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Contenido.

Acechador de las sombras: Hora de que la sombra reluzca


Sobre Acechador de las sombras
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo final
Epílogo
Avance de la próxima entrega de Acechador de las sombras
Comentarios del autor




Acechador de las sombras:
Hora de que la sombra reluzca
Kindle edition

Copyright© 2017 José Antonio Rubio Díaz


Sobre Acechador de las sombras.
Este relato es una obra de ficción, en ningún momento se pretende faltar el
respeto de creencias o gustos.
Corre en los tiempos donde la religión tenía mayor peso sobre la sociedad, y
aunque muchas cosas que se cuenten, ocurriesen de verdad, aunque de otra
forma, es fruto de exageración e imaginación.
A lo largo de la obra pueden encontrarse escenas que podrían herir la
sensibilidad de algunos lectores por las formas de morir de algunos personajes.
Acechador de las sombras es protagonizado por el personaje Lorenz, el cual
pertenece a un grupo de acechadores que es liderado por otro personaje
importante.

Prólogo.

Aragón, 29 de octubre de 1489.
—¡Silencio!— gritó el guardia.— No eres más que un perro del diablo.
—¡Antes perro que..¡agg! (grito de dolor).. seguir a gente que mata en nombre
de Dios! — exclamó el preso.
— Me encantará verte suplicar como me pides una muerte rápida— le dijo el
guardia agarrándole por el cuello.
— ¡ggg..tuf! —
El preso le escupió en las botas al guardia.
— Sí, eso es, déjamelas bien limpias — dijo el guardia mientras expresaba
sonrisa de superioridad.— JAJAJA(Risas).
Los guardias de la ciudad les gustaba mostrar su superioridad al resto de
ciudadanos, era una forma de sentirse orgullosos con el trabajo que hacían.
Por detrás del guardia llegó un hombre con capucha, el cual, se acercó al preso
sin apartarle la mirada.
— Que te perdone el diablo, nosotros no perdonaremos tus crímenes — le dijo el
encapuchado mientras lo tiró al suelo de una patada.
— ¡No sois nadie para juzgar en nombre de Dios! — gritó el preso desde el
suelo.
El hombre encapuchado se acercó al preso, lo agarró por el pelo levantándole la
cabeza y le susurró.
— Tal vez..quieras...reconsiderar tus... ideales —
El preso guardó silencio.
— Muy bien. ¡Guardias! — gritó el encanpuchado sin apartar la vista del
hombre.— Llevaos a este pecador y aseguraos de que tenga una muerte lenta y
dolorosa.
— ¿El potro, señor? — le preguntó el guardia.
— Mm..ese bastará. Aunque preferiría que sufriese algo más.
—¿¡Qué es eso!? —exclamó el preso — ¿¡A dónde me llevan!?.
Los dos guardias se llevaron arastras al hombre.
— Tranquilo amigo, solo serán unos minutos de dolor — dijo el guardia entre
risas de maldad.
— ¡Soltadme! —
El guardia, furioso, agarró una vez más del cuello al preso y lo levantó un palmo
del suelo.
— ¡Escúchame sabandija! Tú y toda tu calaña seréis aniquilados de la forma más
dolo...¡GAJJ...! —
Un cuchillo atravesó el cuello del guardia, llenando así el rostro del preso de
sangre.
Al caer el guardia, una sombra apareció tras él.
—¿¡Qué!? ¿¡De dónde has salido!?—exclamó el otro guardia apuntándolo con
una ballesta.
—Vigila tu sombra — le dijo el extraño.
— ¿¡De qué diab..¡ag!..—
El otro guardia cayó hacia delante con otro cuchillo clavado en la nuca y dejando
así, a otro extraño al descubierto que apareció por su espalda.
—Empezaba a pensar que no llegaríais nunca— dijo el preso.
—Solo nos hacíamos de rogar, Lorenz—
—¿Qué has descubierto?— le preguntó el otro extraño.—¿Lo tienes?
Lorenz sacó un peculiar objeto de sus bolsillos.
—No es esto lo que nos pidió Neil —contestó uno de ellos.
— Esto nos servirá para guiarnos — le dijo Lorenz.— No pude conseguir más.
—¿Has descubierto algo más?—
— Uno de los propios curas ha venido a juzgarme — contestó Lorenz.
— Así que ellos mismos se presentan ante el pecador... Interesante — dijo uno
de los extraños.
— No estoy seguro de si era sacerdote o no, pero llevaba la misma vestimenta —
— Amigos míos, bienvenidos a la in.. —
— Compañeros, tenemos un problema mayor ahora mismo — dijo Lorenz
interrumpiendo a uno de ellos.
—¡ALLÍ ESTÁN! ¡Atrapadlos! ¡Atrapadlos en nombre del obispo! — gritaron
varios guardias mientras se aproximaban a ellos.
— Será mejor que corramos — dijo Lorenz.— Ya lo hablaremos en otro
momento.
Tanto Lorenz como los otros dos echaron a correr intentando huir del resto de
guardias.
— ¡Separémonos! —
— ¡Nos reuniremos en la Torán! — gritó Lorenz. — Es hora de que la sombra
reluzca.

Capítulo 1: Los acechadores de las sombras.

La Torán, refugio de los acechadores de las sombras. Fue fundada en el siglo
XIII por Bartolomé el Sabio para luchar contra la injusticia que la religión
praticaba. Asesinatos crueles, torturas inimaginables, todo eso, por que así lo
deseaba su Dios...según ellos.
La habilidad de estos "justicieros" no era la lucha cuerpo a cuerpo, tampoco lo
era la lucha a distancia. Los acechadores se movían entre las sombras y
asesinaban a quien se les interpusiese en su camino desde la propia sombra. La
mayoría de sus víctimas mueren sin ver quien le ha quitado la vida.
¿Cómo lo hacen? Habilidad, entrenamiento.. sea como sea la forma en la que lo
hayan aprendido, si tenías el poder de esconderte en las sombras, tenías el poder
de desaparecer a ojos de tus enemigos.
Pero el origen de como surgieron los acechadores de las sombras es otra historia.
Hoy, están aquí una vez más para batallar contra la religión católica.
Bienvenidos, a la Santa Inquisición.

Torán, 30 de octubre de 1489.
Lorenz abrió las puertas de la Torán y entró.
— ¡Lorenz! ¡Estás vivo! — exclamó Neil al verle entrar.— No pensé que
volverías muchacho.
— No es tan fácil acabar conmigo, Neil — dijo Lorenz muy seguro.
— Elián y Junco me dijeron que encontraste algo interesante antes de que te
salvaran — dijo Neil.— Dime ¿De qué se trata?
— Miralo con tus propios ojos — le dijo Lorenz lanzándole a las manos una
bolsa de piel.
— ¿Qué hay dentro? — preguntó Neil mientras sacaba lo que había en su
interior. —Es esto una especie de... ¿brújula?
— No es una brújula exáctamente, pues no señala al norte—
— Lorenz, te di una orden, encontrar algo que nos sirviese para averiguar donde
se encuentra el objeto que tanto adoran los católicos — dijo Neil algo molesto.
— Esa especie de brújula fue importada de Roma. No es el objeto que buscamos,
pero nos conducirá hacia él.—le respondió Lorenz.
Neil se quedó durante varios segundos observando la brújula.
— Entonces, ¿aseguras que ésto nos guiará a él? —
— No puedo asegurártelo, pues no lo he comprobado, solo te digo lo que
escuché sobre la brújula. — le respondió Lorenz.. — Casi muero por culpa de
ella.
— Las dudas se han cobrado la vida de muchos de los nuestros. Si no estás
seguro, no nos vale para nada lo que nos has traído— le replicó Neil.
— Pero yo..—
—Silencio.— le interrumpió Neil.— Vuelve por aquí cuando tengas lo que te
pedí, y llévate la brújula.
Neil le lanzó la brújula a Lorenz a las manos.
— Sí señor.— le respondió Lorenz marchándose.
Un anciano que estaba a uno de los lados de Neil se acercó a él.
— ¿No crees que te has pasado un poco? Al fin y al cabo no es más que un
chaval.— le preguntó el anciano.
—Si no soy severo con él se lo comerán en las calles Gerard.— le respondió
Neil.
— Cada día te pareces más a tu padre Neil — le dijo Gerard.
— Nunca estaré a su altura — dijo Neil marchándose a una habitación de la
Torán.
El padre de Neil murió por tortura en una máquina inventada por la inquisición.
Y fue mostrado a todo el pueblo, cientos de personas observaban como
torturaban al padre de Neil, y él, estaba entre esas personas.
Mientras Lorenz se marchaba del lugar le paró Junco y Elián.
— Eh Lorenz, espera— le dijo Elián.
—¿Qué queréis ahora?— le preguntó Lorenz.— Tengo cosas que hacer.
— Así no se le habla a los superiores amigo Lorenz—
— Vete a la mierda Junco—
— Oh venga ya, solo era una broma—
— Para ti será una broma, pero ¿porqué ami no me asciende?, Llevo meses
practicando, me oculto bien en las sombras, incluso mejor que vosotros—
— No se trata solo de acechar Lorenz, también hay que saber llevarlo— contestó
Elián.
— No digas más estupideces Elián. Si tu padre no fuese Neil, el líder de esta
Torán, seguirías sin ser un acechador—
— ¿Eso crees?—
— Todos creemos eso.— le respondió Lorenz.
— Muy bien, vamos a comprobar quien es mejor acechador de los dos—
—¿En qué habías pensado Elián?
—No creo que sea buena idea lo que estéis tramando— dijo Junco.
— Tú solo, si alguien pregunta, fuimos a dar una vuelta—
—Sigo pensando que no es buena idea Lorenz, ahora estáis mintiendo.—
— Vámonos Elián—
Lorenz y Elián se marcharon y Junco, enfadado, dio un golpe de furia a una
columna de la Torán.
—¡Maldición!— exclamó.
Pero Junco no podía dejarles solos, así que les siguió
— Saca la brújula, Lorenz — le dijo Elián.
— ¿ Para qué quieres la brújula?
— Tú dámela —
— Está bien — contestó Lorenz sacándose la brújula del bolsilla. — Ten.
— Busquemos el objeto que quiere Neil —
—¿ Los dos solos? — preguntó Lorenz.
— Te demostraré que necesitas para ser un auténtico acechador —
— Como quieras, ¿Qué rumbo tomamos? —
— Es evidente que se encuentra en el monasterio, pero con lo inmenso que es
necesitaremos esta brújula para encontrarlo —
— Bien. Pongámonos en marcha Elián —

Monasterio.
Lorenz y Elián llegaron donde se hallaba el objeto que Neil tanto ansiaba.
— Esperaremos que anochezca para entrar — dijo Elián.
— No soy idiota, sé que la noche nos beneficia más —
— Aveces lo pareces Lorenz —
— Retira eso ahora mismo — le dijo Lorenz poniéndole una daga en el cuello.
— ¿Qué vas hacer? ¿Matarme? —
— Tal vez lo haga —
— Adelante Lorenz, mátame —
— Bah, sabes que no mancharía mi daga con tu sangre —
— Jé. Búsquemos el lugar adecuado para entrar — dijo Elián.
Buscaron alguna puerta que estuviese abierta por la que poder acceder al
monasterio.
— ¡pss! ¡Elián, por aquí! — exclamó lorenz sin levantar mucho la voz.
— Esta puerta será fácil de abrir, déjame ver —
Elián forzó la puerta con una gánzua para abrirla.
¡Click!
— ¡Ya está! — exclamó Elián.— Ocúltate en las sombras, ¡ya!
— Tú saca la brújula e indica por donde ir —
Una vez ocultos en la sombra de cualquier objeto que la produciese, entraron y
se pusieron a buscarlo.
— ¡Elián! ¡Muévete! ¡Vamos! —
—Espera, la maldita brújula no funciona, no para de dar vueltas—
— Déjame ver —
Lorenz comenzó a golpear la brújula esperando que así funcionase. Pero no lo
consiguió.
— Genial, ¿Qué hacemos ahora Lorenz? —
— ¿Yo? Fue idea tuya la de venir —
Elián encontró un extraño papel con ilustraciones y texo.
— Lorenz, mira este papel —
— ¡Estoy oyendo ruidos en esa habitación! — escucharon Lorenz y Elián de
fuera.
— ¡Maldita sea! No tenemos escapatoria. Escóndete bien en las sombras y no
nos verán Lorenz —
— ¡En nombre de la guardia del obispo, abrir esta puerta quien esté dentro! —
Los guardias al no recibir respuesta tiraron la puerta abajo.
— Registrar toda la habitación. Este lugar no tiene salida, tiene que estar aquí.
— dijo el guardia.
— ps..Lorenz... solo son tres, podemos matar a dos desde la sombra— susurró
Elián.
— ¡estás loco! quedaríamos expuesto para el tercer guardia, y no sabemos luchar
cuerpo a cuerpo. —
— Siempre hay una primera vez Lorenz —
— Elián ni se te ocurra hacerlo —
— Así nunca llegarás a ser un verdadero acechador —
— Está bien, yo mataré al de la derecha, tú al de la izquierda. Llamaré la
atención del tercer guardia y le matas por la espalda — dijo Lorenz.
— Vale, muévete con cuidado. —
Lorenz se colocó tras uno de los guardias y Elián también.
— ¡gag! —
Los dos guardias cayeron al suelo muertos. Y el tercer guardia miró a Lorenz
como habían planeado.
— ¿¡Quiénes sois vosotros!? — exclamó el guardia apuntándole con la espada.
Elián se acercó por la espalda y entonces.
—¡¡GAG!!—
—¡¡¡¡Elián!!!—
El guardia se dio la vuelta antes de que llegase Elián y le clavó la espada.
— ¡Maldito! — gritó Lorenz mientras se lanzó sobre él clavándole la daga en la
nuca.
El tercer guardia cayó muerto.
— ¡eh eh eh! Elián mírame, estoy aquí —
— No me... dejes morir....aquí —
— No vas a morir, te llevaré a la Torán, allí te sanarán.—
— Jé... menudo idiota estás hecho...—
—Vamos, te llevaré fuera — dijo Lorenz colocándoselo apoyado en su brazo.
Lorenz consiguió sacar a Elián al exterior y entonces apareció Junco.
— ¿¡Qué ha pasado!? —
— Un guardia le clavó la espada en el hombro —
—¡Está perdiendo mucha sangre Lorenz!—
— ¡Ya lo sé vale! — exclamó Lorenz.— Ayúdame a llevarlo a la Torán, allí lo
sanarán.
— Ambos sabéis que no llegaré vivo allí...., os verán por el pueblo
arrastrándome y.... avisarán a los guardias — dijo Elián a duras penas.
— Vamos Junco, cógelo por el otro brazo —
Lorenz y Junco cogieron a Elián y se pusieron rumbo a la Torán.
— ¡Te dije que no sería una buena idea! — exclamó Junco.
— ¡eh eh eh! ¡para! ¡Contra la pared, rápido! — exclamó Lorenz.
—¿Qué ocurre?—
— Mira allí, guardias dirigiéndose al monasterio. Deben haberse enterado de lo
que ha sucedido —
—¿Qué ha ocurrido exáctamente? ¿Qué hacíais dentro? —
— Ya te lo explicaré en otro momento, ahora vámonos de aquí —

Torán.
Consiguieron llegar vivos a la Torán y una vez dentro buscaron ayuda para
Elián.
—¿ Qué ha ocurrido? — preguntó Meison
— Un guardia le clavó una espada—
— Avisad a Neil de inmediato. Intentaré sanar su herida —
Meison, un acechador que fue ascendido hace solo unas semanas, también era
bueno en primeros auxilios, así que se llevó a Elián a una habitación para
intentar hacer algo con su herida. Otros, fueron a avisar a Neil, el cual, al
enterarse de la noticia, se dirigió a Lorenz.
— ¡Lorenz! — gritó Neil.
Lorenz se dirigió a Neil pero guardó silencio.
— Tu imprudencia casi acaba con la vida de mi hijo —
— Perdona que te interrumpa, Neil, pero no fue idea de Lorenz la de ir, fue idea
de ambos, no veo justo que Lorenz cargue con la culpa — dijo Junco.
— ¿Es eso verdad? — preguntó Neil.
— Fuimos al monasterio con la brújula para intentar el objeto que quieres, pero
además de que no sé de que trata ese objeto, la brújula comenzó a dar vueltas
descontrolada y entonces nos encontraron los guardias —
— ¿Lo encontrásteis? —
— No, pero Elián encontró esta hoja. Parece una lista, pero no entiendo que
significa estas frases—
— Déjame verla —
Neil cogió la hoja que le entregó Lorenz y comenzó a leerla.
— La garrucha.. la doncella de hierro.. el tormento de agua... —
— ¿Tienes idea de qué puede ser Neil? — preguntó Lorenz.
— Yo te diré que es hijo — dijo Gerard.— Son algunas de las más crueles
técnicas de torturas usadas por la inquisición en los distintos países que se
practicaron.
— ¿Qué quieres decir con eso? —
— Que una vez más, la religión va a torturar a los infieles de la forma más
sádica posible — dijo Neil esta vez.
— ¡Tenemos que frenar eso! — exclamó Junco.
— Gerard, acompáñame, tenemos cosas de las que hablar — le dijo Neil.—
Vosotros ir con Elián y ayudar a los demás en lo que podáis.
— Entendido Neil — contestaron Junco y Lorenz.
Junco fue a comprobar el estado de Elián.
— Eh Meison, ¿Cómo se encuentra? —
— Se recuperará, tuvo suerte de haber sido golpeado ahí —
— ¿Tardará mucho en recuperarse?
— Solo algunos días Junco —
Al cabo de algunos días Elián consiguió recuperarse y Neil convocó a todos los
acechadores en la Torán.
— Acechadores y novatos, gracias a Lorenz hemos descubierto lo que los
católicos están a punto de hacer. Ahora tenemos dos tareas que realizar, ya no
consiste en averiguar donde se halla el objeto que os pido —
— Neil, la búsqueda de dicho objeto sería más fácil si nos contases que es.—
dijo uno de los acechadores.
— Solo con verlo sabréis que es lo que os pido. Pero ahora, los católicos quieren
practicar técnicas de torturas contra los que, para ellos, son herejes e infieles.
Será nuestra misión acabar con esto. —
— Salvar a los que los católicos quieren matar, pero de forma distinta, es lo
mismo que hemos hecho durante décadas — dijo Junco.
— Haremos que se arrepientan de traer esas máquinas de torturas. Gracias a
estos papéles sabemos todo sobre estas técnicas — dijo Neil dirigiéndose a
Lorenz.
— Gracias por traernos esto, acechador de las sombras.—

Capítulo 2: La doncella de hierro.

Casa de Anne Harm, 2 de noviembre de 1489.
— ¡eh! ¡pssss! — susurraba fuertemente Lorenz.
Lorenz arrojó una pequeña piedra a la ventana de Anne.
— Lorenz, la última vez que me tiraste una piedra a la ventana me la partiste —
dijo Anne al asomarse.
— ¿Puedo entrar? —
— Es tarde Lorenz, márchate a casa —
— Ábreme o subiré hasta ahí —
— Trepar no es lo tuyo Lorenz —
— Espera y verás... — dijo Lorenz mientras intentaba subir.
— Bien, aquí te esperaré —
Tras mucho esfuerzo Lorenz alcanzó la ventana y entró por ella.
— ¿Es qué no vas a darle un abrazo a tu novio? —
— No hables tan fuerte o te oirán mis padres — dijo Anne.
Lorenz vió sobre la mesa de Anne una serie de pancartas y carteles.
— Anne, otra vez no —
— Deja eso ¿Vale?—
— Vas a conseguir que te maten Anne, no puedes salir a la calle con pancartas
poniéndote en contra de la religión— dijo Lorenz.
— Soy protestante y voy a luchar por mi libertad de expresión — contestó Anne.
Anne Harms, era una mujer que luchaba por sus derechos. Estaba
complétamente en contra de la religión, y en varias ocasiones había salido a la
calle a protestar.
— En estos tiempos, la libertad de expresión no existe — dijo Lorenz.
— Por eso voy a luchar por ella Lorenz. No puedo seguir ocultándome en estas
cuatro paredes sin hacer nada —
— Eres una cabezota, supongo que nada que te diga te hará cambiar de opinión
¿verdad? —
— No vas a conseguir nada intentándolo — le contestó Anne.
— Déjame que te proteja, me han ascendido a acechador. Mientras estés por ahí
pegando a gritos que te maten te defenderé de cualquier ataque—
— No necesito que nadie me proteja Lorenz. Y ahora márchate antes de que se
despierten mis padres —
— Genial. casi me mato subiendo esas paredes para nada — dijo Lorenz.—
¿Cuándo saldrás a la calle con esos carteles?
— No lo sé, mañana o pasado mañana.—
— Está bien Anne. Me marcho.—
Lorenz besó a Anne y se marchó.

