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FREUD, S.

(1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

Sigmund FREUD (1920a)


“Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

(«Über die Psychogenese eines Falles von weiblicher Homosexualität)

(Traducción, presentación y notas de Juan Bauzá)

Presentación

El título se refiere de manera precisa a un caso de homosexualidad femenina, es decir


a la elección por parte de una mujer de un objeto libidinal del mismo sexo, enfocado desde el
ángulo de su "psicogénesis", es decir supuestamente de las causas propiamente psíquicas que
lo han producido, el proceso que ha llevado a esa elección de objeto homosexual. Freud
pondrá el acento en la significación inconsciente psicosexual del caso. Se trata de un
tratamiento breve y del último caso publicado por Freud, en el que aborda la homosexualidad
femenina que aunque menos llamativa o escandalosa que la homosexualidad masculina no es
menos frecuente.
Los hechos a los que se refiere Freud se sitúan unos tres años antes, haca 1917, y
constituye una de las historias clínicas de Freud, más allá de los cinco grandes casos clínicos
de él (Dors, Juanito, Schreber, el hombre de las ratas y el hombre de los lobos) en este caso
más concretamente el estudio clínico de un episodio que revela una cuestión estructural.
Sobre este caso y gracias al trabajo de varios investigadores: Kurt R. EISSLER (1908-1999),
fundador y secretario de los Archivos Sigmund Freud en la Biblioteca del Congreso de
Washington, el psicoanalista August RUSH, y sobre todo Ines RIEDER y Diana VOIGT que
en el año 2000, publicaron el libro en alemán bajo el título: Desear a escondidas [en secreto].
La historia de Sidonie Csillag (Heimliches Begehren. Die Geschichte der Sidonie C.), y
traducido al castellano como: S.C., la 'joven homosexual' de Freud (Ed. Literales), hoy se
conoce la identidad precisa de la "joven homosexual", Margarethe Csonka (1900-1999) -que
en el libro citado aparece todavía con un pseudónimo (este anonimato fue pedido por la
interesada fuera de sus entrevistas con los autores cuando casi había cumplido 100 años)-, y
podemos disponer de elementos precisos de toda su vida, más allá del encuentro con Freud, al
que estas autoras dedican sólo el capítulo II de su libro, que permiten situar mejor los datos
evocados en el texto de Freud. Esta "joven de dieciocho años, guapa e inteligente, hija de una
familia acomodada de clase alta", así presentada por Freud, era la hija de Arpad Csonka, el
mayor importador de petróleo del Imperio Austro-húngaro, de origen judío pero convertido al
catolicismo e instalado en Viena desde 1902. La madre de M.C. era al parecer muy coqueta y
no era indiferente a las atenciones de los hombres hasta el punto de que se murmuraba que
Paul Csonka (1905-1995), famoso compositor y director de orquesta amigo de Karajan,
Toscanini y Klemperer, el hermano menor que seguía a Margarethe era un hijo ilegítimo del
emperador Francisco-José. Tenía tres hermanos, uno mayor que ella y otros dos menores, pero
distanciados uno de otro más de 10 años.
M. C. siempre se había sentido atraída por las mujeres. A lo largo de su vida se
prendaba de tal o cual, siempre de manera ideal y platónica, pero buscando una relación
próxima aunque evitando el encuentro carnal, lo que será un problema en algunos casos, así

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había rechazado los avances de su amiga Christi Kmunke que era una lesbiana declarada. Será
a los 17 años cuando sienta el flechazo por la "Dama" tal como es designada en el artículo de
Freud, y que la investigación ulterior citada, corresponde a la baronesa Léonie von Puttkamer
(1891-1953), una mujer de la aristocracia prusiana, venida a menos y de costumbres sexuales
ligeras y dedicada a la prostitución de lujo, pero asimismo manteniendo relaciones con
mujeres y que la paciente de Freud conoció en 1917 en el hotel Semering-Panhans. Léonie
debía convertirse en la esposa de un tal Albert Gessmann que le afrontó un proceso por
envenenamiento en 1924.
El encuentro con el padre se sitúa durante el paseo de las dos mujeres entre el edificio
de la Secesión y la Kettenbrückengasse a comienzos de 1918, pero al parecer no sucedió
como Freud lo describe aquí. Según el relato hecho más tarde por M. C: a sus biógrafas,
mientras paseaba con Léonie se dió cuenta de que su padre estaba más adelante en la otra
acera, lo que hizo que ella se separara de la baronesa y corriera en sentido contrario para
esconderse y escapar a la mirada del padre, que al parecer no se dió cuenta de lo que pasaba y
estaba a punto de subirse al tranvia, al darse cuenta de que no la había visto regresó donde la
dama, pero está se sintió vejada de que la joven no hubiera tenido el valor de mostrarse con
ella, y le dijo que no quería verla más. Fué en este momento que Margarethe hizo su tentativa
de suicidio, la joven se tiró al andén del tren urbano que unía la Linke Wienzeile y cayó
probablemente sobre el toldo del andén y no se hizo demasiado daño aunque estuvo ingresada
unas semanas. Así pues el intento de suicidio no estuvo motivado por la vergüenza de haber
sido descubierta por su padre con la dama en cuestión de mala fama, sino por un deseo de
probar a la baronesa la profundidad de su amor hacia ella.
Alarmado por el suceso de su hija, fue cuando su padre decidió enviarla a Freud para
que la devolviera al "buen camino" heterosexual. Freud aceptó tomarla pero sin prometer
nada al respecto, sabiendo que por lo que al sexo se refiere un análisis no era una ortopedia
del deseo sexual, sino más bien un encuentro con la singularidad del mismo en cada caso para
deshacerse de la posición defensiva subjetiva en el origen del síntoma, afrontando el propio
deseo con conocimiento de causa y juicio crítico frente a los mecanismos de defensa de tipo
represivo u otros. A M. le hizo prometer que no vería a Léonie durante la duración del
tratamiento, pues esta conmovida por la tentativa de suicidio de la joven, había aceptado
mientras tanto retomar sus relaciones con ella. M. se prestó de entrada al juego para
complacer a su padre, aunque no tenía la menor intención de respetar el pacto que le había
sido impuesto. Después de su análisis hacia el mediodía M. se reencontraba con la querida
baronesa Léonie en un Kaffeehaus y las dos amigas se partían de risa con las interpretaciones
descabelladas del Doctor que pretendía que M. se había desviado de los hombres por
despecho hacia su padre amado porque este había dado un hijo a su madre, a la que odiaba
¡inconscientemente!
A Kurt Eissler, M- le contó años más tarde cómo había embaucado a Freud durante el
tratamiento. un día en que por descuido se refirió a uno de sus encuentros clandestinos con "la
dama", se repuso y le señaló a Freud con aplomo que se trataba en realidad de un sueño.
Freud no se enteró de nada y M. continuó "soñando" -ella que no soñaba nunca- para
proporcionarle a Freud sueños prefabricados, y sólo después de un tiempo Freud sospechó
que algo no andaba (Ver p. 17). Pero Freud no dedujo por tanto que había sido
deliberadamente engañado por la joven. El inconsciente no sabría mentir y estos sueños
engañosos, según él, eran debidos a una transferencia positiva sobre su persona y al deseo
inconsciente de M. de complacer al "padre psicoanalista". Pero esta transferencia positiva no

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era suficiente para contrarrestar y superar la transferencia negativa que la paciente alimentaba
simultáneamente a su respecto.
La historia ulterior de la "joven homosexual" es interesante en cuanto a las cuestiones
que Freud se planteaba. Su destino de vida posterior enseña que ella persistió en su
homosexualidad, pues se enamoró de algunas otras mujeres, aún estando abierta a relaciones
con hombres que le gustaron de alguna manera, aunque siempre al modo ideal sin
intervención de la relación carnal que hallaba decepcionante en general. Todavía realizó otros
dos intentos de suicidio siempre por razones sentimentales, de las que el lector podrá
informarse en la biografía citada, y que aquí nos sirve de orientación. Se la puede ver en una
fotografía de 1926 disfrazada de "caballero de la rosa", lo que confirma e ilustra de manera
cautivante la imagen del "caballero sirviente" junto a la dama y con un planteamiento de amor
cortés deducido ya por Freud. En 1930 llegó a casarse con el barón Eduard von Trautenegg,
un oportunista, en un matrimonio de interés, de un lado alguien más interesado por la fortuna
de los Csonka que por su mujer como tal, y del otro la respetabilidad heterosexual bien vale
una misa. El padre murió en 1931 y la familia dejó Viena bajo la presión nazi. Ella se exiló a
Cuba durante la guerra, antes de regresar a Viena, su vida transcurrió en una suerte de
nomadismo entre América y Europa, llegando casi a los cien años en un hogar de Viena. En
una entrevista de 1997, declara: "No pasa un sólo día que no piense en ella"... "la dama". La
continuación de la interesante historia de la ya no tan "joven homosexual" puede seguirse en
esa biografía imprescindible para completar el caso, siguiendo la Cronología que figura al
final de la misma, cuyo desarrollo lo conforman los 12 capítulos de la misma, que van
seguidos en las versiones francesa y española de un Postfacio del traductor al francés Thomás
Gindele titulado: "Freud, Lacan, Sidonie [Margarethe]: desfasajes".
De las mismas Ediciones literales y sobre el caso de la joven homosexual es
interesante el libro de Jean Allouch (2004): La sombra de tu perro. Discurso psicoanalítico -
Discurso lesbiano,
Por su parte, Lacan se referirá a este caso en algunos de sus seminarios, en particular
en el seminario IV (1956-57) acerca de la relación de objeto en las sesiones del mes de enero
(9, 16, 23, 30/I); en el seminario X (1962-63) sobre La angustia, en las sesiones del 16 y del
23 de enero de 1963; y en el seminario XIV (1966-1967) sobre La lógica del fantasma, y en
relación con el pasaje al acto en las lecciones del 19 de abril y del 21 de junio.

