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El hombre libre siempre tiene tiempo disponible para conversar con tranquilidad en sus
horas de ocio. Pasará, como veremos en nuestro diálogo, de un argumento a otro; como nosotros,
estará dispuesto a dejar el argumento antiguo por otro nuevo que arrebate más su imaginación; y
no se preocupa de lo larga o breve que pueda ser la discusión, con tal que se alcance la verdad.
Por otra parte, el profesional o el experto habla siempre a contratiempo, apremiado por el reloj;
no ha lugar para explayarse sobre cualquier materia que haya elegido, sino que su rival, o editor,
le persigue dispuesto a recitar un programa a cuyas cláusulas debe confinarse. Es un esclavo
peleando con un camarada esclavo ante un señor que se sienta a deliberar con algún pleito
definido entre manos; y el resultado nunca es indiferente, sino que sus intereses personales están
siempre en peligro, y a veces incluso su salario. En consecuencia, adquiere una tensa y amarga
perspicacia...
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Tomado del libro Estructura y desarrollo de la ciencia, W: Stegmüller y otros, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1984. Págs.
147 – 213.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: No le comprendo.
B: Cuando se representa una buena obra, el público toma muy en serio la acción y las palabras de los
actores; ora se identifica con un personaje, ora con el otro, y lo hace así aunque sepa que el actor que
representa el papel de puritano es un libertino en su vida privada y el anarquista que hace estallar una
bomba, un ratón asustado.
A: ¡Pero el público toma en serio al autor de la obra!
B: ¡No, el público no hace eso! Cuando la obra que se representa consigue impresionarle, el público se ve
obligado a considerar problemas sobre los que nunca había reflexionado sin importarle la información
adicional que pueda obtener una vez que la representación ha terminado. En realidad esta información
adicional no es importante...
A: Pero supongamos que la obra constituye un fraude muy sutil...
B: ¿Un fraude?, ¿qué quiere Ud. decir? El autor ha escrito una obra, ¿de acuerdo? La obra produce cierto
efecto, ¿no es así?, y hace pensar a la gente, ¿la hace pensar o no?
A: La hace pensar engañándola.
B: No hay engaño alguno porque el público no piensa sobre el autor. Y si resultara que sus creencias son
diferentes a las de sus personajes, tendríamos que admirarle aún más por haber sido capaz de
trascender los estrechos límites de su vida privada. Ud. parece preferir un autor-predicador...
A: Prefiero un autor del que pueda fiarme...
B: ¡Porque no quiere pensar! Ud. desea que el autor asuma la responsabilidad de sus ideas para así
poderlas aceptar sin escrúpulos y sin tenerlas que examinar en detalle. Pero le aseguro que esa
honestidad suya no le va a servir de gran cosa. Hay muchos débiles mentales honestos.
A: ¿Está Ud. contra la honestidad?
B: No contesto preguntas de ese tipo.
A: Muchos lo hacen.
B: Por lo mismo de antes, porque no piensan. No sé qué significa «ser honesto» en todas las cuestiones
que la vida me pueda deparar. ¿Qué significa ser honesto para con mi perro o para con un niño que
todavía no puede hablar? No sé qué significa tener relaciones personales honestas o desayunar
honestamente...
A: ¡Esos ejemplos son ridículos!
B: ¡No lo son! ¡En absoluto! Cierta gente exige que llevemos una vida completamente honesta, lo que
significa que todas y cada una de sus partes han de suponerse impregnadas de honestidad...
A: Cada parte importante...
B: ¡Ya! ¿La actitud hacia un perro es algo importante?
A: Ciertamente no.
B: ¿Y hacia un niño pequeño?
A: Un niño es un ser humano...
B: Pero en cierto estadio de su desarrollo es menos probable que sea afectado por los malos tratos que un
perro.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
B: ¡Exactamente! Existen muchas más cosas en la vida que las encerradas en cualquier credo particular, en
cualquier filosofía, punto de vista, forma de vida, o lo que se quiera, y por tanto no habría que educarse
para dormir día y noche en el ataúd de un conjunto particular de ideas, y el autor que expone su
concepción a los lectores no debería ser tan corto de vista como para creer que no hay nada más que
decir.
A: ¿Existe algo más en la vida que la verdad, la honestidad...?
B: Santo Dios, cuándo dejará de tatarear esas disparatadas arias que no poseen contenido cognoscitivo
alguno y sólo funcionan a modo de silbidos para llamar a los perros: colocan a la persona leal en un
estado de alerta agresiva; exceptuando sus cerebros, claro. Recíteme cualquier serie de virtudes.
Siempre habrá otra virtud que en ciertas ocasiones podría entrar en conflicto con ellas. La caridad puede
entrar en conflicto con la justicia y la veracidad, el amor con la justicia y también con la veracidad, la
honestidad con el deseo de proteger la vida de alguien, etc. Además, nunca conocemos todas las
virtudes que podrían dar contenido a nuestras vidas, apenas hemos empezado a pensar sobre esta
materia y por tanto cualquier principio eterno que se quiera defender hoy será rechazado con toda
probabilidad mañana, a menos que consigamos un lavado de cerebro tal que dejemos de ser humanos
para convertimos en máquinas de la verdad o en computadores de la honestidad. Ciertamente hay
mucho más en la vida que la verdad y la honestidad. Hemos de ser capaces de ver esta riqueza.
Debemos aprender a manejamos con ella, lo que significa que hemos de recibir una educación que
contenga algo más que unos pocos preceptos estériles o, para decirlo de forma negativa, debemos
protegemos de quienes desean convertirnos en copias fieles de su propia escualidez mental.
A: Decididamente, Ud. está en contra de la educación.
B: ¡Todo lo contrario! Considero la educación -un tipo sano de educación- como la ayuda más necesaria
para la vida. Pienso que las pobres criaturas que fueron arrojadas al mundo sólo porque un hombre y
una mujer se aburrían juntos, porque se sentían solos y creyeron que engendrando un animalito
simpático podrían mejorar las cosas, o porque mamá olvidó acoplarse su artefacto intrauterino, o porque
mamá y papá eran católicos y no osaban proporcionarse placer al margen de la procreación, pienso -
digo- que estas pobres criaturas necesitan protección. Recibieron la vida sin haberla pedido, y sin
embargo desde el primer día de su existencia son objeto de continuos atentados, se les prohíbe hacer
esto, se les ordena hacer lo otro; cualquier presión concebible es ejercida sobre ellos, incluida la
inhumana presión que se deriva de la necesidad de amor y simpatía. Así es como crecen y llegan a
«personas responsables». Entonces las presiones adquieren mayor refinamiento. En lugar del látigo
tenemos el argumento, en lugar de las amenazas paternas tenemos las presiones procedentes de algún
enano a quien sus enanos seguidores tienen por un «gran hombre», y a quien, en lugar de estar
engullendo su cena, se te supone buscando la verdad. Pero ¿por qué tendrían que imitar los niños de
mañana a los necios eruditos de hoy? ¿Por qué aquéllos a quienes hemos impuesto la existencia no
deberían concebir esa existencia a su modo y manera? ¿No tienen derecho a dirigir sus propias vidas?
¿No tienen derecho a satisfacerse y gozar aun cuando ello espante y rasgue las vestiduras de maestros,
padres y madres, así como de las fuerzas de la policía local? ¿Por qué no deberían decidirse contra la
Razón y la Verdad?
A: Ud. debe estar soñando...
B: Tengo perfecto derecho a hacerlo. Todo el mundo tiene perfecto derecho a soñar y no deberíamos ser
despojados de él por una educación que aplasta en lugar de ayudamos a desarrollar nuestro ser al
máximo.