Torán, 3 de noviembre.
Neil avisó a Junco para hablar con él.
— Junco, quiero que te dirijas esta vez tú al monasterio — dijo Neil.
— Haré lo que sea posible por encontrar el objeto —
— Elián, en su estado no podrá acompañarte. ¡Lorenz! —
— Lorenz no está Neil — respondió Junco.
— ¿Dónde está ese muchacho? —
— No lo sé — dijo Junco.— Iré solo, es más fácil cuidar de mi mismo que de
otros.
— ¡Ni hablar! Nadie correrá riesgos. ¡Meison! —
— ¿Señor? — preguntó Meison.
— Acompaña a Junco en esta misión. Tened, llevaos la brújula, quizás Lorenz
tuviese razón —
—¿Yo-yo? — preguntó Meison asustado.
Meison, pese a su habilidad para esconderse en las sombras, nunca había querido
asesinar a nadie, por eso eligió el camino de los primeros auxilios. Para él, era
mejor sanar que asesinar.
— ¿Hay algún problema? —
— Nunca he salido de expedición, sabes que mi lugar está aquí, sanando a los
heridos Neil —
— Meison, eres un acechador, sabes esconderte en las sombras y asesinar como
los demás. Acompañarás a Junco.— dijo Neil una vez más.
— Está bien...—
— ¡Vamos! Lo pasaremos bien — exclamó Junco dándole un golpe en el
hombro.
— Poneos en marcha de inmediato —

Calles de Aragón.
Mientras Neil y los demás estaban reunidos en la Torán, Lorenz cuidaba de Anne
mientras ella paseaba por las calles de Aragón con pancartas.
—¡Yo no me escondo! ¡Yo siempre voy a luchar por mis derechos! —
—¡Conseguirás que te maten, loca! — gritó un ciudadano.
—Es probable. Pero prefiero morir de pie que vivir de rodillas — le contestó
Anne.— ¡Yo no me escondo! ¡Lucharé por la libertad de expresión!
— ¡pss! Anne, baja un poco la voz. Te estarán oyendo incluso en la iglesia —
dijo Lorenz desde las sombras.
—¿Qué estás haciendo aquí? —
— Genial, ahora habla sola — dijo el mismo ciudadano.
—Ve a esa esquina — dijo Lorenz.
Anne se dirigió a la esquina y Lorenz salió de las sombras.
—Creí haberte dicho que no vinieses —
— Y yo creí haberte dicho que ésto es jugarte la vida para nada— le respondió
Lorenz.
—Para nada no, yo...—
— Ya ya, luchas por tus derechos, a toda la ciudad le ha quedado claro—
interrumpió Lorenz.
— Pues si toda la ciudad me ha oído, ¿Porqué no hay guardias buscándome ya?

— Buscamos a Anne Harm por escándalo público, ¿La has visto?— le dijo un
guardia a un ciudadano.
— La loca de los gritos, se-se fue por allí..— dijo el ciudadano señalando hacia
donde fue Anne.
El guardia empujó al ciudadano al suelo con superioridad y se dirigió a la
dirección donde le indicó.
—¡Más te vale no haberme mentido! — exclamó.
—¡Te lo dije! ¡Vámonos! ¡Rápido! — exclamó Lorenz.
— Si huyo, seré una cobarde —
— Si huyes, estarás salvando tu vida, ahora vámonos Anne.—
— Vete tú, yo seguiré con mi protesta — dijo Anne mientras salía de la esquina
con la pancarta.
—¡Anne!— exclamó Lorenz.
— ¡Ahí está! ¡Apresadla!—
Los tres guardias se dirigieron a Anne dispuestos a llevársela.
—¿Porqué se me acusa?— preguntó Anne mientras le ataban las manos.
— Escándalo público, señorita.—
—¿Escándalo público? Solo estaba mostrando mi protesta en contra de lo que
defendéis—
— Exáctamente— dijo el guardia.— Un lástima que una chica tan linda como tú
vaya a terminar sin cabeza algún día de estos.
Anne le escupió en la cara al guardia.
—¡Se acabaron los jueguecitos zorra! — exclamó el guardia sacando su espada.
Pero entonces una daga atravesó el cuello del guardia.
— ¡Ha matado a un guardia del señor! ¡Hereje! — gritaba la multitud.
Los otros dos guardias rodearon a Lorenz con sus espadas.
— Maldita sea.— dijo Lorenz.
—¡No te muevas!— gritó uno de los guardias.— ¡Tira el arma!
Lorenz tiró su daga y uno de los guardias se le echó encima.
—¡Lorenz!— gritó Anne asustada.
Los guardias se llevaron a Anne y a Lorenz.

Monasterio.
Junco y Meison se dirigían al monasterio para robar el objeto que quería Neil.
— Yo no debería estar aquí, mi lugar es en la torán —
— Meison, sabes muy bien que no todos los días llega algún herido. No sé como
aguantas tanto aburrimiento—
— Alguien debe encargarse de ese trabajo Junco—
—Vaya trabajo de un día a la semana —
— No solo sano a los heridos —
—¡Vive aventuras amigo!—exclamó Junco.
— Supongo que una aventura no me matará —
— ¡Eso es, optimismo!—
Llegaron al monasterio y se colaron por donde mismo lo habían hecho
anteriormente Lorenz y Elián.
— Ten Meison, sostén tú la brújula—
—¿Cómo crees que habrán hecho para hacer funcionar esta brújula?— preguntó
Meison.
— El como lo hayan hecho, no es algo que me interese demasiado ahora mismo.
— dijo Junco.— Tú solo guíame.
Junco y Meison llegaron a la misma habitación de la última vez.
—¡eh! ¡Para!— exclamó Meison.
—¿Qué ocurre?—
— La brújula no para de dar vueltas —
— Déjame ver— dijo Junco mientras cogía la brújula.
— Que extraño...¿Debemos suponer que estará aquí?—preguntó Junco.
— Aquí no hay nada más que suelo—
— Nada más que suelo....¡eso es!— exclamó Junco.
—¿Qué has descubierto?—
— Aveces las cosas no son lo que parece, mira y aprende—
Junco comenzó a levantar con fuerza peldaños de madera del suelo.
— Lo que me suponía—
—¿Una trampilla?—preguntó Meison asombrado.—¿Cómo lo has sabido?
— Instinto amigo mío—
Junco abrió la trampilla y bajó por ella.
— Está bastante oscuro aquí abajo—
— Voy a bajar yo también Junco—
Meison bajó por la trampilla.
— No veo nada aquí— dijo Meison.
—Movámonos y busquemos el objeto—
—¿Cómo sabremos de que se trata? Aquí puede haber muchas cosas—
—Neil dijo que lo sabríamos cuando lo viésemos— dijo Junco.
— Será como buscar una aguja en un pajar—
— Sï, tienes razón Meison, pero debemos hacerlo—
Meison pareció encontrar algo entre el polvo.
— Junco ven, mira esto—
—¿Lo has encontrado?—
—Tal vez—
—¿Es una caja fuerte?—
—Quizás se encuentre aquí dentro— dijo Meison
—No podemos abrirla aquí. No es muy grande, quizás podamos llevárnosla—
dijo Junco.
—Parece estar un poco...encajada— dijo Meison mientras trataba de sacarla.
—¡Sh! ¿oyes eso?—
—No oigo nada Junco—
—Silencio..—
La trampilla por donde entraron Meison y Junco se abrió.
—¡Escóndete, rápido!—exclamó Junco.
—Esconderos no os servirá de nada esta vez— susurró un hombre encapuchado.
—¡Guardias! Sacad las antorchas.
Los dos guardias que acompañaban al hombre encapuchado sacaron antorchas,
las encendieron y se pusieron a buscar por toda la habitación.
—¡Tengo a uno!— exclamó uno de los guardias mientras apuntaba a Meison con
la espada.
—¡Apresadlo antes de que vuelva a esconderse!— exclamó el encapuchado.
El guardia ató con cuerdas a Meison.
—¡Soltadme!—
—Bien, ya lo tenemos, ahora marchémonos— dijo el encapuchado.
—¡GAAJ!—
El guardia que llevaba a Meison cayó muerto con un daga clavada en la nuca.
—¡Aún quedan más! ¡Búscalo ahora mismo!—
El encapuchado cogió la antorcha de la mano muerta del otro guardia y comenzó
a buscar al otro acechador.
—Sé lo que sois. Venís del mundo de las sombras como el mismísimo diablo—
dijo el encapuchado.
Junco comenzó a acercarse sigilósamente al encapuchado para asestarle un golpe
mortal, pero cuando se colocó a su espalda dispuesto a atravesarle, éste se dio la
vuelta y le asestó un puñetazo.
—¡Amárralo, rápido!— exclamó.
El guardia ató rápidamente a Junco.
—La luz siempre vencerá a las sombras— dijo el encapuchado mientras le dio
una patada en el estómago a Junco.—¡Llévatelos a prisión, allí serán juzgados!

Prisión de Aragón, 4 de noviembre.
Un guardia entró en la celda donde tenían a Lorenz encerrado.
—¿Dónde diablos está el ...¡jumf!—
Lorenz apareció de las sombras y comenzó a estrangular al guardia con los
brazos.
— Lo siento amigo, cometiste un fallo al dejarme a mi aire en una celda.
Lorenz fue a buscar la celda de Anne oculto desde las sombras para rescatarla.
—Anne..— susurraba.
—¡Lorenz! Estoy aquí—
—Menos mal que estás bien. Te sacaré de aquí.—
—No, márchate. Has podido salir de aquí, así que huye—
—No pienso dejarte aquí sola—
— No seas más cabezota, sabes que mi padre vendrá a sacarme de aquí como las
otras veces—
— ¿Tan cabezota como tú?—
En ese momento el encapuchado y el guardia llegaron a la prisión con Junco y
Meison atados.
—¿Esos son...Junco y Meison?— se preguntó Lorenz.
—No conozco a tus amigos, pero si son ellos, nada bueno habrán hecho—
—Tengo que ir tras ellos, ¡volveré por ti!—
Lorenz siguió a los guardias para ver donde se llevaban a Junco y Meison.
—¡Encended las antorchas una vez dentro! Es posible que vengan sus amigos—
exclamó el encapuchado.
— Ese encapuchado...es el mismo de la última vez— susurró Lorenz.
—Metedlos ahí y aseguraos de que están bien atados—
Lorenz fue a entrar a la habitación donde los metieron pero no logró llegar a
tiempo y cerraron las puertas.
—¡Maldición! ¡Tengo que volver a la Torán a pedir ayuda!— exclamó Lorenz
mientras se marchaba.
Mientras tanto, dentro de la habitación, el encapuchado se acercó a Meison.
—Tú, hijo, pareces más sensato que tu amigo. Dime, ¿Dónde están los demás?—
—¿Quiénes?—
—Guardias, dejadme solo con ellos—
—¿Estás seguro señor? Podría ocurrir algún problema—
—Vosotros obedeced mis órdenes—
—Sí señor—dijeron los guardias mientras salían.
Los guardias abandonaron la sala.
—¿Veis? Ahora estamos solos. Contádmelo todo—
—¿¡Qué diablos quieres que te contemos!?— exclamó Junco.
—Todo. Vuestro líder, vuestro lugar de reuniones, vuestra habilidad maldita—
—No sé de que diablos me estás hablando— le respondió Junco.
El encapuchado se acercó a Junco y lo agarró por el cuello.
—He visto con mis propios ojos de que sois capaces. Mis antepasados me
contaron lo de vuestra secta—
—¿Secta?— preguntó Meison sorprendido.
—¿Te hace gracia que os llame así?—
—Viniendo de usted, un poco sí— le respondió Meison.
—Serás el primero en morir...¡Guardias!—
Los guardias entraron en la habitación.
—Lleváoslos a la plaza. Allí pagarán por sus crímenes—
—¿No habrá juicio, señor?— preguntó el guardia.
—Ya los he juzgado yo en nombre de Dios.—
Entonces, los guardias cogieron bruscamente a Meison y a Junco del brazo y se
los llevaron.

Torán.
Lorenz llegó a la Torán casi sin aliento.
—¡Neil.....Neil!—
—¿Qué ocurre Lorenz?— preguntó Gerard.
—¿Dónde..está Neil?—
— Reunido con los líderes de los demás refugios—
—Junco y...Meison están en..peligro— dijo Lorenz.
—¿Cómo que en peligro?— preguntó Gerard.
— Los han arrestado y llevados a una especie de sala de donde no pueden salir.

—¿Qué ocurre?— preguntó Elián saliendo de la habitación de donde reposaba.
—Tienen a Meison y a Junco— le respondió Lorenz.
Elián se acercó a Lorenz asustado.
—¿¡Tienen a Junco!?—
—Sí—
—Gerard ¿Dónde está mi padre?—
—Está reunido hijo, no hay manera de contactar con él ahora—
—Entonces debemos actuar nosotros—
—No creo que tu padre estuviese de acuerdo Elián—dijo Gerard.
—Mi padre no está, y dos miembros de la Torán están en peligro— dijo Elián.—
Lorenz, ¿Dónde están?
—Están en...—
—¡Eh! ¡Parece que hay revuelo en la plaza!— gritó un acechador.— ¡Llevan a
dos de los nuestros!
—¡Deben de ser ellos, vamos! — exclamó Elián.

Plaza de Aragón.
Lorenz, Elián y el resto de acechadores siguieron a los guardias que llevaban a
Junco y Meison hasta la plaza.
—¿Créeis que van a ejecutarlos?— preguntó uno de los acechadores.
— Imposible, no les ha dado tiempo a juicio — respondió Elián.
Los guardias subieron a Junco y Meison a un gran tablero de mesa en el cual una
especie de estatua de piedra de una mujer.
—¿Qué demonios es eso?— preguntó Lorenz.
En la plaza había una inmensa multitud de personas mirando hacia la estatua,
cuando entonces subió también el hombre encapuchado.
— ¡Hermanos míos! Hoy os muestro a estos dos herejes. Ellos ya han sido
juzgados por el señor y están listos para morir— dijo el encapuchado.
—¿¡Morir!?— exclamó Elián.
— Os muestro a....¡La doncella de hierro!— gritó el encapuchado.
—¿La doncella de hierro?— se preguntaba la multitud.
— Importada de Alemania y lista para purgar la maldad de estos dos herejes—
dijo el encapuchado mientras abría la estatua en dos.
—Tiene pinchos dentros, ¡Maldita sea!, Pretenden meterlos ahí. Debemos actuar
¡Ya!— dijo Lorenz.
Los acechadores fueron acercándose sigilósamente en las sombras hasta donde
se encontraban.
—¡Guardias, traedme al primero!— gritó el encapuchado.
Los guardias cogieron a Meison y se lo acercaron al encapuchado.
— Nunca más volverás a ver la luz...— le susurró el encapuchado.
— ¡No! ¡Soltadme!—
—¡Elián, rápido!— exclamaron los acechadores.
Los guardias metieron a Meison en la estatua y la cerraron de par en par.
—¡AAH!—
—¡NOO!— gritaron los acechadores.
El suelo bajo la doncella de hierro comenzó a invadirse de un enorme charco de
sangre. Cuando entonces todos los acechadores salieron de las sombras.
—¡Son ellos!, ¡Atrapadlos a todos!— gritó el encapuchado.
—¡Junco!—
—¡Elián!—
Elián cortó la cuerda que ataba a Junco.
— Gracias por salvarme, pero Meison...—
— Ya me lo agradecerás, tenemos que salir de aquí —
Los acechadores de las sombras, al verse acorralados, intentaron abrirse paso
entre la multitud para huir de los guardias, pero para muchos, huir no fue
suficiente y cayeron.
—¡MATADLOS A TODOS!— gritaba el encapuchado.—¡Purgar esta ciudad!
Algunos consiguieron escapar de allí.
—Vayamos... a la Torán..— dijo Lorenz.
A duras penas los pocos que quedaron con vida fueron al refugio.


Capítulo 3: El toro de Falaris.

Torán, 4 de noviembre de 1489.
Neil abrió las puertas de la Torán al regresar de su reunión y se encontró con
unos acechadores de las sombras doloridos y entristecidos.
—¿Qué ha ocurrido aquí? — preguntó.
— Meison ha muerto Neil, y por poco muero yo — dijo Junco.
—¿Cómo que Meison ha muerto?—
— Fueron los católicos—
—¿De qué estás hablando Lorenz?—
— Cuando Junco y Meison fueron al monasterio los atraparon y los llevaron a la
plaza donde lo ejecutaron—
—Y habría muerto yo también de no haber sido por la ayuda de todos— dijo
Junco.
—Yo fui el que le dije que te acompañara—
—Y yo le animé a venir conmigo—
—¿Solo pensáis en Meison? ¿Qué hay de Carol? ¿O de Rodrigo?— preguntó
Elián.—Todos han muerto hoy.
—¿Cómo murieron ellos?— preguntó Neil.
— Intentando salvarme—
—¿Y dónde diablos estabas tú?— preguntó Lorenz furioso.
—Reunidos con los líderes de la Torán de Castilla y Galicia.—
—Espero que esa reunión haya sido más importante que la muerte de Meison y
los demás—
—¿Quién dio la orden de ir al rescate sin mi permiso?— preguntó Neil.
La sala se quedó en silencio absoluto.
—¿Insinúas que tendríamos que haber dejado a Junco allí?—preguntó Elián.
—No he querido decir eso—
Los pocos acechadores que quedaban comenzaron a abandonar la Torán,
quedando por último Elián.
—Hijo, sabes que no he querido decir eso—
—No es lo que ha parecido—respondió Elián marchándose del lugar.
En la Torán se quedó un líder sin seguidores.

Plaza de Aragón, 7 de noviembre.
—¡Anne!— exclamó Lorenz acercándose a ella.
—Hola Lorenz—
—¿Ya te soltaron?—
—Estoy aquí, no creo que sea necesario responder a esa pregunta—
—Bueno, ¿Qué haces aquí?—
—Llegaron a mis oídos que iban a poner una estatua aquí—
—¿Una estatua? ¿De qué crees que se trata?—
—Seguramente se trate de una escultura del Arzobispo—respondió Anne.
Varios guardias llegaron a la plaza con una enorme caja, la cual colocaron en el
centro de la plaza.
—Será mejor que me esconda, pueden que me reconozcan. Nos vemos ahora
Anne—
Los guardias abrieron la caja y resultó ser la estatua de un toro.
—¿¡Qué pinta aquí un toro!?— se preguntaba la multitud.
Uno de los guardias sacó un papel de su bolsillo, lo desenrolló y comenzó a leer.
—"Por decreto de su majestad Fernando, os hago entrega a vosotros, mi pueblo,
de esta escultura que simboliza la purificación de un país entero. Que dios os
bendiga a todos."—
El pueblo tras oír eso se quedó algunos segundos en silencio, pero después
comenzaron a aplaudir.
—No entiendo porque un toro simboliza la purificación— se decía Lorenz.
Todo el mundo comenzó a abandonar la plaza excepto Anne que se acercó a la
estatua.
—"Toro de Falaris"— leyó Anne.
—¿Porqué crees que simboliza la purificación?— preguntó Lorenz acercándose
a Anne.
—¡ay!, Me has asustado Lorenz—
—No era mi intención—
—No sé porque simboliza eso, pero el nombre de Falaris me resulta familiar.
Creo que lo he leído en algunos de mis libros de historia—
—Vaya...que interesante— dijo Lorenz.
—Los libros te dan más conocimiento del que crees Lorenz— dijo Anne.—
Ahora si me disculpas voy a ir a buscar el libro.
—Te acompaño—
—Vaya, que caballero— dijo Anne tocándole el brazo.
—Sería un grave error dejar a una damisela como vos en estas calles tan
solitarias— dijo Lorenz haciendo una reverencia.