El escrito de Freud se compone de 4 subdivisiones sin títulos:


- La primera sección evoca no sólo "la homosexualidad femenina" como descuidada
por el psicoanálisis y propone "un caso individual... del que ha sido posible reconocer la
historia general psíquica casi sin lagunas", sino una interesantísima reflexión, no exenta de
ironía, por lo que se refiere al tratamiento analítico y a sus condiciones. Freud presenta a su
vez el caso de la "joven homosexual" -de 18 años de edad-, el relato de su vínculo con la que
es designada como "la dama", el episodio suicida y después señala la terapia emprendida con
el autor.
- Todo esto no constituye, al decir de Freud, más que un "breve introducción", pues
será ya en la sección II donde presenta "una exposición completamente sucinta y sumaria de
la vida libidinal" del caso y del sujeto, destinada a formarse una idea de conjunto.
- La sección III interrumpe "la discusión del caso" para despejar, más allá de la
"exposición lineal", algunos puntos aptos para hacer comprender los hechos entremezclados:
o sea la elección de objeto de la Dama, análoga al de la "elección de objeto particular en el
hombre" descrita en el artículo correspondiente del mismo título en Freud, y el análisis del

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intento de suicidio después de la ruptura precipitada con la dama adorada, esta caída
(niederkommen) toma el sentido fantasmático incestuoso del "parir".
Lo que resalta de las dos secciones anteriores es una idea de conjunto sobre "las
fuerzas que han hecho pasar la libido de la joven de la posición edípica normal a la
homosexualidad", con la puesta en evidencia del nacimiento de un hermanito, que ha barrado
la estrategia fantasmática orientada hacia el padre, elemento desencadenante según Freud de
su repliegue hacia una elección homosexual.
- La sección IV contiene una síntesis que pone en evidencia la no coincidencia entre
"carácter sexual" y "elección de objeto".

Juan Bauzá
Barcelona, 7 de diciembre de 2013

Texto de Freud

La homosexualidad femenina, en verdad tan frecuente como la masculina, aunque


mucho menos ruidosa, no ha sido sólo desatendida por las leyes penales, sino también
descuidada por la investigación psicoanalítica. por eso tal vez merece nuestra consideración la
comunicación de un sólo caso, no demasiado flagrante, en el que fue posible desentrañar la
historia de su génesis psíquica, prácticamente sin lagunas y con gran seguridad. La discreción
profesional exigida por un caso reciente impone, naturalmente, a nuestra comunicación ciertas
reservas o restricciones. Habremos, pues, de limitarnos a describir los rasgos más generales
del historial, de los acontecimientos y las intelecciones que se obtuvieron, silenciando
lamentablemente ciertos detalles característicos en los que se apoya precisamente y que
justifican su interpretación.
Una muchacha de dieciocho años, guapa e inteligente y procedente de una familia de
elevada posición social, ha provocado el disgusto y la preocupación de sus padres por el
cariño con el que persigue a una dama de la «buena sociedad» unos diez años mayor que ella.
Los padres aseguran que esta señora, a pesar de sus aristocráticos apellidos no es más que una
cocotte [una prostituta de lujo]. Saben que vive en casa de una antigua amiga suya, casada,
con la que mantiene relaciones íntimas, observando además una conducta muy ligera en su
trato con unos cuantos hombres que le gustan, a los que se entrega sexualmente de manera
disoluta. La muchacha no discute tales afirmaciones ni pone en entredicho esta mala fama de
la dama en cuestión, pero eso a ella no le hace desistir de su admiración hacia esta señora, a
pesar de que no le falta, en modo alguno, el sentido de lo conveniente socialmente y decoroso
moralmente. Y así no se deja influir por tales advertencias y ninguna prohibición ni vigilancia
alguna la disuaden o logran impedirle aprovechar la menor ocasión favorable para correr al
lado de su amada, espiar sus hábitos de vida, seguir sus pasos y esperarla horas y horas a la
puerta de su casa o en la parada del tranvía, enviarle flores, etc.
Sin duda este interés singular y esta pasión por la dama en cuestión ha devorado todos
los demás intereses de la muchacha, que de este modo no se preocupa ya de su educación
intelectual, por continuar su formación y no concede valor alguno al trato social ni a las
distracciones propias de las jóvenes de su edad, y sólo mantiene relación con algunas amigas

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que pueden servirla de confidentes o auxiliares. Los padres ignoran hasta dónde pueden haber
llegado las relaciones de su hija con esa señora de costumbres tan dudosas, ni si han
traspasado ya ciertos límites. Por otra parte, no han observado nunca en la muchacha interés
alguno hacia los jóvenes ni complacencia ante sus halagos hacia ella como hembra; en
cambio, ven claramente que su enamoramiento actual hacia esta mujer no hace sino continuar,
en mayor grado, la inclinación que en los últimos años se insinuó cada vez con más fuerza y
hubo de mostrar hacia otras personas de sexo femenino, lo que había despertado ya las
sospechas, el enojo y el rigor del padre.
Dos aspectos de su conducta, aparentemente opuestos, despertaron, sobre todo, la
contrariedad de los padres y les provocaron un gran disgusto: la imprudencia y la falta de
reparo con la que se muestra públicamente por calles concurridas en compañía de su amiga de
mala fama, y, por tanto, sin cuidado alguno por su propia reputación, y la tenacidad con que
recurre a toda clase de engaños, subterfugios y mentiras para posibilitar, facilitar y encubrir
sus encuentros con ella. Reprochan, pues, a la muchacha una franqueza descarada, por un
lado, y un exceso de disimulo, por otro. Así, un día sucedió lo que en tales circunstancias tenía
que suceder en algún momento: el padre se topó por la calle con su hija en compañía de la
dama en cuestión, lo que ya era notorio, y al cruzarse con ellas, les dirigió una mirada
indignada que no presagiaba nada bueno. Momentos después la muchacha se separó de su
amiga y en un arrebato saltó por encima del muro para arrojarse a las vías por donde circulaba
el tranvía. Nuestra sujeto pagó este intento de suicidio, indudablemente serio, con una larga
convalecencia, aunque, afortunadamente, no se produjo lesión alguna permanente. Después de
su restablecimiento encontró una situación mucho más favorable a sus deseos. Los padres ya
no se atrevían a contrariarla tan decididamente y oponerse a sus deseos, y la dama, que hasta
entonces había rechazado con cierto desdén sus requerimientos como caprichos de juventud,
se sintió conmovida por el suceso, como prueba inequívoca de una pasión seria y tomándola
más en serio comenzó a tratarla con más cariño y a corresponder a su amor.
Aproximadamente medio año después de este suceso los padres decidieron, al
considerar el problema de su hija como algo enfermizo, acudir al médico, al que le confiaron
la tarea de reintegrar a su hija a la normalidad. La tentativa de suicidio les había mostrado
bien a las claras que las medidas coercitivas de la disciplina familiar no resultaron suficientes
para dominar y cancelar el trastorno manifiesto de la sujeto. Al respecto y en cuanto a la
demanda de tratamiento será conveniente diferenciar y analizar por separado la concepción, la
demanda y la actitud de los padres y la de la hija. E incluso, será conveniente examinar aquí
por separado las posiciones respectivas del padre y de la madre ante la conducta de la
muchacha. El padre era un hombre serio, respetable y, en el fondo, muy cariñoso, aunque la
severidad que creía deber adoptar en sus funciones paternas había alejado algo de él a sus
hijos debido a su impostado rigor. Su conducta general para con su única hija aparecía
determinada por la influencia de su mujer. Al tener conocimiento por vez primera de las
inclinaciones homosexuales de la hija, se encolerizó e intentó reprimirlas mediante graves
amenazas; en aquel período debió de oscilar su ánimo entre diversas interpretaciones, todas
ellas penosas, no sabiendo si había de ver en su hija una criatura viciosa, degenerada, o
simplemente enferma de una perturbación mental. Tampoco después del accidente llegó a
elevarse a aquella reflexiva resignación que uno de nuestros colegas médicos, víctima de un
análogo suceso en su familia, expresaba con la frase siguiente: «¡Qué le vamos a hacer! ¡Es
una desgracia como otra cualquiera!» La homosexualidad de su hija comportaba algo que le
provocaba una gran indignación, y así estaba decidido a combatirla con todos los medios, y no
obstante la poca estimación, incluso el menosprecio de que en Viena goza el psicoanálisis, no

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se retuvo de acudir a él en busca de auxilio. Si este recurso fracasaba, tenía aún en reserva
otro que consideraba el más poderoso y enérgico antídoto de esa infausta desviación sexual:
un rápido matrimonio que despertaría los instintos naturales normales de la muchacha y
desplazarían y ahogarían esas aberrantes inclinaciones contranatura.
En cuanto a la posición de la madre no resultaba tan transparente y fácil de penetrar.
Se trataba de una mujer todavía relativamente joven, que manifiestamente no había
renunciado aún a la pretensión de gustar por sus encantos actuales. No tomaba tan a la
tremenda o por lo trágico ese capricho de su hija, y, en modo alguno le indignaba tanto como
al padre. E incluso había gozado durante algún tiempo de la confianza de la muchacha en lo
que se refería a la confidencia de su enamoramiento de aquella señora, y si finalmente había
acabado por tomar partido contra ella, se debía tan sólo a la perniciosa publicidad con que la
muchacha ostentaba y proclamaba sus sentimientos sin recato ante todo el mundo. Años atrás
ella misma había pasado por un período de trastorno neurótico, y era objeto de una gran
consideración y solicitud por parte de su marido, trataba a sus hijos de manera muy poco justa
y equitativa, mostrándose más bien dura con la muchacha y excesivamente cariñosa con sus
otros tres hijos, el último de los cuales era ya un retoño tardío, que sólo contaba por entonces
unos tres años. No resultaba nada fácil averiguar detalles más minuciosos sobre su carácter,
pues por motivos que más tarde podrá comprender el lector, los informes de la paciente sobre
su madre adolecían siempre de una cierta reserva, que ni por asomo se mantenían en lo
referente al padre.
El médico que había de tomar a su cargo el tratamiento psicoanalítico de la muchacha
tropezaba con varias dificultades y tenía razones para sentirse intranquilo. No consideraba
constituida la situación exigida por el análisis, la única en la que éste puede desarrollar su
plena eficacia: El tipo ideal de tal situación queda constituido cuando un individuo
dependiente sólo de su propia voluntad, es decir independiente en sus decisiones, sufre por un
conflicto interno, por así decirlo consigo mismo, al que no puede poner término y dominar por
sí solo, y acude eventualmente al psicoanalista a quien le formula su problema en demanda de
ayuda. El médico trabaja entonces con el sujeto, dividido en dos, por así decirlo, lo que
traduce la enfermedad, y confronta una parte de su personalidad con otra en el conflicto. Las
situaciones que difieren de ésta son siempre más o menos desfavorables para el análisis y
añaden a las dificultades intrínsecas del caso nuevas dificultades que deben afrontarse si
quiere llevarse el tratamiento a buen puerto. Las situaciones como la del propietario que
encarga al arquitecto una casa conforme a sus propios gustos y necesidades, o la del hombre
piadoso que hace pintar al artista un lienzo votivo [que contiene una imagen sagrada], e
incluir en él su retrato orante, no son fundamentalmente compatibles con las condiciones
necesarias del psicoanálisis. No es nada raro que un marido acuda al médico con la pretensión
siguiente: «Mi mujer es muy nerviosa [neurótica], y esto ha alterado nuestras relaciones
conyugales, por eso nos llevamos mal; cúrela usted para que volvamos a poder ser un
matrimonio feliz.» Pero muchas veces resulta imposible cumplir tal encargo, toda vez que no
está en la mano del médico producir el desenlace en vista del cual el marido desea y solicita el
tratamiento que supuestamente llevará de nuevo a una vida conyugal dichosa. ¿Qué es en
cambio lo que suele suceder con mucha frecuencia? En cuanto la mujer se libera de sus
inhibiciones neuróticas se da cuenta que su marido no le va y se le impone la separación de
este y la disolución de su matrimonio, cuyo mantenimiento precisamente sólo seguía siendo
posible merced a tales inhibiciones, es decir bajo la premisa de la neurosis de ella,
contrariamente a la afirmación del marido. En otro caso, a veces son los padres quienes