A: «Desarrollar nuestro ser al máximo». Es Ud. la persona más egoísta que he visto en mi vida.
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B: No he dicho que quiera este derecho para mí mismo. Soy demasiado viejo para hacer uso de la libertad
que creo debería darse a todos, y estoy demasiado carcomido por una vida caótica y desastrosa. Lo que
digo es que cualquiera de los que han sido puestos en este mundo sin haber sido consultados puede
reírse en la cara de quien pretenda instruirle sobre «deberes», «obligaciones» o lo que Ud. quiera. Yo no
pedí nacer. No supliqué a mi madre que se metiera en la cama con mi papá para que pudiera ver la luz
del día. No imploré a mis padres sus cuidados ni a mis maestros sus enseñanzas, por tanto no les debo
nada. Tampoco debo nada a los «líderes de la humanidad» y nadie puede esperar de mí que tome en
serio los estúpidos juegos que ellos inventaron para divertirse...
A: Cristo no predicaba para divertirse...
B: En cierto modo sí, pues realmente no obraba contra sus deseos. Cristo imaginó una forma determinada
de vida, deseó difundirla y, tras algunas dudas, incluso intentó obligar a la gente a prestarle atención.
Puso en marcha un proceso histórico a lo largo del cual fueron torturadas y aplastadas millones de
personas, niños pequeños ardieron en la hoguera porque algún inquisidor se sintió «responsable» de sus
almas...
A: ¡No puede condenar a Cristo por lo que hizo la Inquisición!
B: ¡Claro que puedo! Cualquier maestro que desee introducir nuevas ideas, o una nueva forma de vida,
debería tener en cuenta dos cosas. Primera, que se abusará de las ideas a no ser que vayan armadas
de alguna protección. Segunda, debe tener en cuenta que un «mensaje» que sirve de ayuda en unas
circunstancias puede ser funesto en otras...
A: ¿Qué me dice del mensaje de que deberíamos buscar la verdad?
B: Que nos hace olvidar que una vida sin misterio es estéril y que ciertas cosas, por ejemplo nuestros
amigos, deberían ser amadas más que totalmente comprendidas.
A: Pero siempre habrá cosas por conocer...
B: Estoy pensando en cosas que no deberían tocarse aunque la búsqueda de la verdad parezca prometer
algunos resultados...
A: Eso es oscurantismo puro...
B: Sí, y estoy dispuesto a ser más oscurantista de lo que nadie se atreve hoy día a ser.
A: ¿Y cuál es la ventaja?
B: ¿Ha estado enamorado alguna vez?
A: Creo que sí...
B: Cree que sí.
A: Bueno, creo, lo he estado.
B: ¿Le gustaba?
A: ¿Me gustaba, el qué?
B: Estar enamorado.
A: Sí, me gustaba.
B: ¿Probó Ud. a examinar por qué?
A: ¡Sí, por supuesto!
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
B: ¿Cómo procedió?
A: Hice algunas averiguaciones.
B: ¿A quién preguntó?
A: Pregunté a unos conocidos, y también a la dama en cuestión.
B: ¿Cómo reaccionó ella?
A: Fue muy paciente.
B: ¿Se enfrió su entusiasmo por Ud.?
A: Sí, y me dijo que no era de mi incumbencia hablar de sus asuntos con extraños.
B: Su búsqueda de la verdad entró en conflicto con la exigencia de vida privada por parte de ella.
A: Aparentemente, eso es lo que ocurrió.
B: Después de sus indagaciones, ¿la amaba más o menos que antes?
A: Bueno...
B: Se acabó el asunto por completo.
A: Sí.
B: Lo mató con su curiosidad.
A: Pero...
B: Pero existe un área en todo ser humano que hay que respetar, en la que no hay que intentar introducirse
excepto cuando se nos permite hacerlo...
A: Acepto todo eso, pero éste es un caso muy especial.
B: No lo es. Eche un vistazo a este libro.
A: Human Guinea Pigs (Conejos de Indias Humanos). ¿De qué trata?
B: De médicos que buscan la verdad.
A: Bien, los médicos han de encontrar medios para curar a los pacientes.
B: ¿A expensas de los mismos pacientes?
A: ¿Cómo si no podrían mejorar la medicina?
B: a física se basa en la experimentación, ¿no es así?
A: Así es.
B: Los mejores resultados son los obtenidos en el laboratorio.
A: Sí.
B: Pero las estrellas son demasiado grandes y están demasiado lejos para hacer experimentos de
laboratorio con ellas.
A: De acuerdo.
B: Por eso hubo que encontrar otros métodos para obtener conocimiento sobre las estrellas. Y la
astronomía floreció mucho antes que la física a pesar de la ausencia de resultados de laboratorio.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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B: ... fueron formuladas por los Padres de la Iglesia, por ejemplo, San Agustín?
A: No, no lo sabía. ¿Pero qué importa eso?
B: Lo que importa es que la guerra contra los astrólogos no fue iniciada por los científicos sino por la Iglesia,
y por razones religiosas. Y creo que la violencia que caracteriza esta batalla hoy día constituye todavía
una reliquia de los tiempos medievales, por muy «científicos» que pretendan ser sus principales
defensores.
A: Eso es muy interesante...
B: ... E importante, pues muestra que los científicos, a pesar de sus protestas en contra, han tomado de la
Iglesia algunas actitudes importantes.
A: No puedo hacer ningún comentario sobre este punto. Resulta interesante pero no relevante, pues lo que
cuenta son los argumentos, no las influencias.
B: ¿Ha oído hablar de Kepler?
A: (Mirando ofendido) Claro que sí.
B: ¿Sabía Ud. que hacía horóscopos?
A: ¡Porque tenía que ganarse la vida!
B: ¿y que escribió ensayos defendiendo la astrología?
A: Difícilmente pudo haber sido serio.
B: ¿Por qué?
A: ¿Uno de los primeros astrónomos copernicanos?
B: Sí, y no sólo defendió y practicó la astrología, sino que además la revisó y acumuló evidencia para su
versión revisada.
A: (Tiene aspecto de desdichado).
B: Ud. no tiene por qué creerme a mí. Lea a KepIer mismo; aquí tiene su Tertius interveniens y otros
ensayos en sus Obras Completas; lea el antiguo ensayo de Norbert Herz sobre la astrología de Kepler...
A: Bien, en cierto modo comprendo la cuestión. Después de todo, la física de su tiempo no estaba muy
avanzada.
B: ¡Pero ése no era su argumento! Ud. dijo que la astrología había sido reducida a un sinsentido por la
nueva astronomía. Ahora bien, aquí tenemos un nuevo astrónomo, en realidad uno de los mejores
astrónomos nuevos, que escribe una defensa de la astrología. Y no sólo escribe tal defensa, sino que
reúne evidencia y mejora la materia.
A: Puede ser, he sido un poco precipitado, pero, después de todo, errar es humano...
B: ¡No era esa su actitud al empezar el argumento! Maldecía a los astrólogos como si fueran criminales,
como si su tentativa ya hubiese terminado por completo, y con las pruebas más condenatorias contra
ellos. Ahora, de repente, «errar es humano», ¡chicos, cuán tolerantes sois para con vuestras propias
equivocaciones!
