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Garcia Baro - Socrates y Herederos
Garcia Baro - Socrates y Herederos
SOCRATES
Y HEREDEROS
IN T R O D U C C IÓ N
A LA H IST O R IA
DE LA FILO SO FÍA
O C C ID E N T A L
HERMENEIA
85
SÓCRATES Y HEREDEROS
Introducción a la historia
de la filosofía occidental
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2009
Este libro ha contado con una ayuda a la edición, dentro del Plan Libro
Abierto 2009, de la Fundación Siglo para las Artes en Castilla y León.
blb. Junta de
Castilla y León
Consejería de Cultura y Turismo
Fundación Siglo para las Artes de Castilla y León
Prólogo .............................................................................................. 9
1. La idea y un m a pa ..................................................................... 13
2. D el mito a la naturaleza ...................................................... 23
3. E scepticismo, pensamiento interrogativo y metafísica 57
ella, que se descongele y viva, por así decir, ante los ojos del prin
cipiante y en su mente. Hay que poder narrarla llena de sentido, co
mo ella realmente es, pero sin pasar por alto sus retrocesos y sus
rodeos. Hay en la historia de la filosofía un innegable progreso en
general; pero, ante todo, este avance consiste en la agudeza y la ra-
dicalidad con la que crecen los problemas. Puede observarse cuán
tas soluciones globales que se han intentado mostraron luego ser
parciales e insuficientes; mas también cómo este hecho, lejos de
inducir al escepticismo que prefiere ignorar la filosofía, lleva de
rechamente a apasionarse por ella y sus posibilidades. Las eviden
cias respecto de que cierta tesis es imposible, son ya conocimien
to muy valioso.
Es verdad que cada gran pensador debe ser visto análogamen
te a como contemplamos a los grandes poetas: todos merecen la
lectura reiterada y la admiración. Pero también es verdad, y hasta
lo es más, que en cualquiera de estas obras suyas esenciales halla
mos lugares, temas, esbozos, argumentos que han sido superados.
Se trata en la filosofía de una ciencia rigurosa, del más riguroso de
los saberes; y sin embargo, su evolución es mucho menos eviden
te que la contemplada por ía epistemología clásica respecto de las
ciencias de la naturaleza.
En este sentido, la iniciación filosófica en la filosofía y en su
historia ha de ser una escuela esencial de libertad, de responsabi
lidad y también de gozo. Si un fragmento de filosofía no apasio
na, si en él no se percibe con evidencia que tua res agitar, que se
trata de nosotros mismos, entonces -supuesto el esfuerzo por pe
netrar en su sentido, supuesta la mejor voluntad- es que en reali
dad no era filosofía.
De otro lado, creo que nada resulta tan claro y estimulante co
mo la voz misma del filósofo, aunque haya en no pocas ocasiones
dificultades técnicas para poderla percibir. El ideal no consiste en
escribir una brevísima historia incompleta de la filosofía, sino
una antología de textos que se respondan los unos a los otros de
siglo a siglo. Aun así, una vez que he escogido una fórmula más
tradicional, si mi intervención allana algunas de tales dificultades
técnicas, también habrá valido la pena (escasa pena); pero a con
Prólogo II
LA IDEA Y UN MAPA
Con todo, es evidente que no sólo los filósofos, sino todos los
hombres, alguna vez dicen frases que expresan lo que les parece
en ese momento la realidad entera. Así lo hacen, por ejemplo,
muchos relatos míticos que pertenecen al tesoro sapiencial de los
pueblos sin literatura, amén de muchos textos religiosos y poéti
cos. La filosofía se diferencia de estas expresiones humanas em
parentadas con ella sobre todo porque va esencialmente vincula
da con la razón (¡o con la expresa renuncia a ella!).
No es nada sencillo definir la razón; pero, al menos, cabe se
ñalar que se relaciona fundamentalmente con la claridad en los
conceptos y con la presentación de pruebas y refutaciones. Tam
bién con situar el punto de partida del trabajo intelectual en los
datos más evidentes de la experiencia auténtica, de la experiencia
directa, personal y meditada de quien filosofa.
La radicalidad de la filosofía significa que se trata de razonar
y de ahondar en los datos de la propia experiencia hasta el final,
infinitamente, por así decirlo; dicho con otras palabras, dejándo
se llevar por las cosas mismas que se están pensando, sin permi
tir que nada ajeno a ellas nos desvíe o nos constriña. Aquí no hay
más límite ni más criterio que la verdad de las cosas.
Por esto mismo, la filosofía posee siempre y esencialmente un
componente moral de primer orden. Si el límite y el criterio ob
jetivo los pone la verdad de las cosas, en sentido subjetivo los
marca la extrema responsabilidad del filósofo por ser veraz, cla
ro y libre. Un gran pensador del siglo XX, Edmund Husserl, de
jó dicho que existe un imperativo incondicional para la filosofía:
procurar con el máximo sentido de responsabilidad no aceptar co
mo verdadera ninguna tesis que no hayamos personalmente com
probado en la medida de nuestras fuerzas y recurriendo al tipo de
experiencia en el que auténticamente se tenga acceso a las cosas
de las que habla.
Por esto la filosofía, además de concernir a todos los seres hu
manos en todas sus condiciones existenciales, no consiste sólo en
pensar. De hecho, aunque sea básicamente pensamiento, una fi
losofía que no empieza en el compromiso moral y no desemboca
de nuevo en él, no es realmente filosofía.
La idea y un mapa 15
2 . L a tradición de O ccidente
1. E l mito
que los paría Rea, pero ésta hizo que engullera una roca indiges
ta en vez de a Zeus.