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demandan "la curación" de un hijo que se muestra nervioso, indócil y rebelde 1. Para ellos, un
niño "sano" es un niño que no crea dificultades a los padres, que se porta bien y sólo
satisfacciones les procura, en caso contrario algo anda mal en él. El médico puede conseguir,
en efecto, el restablecimiento del niño, pero después de su curación sigue aquél sus propios
caminos mucho más decididamente que antes y los padres reciben de él todavía mayor
descontento. En resumen: no es indiferente que un individuo llegue y se someta al análisis por
su propia voluntad o lo haga porque otros lo lleven y se lo impongan; ni tampoco que sea él
mismo quien no está satisfecho de su vida y quiera cambiar, o sólo sean sus parientes, que le
aman o de quienes se espera que lo amen que quieran que cambie y sea como debería ser, es
decir como a ellos les gustaría, es decir que no les causara problemas sino sólo satisfacciones.
Nuestro caso integraba aún otros factores desfavorables que no podían dejar de tenerse
en cuenta, eran estos: La muchacha no era una enferma -no sufría por razones internas
[orgánicas] ni se lamentaba de su estado-, y la tarea que se proponía no consistía tampoco en
resolver un conflicto neurótico, sino que la pretensión era transformar una de las variantes de
la organización sexual genital en otra distinta. Esta labor de eliminar o modificar la inversión
genital u homosexualidad puede ser cuestionable, y, en todo caso, no es nunca fácil. Mi
experiencia me ha demostrado que sólo en ciertas circunstancias particularmente favorables
llega a conseguirse, y aun entonces el logro consiste en general únicamente en abrir, a la
persona restringida a la relación homosexual, el camino hacia el otro sexo, vedado antes para
ella, restableciendo su plena función bisexual. Dependerá después de su voluntad lo que
decida hacer, el seguir o no la vía anterior, abandonando eventualmente el camino proscrito
por el entorno social en el que se movía, y así ha sucedido efectivamente por propia decisión,
en algunos casos singulares por nosotros tratados. Pero no podemos dejar de tener en cuenta
que también la sexualidad normal queda restringida a la relación heterosexual, descansado
pues asimismo en una limitación de la elección de objeto, y que en general la empresa de
convertir en homosexual a un heterosexual llegado a su completo desarrollo no tiene muchas
más probabilidades de éxito que la inversa, sólo que esta última no suele intentarse,
naturalmente, por evidentes razones prácticas.
Los éxitos de la terapia psicoanalítica en el tratamiento de la homosexualidad, por lo
demás muy variada en sus formas, como en el caso de la heterosexualidad, no son, en verdad,
muy numerosos. Por lo regular, el homosexual que se lo pasa bien en ese tipo de relación
sexual, no se ve motivado a resignar su objeto de placer y no lo abandona, pues no se
consigue convencerle de que, una vez modificadas sus tendencias sexuales, volverá a
encontrar en un objeto distinto, del sexo opuesto, el placer que renuncie a buscar en sus
objetos actuales, del mismo sexo. Si, a pesar de todo, se somete a tratamiento en función de
ese trastorno sexual es casi siempre por motivos o presiones externos, por ejemplo, por las
desventajas y peligros sociales que conlleva eventualmente su elección de objeto, pero, por lo
general, estos componentes de la pulsión de autoconservación se demuestran demasiado
débiles en la lucha contra las tendencias sexuales. No es difícil entonces descubrir ese
proyecto secreto de procurarse, con el sonado fracaso de su "tentativa de curación", la
tranquilidad de haber hecho todo lo posible para combatir su desviación, pudiendo así
entregarse a ellos en adelante con la conciencia tranquila y así pues sin remordimiento alguno.
Cuando la demanda de curación aparece motivada por la consideración hacia los padres y
familiares del sujeto a quienes se ama y a los que se quiere ahorrar un dolor, las cosas pueden
suceder de manera diversa pues esto tampoco es indiferente para la evolución del caso. Puede
haber realmente tendencias libidinosas que pueden desarrollar energías opuestas a la elección
1 [Nota del traductor] Hoy tal vez esto sería aplicable a muchos diagnósticos de TDAH.

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homosexual de objeto; pero su fuerza no suele tampoco ser suficiente, y así pues no es fácil
satisfacer una demanda contraria al deseo. Sólo en aquellos casos en que la fijación al objeto
homosexual no ha adquirido aún fuerza o intensidad suficiente, o en los que existen todavía
ramificaciones y restos considerables de la elección de objeto heterosexual, es decir, en caso
de una organización sexual todavía no bien definida y vacilante o claramente bisexual, puede
fundarse alguna esperanza en el sentido favorable a la heterosexualidad apoyándose en la
terapia psicoanalítica.
Por todas estas razones evité infundir a los padres de nuestra sujeto una esperanza de
"curación" entendida en la perspectiva de que su deseo se cumpliera por lo que a las
tendencias sexuales de su hija se refiere, y, por supuesto, simplemente me declaré dispuesto a
estudiar con todo cuidado a la muchacha durante el tiempo necesario, algunas semanas o
algunos meses, hasta aclarar su situación y poder pronunciarme así con conocimiento de
causa de la sujeto en cuestión, sobre las probabilidades de obtener algún efecto positivo en la
dirección de los padres u otra de una continuación del análisis. Y es que en toda una serie de
casos, el análisis se divide en dos fases claramente diferenciadas: en la primera fase se
procura el médico el conocimiento necesario del paciente, lo familiariza con las condiciones,
las premisas y postulados del análisis, para desenvolver los diferentes aspectos de su
sufrimiento, así como la anamnesis, el origen y la historia del mismo a partir del material que
el paciente ofrece del mismo, a partir de lo cual puede indicar la continuación del análisis para
resolver el problema. Se llega así a una segunda fase, en la que el paciente mismo se hace
cargo de su propio material que el analista le ha revelado como significativo y relevante,
trabaja analíticamente con él, revelándose aquella parte de lo reprimido que este trabajo logra
atraer a su consciencia e intenta recuperar y vivir o revivir de nuevo esa parte restante hasta
ese momento descuidada y que en una suerte de reanimación retornaba disfrazada en formas
sintomáticas capaces de provocar sufrimiento subjetivo. En este trabajo de análisis puede
confirmar, completar y rectificar las postulaciones del médico, y progresivamente comienza
ya a darse cuenta, por el vencimiento de sus resistencias, de la modificación interior que
produce y a la que tiende el tratamiento, y puede adquirir sus propias convicciones
independientemente del sometimiento a la autoridad médica 2. Estas dos fases de hecho no
suelen aparecer separadas entre sí de manera tajante en el curso del tratamiento analítico sino
que se entremezclan e interfieren, pues para su clara delimitación es necesario que la
resistencia cumpla determinadas condiciones; pero cuando así sucede, puede hacerse una
comparación de tales fases con los dos tramos o capítulos correspondientes de un viaje. El
primero comprende todos los preparativos necesarios, tan complicados y dificultosos hoy,
desde que lo consideramos y nos decidimos hasta que por fin, tenemos los papeles en regla
para hacerlo, sacamos el billete, logramos la tarjeta de viaje, llegamos al andén y
conquistamos un sitio en el vagón. Hemos conseguido entonces ya el derecho y la posibilidad
efectiva de trasladarnos a un lejano país, pero todos esos preparativos o condiciones
necesarias, no nos han acercado aún un solo kilómetro a nuestra meta. Para llegar a ella y
lograr el fin supuestamente deseado nos es preciso todavía hacer el viaje mismo, cubriendo el
trayecto de estación en estación, y esta parte del viaje resulta perfectamente comparable a la
segunda fase de nuestros análisis3.
2 [Nota del traductor] Podríamos hablar de una disolución de la transferencia interpretable en el sentido de
Lacan como la de la autoridad que la misma confiere al otro que ocupa cierto lugar como sujeto que se supone
que sabe... lo que me pasa... lo que debo hacer.
3 [NT] Obsérvese que ambas fases responden a las condiciones para alcanzar el objeto u objetivo del viaje, el
país en cuestión que por ejemplo no hemos visitado previamente, nos quedará entonces vivir la experiencia de
ese lugar más o menos desconocido, contrastar su realidad con las expectativas acerca del mismo. El análisis