A: De acuerdo, de acuerdo. Acepto haberme precipitado en mi juicio, pero, después de todo, la astrología
tiene tantas debilidades que la refutación de un argumento contra ella no mejora en nada la situación,
aun cuando Kepler hubiera decidido en cierta ocasión defenderla. Aquéllos eran otros tiempos, ciencia y
superstición no estaban tan claramente separadas como lo están hoy, e incluso los científicos más
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
preeminentes han sostenido a veces doctrinas absurdas. Kepler defendió la astrología; aceptado. Ello no
la hace mejor. Continúa siendo una vil superstición.
B: Se lo suplico, ¿por qué?
A: Por asumir que las estrellas influyen en nuestras vidas...
B: ¿No es cierto que el Sol brilla hoy?
A: ¿Y qué?
B: ¿No es cierto que Ud. lleva una camisa de tela fina y no un abrigo que le cubra hasta la cabeza? ¿Y que
tiene mejor humor del que tendría si estuviera lloviendo?
A: Ahora se pone Ud. en un plan absurdo. Nadie niega que el Sol influye en el tiempo que hace.
B: ¿Y la Luna?
A: Decididamente, no.
B: ¿Y qué me dice de las mareas?
A: Ese es un asunto distinto.
B: Sin embargo, Galileo, que sustentaba la misma posición que Ud., negó que las mareas tuvieran algo que
ver con la Luna: la astrología es un disparate, por tanto las mareas han de tener una causa diferente.
Estaba equivocado.
A: Porque una teoría posterior que estaba bien confirmada le hizo ver que estaba equivocado.
B: Lo que significa que no podemos quedamos satisfechos diciendo sin más: «La Luna no influye sobre el
tiempo atmosférico»; hemos de examinar la cuestión.
A: De acuerdo.
B: Y lo mismo cabría decir sobre la validez de los horóscopos.
A: Esto último no es necesario. Todo el mundo sabe que la fuerza de las estrellas es demasiado tenue para
ejercer semejante influencia.
B: ¿Sabe Ud. qué es un plasma?
A: ¿Una nube de electrones?
B: ¿Sabe que el Sol está rodeado de un gigantesco plasma?
A: Sí, he oído hablar de ello.
B: ¿Y que lo mismo es cierto de los planetas?
A: No conocía ese extremo, pero parece totalmente plausible.
B: Esas nubes se interpenetran e interactúan...
A: ¡Ah! ¡Ya!, ¿tormentas magnéticas y cosas por el estilo?
B: Exactamente. Entonces tenemos que la actividad solar influye en la recepción de ondas cortas. La
actividad solar depende a su vez de la posición relativa de los plasmas planetarios, lo que equivale a
decir que depende de la posición relativa de los planetas. De este modo, cabe predecir ciertas
peculiaridades de la recepción de ondas cortas por la posición que ocupan los planetas. Existe una
radio-astrología que ha sido descubierta por los investigadores de RCA.
A: Eso no tiene nada que ver con la astrología. La astrología se ocupa de detalles referentes a las vidas
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humanas.
B: No exclusivamente. También se ocupa de los animales, nubes, tormentas, plantas, de cualquier tipo de
conexión entre cielos y tierra. Pero ese tampoco era su argumento, su segundo argumento. Su segundo
argumento era que la influencia de los planetas sería demasiado débil como para ejercer efectos dignos
de atención sobre la tierra. Y ese argumento ha sido refutado por la radioastrología.
A: No creo que su respuesta sea muy acertada. Desde luego, los planetas influyen sobre el Sol, se influyen
entre sí y por ello influyen también sobre ciertos procesos terrestres. Incluso influyen sobre la gente:
después de todo se les puede ver, hablar sobre ellos, escribir poemas. Pero no son esas las influencias
a las que yo me refería. Yo me refería a las influencias ejercidas sin nuestro conocimiento directo y que
determinan nuestras acciones de modo subliminar. Vamos a suponer, por ejemplo, que deseo casarme.
Me pregunto a mí mismo si realmente es así, el por qué y para qué. Al final me caso y creo tener lo
motivos claros. No, dicen los astrólogos, Ud. ha omitido una causa importante, a saber, el horóscopo de
su nacimiento o el de ella, de su matrimonio y el de la fecha en que Ud. la encontró por primera vez. Esta
afirmación, creo, es una superstición estúpida.
B: ¿Qué piensa Ud. de la investigación sobre el cáncer?
A: ¿Qué quiere decir?
B: Bueno, existen muchos institutos dedicados a la investigación del cáncer. ¿Cree Ud. que las ideas
subyacentes a esa investigación son «supersticiones estúpidas»?
A: Claro que no.
B: ¿Por qué no?
A: Ha habido un progreso.
B: ¿Un progreso de qué clase?
A: Nuevos esclarecimientos teóricos.
B: ¿Pero qué ocurre con su curación?
A: Se hacen operaciones, existe la radioterapia, tratamientos químicos...
B: ¿Cómo se trataba el cáncer hace unos treinta años?
A: Operaciones, supongo; eliminación quirúrgica del tejido canceroso.
B: ¿Se han descubierto nuevos métodos de tratamiento?
A: Sí, como he dicho, la radioterapia...
B: Lo que significa, dicho llanamente, eliminar el tejido canceroso de manera más refinada. Continuamos
eliminando.
A: Sí.
B: ¿Ningún método radicalmente distinto?
A: Que yo sepa, no.
B: Ahora bien, los métodos eliminativos ya existían antes de que empezara la micro-investigación y que
surgieran las excelentes teorías modernas sobre la estructura celular.
A: Así es.
B: Lo que significa que esas teorías no han aportado, hasta el presente, ningún avance terapéutico.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: Si Ud. lo dice.
B: No se trata de que yo lo diga, sino de que lo dicen muchos investigadores responsables.
A: Como por ejemplo, ¿quién?
B: Lea el informe de Daniel Greenberg en el vol. 4 (1974) de Science and Government Reports, o H. Oeser,
Krebsbekaempfung, Hoffnung und Realistaet (Lucha contra el Cáncer, Ilusión y Realidad). Greenberg es
particularmente explícito. Llama a las proclamaciones de la American Cancer Society referentes a la
curación del cáncer y a la existencia de ciertos progresos «una reminiscencia del optimismo de Vietnam
antes del diluvio». Y sin embargo, continuamos apoyando la investigación y considerándola científica.
A: Desde luego.
B: Los supuestos teóricos de la investigación sobre el cáncer no son condenados como supersticiones
estúpidas.
A: Ciertamente, no.
B: ¿Y por qué no?
A: Porque ha habido algunos éxitos
B: ¿Qué clase de éxitos?
A: Ahora comprendemos mucho mejor lo que ocurre en una célula particular.
B: ¿Pero comprendemos cómo se origina el cáncer?
A: No, pero estamos en camino de conseguirlo. Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la astrología?
B: ¡Muchísimo! Precisamente le estaba hablando sobre investigaciones que muestran cómo la posición de
los planetas puede correlacionarse con la recepción de ondas cortas en la Tierra.
A: Y yo le replicaba que este hecho no hacia a la astrología una brizna menos absurda.
B: Usted acepta que el hecho en cuestión muestra la influencia que ejercen los planetas sobre los sucesos
terrestres.
A: Sí, pero…
B: Los planetas no son demasiado débiles para ejercer influencia sobre los sucesos terrestres.
A: Pero ésta no es la clase de influencia que estamos buscando.
B: Se trata precisamente del tipo de influencia inconsciente que Ud. busca y es del orden correcto de
magnitud...
A: ¿Sí?
