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TAULA RODONA
MODELS DE BONES PRÀCTIQUES
Según las revisiones efectuadas por distintos autores (Andrews y Bonta, 2003; Andrews,
Zinger, Hoge, et al., 1990a; Garrido, Stangeland y Redondo, 2001; Gendreau y Ross, 1979;
Lipsey, 1992a; McGuire, 1992; Redondo, 1994, 1995; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca,
1997; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999b), los principales modelos y técnicas de
tratamiento utilizadas en este campo han sido los siguientes:
De acuerdo con los modelos operante e imitativo, mediante este programa se espera
producir dos tipos de procesos psicológicos: (1) los cambios de fase de los internos en un
sentido ascendente funcionarán como «reforzamiento» de su comportamiento apropiado
y aumentarán éste en futuras ocasiones; mientras que los descensos de fase actuarán
como «castigo» de las conductas inapropiadas y las reducirán; y (2) los comportamientos
apropiados de los internos que sean reforzados por los ascensos de fase funcionarán como
«modelos positivos» para otros internos, y facilitarán el aprendizaje por éstos de conductas
semejantes; mientras que las conductas inapropiadas que sean castigadas mediante un
descenso de fase facilitarán la inhibición de tales conductas en otros internos observadores.
Si estos procesos entraran realmente en funcionamiento, se debería producir una mejora
gradual del clima general del centro, a partir del incremento de la conducta prosocial y de
participación de los sujetos en los objetivos propuestos y, también, de la reducción de los
comportamientos violentos.
La primera experiencia española en tal sentido se llevó a cabo entre 1980-86 en una
nueva prisión -Ocaña II- con capacidad para 300 jóvenes penados entre 21-25 años, que
tuvieran buen pronóstico (García García, 1987). Los internos eran clasificados por el tipo de
problemática que les era diagnosticada (reincidentes, toxicómanos, etc.), y se empleaban
sesiones de grupo y atención individualizada para motivarlos a un «cambio de sus actitudes
criminógenas» y para participar en actividades formativas. También se realizaban «salidas
al exterior» de pequeños grupos y «asambleas» periódicas de internos, directivos y
personal, para debatir los problemas del centro. Aunque sus directivos informaron de que
el programa había logrado mejorar los niveles de convivencia y confianza mutua entre
internos y personal no existe evaluación sistemática del mismo.
La teoría del etiquetado (labeling approach) establece que uno de los factores que
mantiene la conducta criminal es la estigmatización del sujeto por el propio sistema de
justicia criminal. El proceso penal y el encarcelamiento por sí mismos determinan, según
esta perspectiva, una devaluación psicológica de la identidad de la persona y esto puede
promocionar la carrera criminal de los delincuentes. La implicación práctica de esta posición
teórica, consiste en la derivación (o diversion) de los delincuentes juveniles, desde el
sistema de justicia –especialmente desde la institucionalización-, a programas alternativos
de libertad condicional, mediación, reparación del daño, supervisión en la comunidad y
trabajo social.
En la actualidad los tratamientos más utilizados y efectivos con los delincuentes en general
y con los delincuentes sexuales, en particular, son los de orientación cognitivo-conductual.
Sin embargo, existen también otra serie de modelos y técnicas de tratamiento que a
veces se aplican, o se han aplicado, ya sea aisladamente o en combinaciones diversas.
Se presentan ahora brevemente tales técnicas (Berlin, 2000; Redondo, Sánchez-Meca y
Garrido, 2002a, 2003b; Rösler y Witztum, 2000; Stone et al., 2000; Wood, Grossman y
Fichtner, 2000).
2.1.1. Psicoterapia
Las teorías psicológicas del aprendizaje consideran que los delincuentes sexuales han
aprendido, a partir de sus particulares experiencias (p. ej., al haber sido víctimas de abuso
en la infancia), a sentir determinadas emociones y deseos sexuales (p. ej., hacia los niños), y
a conducirse de determinada manera (mediante el abuso o la agresión). Estas orientaciones
afectivas y de la conducta se mantienen debido a sucesivos procesos de condicionamiento
estimular, de recompensa de ciertos comportamientos y de imitación de modelos (véanse
capítulos 1 y 9). La terapia de conducta intenta revertir tales condicionamientos y establecer,
mediante los mismos mecanismos del aprendizaje, otros nuevos que impliquen afectos y
conductas sexuales legalmente permitidos.