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El análisis que motiva el presente estudio transcurrió conforme a esta división de dos
fases, pero no pasó del comienzo de la segunda. Sin embargo, una constelación especial de la
resistencia posibilitó una completa confirmación de mis hipótesis y una visión general
suficiente del desarrollo de la inversión de la sujeto. Pero todavía antes de exponer los
resultados obtenidos por el análisis he de referirme a algunos puntos a los que ya he aludido o
que seguramente se habrán impuesto al lector como primer objeto de su interés.
Habíamos hecho depender, en parte, nuestro propósito y pronóstico del punto al que en
este caso la muchacha hubiese llegado en la satisfacción de su pasión. Los datos obtenidos a
este respecto en el análisis parecían favorables. Con ninguno de sus objetos eróticos había ido
más allá de algunos besos y abrazos; su castidad genital, si se me permite la expresión, había
permanecido intacta. Incluso aquella dama que había despertado en ella sus últimos y más
intensos sentimientos amorosos se había mostrado prácticamente insensible a ellos y no había
concedido nunca a su enamorada otro favor que el de permitir que le besara la mano. La
muchacha hacía probablemente de necesidad virtud cuando insistía, una y otra vez, en la
pureza de su amor y en su repugnancia física hacia el acto sexual. Por otra parte, no se
equivocaba quizá al asegurar que su amada, de origen aristocrático y abocada a su situación
actual por adversas circunstancias familiares, conservaba aún en ella gran parte de la dignidad
de su distinguido origen, pues en todas sus entrevistas le aconsejaba que renunciara a su
inclinación hacia ella y hacia las mujeres en general, y hasta después de su tentativa de
suicidio la había tratado siempre fríamente, rechazando sus insinuaciones.
Una segunda cuestión interesante que acto seguido traté de poner en claro era la
correspondiente a los propios motivos internos de la sujeto, en los cuales pudiera apoyarse tal
vez el tratamiento analítico. La muchacha no intentó engañarme con la afirmación de que
sentía la imperiosa necesidad de ser libertada de su homosexualidad. Por el contrario,
confesaba que no podía imaginar amor alguno de otro género, si bien agregaba que para
contentar a sus padres aceptaba someterse honestamente a la tentativa terapéutica, pues le era
muy doloroso ocasionarles tan gran pena. También esta manifestación me pareció, en un
principio, favorable; no podía sospechar, en efecto, todavía la fuerza de la disposición afectiva
vinculada a su deseo inconsciente que se imponía oculta detrás de estas buenas y
conscientemente sinceras intenciones. Pero lo que después se desplegó y fue saliendo a la luz
en el tratamiento de manera enlazada fue precisamente lo que influyó de una manera decisiva
en la conformación de la cura y motivó en este caso su prematura interrupción.
Los lectores no analistas y/o no familiarizados con el análisis es posible que esperen
impacientemente hace ya tiempo una respuesta a otras dos interrogaciones: ¿Acaso presentaba
esta muchacha homosexual nítidos caracteres somáticos del sexo contrario? y la de si se
trataba de un caso de una homosexualidad innata (genéticamente condicionada) o adquirida
(ulteriormente desarrollada).
No desconozco la importancia que presenta la primera de estas cuestiones. Pero creo
que tampoco debemos exagerarla y olvidar, al favorecerla, el hecho de que en individuos
normales en general se comprueban también con bastante frecuencia caracteres secundarios
aislados, más o menos acusados, más propios del sexo contrario, y cuya elección de objeto es
claramente heterosexual y no ha experimentado modificación alguna en el sentido de una
inversión. O, dicho de otro modo, que la medida del hermafroditismo físico es altamente
independiente en ambos sexos de la del hermafroditismo psíquico. Tal vez como restricción

nos puede llevar hasta ahí, pero no sustituir la experiencia concreta de la materialización de ese deseo más allá
de su realización o cumplimiento como tal, que sería una suerte de tercera fase post- y tal vez de nuevo pre-
analítica.

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

de nuestras dos afirmaciones anteriores, no queremos dejar de hacer constar que tal
independencia es mucho más franca en el hombre que en la mujer, en la cual coinciden más
regularmente los signos somáticos y anímicos del carácter sexual contrario. Pero, a pesar de
ello, no me es posible contestar de manera satisfactoria a la primera de las preguntas antes
planteadas por lo que a este caso se refiere. El psicoanalista no suele detenerse en un
reconocimiento físico corporal minucioso de sus pacientes, de lo que en determinados casos
pueden ocuparse otros especialistas. De todos modos, puedo decir que la sujeto en cuestión no
mostraba desviación llamativa alguna del tipo físico anatómico femenino, ni padecía tampoco
trastornos fisiológicos de la menstruación. Pudiera quizá verse un indicio de una masculinidad
somática en el hecho de que la muchacha, bella y bien formada, mostraba la alta estatura de su
padre y rasgos fisonómicos en su rostro más bien marcados y enérgicos que los habituales
más suaves en las chicas. También pudieran considerarse como indicios de masculinidad
algunas de sus cualidades intelectuales, tales como su penetrante inteligencia y la fría claridad
de su pensamiento, en cuanto el mismo no se hallaba bajo el dominio de la pasión
homosexual. Pero estas distinciones responden a cuestiones más convencionales e ideológicas
que científicas. Mucho más importante es, desde luego, la circunstancia de haber adoptado la
muchacha, para con el objeto de su amor, un tipo de conducta más propia del tipo masculino,
mostrando la humildad y la sobreestimación sexual del hombre enamorado, la renuncia a toda
satisfacción narcisista y prefiriendo amar a ser amado. Por tanto, no sólo había elegido un
objeto femenino, sino que había adoptado con respecto a él una actitud masculina.
La otra cuestión, relativa a si su caso correspondía a una homosexualidad innata o
adquirida, quedará contestada con la exposición de la historia del desarrollo de su
perturbación. Se demostrará ahí también hasta qué punto es estéril e inadecuado ese
planteamiento.

II
A una introducción tan amplia como la que precede no puedo enlazar ahora sino una
breve exposición panorámica de la historia libidinal en éste caso. La muchacha había
atravesado sus años infantiles, sin accidente alguno singular, por el proceso normal del
complejo de Edipo femenino, y había comenzado posteriormente a sustituir al padre por uno
de sus hermanos, poco mayor que ella. No recordaba, ni el análisis descubrió tampoco, trauma
sexual alguno correspondiente a su temprana infancia y primera adolescencia. La
comparación de los genitales del hermano con los suyos propios, iniciada aproximadamente al
comienzo del período de latencia (hacia los cinco años o algo antes), dejó en ella una fuerte
impresión, de cuyos efectos posteriores se pudo seguir el rastro en el análisis a través de un
buen trecho. No hallamos sino muy pocos indicios de masturbación infantil, o el análisis no
avanzó lo suficiente para esclarecer este punto. El nacimiento de un segundo hermano, cuando
la muchacha tenía entre cinco y seis años, no manifestó ninguna influencia especial sobre su
desarrollo. En los años escolares y en los inmediatamente anteriores a la pubertad fue
conociendo paulatinamente los hechos de la vida sexual, acogiéndolos con la mezcla normal
de curiosidad y temerosa repulsa. Todos estos datos parecen más bien escasos para la
significación del caso, y no puedo garantizar siquiera que sean completos. Quizá fuera más
rica en contenido la historia juvenil de la paciente, pero no me es posible asegurarlo. Como
antes indicamos, el análisis se interrumpió al poco tiempo, no proporcionándonos así más que
una anamnesis no mucho más confiable respecto de la homosexualidad que las demás
conocidas de sujetos homosexuales, justificadamente objetables y discutibles. Por otra parte,

10
FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

la muchacha no había sido tampoco nunca neurótica, ni produjo síntoma histérico alguno en el
análisis, de manera que tampoco se presentó ocasión en un principio de investigar su historia
infantil.
Teniendo trece o catorce años, mostró una cariñosa predilección, exageradamente
intensa a juicio de todos sus familiares, por un chiquillo de apenas tres años, al que podía
encontrar regularmente en un parque infantil. Tanto cariño demostraba hacia aquel niño, que
los padres del mismo acabaron por trabar conocimiento con ella, iniciándose así una larga
relación amistosa con ellos. De este hecho podría deducirse que la sujeto se hallaba dominada
en aquel período por un fuerte deseo de ser madre ella misma y tener un hijo 4. Pero poco
tiempo después aquel niño comenzó a serle indiferente, y comenzó a mostrar un acentuado
interés por las mujeres maduras, pero de aspecto aún juvenil, interés cuyas exteriorizaciones
llegaron a provocar una severa reprimenda por parte de su padre.
En el análisis pudo comprobarse sin duda alguna que esta transformación coincidió en
el tiempo con un acontecimiento familiar, del cual nos parece legítimo o justificado esperar la
explicación del cambio. La sujeto, cuya libido hasta ese momento parecía depositada y
orientada hacia la maternidad, se convirtió, a partir de esta fecha, en una homosexual,
enamorada de mujeres más maduras, y había continuando así hasta mi intervención. El tal
acontecimiento, a nuestro entender decisivo para nuestra comprensión del caso, fue un nuevo
embarazo de la madre y el nacimiento de un tercer hermano, cuando ella tenía dieciséis años.
La relación cuyo descubrimiento expongo a continuación no es un producto de mis
facultades imaginativas o especulativas: me ha sido revelada por un material analítico tan
digno de confianza, que puedo justificar en él su certeza objetiva. Su descubrimiento dependió
principalmente de una serie de sueños enlazados entre sí y fácilmente interpretables.
El análisis permitió reconocer sin equívocos que la dama objeto de su amor era un
sustituto... de la madre. Ahora bien, la dama en cuestión no era por cierto madre a su vez, pero
tampoco era el primer amor de la muchacha. Los primeros objetos de su inclinación a partir
del nacimiento del último hermano fueron mujeres que eran madres, mujeres entre treinta y
treinta y cinco años, a las que conoció con sus hijos durante las vacaciones de verano o en su
trato social con otras familias dentro de la ciudad. La condición de la maternidad quedó en
suspenso después por no ser compatible en la realidad con otra, que devino cada vez más
dominante para ella. Su adhesión especialmente intensa a su última amada, la "dama", tenía
aún otra causa fundamental, que la propia muchacha descubrió cierto día sin demasiado
esfuerzo. La esbelta figura, la severa belleza y el duro carácter de aquella señora le recordaban
a la sujeto la personalidad de su hermano algo mayor que ella. De este modo, el objeto
definitivamente escogido correspondía no sólo a su ideal femenino [de mujer], sino también a
su ideal masculino [de hombre], reuniendo así la satisfacción de la orientación de su deseo, la
homosexual y la heterosexual. Como es sabido, el análisis de homosexuales masculinos ha
descubierto en muchos casos esta misma coincidencia, lo que podemos considerar una
advertencia de no ceder a la tendencia fácil de representarse con excesiva simplicidad la
complejidad de la esencia y la génesis de la inversión, como también es el caso en la
heterosexualidad, y, en definitiva, tampoco perder de vista la bisexualidad básica del ser
humano5.

4 [NT] Lo que no sería necesariamente incompatible con la homosexualidad femenina, como ha sido
demostrado claramente en nuestra época en la que los avances en las técnicas de fecundación lo permiten
efectivamente sn que sea necesaria la presencia activa de un hombre.
5 Cf. SADGER, I., (1914), "Jahresbericht über sexuelle Perversionen", Jb. psychoanalyt. psychopath.
Forsch., VI, p. 296.