Torán.
Gerard entró en el refugio en busca de Neil.
—¡Neil! ¡Neil!—
—Estoy aquí, Gerard— contestó Neil.
—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó Gerard.
—Yo solo intentaba protegerlos a todos, pero Meison y los demás murieron por
mi culpa—
—No ha sido culpa tuya Neil, y lo sabes—
—Todos han abandonado la Torán. Nunca seré mejor líder que mi padre—
—Cuando tu padre era el líder, yo formaba parte de los acechadores y pude ver
con mis propios ojos que él, alguna vez, también dudó de sus decisiones—
Neil se levantó de la silla.
—Debo marcharme Gerard y he de pedirte un favor—
—¿Dónde te marchas?—
—Encárgate de que los acechadores vuelvan, y lidéralos tú el tiempo que esté
fuera— le dijo Neil con una mano en el hombro de Gerard.
—¿Pretendes abandonar de nuevo?—
—Debo hacer algo. Espero que lo entiendas— le respondió Neil.
—¡Neil, espera...!—
Neil abandonó la Torán y a sus acechadores por un tiempo.

Casa de Anne Harm, 9 de noviembre.
*Pom pom pom*
El padre de Anne abrió la puerta.
—Buenas tardes señor Harms— dijo Lorenz
—Que pasa chico, pasa, Anne debe estar en su habitación—
—Gracias, con su permiso iré a verla—
—Lorenz, dejad la puerta abierta—
—Entendido— contestó Lorenz.
Lorenz fue a la habitación de Anne.
—¡Lorenz! Ven rápido, mira esto— dijo Anne.
—¿Qué ocurre?—
—Sabía que había oído hablar de Falaris—
—¿Qué has descubierto?— preguntó Lorenz.
—Falaris fue un tirano en los años 500 a.c aproximádamente. Fue conocido por
su increible crueldad en aquella época—
—¿Porqué le harían entonces una escultura con su nombre?—
—No es una escultura en su nombre, espera...........¡Aquí! "El toro de Falaris fue
inventado por Perillo de Atenas, Falaris encerraba a las personas dentro y luego
encendía una hoguera debajo"—
—Parece que esa estatua no es más que otra técnica de tortura— dijo Lorenz.
—No solo de tortura, esa estatua cocina a las personas viva, es una crueldad—
—Debo hacer algo para impedir que alguien muera de esa manera— dijo
Lorenz.
—¿Qué tenías pensado? Los acechadores ya no estáis juntos—
—Que no vayamos a la Torán no quiere decir que no estemos juntos—
—Déjame ayudarte— dijo Anne.
—No, ni hablar— contestó Lorenz.— Iré solo a ver que puedo hacer.
—Pues te seguiré—
—¿Ah si? ¿Puedes seguirme ahora?— le dijo Lorenz mientras se ocultaba en las
sombras.
—No hace falta ser muy inteligente para saber donde te diriges— le respondió
Anne marchándose.
—¡Espera Anne!—

Plaza de Aragón.
Lorenz llegó a la plaza con intención de destruir la estatua.
—psss..Anne, aquí—
—No hace falta que te escondas, no hay guardias—
—Está bien..—dijo Lorenz saliendo de las sombras.
—¿Qué has pensado hacer a plena luz del día? ¿Destruir la estatua y que todo el
pueblo se te eche encima?—
—Me quedaré aquí esperando al anochecer y entonces la destruiré—
En ese momento llegaron los guardias con dos presos que los llevaban
arrastrándolos por el suelo.
—¡Maldición!— exclamó Lorenz ocultándose.
—¿Qué está ocurriendo?— preguntaba el pueblo.
—¡Pueblo de Aragón! ¡Os traigo ante vosotros a dos personas que dudan de la
existencia de Dios!—
—¡Mientes! ¡No hemos dicho eso! ¡Solo decíamos que...—
—¡Cállate hereje!— interrumpió el guardia dándole una patada en la cara.
—Son de los míos, tengo que ayudarles— dijo Anne.
—¡Ni hablar!— exclamó Lorenz cogiéndola y tapándole la boca.
—¡Abrir la estatua!— exclamó el guardia.
Los otros guardias abrieron la parte inferior del toro y metieron a los dos presos
en ella.
—¡Observar....la purificación!—
Echaron paja bajo la estatua y le prendieron fuego. Los gritos de dolor de los dos
presos salían por la boca del toro convirtiéndose en mullidos de toro.
—Que crueldad....— susurró Lorenz.
—¡Bravo! ¡Al infierno con ellos!— gritaba el pueblo mientras oían los gritos de
los presos.
Tras unos minutos los guardias sacaron los cuerpos chamuscados de los presos
muertos y se los llevaron. La plaza comenzó a vaciarse debido a que se acercaba
la noche.
—¿¡Porqué no me has dejado ayudarles!?—exclamó Anne.
—¿Qué pretendías hacer?— preguntó Lorenz.—¿Salir ahí y matar a los
guardias?
—No.. yo habría...—
—Habrías acabado como ellos—
—Compartíamos el mismo pensamiento— dijo Anne.
—Que tu padre tenga mucho dinero, y te haya sacado de la cárcel tres veces, no
quiere decir que pueda hacerlo siempre—
—No necesito su protección, y tampoco la tuya, Lorenz—
—Deja de comportarte como una inmadura— le dijo Lorenz enfadado.
Anne guardó silencio.
—Voy a acabar con esa estatua ahora mismo, antes de que más personas
inocentes acaben igual—
Lorenz se dirigió a la estatua con un piedra en las manos.
—Allá voy.....—
Comenzó a golpear las patas de la estatua.
—Oh no...¡Lorenz!— grtió Anne.
Pero Lorenz seguía golpeando la estatua con furia, no oía nada más que los
golpes que le asestaba.
—¡Eh! ¿¡Qué estás haciendo!?— exclamaron dos guardias mientras se dirigían a
Lorenz corriendo.
—yyyyyy....¡¡AHH!!— gritó Lorenz al partir una de las patas.
—¡Tú!— exclamó el guardia.
Lorenz se dio la vuelta y se vio acorralado entre los dos guardias y la estatua.
—¡Dejadle!—gritó Anne.
—Te acabas de meter en un buen lío muchacho— dijo el guardia mientras
sacaba su espada.
—No moriré sin luchar— dijo Lorenz sacando su daga.
Los guardias al ver su arma se rieron.
—¿Qué piensas hacernos con eso?—
—Tenéis razón...—dijo Lorenz tirando su daga al suelo.
—¡Lorenz...!—
—Anne.... lo siento...—
En ese momento un hombre misterioso apareció sobre la estatua del toro.
—¿¡Quién eres tú!? ¡Baja de ahí ahora mismo!—
El hombro saltó frente a los dos guardias y sacó su espada.
—¡Tú lo has querido!— exclamaron los dos guardias.
Uno de ellos se abalanzó sobre el hombre con la espada, pero éste, lo esquivó y
le clavó la espada en la espalda.
Rápidamente sacó la espada y comenzó a cruzar espada con el otro guardia. Tras
una lucha de espadas el hombre acabó clavándole la espada en el corazón.
—¿Quién eres tú?— preguntó Lorenz.
—Me llamo Tomás. Te he estado observando Lorenz, sé de que eres capaz de
hacer y de que no—
—¿Porqué me observabas?—
—Posees una habilidad muy peculiar. ¿Cómo eres capaz de realizarla?—
—Práctica...Don, llámalo como quieras—
—¿Hay más como tú?—
—Lo siento, no puedo contarte más—
—Con eso ya me has respondido. Enséñame a hacer lo que haces—
—¿¡Qué!?—exclamó Lorenz.—No puedo enseñarte a hacer eso.
—Si tú me enseñas a ocultarme como lo haces, yo te enseñaré a manejar la
espada. Una daga no te servirá de ayuda en las batallas.—
—Yo...no pu...—
—Me debes una, Lorenz—
—Está bien, haré lo que pueda. Pero a cambio, debes ayudarme con otra cosa
primero—
—¿De qué se trata?—
—Ayúdame a destruir esta estatua—
—¿Porqué quieres destruirla?— preguntó Tomás.
—¿No has visto lo que hace? Mata personas—
—No me importan las personas que mueran—
—Me da igual, si quieres que te enseñe deberás ayudarme a destruirla—
—De acuerdo— contestó Tomás.
Lorenz y Tomás destruyeron por completo la estatua.
—Debes saber algo si quieres que te enseñe— dijo Lorenz.
—¿Qué debo saber?—
—Te lo contaré por el camino, Tomás— dijo Lorenz.—Anne, vuelve a casa
¿Vale?

Torán.
—Así que he de unirme a los acechadores de las sombras para que me enseñéis
esa habilidad ¿No?—
—Sí—
—¿Y qué pasa si al aprenderla decido dejarlo?—
—No lo harás— dijo Lorenz.—Te llevaré ante nuestro instructor, Neil, él se
encargará de tu unión a los acechadores y de tu entrenamiento.
Lorenz y Tomás entraron en la Torán para buscar a Neil, pero al entrar vieron un
Torán vacía y desolada.
—¿Hola?¿Hay alguien?— preguntó Lorenz.
—¡Por aquí chico!—exclamó una voz.
—Sígueme—le dijo Lorenz.
Se dirigieron hacia la voz.
—¡Gerard!—
—Hola joven, llevo días sin saber nada de ti y los demás—
—¿Dónde está Neil?—preguntó Lorenz.
—Neil no está, se ha marchado—
—¿Cómo que se ha marchado?— preguntó Lorenz.—Y que pasa con la Torán.
—Me dejó amí al mando durante un tiempo—
—¿Insinúas que este viejo me va a enseñar?—preguntó Tomás.
—No, claro que no— contestó Lorenz.
—Lo siento hijo, pero esto es lo que ha quedado de la Torán.—
—Todos podemos enseñarte, si es lo que deseas— dijo Junco apareciendo en la
Torán.
—¿Cómo que todos?—
Los demás acechadores salieron de las sombras.
—Vaya... así que hay muchos— dijo Tomás.
—Gerard, no estás solo en esto, todo dirigiremos la Torán— dijo Elián.
—Me alegra oír eso—
—Tomás, sin el permiso de Neil no podemos nombrarte miembro de la Torán,
pero teníamos una promesa, y yo mismo te enseñaré— le dijo Lorenz.
—Está bien—
Tomás y Lorenz empezaron a aprender durante un tiempo el uno del otro.

Capítulo 4: La hija del carroñero.

Calles de Aragón, 22 de noviembre de 1489.
Junco estaba paseando por las calles de la ciudad cuando alguien le llamó.
—¡Junco!—
Él se giró para comprobar quien le llamaba.
—Oh, Hola Lorenz—
—¿Qué estás haciendo aquí? Sabes que no podemos andar por las calles como si
nada— dijo Lorenz.
—Nadie me va a impedir andar por las calles de mi ciudad—
—Junco, no serías el primero al que los guardias dan caza por estas calles— dijo
Lorenz.—Me gustaría estar un día tranquila sin que cojan a ninguno de los
nuestros.
—No me cogerán, puedes estar tranquilo—
—De acuerdo.....¿Y qué estás haciendo aquí?—
—Patrullar. Antes vi a un guardia azotando a una pobre mujer—
—¿Porqué la azotaba?—
—Según él, la cogió la robando, pero creeme Lorenz, llevaba un tiempo
observando y esa mujer no había robado nada—
—Vivimos en una ley sin ley... lo cual suena bastante raro, pero es así— dijo
Lorenz.
—Pude ver como ese guardia observaba disfrutaba al golpear a esa mujer, su
cara... tuve que impedirlo—
—Hiciste lo correcto Junco—
—Espero que fuese así—
—Tengo que irme, he quedado con Tomás para seguir practicando—
—Oh, es cierto, ¿Qué tal va tu entrenamiento?—
—Empiezo a cogerle el gusto a las espadas y en cuanto a Tomás.... bueno, aún
necesita algunas semanas más—
—Nunca te lo he preguntado, pero ¿Confías en él?—
—Me salvó la vida Junco, de no ser por él, habría sido cocinado en esa estatua—
—Tú ve con cuidado¿Vale?—
—Claro "papá", ya nos veremos—
Lorenz se marchó al campo de entrenamiento de la Torán para reunirse con
Tomás.
—Vale Junco...sigamos haciendo el bien..— se dijo Junco para él mismo.

Monasterio.
Se hallaba el obispo en su despacho cuando llamaron a su puerta.
—¡Pasad!— gritó el obispo.
—Su eminencia, con su permiso— dijeron los guardias.
—Espero que traigais buenas noticias—
—Me temo que es todo lo contrario...señor—
—(suspiro)..¿De qué se trata?— preguntó el obispo mientras escribía.
—Han-han vuelto a-a-a robarlo, señor—
—¿Robar el qué?—preguntó el obispo levantándose de la silla.
—Lo escondimos como pediste, de verdad— respondió el guardia.
—No has respondido a mi pregunta—
—La-la brújula—
—¿¡Cómo!?—
—Señor, la llevamos donde nos dijiste, pero fue en vano—
—¿Cuántos de vosotros cuatro estábais vigilándola?—
—Nosotros dos— contestó el guardia.
—Acercaos aquí—
Los dos guardias se acercaron al obispo con miedo.
—¿Me decís vuestros nombres?—
—Soy Pedro y él es-es Jorge—
—Muy bien Pedro y Jorge, no temáis, no os voy a matar, por ahora— le dijo el
obispo.
—Hicimos lo que pudimos, no sabemos como ha podido ocurrir—
—¿Alguna noticia más?—
—Nos han llegado noticias de que uno de nuestros guardias ha sido asesinado
por otra de esas personas sombrías—
El obispo arrojó todos los libros al suelo de furia.
—Señor, no pudimos hacer nada para remediarlo—
—Shh... tranquilos....Yo os perdono en nombre de Dios. Ahora, traerme ante mí
a los mejores guardias del monasterio— dijo el obispo.— Nos ponemos en
marcha.
—¿En marcha a dónde señor?—preguntó uno de los guardias.
—Les atacaremos nosotros esta vez.— respondió el obispo.

Campo de entrenamiento de la Torán.
Al anochecer Lorenz y Tomás seguían practicando.
—Vaya, creo que ya usas mejor la espada que yo—
—No te lo pongo en duda Tomás—
Elián llegó allí para hablar con Lorenz.
—Lorenz—
—Hola Elián—
—Voy a ir de nuevo al monasterio—
—¿¡Qué!?— exclamó Lorenz.— ¿Has perdido el juicio?
—Tenemos que recuperar la brújula, es lo que querría mi padre—
—¿Qué pasa con el monasterio? ¿De qué brújula habláis?—
—El monasterio es el refugio de los católicos, Tomás, y la brújula....es una larga
historia— dijo Lorenz.
—Sabes que necesitamos esa brújula—
—Elián, casi no sales con vida la primera vez que fuimos, y Meison no tuvo tu
suerte—
—Iré solo, así será más díficil que den conmigo—
—No irás solo, si vas a ir, te acompañaré—
—Te acompañaremos— dijo Tomás.—Necesito practicar como esconderme.
—El monasterio no es buen lugar para practicar— dijo Lorenz.
— No me vais a acompañar ninguno de los dos—
—¿Entonces para que has venido?—
—Lorenz, tal y como están las cosas, es mejor no ir a ninguna parte sin decírselo
antes a alguien—
—Quizás será mejor que lo hables con Gerard— dijo Lorenz.
—No, ni una palabra a Gerard, con que lo sepas tú me basta—
—Está bien Elián, no te lo impediré, solo espero no tener que llorar tu muerte—
—No lo harás, nos vemos chicos— dijo Elián.—Seguid entrenando duro, quizás
todos necesitemos usar espadas.

Torán,
Elián entró en la Torán para hablar con Gerard.
—Hola Gerard—
—¿Qué ocurre jovencito?—
—¿Sabes algo de mi padre?—
—Por desgracia aún no ha dado noticias—
—¿Dónde creer que podría estar?— preguntó Elián.
—Creo que ni él mismo lo sabe, chico—
—No entiendo porque tuvo que marcharse...— dijo Elián apretando el puño.
—Necesitaba estar solo, ser líder no es tan fácil como crees. Algún día lo
entenderás—
Se empezó a oír ruidos muy fuertes en el exterior de la Torán.
—¿Qué está pasando fuera?— preguntó Lorenz.
—Suena como una multitud caminando— respondió Tomás.
Después del estruendo llegó el silencio absoluto.
—¡Abrid estas puertas en nombre de su eminencia!— gritó un guarida.
—¿¡Guardias!? ¿¡Aquí!?— exclamó Junco.
—¡Ocultaos en las sombras, rápido! ¡Y pase lo que pase, no salgáis!—exclamó
Gerard.
Los acechadores comenzaron a esconderse en las sombras.
—No puedo hacerlo aún Lorenz— dijo Tomás.
—Tienes que intentarlo, ¡vamos!—
—Muy bien... allá voy—
—¡Abrid las puertas o las tiraremos abajo!—
Pero nadie respondía desde dentro de la Torán.
—¡Vosotros lo habéis querido!—
Los guardias comenzaron a tirar la gran puerta de la Torán abajo. Cuando la
partieron, el primero en entrar fue el hombre encapuchado.
—Esconderos no os servirá de nada seres del inframundo— dijo el encapuchado.
—Es ese tío de siempre, el que mató a Meison— susurró Lorenz.
—¡Guardias!, sacad las antorchas y buscar en cada esquina de este maldito lugar

La luz de las antorchas comenzaron a iluminar toda la Torán, dejando así al
descubierto a algunos acechadores.
—Vaya... que tenemos aquí...— dijo el encapuchado mientras apuntaba con la
espada a los acechadores que habían capturado.
—¿Qué queréis de nosotros?— preguntaron los acechadores capturados.
—¿Dónde tenéis la brújula?—
—¡Soltadlos!— exclamó Gerard saliendo de las sombras.
—¿Qué hace ese viejo loco?—preguntó Tomás.— Conseguirán que le maten
también.
—¿Tú lideras a estas bestias?—
Gerard guardó silencio.
—Te he hecho una pregunta— insistió el encapuchado.
—Yo lidero este lugar, llévame amí y déjales libres— contestó Gerard.
—Bien... matarte me dará aún mayor honor— dijo el encapuchado.—¡Guardias!
¡Traed la máquina!
Metieron dentro de la Torán una especie de estructura metálica con aros y un
sistema de tuercas y tornillo.
—Ponedlo ahí. Que el resto de estos....seres, presencien lo que va a ocurrir—
—¿Vamos a dejar que le maten?—preguntó Lorenz.
—Nos triplican en número, y excepto tú y yo, los demás no saben usar espadas
— contestó Tomás.
Los guardias colocaron a Gerard y comenzaron a ejercer presión al sistema de
tuercas y tornillos.
—Te presento esta nueva máquina de tortura llamada "La hija del carroñero".
Espero que disfrutes de ella— dijo el encapuchado sonriendo friamente.
—¡AAAAH! No........venceréis........— dijo Gerard antes de que se le
comenzaran a romper todos los huesos.
Gerard murió a los pocos segundos debido al dolor.
—Lástima, murió antes de que le saliese la sangre por los ojos, era la parte más
divertida— dijo el encapuchado.
El encapuchado cogió el cuerpo de Gerard y lo tiró hacia atrás como si de un
animal se tratase.
—¡Que esto os sirva de lección!— gritó.
—Señor ¿Qué hacemos con los supervivientes?—
—No recuerdo ver ningún superviviente....— dijo el encapuchado marchándose
del lugar.
Los guardias mataron a los acechadores que habían descubierto y luego se
marcharon.
—Gerard..... chicos... lo siento...— susurró Lorenz.
—Se han ido...salid todos..— dijo Junco.
Los acechadores que quedaron salieron de las sombras.
—A esto nos hemos reducido. Siete acechadores, y no tenemos líder, ni una
maldita puerta que nos esconda— dijo Elián.
—No podemos seguir reuniéndonos aquí, ya saben donde nos ocultamos—
—¿Y dónde iremos Lorenz?—
—No sé Junco, pero aquí no podemos quedarnos—
—Creo que eso no importa ahora. Debemos enterrar a los caídos— dijo Elián.
—Hagámoslo en el campo de entrenamiento y abandonemos en cuanto antes
este lugar— dijo Junco.

