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¿A quién se le debe rendir honor?

En ocasiones, utilízanos palabras o frases cuyo uso recurrente las convierte en


meros instrumentos fonéticos vacíos y que solo buscan rellenar un espacio de
formalismo y poses protocolarias.
La palabra honorable se convirtió en un relajo en el congreso de La República,
al manosearla más que la masa de harina para pan artesanal.
No puede cualquier congresista recibir la distinción de ser llamado honorable,
cuando sus actos son contrarios a la moral, a la honestidad, a los valores, a la
justicia, a la institucionalidad, a la honradez, al respeto a los principios cristianos,
en fin, contra todo lo que por naturaleza es lo correcto.
Todos los pueblos del mundo tienen costumbres y tradiciones que marcaron sus
génesis y que tanto los nacionales como los extranjeros deben respetar, porque
forma parte de su identidad y su cultura.
Esos mismos insolentes, son los que en las campañas utilizan el sagrado nombre
de Dios en vano, para engañar a los votantes que precisamente tienen profundas
convicciones cristianas, y luego con expresiones y acciones perversas,
manipulan la conciencia de los incautos.
Cuando fue la mayoría que los eligió, luego deciden representar a minorías que
se recrean en lo execrable, enarbolan un falso orgullo, se oponen al respeto a la
vida, maldicen lo sagrado y encima de todo, pretenden hacernos cambiar de idea
con violencia verbal en ocasiones, y lo más grave aún, persiguen mancillar la
inocencia de nuestra niñez con sus extravíos y desenfrenos.
Ello podría significar que esos mal llamados honorables, han contraído un
compromiso con aquellos grupúsculos minoritarios que quizás han financiado
económicamente sus actividades proselitistas, o que también podrían tener una
doble vida, aparentando otra cosa ante la sociedad.
Esos mismos, que no son dignos de ocupar una curul y que tocan sólo aquellos
temas que representan sus intereses, también deberían renunciar a los irritantes
privilegios establecidos entre los congresistas, que acentúan la pobreza y la
desigualdad social, y legislar por un país más justo, en el que todos, para citar
algunos ejemplos, tengamos derecho a la salud, a la vivienda y al desarrollo de
nuestro potencial, mediante una educación de calidad, como lo establece la
constitución.
Nuestra hermosa bandera en su centro lleva su escudo, la única del mundo que
menciona a Dios y cita un versículo del santo evangelio.
Dios, patria y libertad es nuestro lema, grabado en la parte superior del escudo
y en el centro la biblia abierta, la que muchos congresistas odian, detestan y
rechazan y en ella leemos el versículo 32 del capítulo ocho del evangelio de San
Juan que dice: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Sea nacional o extranjero, al que le cause escozor y no le agrade nuestra historia
y los principios que nos dieron origen como nación, entonces tendría que
abandonar el territorio y autoexiliarse en las habitaciones de la necedad.
Por eso repitamos a voz en cuello y que se escuche en el más remoto rincón del
país, del mundo y del universo y se estremezcan los infiernos:
Dios, Patria y Libertad, ¡Que viva La República Dominicana!

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