernáculos, y, aunque no obligaban a ir al Templo a quienes vivían lejos,
eran muchos los judíos de toda Palestina que se trasladaban a Jerusalén en alguna de esas fechas.
La Sagrada Familia solía hacerlo en Pascua: Todos los años sus padres iban a Jerusalén por la fiesta
de la pascua2. Aunque solo era obligatorio para los varones mayores de doce años, María, según
se deduce del relato de San Lucas, acompañaba a José.

Nazaret dista de Jerusalén algo más de cien kilómetros por el camino más recto. Al llegar la Pascua
solían reunirse varias familias para hacer el camino juntos, en cuatro o cinco jornadas.

Al ser ya el Niño de doce años cumplidos, subió a Jerusalén, según solían hacer en aquella fiesta3.
Terminados los ritos pascuales, se inicia la vuelta a Nazaret. En estos viajes, las familias se dividían
en dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres. Los niños podían ir con cualquiera de los dos.
Esto explica que pudiera pasar inadvertida la ausencia de Jesús hasta que terminó la primera
jornada, momento en el que se reagrupaban todos para acampar.

¿Qué sintieron y pensaron entonces? Parece inútil describirlo. Creyeron haber perdido a Jesús, o
que Jesús les había perdido a ellos, y andaba solo, Dios sabe por dónde. La aglomeración a la salida
de la ciudad y por los caminos que a ella conducen era muy grande en esos días. Aquella noche
debió ser terrible para María y para José. Por la mañana, muy temprano, comenzaron a desandar
el camino y se dirigieron de nuevo a Jerusalén. Pasaron tres días, cansados, angustiados,
preguntando a todo el mundo si habían visto a un niño como de doce años… Todo inútil.

María y José le perdieron sin culpa suya. Nosotros le perdemos por el pecado, por la tibieza, por la
falta de espíritu de mortificación y de sacrificio. Entonces, nuestra vida sin Jesús se queda a
oscuras.

Cuando nos encontremos en esa oscuridad hemos de reaccionar enseguida y buscarle, hemos de
saber preguntar a quien puede y debe saberlo: “¿Dónde está el Señor?”.

“La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su Hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó
la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso
cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la
alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no lo perderemos más.

“Madre de la ciencia es María, porque con Ella se aprende la lección que más importa: que nada
vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra,
todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la
santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria”4.

II. María y José no perdieron a Jesús, fue Él quien se ausentó de su lado.


Con nosotros es distinto; Jesús jamás nos abandona. Somos nosotros los hombres quienes
podemos echarlo de nuestro lado por el pecado, o al menos alejarlo por la tibieza. En todo
encuentro entre el hombre y Cristo, la iniciativa siempre ha sido de Jesús; por el contrario, en toda
situación de desunión, la iniciativa la llevamos siempre nosotros. Él no nos deja jamás.

Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Cristo. El hombre anda
entonces sin sentido y sin dirección, pues el pecado desorienta esencialmente. El pecado es la
mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. En unos pocos momentos se aparta
radicalmente de Dios por la pérdida de la gracia santificante, pierde los méritos adquiridos a lo
largo de toda su vida, queda sujeto de algún modo a la esclavitud del demonio y disminuye en él la
inclinación a la virtud. El alejamiento de Dios “lleva siempre consigo una gran destrucción en quien
lo realiza”5.

Por desgracia, lo peor de todo es que para muchos esto apenas tiene importancia. Es la tibieza, el
desamor, el que lleva a valorar poco o nada la compañía de Jesús, Él sí que valora estar con
nosotros: murió en una cruz para rescatarnos del demonio y del pecado, y para estar siempre con
cada uno de nosotros en este mundo y en el otro.

María y José amaban a Jesús entrañablemente; por eso le buscaron sin descanso, por eso
sufrieron de una manera que nosotros no podemos comprender, por eso se alegraron tanto
cuando de nuevo le encontraron. “Hoy no parece que haya mucha gente que sufra por su
ausencia; cristianos hay para quienes la presencia o ausencia de Cristo en sus almas no significa
prácticamente nada. Pasan de la gracia al pecado y no experimentan sufrimiento ni dolor, aflicción
ni angustia. Pasan del pecado a la gracia y no dan la impresión de hombres que han vuelto del
infierno, que han pasado de la muerte a la vida: no se les ve el alivio, el gozo, la paz y el sosiego de
quien ha recuperado a Jesús”6.