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

Pero ¿cómo se puede entender este resultado, el efecto determinante de este


acontecimiento en la sujeto, que precisamente el nacimiento tardío de un hermano, cuando
ella había alcanzado ya su madurez sexual y abrigaba intensos deseos propios, la impulsara a
orientar hacia su propia madre, y madre de aquel nuevo niño, su apasionada ternura,
exteriorizándola en un sustituto de la personalidad materna? Por todo lo que sabemos, se
hubiera debido esperar lo contrario. Las madres suelen más bien sentirse incómodas en tales
circunstancias ante sus hijas casi casaderas, y las hijas suelen experimentar hacia la madre un
sentimiento mezcla de compasión, menosprecio y envidia, que no contribuye ciertamente a
aumentar su cariño hacia ella. La muchacha de nuestro caso tenía, en general, pocos motivos
para abrigar un gran cariño hacia su madre, la cual, juvenilmente bella aún, veía en aquella
hija una molesta competidora y, en consecuencia, la posponía a los hijos, limitaba en lo
posible su independencia y cuidaba celosamente de que permaneciese alejada del padre.
Estaba, pues, justificado que la muchacha experimentase desde un principio la necesidad de
una madre más cariñosa; pero lo que no es comprensible es que esta necesidad surgiese o, al
menos estallase precisamente en el momento indicado y bajo la forma de una ardiente pasión.
La explicación es la siguiente: la muchacha se encontraba en la fase de la reviviscencia
del complejo de Edipo infantil en la pubertad cuando sufrió su primera gran decepción. El
deseo de tener un hijo, y un hijo de sexo masculino, se hizo en ella claramente consciente; lo
que no podía hallar acceso a su conciencia era que tal hijo había de ser de su propio padre e
imagen viva del mismo. Pero entonces sucedió que no fue ella quien tuvo el niño, sino su
madre, competidora odiada en lo inconsciente. Indignada y amargada ante esta traición, la
sujeto se apartó de su padre y del hombre en general. Después de este primer doloroso fracaso
rechazó su femineidad y tendió a dar a su libido otro destino.
En todo esto se condujo nuestra sujeto como muchos hombres, que después de un
primer desengaño se apartan duraderamente del sexo femenino infiel, haciéndose misóginos.
De una de las personalidades de sangre real más atractivas y desdichadas de nuestra época se
cuenta que se hizo homosexual a consecuencia de una infidelidad de su prometida. No sé si es
esta la verdad histórica, pero tal rumor entraña indudablemente un fragmento de verdad
psicológica. Nuestra libido oscila normalmente a lo largo de la vida entre el objeto masculino
y el femenino; el soltero abandona sus amistades masculinas al casarse y vuelve a ellas, a la
mesa del café, cuando su vida conyugal se vuelve insípida. Claro es que cuando esa oscilación
es tan radical y definitiva como en nuestro caso, hemos de sospechar algo más, la existencia
de un factor especial que favorezca y justifique esta decisión extrema, y que quizá se halla
latente y no ha hecho más que esperar el momento oportuno para imponer sus fines en este
sentido a la elección de objeto.
Nuestra muchacha había, pues, rechazado de sí, después de aquel desengaño, el deseo
de un hijo, el amor al hombre y, en general, el papel femenino. En este punto, por supuesto,
podían haber sucedido muchas cosas, lo que finalmente sucedió fue lo más extremo. Se
transformó en hombre y tomó como objeto erótico o de amor a la madre en lugar del padre 6.
Su relación con la madre había sido ciertamente desde un principio ambivalente, resultando
fácil para la sujeto reavivar el amor anterior a su madre y compensar con su ayuda su
hostilidad contra ella. Pero como la madre real no era ciertamente asequible a su cariño, la
transposición sentimental descrita la impulsó a buscar un sustituto materno al que poder

6 No es tan raro que la ruptura de una relación erótica, por identificación del sujeto con el objeto de la misma,
lo que corresponde a una especie de regresión al narcisismo. Una vez efectuada esta se puede orientar la
libido en una nueva elección de objeto, hacia el sexo contrario al elegido anteriormente.

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

consagrar su amor7. A todo esto vino a agregarse todavía como «beneficio [ganancia]
secundario de la enfermedad» un motivo práctico, nacido de sus relaciones reales con la
madre. A esta todavía le gustaba ser cortejada y admirada por los hombres. Así pues, si la
muchacha se hacía homosexual, le dejaba los hombres a su madre, y por decirlo así, le dejaba
el campo libre y suprimía con ello algo que había provocado hasta entonces el disfavor
materno8.
La posición libidinal así establecida quedó reforzada al observar la muchacha cuán
desagradable le resultaba al padre. Desde aquella primera reprimenda motivada por su
acercamiento excesivamente cariñoso a una mujer, sabía ya la sujeto un medio seguro para
disgustarle y vengarse de él. Permaneció, pues, homosexual, para vengarse de su padre y
desafiarlo. No le causaba tampoco remordimiento alguno engañarle y mentirle de continuo.
Con la madre no se mostraba más disimulada de lo imprescindiblemente necesario para
engañar al padre. Parecía obrar conforme a la ley del Talión: «Tú me has engañado, y ahora tú
tienes que sufrir que yo también te engañe.» Tampoco las singulares imprudencias cometidas
por una muchacha tan inteligente en general puedo interpretarlas de otra manera. El padre
debía enterarse en ocasiones de sus relaciones con la dama, pues de otro modo no hubiera
satisfecho la sujeto sus impulsos vengativos. Así, mostrándose en público con su amiga por
las calles cercanas a la oficina del padre, era fácil que se produjera un encuentro con él.
Ninguna de estas imprudencias puede considerarse inintencionada. Es, además, sorprendente
que tanto el padre como la madre se condujesen como si comprendiesen la secreta psicología
de la hija. La madre se mostraba tolerante, como si reconociese la deferencia que le había
hecho la hija dejándole el campo libre; el padre estaba rabioso como si se diese cuenta de las
intenciones vengativas dirigidas contra su persona.

7 Los desplazamientos de la libido aquí descritos son, ciertamente, familiares a todo analista por la
exploración de las anamnesis de neuróticos. Sólo que en estos últimos se producen en la primera infancia, en
la época del primer florecimiento de la vida erótica, mientra que en nuestro caso, de una muchacha nada
neurótica se desarrollan en los primeros años que siguen a la pubertad, aunque por lo demás, como en
aquellos, de manera totalmente inconsciente. Sin duda esta época de la pubertad y de la adolescencia o
primera juventud se demuestra también de una decisiva importancia.
8 Como hasta ahora este "hacerse a un lado o retirarse en favor de un tercero dejándole el campo libre" no se
había señalado entre las causas de la homosexualidad, ni tampoco en relación con el mecanismo de la fijación
libidinal, quiero traer aquí a colación una interesante observación analítica de este orden, interesante además por
su particular circunstancia. Conocí en cierta ocasión a dos hermanos gemelos, dotados ambos de fuertes
impulsos libidinosos. Uno de ellos tenía mucho éxito con las mujeres y mantenía en correspondencia múltiples
relaciones con señoras y señoritas. El otro siguió, al principio, sus pasos por el mismo camino, pero después le
resultó desagradable rivalizar con su hermano, llegando a ser confundido con aquel en ocasiones íntimas, a causa
de su gran parecido físico, y resolvió la dificultad convirtiéndose en homosexual. Así abandonó las mujeres a su
hermano, apartándose de su camino y dejándole así el campo completamente libre para él. En otra ocasión traté a
un joven artista, de inequívoca disposición bisexual, en quien la homosexualidad se presentó coincidiendo con
una imposibilidad de trabajar. Huyó al mismo tiempo de las mujeres y de su obra creativa. El análisis, que logró
reintegrarle a ambas, halló en su temor al padre el motivo principal de ambas perturbaciones -renuncias, en
verdad. En su imaginación todas las mujeres pertenecían al padre, y se refugió en los hombres por resignación,
para "hacer a un lado" el conflicto con el padre. Esta clase de motivación de la elección homosexual de objeto
debe ser frecuente. En los tiempos prehistóricos de la humanidad fue realmente así: todas las mujeres pertenecían
al padre y jefe de la horda primitiva.
Entre hermanos no gemelos, esta "retirada" desempeña un importante papel también en otros ámbitos
distintos del de la elección erótica. Por ejemplo si el hermano mayor cultiva la música y goza de
reconocimiento, el menor, incluso musicalmente más dotado, pronto interrumpe sus estudios musicales, a
pesar de que anhela dedicarse a ellos, y es imposible moverlo a tocar un instrumento. Este no es más que un
ejemplo aislado de un hecho muy frecuente, y la investigación de los motivos que conducen a la "retirada", en
lugar de aceptar la competencia, descubre condiciones psíquicas muy complejas.

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

La inversión de la muchacha recibió, por último, su definitivo espaldarazo al tropezar


en la "dama" con un objeto que satisfacía simultáneamente la parte de su libido heterosexual
adherida aún al hermano.