La victoria de los dioses jóvenes es la victoria tanto de Justi
cia como de las fuerzas humanas llevadas al extremo inmortal
que ya conocemos por Homero. Pero no se trata de una victoria
tranquila, ya que Zeus deberá aún vencer a monstruos como Ti-
feo; por otra parte, castrados o despotenciados en sus prisiones,
subsisten para siempre los viejos dioses privados casi del todo de
rasgos humanos.
La misma historia de los hombres tiene cierto paralelo con la
de estos dramas divinos que tanto reflejan los antiguos contactos
entre todas las culturas de la cuenca mediterránea oriental, Ana-
tolia y Mesopotamia. Por cierto, Hesíodo omite asombrosamente
narrar cómo nacieron los primeros hombres, que según los Tra
bajos y días, aparecieron en la edad de oro, cuando reinaba aún
Crono. Ha habido luego cuatro edades más (la de plata o de los
héroes, la de bronce, la de hierro y la actual), que han solido se
guir la línea de la decadencia progresiva, salvo por lo que se re
fiere a nuestra generación, mucho mejor que la férrea y muchísi
mo mejor que la espantosa que nos seguirá (y que parece, ya que
peor imposible, que cerrará inexplicadamente el devenir de los
hombres, para que los dioses vuelvan a estar solos -o a dar reco
mienzo por algún extremo al ciclo-).
Pero desde el principio, los hombres han sido mortales, y la
Teogonia no se ocupa con nada que lo sea (por ejemplo, las mu
chas hijas de Océano, incluidas la marina Calma, Galene, son dio
sas inmortales, por más que sólo se manifiesten en su poder in
contrastado en ciertos momentos).
En realidad Hesíodo, en cuanto traspasa hacia acá el umbral de
lo que se muere, como si la Musa tuviera obligadamente que aban
donarlo ahí, deja toda coherencia. Esta esfera nuestra es esencial
mente oscura. Una prueba bastará: las primeras menciones de la
muerte se imponen cuando hay que hablar de los semidioses, fru
to de los continuos adulterios de Zeus con mujeres mortales. He
racles es el caso más importante, porque fue capaz de matar a
otras figuras, progenie pura de inmortales -Hidra, Medusa, que
Del mito a la naturaleza 31
sado por ambos, o sea, sobre las realidades y las verdades que ha
de haber también para que sea posible y verdadero el conjunto de
soluciones que los dos ofrecen. En otras palabras, cuando un fi
lósofo asimila y mejora la filosofía que hereda, queda en la situa
ción de empezar a considerar las condiciones de posibilidad de la
verdad de esta filosofía. Estas condiciones de posibilidad son ver
dades que ha dejado hasta el momento implícitas, no pensadas,
pero sin las cuales no se sostiene nada de lo que explícitamente ha
pensado. Cuando logra formularlas se produce, más en la direc
ción de las raíces que de las ramas, un auténtico avance en el co
nocimiento filosófico: la Totalidad que está a la vista se amplía
por profundización.
Jenófanes de Colofón es, en cambio, el ejemplo de cuantos di
vulgadores y aplicadores ha habido en la historia. No fue un filó
sofo sino, seguramente, un propagandista de la filosofía de los mi-
lesios; parece, en efecto, haber dedicado la parte más importante
de su actividad a difundir la nueva concepción de lo divino que es
propia de estos pensadores: lo divino sólo es uno y no se parece a
los hombres, de modo que su gobierno necesario de todas las co
sas debe servir para criticar la religión antropomórfica en la que vi
ven los pueblos de todo el mundo. Además, lo divino carece, des
de luego, de todos los vicios, las imperfecciones y las limitaciones
que atribuyen a sus muchos dioses los relatos mitológicos.
Un rasgo en el que se revela de inmediato y con gran fuerza
que Jenófanes no fue un creador filosófico, es el hecho de que en
su obra aparecen ciertas reflexiones sobre los límites del alcance
de la razón. Así, en un primer momento, la afirmación de que in
cluso si un hombre da para sí con la verdad definitiva de todo lo
real, dicho logro no pasará del nivel de una conjetura (,doxa) que
no tendrá nunca plenamente comprobada. Tal afirmación, que sue
na a idea moderna en comparación con el dogmatismo masivo de
Anaximandro y Anaximenes, es en realidad un retroceso de índo
le religiosa, un recuerdo de la tradición que en Delfos -el oráculo
más célebre de Apolo- pedía al hombre que se conociera a si mis
mo como muy diferente del dios e inferior a él, para que se libra
ra de la trasgresión esencial, o sea, el intento de superar los lími
44 Sócrates y herederos
8. H acia el escepticismo
ESCEPTICISMO, PENSAMIENTO
INTERROGATIVO Y METAFÍSICA
1. P rotágoras y el nihilismo
2. El desarrollo de la sofística
los fuertes, aquellos en los que la vida circula con plena potencia:
los que están llenos de deseos y se disponen a conquistar sin re
milgos ni remordimientos los medios con que satisfacerlos. Los
más son de naturaleza esclava y pasiva, menos vitales: como los
corderos para los leones y los lobos. Necesitan recurrir al poder
del número e imponer una pedagogía de la democracia y la igual
dad, a fin de contrarrestar el derecho de naturaleza que asiste al
fuerte, y que no es otro que gozar del débil, aprovecharse de él y
subordinárselo en todos los sentidos.
3. La filosofía y el martirio
ra. La posición propia del hombre es saber esto sólo: que no po
see la sabiduría isophíd) propia del Dios, aunque la anhela (phi-
lein significa querer, anhelar, buscar).
Sócrates se toma totalmente en serio (irónicamente en serio, a
la vez) la pretensión del sofista: enseñar la excelencia humana.
