Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El desafío de narrar
1.1.- Introducción
Terminar una última frase y colocar luego de ella un punto final, no significa en
absoluto terminar una obra. Ya sea un conjunto de relatos o una novela, luego de su
supuesta conclusión, queda un arduo trabajo que muchas veces no estamos en
condición de afrontar. No es, sin embargo, incapacidad lo que nos frena, sino el hecho
irrebatible de que no logramos vernos con objetividad a nosotros mismos ni a nuestra
obra, y es ese el momento en que otros deben intervenir. Dada la intensidad del
proceso creativo y todo lo que en él pone en juego el escritor, no es posible que se pueda
guardar una distancia de la exaltación y beneplácito que produce el hecho de concluir
una obra a la que probablemente hemos dedicado meses e incluso años.
Una vez de vuelta, mirando nuestras páginas de ayer casi con ojos de extranjero, lo
recomendable es que realicemos un riguroso trabajo de corrección en base a lo que
podamos detectar por nosotros mismos o a lo que una mirada experta nos haya
señalado. En este sentido es de suma importancia que volvamos nuevamente sobre
nuestro argumento, percatándonos a profundidad de las diferencias existentes entre lo
que fuimos planeando para el desarrollo de la historia y lo que realmente aparece
contado sobre ella. Se trata de actuar sin autocomplacencia y con el mayor rigor del
que seamos capaces. Examinemos a fondo el comportamiento de nuestros personajes
y su coherencia para con su propia naturaleza y el resto de personajes que componen
la trama.
Por lo general suele ser un mito infundado el hecho de que una obra, una vez
terminada, no debe ser retocada o recompuesta. Revisemos nuevamente fechas o
espacios que hayamos propuesto dentro de un límite de coherencia y verosimilitud.
No nos comportemos de forma obsesiva, pero no nos conformemos con la versión que
más simpática nos resulte, imprimamos una versión primitiva o primer borrador y
trabajemos sobre él de forma tenaz y persistente, olvidemos toda idea que nos lleve a
la tentación de publicar: en caso de que pudiéramos publicar de inmediato, ello podría
ser un desenlace engañoso que a la larga redundaría en una afectación para nuestra
obra.
No tengamos miedo recortar textos, eliminar incluso párrafos, páginas enteras. Todas
las grandes obras fueron en principio humildes borradores, versiones imperfectas y
por completo inferiores respecto a su composición definitiva. Disfrutemos del
reencuentro con nuestras propias palabras y pensemos que la nueva etapa que para
nosotros se acerca es justamente la de encontrar la forma correcta de gestionar nuestro
manuscrito. Es ese el punto donde todo escritor que comienza sus primeros trabajos
debe de buscar el mejor destino posible para su libro, de acuerdo a su línea argumental
y temas abordados. Esto sería reconocer en qué tipo de línea editorial encajaría nuestro
trabajo y a partir de ese momento comenzar a manejarnos con inteligencia y un agudo
sentido del olfato.
Si es posible, enviemos la carta por correo electrónico. Hoy en día, prácticamente todas
las editoriales disponen de página web donde es sencillo encontrar un correo de
contacto. Mostrémonos profesionales en nuestra comunicación, evitemos un tono
informal o de confianza. Incluyamos nuestros datos de contacto: nombre completo,
dirección, teléfono, correo electrónico, página web o perfiles en redes sociales (si no
tenemos web o presencia en redes, es hora de que nos lo vayamos planteando).
Bibliografía:
Roth, P. (2011). El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras. Madrid: Penguin
Random House