Campo de entrenamiento de la Torán.
Los pocos acechadores que quedaron enterraron a Gerard y el resto.
—¿Ahora qué?— preguntó Lorenz.
—Gerard, Meison, Eduardo entre otros han muerto y Neil, nuestro líder, no está.
Creo que es hora de tirar la toalla— dijo Junco.
—¿¡Cómo!?—
—Sí Lorenz, demasiadas muertes para una vida. La Torán ha caído, y con ella
muchos de los nuestros—
—No puedes dejarnos ahora Junco—
—Elián, somos como hermanos, ya lo sabes, pero no pienso seguir viendo como
gente que quiero muero. Empezaré de cero lejos aquí—
—¡Eres un cobarde!—exclamó Tomás.
—Tal vez—
—Junco, Gerard y los demás nunca se rindieron, y dieron sus vidas por algo
mayor—
—Lo siento, he tomado una decisión. Quizás....nos veamos algún día—
Junco abandonó la Torán dejando atrás a sus, ahora, antigüos compañeros.
—¿Qué hacemos ahora Elián?—
—Déjame pensar unos minutos Lorenz—
—¡Propongo atacar a esos católicos!— exclamó Tomás.
—No digas estupideces, solo quedamos séis, ¿Qué pretendes que hagamos séis
personas contra todo el monasterio?— le contestó Elián.
Tomás agachó la cabeza sin respuesta alguna.
—Lo primero debe ser buscar otro lugar donde refugiarnos, ahora no tenemos
nada— dijo Lorenz.
—En las afueras tal vez, más alejados de la ciudad, así no nos encontrarán—
—Exacto Elián. Recojamos lo poco que quede de este lugar y marchémonos en
cuanto antes—
—¿Todos tenéis donde dormir esta noche?— preguntó Elián.
—Sí— respondieron los acechadores.
—Bien, pongámonos manos a la obra—

Casa de Anne Harms, 23 de noviembre.
Al anochecer del día siguiente, Lorenz fue a casa de Anne, y como de
costumbre, comenzó a arrojarles piedras a la ventana.
—¡pssss!—
—¡Lorenz! Deja de arrojarme piedras—
—¿Puedo subir?—
—Sabes que no me gusta que vengas a estas horas—
—Lo sé, pero es importante—
—Está bien, bajaré yo— dijo Anne cerrando la ventana.
Anne salió a la calle para reunirse con Lorenz.
—¿Qué es tan importante?—
—No nos veremos en una temporada—
—¿Qué?¿Porqué?— preguntó Anne preocupada.
—Han invadido la Torán, y han matado a muchos de los nuestros. No estamos
seguros andando por esta ciudad—
—¿Te marchas de la ciudad?—
—A las afueras, pero durante un tiempo no vendré por aquí. Necesitamos que se
crean que no existimos—
—¿Y qué será de lo nuestro?—
—No sé Anne—
—Si lo sabes, y necesito que me lo digas. Estoy cansada de irme a dormir cada
día sin saber si estarás bien o no, cansada de pasar días y días sin vernos—
—Si por mi fuera, estaría siempre contigo, a cada segundo—
—Está bien, márchate— dijo Anne sin mirarle.
—No puedo irme sabiendo que estás enfadada— le dijo Lorenz mientras se
acercaba a ella.
—No te acerques, por favor, no hagas esto más díficil de lo que ya es—
—¿Estás rompiendo conmigo?—
—Necesito estabilidad, no tengo edad para estar así, con alguien que se tiene que
colar por mi ventana—
Lorenz guardó silencio varios segundos.
—¿No vas a decir nada?— preguntó Anne.
—Tú solo, cuídate. Adios Anne— dijo Lorenz mientras desaparecía en las
sombras.


Capítulo 5: El tormento de agua.

Monasterio, 21 de noviembre 1489.
—¡eh! ¡esta ventana está abierta!—
—Buen trabajo, Alan, por ahí podremos colarnos—
—Súbete a mis hombros Neil— dijo Alan
—Bien, allá voy...—
Neil se coló por la ventana del monasterio, y una vez dentro ayudó a Alan a
entrar.
—No pensaba que volviese a vivir estas aventura—
—Oh vamos Alan, estás en peor forma que la última vez que hicimos una misión
juntos—
—Neil, de eso hace ya casi diez años—
—Lo sé. Ven, sígueme— dijo Neil.—Encontraremos esa brújula aunque sea lo
último que haga.
—¿No buscábamos la cruz del diablo?—
—La cruz del diablo ya no está en el monasterio, se la llevaron cuando mandé a
mis acechadores a por ella y los cogieron—
—¿Entonces que demonios hacemos aquí?—
—¿Tienes idea de dónde puede estar la cruz, Alan?—
—No—
—Aquí tienen una brújula que conduce a ella, y eso es lo que estamos buscando

Neil y Alan buscaron por todo el monasterio escondidos en las sombras, pero de
momento no encontraron la brújula. Llegaron a una habitación la cual solo tenía
una estructura de madera, como una columna, y a cada lado tenía soportes para
amarrar.
—Es una técnica de tortura— dijo Alan.
—¿Cómo lo sabes?—
—En Castilla se utiliza mucho para sacar información. Mira el suelo, está
húmedo—
—¡sh! ¡Viene alguien! ¡Escóndete!— exclamó Neil.
Alan y Neil se fundieron en la sombra y entonces en la habitación entraron dos
guardias y una mujer atada.
—Desnúdala y ponla ahí—
El guardia desnudó por completo a la mujer y la colocó boca arriba en la
estructura de madera, dejando su espalda en la columna y pies y manos atados en
los soportes.
—Esto no te va a doler, pero si va a ser insoportable— dijo un guardia
colocándole un embudo en la boca.
—Ya os he dicho todo...(tos)—
—Échale agua— dijo el guardia.
Le empezaron a vertir agua en el embudo, dificultándole la respiración a la
mujer.
—Tengo un plan que puede funcionar— dijo Neil.—Golpea fuertemente al
guardia, que está anotando, en cuanto yo mate al que está vertiéndole agua.
—Espero que sea el que sea tu plan, funcione—
Neil se acercó entre las sombras a uno de los guardias y lo asesinó, mientras
Alan dejó insconciente al otro guardia de un golpe.
—¿Ahora qué?— preguntó Alan.
—Gracias— dijo la mujer.
—Escapa con cuidado sin que vuelvan a atraparte— le dijo Neil mientras la
soltaba.
La mujer huyó de la habitación y Neil colocó al guardia insconciente en el lugar
de la tortura.
—¿Pretendes sacarle información?—
—Así es Alan, le sacaré donde está esa maldita brújula—
—No creo que haya sido buena idea dejar a esa mujer correr libremente por el
monasterio, podría alertar sin querer al resto de guardias Neil—
—Será rápido—
El guardia despertó con el embudo colocado en la boca.
—¿¡Qué crees que estás haciendo!?—
—Lo mismo que tú y tu amiguito le hacíais a esa pobre mujer— le dijo Neil.
—Esa mujer era u...—
—No es nuestro problema— interrumpió Alan.
—¿Qué queréis de mi?—
—¿Dónde esconden la brújula?— preguntó Neil.
—¿Qué brújula?—
—Alan, échale agua—
Alan cogió el bote de agua y comenzó a vertirlo por el embudo.
—No...........—
Cuando paró de echarle agua, el guardia estuvo algunos segundos escupiendo el
agua tragada y tosiendo.
—¿Me lo dirás ahora?—
—Sé que hay una brújula, pero no sé donde está—
—Alan, continúa por favor—
—¡Marchando!— exclamó Alan mientras le vertía más agua.
—¡Vale...vale! Os lo contaré todo, pero para porfavor—
—Cuenta, y más te vale no mentirnos—
—Está en la segunda planta, en una de las habitaciones.—
—¿Algo más?— preguntó Neil.
—Nada más— contestó el guardia.
—Alan....—
—Sirviendo un poco más de agua—
El guardia casi ahogado comenzó a hablar una vez más.
—Lo están....custodiando...dos... de los míos...—
Neil se acercó al guardia y comenzó a seguir echándole más agua.
—Neil, ¡para!, ya sabemos lo que teníamos que saber—
—Por Meison........—
—¡Neil!— exclamó Alan.
El guardia murió asfixiado.
—Muy bien, comprobemos si sus últimas palabras fueron sinceras— dijo Neil.
Alan y Neil se dirigieron a la segunda planta y buscaron la habitación
custodiada.
—Hay dos guardias en esa puerta— dijo Alan.
—Debe ser esa, vamos—
Entraron sin llamar la atención de los guardias.
—Ha sido más fácil de lo que pensaba ¿No crees Neil?—
—Quizás deberíamos matarlos para asegurarnos.....—dijo Neil mientras se
acercaba a los guardias con la daga.
—Neil, no—
—Está bien...—respondió Neil,— Debe estar en esa caja.
Alan abrió la caja y dentro de ella estaba la brújula.
—¿Es ésto lo que buscas?—
—Genial, es nuestra brújula. Tardarán días en darse cuenta que la hemos robado

—Vayámonos de aquí ya— dijo Alan.
Neil y Alan abandonaron el monasterio.
—Ven, sé donde podemos pasar la noche—

Afueras de Aragón.
A altas horas de la noche llegaron a una antigüa capilla muy pequeña situada en
las afueras de la ciudad. Estaba rodeada de árboles del viejo bosque, la capilla
estaba bastante desgastada por el tiempo por la parte de fuera.
—¿Qué es este lugar Neil?—
—Bienvenido a la antigua Torán, es el lugar donde vivíamos antes de mudarnos

—¿Porqué os marchasteis?—
—Debido al alto reclutamiento de acechadores que hubo hace quince años, mi
padre tuvo que buscar un lugar más grande para todos nosotros, así que
abandonamos éste y nos fuimos al actual Torán—
—Hablando de la Torán, ¿No piensas volver aún con los tuyos?— le preguntó
Alan.
—No, están mejor sin mi— respondió Neil.— Entremos.
Neil abrió las viejas puertas de la capilla, y al abrirla salió una multitud de
cuervos volando.
—¡Malditos pájaros!— exclamó Alan.
—Está llena de telarañas por todas partes, y no me extraña—
—¿Nunca ha venido nadie aquí?—
—Eso es lo mejor, los católicos la tacharon como la capilla de las sombras—
—¿La capilla de las sombras? ¿Qué es eso?— preguntó Alan.
—Verás, una vez vinieron a atacarnos aquí los guardias del obispo, y al ver como
nos escondíamos en las sombras salieron huyendo. Al poco tiempo supimos que
la habían bautizado así, y nunca más volvieron—
—Interensante...—
—Por desgracia, ya no nos temen como solían hacerlo antes— dijo Neil.
—Antes el mundo era más fácil—
—Muy bien, descansa esta noche, mañana nos pondremos en marcha con la
brújula—
—Neil, ¿Olvidas que tengo una Torán que dirigir?—
—¿No dejaste a nadie al mando?—
—Sí, pero me necesitan, y llevo varios días fuera, más lo que tardaría en llegar

—Entonces, ¿Estoy solo en ésto?—
—No, tienes toda una Torán esperando a que vuelvas—
—No lo creo—
—Haz lo que quieras Neil, pero mañana mismo tengo que volver, ahora descansa

—Está bien—
Neil y Alan descansaron esa noche en la capilla. Neil no paraba de darle vueltas
a lo sucedido la última vez en la Torán.
Al día siguiente se dirigieron a la ciudad.

Calles de Aragón, 22 de noviembre.
—Entonces ¿Te marchas, verdad?—
—Sí Neil, debo hacerlo. Espero que encuentres la cruz— le respondió Alan.
—Lo haré—
Empezaron a oirse gritos en una calle cercana a donde se encontraban ellos.
—¡Por favor, para! ¡No he robado nada!— gritaba una mujer.
—Problemas, ¡vamos!— exclamó Neil.
Alan y Neil fueron hacia los gritos, y cuando llegaron vieron a un guardia
azotanzo a una mujer.
—Neil, le está pegando, ayudémosla—
—¡Vamos!—
Pero antes de que entraran en acción, una sombra apareció tras el guardia
clavándole una daga en la nuca y asesinándole en el acto.
—Un momento ese es....— dijo Neil.
Neil paró a Alan y siguieron ocultos en las sombras.
—Muchas gracias por salvarme señor...—
—Junco, me llamo Junco señora—
—Gracias Junco, de verdad, prometo que no robé nada—
—Ese guardia ¿Tenía alguna prueba de que hubieses robado?—
—No, simplemente vino aquí y empezó a juzgarme y azotarme—
—Ese muchacho... ¿Le conoces Neil?— preguntó Alan.
—Es Junco, uno de los acechadores avanzados de la Torán—
—Ahora estás a salvo, ve con tu familia antes de que venga otro guardia— dijo
Junco.
—Lo haré, gracias otra vez—
La mujer se marchó del lugar lo más rápido que pudo, y Junco siguió su camino.
—¿No vas ha hablar con él?— le preguntó Alan.
—No es necesario— respondió Neil.
Alan y Neil siguieron su camino hasta el carro donde Alan se montaría para
marcharse.
—Bueno, hemos llegado—
—Eso parece— dijo Neil.
—Sabes que cuando necesites algo, las puertas de la Torán de Castilla estarán
abiertas para ti y tus aliados—
—Lo sé Alan—
—¿Qué harás ahora?—
—No lo tengo muy claro aún— le contestó Neil.
—Harás lo correcto, amigo— le dijo Alan.
Se dieron la mano fuertemente y se despidieron.
—Solo de nuevo...— susurró Neil observando como se marchaba su viejo
amigo.—Volvamos al trabajo.
Neil sacó la brújula del bolsillo y comenzó a seguir a donde le indicaba.
Tras un corto tiempo siguiendo donde indicaba la brújula, llegó de nuevo al
monasterio.
—¡No puede ser real!— gritó Neil dando un puñetazo a un árbol cercano.
Neil, furioso, arrojó la brújula a los arbustos.
—¿¡Es esto algún tipo de broma!?—
—¡Eh! ¡Tú!— gritó un guardia que vigilaba la entrada del monasterio.
Neil, al ver que lo habían visto se ocultó en las sombras.
—¿Dónde demonios se ha metido?—
Entonces, se acercó sigilósamente por detrás del guardia para asestarle un golpe
mortal cuando salió otro guardia.
—¿Qué son esos gritos Carlos?—
—Había un idiota aquí dando gritos y golpeando ese árbol—
—¿Y dónde se ha metido?—
—Ha desaparecido, estaba aquí y derrepente se desvaneció—
—Sí.... se desvaneció, seguro (risas)—
El guardia Carlos empujó al otro guardia.
—¿¡Porqué no me crees!?—
—¡Eh!¡Para! Te creo, vámonos dentro mejor. Están ocurriendo cosas raras en
esta ciudad. ¿Te enteraste de que han asesinado al guardia Roberto en el
tormento de agua?—
Los dos guardias entraron en el monasterio y Neil salió de su escondite.
—Tarugos...— susurró Neil marchándose.

Torán, 23 de noviembre.
Al día siguiente, Neil decidió volver con los suyos y sobre todo, con su hijo,
Elián.
Pero al llegar a la Torán vio las puertas caídas.
—¿Porqué están las puertas tiradas?—
Neil entró en la Torán y vio manchas de sangre en el suelo, lo cual le destrozó
aún más.
—No puede ser..... han invadido nuestro refugio— susurró.
Se dirigió a un escalón y se sentó con los brazos en la cabeza.
—Todo esto es por mi culpa, nunca debí dejarles— se decía él mismo.
Destrozado, fue a su habitación y comenzó a beber una botella de whisky
durante horas.
—Gerard, Lorenz, Elián hijo mío.... lo siento— dijo Neil llorando.— Es por mi
culpa.
Tras unas horas encerrado bebiendo, se encontraba ebrio, y cogió una espada y
salió a las calles de Aragón.

Calles de Aragón.
Una vez en las calle de la ciudad, Neil se acercó a unos guardias y empezó a
amenazarles.
—¡YA ME HABEIS QUITADO TODO! ¡VENID A POR MI!—
—Maldito borracho de mierda— dijeron los guardias mientras le empujaron.
Entonces Neil le dio un puñetazo en la cara a uno de los guardias, pero debido a
su estado, no pudo hacer más y los guardias le dieron una paliza hasta dejarlo en
el suelo con varios golpes.
—Tienes suerte de no acabar en la horca— dijo un guardia mientras se
marchaban.
Una muchacha, al ver a Neil en semejante estado fue a ayudarle.
—Señor, ¿está bien?—
—¡Apártate de mi!— gritó Neil mientras la empujó hacia atrás.
—Déjame curar tus heridas, tengo alcohol y algodón en mi casa. Por favor, ven
conmigo—
—¿Por qué quieres ayudarme?—
—Solo una persona muy dolida es capaz de cometer la estupidez que acabas de
hacer— contestó la muchacha.
Neil guardó silencio y miró al suelo.
—Acompáñame—
—Está bien... gracias por preocuparte—
Neil siguió a la muchacha hasta su casa.
—Hemos llegado, espera un momento por favor— dijo ella.—¡Papá abre!
El padre abrió la puerta.
—¿Qué le ha ocurrido buen hombre?— preguntó.
—He sido un estúpido—
—Los guardias le pegaron una paliza, papá—
—Entra, rápido—
La muchacha comenzó a curar las heridas y a limpiar la sangre de Neil.
—Dime, ¿Qué te ha ocurrido tan malo para acabar así?—
Neil guardó silencio durante unos segundos, pero finalmente respondió.
—Lo he perdido todo, no me queda nada por lo que seguir viviendo—
—Dices eso porque has bebido—
—No... no es por eso—
Ella mojó el algodón en alcohol en empezó a frotar en una herida en la frente.
—Ah....— dijo Neil aguantando el dolor.
—Siento que escueza, pero es lo mejor que tenemos—
—No.. está bien así—
—¿Fueron los guardias?— preguntó ella.
—¿Qué si fueron los guardias que?—
—Si ellos fueron los que te quitaron todo, tu familia, tu dinero, lo que sea que
hayas perdido—
—No lo sé, yo no estaba cuando sucedió, pero me supongo que fueron ellos—
—Yo también tuve que despedirme de alguien muy importante para mi ayer,
señor—
—Neil, me llamo Neil—
—Oh, yo soy Anne, siento no habértelo dicho antes—
—Me suena mucho tu nombre, Neil ¿Vives por aquí cerca?—
—No no, teníamos un refugio al este de la ciudad, pero ya no tengo nada—
—¿Un refugio?—
—Sí, es un larga historia.—respondió Neil.— Me marcho Anne, muchas gracias
por tu hospitalidad.
—¿Seguro que no quieres descansar un poco más?—
—No, te lo agradezco—
Neil se dirigió a la puerta de la casa.
—Despídete de tu padre de mi parte— le dijo Neil mientras se marchaba.
Anne cerró la puerta de su casa y se quedó varios segundos pensando apoyada en
la puerta.
—Neil...Neil....Neil.....—
Entonces recordó quien era él.
—¡Claro!— exclamó.
Anne salió de su casa y fue en la misma dirección donde fue Neil para buscarle,
pero ya no le veía. Aunque, como sabía lo que era se supuso donde estaría.
—¡Neil! ¡Sé que estás en las sombras! ¡Eres un ac....!—
Neil salió de las sombras y le tapó la boca.
—¿Cómo sabes lo que soy?—
—Conozco a Lorenz, lo sé todo de ti. Eres el líder de los acechadores de las
sombras—
—¡Ya no soy nada!— gritó furioso.
—Sí, si lo eres. Están vivos—
—¿Cómo? ¿Quiénes están vivos?—
—Lorenz y algunos más, siento no saber quienes son los demás—
—¿¡Dónde están!? ¿¡Sabes dónde están!?—
—Lorenz me dijo que buscarían refugio a las afueras de la ciudad y que no
vendrían por aquí durante un tiempo—
Neil abrazó fuertemente a Anne.
—Muchísimas gracias, eres la única persona que me ha dado hoy razones para
vivir—
—No tienes que darlas—
Entonces Neil se despidió de Anne y fue a las afueras de la ciudad a buscar a
Lorenz y a los demás.