Ningún saber puede ser superior a éste, porque el que lo ha adqui
rido, en cierto modo ha adquirido también los demás, ya que en ca
da momento el hombre realmente excelente sabrá hacer y decir lo
que conviene sobre cualquier tema para conseguir la excelencia de
aquello de lo que se esté tratando. Pues bien, la tesis de Sócrates es
que esta presunta ciencia de la excelencia humana es inalcanzable.
De hecho, al analizar él mismo a fondo a cuantos le han parecido
que la conocían, siempre ha encontrado que creían tenerla pero que
en realidad la ignoraban (e ignoraban que ignoraban).
Paradójicamente, Sócrates no limitaba su encuesta a quienes
profesaban ser sofistas. Pensaba que en el fondo todos o casi todos
los hombres somos sofistas a nuestro modo, pues no dudamos so
bre cómo debemos vivir; creemos, por lo visto, que poseemos la
ciencia del bien, de la excelencia. Pero ¿dónde la hemos aprendi
do? ¿Cuándo hemos sabido que la ignorábamos y nos hemos pues
to a investigarla por nosotros mismos o a buscar maestros?
Asimismo, Sócrates reconocía que existían ya saberes estric
tos en su tiempo. Contaba entre ellos posiblemente la matemáti
ca, la medicina y, desde luego, las ciencias del agricultor, del na
viero, del ceramista, del zapatero, del escultor (su padre y él se
cuenta que lo habían sido). Con el criterio de estos saberes juzga
ba la presunta ciencia del bien y la excelencia que creemos todos
tener. ¿O es que no vivimos bien seguros de la dirección que ha
tomado nuestra existencia, como quien conoce perfectamente qué
es lo bueno para sí mismo?
Además de todo ello, Sócrates confiaba plenamente en la
fuerza del diálogo para la investigación de la verdad (para la com
probación precisa, «científica», de la ignorancia). Un hombre, si
reflexiona con suficiente profundidad, puede llegar a expresar
aquella tesis sobre el bien que él realmente sostiene con su modo
de vivir. Esta reflexión recibe una ayuda muy importante del in-
Escepticismo, pensamiento interrogativo y metafísica 67
4. El nacimiento de la metafísica
fando; pues de alguna manera tenía que ser posible la ciencia so
bre la excelencia (aunque no precisamente al modo sofístico).
En el diálogo Menón expone Platón esta posibilidad. En efecto,
cabe que el hombre, cuando sólo tiene una opinión sobre el bien, la
tenga correcta. Mientras se atenga a ella, alcanzará su meta tanto
como si poseyera la ciencia del bien. El problema es únicamente
que la mera posesión de opiniones correctas es sumamente inesta
ble. Se comparará con la posesión de una estatua hecha por Déda
lo, el mejor de los escultores. Una estatua suya es tan perfecta que,
si no se la retiene con una cadena, sale andando del jardín de su
dueño. Es maravillosamente bella mientras permanece, pero tien
de a escaparse, porque su calidad es tal que está viva.
En el caso de las opiniones correctas sobre el bien, bastará que
los intereses entren en conflicto con ellas para que se esfumen. Pe
ro ¿con qué cadena se las retendrá? Con la que aporta demostrar su
fundamento, o sea, conocer su porqué. Cuando una opinión pasa a
estar sujeta con la demostración de su fundamento, entonces ya no
es una mera opinión sino una ciencia (ya no es doxa, sino episteme,
se dice en griego). Luego de lo que se trata es de hacer pasar a cien
cia la mera opinión correcta sobre el bien. Pero no, desde luego, a
cualquier tipo de ciencia, porque eso sería tanto como olvidar en
teramente a Sócrates y pelear sofísticamente con los sofistas.
Sócrates había preguntado una sola cuestión: ¿Qué es la exce
lencia?, o sea, ¿Qué es lo bueno? A cada paso los hombres cla
sificamos las acciones de los demás y las propias como buenas
o malas. Decimos: Esto es malo, aquello es bueno; y obramos en
consecuencia con estas opiniones. Naturalmente, sólo tiene senti
do que nos comportemos de este modo si sabemos cabalmente qué
significan las palabras «bueno» y «malo». Una y otra vez se com
prueba en los diálogos platónicos, cuyo protagonista es Sócrates,
que no se logra alcanzar ninguna respuesta satisfactoria, ninguna
definición de lo bueno y su contrario. En cuanto alguien pretende
que lo bueno es esto o aquello, o que lo bueno tiene tales y tales
partes, se inicia el camino que lleva a una contradicción.
No podemos saber si fue Sócrates o si es Platón quien afirma
que lo bueno mismo, esa forma que tienen todas las acciones que
Escepticismo, pensamiento interrogativo y metafísica 73
ba más ardua, que es, sin embargo, fácil para sus almas. Para las
almas en las que el auriga tiene que luchar con el caballo indómi
to, este trance es, en cambio, dificilísimo. De hecho, únicamente
algunas almas no divinas consiguen sacar la cabeza de sus res
pectivos aurigas algún trecho, pero otras muchas combaten sin
ningún éxito y se estropean las alas, y como no han contemplado
las ideas que puedan luego recordar, terminan por desinteresarse
de la vida dirigida a lo celestial y caen, sin alas ya, en la tierra, y
se unen a cuerpos de animales.
Pero también las almas humanas pueden olvidarse con el paso
del tiempo de lo que han visto y caen también a cuerpos, aunque
diferentes de los de las bestias. El mito habla hasta de nueve clases
distintas de vidas humanas, la superior de las cuales es la del filó
sofo. Si alguien consigue pasar filosofando las tres vidas de las que
dispone a lo largo de mil años, recuperará las alas y podrá abando
nar esta asociación reiterada, penosa y peligrosa con el cuerpo. En
los demás casos, el juicio del alma tras la muerte determinará su
ascenso o descenso en la escala de los tipos de la vida.