B: Sí, porque los árboles cruzados potenciales, por ejemplo, dependen de las erupciones solares de modo
muy sensible. Sólo hemos empezado a estudiar hasta dónde llegan esas influencias, lo que significa que
estamos más cerca de comprender los horóscopos que lo está la investigación sobre el cáncer de la
comprensión del mismo. Ud. llama a ésta última investigación científica, está a favor de su continuación
a pesar de la distancia que nos queda por recorrer. ¿Por qué no conceder el mismo trato de cortesía a
los supuestos básicos de la astrología?
A: Porque en el caso de la astrología no sólo existe una distancia entre los resultados de la investigación...
B: ...resultados que, como he dicho, son mucho más numerosos que los producidos hasta el presente...
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: ...no sólo existe una distancia entre los resultados de la investigación y las tesis bajo discusión, existen
además objeciones...
B: ...como la objeción de los mellizos...
A: ... como la objeción de los mellizos.
B: Y entonces usted sugiere que una materia o teoría amenazada por objeciones debería abolirse o ser
considerada acientífica.
A: Una materia con objeciones decisivas.
B: Una materia con objeciones decisivas debería ser abolida. ¡Eso sería el final de la investigación sobre el
cáncer!
A: ¿Por qué?
B: Más de treinta años de investigación y ningún resultado decisivo. También hubiera sido el final del
electromagnetismo clásico.
A: ¿Por qué?
B: Porque el electromagnetismo clásico, ciñéndonos a la teoría fundamental, implica que no existe
magnetismo inducido alguno. La óptica clásica implica que si se mira un cuadro situado en el foco de una
lente tendríamos que ver un agujero infinitamente profundo y, sin embargo, nunca se ha visto cosa
semejante. En la teoría cuántica de campos tenemos los infinitos...
A: ...y tenemos la renormalización...
B: ...considerada «un truco grotesco» por algunos físicos. Dondequiera que mire se encontrará con teorías
acosadas por grandes e importantes dificultades. Y sin embargo se las continúa sustentando porque los
científicos albergan la piadosa confianza de que un buen día se resolverán las dificultades. Así pues,
¿por qué llamamos «supuestos científicos plausibles» a esta confianza piadosa cuando se trata de la
investigación del cáncer o de la teoría cuántica de campos y «superstición estúpida e irresponsable» en
el caso de la astrología? Admitamos que la investigación está a menudo dirigida por impulsos de los que
apenas tenemos alguna justificación y apliquemos este reconocimiento a todas las materias por igual y
no sólo a aquellos científicos que obtienen tal gracia por alguna razón religiosa.
A: Pero...
B: ¡No he terminado todavía! Mire Ud., no tendría nada que objetar si los enemigos de la astrología dijeran:
no nos gusta la astrología, la despreciamos, nunca leeremos libros sobre ella y puede estar seguro de
que no la apoyaremos. Esto es totalmente legítimo. No se puede obligar a la gente a que le guste lo que
detesta, ni siquiera se les puede obligar, y no se les debería obligar, a informarse sobre la materia. Pero
nuestros científicos, nuestros racionales y objetivos científicos, no sólo expresan sus gustos y
repugnancias, sino que actúan como si tuvieran argumentos y utilizan su considerable autoridad para dar
fuerza a sus repugnancias. Sin embargo, los argumentos que realmente emplean sólo muestran su
despreciable analfabetismo...
A: De acuerdo, de acuerdo, lamento haber sacado el asunto a colación; apenas conozco nada sobre el
mismo...
B: ...sin embargo, cuando empezamos nuestra pequeña conversación se comportaba como si supiera
muchísimo, y lo mismo es cierto de todos los científicos que hacen declaraciones sobre materias de las
que no tienen idea.
A: Dudo que existan muchos científicos de esa clase.
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B: Siento mucho tener que desilusionarle. Sólo tiene que echar un vistazo a estas hojas. Se trata de la
revista americana, número de octubre/noviembre de 1975, The Humanist (extraño título para lo que
resulta ser un guiñapo ultrachauvinista). Aquí tiene Ud. una serie de artículos criticando la astrología. Los
artículos están mal escritos y plagados de errores. Uno de los autores dice: «La Astrología se derrumbó
porque constituye un sistema geocéntrico». Este fue su primer argumento. Inadmisible, como ya hemos
visto. Un astrónomo, Bart J. Bok, que ha estudiado astrología durante mucho tiempo, escribe: «Las
paredes de la clínica de maternidad nos protegen efectivamente de muchas radiaciones conocidas”. Con
esto se cree haber refutado el supuesto de que la posición del Sol, la Luna y los planetas afecten al
organismo del niño. Pero en experimentos con tubérculos se descubrió que la capacidad del tubérculo
para sentir la posición de la Luna es mayor que la habilidad de los experimentadores para mantener el
laboratorio a temperatura, presión, humedad, iluminación, etc., constantes (¿o es que se supone que los
niños son menos sensibles que los tubérculos?). Un autor afirma que la astrología surgió de la magia.
Pero, si es que se quiere hablar de manera tan general, la ciencia también «surgió de la magia». Bien,
Ud. podría decir: siempre hay científicos que sobrepasan los límites de su competencia y hacen el
ridículo. Pero mire el final del resumen general que precede a los argumentos expuestos con mayor
detalle. Hay 186 firmas de científicos. ¡186 firmas! Resulta muy claro que esos señores doctos no
estaban tan interesados en convencer mediante argumentos como en presionar a la gente. Pues si se
tiene un buen argumento, ¿cuál es la utilidad de tantas firmas? Por tanto, lo que tenemos aquí delante es
nada menos que una encíclica científica: los pontífices han hablado, la cuestión está decidida. ¡Fíjese
ahora en los nombres! No se trata precisamente de un puñado de científicos desconocidos: las más
famosas estrellas del «establishment» científico señalan con el dedo a los astrólogos y los condenan.
John Eccles, el «campeón popperiano», ganador del Premio Nobel; Konrad Lorenz, el etólogo (hombre a
quien admiro mucho), ganador del Premio Nobel; Crick, el co-descubridor del DNA, otro gran Premio
Nobel, etc., etc. Entre los firmantes tiene Ud. al economista Samuelson, a Pauling con dos Premios
Nobel y su afirmación no fundamentada (aunque muy razonable) sobre la eficacia de grandes dosis de
vitamina C contra los resfriados: todo el mundo que es alguien en ciencia presta su nombre para apoyar
un documento que constituye un vertedero de ignorancia y analfabetismo. Pocos meses después de la
aparición del documento, un periodista de la BBC propuso celebrar una discusión entre algunos
ganadores del Premio Nobel y algunos defensores de la astrología, pero todos los ganadores del Premio
Nobel declinaron la invitación, algunos acompañándola con la observación de que no tenían idea alguna
sobre los detalles de la astrología: los señores doctos no sabían de qué hablaban. Ahora bien,
semejantes analfabetos deciden qué hay que enseñar y qué no hay que enseñar en las escuelas;
semejantes analfabetos proclaman con altivo desdén qué tradiciones antiguas, que ellos no han
estudiado y que no comprenden, han de ser erradicadas sin pararse a pensar en la importancia que
dichas tradiciones puedan tener para quienes desean vivir de acuerdo con ellas: semejantes analfabetos
interfieren en nuestras vidas, al nacer, cuando las madres son llevadas a los hospitales para que sus
hijos empiecen a familiarizarse, desde el principio, con el esplendor de la sociedad tecnológica sin rostro
donde van a vivir; en la primera juventud, cuando se deciden cuidadosamente las aptitudes y se
establecen, también cuidadosamente, los planes de estudio con el fin de introducir en el cerebro de los
adolescentes el máximo posible de religión científica, y así sucesivamente hasta llegar finalmente a una
«ciencia mortuoria» que toma a su cargo los cuerpos cansados, gastados y dañados por la
contaminación.
