JUAN RODRIGUEZ FREYLE
EL CARNEROPROLOGO
Por ESTE amplio ventanal que la BIBLIOTECA avacucHo ha abierto
en momento oportuno sobre el ancho solar de Ja cultera hispancameri-
cana, se asoman ahoxa, reclamando atencién en un mds vasto escenario
que aquel en que aparecieron por primera vez, un autor y una obra
que presentan caracteristicas tan peculiares, que bien pudieran califi-
carse de curiosas, En efecto, el autor es un improvisado e insular escritor
colombiano del siglo xvir, de cuya vida es muy poco Io que en verdad
se sabe: apenas cuando fue bautizado; que lo tonsuraron en una crisis
de escasez de clérigos; que, como “soldade razonable”, combatié contra
los pijaos; que, siendo mozo, viaié a Espafia, y nada mds que valga la
pena de ser tenido en cuenta, ni siquiera como simple anécdota. Tampoco
nadie sabe cudndo y en dénde murié, y de sa linaje parece que no
queda ni el menor vestigio. “Huérfano de oidor pabre”, dijo de él mismo
cuando guedé solo en Espaiia, a Ia muerte de su protector el licenciado
Alonso Pérez de Salazar. Parece que cxpresién tal es la sintesis mas cabal
que de su casi ignorada vida puede hacerse. En cuanto a su obra, si bien
algo conocida antafio en Colombia, y no mucho en los tiempos presentes,
es desconocida fuera de ella. Los que la han comentado no saben en qué
género literario deben matricularla: si es historia, si es crénica, si es un
Jibro de memorias o uma historia anovelada, o eso que Huizinga denomi-
naba “historia perfumada”, o sea, mezcla de autobiografia, de relate fan-
tastico y de historia documental. Tampoco nadie ha acertado a explicar
a ciencia cierta por qué, en lugar del extensisimo y prolijo titulo original
que el autor le dio a su obra, la posteridad la concce mds bien con el
peregrino nombre de El Carnero. De estas peculiares caracteristicas de
tal obra y de su autor procuraremos tratar en el curso de este prélogo,
en el cual acaso podr4 encontrar algo el lector desprevenido, que pueda
darle alguna luz sobre esa obra y ese autor.
IxPADRES DE RODRIGUEZ FREYLE
Hablando de sus padres, dice don Juan: “A principios del aio de 1553,
cntrd en este Nuevo Reino el sefior obispo don fray Juan de los Barrios,
del Orden de San Francisco, el cual trajo consigo a mis padres. Fn este
tiempo habia una cédula en la Casa de la Contratacién de Sevilla, por
la cual privaba Su Majestad el Emperador Carlos V, nuestro rey y sefior,
que a estas partes de Indias no pasasen sino personas espafolas, cristianos
viejos, y que vinicsen con sus mujeres” (Cap. IX, pdgs. 103-104, ed.
1955). Con estas palabras quiere ef autor mostrar cémo sus padres vinie-
ron al Nuevo Reino arrimados a la sombra de un buen arbol y casados
como Dios y su rey mandan, y provistos de las cédulas que confirman su
condicién de cristianos viejos, ranciosos e hidalgos de solar canacido, Si
Icemos con atencién una detallada carta que, con fecha 15 de abril de
1553, dirigid, desde Tamalameque, fray Juan de los Barrios a Jos miem-
bros del Real Consejo de Indias, para informarles sobre las incidencias y
peripecias de su viaje, desde el dia en que salié de Ja barra de Sankicar
de Barrameda hasta su arrtbo a dicho Tamalameque, podremos darnos
cuenta cudn accidentado fue cl viaje de los esposos Freyle-Rodriguez,
compafieros de ruta del sefior obispo de los Barrios.
Don Juan y defia Catalina debieron de salir de Aleal4 de Henares, para
encaminarse a Sanlitcar, en los postreros dias de octubre de 1552. Antes
de continuar, permitasenos aqui una breve digresién para aclarar una
suposicién de don José Maria Vergara y Vergara, sepiin Ja cual, los
padres de Rodriguez Freyle “tal vez conocieron y trataron al manco de
Lepanto en sus nifieces, porque ademés de ser contempordncos eran del
mismo pueblo”. No fue posible tal trato y conecimiento, porque cuando
los Freyle-Rodriguez salieron de Alcalé para venir a Indias, don Miguel
de Cervantes era entonces apenas un nifio de cinco afios. Llegan éstos
a Sankicar apenas comenzado noviembre. Ef 4 se encuentran con dl
cbispo Barrios y se embarcan en la misma flota, pero no sabemos si
en el mismo navio. El 18 Megan a la isla de Gomera y descansan alli
hasta ef 21. Al dia siguiente prosiguen todos el viaje. En csta travesia
los sorprende un recio temporal que dura seis dias y obliga a la flota
a retroceder 60 Ieguas abajo de las Canarias. Entretanto, los piratas fran-
ceses, sometidos al doble comando del catélico Frangois Leclerc. apodado
“Pata de palo”, y del luterano Jacques de Sores, atracan y saquean uno
de Tos barcos que habia quedado zaguero y hunden otros. Diez o doce
navios siguen Ia costa de Berberia hasta arribar a Cartagena antes que
el resto de los galeones, reducido entonces a 33 barcos, Cuando ccsa
el vendaval, éstos prosiguen su ruta hacia Jas Canarias y se detienen dos
leguas antes de Iegar a ellas. Por serles los vientos contrarios, navios y
pataches se ven obligados a permanecer alli un mes, Tampoco pudo acudir
en su auxilio el general de Ia flota, que con dos o tres navios habia alean-
zado Wegar a la Gran Canaria, por temor a los franceses que en esas
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