Capítulo 6: La cruz del diablo.

Afueras de Aragón, 25 de noviembre de 1489.
Lorenz y los demás encontraron un viejo establo abandonado donde pasaron la
primera noche.
—Viviendo en un establo como animales, a esto hemos llegado—
—Da gracias que tenemos un techo en el que refugiarnos Elián— dijo Lorenz.—
Si no, estaríamos muriéndonos congelados ahí fuera.
Tomás se encontraba en la parte superior del establo vigilando por la ventana.
—¡Tomás! Baja y cena algo— dijo Juan, uno de los acechadores.
—Sí, voy.......¡eh! ¿Qué es eso?—
Los acechadores se levantaron y fueron a la ventana.
—¡Viene alguien, apagad las antorchas, rápido!—
Ellos apagaron el fuego y se ocultaron, cuando entonces el extraño que cada se
acercó más, abrió las puertas del establo.
—¿Lo asesinamos?— le susurró Tomás a Lorenz.
—No es un guardia, no asesinamos inocentes— respondió.
—No consigo verle el rostro, está muy oscuro— dijo Elián.
El hombre que entró encendió una antorcha y se iluminó la cara.
—¡Padre!—
Elián salió de las sombras y abrazó a Neil.
—Cuanto me alegra saber que estás vivo— dijo Neil.
—Te digo lo mismo—
Los demás acechadores salieron de las sombras.
—¿Dónde están todos los demás?— preguntó Neil.
Neil miró uno por uno y todos movían la cabeza diciendo no.
—¿Gerard también?—
—Lo ejecutaron ante nuestros ojos, no pudimos hacer nada para remediarlo, eran
demasiados— le respondió Lorenz.
—Siento no haber estado ahí viejo amigo.....— susurró Neil.—¿Dónde está
Junco?
—¡Ese perro traidor nos ha abandonado!—exclamó Tomás.
—¿Quién eres tú? Nunca te había visto—
—Es Tomás, me salvó la vida hace algunas semanas, y desde entonces está con
nosotros—
—Supongo que he de darte la bienvenida— dijo Neil dándole la mano.
—¿Cómo nos has encontrado?— preguntó Elián.
Neil miró a Lorenz.
—Una amiga tuya me dijo que estaríais por aquí—
Lorenz supo en ese mismo instante a quien se refería Neil.
—Acompañadme, conozco un sitio mucho más seguro que éste—
—Te seguimos—
Neil guió al resto de acechadores.

Antigua Torán.
—¿Qué es este lugar Neil?— preguntó Lorenz.
—Os presento la antigua Torán, antigua hogar de los acechadores de Aragón,
también llamada como la capilla de las sombras—
—Está bastante escondido, quizás podamos ocultarnos un tiempo aquí, y
descansar—
—No hay tiempo para descansar, tengo que contaros algo— dijo Neil.—Entrad.
Los acechadores y Neil entraron al refugio.
—¿De qué se trata padre?—preguntó Elián.
Neil se puso en el centro de la capilla, y mientras todos le miraban con ojos de
agotamiento y tristeza comenzó a hablar.
—Todos, en alguna ocasión, me habéis preguntado que era, o que es, el objeto
del que tanto hablo—
Lorenz y los demás abrieron más los ojos, esperando al fin, una respuesta.
—Se trata de "La cruz del diablo"—
—¿Qué es eso?— se preguntaron.
—Solo los líderes de las Torán, de las distintas ciudades, sabemos su nombre por
protección. Muchos de esos líderes se cansaron de buscar dicho objeto, otros,
simplemente se engañaban a si mismos diciendo que no existe tal objeto.—
—¿Todos lo buscan? ¿Y está aquí? ¿En Aragón?— preguntó Lorenz.
—Hace algunos años que se le encomendó al obispo que cuidara de la cruz—
—¿Qué hace esa cruz exáctamente?—
—No lo sabemos con certeza aún, hijo, nos lo arrebataron hace décadas—
—Si no sabemos para que sirve, ¿Para qué la quieres?— preguntó Tomás
—He dicho que no sé que hace, pero si sé para que sirve. Quizás lo que os
cuente ahora os cueste un poco asimilarlo, pero así lo dijeron `Los primeros`—
—Queremos saberlo—
—Todos los que hemos nacido con el don de ocultarnos en las sombras......
somos hijos del diablo, según dijo Bartolomé el Sabio—
—¿¡Hijos del diablo!?— exclamó Lorenz.—¿Luchamos por él?
—Dicen que Dios es el bueno, pero matan y torturan en su nombre. Nadie lo ha
hecho en nombre del diablo— dijo Neil.
—Neil, ¿¡Te das cuenta de lo que estás diciendo!?—
—Según relató el primer acechador, Bartolomé, el mismísimo diablo se le
presentó para concederle el poder de ocultarse en las sombras. Y le encomendó
la tarea de reunir a las personas que naciesen con ese poder, los que aceptasen
formar parte de la Torán, serían hijos del diablo, los que no aceptasen... tuvieron
que morir—
Lorenz se sentó en el suelo asombrado.
—¿Es que nadie va a decir nada?— preguntó Lorenz.
—Yo lo acepto— dijo Elián.
—Neil, has dicho que las personas que nacieron con ese poder son hijos del
diablo, pero algunos, como yo, lo hemos aprendido, ¿Qué somos nosotros?—
preguntó Tomás.
—Sois la razón por la queremos recuperar la cruz del diablo—
—¿Qué tenemos que ver nosotros con esa cruz?—
—Bartolomé, al hacérsele tan díficil la tarea de buscar a personas que nacieron
con ese poder, le pidió al diablo que la gente pudiese aprenderla con práctica y
dedicación, entonces, él creó la cruz del diablo para Bartolomé. Si existe esa
cruz, existe el poder de ocultarse en las sombras—
—Por eso hay que recuperarla, si los católicos se enteran de su función, la
destruirán— dijo Juan.
—No puedo creerme que sea el único que esté asombrado con esta noticia— dijo
Lorenz.
—No me sorprende, de hecho siempre se nos ha tachado de demonios—
contestó Elián.
—Necesito descansar— dijo Lorenz marchándose a una habitación de la antigua
Torán.
—¿Qué debemos hacer ahora, Neil?— preguntó Tomás.
—Recuperar la cruz cueste lo que cueste—
—¿Cómo la encontraremos?—
—Está en el monasterio, o al menos ahí estaba la última vez que me lo señaló....
¡la brújula!—
—¿Has recuperado la brújula?— preguntó Elián.
—La tuve, pero la volví a perder, voy a recuperarla— dijo Neil mientras
caminaba hacia la puerta.
—¡No!—
Elián paró a Neil.
—No vas a irte otra vez, dime donde está y yo iré—
—Yo te acompañaré Elián— dijo Tomás.
Neil estuvo pensándolo durante algunos segundos, pero finalmente asintió.
—Está bien. La brújula se me cayó en unos arbustos cerca de la puerta principal,
si no está allí, volved de inmediato.—
Tomás y Elián se pusieron en marcha para buscar la brújula
—¡Esperad, deberíais descansar— dijo Neil, aunque ya se habían ido.

Calles de Aragón.
Elián y Tomás iban por la ciudad escondidos para que nadie pudiese
reconocerlos.
—Si la cruz sigue en el monasterio, podríamos entrar y recuperarla—dijo Elián.
—No es lo que nos ha ordenado tu padre—
—Tu no entiendes nuestra causa—
—No, pero tu padre es el líder, y no entenderé mucho de vuestra causa, pero una
orden siempre es una orden—
Elián mantuvo silencio hasta llegar a la zona del monasterio.
—Mi padre dijo que estaría cerca de la puerta principal—
—Cubre tú esa zona y yo miraré por aquí Elián—
—¿Quién te ha puesto al mando Tomás?—
—Si quieres lo hacemos al revés, no es tiempo para tonterías— respondió
Tomás.
—Tú simplemente busca bie, yo vigilaré que no venga nadie—
Tomás se puso a buscar entre los arbustos en busca de la brújula.
—¿Ves algo?— preguntó Elián.
—No.......¡espera! veo algo—
Elián fue hacia donde estaba Tomás y le empujó para coger él la brújula.
—¡Bien! Ya la tengo—
Tomás se acercó a Elián.
—¿¡De qué vas!?— le preguntó Tomás.
—Da igual quien la haya encontrado Tomás, lo importante es que la tenemos—
—Lo que tú digas, ahora volvamos—
—No, voy a entrar a buscarla—
—Elián, vámonos, si tu padre se entera no le hará mucha gracia—
Elián hizo caso omiso y trepó para colarse por una ventana.
—¡Espera! ¡Elián!— exclamo Tomás siguiéndole.

Antigua Torán.
Neil le indicó a cada acechador su habitación correspondiente.
—Y por último... ésta es la tuya, María—
—Gracias por volver Neil— le dijo María.
—Es mi deber, siento haberos abandonado—
María sonrió y entró en su nueva habitación.
—Lo siento de verdad....— susurró Neil para él mismo.
Neil fue afuera del refugio a tomar algo de aire cuando comenzó a notar una
presencia.
—Muéstrate, sé que estás escondido— dijo Neil tranquilo.
—Pensé que te asustarías más al saber que había alguien por aquí— dijo una
voz.
—Solo un acechador se oculta en las sombras, no tenía nada que temer, Alan—
Entonces Alan salió de las sombras.
—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó Neil mientras le daba un abrazo.
—Cuando me marché, empezé a pensar en que no debí haberte dejado solo, y no
me quedó más remedio que volver—
—No era necesario que volvieses Alan, pero me alegro que estés aquí, estamos a
punto de conseguirlo—
Neil acompañó a Alan al interior de la Torán.
—¿Te reuniste con los tuyos de nuevo?— preguntó Alan.
—Sí, y van a ayudarme de nuevo a conseguir la cruz del diablo—
—¿Ya le has contado que es?—
—Sí—
—Eres bastante insistente, los católicos no saben para que sirve esa cruz, creo
que si la tienen ellos está incluso mejor custodiada—
—No podemos dejar que tengan lo que nos pertenece Alan—
—¿Olvidas de qué es capaz de hacer esa cruz? ¿Olvidas que le ocurrió a
Bartolomé? Esa cruz....—
—¡¡Chst!!— exclamó Neil tapándole la boca a Alan.
—¿No le has contado todo verdad?—
Lorenz salió de las sombras.
—¿Qué no nos has contado, Neil?—
—Lorenz, vuelve a tu habitación ahora mismo—
—¿Qué le hizo esa cruz a Bartolomé?—
—Tú no tienes nada de que preocuparte— le dijo Neil.
—¡No permitiré que nos engañes más!— gritó Lorenz sacando desenvainando su
espada.
—¿Me amenazas?— preguntó Neil.
—Eh, cálmate muchacho, baja la espada. Así solo empeorarás las cosas— dijo
Alan.
—¡Por tu culpa ha muerto Gerard, Meison, Carlos y muchos más!—
—No tengo la culpa de lo que le ocurriese a Gerard—
—Si la tienes. El encapuchado que vino a la Torán buscaba la brújula, que, como
tú dijiste antes, la habías recuperado— dijo Lorenz.
Neil guardó silencio.
—Baja el arma muchacho— volvió a decir Alan.
—Eres el peor líder que ha tenido jamás una Torán— dijo Lorenz mientras se
dirigía a la puerta de salida.
Al abrir a las puertas vio a Elián con una pequeña caja fuerte y toda su ropa
cubierta de sangre.
—¡¡Elián!!— gritó Neil.
—Oh no...— murmulló Alan.
Neil se acercó a Elián.
—¿Qué ha ocurrido?—
—Entramos en el monasterio...para recuperar la cruz y entonces....¡gagh!—
—No te fuerzes demasiado, chico— dijo Alan.
Lorenz y Neil llevaron a Elián al interior de la Torán.
—Elián, ¿Dónde está Tomás?— preguntó Lorenz.
—Lo siento....—
—¡No!, ¡Voy a buscarlo!— exclamó.
Lorenz echó a correr hacia el exterior cuando Elián lo llamó.
—¡Lorenz!...¡gagh! Tomás... no ha sobrevivido.....—
Entonces Lorenz agachó la cabeza apretando los puños de rabia y tristeza.
—¡Os ordené que no entráseis en el monasterio!—
—Fue idea de... Tomás. Le dije que no lo hiciésemos, pero él quizó hacerlo y yo
le seguí—
—Lorenz, ¿Dónde vas?— preguntó Alan.
—A asegurarme de que ha caído— contestó mientras se marchaba.
—¡¡No!!— gritó Elián.
—Déjale hijo—
—Maldición, ¡conseguirán que le maten a él también!—
—¿Y esta caja fuerte? ¿Es....la cruz?— preguntó Neil.
—Es lo que me señaló la brújula—
Neil y Alan se miraron a los ojos.
—Alan por favor, acompaña a mi hijo a su habitación—
—¿¡Qué!? ¡Yo tengo que verla!—
—Haz caso de lo que te digo y ve a descansar Elián—
Alan ayudó a Elián a ir a su habitación.

Calles de Aragón, 26 de noviembre.
Lorenz, oculto en las sombras, se dirigió al monasterio para buscar a Tomás y
asegurarse de que había caído. Pero antes de ir allí, casi insconcientemente, pasó
por la casa de Anne.
—Ojalá pudiese darte una vida normal, ojalá fuésemos una pareja común, ojalá
yo... pudiese darte todo lo que te mereces— dijo Lorenz en voz baja frente a la
puerta de la casa Harms.
Tras derramar una lágrima por no poder estar con Anne, siguió su camino en
busca de Tomás.
—¿Lorenz?—
Al oír esa voz llena de dulzura, Lorenz sabía quien era, así que se escondió en
las sombras para no tener que hablar con ella.
—¡Espera, por favor! ¡No te vayas!—
Lorenz no se marchó, pero tampoco salió de su escondite, solo la contemplaba.
— Si aún estás ahí, escúchame por favor. Siento lo que te dije el otro día, no es
lo que realmente quería—
Pero no recibía respuesta alguna.
—Supongo que estaré hablando sola...— dijo Anne mientras entraba en su caso.
Cuando Anne cerró la puerta de su casa, Lorenz salió de las sombras.
—Te perdono— dijo en voz baja.
Lorenz llegó al monasterio, y una vez allí vio como unas obreros ponían verjas
por todas las ventanas.
—¡Demasiado ha tardado el obispo en mandarnos hacer esto!— dijo un obrero.
—Perdonad, buenos hombres— dijo Lorenz acercándose a ellos.
—¿Qué te ocurre?—
—¿Ha ocurrido algo grave para que os hayan mandado a hacer eso?— preguntó
Lorenz.
—Parece que ha habido otro ataque aquí dentro—
—¿Sabeis algo de ese ataque?—
—Nada, lo único que hemos visto esta mañana es a uno de esos guardias llevarse
a uno de esos demonios—
—¿Llevarse a uno de esos demonios?— preguntó Lorenz.
—Sí, ese capullo no hacía más que insultar a todos los guardias— dijo el obrero.
—Perdonad, pero sabeis a donde se lo llevaron—
—Eh Fred, ¿tú sabes algo?— dijo el obrero.
—Creo que a la prisión, a ese pobre diablo le espera algo más que la muerte—
respondió.
—¡¡Volved al trabajo!! ¡¡El obispo quiere esas ventanas protegidas para esta
misma noche!!— gritó un guardia que se acercó.
Lorenz, al ver al guardia se ocultó en las sombras.
—¡Sí señor!— exclamaron los obreros.
Al marcharse el guardia, salió Lorenz.
—¿A la prisión entonces?—
—Sí, y márchate antes de que nos busques un problema—
—Gracias por la información— dijo Lorenz mientras se ocultaba en las sombras.
—¿¡Acaba de desaparecer!?— exclamó Fred.
—Me temo... que hemos hablado demasiado—
Lorenz puso rumbo a la prisión a buscar a quien se llevaron los guardias, para él,
existía una posibilidad de que se tratase de Tomás.


Capítulo 7: La garrucha.