Nosotros hemos de pedir hoy a María y a José que sepamos apreciar la compañía de Jesús, que
estemos dispuestos a todo antes que perderle. ¡Qué oscuro estaría el mundo, y nuestro mundo,
sin Jesús! ¡Qué gracia tan grande darnos cuenta de esto! “Jesús: que nunca más te pierda…”7.
Pondremos todos los medios, sobrenaturales y humanos, para no caer en el pecado mortal y ni
siquiera en el pecado venial deliberado. Si no ponemos empeño en aborrecer el pecado venial, sin
la falsa excusa de que no es “grave”, no llegaremos a un trato de intimidad con el Señor.

III. El Templo de Jerusalén tenía una serie de dependencias destinadas al culto y a la enseñanza de
las Escrituras. En una de estas dependencias entraron María y José. Probablemente se trataba del
atrio del Templo, donde se escuchaban las explicaciones de los doctores y se podía intervenir con
preguntas y respuestas. Allí se encontraba Jesús; sus preguntas llamaban la atención de los
doctores por su sabiduría y ciencia. Está como uno de tantos oyentes, sentado en el suelo, y
también interviene como harían otros, pero las preguntas descubren su maravillosa sabiduría. Con
todo era un modo de enseñar acomodado a su edad.

María y José están maravillados contemplando toda esta escena. María se dirige a Él llena de
alegría por haberle encontrado. En sus palabras encuentra San Agustín una muestra de humildad y
de deferencia hacia San José. “Pues, aun con haber merecido alumbrar al Hijo del Altísimo, era Ella
humildísima, y al nombrarse no se antepone a su esposo, diciendo Yo y tu padre, sino: Tu padre y
yo. No tuvo en cuenta la dignidad de su seno, sino la jerarquía conyugal. La humildad de Cristo, en
efecto, no había de ser para su madre una escuela de soberbia”8.

La pérdida de Jesús no fue involuntaria por su parte. Teniendo plena conciencia de quién era y de
la misión que traía, quiso comenzar de algún modo a cumplirla. Igual que hará después, busca
ahora cumplir la voluntad del Padre celestial sin que sea un obstáculo la de sus padres terrenos.
Para ellos debió de ser una dolorosa prueba; pero también un rayo de luz, que les va descubriendo
el misterio de la vida de Jesús. Fue un episodio de la vida de Jesús que jamás olvidarían.

Para todos queda claro la conciencia que Jesús tiene de su misión y de ser el Hijo de Dios. Para
penetrar un poco más en la respuesta habría que haber oído la entonación de la voz de Jesús
mientras se dirige a sus padres. De todas formas, nos hace ver que los planes de Dios están
siempre por encima de los planes terrenos, y si alguna vez se presenta conflicto entre ambos, es
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres9.

Si alguna vez perdemos a Jesús, acordémonos de aquel consejo del mismo Señor: Buscad y
encontraréis10. Le encontramos siempre en el Sagrario, en aquellas personas que Dios mismo ha
dispuesto para señalarnos el camino; y si le hubiéramos ofendido gravemente, siempre nos está
esperando en el sacramento de la Penitencia. En este sacramento nos disponemos a purificar
nuestros ojos manchados por las faltas de amor y por los pecados veniales.

Quizá hoy nos puede hacer mucho bien, especialmente cuando estemos delante del Sagrario o
cuando veamos los muros de una iglesia, decir como jaculatoria, repetir en la intimidad de nuestro
corazón: “Jesús: que nunca más te pierda…”11. María y José serán nuestras ayudas para no perder
de vista a Jesús a lo largo del día, y de toda nuestra vida.

Hijo ¿por qué nos has hecho esto? No ves que tu padre y yo angustiados te buscamos?... ¡¡ Esto,
aquí o en Jerusalén, hoy o hace dos mil años...ES UN REGAÑO !! Me imagino esa escena: María
santísima regañando a su creador... Claro, es SU MADRE y JESUS-HOMBRE ESTABA A SU
CUiDADO....ESTA ES UNA PRUEBA DE LA INFLUENCIA QUE "NUESTRA MADRE" TIENE SOBRE DIOS
NUESTRO SEÑOR

A la edad de doce años, Jesús se queda en Jerusalén. No sabiéndolo, sus


padres lo buscan con inquietud y no lo encuentran. Buscan "entre sus
parientes cercanos", buscan "entre sus compañeros de camino", buscan "entre
sus conocidos", pero, entre toda aquella gente, no lo encuentran... Mi Jesús no
quiere ser encontrado entre la muchedumbre.
Aprended pues dónde lo encontraron... para que vosotros también podáis
encontrarlo: "a fuerza de buscarlo, lo encontraron en el Templo". No en
cualquier lugar, sino "en el Templo", y no simplemente en el Templo,
sino "En medio de los doctores a los que escuchaba y hacía
preguntas". Vosotros también, buscad pues a Jesús en el templo de Dios,
buscadlo en la Iglesia, buscadlo cerca de los maestros que están en este
templo y que no salen de él. Si buscáis de ese modo, lo encontraréis...