De manera no narrativa o mítica, Platón, en el gran diálogo
que solemos llamar República, y que estaría hoy mejor titulado La
constitución del Estado, sostiene que el alma del hombre consta
de tres partes o facultades, en las que podemos reconocer los ca
ballos y el auriga de Fedro. La suprema es lo racional, capaz de
reminiscencia de las ideas y asociada sobre todo, en el cuerpo, a
lo más elevado y digno, la cabeza; la siguiente es lo irascible, aso
ciada al pecho; la ínfima, lo concupiscible, asociada al vientre. Lo
concupiscible, o facultad del deseo inferior, suele buscar bienes
muy distintos que lo racional, porque sólo persigue el placer. Lo
irascible es la capacidad heroica del hombre, que sirve mucho
más fácilmente a lo racional, y gracias a la cual se puede afrontar
un gran peligro físico, pese a la resistencia del deseo inferior, por
que la razón ordena afrontarlo.
En la descripción de la constitución de un Estado totalitario
contenida en este mismo diálogo (los interlocutores no desean el
Estado ideal que empezaba a dibujar Sócrates ante sus ojos, por
que ellos preferían lujos y sus consiguientes violencias al delei
Escepticismo, pensamiento interrogativo y metafísica 79
3. TEORÍA DE LA VERDAD
4. T eoría de la realidad
5. T eoría de la acción
nos hace malos a nosotros mismos, igual que una buena contribu
ye a hacemos buenos (no así las meras opiniones). Al opinar, sim
plemente afirmamos que algo es o no es, que es así o de otro mo
do; al elegir, lo que escogemos es hacer u omitir, tomar o rehuir.
Podemos, además, opinar lo que no sabemos bien, pero sólo debe
mos decir que hemos escogido cuando lo hemos hecho muy a sa
biendas (pues la elección es incompatible con lo repentino). En fin,
podemos, por desgracia, opinar perfectamente y elegir muy mal.
¿Sobre qué cosas cabe, pues, deliberación y, por lo mismo,
elección? Evidentemente, sólo sobre aquellas que están a nuestro
alcance hacer u omitir, pero no sobre lo eterno, ni sobre lo que es
físicamente necesario, ni tampoco sobre lo puramente azaroso o
casual. Ni siquiera deliberamos y escogemos acerca de todo lo
que los hombres pueden en general hacer u omitir, sino sólo so
bre lo que cada uno de nosotros, en las circunstancias presentes,
deberá hacer o evitar.
En definitiva, el verdadero principio de la acción, su causa
eficiente, es la elección, cuyos principios, a su vez, son la razón,
de un lado, y la tendencia natural, del otro (y mejor sería decir: la
tendencia natural en cuanto ha sido ya objeto explícito de nuestra
volición). En efecto, la buena elección, de la que depende en rea
lidad la virtud (y que a la vez es fruto de la virtud misma), tiene
como condiciones tanto la verdad racional como la corrección de
nuestra tendencia. (Llega Aristóteles a escribir que el hombre es
el principio llamado elección).
Si miramos ahora en la dirección de las virtudes referentes a
la forma superior de la vida humana, o sea, a las dianoéticas o in
telectuales, reconoceremos inmediatamente que han de ser aque
llos hábitos gracias a los cuales estemos en la verdad, tanto cuan
do afirmemos como cuando neguemos (o sea, poseídos los cuales
quede excluida la posibilidad del error).
La vitalidad o alma racional puede ser considerada desde un
doble punto de vista, según que su objeto sean los seres necesa
rios o que lo sean los seres contingentes, es decir, los seres que
podrían también ser distintos de como de hecho son. De lo nece
sario, como sabemos, no cabe deliberación ni elección. Entre los
118 Sócrates y herederos
cesario. Consecuencia esta que quizá fue extraída ya sólo por Ze-
nón de Citio, el fundador del Pórtico o Estoicismo; aunque Zenón
no es discípulo de Diodoro sino de Estilpón, y las fechas de las
vidas de Zenón y Diodoro no hacen nada fácil la dependencia. Pe
ro ya he dicho que nuestra información no llega a los pormenores
de modo fiable. Y además, lo que sí sabemos es que los sutiles
dialécticos de Mégara fueron coincidiendo cada vez más con al
gunas tendencias básicas de la filosofía cínica. Las dos escuelas,
por vías distintas, prepararon la llegada del estoicismo. De hecho,
Zenón de Citio fue discípulo de personajes de ambos grupos (y
también del resto de las escuelas presentes en Atenas a finales del
siglo IV, sobre todo la Academia).
res no deben definirse, pues, con ningún medio que evoque la in
sensibilidad o, menos aún, que se reduzca a ésta. Aristipo intenta
describir la positividad de los afectos primarios recurriendo a lla
marlos movimientos: nuestra experiencia de ellos es la de un pro
ceso, que diremos que es áspero en el dolor y suave (literalmente,
liso) en el placer. Estar gozando un placer real es algo así, según
un testimonio antiguo, como estar siendo mecidos por una ola apa
cible, como navegar con viento favorable por mar llana. De aquí
que, si bien es preciso dominar el afecto y no dejarse dominar del
todo por él, esta superioridad del hombre que goza sobre su placer
no es la abstención, no consiste en la renuncia; sino que precisa
mente está en usarlo conservando el timón, como sugiere la ima
gen del oleaje adecuado para la travesía de la vida.
De donde se sigue que no necesariamente el sabio gozará más.