Monasterio, 25 de noviembre de 1489.
—¡Espera! ¡Elián!—exclamó Tomás.
Tomás siguió a Elián al interior del monasterio.
—Elián, nuestra misión era recuperar la brújula, no la cruz.—
—Nadie te ha puesto al mando, Tomás. Vuelve tú, yo voy a conseguir lo que nos
pertenece a nosotros, a los hijos del diablo—
—No puedo volver sin la brújula y sin ti—
—Entonces no te queda más remedio que acompañarme— dijo Elián.
Tomás y Elián siguieron el rumbo que la brújula les indicaba.
—¿Cuánto dinero crees que valen estas cortinas?— le preguntó Tomás.—Gente
muriendo de hambre mientras que ellos rebosan riqueza.
—Creía que no te importaban los demás—
—No me importan, pero eso no significa que esto siga siendo una injusticia—
Elián cortó un trozo de cortina y se la arrojó a Tomás.
—Así te callarás un rato— le dijo Elián.
—¿Se puede saber que demonios te pasa?— le preguntó Tomás.
—Estamos en una misión importante, no en un paseo—
—(Se ríe)—
Siguieron caminando hasta que la brújula les indicó una puerta.
—Debe ser aquí dentro— dijo Elián.
—¿Y cómo vamos a entrar? Está cerrada con llave—
—La tiraremos abajo—
—¿¡Qué!? ¿Has perdido el juicio? Los guardias vendrán incluso antes de que la
tiremos— dijo Tomás.
—Nos esconderemos— dijo Elián mientras cogía un bastón de oro que estaba
colgado en el pasillo.
Elián comenzó a golpear la puerta fuertemente con el bastón.
—¡Para!— exclamó Tomás.
—¡Los ruidos vienen de la planta de arriba, vamos! — gritaron los guardias.
—¡Elián ya vienen!—
—Solo un poco más........y.....¡AH! ¡Ya está!—
La puerta cayó al suelo.
—Busquémoslo y salgamos de aquí de inmediato— dijo Tomás.
—Me temo que no va a ser así, amigo— dijo Elián.
—¿Qué?—
Elián golpeó a Tomás con el bastón en la cabeza, dejándole así insconciente.
—Alguno tenía que sacrificarse para poder llevar la cruz, y mejor tú que un
auténtico hijo del diablo. Servirás de distracción— dijo Elián.
Elián entró en la habitación y allí vio una pequeña caja fuerte, la agarró y se
marchó oculto en las sombras.
Los guardias llegaron al lugar donde estaba Tomás insconciente.
—¡Aquí hay uno!— gritó uno de ellos.
—Tiene la brújula, debe ser quien la robó. Es uno de esos demonios—
—¡Atadle manos y pies!, Lo llevaremos ante el obispo— dijo el almirante.
—Señor, tenemos un problema mayor— dijo un guardia que estaba en la
habitación.
El almirante, enfurecido, cogió al guardia por el cuello.
—¿¡Por qué demonios no había nadie vigilando!?—
—Señor yo... ag... no lo sé.......ag...—
Cada vez le apretaba más el cuello, hasta que se escuchó un pequeño chasquido
proveniente de su cuello. Lo había matado.
—Si alguien pregunta, lo mató este demonio, ¿entendido?— dijo el almirante
señalando a Tomás.
—Entendido señor—
—Bien, ahora lleváoslos—
Los guardias llevaron a Tomás a la sala principal donde estaba el obispo.
*Pom pom pom*
—¡Pasad!— gritó el obispo desde el interior.
—Su eminencia, hemos sufrido otro percance—
—(Suspiro)...¿Otro?—
—Pero hemos conseguido atrapar a uno de ellos. Traedlo— dijo el almirante.
—¿Para que quiero uno de estos demonios en mi salón?— preguntó el obispo.
—Se han llevado la cruz, su eminencia.—
—Atad a ese bastardo a la silla, procurad que no pueda usar nada para liberarse
— dijo el obispo.—Pagará por los pecados de todos sus hermanos.
A los pocos minutos, Tomás despertó.
—¿Dón..dónde estoy?—
—Hablarás cuando yo te lo ordene— le dijo el obispo.
—.....—
—¿Dónde se han llevado la cruz?—
—No sé de que cruz me hablas—
El obispo el pegó un fuerte guantazo a Tomás.
—No te hagas el tonto conmigo—
—Está bien, si lo sé, pero no...te lo diré—
—Tu.... "amigo" , te abandonó aquí, ¿Por qué protegerle?— le preguntó el
obispo.
—Elián... como has podido...— murmuró Tomás.
—Si me dices a donde se han llevado la cruz, te dejaré en libertad. A simple
vista se ve que no les importabas demasiado, así que a nosotros tampoco.
¡Habla!—
—No te lo diré—
—¿Tienes idea del mal que podría desatar esa cruz? Acabaría con la vida de
miles de personas—
—No voy a creer nada de alguien como tú— le dijo Tomás.
—Tú lo has querido. Lleváoslo a prisión, allí será condenado a una muerte lenta
y dolorosa—
Los guardias agarraron a Tomás.
—¡Soltadme ahora mismo u os mataré a todos!—
—Valientes palabras para alguien que va a morir— dijo el guardia.
Salieron del monasterio tomando rumbo a la prisión.
—¡Aseguraos de que llegue con vida a prisión!— exclamó el almirante desde la
puerta.
—Pobre diablo... que habrá hecho ahora— dijo uno de los obreros que estaba en
el exterior.
—¡Vosotros! ¡Volved al trabajo!—
—¡Sí almirante!— exclamaron los obreros.

Prisión de Aragón.
Al llegar a la prisión, los guardias metieron a Tomás en una de las celdas.
—Espera ahí hasta que llegue el obispo—
—No creo que pueda marcharme de aquí, así que no me queda otra— murmuró
Tomás.
A los pocos minutos de marcharse los guardias, apareció una sombra fuera de la
celda.
—Sé que estás ahí, muéstrate— dijo Tomás.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?—
—Haces demasiado ruido— le contestó.—¿Por qué has vuelto?
—No he vuelto, vi como te traían, y os seguí para ayudarte—
—No sé como vas a ayudarme, estoy encerrado—
—Déjame pensar....—
—Piensa rápido. En cuanto llegue el obispo estaré muerto— le dijo Tomás.
—Si no te callas no podré ayudarte—
—No importa, debes avisar al resto de la Torán. El obispo mencionó que esa
cruz acabaría con miles de personas—
—¿De qué cruz me estás hablando?—
—Ya te lo contarán allí. Ahora están en las afueras, al este, en una vieja capilla
— dijo Tomás.
—Está bien, volveré a por ti con ayuda—
—No te preocupes por mi. Ah, y diles que Elián me traicionó—
—¿¡Elián!?—
—Me dejó inconsciente para que los guardias me atraparan—
—No puedo creer que Elián haya hecho eso—
—Vete, rápido, o te cogerán a ti también—
—Volveré a por ti, te lo prometo Tomás—
—Junco, siento haberte llamado traidor—
Junco sonrió y se marchó a buscar a los demás.

Antigua Torán, 26 de noviembre.
Al amanecer del día siguiente, Junco llegó a la antigua Torán para informarles de
todo lo ocurrido.
—¡¡Abrir la puerta!!—
Los que estaban dentro al oír una voz familiar fueron a comprobar de quien se
trataba.
—¡Es Junco, Junco ha vuelto!— dijo Juan al verle.
Neil y Alan fueron a recibir a Junco, el cual, tenía un aspecto cansado.
—Me alegra ver que sigues con vida, Junco— dijo Neil al recibirle.
—Te digo lo mismo, me alegra ver que has vuelto. Pero no vengo de visita, han
cogido a Tomás—
Alan se acercó a ellos.
—¿Tomás? ¿No es el que dijo Elián que no había sobrevivido?—
—Parece ser que Elián se equivocó, lo perdería de vista y le daría por muerto—
dijo Neil.
—No, Tomás me dijo que Elián le traicionó—
—¿Tomás dijo eso? No es posible que mi hijo hiciese eso—
—Es lo que me contó Tomás, pero ahora no podemos perder el tiempo con eso.
¡Debemos rescatarle!, su vida corre peligro.—
Neil guardó silencio.
—¡Neil! ¿No has oído al chico? Tenemos que ayudar a Tomás— dijo Alan.
—Id vosotros, yo tengo que hablar con mi hijo de.....algo. ¡Juan y María!
acompañad a Junco y Alan— dijo Neil mientras se dirigía a la habitación de
Elián.
—¡Pero Neil....!—
—Déjale Junco, será mejor que vayamos nosotros de inmediato—
Alan y los demás pusieron rumbo a la ciudad para rescatar a Tomás.

Prisión de Aragón.
A las pocas horas de marcharse Junco de la prisión llegó el obispo con sus
guardias.
—Cogedle, pero tened cuidado, no sabemos como puede reaccionar esa bestia—
dijo el obispo señalando a Tomás.
Los guardias entraron en la cárcel y lo cogieron por ambos brazos.
—En un mundo justo, mi espada atravesaría tu corazón— le dijo Tomás.
—Lástima que vivamos en un mundo cruel— le respondió.
Se llevaron a Tomás a una sala, la cual tenía el techo muy alto, y había una
especia de mecanismo de polea.
—Bajad las cuerdas—
Los guardias obedecieron al obispo y giraron la polea hasta que las cuerdas
tocaron el suelo.
—Colocadle—
Cogieron a Tomás y le ataron las manos a la espalda, y luego, esa misma cuerda,
la amarraron con la cuerda de la polea y comenzaron a girar la polea. El
resultado fue un sistema que consistía en levantar al torturado con las
extremidades superiores a su espalda.
—Dejadlo a dos pies del suelo, que pueda observar lo cerca que está de salvarse
si es de ayuda—
—¡AH...!—
—Habla, ¿A dónde se han llevado la cruz?—
—No sé de que me estás hablando....—
—Cuanto más tardes en hablar, más tiempo te quedarás ahí. Tengo todo el
tiempo del mundo—
Durante varios minutos la sala estuvo en absoluto silencio—
—*Crack*...¡GAAAGH!—
—Primer hombro dislocado, vamos por el segundo— dijo el obispo mientras
observaba con una sonrisa malvada.
Unos segundos después, un cuchillo arrojadizo, lanzado a mucha velocidad,
cortó la cuerda que ataba a Tomás y entonces, cayó al suelo.
—¿¡Qué ha sido eso!?— exclamó el obispo.
Un guardia cayó al suelo con una daga clavada en la nuca. Tras caer, dejó a la
vista a Lorenz.
—¡Es otro de esos demonios, atrapadlo!— gritó el obispo mientras huía.
Lorenz sacó su espada, listo para luchar contra los tres guardias restantes.
—¡Vamos! Venid a por mi— dijo Lorenz.
Uno de ellos se abalanzó sobre él, pero murió en el acto. Lorenz se movió de
forma tan rápida que el guardia no se lo esperó y murió quedándose sin cabeza.
—¿Quién es el siguiente?—
Los otros dos echaron a correr al ver semejante destreza. Lorenz se acercó a
Tomás.
—¡Eh eh eh! ¿Estás bien?—
—¿Tú crees que estoy....bien Lorenz?—
—Tenemos que salir de aquí. Pronto avisarán a los demás.—
Lorenz cogió a Tomás por hombros y huyeron de la cárcel ocultos.

Calles de Aragón.
Se escondieron en una callejuela no muy lejos de la prisión.
—¡Para Lorenz!... ¡Ah...!—
—Tienes el hombro dislocado, tengo que arreglártelo— dijo mientras le cogía el
brazo.
—¡Eh! ¡Espera! ¿¡Qué vas ha....!? ¡HIJO DE.....!— gritó Tomás cuando Lorenz
le hizo un giro brusco de hombro.
—Creo que ya está—
—¿¡Crees!? Pensaba que me habías arrancado el brazo—
—No seas quejica—
—Lorenz, detrás de ti, en las sombras, he visto algo moverse—
Al decirle eso, se dio la vuelta y sacó su espada.
—Salid de inmediato—
De las sombras salieron Junco y los demás.
—Oímos ese grito y pensamos que necesitábais ayuda— dijo Junco.
—Un poco tarde...— contestó Tomás.
—¡Junco! Me alegra verte de nuevo— le dijo Lorenz mientras le daba un abrazo.
—Siento interrumpir, pero si Tomás ya está a salvo, deberíamos volver a la
Torán de inmediato— dijo Alan.
—Sí, volvamos, tengo que solucionar algunos problemas allí— contestó Tomás.
—Id vosotros, tengo que hacer una cosa antes de marcharme—
—Lorenz, los guardias nos estarán buscando por toda la ciudad, no es momento
para estar dando vueltas—
—Lo sé Junco, pero debo hablar con alguien primero—
—No te retrases demasiado Lorenz, Neil quiere mostraros la cruz y contaron
más cosas— dijo Alan.
—No lo haré—
Lorenz se ocultó en las sombras y tomó un camino distinto al tomado por Junco
y los demás.

Casa de Anne Harm.
Cuando Lorenz llegó a casa de Anne se paró frente a su puerta.
—¡Anne!—
*Pom pom pom*
Anne abrió la puerta, y su aspecto, era entristecedor.
—Lorenz... menos mal que has aparecido—
—¿Qué te ha ocurrido en el ojo Anne?—
—Me caí, y me golpee con la mesa de mi escritorio—
—¿Estás segura?—
—Sí, no te preocupes Lorenz—
—Siento haberme ido el otro día mientras me hablabas—
—No... no te preocupes, siento yo haberte dicho las cosas que te dije—
—¿Puedo pasar para hablar más tranquilos? Ahora mismo deben de estar
buscándome los guardias— dijo Lorenz mientras hizo el intento de entrar.
Anne guardó silencio unos segundos y reaccionó rápidamente al acercarse
Lorenz.
—¡No!— contestó Anne apartándole.
—¿Qué ocurre?—
—Mi padre no quiere que entre nadie—
—Solo deben ser como..... las once de la mañana ¿Qué problema hay con entrar
ahora?— preguntó Lorenz.
—Son sus órdenes, lo siento. Deberías irte, tengo cosas que hacer—
—Está bien, vendré a verte mañana con más tranquilidad, ahora debo marchar a
la Torán—
—¡ay!... ¿Dónde vivís ahora....Lorenz?—
—¿Qué te ha pasado ahora?—
—Nada, olvídalo...— murmuró Anne.
—Estás muy extraña. Mañana vendré. Adios mi querida Anne, te quiero—
Lorenz se marchó y Anne cerró la puerta de su casa sin nisiquiera despedirse.


Capítulo 8: La hoguera de la bruja.

Antigua Torán, 26 de noviembre de 1489.
—¿Estás seguro de que no quieres ver la cruz antes de marcharte?—
—No, Neil, hay cosas que es mejor dejarlas para la próxima vida—
—Está bien Alan, ten un buen viaje y envíanos una carta cuando llegues a
Castilla—
—Lo haré y... cuida de los tuyos, son buenos chavales—
—Lo sé Alan— le dijo Neil mientras le abrazaba.—Ten buen viaje.
—Nos veremos pronto, adiós amigo—
Alan se marchó a la ciudad para coger un caballo hacia Castilla.
Pero en el interior de la Torán no había la misma tranquilidad que fuera.
—¡SACAD A ESE MALDITO DE SU ESCONDRIJO!—
—¡Tomás, cálmate!, Así no solucionarás nada—le dijo Lorenz.
—¿¡Qué me calme!? Casi muero por culpa de ese desgraciado—
En ese momento Neil entró en la Torán.
—¿Qué está ocurriendo aquí?—
—Neil, ¡Tú hijo es un traidor!— exclamó Tomás.
—En cuanto Elián se recupere de sus heridas dará su versión de los hechos—
—¿¡Su versión!? ¡Me golpeó con un bastón y me dejó allí para que me cogiesen
los guardias!—
—Cálmate, por favor—
—No pienso calmarme más, suficiente— dijo Tomás dirigiéndose a la puerta de
Elián.
—¡Tomás espera!— gritó Lorenz.
—¡Paradlo!— gritó Neil.
*PUM*
Tomás abrió de una patada la puerta.
—......—
—Tomás no le hagas daño, seguro que se....—
—¿Dónde está?— preguntó Tomás al ver la habitación vacía.
—¿Cómo que donde está?— dijo Neil acercándose.
—Ha escapado. ¿Aún dudáis de su inocencia?—
—Debe estar por aquí. Mi hijo no ha escapado, sabe muy bien el riesgo que
conllevaría estar por ahí solo en estos tiempos—
—Tampoco está la caja que tenía la cruz dentro, Neil—
—No puede ser, hay que encontrarlo de inmediato antes de que cometa alguna
estupidez—
—Pongámonos a buscarle— dijo Junco.
—Buscadlo vosotros, yo no lo haré— dijo Tomás mientras se marchaba.
El resto comenzó a buscar a Elián por la Torán y por los exteriores.

Casa de Anne Harm, Minutos después de la huida de prisión de Tomás y
Lorenz.
Alguien llamó con fuerza a la casa de Anne.
*Pom pom pom pom pom*
—¡Ya abro yo padre!—
Anne abrió la puerta y entonces la golpearon desde fuera.
—Me serás realmente útil— murmuró una voz misteriosa.
El hombre que golpeó a Anne entró y cerró la puerta.
—Anne ¿Quién ha lla.....?—
—Guarde silencio ahora mismo si no quieres que esta daga sea manchada con la
sangre de su hija—
—¿Qué-qué queréis de mi?—
—De ti nada—
—Cariño que....— dijo la madre de Anne al bajar las escaleras.
—Cielo quédate quieta—
—Eso es, obedece a tu marido—
—¿Qué es lo que quieres?— insistió el señor Harm.
—Si colaboráis, no os pasará nada. Ahora tú, mujer, coge esa cuerda y ata a tu
marido—
La madre de Anne cogió una cuerda y ató a su marido a una silla de tal forma
que no pudiese moverse.
—Muy bien, ahora te ataré a ti, y más te vale no hacer ninguna tontería, o tu hija
morirá— dijo el hombre mientras la ataba.
Anne comenzó a despertarse.
—¿Qué ha....ocurrido? ¿Papá? ¿Mamá?—
El hombre se acercó a ella y la levantó bruscamente.
—Si haces algo que no me parece bien, tus padres morirán—
—¡Anne!—
*Pom pom pom*
Al oír como llamaban a la puerta el hombre le colocó una daga en el cuello al
señor Harm.
—Padre....—
—Abre la puerta y no digas nada de lo que puedas arrepentirte—
Anne abrió la puerta.
—Lorenz... menos mal que has aparecido—
—Genial, justo a quien esperaba— dijo el hombre encapuchado.
—¿Puedo pasar para hablar más tranquilos? Ahora mismo deben de estar
buscándome los guardias— dijo Lorenz mientras hizo el intento de entrar.
—¡Ni se te ocurra dejarle pasar o tu padre morirá!— dijo el encapuchado.
—¡No!— contestó Anne apartándole.
—Así me gusta, ahora líbrate de él— le susurró fuertemente el encapuchado
desde dentro.
—Solo deben ser como..... las once de la mañana ¿Qué problema hay con entrar
ahora?— preguntó Lorenz.
—Son sus órdenes, lo siento. Deberías irte, tengo cosas que hacer—
—Está bien, vendré a verte mañana con más tranquilidad, ahora debo marchar a
la Torán—
El encapuchado se acercó a Anne y le comenzó a clavarle el cuchillo en el brazo.
—Pregúntale donde—
—¡ay!... ¿Dónde vivís ahora....Lorenz?—
—¿Qué te ha pasado ahora?—
—Nada, olvídalo...— murmuró Anne.
—Zorra... pagarás por esto— murmuró el encapuchado.
Anne cerró la puerta.
—¿Qué quieres de nosotros?— preguntó.
—Solo seréis mi cebo, nada más—
—¿Cebo?— preguntó el señor Harm.
—Vosotros dos ya habéis perdido utilidad—
—¿Qué?—
El encapuchado tiró las sillas donde estaban sentados, y a sangre fría, los
apuñaló.
—¡PAPÁ, MAMÁ!—
Anne se abalanzó sobre el hombre.
—¡Apártate— gritó quitándosela de encima.
Al caer al suelo, Anne rompió en lágrimas.
—No te preocupes, tu dolor no durará demasiado—
El hombre golpeó a Anne con un palo hasta dejarla sin sentido. Cogió una
manta, la envolvió y se fue, pero no antes sin dejar una nota.

