Los historiadores que escriben historia contemporánea no experimentan muy a menudo, su deseo de ser neutrales, se libran a una especie de política retrospectiva con miras a la alabanza o la censura. Quizás otros historiadores advertirán distintas adecuaciones significativas. No hay un obstáculo insuperable en un relato imparcial de las relaciones interestatales. Basta distinguir con cuidado el análisis y la crítica, es decir, adherirse más bien a lo que los Estados han hecho que a lo que los dirigentes de los Estados han pretendido realizar o querido realizar. El autor toma como ejemplo el caso de las guerras de Vietnam, donde se da una crítica pragmática que denuncia un error cometido por los franceses, desde la designación de d’ Argenlieu hasta la constitución de la Conchinchina; posteriormente se critica que “hubiera sido mejor”. El historiador debe reconstruir la conjunción de circunstancias múltiples a la luz de las cuales la conducta de los dirigentes parece haber sido tal como no podía dejar de ser. Él comprueba la incompatibilidad de los objetivos mentados por uno u otro de los beligerantes: nada lo obliga, cualesquiera que sean sus simpatías personales, a situar por completo a uno en el error y conceder al otro la razón. Él no debe salir de la neutralidad, pero el autor afirma que las críticas no subjetivas que se sustentan con hechos si es aceptada. De las diversidades de críticas, una desaparece progresivamente, a medida que los acontecimientos se hunden en el pasado, la crítica moral. Por el contrario, dos críticas no se separan del relato y del análisis: la crítica estratégica o pragmática, y la crítica por referencia a las consecuencias de los resultados de la acción. Según el autor, la vía de la imparcialidad pasa por el método cuyas etapas son las siguientes: relato, análisis, interpretación, crítica.