Es verdad que habrá desechado muchas estupideces sobre la vida
buena que suelen llevar a los ignorantes a malograr todos los pla
ceres que se ofrecen; pero el mero conocimiento necesita ser com
pletado con el ejercicio. Incluso el que sabe ya esto mismo, aún
precisa ejercitarse en el viaje del placer.
Otra ventaja del sabio verdadero es que contemplará un pano
rama más amplio a propósito de lo que llamábamos, con los cire-
naicos, las partes o lo parcial del placer. Le será más fácil propor
cionarse placeres más abarcantes que al que nunca ha pensado
profundamente en el problema. Y en lo que hace a rehuir los place
res puramente ilusorios, sólo él habrá entendido a tiempo que, por
ejemplo, la envidia, el amor apasionado, la creencia en los dioses
(dando por supuesto que es inseparable de algún modo de temor
hacia ellos) y hasta el dinero son desdeñables (aunque este último
sea causa próxima de placeres y, por tanto, esté en mejores condi
ciones de preferibilidad que los anteriores miembros de esta lista).
La enseñanza de Aristipo se radicaliza, de hecho, cuando lle
gamos a las cuestiones de la Dialéctica y la Física. Parece que es
te socrático heterodoxo fue comprendiendo paulatinamente que la
defensa de su teoría exigía sostener no sólo que el criterio de lo
verdadero es la afección gozosa, sino que, mucho más allá de es
to y bien analizada la situación del conocimiento, sólo el placer y
130 Sócrates v herederos
5. Q u e EL PLACER ES EL SER
creyó que se limitan a cuatro, para cada una de las cuales prepa
ró un remedio específico. Únicamente quien toma la Cuádruple
Medicina sale de la postración.
una planta». Lo más que hacía que pudiera tomarse por alguna
expresión, era mover de vez en cuando un dedo.
Pirrón de Elis (se habla de escepticismo pirrónico o pirronis
mo, para referirse a su actitud), quizá recordando a aquel absurdo
sofista, proponía también la afasia, o sea, el silencio sobre todos
los temas. El hombre radicalmente desprendido de toda verdad y
toda realidad está libre de compromiso, sin pasión ni defensiva ni
ofensiva, en calma imperturbable y a salvo.
Resulta muy interesante saber que Pirrón participó en la expe
dición de Alejandro y llegó hasta la India, donde admiró profun
damente la vida de los «sabios desnudos» (probablemente, los jaí
nas «revestidos de aire»), que le inspiró su posición. En realidad,
se está tentado a pensar, a la vista de las concomitancias entre
ciertos lados de las doctrinas helenísticas y las filosofías de la In
dia antigua, que la influencia del contacto con la sabiduría orien
tal no se limita al origen del pirronismo.
Unicamente los escépticos posteriores polemizaron con los fi
lósofos dogmáticos contemporáneos. No propugnaron, por tanto,
la afasia, sino la abstención (en griego, epojé) de toda tesis. Y re
sulta curioso que los que obraron de este modo fueron principal
mente, en la mitad del siglo III y otra vez cien años más tarde, dos
escolarcas (o sea, presidentes) de la Academia, respectivamente,
Arcesilao.y Caméades. Por ellos, esta forma argumentada de es
cepticismo se denomina muchas veces escepticismo académico.
El nombre que conviene, por su contenido, a las enseñanzas de
Caméades es el deprobabilismo.
En efecto, Caméades, en especial, a fin de cuentas sucesor de
Platón, no negaba que la verdad exista, sino sólo que el hombre
pueda conocerla con certeza. De aquí que estimara como propie
dad imprescindible del sabio sencillamente la evitación del error.
Por lo demás, vivir requiere confiar en la alta probabilidad de al
gunas opciones, frente a la escasa de otras.
Algunas de las más famosas armas escépticas {tropos o vuel
tas) son las que siguen. Comencemos por algunos de los tropos de
un tal Agripa, ya del siglo II d.C., basados con frecuencia en pen
sadores mucho más antiguos. El primero es de la cacofonía o dis
164 Sócrates y herederos
FILOSOFÍA RELIGIOSA
los tiempos, para establecer la paz del Mesías por medio del jui
cio de los pueblos (que realizará, según el libro de Daniel, un Hi
jo de hombre misterioso).
En el tiempo previo al nacimiento de Jesús, cuando la Biblia
se tradujo en Alejandría al griego (algo antes del año 100 a.C.), en
ciertos textos judíos helenísticos de los que no existe original
hebreo (y que terminaron por quedar excluidos del canon judío,
igual que, siglos adelante, del canon luterano), se inició la refle
xión sobre las relaciones entre la visión bíblica de la realidad y la
de la filosofía griega. Leyendo el principio del capítulo decimo
tercero de la llamada Sabiduría de Salomón, resulta imposible re
petir el prejuicio de que no existen fragmentos filosóficos en el
gran conjunto de relatos, preceptos y oraciones que es el Libro de
los adoradores de Yahvé, este Dios cuya naturaleza tan sólo se
puede inferir realmente de su libertad para con el mundo y la his
toria de los hombres.