Entre los procedimientos conductuales más clásicos se encuentran (véase Wood et al., 2000)
las terapias aversivas, en las cuales, con la finalidad de recondicionar la excitación sexual
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del sujeto, sus fantasías sexuales desviadas (e imágenes que promueven tales fantasías)
y sus estados de excitación, tales situaciones y estímulos se aparean a (condicionamiento
clásico) o son seguidos de (condicionamiento operante) estímulos aversivos, tales como
pequeñas descargas eléctricas u olores desagradables. También se han empleado técnicas
de saciación verbal (el sujeto debe verbalizar sus fantasías desviadas durante un tiempo
prolongado de manera que, como resultado de la repetición forzada, acaben resultando
incómodas y cargantes), recondicionamiento masturbatorio que incluye recondicionamiento
orgásmico (hasta que el individuo logra excitación y orgasmo, mediente la masturbación,
utilizando fantasías no desviadas) y saciación masturbatoria (a partir de la intensiva
imaginación de fantasías desviadas y práctica de la masturbación durante el periodo
refractario, de 30-60 minutos, que sigue al orgasmo, lo que hace que las fantasías y el
proceso masturbatorio asociado a ellas resulten fatigantes y sexualmente improductivos),
desensibilización sistemática por aproximaciones sucesivas (para reducir la ansiedad social
del sujeto y facilitar, de este modo, sus contactos sexuales normalizados; o bien con la
finalidad de, apareando en la imaginación estímulos sexuales desviados con relajación,
reducir el poder excitatorio de tales estímulos), y sensibilización encubierta (en que se
asocian, en la imaginación, los pensamientos y fantasías desviados con consecuencias que
al sujeto le resultan muy desagradables).
2.1.3. Cirugía
El impulso sexual de los varones guarda una estrecha relación con las secreciones de
testosterona. Es evidente que el impulso sexual de los varones no es «per se» el causante
de que algunos de ellos utilicen para satisfacerlo la agresión o el abuso sexual. La inmensa
mayoría de los varones, sexualmente motivados, emprenden comportamientos sexuales
aceptables para satisfacer su impulso sexual. Por tanto, la explicación de la violación y el
abuso es otra que el mero deseo sexual. Con todo, cuando un varón es violador o agresor
sexual de menores una alternativa para controlar su conducta puede consistir en reducir
directamente su impulso sexual, disminuyendo para ello sus secreciones de testosterona.
Ello puede hacerse o bien a través de la administración de cierta medicación, con un efecto
temporal, o mediante la extirpación de los testículos, o castración, con un efecto definitivo
e irreversible.
agresiones sexuales. Frente a ello, en ámbitos como el que nos ocupa se requiere para
encarar satisfactoriamente los problemas mucha más imaginación y prudencia.
Desde finales de los setenta, los programas de tratamiento para delincuentes sexuales se
han ido ampliando para incluir no sólo cambios en sus preferencias sexuales y la mejora
de sus habilidades interpersonales, sino también la erradicación de sus «distorsiones
cognitivas». Estas distorsiones hacen referencia a las tendencias de los sujetos a
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malinterpretar las señales sociales (p. ej., un individuo que abusa de menores puede
percibir a los niños como si en realidad estuvieran interesados en el contacto sexual),
a negar que causen daño a las víctimas, a minimizar la importancia de su agresión o
de la gravedad y frecuencia del delito, a atribuir la responsabilidad a otras personas o a
factores que se hallan fuera de su propio control, y a aceptar, en definitiva, un patrón de
actitudes y creencias favorecedoras del delito (p. ej., todas las mujeres realmente desean
ser violadas, o es adecuado ser agresivo). En consecuencia, los programas conductuales
acabaron incorporando amplios contenidos cognitivos. A principios de los ochenta estos
programas «cognitivo-conductuales» comenzaron a asimilar conceptos de prevención de
recaída que habían sido introducidos en el campo de las adicciones por Alan Marlatt y
sus colaboradores (Marlatt y Gordon, 1985). En el transcurso de los últimos quince años
tales programas se han continuado ampliando hasta incorporar en sus pretensiones la
mejora de la autoestima, el incremento de las habilidades para entablar relaciones de
intimidad, la mejora de la empatía de los sujetos, y la enseñanza de mejores habilidades
de afrontamiento de las situaciones problemáticas.