Lo encontraron "sentado en medio de los doctores, escuchándoles y


haciéndoles preguntas". Ahora todavía, Jesús está aquí; nos interroga y
nos escucha. "Todos estaban admirados ", dice Lucas. ¿Qué admiraban? No
sus preguntas que sin embargo eran admirables, sino sus respuestas... "Moisés
hablaba, dice la Escritura, y Dios le respondía" (Ex 19,19). Así es como el
Señor le enseñaba a Moisés lo que ignoraba. Unas veces Jesús interroga, y
otras responde, y por muy admirables que sean sus preguntas, sus
respuestas todavía son más admirables.

Para que nosotros también podamos oírlo y que nos plantee preguntas que él
mismo resolverá, supliquémosle, hagamos un esfuerzo intenso y
doloroso por buscarle, y podremos entonces encontrar lo que
buscamos. Con razón dice la Escritura: "Tu padre y yo te buscábamos
angustiados". Hace falta en efecto que el que busca a Jesús no lo haga con
negligencia y blandura, de forma intermitente, como lo hacen algunos... y
que, por esta razón, no lo encuentran. Nosotros, digamos: "Te buscábamos
angustiados". (Orígenes Homilía sobre el evangelio de Lucas, n° 18; SC 87)

Muchas cosas tiene para reflexionar este texto de Orígenes de Alejandría, ya


que nos plantea varios paradigmas asociados al episodio evangélico del Niño
perdido y encontrado en el Templo.

Podemos darnos cuenta de estos tres paradigmas, si nos ponernos en las tres
posiciones diferentes que se citan en el texto:

a) En el lugar de los doctores, escuchando las maravillosas


preguntas y respuestas que Cristo nos hace llegar. Para ello debemos
dejar atrás nuestra soberbia y aprovechar lo que sabemos para disfrutar
más y mejor de aquello de Cristo nos dice.

b) En el lugar de José y María, que buscaban al Niño y lo encuentran


donde menos lo podrían esperar. Buscar a Cristo no es sencillo, ya que
no lo encontraremos recurriendo únicamente a nuestras fuerzas. Es la
Gracia de Dios la que nos permite encontrarlo después de muchos
esfuerzos y esperas.

c) En el lugar de Cristo, dejando a un lado lo cotidiano y


centrándonos en lo sustancial. Lo sustancial es estar junto al Padre y
hacer su voluntad. El compromiso que nos pide el Señor, conlleva
ofrecer todo aquello que nos resulta familiar y cotidiano.

En la misa del Gallo de este año, Benedicto XVI se hizo una interesante
pregunta, que tiene mucho que ver con lo que estamos viendo:
“¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de
nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, Él no debe
existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser
rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el
pensamiento debe estar configurado de manera que la hipótesis Dios sea
superflua. Estamos completamente llenos de nosotros mismos, de modo
que ya no queda espacio alguno para Dios. ”

Aparte de las tres posiciones que se pueden ver en el texto de Orígenes, existe
una cuarta posición. La posición del que no desea formar parte de la escena.
La posición de quien observa a Dios como algo inútil para su vida y al mismo
tiempo, su vida resulta insustancial e inútil sin Dios. La sociedad prioriza todo
pensamiento que esté al margen de la existencia de Dios, por lo que hay que
ser realmente valientes para colocar a Dios en el centro de nuestras vidas y
participar activamente dentro de la escena que nos plantea Orígenes. Si nos
contentamos con llenarnos de nosotros mismos, seremos un vaso que imagina
el mismo puede ser su propio sentido y necesidad. Despreciará el vino que
debería llenarlo para darle sentido, lo que terminará por hacer el vacío cada
vez más doloroso.

¿Cómo remediarlo? Dejemos atrás nuestras soberbias y dejemos de intentar


encontrar la utilidad de Dios. Busquemos con perseverancia a Cristo, pero
sabiendo que no es nuestra voluntad la que le encontrará, sino la Gracia de
Dios mismo. Por último, dejemos la cotidianidad que nos adormece y
aprendamos a centrar nuestra vida en Dios.

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