En este texto judío del siglo I a.C. se declara en sustancia que
los hombres, si lograran la plenitud del esfuerzo de su razón na
tural, deberían alcanzar el conocimiento de «El que es» (ho on
fue la traducción de Septuaginta para Yahvé, además de Kyrios, o
sea, Señor). El hombre parte en este ascenso de las realidades vi
sibles, todas ellas buenas, como declaraba el relato de la Crea
ción, y todas ellas objeto de profundo gozo. La inquietud de la in
teligencia conduce a clasificar, en busca de lo perfecto y de lo
divino, todas estas bellezas que deleitan; pero aquí es donde se ve
que desfallecen, sin necesidad, las fuerzas de la razón. Al hombre
le gusta tanto el mundo que se rinde antes del ascenso definitivo,
y declara una y otra vez que Dios se identifica con alguna zona
especial de la Creación. Llegados a este punto, el texto repasa la
historia de la filosofía y menciona, evidentemente, a los estoicos,
a los aristotélicos, a Homero, a Tales y Anaximenes, a Heráclito;
hasta llegar a los platónicos. Estos últimos han subido más alto
que el resto: hasta la belleza misma, hasta lo bello mismo. Y sin
embargo, este objeto inteligible no es aún la sagrada trascenden
cia de Dios. Dios es el creador de lo bello mismo y, a fortiori, el
creador del resto de lo real (inteligible y sensible).
Filosofia religiosa 173
2. F ilón de A lejandría
chado por sus obras de sabiduría o de piedad. Para él, esta histo
ria nueva de Dios es o blasfemia o necedad, pero, en todo caso, in
compatible con su representación de Dios.
Lo que unánimemente proclama el Nuevo Testamento (sobre
todo, en los testimonios de Pablo y Juan) es que a la audición con
confianza del anuncio de la historia de Jesús le ha de seguir un
nuevo esfuerzo de la inteligencia, ansiosa, ahora más que nunca,
de penetrar en el significado de esta historia. Hay que subir de la
mera confianza inicial a la comprensión (en griego, gnosis)\ hay
que pasar de la leche de los infantes al alimento sólido de los
adultos. El lema agustiniano y anselmiano,/zrfe5 quaerens inte-
llectum, la confianza en busca de comprensión plena, es la fór
mula misma de la filosofía cristiana (y judía) y, desde luego, la
clave del pensamiento medieval.
En el prólogo del Evangelio de Juan se dice también del Lo-
gos que es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo, pero que, aunque por El se han hecho todas las cosas, los
suyos no lo recibieron y el mundo se convirtió en el dominio de
la skotía, de la oscuridad. Tras la Creación, la Luz Verdadera, en
la que está también la Vida (la palabra podría aludir a la tercera
persona de la Trinidad cristiana, el Espíritu), emprende la recrea
ción del mundo acampando carnalmente en él (la palabra skené,
tienda de campaña, tiene las mismas letras que shejiná, la Pre
sencia de Dios en el mundo, de la que se había visto forzado a ha
blar el judaismo precristiano).
Sarx, staurós, anástasis (carne, cruz, resurrección) son, pues,
los factores del paulino logos tou stauroü, discurso de la cruz. Pe
ro sin la fuerza formidable de la oscuridad en la que se encuentra
el mundo, pese a haber sido creado por Dios bueno inicialmente,
esta novedad casi inconcebible de la historia de Dios no se enten
dería. El mal queda, pues, subrayado poderosamente en el fondo
de la filosofía cristiana, que habla en Juan, por cierto, con pala
bras que habían usado antes los textos esenios y el Avesta persa,
y que empezaban a ser corrientes en la gnosis heterodoxa.
A raíz de que la expectativa cristiana del inminente fin de la
historia apartó a la comunidad naciente del esfuerzo de guerra por
182 Sócrates y herederos
5. G nosticismo
7. T ertuliano
8. O r íg e n e s
9. NESTORIANISMOY MONOFISISMO
EL UNO Y LA SUPRAESENCIA
1. P lotino
2, A g u s t ín
3. D e B o e c io a Juan E scoto
LA FILOSOFÍA TRIUNFANTE
2. A nselmo
3. P edro A belardo
4. B ernardo de C laraval
LA FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD
Y LA CRISIS DEL OCCIDENTE
brada como hermana del hombre parte a parte por san Francisco,
es, en efecto, huella constante de la divinidad, aunque esté limi
tada a reflejarla como el atardecer refleja la plenitud solar.
Pero es que todas las cosas existen de un modo triple: en la ma
teria, en la inteligencia y en el arte eterna. Esta enumeración es,
desde luego, una ordenación jerárquica, de menor a mayor. Quiere
decirse que una forma aristotélica cualquiera existe o bien infor
mando cierta materia; o bien, como conocida, en la mente de un
hombre; o bien, ya antes de la creación, en la divina inteligencia
que se proponía hacer el mundo. La divina arte es la explicación
última de la estructura del mundo, y el conocimiento humano tie
ne el privilegio de poder reproducir, abstraídas de la materia, como
si estuvieran a medio camino de ser devueltas a su origen, las for
mas de las cosas. Buenaventura es, pues, realista en la cuestión de
los universales y, al mismo tiempo, como sucedía en los metafísi-
cos musulmanes, partidario de explicar el conocimiento tanto por
la abstracción como, sobre todo, por la iluminación.
Si se considera con alguna atención este triple modo de la
existencia de las cosas, se comprende enseguida por qué Buena
ventura defiende tajantemente la validez del argumento del Pros-
logio sobre la existencia de Dios, e incluso lo hace en una forma
que vuelve en realidad superfluo todo argumento. La evidencia de
que existe Dios se impone a cualquier mente reflexiva deslum
brantemente, cree Buenaventura. En efecto, nuestro conocimien
to no se iguala a las ideas divinas, como acabamos de ver. Sólo
consigue, iluminado por éstas, que son eternamente las causas
ejemplares tanto de las cosas exteriores como de nuestro conoci
miento, abstraer de la materia las formas. Todo lo que es eterno es
divino, así que todas las verdades y todas las ideas están en Dios
y su sabiduría, no en nosotros, sobre quienes constantemente ejer
cen, sin embargo, su influencia ontologica y epistemológica. Por
consiguiente, elevarse al conocimiento de la eternidad es ya haber
sido sacado de sí mismo extáticamente. Todo aquel que entiende
que su comprensión del mundo está operada sobre todo por la ac
ción de las ideas eternas, si además comprende que la idea del ser
puro es la primera y principal de todas ellas, más que realizar el
La filosofía en la universidad y la crisis del Occidente 265
Los escritos de Tomás abarcan todos los géneros que son de es
perar de un profesor escolástico. Están siempre redactados con
asombrosa claridad y un afán no menos impresionante de salvar la
proposición del pensador al que ha de terminar oponiéndose.