Los terapeutas intentan crear un estilo de trabajo que haga compatible el rechazo de las
distorsiones de los delincuentes con ofrecerles, paralelamente, el apoyo que necesitan
(Marshall, 1996). Existe evidencia científica (Beech y Fordham, 1997) de que este tipo
de acercamiento es el más efectivo para el tratamiento de los delincuentes sexuales. Se
insta a los sujetos a participar en las sesiones de tratamiento no sólo cuando cada uno de
ellos es protagonista de la intervención sino también cuando lo son los demás miembros
del grupo.
2.1.5.1.1. Autoestima
Para comenzar, se intenta crear un clima que apoye y motive a los sujetos para creer que
tienen la capacidad de cambiar. Además, se pretende que los delincuentes sexuales mejoren
su nivel educativo y sus habilidades laborales, la amplitud de sus actividades sociales, y su
propia apariencia externa. También se les anima a detectar sus características personales
positivas (p. ej., es un buen trabajador, un amigo leal, es generoso) que deben escribir
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Santiago Redondo Illescas
en una cartulina para poder repasarlas con frecuencia durante el día. Hemos comprobado
(Marshall, Champagne, Sturgeon y Bryce, 1997) que estos procedimientos mejoran
la autoestima, lo que a su vez aumenta las posibilidades de cambio en los restantes
componentes del programa.
Aquí existen dos etapas sucesivas. En la primera, cada sujeto describe el delito desde su
propia perspectiva y se cuestionan los detalles que va dando en esta descripción. Para
ello se cuenta con la información sobre el delito procedente del testimonio de la víctima
y de los informes policiales, lo que permite una confrontación con la versión aportada por
sujeto. En una segunda etapa, se cuestionan las actitudes y creencias favorables al delito
que van emergiendo en distintos momentos del proceso del tratamiento. Existe alguna
evidencia científica, aunque todavía limitada, sobre le efectividad que tiene este modo de
operar para la erradicación de las distorsiones cognitivas (Marshall, 1994).
2.1.5.1.3. Empatía
Se conoce que los delincuentes sexuales no carecen de empatía hacia otras personas en
términos generales, sino que más bien carecen de ella por lo que concierne a sus propias
víctimas; Fernandez, Marshall, Lightbody y O’Sullivan, 1999). Ello parece deberse a su
incapacidad para reconocer el daño que han causado, por lo que el primer objetivo en este
punto del programa es sensibilizarlos sobre el dolor que experimentan las víctimas. Para ello
el grupo elabora una lista de posibles consecuencias de la agresión sexual y posteriormente
se pide a cada sujeto que considere tales consecuencias en su propia víctima. Entonces,
cada participante en el programa debe escribir una carta, que hipotéticamente le dirige su
víctima, y, después, una respuesta suya a la anterior. En la primera (la que supuestamente
le envía la víctima) el sujeto debe manifestar el odio y la rabia que probablemente la
víctima siente hacia él, los sentimientos que se le han generado de desconfianza hacia los
hombres y de inseguridad, su sentimiento de culpabilidad, y otros problemas emocionales
o de comportamiento que una víctima podría manifestar. En la carta de respuesta, el
delincuente debe reconocer su responsabilidad por el delito, aceptar la legitimidad de los
sentimientos de la víctima, y comentarle que está realizando esfuerzos para disminuir el
riesgo de volver a delinquir. Se ha comprobado (Marshall, O’Sullivan y Fernandez, 1996)
que este procedimiento realmente mejora la empatía con la víctima.
Marshall y sus colaboradores desarrollaron una estrategia específica para incrementar las
habilidades para las relaciones personales y reducir el aislamiento, y se ha comprobado
que tal estrategia es efectiva (Marshall, Bryce, Hudson, Ward y Moth, 1996). En ella se
abordan una variedad de objetivos: comunicación, compatilidad, celos, sexualidad, y
miedo a no tener pareja. Como en los restantes componentes del programa, se pide a cada
participante que compruebe si los problemas mencionados aparecen en su experiencia
pasada. Se espera que cada sujeto hable de sus relaciones personales pasadas con el
objetivo de ayudarle a identificar estrategias de relación inapropiadas y estilos de apego
afectivo pobres y superficiales, y a partir de ello estructurar caminos más efectivos para
sus relaciones personales.