Antigua Torán, 27 de noviembre.
Al amanecer del día siguiente de la desaparición de Elián, los acechadores
seguían buscando alguna pista del paradero de Elián y de la cruz.
—¿Lo has encontrado por alguna parte?—
—No Neil, ni rastro de donde puede estar Elián— respondió Junco.
—Ese muchacho...—
—Neil, ¿Piensas que lo que dijo Tomás es cierto?—
—No lo sé, aunque, no confío demasiado en él. Elián no deja de ser mi hijo, y él,
un completo desconocido—
—Si lo que dijo Tomás fuese cierto, y Elián apareciese, ¿Qué harás?—
—No tengo respuesta, no sé que haría. Pero lo importante ahora mismo es
encontrarle—
—Sí, seguiré buscando por los alrededores—
Junco se marchó a seguir buscando a Elián.
—Eh Junco, espera—
—¿Qué ocurre Lorenz?—
—Algo no me huele bien. Neil me vio cuando escuché lo que dijo sobre algo
importante de la cruz—
—¿Importante? ¿A qué te refieres?—
—No lo sé, les interrumpí antes de que dijesen algo más— respondió Lorenz.—
Me temo que esa cruz oculta algo más que Neil no quiere contarnos.
—Sea lo que sea, debemos encontrarla, y también a Elián—
—Yo debo partir en unas horas a la ciudad, he de reunirme con Anne, no tenía
buen aspecto la última vez que la vi—
—Lo que tenemos aquí es más importante Lorenz—
—Es más importante para vosotros. Llevo años apartando personas y momentos
de mi vida por.... esto. Es hora de que piense un poco más en mi y menos en la
Torán. Espero que lo entiendas Junco—
—(Suspiro).... Sí, siento haberte dicho eso, si quieres puedo acompañarte a la
ciudad, es un largo camino, y no deberías ir solo—
—No te preocupes, Tomás volvió a la ciudad después de lo sucedido,
aprovecharé para dar con él también— dijo Lorenz mientras se marchaba.
—Espera Lorenz...... Tomás, ¿sigues confiando en él?—
—He dado mi vida por salvarle, no creo que necesites que te responda—
—Sí, tienes razón. Ten cuidado, y vuelve de una pieza—

Calles de Aragón.
Lorenz, pasado un rato, llegó a la ciudad y se dirigió a casa de Anne Harm.
—Perdone señor, póngame una rosa— le dijo Lorenz a un florista ambulante.
—Son dos monedas—
—Tenga—
Lorenz cogió la rosa para Anne y fue a buscarla a su casa, pero al llegar se
encontró la puerta encajada.
—¿Anne?...¿Señores Harm?—dijo Lorenz mientras abría poco a poco la puerta.
Al entrar, observó todo tirado por los suelos, incluyendo a los padres de Anne.
—¡Señores Harm!—
Lorenz comprobó el estado de los padres de Anne, pero ambos estaban muertos.
—No puede ser....¡Anne!— dijo al subir las escaleras para buscar a Anne.
No había nadie en la casa, así que volvió a bajar para informar a la guardia de lo
ocurrido en la casa. Al dirigirse a la puerta vio en la parte en la parte interior de
ésta una nota clavada con un cuchillo.
Lorenz cogió la nota y la leyó.
—"Estoy seguro de que no querrás perder a tu amada, así dirígete a la plaza y
entrégate para salvarla. De no ser así, sufrirá una muerte cruel. PD; No deberías
hacerme esperar demasiado."—
Al leer la nota, la arrojó al suelo con furia y se fue corriendo a la plaza de la
ciudad.

Plaza de Aragón.
Lorenz llegó a la plaza corriendo lo más rápido que pudo, y al llegar vio una
inmensa multitud observando el centro del lugar.
—¡¡Anne!! ¡¡Anne!!— gritaba.
—Vaya.... parece que ha llegado nuestra invitado estrella— dijo la voz del
hombre encapuchado que se ocultaba entre la multitud.
—¿¡Dónde está ella!?—
—Oh, por favor, que descortés que soy. Abran paso, dejen que vea que pasa en
nuestro país con las brujas— dijo el encapuchado.
La multitud se abrió, y en el centro estaba Anne atada a un palo con paja en los
pies.
—¡Soltadla! ¡Es a mi a quien queréis!—
—Si que eres egocéntrico. Nosotros solo liberamos este mundo de los infieles y
pecadores, y resulta, que esta.... bella muchacha, es ambas cosas—
Lorenz corrió hacia Anne tan rápido como pudo.
—Cogedle— dijo el encapuchado.
Todos los guardias de la plaza se abalanzaron sobre Lorenz, el cual, durante
algunos segundos pudo resistirse y quitárselos de encima, pero finalmente lo
empujaron contra el suelo.
—Malditos....— murmuró Lorenz entre lágrimas.
El encapuchado se acercó a Lorenz y una vez frente suya, se bajó la capucha.
—Es... es el obispo— murmuraba la multitud.
—Lorenz... recuerdo la primera vez que te tuve frente a mi. ¿Sabes?, No supe
que habías escapado hasta varios días más tarde. Me presenté donde ibas a ser
torturado y resulta, que no estabas. ¿Crees que es de buena educación?—
El silencio en la plaza era absoluto tras eso.
—¿Crees que hacer ésto no me va a doler?— preguntó el obispo irónicamente.
—......—
—No, no me va a doler— le susurró al oído a Lorenz.—¡Prendedle fuego!
—¡Espera!........Sacrifícame a mi, pero déjala a ella libre, por favor...—
—Es una propuesta díficil de rechazar...........¡Creí haber dicho prendedle fuego!

—¡¡¡NO!!!—
Los guardias arrojaron varias antorchas al suelo de paja bajo los pies de Anne.
—¡OBSERVAD COMO EL SEÑOR PURIFICA LA MALDAD DE ESTA
MUJER!—
El fuego comenzó a escalar el cuerpo de Anne, pero antes de que el fuego la
consumiese por completo Lorenz la miró a los labios y pudo leer lo que le dijo.
—"Te quiero"—
—¡Anne!.........—
El obispo y sus guardias observaban el fuego arder con orgullo. Sin embargo, el
pueblo no aplaudía orgullosos de este acto.
—Vosotros dos apagad el fuego y recoged sus cenizas. El resto coged al
muchacho—
Los guardias levantaron a Lorenz del suelo, y el obispo se le volvió a acercar una
vez más.
—Te vienes a Roma, allí serás castigado para toda una vida. Tendrás que vivir
con este dolor— le dijo el obispo.
Pero Lorenz no dio respuesta alguna, solo mantenía la cabeza agachada.
—¡Llevadlo al carruaje, nos vamos antes de que vengan en su ayuda!—
Mientras los guardias se llevaban a Lorenz, llegó Tomás a la plaza y pudo ver
como se lo llevaban.
—¿Lorenz?—
Entonces dos guardias que llevaban un botijo se le cruzaron.
—Una lástima la muerte de esta muchacha, era realmente hermosa (Risas)—
Tomás se acercó por detrás y cortó el cuello de cada uno con su espada de tan
solo un movimiento.
—No deberíais faltarle el respeto a los difuntos—
Tomás agarró el botijo y se dirigió a la Torán a contar lo que había podido llegar
a ver.
Por otra parte, los guardias montaron al Lorenz en el carruaje y el obispo tomó
rumbo a Roma escoltado por la guardia.


Capítulo 9: El poder de las sombras.

Plaza de Aragón, 1 de diciembre de 1489.
—Aquí...., aquí es donde lo vi por última vez— dijo Tomás
—No quiero ni imaginarme el dolor que tuvo que pasar al verlo— dijo Junco.
—He estado hablando con la gente de la ciudad estos días—
—¿Has descubierto algo Tomás?—
—Después de que quemasen viva a su pareja, el obispo y una gran multitud de
guardias pusieron rumbo a Roma—
—Y se llevaron a Lorenz, ¿No?—
—Eso parece...—
—Toda la vida luchando contra las injusticias para acabar muerto o torturado—
dijo Junco.
—Todo sacrificio tiene una recompensa—
—¿Sabes que fue lo último que le dije a Lorenz?— preguntó Junco.—Que si
confiaba en ti.
Tomás guardó silencio sin mirar a Junco.
—No hizo falta responderme, y si me preguntan a mi, tampoco me hará falta
hacerlo—
—Gracias, supongo—
Junco le puso una mano en el hombro a Tomás.
—Eres uno más de los nuestros Tomás, ya lo sabes—
—Déjate de cursiladas y volvamos a la Torán, tenemos que oír el plan de Neil de
atacar el monasterio—
—(Risas) Sí, deberíamos vol....—
Un joven se les acercó a ambos.
—Perdonad, llevo un rato observándoles—
—¿¡Qué has oído!? ¡Habla!— exclamó Tomás agarrándole por la camisa.
—¡Espera por favor! Sé que sois y nos gustaría formar parte—
—¿¿¡¡Nos!!??— exclamó Tomás.
Dos jóvenes más se acercaron.
—Estamos interesados en unirnos a vosotros— dijo uno de ellos.
—¿Por qué queréis uniros?— preguntó Junco.
—Creo que no deberíamos hablar de esto aquí Junco—
—Tienes razón Tomás, seguidnos—
Los tres jóvenes siguieron a Junco y Tomás a la Torán.

Antigua Torán.
Cuando llegaron, Neil les recibió.
—¿Quiénes os acompañan?— preguntó.
—Dicen querer unirse a nosotros. Aún no me dijeron la razón— contestó Junco.
—¿Hace falta darla? Sales a la calle a dar un paseo y solo te ves muerte, tortura
y demás. No puedo seguir viviendo sin hacer nada— dijo uno de los jóvenes.
—Tú, ¿Cómo te llamas?—
—David, señor—
—Llámame Neil. Ya sé la razón por la que quieres ser uno de nosotros, pero tus
amigos aún no han hablado—
—Nosotros... pensamos lo mismo, queremos un mundo más justo—
—Sabéis que si formáis parte de nosotros todo el monasterio irá tras vosotros,
¿Verdad?— dijo Neil.
—Lo sabemos— respondió uno de los jóvenes.
—Decidme vuestros nombres—
—Yo me llamo Kale, y ella es Sofía—
—Acercaos al centro de la Torán—
Los tres jóvenes nuevos obedecieron a Neil y fueron donde les indicó.
—Tomás, tú también—
—¿Yo?—
—Que yo sepa aún no te he nombrado acechador de manera oficial—
Tomás se quedó callado sin saber que decir.
—Venga ya, tampoco es para tanto— dijo Junco mientras le daba un pequeño
empujón.
Los cuatro se pusieron frente a Neil esperando a ser aceptados.
—Las sombras nos ha dado un poder aún mayor del que muchos pueden llegar a
imaginar. Desaparecemos ante los ojos de quien osa impedir nuestros fines, lo
que no saben, es que antes de que vuelvan a vernos ya habarán muerto. Por el
poder de las sombras yo os nombro acechadores, miembros de la Torán. Que
vuestra sombra nunca os abandone—
—¿Y ya está?— preguntó Tomás.—¿No me tocas la frente ni me echas agua
maligna?—
—¡Genial, formamos parte de ellos!— exclamó David.
—Junco, enséñales su habitación, tendrán que compartirla, pues no tenemos
demasiadas— dijo Neil.
—No nos importa compartir habitación—
—Seguidme, es por aquí, os llevaré a la vuestra—
Junco llevó a los nuevos y Neil se dirigió a Tomás.
—Tomás, tenemos que hablar un momento—
—¿Ocurre algo?—
—Sé que enseñaste a Lorenz a usar la espada, así que, me gustaría que hicieses
lo mismo con el resto de miembros. No podemos llegar a la guerra con dagas y
cuchillos—
—Será duro enseñar a tantos en tan poco tiempo—
—Deben de estar listos para la noche del 24 de diciembre, es la cena en el
monasterio y será el mejor momento para acabar con todos a la vez—
—Lo sé, haré lo que pueda, pero no prometo nada— dijo Tomás marchándose.
—¡Ah! y si es verdad lo que contaste, siento lo de mi hijo— dijo Neil.
Tomás no se volvió y siguió su camino.

Monasterio, 3 de diciembre.
A las puertas del monasterio había una gran multitud de personas enfurecidas.
—¡¡Queremos justicia!!— gritaban.
Dentro del monasterio estaba el almirante y sus soldados.
—Llevan días viniendo a nuestras puertas, señor, temo porque terminen tirándola
abajo—
—(Suspiro).... Sin el obispo aquí, yo soy la ley. No habrá más compasión para
los infieles— dijo el almirante subiendo el tono cada vez más.
—¿Órdenes, señor?—
—Coged látigos, garrotes, lo que sea, pero castigadlos a todos los que están ahí
fuera. No es una orden de matar, solo de castigar—
Los guardias se armaron y salieron a la calle para golpear a la multitud.
—Llevamos cuatro días haciendo lo mismo señor, y día tras día acaban
volviendo. Me temo que los látigos ya no son suficiente—
—¿Habéis averiguado que es lo que les preocupa?—
—Verás, si te fijas bien, notarás que hay grupos que viven con el miedo de los
demonios que viven entre nosotros, los que se hacen invisibles. Mientras que
otros grupos los apoyan, y creen que son la salvación para no sé qué—
—A los que piensan que son la salvación, a esos son a los que hay que eliminar

—¿Qué pretendes? ¿Qué vayamos uno por uno preguntando?— preguntó el
guardia.
El almirante guardó silencio y se dirigió al exterior del monasterio.
Al salir por las puertas, imponente, toda la multitud se quedó quieta, y los
guardias cesaron los golpes.
—Venís aquí pidiéndonos ayuda, venís aquí...¡EXIGIÉNDONOS!
respuestas.....Venís aquí y golpeáis a mis guardias. El obispo no está, yo estoy al
mando y ahora, os hago una pregunta a vosotros, mi pueblo....¿Quién de
vosotros me ayudará a destruir a esos diablos?—
La multitud se quedó paralizada sin saber dar una respuesta.
—Decís que... ¿nos unamos a vosotros para destruirle?— preguntó una voz entre
la multitud.
—Digo que colaboréis a hacer de esta nuestra ciudad, una ciudad a salvo de la
maldad— dijo el almirante.
La multitud comenzó a gritar apoyando a la guardia, aunque, no todos estaban de
acuerdo.
—Señor, ¿Qué hacemos con los que se oponen a la unión?— preguntó un
guardia.
—Todo aquel que defienda a los demonios, se les considerará uno de ellos—
—¡TÚ ERES EL ÚNICO DEMONIO EN ESTAS TIERRAS!— gritó un
hombre.
—¡No insultes a nuestro almirante!— gritaron otros amenazando al hombre.
El almirante y sus guardias entraron en el monasterio y dejaron que los
ciudadanos se pelearan entre ellos.
—¿Es ésto lo que tenía planeado?— le preguntó un guardia.
—Es la manera más fácil de librarse de la minoría que defienden a los infieles—
le contestó el almirante.
—Fácil es desde luego—
—Quiero que paséis una circular por todas las casas, todo aquel que sepa algo de
la ubicación de los demonios debe hacérmelo saber. Atacaremos antes de que
nos ataquen ellos—

Antigua Torán, 6 de diciembre.
La búsqueda de Elián cesó, estuvieron buscándolo durante días por los
alrededores y por la ciudad, pero al no encontrar pista alguna, dejaron de
buscarle.
Pero aún así, no habían perdido el tiempo en estos días, pues Tomás enseñó bien
al resto de acechadores en el manejo de espada.
—Acércate un momento Tomás—
Tomás se acercó a Neil.
—Dime—
—Junco me ha contado que has entrenado bien a los acechadores, solo quería
agradecértelo—
—No tienes que agradecer nada. Siento que no hayan encontrado nada sobre tu
hijo—
—Ya bueno, lo importante ahora es....—
—¡Vienen guardias!— gritó David.
—¿¡Guardias!? ¿Aquí?—
Neil se asomó para comprobarlo con sus propios ojos.
—¿Cómo sabían que estábamos aquí? ¡Es imposible!— exclamó Neil.
—¿Qué hacemos ahora?— preguntó Junco.
—Escondernos en las sombras—
—¡No!—dijo Tomás.—Eso fue lo que hicimos la última vez y murieron muchos
de los nuestros. Propongo luchar.
—Ellos son cuarenta guardias, nosotros no llegamos ni a diez. Luchar no es una
buena idea— dijo David.
—Tal vez.... deberíamos huir— interrumpió María.—Aquí no estamos a salvo, y
mucho menos si luchamos.
Neil se quedó pensativos durante unos segundos.
—Neil, esperamos tu decisión, ¡pero que sea rápida!—
—Estoy pensando Junco—
Mientras tanto los guardias del monasterio se acercaban cada vez más,
imponentes, llevaban orgullosos su estandarte. Quería poner fin de una vez por
todas.
—Señor, ¿Crees que es buena idea venir a la capilla de las sombras? Ya sabes las
leyendas que contaban sobre ella— dijo un guardia.
—Las leyendas leyendas son, y ya sabemos de que son capaces esos demonios,
no tenemos nada de que asustarnos— contestó el almirante.
En el interior de la Torán había silencio. Neil seguía pensando que podría ser lo
mejor para los suyos. Hasta que dio con la clave.
—Sí.... podría funcionar— murmuró Neil.— Seguidme todos al exterior.
—¿¡Salir!? ¿Cuál es el plan Neil?— preguntó Junco preocupado.
—¡Acabemos con esos católicos de una vez por todas!— añadió Tomás lleno de
rabia.
Neil y los suyos salieron al exterior a recibir a los guardias. Ambos bandos se
observaban desde lo lejos, notaban el miedo que se tenían el uno al otro.
—Ya llegan— dijo Neil.
—Es hora de acabar con esto— dijo el almirante.
Al acercarse los guardias lo suficiente como para oír los gritos de Neil se
detuvieron.
—¡No deis ni un paso más!— gritó Neil.—¡No podéis entrar aquí, vuestro Dios
lo sabe!
—Almirante, ¿A qué se refiere?—
—Guarde silencio soldado, no es más que una mentira para asustarnos—
contestó el almirante.—¡Hemos venido a acabar con vosotros de una vez por
todas!
Tomás sacó su espada desafiante al oír el grito del almirante.
—¡¡Venid a por nosotros!!—
—Tomás no, seguiré mi plan, vosotros manteneros al margen— dijo Neil.—
¡Almirante, sé que sois un hombre con honor.... pero no valiente. ¿Te traes a
cuarenta soldados para acabar con menos de la mitad del enemigo?
—¡¡Yo solo podría acabar con todos vosotros!!— gritó el almirante.
—Justo lo que quería oír..—murmuró Neil.—¡Si es cierto eso, no rechazarás un
combate a muerte contra mi!
—¡Neil no!— exclamaron los acechadores.
—¿Por qué tendría que aceptar tal estupidez si nosotros os superamos en
número?—
—¡Para derramar la menor cantidad de sangre! Yo soy el líder de los
acechadores, si muero yo, ellos no tendrán a quien seguir. Y si mueres tú,
ninguno de tus guardias morirán hoy—
—Almirante, no es necesario aceptar si no quiere. Podríamos acabar con ellos
fácilmente—
—¡Silencio soldado, la próxima vez que abras la boca te arrancaré la lengua!—
le gritó el almirante.—¡Muy bien, acepto!
Neil se volvió para hablar con sus acechadores. Aunque el plan iba como él
quería, no estaba todo ganado, quedaba la parte más díficil.
—Si veis que voy perdiendo, quiero huyáis lo más rápido que podáis del lugar.
No esperéis a mi muerte para hacerlo o será demasiado tarde.—
—Neil, eso que has hecho es una estupidez, ¡Podríamos haber huido!—
—Junco, si muero hoy, encárgate de dirigir al resto— dijo Neil mientras volvía a
darse la vuelta para ir hacia su adversario.
—¡Neil! Mucha suerte, ¡Demuestra de que estamos hechos!—
—Cuida del resto si no lo logro, Tomás—
El almirante se bajó de su caballo para ir a la lucha.
—Si estoy perdiendo, entrad al ataque. No voy a sacrificar mi vida por vosotros,
solo quiero cerrarle la boca a ese demonio—
—Sí señor— contestaron los guardias.
Tanto Neil como el almirante fueron al centro de los dos bandos. Una vez allí
sacaron sus espadas.
—Espero que el diablo también te diese habilidad en la lucha, la necesitarás—
dijo el almirante.
—Menos hablar...¡Y más luchar!— dijo Neil lanzándose sobre él.
Ambos luchadores cruzaron sus espadas con furia.
—¡¡GAAAAAAHHH!!—

Torán de la ciudad de Castilla.
Alan, el líder de la Torán de Castilla entrenaba día a día a sus acechadores,
impartía clases para quien quisiese unirse a la causa. Pero hoy, mientras Neil y el
almirante luchaban por el bien común de los suyos, algo comenzó a ocurrir.
—¡Otra vez!—
—Alan, no puedo más, no puedo trepar paredes cual insecto—
—Un auténtico acechador debe saber escabullirse de cualquier forma, a veces las
sombras pueden abandonarnos por culpa de la luz—
—¡Alan..! ¡¡Alan!!— gritó un acechador que se le acercó.
—¿Qué ocurre José?—
—No puedo....¡No puedo!—
—¿El qué no puedes?— preguntó Alan.
—Mira...—
José intentó ocultarse en las sombras, pero le era imposible hacerlo.
—¿No puedes? ¿estás seguro?—
Varios acechadores más acudieron a Alan, pues ellos tampoco podían hacerlo.
—No podemos ocultarnos en las sombras, ¿Qué está ocurriendo?—
—Que has hecho Neil.....— murmuró Alan.
*PUUUUUUMM*
Un inmenso estruendo inundó la Torán acompañado de temblores.
—¿¡Qué ha sido eso!?—
—¡Viene del exterior! ¡Vamos!— gritó Alan.
Todos los acechadores salieron fuera de la Torán, y se encontraron un ejército de
guardias de la iglesia.
—¡¡¡¡FUEGOOOOO!!!!—
Los guardias dispararon los fusiles contra todo acechador que se asomó a la
puerta.
—¡Agachaos, vamos!— gritó Alan.
Pese a los gritos de advertencia de Alan, todos los acechadores fueron
atrasevados por las balas de los fusiles.
—¡Se os acabó la suerte, acechadores de las sombras!— gritó quien lideraba a
los guardias.
Los guardias se retiraron del lugar dejando todo un cementerio de acechadores.
Pasados unos segundos, Alan, el único que pudo ocultarse en las sombras, salió
de ella. Rebuscó entre todos los caídos por si podía ayudar a alguien, pero
ninguno sobrevivió.
—Neil......—murmuró Alan apretando el puño con rabia.