III
La exposición lineal es poco adecuada para la descripción de procesos psíquicos
complejos, cuya trayectoria, se desarrolla en diversos estratos anímicos. Debo pues
adentrarme en la discusión del caso para ampliar algunos de los puntos ya expuestos y
profundizar el examen de otros.
Hemos indicado que en sus relaciones con la dama adorada adoptó la muchacha el tipo
masculino del amor. Su humildad y su falta de pretensiones, "che poco spera e nulla chiede"
["que espera poco y nada pide"]; su felicidad cuando le era permitido acompañar a la dama un
poquito más y besar su mano al despedirse de ella; su alegría al oír encomiar la belleza de su
amiga, mientras que los elogios tributados a la suya propia parecían serle indiferentes; sus
peregrinaciones a los lugares visitados alguna vez por su amada y el silenciamiento de deseos
sensuales más amplios y atrevidos; características todas ellas que bien podrían corresponder al
primer fogoso entusiasmo pasional de un adolescente por una artista famosa, a la que cree
muy por encima de él, sin atreverse apenas a levantar hasta ella su mirada. Esta coincidencia
de la conducta amorosa de la sujeto con un «tipo masculino de elección de objeto»
anteriormente descrito por mí y cuyas peculiaridades yo había referido a una fijación erótica a
la madre9, llegaba hasta los menores detalles. Podría llamar la atención que la sujeto no
retrocediese ante la mala reputación de su amada, por más que sus propias observaciones
pudieran convencerla de la veracidad de tales rumores y así pues de lo justificado de esa fama.
Y esto a pesar de ser ella una muchacha bien educada y casta, que había evitado toda aventura
sexual y que parecía repudiar como antiestéticas unas satisfacciones sexuales crudas. Pero ya
sus primeros caprichos amorosos habían tenido como objeto mujeres de moral precisamente
no demasiado estricta. La primera protesta del padre contra su elección amorosa había sido
provocada por la obstinación con que la muchacha buscaba el trato con una actriz de cine en
una estación veraniega. Pero hay que decir que no se trataba nunca de mujeres tachadas de
homosexuales, y que hubieran podido así ofrecerle una satisfacción de esta índole; al
contrario, pretendía, cosa ilógica a mujeres coquetas, en el sentido corriente de esta palabra.
Una muchacha amiga suya de su edad, francamente homosexual, que se puso gustosamente a
su disposición, fue rechazada por ella sin vacilación alguna. Pero la mala fama de la "dama"
había de constituir precisamente una condición erógena para ella, y el aspecto aparentemente
enigmático de tal conducta se disipa al recordar que también para aquel tipo masculino de la
elección de objeto, que derivamos de la fijación a la madre, es necesario. como condición, que
la amada tenga de algún modo fama de ligera y fácil, pudiendo ser considerada en último
término como una cocotte [puta fina]. Cuando más tarde averiguó hasta qué punto convenía a
su dama adorada este calificativo, puesto que vivía lisa y llanamente de la venta de su cuerpo,
su reacción consistió en una gran compasión hacia ella y en el desarrollo de fantasías y
propósitos de "redimir" o "rescatar" a la mujer amada de esta indigna condición. Estos
mismos afanes redentores atrajeron ya nuestra atención en la conducta de los hombres del tipo
amoroso antes descrito, y ya intentamos exponer su derivación analítica en el estudio que a
este tema dedicamos.

9 Véase para una mayor ampliación: FREUD, S. (1910b), Contribuciones a la psicología de la vida amorosa,
I: "Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre", AE, XI, p. 165 ss.

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

Muy diferentes son los dominios de la explicación a que lleva el análisis del intento de
suicidio, que hemos de considerar serio, y que por lo demás mejoró su posición en la
dirección de su deseo tanto frente a sus padres como frente a su amada. La muchacha fue con
ella a pasear una tarde por un lugar y a una hora en los cuales el encuentro con su padre de
regreso de su oficina no era difícil. Y así sucedió, en efecto, el padre se cruzó con ellas y les
dirigió una mirada colérica tanto a ella como a su acompañante, que ya le era notoria. Fue tras
este episodio que se desencadenó el que momentos después se arrojase la muchacha a las vías
del ferrocarril metropolitano. Su explicación posterior de las causas inmediatas de su decisión
nos parece enteramente verosímil. Había confesado a la dama que el caballero qué las había
mirado tan airadamente era su padre, el cual no toleraba su trato y amistad con ella. La dama,
entonces, muy disgustada, se enfadó y le ordenó que se alejase de ella inmediatamente y que
no volviera ni a buscarla ni a dirigirle la palabra y que esa historia tenía que terminar y darse
por acabada. Desesperada entonces ante la idea de haber perdido para siempre a la mujer
amada, quiso morir e intentó quitarse la vida de aquel modo. Pero, tras esa interpretación
consciente de la sujeto, el análisis permitió descubrir detrás de esta otra inconsciente, más
profunda, y apoyada por toda una serie de sueños. El intento fallido de suicidio encubría,
como analíticamente era de esperar, otras dos cosas distintas: un «autocastigo» y la
realización de un deseo. En este último aspecto, significaba la realización de aquel deseo cuyo
cumplimiento al provocarle un desengaño la había impulsado a la homosexualidad, a saber, el
de tener un hijo de su padre, pues ahora «se precipitaba» o «paría» (sie kam nieder) por culpa
del padre10. El hecho de que su amiga en aquel momento le hubiese hablado exactamente
como el padre, imponiéndole idéntica prohibición, nos da el punto de conexión de esta
interpretación más profunda inconsciente con la interpretación superficial y consciente de la
muchacha. Y en cuanto a la significación de «autocastigo», el intento de suicidio nos revela
que la muchacha abrigaba, en su inconsciente, intenso deseos de muerte hacia sus padres:
contra el padre por oponerse a su amor, pero, más probablemente aún, contra la madre por
haberle dado el padre el hijo por ella anhelado. El psicoanálisis nos ha descubierto, en efecto,
que quizá nadie encuentra la energía psíquica necesaria para matarse si no mata
simultáneamente a un objeto con el cual se ha identificado, volviendo así contra sí mismo un
deseo de muerte dirigido hacia otra persona. El descubrimiento regular de tales deseos
inconscientes de muerte en los suicidas no tiene por qué extrañarnos ni tampoco tomarlo
necesariamente como una confirmación de nuestra hipótesis, pues en el psiquismo
inconsciente de cualquier sujeto se hallan tales deseos de muerte contra uno mismo y contra
personas a las que por lo demás se ama11. La identificación de la sujeto con su madre, la cual

10 Estas interpretaciones de los diversos medios elegidos para suicidarse como cumplimientos inconscientes de
deseos sexuales reprimidos son desde hace tiempo familiares a los psicoanalistas. (Así "envenenarse" = quedarse
embarazada; "ahogarse" = dar a luz, parir; "arrojarse desde una altura" = parir.)
[NT] Estamos aquí ante una interpretación acorde con la Ley del significante, en este caso a partir de la doble
significación en alemán de niederkommen, que significa tanto: "venirse abajo" "caer abajo", "precipitarse"
como "dar a luz", "parir". También en inglés el verbo "to fall", "caer", se utiliza coloquialmente en el sentido
de "quedarse embarazada" o "parir".
11 [NT] Podría decirse en este sentido como Freud ya había señalado en "Pulsiones y destinos pulsionales",
que el odio no es tanto lo opuesto al amor como la indiferencia, y que amor y odio pueden convivir sin
contradicción en un mismo sujeto hacia sí mismo y hacia otros. No es difícil entender por qué sucede esto,
pues el mismo objeto no indiferente, es decir investido libidinalmente y como tal objeto de deseo, es a su vez
el objeto que puede satisfacer y el objeto que puede frustrar el deseo que el mismo objeto despierta; lo mismo
podría decirse de la autoestima hacia uno mismo, en la medida en que uno tiene y es lo que desea se ama y
quiere disfrutar de esto, en la medida en que no es así puede fácilmente odiarse y desear la propia eliminación.
Naturalmente es más fácil que sea lo desagradable de todo esto que suscite la otra gran pasión de los seres

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

hubiera debido morir al dar a luz aquel hijo que ella (la muchacha) deseaba tener de su padre,
da también al «autocastigo» la significación del cumplimiento de un deseo. Finalmente, no
podemos ciertamente olvidar que en la determinación de un acto tan grave como el realizado
por nuestra sujeto colaborase más de un motivo, sino que se hallara sobredeterminado por la
cooperación de varios de ellos con energía suficiente para producir el acto en cuestión.
En la motivación expuesta por la muchacha no interviene el padre ni se menciona
siquiera el temor justificado a su cólera. En la motivación descubierta por el análisis al padre
le corresponde, en cambio, el papel principal. También para el curso y el desenlace del
tratamiento o, mejor dicho, de la exploración analítica, presentó la relación de la sujeto con su
padre la misma importancia decisiva. Detrás de los cariñosos sentimientos filiales que
parecían transparentarse en su declaración de que por amor a sus padres apoyaría
honradamente la tentativa de transformación sexual, se escondían tendencias hostiles y
vengativas contrarias al padre, que la mantenían encadenada a la homosexualidad. Reforzada
la resistencia en tal posición, dejaba libre a la investigación psicoanalítica un amplio sector. El
análisis transcurrió, por así decirlo, prácticamente sin indicios de resistencia y con una viva
colaboración intelectual de la analizada, pero también sin despertar en ella demasiada
inquietud. En una ocasión en que hube de explicarle una parte importantísima de nuestra
teoría, íntimamente relacionada con su caso, exclamó con acento inimitable: «¡Qué
interesante es todo eso!», quiero decir como una señora de la buena sociedad que visita un
museo y mira a través de su monóculo y aparenta interesarse por una serie de objetos que en
verdad le traen completamente sin cuidado. Su análisis daba una impresión análoga a la de un
tratamiento hipnótico, en el cual la resistencia se retira igualmente hasta un cierto límite o
frontera, más allá del cual resulta inexpugnable. Esta misma táctica -rusa, pudiéramos decir-
es seguida muy frecuentemente por la resistencia en algunos casos de neurosis obsesiva, los
cuales procuran así, durante algún tiempo, clarísimos resultados y permiten una profunda
intelección de la causación de los síntomas. Pero en estos casos uno comienza a sorprenderse
que tan importantes progresos de la investigación analítica no traigan consigo la más pequeña
modificación de las obsesiones e inhibiciones de los enfermos, hasta que, por fin, caemos en
la cuenta que todo lo conseguido y traído a la luz adolece de un vicio de nulidad: la reserva
mental del sujeto, su desconfianza y sus dudas disimuladas, detrás de las cuales permanece
incólume la neurosis como detrás de un parapeto inexpugnable. «Todo esto estaría muy bien
-se dice el enfermo, a veces también conscientemente- si yo creyese lo que este señor me dice;
pero en verdad no le creo una palabra, y mientras así sea no tengo por qué cambiar en nada.»
Cuando finalmente nos acercamos a la motivación de esa duda que debería ponerse en juego
analíticamente como tal es cuando se entabla seriamente la resistencia y puede resultar difícil
sino imposible vencerla.
En nuestra muchacha no era la duda, sino el factor afectivo constituido por sus deseos
de venganza contra el padre, el que determinaba su fría reserva y el que dividió claramente el
análisis en dos fases y permitió que los resultados de la primera fase fuesen tan visibles y
completos. Parecía también como si en ningún momento hubiera surgido en ella nada análogo
a una transferencia afectiva sobre la persona del médico. Pero esto es, naturalmente, un
contrasentido o un modo inadecuado de expresarse. El analizado tiene que adoptar
inevitablemente alguna actitud afectiva con respecto al médico, y por lo general repite en ella
transferencialmente una relación infantil. En realidad la sujeto transfirió sobre mí la total

humanos señalada por Lacan, la pasión de la ignorancia, que mantiene la represión en el sentido de no querer
saber nada de eso que no me gusta. Es también esta idea la que llevará al juego de palabras de Lacan
homofónico para "enamoramiento" con su "haineamourement" ["odio-amoramiento"]