Tomás comentó la práctica totalidad de los libros aristotélicos
línea a línea. Cada capítulo de la traducción latina que hizo prepa
rar nueva a un hermano de su orden (Guillermo de Moerbeke) es
esquematizado, cada palabra trata de ser explicada, cada paso que
da Aristóteles se justifica de un modo tan perfecto que el lector no
consigue, con frecuencia, creer que el propio Aristóteles viera tan
claramente la necesidad de cada articulación en el conjunto. Pero
Tomás hizo lo mismo con la totalidad de los cuatro libros de sen
tencias de Pedro Lombardo, con buena parte de Boecio y Dioni
sio, con alguno de los apócrifos neoplatónicos que los musulma
nes habían estimado de la mano de Aristóteles.
Entre las disputas redactadas, las más importantes son las ex
tensísimas Sobre la verdad, Sobre el mal, Sobre la potencia, Sobre
el alma. Además de los opúsculos, de los que ya hemos mencio
nado el más interesante, sobre todo escribió Tomás las dos monu
mentales Sumas, Teológica y Contra los gentiles. El título de esta
segunda alude al afán apologético bajo el que está concebida. No
se dirige a cristianos, sino a judíos y musulmanes, con los que se
intentaba cada vez más entrar en polémica. Por consiguiente, To
más no recurre en este compendio de toda la metafísica a autori
dades teológicas, sino, por principio, únicamente a argumentos
compartióles por todos.
Sin embargo, la Suma teológica seguramente es el escrito me
dieval donde la filosofía, aun como «preámbulo de la fe», alcanza
su punto más alto de claridad y hondura. Los temas de este pode
roso libro de varios miles de páginas están ordenados teológica
mente, partiendo de la consideración de Dios (por eso el pórtico de
la Suma está dedicado a los problemas de la existencia y los atri
butos de Dios), siguiendo por los sectores de la creación en orden
de dignidad decreciente, pasando luego a la moral y terminando en
el cristianismo estrictamente tal. Incluso en los problemas que pa
recerían ser más exclusivos de la teología, los conceptos filosófi-
La filosofia en la universidad y la crisis del Occidente 269
Hay, por tanto, verdades reveladas para las que no vale real
mente o exhaustivamente el principio fides quaerens intellectum,
mientras el hombre habita en la tierra. Hay otras, en cambio, que
podrían haber sido descubiertas por la sola razón. Si Dios las ha
revelado, ha sido porque así convenía, o sea, porque hubiera re
sultado muy injusto y muy peligroso para la salvación eterna de
muchos hombres dejar a la razón todo el tiempo preciso para ma
durar hasta hallar la demostración (por ejemplo, de que Dios exis
te y es justo, que es el mínimo que san Pablo piensa que se exige
de cualquiera en el divino juicio). El hombre se halla demasiado
forzado por las condiciones normales de su existencia a trabajar
y a cuidar de su familia y de su comunidad, y es también dema
siado perezoso y poco inteligente, como para que Dios no abrevie
con su gracia el camino hasta los hombres de las verdades más
imprescindibles.
Pero esta distinción entre lo revelado y lo accesible a la razón
no tiene nada que ver, digan lo que digan los adversarios, con la
doctrina averroísta de la doble verdad, porque todas las verdades,
como hace un instante decíamos, proceden de Dios últimamente,
y Dios no se puede contradecir. Aunque no haya continuidad sin
ruptura entre ciertas verdades reveladas y las verdades al alcance
de la razón humana encarnada, no hay tampoco ninguna incom
patibilidad entre unas y otras. La razón y la fe están en la misma
relación que la naturaleza y la gracia: razón y naturaleza están
presupuestas en su plenitud por la acción de la fe y la gracia. La
aceptación con fe de la revelación no puede, por principio, me
noscabar en absoluto la razón, sino engrandecerla y estimularla;
así también, la gracia no perjudica los derechos de la naturaleza
ni la estropea en ninguna manera, sino que la viene a perfeccio
nar más allá de lo que ella por sí sola podría llegar a conseguir.
Tomás ha escrito párrafos admirables sobre el gozo de pensar y
sobre el gozo añadido de pensar bajo la superior iluminación de
la fe. Su idea esencial es aquí que sólo una razón que ha procura
do primero su plenitud como tal puede luego adentrarse prove
chosamente en el discurso cuyas premisas sean verdades positi
vamente reveladas. Naturalmente que, por otra parte, la bondad
La filosofía, en la universidad y la crisis del Occidente 271
toda ella, que por estar en acto y carecer de toda potencia, no se
rá a la vez algo movido. Este primer motor en acto puro no pue
de pertenecer a la naturaleza, y todo el que llega a pensarlo com
prende que se trata de Dios.
La segunda vía es muy parecida a la primera, sólo que en vez
de emplear el par de conceptos motor y movido, utiliza el de cau
sa eficiente o agente. Sea cual sea el tipo de cambio que observe
mos en el mundo, no deja nunca de tener una causa eficiente. Po
demos intentar remontar desde el cambio de las cosas en la esfera
sublunar al cambio de las cosas en las esferas de los cielos y has
ta el movimiento circular, perfecto, del último cielo, como causa
agente de los restantes cambios. Pero terminaremos por entender
que esta búsqueda, como en la primera vía nos ha sucedido, está
condenada al fracaso. Se requiere una causa agente de la natura
leza entera como efecto suyo, y en cuanto la mente alcanza este
concepto, comprende que está empezando a pensar a Dios.