Antigua Torán.
—¡Gag...!—
—Ríndete ahora y no te mataré—
El almirante cayó de rodillas frente a Neil. Miró ligéramente hacia su bando,
esperando que obedeciesen la orden que les mandó. Pero no lo hicieron.
—Está bien... me rindo, nos marcharemos para no volver—
Neil guardó su espada y se dirigió hacia los suyos mientras que el almirante al
levantarse miró a sus soldados con rabia.
—......¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!—gritaba el almirante mientras se
dirigía hacia Neil con espada en mano.
—¡Neil cuidado!— gritó Junco.
Al llegar el almirante a la espalda de Neil, éste dio un leve movimiento hacia la
derecha, dando paso al almirante hacia delante, y cuando lo pasó, se sacó
rápidamente un daga de la manga y se la clavó en la nuca. Cayó a los pies
muerto.
—¡El almirante ha muerto, levantad los fusiles!— gritó un guardia.
Tomás se acercó a la posición de Neil.
—¡Nuestro líder ha ganado, si abrís fuego no tendréis honor!—
—¡Que haya ganado no quita que sigáis siendo demonios!— gritó el guardia.
Tanto Neil y Tomás, como los guardias se observaban fijamente desafiantes.
—¡Gaj!—
—¡Guh..!—
Varios cuchillos arrojadizos comenzaron a atravesar los cuellos de los guardias.
—¿¡Dónde están!?— exclamaban.
—¡Se han ido! ¡Neil y el otro se han esfumado...! ¡GAAJ!—
Otro guardia cayó muerto.
—¡Retirada, vamos rápido!—
Todos los guardias se dirigieron a la ciudad huyendo.
Neil y Tomás salieron de la Torán y el resto, que fueron los que lanzaron los
cuchillos escondidos entre los árboles fueron hacia ellos.
—Habéis estado fantásticos, nos habéis salvado la vida a Tomás y a mi—
—No ha sido nada— respondió David.
—Neil, me temo que tenemos un grave problema— dijo Tomás.
—¿Qué ocurre?—
—Al huir hacia la Torán, intenté ocultarme en las sombras, pero no pude—
—¿No pudiste?—preguntó Neil.—¿¡Podéis hacerlo el resto!?
Los demás acechadores intentaron ocultarse en las sombras, pero solo Junco y
María pudieron.
—Solo nosotros tres, que nacimos con este don, podemos ocultarnos en las
sombras— dijo Neil.
—¿Qué quieres decir con eso?— preguntó Tomás.
—Quiero decir, que la cruz del diablo ha sido destruida. Lo cual es un grave
problema no solo para nosotros, si no para todos los acechadores de Europa—


Capítulo Final: El despertar del diablo.

Antigua Torán, 26 de noviembre.
—¡¡Abrir la puerta!!—
Los que estaban dentro de la Torán al oír una voz familiar fueron a comprobar de
quien se trataba.
—¡Es Junco, Junco ha vuelto!— dijo Juan al verle.
Neil y Alan fueron a recibir a Junco, el cual, tenía un aspecto cansado.
—Me alegra ver que sigues con vida, Junco— dijo Neil al recibirle.
—Te digo lo mismo, me alegra ver que has vuelto. Pero no vengo de visita. Han
cogido a Tomás—
Alan se acercó a ellos.
—¿Tomás? ¿No es el que dijo Elián que no había sobrevivido?—
—Parece ser que Elián se equivocó, lo perdería de vista y le daría por muerto—
dijo Neil.
—No, Tomás me dijo que Elián le traicionó—
—¿Tomás dijo eso? No es posible que mi hijo hiciese eso—
—Es lo que me contó Tomás, pero ahora no podemos perder el tiempo con eso.
¡Debemos rescatarle!, su vida corre peligro.—
Neil guardó silencio.
—¡Neil! ¿No has oído al chico? Tenemos que ayudar a Tomás— dijo Alan.
—Id vosotros, yo tengo que hablar con mi hijo de.....algo. ¡Juan y María!
acompañad a Junco y Alan— dijo Neil.
Junco y los demás se marcharon de la Torán, y Neil fue a la habitación de Elián
para hablar con él.
—¡Elián!....¡¡ELIÁN!!— gritaba Neil mientras se acercaba a la habitación.
Abrió la habitación de una patada y agarró a su hijo por ambos brazos.
—¿¡Qué has hecho!? ¿¡Qué has hecho!?—
—Padre... ¿Qué ocurre?—
Neil soltó a Elián.
—Todos saben lo que le hiciste a Tomás en realidad. No está muerto—
—¿Cómo?—
—¿Por qué lo hiciste?—
—(Suspiro).. Nuestra misión era traer la cruz y...—
—¡Vuestra misión NO era traer la cruz, si no la brújula!— le gritó Neil.
Elián miró hacia un lado durante unos segundos, luego volvió a mirar a Neil,
pero esta vez con rabia.
—¡Él no es un hijo del diablo! ¿Por qué debería preocuparme por lo que le pase?
Tuve que dejarle allí para poder regresar yo. Fue....instinto de supervivencia—
—¿Instinto de supervivencia?.....En la Torán no aceptamos traidores. Márchate
antes de que regresen y rebanen tu cabeza—
—Padre, ¿Me estás expulsando?—
—(Suspira).... Sí, y date prisa, no me gustaría pisar suelo por donde haya corrido
tu sangre— dijo Neil marchándose de la habitación.
—¡MUY BIEN! ¡ME IRÉ!— grito Elián.— Pero no antes sin llevarme lo que
me pertenece.

Bosque de Aragón, 6 de diciembre.
—Casi dos semanas desde que mi propio padre me exilió de los míos. ¿Cómo
puedo haber acabado así?—
Elián notó como una escalofriante brisa rozaba su piel.
—Ellos no tienen...tu visión...—
Al oír esa voz, Elián sacó rápidamente su daga.
—¿¡Quién anda ahí!? ¡Muéstrate!—
—Dos siglos...sirviéndoles para nada....—
—¡Sal de tu escondite!—
—Noto la calidez de tu cuerpo....tu miedo...—
Elián encendió un fuego para poder tener más rango de visión y así ver a quien
le observaba, aunque con miedo, él seguía insistiendo.
—¡Que salgas te digo!—
—Estoy más cerca de lo que crees...—
Entonces lo comprendió todo, sacó la cruz del diablo de su bolso.
—¿Tú...me-me estás ha-ha-hablando?—
—Libérame...y te mostraré la verdad—
—¿Cómo te-te libero?— preguntó Elián temblando de miedo.
—¡Rómpe mi cárcel! ¡Acaba con mi maldición!—
El grito proveniente de la cruz asustó tanto a Elián que la cruz se le resbaló de
las manos cayendo así al suelo y rompiéndose en varios pedazos.
—¡¡NO!!— gritó.
Aún estando la cruz rota se seguía oyendo una voz.
—Gracias...,ahora he de vengarme de quien...... ¡ME TRAICIONÓ!—
Un fuerte viento tiró a Elián al suelo perdiendo el sentido por el fuerte golpe. Las
hojas de los árboles cayeron bruscamente, y los animales del bosque huyeron
despavoridos del lugar.
Al cabo de algunas horas Elián despertó.
—¿Qué ha pasado.....?— se preguntó.—¡Oh no! ¡La cruz!
Elián recogió los trozos de cruz rota.
—Debo informar a mi padre de lo sucedido aquí—

Antigua Torán, 7 de diciembre.
Neil y los suyos estaban reunidos, aunque las palabras, eran escasa en este
momento.
—¿Nadie piensa decir nada?— preguntó Tomás.
Nadie de los presente respondió a la pregunta.
—¡No sois más que unos cobardes! Teníamos un plan—
—Tomás, ya basta. Sin el poder de ocultaros en las sombras no podremos hacer
frente a todo el monasterio— dijo Neil.
—He vivido sin poder ocultarme durante muchísimos años y he sobrevivido. No
necesito tener que ocultarme—
Neil se levantó de la silla y se acercó a Tomás.
—Es el fin chico. No sabemos el paradero de la cruz, ni que ha podido ocurrir—
Tomás abrió la boca para abrir cuando alguien entró en la Torán.
—¿Elián?— dijo Junco.
—Hijo....—
—Hola a todos...— dijo Elián.
—¡¡TÚ!! ¡Tú me traicionaste y te llevaste la cruz!— gritó Tomás acercándose a
él.
Elián permaneció inmovil frente a Tomás.
—Si no estás muerto ya es por que necesitamos saber donde está la cruz—
—Tomás para. No olvides que sigue siendo mi hijo—
—La cruz.... está aquí, pero ya no es lo que era—
—¿Qué quieres decir con eso?—
Elián sacó los trozos de la cruz de su bolso y los colocó en el suelo.
—¿¡Qué has hecho!?—
—¡No he sido yo padre! eh.....algo salió de ella—
—¿Cómo que algo salió de ella?— preguntó Junco.
—Una voz me hablaba desde la cruz,y entonces dio un grito y se me cayó al
suelo. Sentí como una presencia extraña. No sé explicarlo—
—¿Qué decía la voz?— preguntó Neil.
—¡No son más que mentiras!— exclamó Tomás.
—Silencio Tomás, deja que Elián hable—
—Dijo algo de que no compartíais mi visión, y luego al romperse la cruz me dio
las gracias y que iba a...—
—¡¡¡¡¡NEIL!!!! ¡¡SAL AHORA MISMO MALDITO IDIOTA!!—gritó una voz
del exterior.
—¿Quién está ahí?—preguntó Junco.
—Quedaos aquí—
Neil salió al exterior, y una vez fuera alguien se abalanzó sobre él cayendo
encima.
—¡Alan! ¿¡Qué estás haciendo!?—
Alan empezó a estragular a Neil.
—¡Me lo has quitado todo! ¡Por tu culpa todos han muerto!—
Junco y Tomás quitaron a Alan de encima de Neil.
—¡Cálmate!—
—¿Qué me calme Neil? ¿¡Qué me calme!? ¡Te lo advertí!—
—¡Se ha escapado Alan! Nadie ha tenido la culpa—
—¿Cómo que se ha escapado...?— preguntó Alan con la cara blanca.
—Me temo que sí. Engañó a mi hijo y lo asustó para que se le cayese la cruz. Al
romperse se fue—
—¿Qué dijo exáctamente?— preguntó Alan.
—Que iba a buscar a quien le traicionó— dijo Elián al salir por la puerta.
—Eso es imposible. Bartolomé lleva siglos muerto— dijo Alan.
—¿Cómo que Bartolomé? ¿Qué o quién se ha escapado? ¿Podéis explicarnos
que está ocurriendo?—
—Junco... es más complicado de lo que parece—
—No más secretos Neil. Lorenz me dijo una vez que os escuchó hablar de algo
que no nos habíais contado, y creo que es el momento de hacerlo—
—(Suspiro)...Está bien, entremos, aquí no estamos seguros—
Todos entraron al interior de la Torán.

Monasterio.
El obispo y sus guardias llegaron antes de lo previsto.
—¡Abrid las puertas! Su eminencia ha llegado— gritó un guardia.
Abrieron las puertas del monasterio y el obispo entró.
—¿Dónde está el almirante? Necesito que doble la guardia de vigilancia y..—
—Su eminencia, el almirante no...—
—¿Qué le ha ocurrido?—
—Fuimos al refugio de los demonios, y allí cayó frente a uno de ellos. Nos
tendieron una emboscada y tuvimos que huir—
—Ya acabamos anteriormente con su refugio, ¿Dónde se alojan ahora?—
—En las afueras eminencia, en una antigua capilla al este de la ciudad—
—La capilla de las sombras.....la recuerdo—
El obispo se dirigió a su despacho.
—¿Órdenes, señor?—
—Quiero que.... os preparéis. Yo mismo me encargaré de cada uno de esos
demonios, uno por uno, al igual que hice con el último—contestó el obispo.—
¡Doblad la guardia de vigilancia!
—A sus órdenes— respondieron los guardias.

Antigua Torán.
—¿No dijo nada más Elián?—
—No que yo recuerde padre—
—Neil cuéntanoslo— dijo Junco.
—Bartolomé y el mismísimo diablo no eran tan aliados como os dije. Bartolomé
tenía una misión que le encomendó, acabar con todos los católicos—
—Es a eso a los que nos dedicamos, ¿no?— dijo Tomás.
—Nosotros impartimos justicia. Y sabemos que Bartolomé tenía nuestra visión.
Por ello tendió una emboscada al diablo y le encerró para siempre en la cruz—
—¿Él sabía el poder que daría tenerle encerrado?—
—No lo sé Junco. Nada de lo sucedido está escrito. Solo se ha ido pasando de
generación en generación—
—Entonces, lo que se escapó de la cruz era el...—
—El diablo— interrumpió Tomás.
Los acechadores novatos se quedaron asombrados por la noticia.
—Es decir, el diablo no era nuestro aliado, si no nuestro prisionero— dijo Junco.
—Así es—
—Y se quiere vengar de..... Bartolomé—
—Esa pieza es la que no me encaja aún. Bartolomé lleva siglos muertos, no sé
de que manera piensa vengarse de él—dijo Neil.
—Quizás... Bartolomé si esté muerto, pero no su descendencia—
—¿Qué quieres decir con eso Alan?—
—Quiero decir que, si Bartolomé está muerto, el diablo se cobrará venganza con
sus descendientes. Querrá acabar con la sangre del traidor—
—Eso tiene lógica—
—El diablo irá a por ellos, y allí estaremos nosotros para encerrarle de nuevo
cuando arreglemos la cruz—
—¿Pero cómo vamos a saber quiénes son sus descendientes?— preguntó Junco.
—Hay una forma—respondió Tomás.—En cada ciudad hay un registo de todas
las personas que han vivido allí, si comprobamos donde vivió Bartol....
—En Cádiz, Andalucía— interrumpió Neil.
—Allí es donde debemor ir entonces—
Neil se quedó pensativo durante varios segundos.
—Sí.... si Tomás tiene razón podremos ver su descendencia en ese registro—
—No te olvides de los católicos, y mucho menos de Lorenz, Neil—
—Ahora mismo nuestra prioridad es atrapar de nuevo al diablo, Tomás—
—¡Prepárense, nos ponemos rumbo a Cádiz!— exclamó Neil.

Los acechadores de la Torán de Aragón ahora tenían una nueva misión. Atrapar
a quien les da el poder de ocultarse en las sombras. Para ello deberán viajar a la
otra punta del país y averiguar lo necesario para hacerlo.
No tienen en cuenta el problema que se les avecina con sus enemigos, los
católicos.


Epílogo.

Vaticano, Roma, 18 de diciembre de 1489.
—Mi mujer ya no sabe que hacer con...¡GAGJ!—
—¿¡Eh!? ¡Espera un..GAGJ!—
Dos guardias del vaticano cayeron al suelo muertos.
—¡He escuchado ruidos abajo, en la prisión! ¡Vamos vamos!—
El resto de los guardias llegaron a la parte de abajo, y se dirigieron a la cárcel
donde tenían encerrado a su prisionero más valioso.
—Oh no.....¡Proteged al papa! ¡Quiero a todos los soldados de este lugar
cubriéndole, y rápido!—
La celda estaba abierta de par en par, y a los pies de ésta, cinco guardias con los
cuellos degollados.
Todos los guardias del vaticano fueron al salón principal donde estaba el papa
guarecido.
—¿¡Qué es esta intromisión!? ¡Salid de mi salón de inmediato!— gritó el papa.
—Su eminencia, ha huido, el prisionero ha huido—
—¡Ni se os ocurra marcharos! ¡Que vengan todos los guardias a protegerme!—
gritó.
—Ya han venido todos, no tiene de que preocuparse. Con nosotros aquí nada le
ocurrirá.. ¡GYAH!—
El guardia cayó sobre el papa.
—¡Quitádmelo! ¡Quitádmelo!—
Los guardias quitaron al guardia de encima del papa y examinaron su cuerpo.
—Tiene un cuchillo clavado en la nuca.....y tiene una nota—
—Leela de inmediato—
—"Podría haberme quedado todo el tiempo del mundo y haber acabado con cada
uno de vosotros....uno por uno, pero no tengo tiempo para juegos. La persona
que me destrozó la vida sigue ahí fuera viviendo como si nada. Gracias por su
hospitalidad, quizás regrese en otro momento a terminar mi trabajo"—
El prisionero salió por una ventana de la planta baja y escapó del vaticano. Una
vez fuera, miró hacia el interio y dijo:
—Esto aún no ha terminado. Prepárate obispo, Lorenz va a por ti—

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Si te interesó la historia....
Avance sobre la próxima entrega.
"Acechadores de las sombreas: El primer hijo del diablo" es la próxima entrega
de este libro. No continuará la historia donde se dejó, más bien contará la
historia de Bartolomé y como comenzó todo.
He preferido escribir primero el como comenzó todo a continuar la historia
protagonizada por Lorenz, lo cual haré una vez termine éste.
Bartolomé el sabio fue el primer hijo del diablo, al cual el diablo le concedió el
poder de ocultarse en las sombras y así acabar con los católicos. Si quieres saber
el motivo de por que le traicinó, no te pierdas la próxima entrega.

Comentarios del autor.
Si la historia te gustó o te pareció interesante déjamelo saber con una reseña y un
comentario. Tu opinión es muy importante para el autor de la obra.
Gracias, y espero que hayas disfrutado de la lectura.



















Table of Contents
Contenido.
Acechador de las sombras:
Hora de que la sombra reluzca
Sobre Acechador de las sombras.
Prólogo.
Capítulo 1: Los acechadores de las sombras.
Capítulo 2: La doncella de hierro.
Capítulo 3: El toro de Falaris.
Capítulo 4: La hija del carroñero.
Capítulo 5: El tormento de agua.
Capítulo 6: La cruz del diablo.
Capítulo 7: La garrucha.
Capítulo 8: La hoguera de la bruja.
Capítulo 9: El poder de las sombras.
Capítulo Final: El despertar del diablo.
Epílogo.
---------------------------------------------------------------------
Comentarios del autor.

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