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Record (1977) puso de relieve que los delincuentes sexuales son inexpertos en cuestiones
sexuales y que ello contribuye, junto a otros problemas, a que sus relaciones sexuales
normales con adultos no resulten satisfactorias. Además, suelen enfrentarse a los
problemas recurriendo al sexo, tanto no delictivo como delictivo (Cortoni y Marshall,
2000). Por estas razones este programa ofrece a los agresores una cierta educación
sexual y les ayuda a hacerse conscientes de que suelen utilizar el sexo como estrategia de
afrontamiento. Paralelamente se les enseñan estrategias más efectivas para enfrentarse
a sus problemas.
Cuando los sujetos presentan fuertes preferencias sexuales de carácter desviado y una alta
frecuencia de fantasías desviadas, se aplican procedimientos específicamente encaminados a
reducir tales preferencias y fantasías. Técnicas conductuales del tipo del recondicionamiento
masturbatorio (Laws y Marshall, 1991) parecen obtener ciertos resultados positivos aunque
de carácter limitado. Por ejemplo, la terapia de saturación (Marshall, 1979) logra reducir
los intereses desviados de los sujetos, y la masturbación dirigida (Maletzky, 1984) parece
mejorar sus intereses normativos. Sin embargo, estos procedimientos no siempre obtienen
los resultados esperados, y en tales casos se emplea o bien un antiandrógeno o algún
inhibidor de la serotonina (Greenberg y Bradford, 1997).
Aparte de las referencias genéricas (tanto de las Reglas Penitenciarias Europeas como
de las leyes positivas españolas –Constitución española, Ley penitenciaria, Código penal
Intervenció intensiva amb interns autors de delictes violents i contra la llibertat sexual 193
Santiago Redondo Illescas
Por su parte, la legislación española dispone de diversas figuras legales (salidas programadas
de los internos al exterior, permisos de salida, régimen abierto y libertad condicional),
cuyo objetivo es, precisamente, acercar a los delincuentes a la comunidad de una
manera progresiva y con suficiente supervisión y control. Además de constituir beneficios
penitenciarios para reforzar los esfuerzos que efectúan los encarcelados para mejorar sus
posibilidades futuras, la finalidad principal de todas estas medidas es la de servir como
instrumentos de prueba y de control del comportamiento de los sujetos, con antelación a
su liberación definitiva.
Las experiencias que se han llevado a cabo hasta ahora en España en el tratamiento de los
delincuentes sexuales son positivas y prometedoras, pero apenas constituyen un primer
paso en esta materia. En un futuro deberían dedicarse más recursos y esfuerzos para
profundizar en estos programas. Dos medidas que parecen convenientes para ello son:
• Crear unidades penitenciarias especializadas en el tratamiento de los delincuentes
sexuales y violentos. Ello permitiría la concentración de esfuerzos en estas
tipologías de delincuentes que son, en definitiva, los que suscitan una mayor
preocupación y temor ciudadanos. Estas unidades especializadas podrían llevar
a cabo la evaluación, el tratamiento y el seguimiento en el centro penitenciario
de estos internos, con las consiguientes mejoras en la disminución de su riesgo
delictivo.
• Crear equipos especializados en el seguimiento y desarrollo de programas fuera
de las prisiones para delincuentes sexuales y violentos, tal y como se ha hecho
en algunos casos, por ejemplo, para poner en práctica las nuevas medidas
alternativas a la privación de libertad como los trabajos en beneficio de la
comunidad.
La creación (ya sea mediante la dotación de nuevos recursos de personal especializado o
a través de la reconversión de algunos de los existentes) de equipos específicos para el
tratamiento de los delincuentes violentos y sexuales constituiría un avance muy importante
en España en esta materia. Tanto las actuales legislaciones penales como las penitenciarias
Intervenció intensiva amb interns autors de delictes violents i contra la llibertat sexual 195
Santiago Redondo Illescas
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