A: ¿Ciencia mortuoria?
B: Sí, una materia legítima en muchas universidades. Semejantes analfabetos determinan además cuándo
y cómo vamos a utilizar la energía nuclear, cómo van a vivir nuestros niños, qué medicina es la buena y
cuál no, ridiculizan los procedimientos para curar el cáncer que no hagan uso de la cirugía o de
productos químicos perjudiciales e intentan proscribirlos, como antes, sin haberlos estudiado; gastan
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campos explorados por las tribus «primitivas», proyectan su propia ignorancia sobre ellas e infieren una
«mentalidad primitiva» que produce «supersticiones» en lugar de «resultados científicos». De modo
similar, muchos médicos modernos que desconocen la medicina de Nei Ching miran con desprecio la
acupuntura e intentan proscribirla por medios legales. Ahora continúe leyendo.
A: «Es importante que los no-arqueólogos comprendan cuán inquietantes son para los arqueólogos las
implicaciones de la obra de Thom...» ¿Quién es Thom?
B: Uno de los investigadores que han descubierto una geometría, una metrología y una astronomía
megalíticas bastante complejas; una astronomía que incluía el conocimiento de la nutación de la
trayectoria de la Luna.
A: ¿Qué es eso de la «nutación»?
B: La órbita de la Luna es oblicua en unos cinco grados respecto de la eclíptica. Los puntos de intersección
entre la órbita de la luna y la eclíptica, llamados nudos, dan la vuelta a la eclíptica en unos 186 años.
Durante este tiempo, el ángulo formado por la eclíptica y la órbita lunar cambia periódicamente; a uno de
estos cambios se le llama nutación. Su amplitud es de unos 9 minutos de arco y ya era conocida por los
astrónomos de la Edad de Piedra. Siga leyendo.
A: (Sin haber entendido totalmente la explicación): «... de la obra de Thom debido a que dichas
implicaciones no se ajustan al modelo conceptual de la Prehistoria de Europa que ha sido usual durante
todo el presente siglo...».
B: Bien, eso es hablar claro. Atkinson «se inquieta» porque una teoría para cuya comprensión no está
preparado no es concorde con la suya. Pero espere un poco, ahora viene un pasaje todavía más
interesante.
A: «No hay que sorprenderse, pues, de que muchos prehistoriadores ignoren las implicaciones de la obra
de Thom, puesto que no la entienden, o que se opongan a ella, porque resulta más cómodo hacerlo
así...».
B: Bueno, bueno, ahí lo tiene Ud. escrito en letras de imprenta: se rechazan nuevas ideas «porque es más
cómodo hacerlo así». Y eso ocurre en el centro mismo de competencia de los señores doctos. Después
de esto, ¿se puede seguir confiando en el médico que afirma que una operación que deforma y debilita
es el mejor modo de curar una enfermedad? ¿Se puede seguir confiando en el científico nuclear que
garantiza la seguridad de un reactivador determinado? Después de esto...
A: Creo que está haciendo una montaña de un grano de arena. Atkinson es un caso aislado...
B: Pero nos ayuda a damos cuenta de cómo funciona y qué obstáculos encuentra, «la mente científica».
Considere a los científicos de cualquier área de investigación. Estos científicos poseen supuestos
básicos que difícilmente llegan a cuestionarse nunca. Cuentan con modos de inspeccionar la evidencia,
considerados como los únicos procedimientos naturales, y la investigación consiste en usar esos
métodos y esos supuestos básicos, no en examinarlos. Es cierto que los supuestos fueron introducidos
en su día para resolver problemas o eliminar dificultades, y que entonces se sabía verlos en perspectiva.
Pero hace mucho que ha pasado ese tiempo. Ahora, ni siquiera se es consciente de los supuestos en
cuyos términos se define la investigación y se considera la investigación que procede de otra manera
como algo impropio, acientífico y absurdo. Decía Ud. antes que a menudo los científicos hacen el ridículo
cuando pontifican fuera del área de su competencia, pero debe oírlos cuando hablan de cosas que han
estudiado con detalle. Bien, no estudian nunca la clase de supuestos que he descrito y sin embargo su
investigación ni siquiera hubiese podido comenzar sin ellos. Lo que significa que todas y cada una de las
partes de la ciencia se mantienen en la periferia y que la expertez no constituye nunca un argumento.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
B: Un médico hace el diagnóstico y prescribe un tratamiento, por ejemplo una intervención quirúrgica
importante, lleva a cabo el tratamiento y obtiene algunos resultados. Supongamos que el resultado sea
un cuerpo desfigurado que vaya cojeando por ahí unos cinco años más y después se muere. ¿Quién le
dice al médico que ha fracasado?
A: Las investigaciones con grupos de control.
B: ¿Y dónde consigue Ud. esos grupos de control teniendo en cuenta que los médicos consideran un deber
mutilar y los pacientes un derecho ser mutilados? Tomemos el caso de la sífilis. Durante mucho tiempo
se creyó que era una enfermedad sumamente peligrosa. Antes de la aparición de los modernos
antibióticos fue tratada a menudo de una forma que dañaba gravemente el organismo. Hace sólo muy
poco tiempo se descubrió que el 85% de los pacientes no tratados llevaban una vida de pareja normal y
que más del 70% morían sin evidencia alguna de su dolencia. Lo mismo puede ser que ocurra con otras
enfermedades cuya curación dañe gravemente al organismo. Muchos hombres tienen un tumor
canceroso en las glándulas de la próstata. El tumor queda confinado en una pequeña área y no produce
ningún daño. Los médicos, particularmente en Alemania, recomiendan biopsias regulares «sólo para
estar más seguros». A menudo, la biopsia disloca parte del tumor, aparecen metástasis en otras partes
del cuerpo y empiezan a desarrollarse formas más peligrosas de cáncer. Lo mismo es cierto de muchas
extirpaciones de tumores: son innecesarias y ponen en movimiento procesos peligrosos y a menudo
incontrolables. Y todo ello debido a que los supuestos de la profesión médica se dan por garantizados
sin haberse percatado tan siquiera de la necesidad de un examen más minucioso de los mismos.
A: ¿Y cuál es la solución?
B: La solución es muy simple: dejar que la gente haga lo que quiera.
A: ¿Qué quiere Ud. decir?
B: Existen muchas formas de medicina en el mundo.
A: ¿Se refiere a curanderos y cosa por el estilo?
B: Bueno, las cosas no son tan simples como todo eso. Existen muchas formas de medicina desconocidas
por los científicos pero que proceden sistemáticamente, se basan en algún tipo de filosofía y han sido
practicadas durante bastante tiempo.
A: ¿Puede ponemos algunos ejemplos?
B: La medicina Hopi, la acupuntura, las distintas formas de herbalismo que existen tanto en Europa como
en Estados Unidos, la curación por la fe...
A: ¿...Curación por la fe? No puede estar hablando en serio.
B: ¿Qué sabe Ud. sobre el tema?
A: Pues no mucho...
B: Y sin embargo pide a gritos un degüello sangriento. Ahora escuche esto. Hay enfermedades
estructurales, clasificadas como trastornos circulatorios por la medicina occidental, que se deben al
desplazamiento de los meridianos de la acupuntura. La posición de los meridianos puede establecerse
eléctricamente: la resistencia de la piel es inferior a lo largo de un meridiano. Ahora bien, se ha
descubierto que durante el proceso de curación por la fe, los meridianos del que cura se distorsionan
exactamente de la misma manera que los del paciente: el que cura por la fe asume, por decirlo así, la
enfermedad, pero su cuerpo es bastante fuerte para superarla y de este modo, al final, él y el paciente
quedan curados. Después tenemos la homeopatía, hidroterapia y otras muchas formas más de medicina.