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

repulsa del hombre que la dominaba desde su desengaño por la "traición" del padre. La
hostilidad contra el hombre encuentra, por lo general, grandes facilidades para satisfacerse en
la persona del médico, pues no necesita provocar tormentosas exteriorizaciones sentimentales
y le basta con exteriorizarse simplemente en una oposición a todos sus esfuerzos terapéuticos
y en la conservación de la enfermedad. Sé por experiencia cuán difícil es llevar a los
analizados la comprensión de esta sintomatología muda y hacer consciente esta hostilidad
latente, a veces extraordinariamente intensa sin poner en peligro el curso ulterior del
tratamiento. Así pues, interrumpí el análisis en cuanto reconocí la actitud hostil de la
muchacha contra su padre, y aconsejé que si tenía algún interés en proseguir el ensayo
terapéutico analítico, se encomendase su continuación a una doctora. La muchacha había
prometido, entre tanto, a su padre suspender por lo menos todo trato con la "dama", y no sé si
mi consejo, cuya motivación es evidente, habrá sido seguido.
Una única vez sucedió en este análisis algo que puede ser considerado como una
transferencia positiva y como una reviviscencia extraordinariamente debilitada del apasionado
amor primitivo al padre. Tampoco esta manifestación aparecía libre de otros motivos
diferentes; pero la menciono porque plantea un problema interesante relativo a la técnica
analítica. En cierto período no muy lejano del principio del tratamiento produjo la muchacha
una serie de sueños normalmente deformados y expresados en correcto lenguaje onírico, pero
fáciles de interpretar. Sin embargo, una vez interpretado su contenido resultaban muy
sorprendentes. Anticipaban la curación de la inversión por el tratamiento analítico, expresaban
la alegría de la sujeto por los horizontes que se abrían ante ella, confesaban el anhelo de lograr
el amor de un hombre y tener hijos, y podían, por tanto, ser considerados como una
satisfactoria preparación a la transformación esperada. Pero todo esto aparecía en manifiesta
contradicción con las declaraciones de la sujeto en estado de vigilia. No me ocultaba que
pensaba en casarse, pero sólo para escapar a la tiranía del padre y poder vivir así más
libremente sus verdaderas inclinaciones. Despreciativamente decía que ya sabría arreglárselas
ella con el marido, y que en última instancia, como lo demostraba el ejemplo de su adorada
dama, no era imposible mantener simultáneamente relaciones sexuales con un hombre y con
una mujer. Advertido por algún pequeño indicio, le comuniqué un día que no prestaba
ninguna fe a tales sueños, los cuales eran mentirosos o hipócritas, persiguiendo tan sólo la
intención de engañarme como ella solía engañar a su padre. Los hechos me dieron la razón,
pues a partir de este momento no volvieron a presentarse tales sueños. Creo, sin embargo, que
junto al propósito de engañarme integraban también estos sueños el de ganar mi estima,
constituyendo una tentativa de conquistar mi interés y mi buena opinión quizá tan sólo para
defraudarme más profundamente luego.
Puedo imaginar que la afirmación de la existencia de tales sueños engañosos
despertará en algunos que se titulan analistas, una verdadera tormenta de impotente
indignación: «¡O sea que también lo inconsciente puede mentir; lo inconsciente, ese supuesto
núcleo de verdad de nuestra vida anímica, eso en nosotros que más se acerca a lo divino más
allá de nuestra miserable consciencia! ¿Cómo podremos entonces edificar sobre las
interpretaciones del análisis y la certeza de nuestros conocimientos que se derivan del mismo?
¿En qué entonces podemos confiar por lo que a la verdad del sujeto se refiere?» Contra esta
inquietante noticia, hay que decir por el contrario que la admisión y el reconocimiento de tales
sueños engañosos no constituye ninguna novedad estremecedora. Sé muy bien que la humana
necesidad de misticismo es inagotable en el humano y provoca incesantes esfuerzos de
reconquistar el dominio que le fue arrebatado por nuestra «interpretación de los sueños»; pero
en el caso que nos ocupa hallamos en seguida una explicación suficientemente satisfactoria.

17
FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

El sueño no es lo «inconsciente», es la forma en la que un pensamiento procedente de lo


preconsciente que ha quedado pendiente como residual de la consciencia del estado de vigilia,
pudo ser considerado, merced a las condiciones favorables del estado del dormir 12. En el
estado de dormir encuentra tal pensamiento el apoyo de impulsos optativos inconscientes y
experimenta con ello la deformación que le impone el «trabajo del sueño» regida por los
mecanismos imperantes en lo inconsciente. En nuestra sujeto la intención de engañarme como
solía engañar a su padre procedía seguramente de lo preconsciente, si es que no era consciente
por completo. Tal intención podía abrirse paso en la medida en que se enlazaba a mi persona
el deseo inconsciente de agradar al padre (o a un sustituto suyo), y creó así un sueño engañoso
[mentiroso]. Ambas intenciones, la de engañar al padre y la de agradarle, proceden del mismo
complejo: la primera nace de la represión de la segunda, y esta es referida a aquélla por el
trabajo del sueño. No puede, pues, hablarse de una degradación y depreciación de lo
inconsciente ni de una disminución de la confianza en los resultados de nuestro análisis.
No quiero dejar pasar la ocasión de manifestar mi asombro ante el hecho de que los
seres humanos puedan vivir fragmentos tan amplios y significativos de su vida erótica sin
advertir gran cosa de ellos e incluso sin sospecharlos lo más mínimo o se equivoquen tan
fundamentalmente al enjuiciarlos cuando emergen en su consciencia. Esto no sucede
solamente bajo las condiciones de la neurosis, en la cual estamos ya familiarizados con este
fenómeno, sino que parece muy corriente también en individuos normales. En nuestro caso
hallamos una muchacha que desarrolla un apasionado amor hacia otras mujeres, el cual
despierta, desde luego, el disgusto de sus padres, pero no es apenas tomado en serio por ellos
en un principio. Ella misma sabe probablemente cuán dominada se halla por tal pasión; pero
no advierte sino muy débilmente las sensaciones correspondientes a un intenso
enamoramiento hasta que una determinada prohibición provoca una reacción desmesurada
que revela a todas las partes interesadas la existencia de una devoradora pasión de energía
elemental. Tampoco ha advertido nunca la muchacha ninguna de las premisas necesarias para
la explosión de tal tormenta anímica. Otras veces hallamos muchachas o mujeres aquejadas de
graves depresiones, que a nuestra interrogación sobre la causa posible de su estado responden
haber sentido cierto interés por una determinada persona, pero que tal inclinación no se había
hecho muy profunda en ellas, habiendo desaparecido rápidamente al verse obligadas a
renunciar a ella. Y, sin embargo, aquella renuncia, tan fácilmente soportada en apariencia, ha
constituido la causa de la grave perturbación que les aqueja. O tropezamos con hombres que
han roto fácilmente unas relaciones amorosas superficiales con mujeres a las que no creían
amar y que sólo por los fenómenos consecutivos a la ruptura se dan cuenta de que las amaban
apasionadamente. Por último, también nos han causado asombro los efectos insospechados
que pueden emanar de la provocación de un aborto al cual se había decidido la sujeto sin
remordimiento ni vacilación algunos. Nos vemos así forzados a dar la razón a los poetas que
nos describen preferentemente personas que aman sin saberlo, no saben si aman o creen odiar
a quien en realidad adoran. Parece como si las noticias que nuestra consciencia recibe de
nuestra vida erótica fueran especialmente susceptibles de ser mutiladas o falseadas. En los
desarrollos que preceden no he omitido, naturalmente, descontar la parte de un olvido ulterior.

IV

12 [NT] Como ampliación de este tema pueden verse las observaciones que hace Freud en sus
"Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños" (FREUD, S., 1923c).

18
FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

Volvamos ahora a la discusión del caso antes interrumpida. Nos hemos procurado una
visión panorámica de las fuerzas que apartaron la libido de la muchacha de la disposición
normal correspondiente al complejo de Edipo y la condujeron a la homosexualidad. Hemos
examinado asimismo los caminos psíquicos seguidos en este proceso. A la cabeza de tales
fuerzas impulsoras aparecía la impresión producida en la sujeto por el nacimiento del menor
de sus hermanos, siéndonos así posible clasificar este caso como una inversión tardíamente
adquirida.
Ahora bien: en este punto atrae nuestra atención una circunstancia con la que
tropezamos también en otros muchos casos de explicación psicoanalítica de un proceso
anímico. En tanto que perseguimos regresivamente la evolución, partiendo de su resultado
final, vamos estableciendo un encadenamiento ininterrumpido y consideramos totalmente
satisfactorio e incluso completo el conocimiento adquirido. Pero si emprendemos el camino
inverso, partiendo de las premisas descubiertas por el análisis, e intentamos perseguir su
trayectoria hasta el resultado, desaparece nuestra impresión de una concatenación necesaria e
imposible de establecer en otra forma. Advertimos en seguida que el resultado podía haber
sido distinto y que también hubiéramos podido llegar igualmente bien a comprenderlo y
explicarlo. Así pues, la síntesis no es tan satisfactoria como el análisis o, dicho de otro modo,
el conocimiento de las premisas no nos permite predecir la naturaleza del resultado.
No es difícil hallar las causas de esta singularidad desconcertante. Aunque
conozcamos por completo los factores etiológicos determinantes de cierto resultado, no
conocemos más que su peculiaridad cualitativa y no su fuerza o potencia relativa. Algunos de
ellos habrán de ser sofocados por otros más fuertes y no participarán en el resultado final.
Pero no sabemos nunca de antemano cuáles de los factores determinantes resultarán ser los
más fuertes y cuáles los más débiles. Sólo al final podemos decir que los que se han impuesto
eran los más fuertes. Así pues, analíticamente puede descubrirse siempre con toda seguridad
la causación, siendo, en cambio, imposible su completa predicción sintética.
Así, no podemos afirmar que toda muchacha cuyos deseos amorosos emanados de la
disposición correspondiente al complejo de Edipo en los años de la pubertad, queden
frustrados, se refugie en la homosexualidad. Por el contrario, creemos mucho más frecuente
otras distintas reacciones a este trauma. Pero entonces tenemos que suponer que en el
resultado de nuestro caso han intervenido decisivamente otros factores especiales ajenos al
trauma y probablemente de naturaleza más interna. No es tampoco difícil señalar cuáles.
Como es sabido, también el individuo normal necesita cierto tiempo para decidir
definitivamente el sexo sobre el cual ha de recaer su elección de objeto. En ambos sexos son
muy frecuentes, en los primeros años que siguen a la pubertad, ciertas inclinaciones
homosexuales que se exteriorizan en amistades muy fuertes, de un cierto matiz sensual. Así
sucedió también en nuestra muchacha; pero tales tendencias mostraban en ella una fuerza y
una persistencia poco corrientes. Además, estos primeros brotes de su ulterior
homosexualidad emergieron siempre en su vida consciente, mientras que la disposición
emanada del complejo de Edipo hubo de permanecer inconsciente, exteriorizándose tan sólo
en indicios, tales como su cariño al niñito encontrado en el paseo. Durante sus años escolares
estuvo enamorada de una profesora muy rigurosa y totalmente inasequible, o sea un
manifiesto sustituto materno. Y ya mucho antes del nacimiento de su hermano menor y, por
tanto, también de las primeras reprimendas paternas había mostrado un vivo interés por
algunas mujeres jóvenes madres. Su libido seguía, pues, desde época muy temprana dos
corrientes distintas cursos, de los cuales la más superficial puede ser considerada, desde
luego, homosexual, constituyendo quizá la confirmación directa e invariada de una fijación