La tercera vía lleva directamente al corazón de la metafísica
de Tomás. El fenómeno sensible e indudable del que parte es que
todo nace y todo muere, o sea, que las realidades naturales no
existen necesaria sino contingentemente. Tomás dice exactamen
te que las cosas del mundo son possibilia esse et non esse, o sea,
que les es posible existir y les es posible no existir. Con esta fra
se las caracteriza en su ser, es decir, cuando una cosa está exis
tiendo, no por eso ha cambiado tan radicalmente que deje de ser
un «posible respecto del existir y el no existir», como se ve por el
hecho de que puede no existir, porque puede morir (y, de hecho,
morirá). Si algo que puede morir está ahora existiendo, necesa
riamente está existiendo; sí, pero esto no significa que haya sido
de veras necesario que empezara a existir. Era contingente que
empezara a existir, era contingente que existiera, luego sigue sien
do una contingencia, una no-necesidad el hecho de que exista
ahora. En otras palabras, incluso cuando estamos existiendo, no
hemos atrapado la existencia como una propiedad de nuestra
esencia, sino que a cada instante la podemos perder.
Los metafísicos musulmanes habían propuesto entender la exis
tencia como un accidente de la esencia, y aunque Tomás, según va
La filosofía en la universidad y la crisis del Occidente 277
4. D uns E scoto
5. G uillermo de O ccam
6. P r ec u r so r es m e d ie v a l e s de la c o n c e p c ió n m o d ern a d el
U N IV E R S O
7. N ic o l á s d e C u sa
8. G iordano B runo
1. L a idea y un mapa
2. D el mito a la naturaleza
6. F ilosofía religiosa
7. E l Uno y la supraesencia
Esta vez sólo hay una recomendación muy sencilla: leer atenta
mente los diez libros primeros de las Confesiones de Agustín, en, por
ejemplo, la reciente traducción de Ciudad Nueva.
Todo Plotino está admirablemente traducido por J. ígal en Credos;
todo Dionisio se puede ver en una versión de BAC; Juan Escoto aca
ba de ser muy bien traducido en Pamplona, Eunsa. Pero nada como fa
miliarizarse con el libro básico de Agustín. La biografía de P. Brown
sobre este autor, o el libro de Hannah Arendt sobre su doctrina del
amor, son ampliaciones sumamente recomendables.
9. La filosofía triunfante
El conocimiento de la filosofía cristiana medieval pasa, sin duda y
sin remedio, por la lectura de Étienne Gilson. Este pensador original
Bibliografia comentada 309
Las lecturas directas de las fuentes se pueden hacer, por lo que res
pecta a san Buenaventura, santo Tomás y Juan Duns, en las ediciones
de la BAC, preferiblemente en las más recientes (sobre todo, la Suma
teológica hay que consultarla en la edición de la serie Maior o sólo en
latín, y mucho mejor si se hace en esta segunda forma, dadas las serias
deficiencias de la traducción). La Biblioteca de Pensamiento Medie
val y Renacentista de Eunsa viene publicando en los últimos años tra
ducciones de Tomás: Sobre el ente y la esencia, Cuestiones disputadas
sobre el alma, Comentarios al «De interpretatione», la «Ética a Nicó-
maco», «De sensu», «De memoria», la «Física» y la «Política» de
Aristóteles, Exposición del «Liber de causis», Cuestión disputada so
bre las virtudes. De san Buenaventura se deberían consultar al menos
las primeras Cuestiones disputadas sobre la ciencia de Cristo, en la
edición del Instituto teológico Franciscano de Murcia.
310 Bibliografía comentada
EDAD ANTIGUA
EDAD MEDIA
7. A lta E dad M edia : siglos V-XII
EDAD MODERNA
9. R enacimiento: siglos XV-XVI
Nicolás de Cusa (1401-1464) Francisco de Vitoria (1480-1546)
Erasmo de Rotterdam (1465-1536) Michel de Montaigne (1533-1592)
Maquiavelo (1469-1527) Giordano Bruno (1548-1600)
Nicolás Copérnico (1473-1543) Francisco Suárez (1548-1617)
Lutero (1483-1546) Francis Bacon (1561-1626)
ÍNDICE ONOMÁSTICO
P rólogo .......................................................................................... 9
2. D e l m it o a l a n a t u r a l e z a ................................................ 23
1. El mito .............................................................................. 23
2. La poesía griega arcaica: Homero .................................... 25
3. La poesía griega arcaica: Hesíodo y su descendencia li
teraria ............................................................................. 28
4. La primera navegación filosófica.................................. 33
5. Cómo se progresa en filosofía....................................... 41
6. La purificación de la vida humana ................................ 44
7. La tensión interna de la fisiología primitiva.................. 48
8. Hacia el escepticismo .................................................... 52
4. El s i s t e m a d e l c o s m o s ..................................................... 85
1. Los trabajos de Aristóteles............................................. 85
2. Mapa del sistema ........................................................... 87
318 Indice general
3. Teoría de la verdad......................................................... 90
4. Teoría de la realidad ...................................................... 100
5. Teoría de la acción......................................................... 108
1. Plotino............................................................................ 205
2. Agustín .......................................................................... 207
3. De Boecio a Juan Escoto ............................................... 222
PVP: 20.00 €
ISBN: 978-84-301-1712-3
■ b | e D IC IO N E S SIGUEME