Todas ellas tienen una cosa en común: sus métodos de diagnosis no manosean el organismo y su
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
terapia nunca es tan drástica como la sugerida por los médicos occidentales. Es por tanto aconsejable
agotar primero todas estas formas de medicina.
A: ¿Sugiere Ud. seriamente que el médico mande sus pacientes a un curandero?
B: Mire Ud., mi querido A, su terminología sólo muestra cuán poco conoce Ud. la historia de la medicina y
las varias escuelas médicas que existen. Apenas conoce ningún tipo de medicina, sabe poco de ciencia,
sin embargo piensa que la verdadera medicina es la científica y condena el resto. Tampoco sabe nada
sobre ese resto, sin embargo afirma que no es bueno, que está lleno de supersticiones, que es
perjudicial y por consiguiente le da el peor nombre que ha podido encontrar: habla de «curanderos»; lo
cual, lamento decirlo, no revela más que su ignorancia.
A: Si Ud. tuviera leucemia, ¿consultaría a uno de esos médicos (en realidad, no sé cómo quiere que se los
llame) en lugar de acudir al Sloan-Kettering Institute?
B: Vamos a ver, ¿qué tiene de especial el Sloan-Kettering?
A: Que investiga sobre el cáncer.
B: Igual que los acupunturistas y los herbalistas.
A: ¿Los acupunturistas y herbalistas investigan realmente?
B: No tiene que preguntármelo a mí. Es Ud. quien lo sabe todo acerca de todo.
A: Pienso...
B: Cuándo dejará de «pensar» y se pondrá a examinar las cosas por las que siente tanto desprecio. No
sabe nada de herbalismo pero declara, im Brustton der Ueberzeugung (en tono del más íntimo
convencimiento), que los herbalistas no hacen ninguna investigación.
A: En todo caso, ninguna investigación científica.
B: Mire Ud., no estoy dispuesto a continuar esta discusión. Primero estudie, y ya hablaremos. No veo por
qué he de estar refutando constantemente opiniones cuyo único fundamento es el atrevimiento de la
ignorancia. Y por lo que se refiere a la investigación que lleva a cabo el Sloan-Kettering, recuerde lo que
le decía antes acerca del éxito de la investigación sobre el cáncer en los últimos treinta años, o mejor
aún, lea el ensayo de Greenberg. ¡Se lo recomiendo muy sinceramente! Pero permítame resumir ahora
el argumento: la medicina científica moderna contiene supuestos que nunca han sido contrastados en el
área de la medicina; apenas son conocidos, son defendidos como dogmas y no pueden ser examinados
por los médicos, primero, porque caen fuera del dominio de su competencia y, segundo, porque no se
sabe qué tendría que contar como evidencia en contra. Sabemos qué es lo que hace la medicina
científica moderna, pero no sabemos si es la mejor medicina que puede hacerse. Tampoco sabemos si
es la peor. Para descubrirlo hemos de emplear diagnosis y terapias, basadas en supuestos distintos, de
acuerdo con una filosofía médica completamente distinta.
A: Pero Ud. decía antes que no se puede obligar a la gente, y no deberíamos obligarla, a que abandone la
medicina científica. Tal fue su objeción contra el uso de grupos de control.
B: No podemos obligar, pero podemos ofrecer oportunidades de métodos terapéuticos alternativos, por
ejemplo podemos abandonar el intento de proscribir cualquier tipo de tratamiento que no esté aprobado
por las principales asociaciones médicas tales como la AMA. La gente debería ser capaz de elegir el
tratamiento que prefiera, debería ser capaz de hacerlo abiertamente, sin tener que hacerlo furtivamente
por la puerta trasera, los resultados del tratamiento deberían hacerse públicos y de esta manera sería
posible una comprobación y evaluación de la eficiencia de la medicina científica. Estoy convencido de
que semejante comprobación haría aparecer la medicina científica como un engaño gigantesco y caro
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
ejercido por los médicos tanto sobre ellos mismos como sobre sus pacientes.
A: ¿Y quién va a proteger a los pacientes de tratamientos incompetentes?
B: ¿Quién los protege ahora?
A: Los consejos médicos supervisores...
B: Los consejos médicos supervisores velan por la seguridad de que los pacientes serán mutilados de la
manera oficialmente reconocida, no los protegen de los procedimientos oficiales mismos. Ud. parece
pensar que quien se somete a tratamiento científico está a salvo mientras que aquel que se somete a !a
acupuntura, por ejemplo, arriesga su vida. Pero el caso es exactamente el opuesto. Los acupunturistas,
los que curan por la fe, los herbalistas no utilizan rayos X, ni productos químicos, drogas o biopsias, no
utilizan la cirugía; su tratamiento, como es bien sabido, puede resultar ineficaz en ciertas ocasiones, pero
no perjudica nunca. No escarban el cuerpo, y no perturban sus funciones naturales. De ese modo, las
oportunidades; de tratamiento pernicioso son mucho más reducidas en el caso de los «curanderos» que
en el caso de la medicina científica. Cabe comparar ambos casos con un baño templado por una parte y
con el intento de eliminar la superficie sucia con fuertes productos químicos por otra. Y aún hay más.
Hoy día, los pacientes han de elegir muy a menudo entre opiniones médicas alternativas. ¿Por qué no
ampliar, pues, esta elección a sistemas médicos alternativos? Los pacientes son quienes han de sufrir
las consecuencias, no hay seguridad de que la medicina científica haya alcanzado la respuesta correcta
y es muy razonable recelar del tratamiento sugerido. En tercer lugar, muchos sistemas médicos
alternativos constituyen una parte importante de toda una tradición, están relacionados con creencias
religiosas y dan sentido a la vida de quienes pertenecen a esa tradición. Una sociedad libre es una
sociedad en la que todas las tradiciones gozan de los mismos derechos sin importar lo que otras
tradiciones piensen sobre ellas. Lo mismo es válido respecto a las opiniones de los otros, elección del
mal menor, oportunidad de desarrollarse: todas estas cosas arguyen a favor de permitir que todos los
sistemas médicos entren en competencia abierta y libre con la ciencia. Con lo dicho tiene Ud. la
respuesta a nuestra cuestión de partida: ¿Quién va a determinar qué significa estar enfermo o estar
sano? Ud. decía: los médicos, los médicos científicos. Yo diría que la salud y la enfermedad han de ser
determinadas por la tradición a la que pertenezca la persona sana o enferma y a su vez, dentro de cada
tradición, por el ideal particular de vida que el individuo se haya forjado. Estas formas particulares de
vida pueden ser estudiadas científicamente sólo después de haberlas «aprendido» y han de aprenderse
como se aprende un lenguaje: participando en las actividades que lo constituyen. En este contexto
aparecen muy claras las ventajas del antiguo médico de cabecera que conocía a sus pacientes, conocía
su idiosincrasia y sus creencias: sabía lo que necesitaban sus pacientes y había aprendido a
proporcionárselo. Comparado con él, los médicos «científicos» modernos se parecen a dictadores
fascistas que imponen sus ideas de enfermedad y salud bajo el velo de una terapia que en muchos
casos no es más que un ejercicio inútil. Así pues, se ve la necesidad, por todas estas razones, de
combinar la enseñanza, o la exposición de nuevos puntos de vista, con recursos protectores. Un buen
maestro no sólo ha de procurar que la gente acepte una forma de vida, sino que ha de suministrar
también los medios para verla en perspectiva y tal vez incluso para rechazarla. Ha de intentar influir y
proteger. No sólo ha de procurar hacer propaganda de sus puntos de vista, ha de añadir un ingrediente
que los haga menos mortíferos y que proteja a la gente para no ser aplastada por ellos.