19
FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

infantil a la madre. Nuestro análisis se ha limitado a descubrir probablemente el proceso que


en una ocasión favorable condujo la corriente libidinosa heterosexual, más profunda o latente
a una confluencia con la homosexual manifiesta.
El análisis descubrió también que la muchacha integraba, desde sus años infantiles, un
«complejo de masculinidad» muy acentuado. Movida, traviesa, combativa y nada dispuesta a
dejarse superar por su hermano inmediatamente menor, desarrolló, desde la fecha de su
primera visión de los genitales del hermano, una fuerte «envidia del pene», cuyas
ramificaciones llenaban aún su pensamiento. Era una apasionada feminista defensora de los
derechos de la mujer; encontraba injusto que las muchachas no gozasen de las mismas
libertades que los muchachos, y se revelaba en general contra el destino impuesto a la mujer.
En la época del análisis las ideas del embarazo y del parto le eran especialmente
desagradables, en gran parte, a mi juicio, por el cambio corporal que tales estados
comportaban. Su narcisismo femenino, aunque no se exteriorizara ya como orgullo por su
belleza, se manifestaba aun en esta defensa 13. Diversos indicios hacían suponer en ella una
tendencia al placer sexual visual y exhibicionista, muy intensa en épocas anteriores. Aquellos
que no quieren ver recortados los derechos adquiridos en la etiología, observaran que esta
conducta de la muchacha era precisamente la que había de ser determinada por la acción
conjunta del relegamiento materno y de la comparación de sus genitales con los del hermano,
todo ello dentro de una intensa fijación a la madre. También existe aquí una posibilidad de
reducir al efecto de una influencia exterior, tempranamente eficaz, algo que nos hubiésemos
inclinado a considerar como una peculiaridad constitucional. Pero también una parte de esta
adquisición -si es que realmente tuvo lugar- habrá de ser atribuida a la constitución congénita.
Así se mezcla y se funde constantemente en la práctica aquello que en teoría quisiéramos
separar como antitético, o sea, la herencia genética y lo adquirido.
Una conclusión anterior y provisional del análisis nos había llevado a afirmar que se
trataba de un caso de adquisición tardía de la homosexualidad. Pero nuestro nuevo examen del
material nos conduce más bien a la conclusión de la existencia de una homosexualidad innata
que, como es habitual, sólo se fijó y se exteriorizó sin disfraz después de la pubertad. Cada
una de estas clasificaciones no responde sino a una parte de lo descubierto por la observación,
desatendiendo la otra parte. Lo pertinente será no sobrevalorar este planteamiento.
La bibliografía acerca de la homosexualidad de que disponemos hasta hoy no suele
separar y distinguir así los problemas de la elección de objeto, por un lado, y la identidad
sexual que se revela en los correspondientes caracteres y actitudes sexuales somáticos y
psíquicos, como si la solución dada a uno de estos puntos, variables ellos mismos, trajese
necesariamente consigo la del otro, asimismo variable 14. Pero la experiencia nos enseña todo
lo contrario: un hombre en el que predominan las cualidades masculinas y cuya vida erótica
siga también el tipo masculino puede, sin embargo, ser invertido en lo que respecta al objeto y
amar únicamente a los hombres y no a las mujeres. En cambio, un hombre en cuyo carácter
predominen las cualidades femeninas y que se conduzca en el amor como una mujer debía ser

13 Cf. La confesión de Crimilda en los Nibelungos. [I, 15, Crimilda declara a su madre que no permitiría que
un hombre la amase, pues ello significaría la pérdida de su belleza.]
14 [NT] Freud se refiere a esta tendencia simplista generalizada de oponer simplemente homosexual y
heterosexual como identidad sexual masculina o femenina y elección de objeto hetero- u homo-, cuando la
realidad de la orientación sexual en ambos aspectos es bastante más compleja tanto por lo que a esa identidad
o identificación sexual en cada sujeto se refiere como a la elección de objeto, de tal manera que una identidad
supermasculina o superfemenina pueden corresponder a una elección de objeto homosexual asimismo
mssculina o femenina respectivamente, como Freud señala en el párrafo a continuación. En la actualidad la
bibliografía al respecto es bastante más abundante que en la época de Freud.

20
FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

impulsado, por esta disposición femenina, a hacer recaer sobre los hombres su elección de
objeto, y, sin embargo, puede ser muy bien heterosexual y no mostrar con respecto al objeto
un grado de inversión mayor que el corrientemente normal. Lo mismo puede decirse de las
mujeres; tampoco en ellas aparecen estrechamente relacionados el carácter sexual y la
elección de objeto. Así pues, el enigma de la homosexualidad en modo alguno es tan simple
como suele imaginarse tendenciosamente en explicaciones como la que sigue: un alma
femenina y que, por tanto, ha de amar al hombre, ha sido infundida, para su desgracia, en un
cuerpo masculino, o inversamente, un alma masculina, irresistiblemente atraída por la mujer,
se halla desdichadamente ligada a un cuerpo femenino. Trátase más bien de tres series de
características o rasgos de carácter físicos y psíquicos que deben tomarse en consideración:

1) Caracteres sexuales somáticos.


(vinculados al hermafroditismo físico)

2) Caracteres sexuales psíquicos


(Actitud masculina. Actitud femenina)

3) Tipo de la elección de objeto.

que varían con cierta independencia unos de otros y aparecen en todo individuo
diversamente combinados. La literatura tendenciosa ha dificultado la visión de estas
relaciones, presentando en primer término, por motivos prácticos, la elección de objeto,
singular tan sólo para el profano y estableciendo una relación demasiado estrecha entre tal
elección y los caracteres sexuales somáticos. Pero además se cierra el camino que conduce
a un más profundo conocimiento de aquello a lo que se da uniformemente el nombre de
homosexualidad, al rebelarse contra dos hechos fundamentales descubiertos por la
investigación psicoanalítica. En primer lugar, el de que los hombres homosexuales han
pasado por una fijación especialmente intensa a la madre, y en segundo, el de que todos los
individuos normales dejan reconocer, al lado de su heterosexualidad manifiesta, una
considerable magnitud de homosexualidad latente o inconsciente. Teniendo en cuenta estos
descubrimientos, desaparece, claro está la posibilidad de admitir un «tercer sexo», creado
por la naturaleza como un capricho.
El psicoanálisis no tiene como tarea resolver el supuesto problema o trastorno de la
homosexualidad al igual por otra parte de otros considerados problemas o trastornos sexuales.
Más bien su tarea en este sentido es la de explorar y descubrir más allá de las defensas al
respecto, las características y mecanismos psíquicos propios de un sujeto singular que han
determinado su orientación sexual, tanto sus decisiones en cuanto a sus elecciones de objeto
como el conocimiento de los caminos que enlazan tales características y mecanismos con las
disposiciones pulsionales y de deseo. En este punto cesa su tarea y abandona el terreno a la
investigación biológica15, a la cual en la actualidad los experimentos de Steinach16 han
aportado tan importantes esclarecimientos y conclusiones sobre el influjo ejercido por la
primera serie de caracteres, antes establecida sobre las otras dos. El psicoanálisis se alza sobre
el mismo terreno que la biología en la medida en que acepta como premisa una originaria
bisexualidad del individuo humano (al igual que el organismo animal). Pero no puede explicar

15 [NT] Hoy podríamos decir asimismo a la investigación sexológica contemporánea, inaugurada con los
trabajos de Kinsey y de Masters y Johnson.
16 Cf. LIPSCHÜTZ, A. (1919), Die Pubertätsdrüse und ihre Wirkungen, [Las glándulas de la pubertad y su
acción]

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FREUD, S. (1920a), "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"

la esencia de aquello que en sentido convencional o biológico llamamos "masculino" y


"femenino"; acepta ambos conceptos y los adopta en la base de sus trabajos. Al intentar una
mayor reducción, la masculinidad se reduce a actividad y la femineidad a pasividad, y esto es
bastante pobre. Anteriormente [en la sección I de este trabajo] he intentado exponer hasta qué
punto cabe esperar que el trabajo analítico, sin duda de esclarecimiento, pueda procurarnos
además un medio de modificar la inversión. Si comparamos la influencia analítica con las
sorprendentes transformaciones al parecer logradas por Steinach en casos singulares mediante
sus intervenciones quirúrgicas, es fácil pensar en el corto alcance del análisis. Sin embargo,
sería apresurado o exagerado concebir entonces la esperanza de una "terapia" biológico-
médica de la inversión que fuera de aplicación universal [entiéndase, válida en todos los casos
para satisfacer la demanda de los pacientes]. Los casos de homosexualidad masculina tratados
con éxito por Steinach cumplían la condición, que no siempre se da, de presentar un marcado
"hermafroditismo" somático. Por otro lado, resulta muy oscura la posibilidad de una terapia
análoga para el tratamiento de una homosexualidad femenina. Si hubiera de consistir en la
ablación de los ovarios probablemente hermafroditas y la implantación de otros de supuesta
unisexualidad, no podrían esperarse de ella ciertamente grandes aplicaciones prácticas. Un
individuo femenino que se ha sentido masculino y ha amado en forma masculina difícilmente
se dejará imponer el papel femenino si ha de pagar esta transformación, no siempre ventajosa,
con la renuncia a la maternidad.

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