A: Esa es una teoría totalmente absurda: ¡una imposibilidad psicológica! Se quiere introducir nuevas ideas.
Hay que hablar en un ambiente hostil. Por tanto hay que hacer el caso lo más fuerte que sea posible. Y
sin embargo Ud. quiere añadir a la munición que sus oponentes ya tienen...
B: ...¡Munición que, desde luego, ha de ser también contrarrestada! Acepto que lo que intento conseguir tal
vez resulte una utopía. Mire Ud., yo no quiero sustituir los maníacos de una clase por maníacos de otra
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
clase distinta: judíos por cristianos, dogmáticos por escépticos, científicos por budistas. Lo que quiero es
poner punto final a todas las manías y a las actitudes de la gente que apoyan esas manías, facilitando
así el éxito de sus profetas.
A: ¿En qué actitudes está pensando?
B: Las encuentro constantemente en mis viajes y lecturas. Digo a la gente que ciertas formas de organizar
la sociedad no son aconsejables y que los argumentos a favor de tales organizaciones no son válidos.
A: Sólo quiere embaucarles para que sigan el camino de Ud.
B: No. Analizo los puntos de vista que sostienen empleando argumentos comprensibles para ellos; les hago
ver que los puntos de vista no funcionan de acuerdo con sus propios criterios. Y la pregunta que oigo
siempre es la misma: «¿Y qué hemos de hacer?»
A: Una pregunta muy legítima.
B: ¿Viniendo de personas adultas?
A: ¿No hablaba Ud. de estudiantes?
B: Eso no tiene ninguna importancia. Si una persona, de dieciocho años o mayor, pregunta en un momento
de apuro «qué tengo que hacer», espera que algún instructor le dé una respuesta y queda aturdido
cuando el instructor le contesta «por qué no lo descubre por sí mismo»; pues bien, todo esto sólo
muestra hasta qué punto nuestro sistema educativo convierte a la gente en ovejas y a los intelectuales,
maestros o como Ud. quiera llamarlos, en perros pastores.
A: Pero un día las ovejas crecerán...
B: ... y se convertirán en perros pastores que ladran a todo aquel que no acepte la fe que ellos recibieron
cuando se encontraban en el estado de ovejas. ¿A esto llama Ud. educación?
A: ¿De qué modo, pues, va a aprender la gente cosa alguna?
B: Informándose ellos mismos.
A: Pero alguien tendrá que enseñarles...
B: ...Sin convertirles en copias de carne y hueso de las manías del maestro.
A: Pero hay muchos maestros buenos y tolerantes, maestros que no imponen ideas, que son modestos...
B: Los maestros modestos son los peores.
A: Bien, si no le gustan los maestros modestos, ¿qué es lo que quiere Ud.?
B: ¿Sabía Ud. que en otro tiempo se creía que las ideas tenían que ser metidas a golpes en las mentes de
las personas?
A: Sí. He leído algo sobre ello. Pero hace mucho que esos tiempos han pasado.
B: Ahora tenemos métodos distintos.
A: Intentamos conseguir que los estudiantes se interesen, intentamos adoptar los procedimientos de
enseñanza a su desarrollo natural, a sus inquietudes...
B: ...Y esos maestros modernos son, claro está, muy modestos.
A: Lo son. Modestos y críticos.
B: ¿Qué es lo que enseñan esos maestros tan modestos?
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
cabe!, que la gente se informe, que los predicadores del humanismo intenten convencernos de que es el
único credo digno de ser tomado en consideración...
A: Vamos a ver, ¿qué otras cosas existen?
B: El temor de Dios, por ejemplo, o la armonía con la naturaleza: esto es, con todas las cosas vivientes y no
sólo con el hombre. Un humanista está totalmente dispuesto a maltratar a los animales con tal de
cuidarse a sí mismo, mientras que una persona que respeta el reino de la naturaleza en su conjunto,
niega el derecho del hombre a someter otras especies a sus caprichos aun cuando ello suponga un gran
inconveniente para el hombre.
A: Pero si no se le enseña a la gente algunas virtudes, ¿cómo se supone que van a vivir juntos sin matarse
unos a otros?
B: No he dicho que las virtudes no deben ser enseñadas, he dicho que deberían enseñarse como el código
de circulación...
A: Lo que significa que Ud. desea que la gente se comporte como si fuera virtuosa sin serlo.
B: Es todo lo que se necesita para que una sociedad funcione sin fricciones.
A: Por ejemplo, Ud. se niega a que se enseñe el respeto a las vidas humanas, sólo quiere que las personas
no se maten entre sí.
B: Ese podría ser un ejemplo.
A: Usted quiere que la sociedad esté compuesta de mentirosos y comediantes.
B: Si la gente desea mentir en dominios no cubiertos por la ley, por ejemplo cuando no están prestando
testimonio ante un tribunal, eso es asunto privado suyo. Además, lo que yo recomiendo no es inducir
automáticamente a la mentira. Si la ley prohíbe matar, lo que, como he dicho, equivale a una ley de
tráfico, entonces todo lo que hace falta es que se cumpla la ley sin importar las razones por las que se
cumple. Puede ser que algunos mientan acerca de sus motivos, otros pueden afirmar abiertamente que
les gustaría matar a todo el mundo pero que no están seguros de cómo podrían llevarlo a cabo, e incluso
otros terceros pueden confesar que sienten rencor hacia cierta gente, querrían matarlos, pero que
sienten todavía más aversión por las prisiones.
A: ¿Pero cómo funcionaría una tal sociedad?
B: Los crímenes serían castigados y una potente fuerza policial garantizaría el cumplimiento de la ley.
A: Así pues, su aparente liberalismo queda restringido las ideas. En la Sociedad en general la represión
sería tan perniciosa como antes.
B: ¿Las leyes de tráfico son represivas?
A: No, pero...
B: Pero han de cumplirse, y alguien tiene que hacerse cargo de vigilar a los transgresores. Usted quiere
convertir a todo el mundo en un zombie de la virtud. ¿No se da cuenta que una educación que
consiguiera un estado semejante constituiría el instrumento más opresivo de la existencia? Anularía
todas aquellas facetas del ser humano que no se acomodan a la virtud y convertiría a una persona capaz
de elegir entre Dios y el Diablo en un computador que siempre lo hace todo bien. Equivaldría a
exterminar a las personas reales sustituyéndolas por ideas encarnadas. Ningún tipo de educación
conocido hoy día produce semejante efecto y ésta es la razón por la que siempre hemos tenido
necesidad de policía. La educación en la que piensa Ud. sustituiría las restricciones externas, que
controlan el comportamiento pero dejan intactas las mentes, por procedimientos de lavado de cerebro
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
que suprimen cualquier otra parte de la persona. Es muy fácil darse cuenta qué procedimiento resulta
más hostil para la libertad.
A: ¿Y qué leyes y compromisos serían introducidos en esa sociedad?
B: No es de mi incumbencia decidirlo, sino de la gente que viva en sociedad. Además, las sugerencias para
tal decisión habrán de cambiar según la situación histórica. Habría que llegar a compromisos y encontrar
un equilibrio adecuado…
A: ¿Según qué criterios consideraría Ud. que semejante equilibrio es un equilibrio «adecuado»?
B: No soy yo quien ha de considerarlo «adecuado» o no, sino la gente implicada; y considerarán que un
equilibrio es «adecuado» según los criterios que hayan podido inventar al enfrentarse con la situación en
la que ellos mismos se encuentren.
A: Su posición es muy cómoda. Primero habla profiriendo bravatas, pero cuando se le plantea una cuestión
más precisa contesta que no es asunto suyo hacer sugerencias o indicaciones.
B: Por el contrario su procedimiento -y ahora me refiero a Ud. y a sus camaradas intelectuales- es
desarrollar en sus despachos teorías, sistemas éticos, filosofías humanistas o lo que Ud. quiera, e
imponerlas a otros con el pretexto de «la educación». Yo quiero que la gente encuentre su propio
camino. Todo lo que hago es eliminar los obstáculos intelectuales que han puesto en su trayectoria, Ud.
quiere cambiar el comportamiento hasta hacerlo concordar con sus preconcepciones. Naturalmente Ud.
ha de tener un plan, mientras que yo puedo dejar la estructuración de la sociedad en manos de sus
propias instituciones. De cualquier modo, entiendo por educación adecuada una instrucción que diga a la
gente lo que está ocurriendo pero que al mismo tiempo intente protegerla para que no sea aplastada por
semejante relato. Por ejemplo, una instrucción de este tipo informaría a la gente de que existe algo
parecido al humanismo pero intentaría además robustecer su capacidad de ver los límites de esa idea.
A: ¿Puede darme una idea de la clase de instrucción que tiene in mente? ¿En qué consisten los recursos
protectores que Ud. emplearía?
B: Los recursos cambian de acuerdo con el estado de conocimientos del individuo instruido. Con los niños
pequeños puede empezarse enseñándoles cuentos de hadas: cuentos míticos, religiosos y científicos
sobre el origen del mundo y su estructura...
A: Pero para ello Ud. continúa necesitando un lenguaje y ese lenguaje tendrá que ser enseñado sin
«recursos protectores».
B: ¡De ningún modo! El mejor protector para no quedar atrapado en un lenguaje particular es una educación
bilingüe o trilingüe.
A: ¡Algo muy difícil!
B: En manera alguna difícil cuando las circunstancias son apropiadas.
A: Las circunstancias rara vez son las apropiadas.
B: A menudo lo son; por ejemplo, en ciertas partes de América. Y sin embargo existe la tendencia
abrumadora a enfatizar un lenguaje restando importancia a los demás. Un niño debería crecer no sólo
conociendo varios lenguajes sino también varios mitos, incluido el mito de la ciencia.
A: ¿Qué mitos elegiría Ud.?
B: Aquí, de nuevo, no soy yo quien ha de elegir, sino la gente del área en cuestión y la gente elegirá de
acuerdo con sus deseos.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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aquellos que tienen nuevas ideas a que las introduzcan sin precauciones y de la forma más fuerte que
sea posible. Así pues, también Ud. puede tener su parte de pastel y comérsela. Puede convertir sus
puntos de vista en una tesis fuerte, no tiene necesidad de reprimirse ni de ser precavido, y, con todo, no
tiene por qué temer embaucar a su audiencia, pues la misma fuerza de su formulación hará fácil
descubrir las faltas, supuesto que sea una audiencia crítica.
B: Al parecer, ese camino no funciona.
A: ¿Qué quiere Ud. decir?
B: De su descripción se sigue que tendríamos que asumir que los racionalistas críticos son mentes libres y
que escriben en un estilo vigoroso y vivo, que han considerado los límites de la racionalidad, que se
oponen a la ciencia en su intento de dominar la sociedad, que han descubierto nuevas formas de
exponer sus puntos de vista, que se sirven al máximo de los medios de comunicación, cine, teatro y
diálogo además del ensayo, que han descubierto la función de las emociones en el discurso y muchas
más cosas de este estilo, como que los racionalistas críticos forman parte de un movimiento interesante
que ayuda a la gente en su deseo de libertad e independencia y que cultiva lo mejor que hay en ella. Sin
embargo, yo sólo veo otro puñado más de intelectuales lúgubres que escriben en estilo amazacotado,
repitiendo ad nauseam unas pocas frases elementales, y que están fundamentalmente interesados en
desarrollar epiciclos alrededor de monstruos intelectuales tales como la verosimilitud y el aumento de
contenido. Sus seguidores son asustadizos o rencorosos, según la clase de oposición que tengan que
afrontar, desprovistos de un mínimo de imaginación. No practican la crítica, es decir, no inventan nuevas
formas de situar sus concepciones en perspectiva; rechazan lo que no les cuadra con la ayuda de frases
hechas. Si el asunto no les es familiar y no puede ser abordado fácilmente, se quedan confusos como el
perro que ve a su dueño con vestidos a los que no está acostumbrado: no saben si deberían echar
acorrer, ladrar, morderle o lamerle la cara. Esta filosofía se ajusta perfectamente a la mentalidad de los
jóvenes intelectuales alemanes. Estos son gente muy «crítica», están contra muchas cosas pero tienen
mucho miedo de cargar con la responsabilidad de sus ataques y por eso buscan algún tipo de seguridad.
Ahora bien, ¿qué mayor seguridad que el útero de una influyente escuela que proteja al crítico de las
repercusiones de su crítica? ¿Y qué mejor útero que el racionalismo crítico que incluso parece tener de
su parte la autoridad de la ciencia? Ciertamente, el racionalismo crítico no es en realidad una filosofía, es
una divagación confusa sobre la ciencia. Ciertamente, esta divagación no es ni correcta ni crítica: no
existe un solo evento interesante en la historia de la ciencia que pueda ser explicado de modo
popperiano y no existe un solo intento de ver la ciencia en perspectiva. Esta «filosofía» no es más que
filosofía creyente pero no una sierva muy perspicaz de la ciencia, del mismo modo que fueron creyentes
otras filosofías anteriores sin ser tampoco siervas muy perspicaces de la teología. La crítica nunca va
dirigida a la ciencia como un todo (como nunca fue dirigida a la religión como un todo); la mayoría de las
veces, dicha crítica se dirige o bien contra filosofías rivales o contra desarrollos impopulares dentro de
las ciencias mismas: procura evitarse siempre cualquier conflicto con la corriente principal de la ciencia.
Todos estos inconvenientes carecen de importancia: nuestros nuevos intelectuales no poseen ni la
imaginación, ni la audacia, ni el conocimiento histórico suficientes para percatarse de cuán mal parado
sale el racionalismo crítico al compararlo con la tradición racionalista. Lessing también fue racionalista;
¡pero qué diferencia! Lessing era consciente de la nefasta influencia que ejercen las escuelas sobre el
pensamiento y se negó por ello a convertirse en fundador de una de ellas (de forma similar algunos de
los primeros médicos, que no querían ver su eficacia terapéutica estorbada por la adhesión a las
doctrinas de una escuela, se consideraban a sí mismos partes integrantes de una «tendencia» que podía
ir en cualquier dirección). Lessing constató la" influencia inhibidora de los nexos académicos y en
consecuencia se negó a aceptar una cátedra. Quería ser «libre como el gorrión» aun cuando ello
significara soledad y hambre. Lessing se dio cuenta de que una «filosofía» que constituyera un sistema
de pensamiento no haría más que inhibir su capacidad inventiva, y por ello dejaba que el asunto
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
B: Eso no tiene ninguna dificultad. Para empezar, lo que Ud. llama «Teoría de Popper» constituye una
contribución a la teoría de la confirmación y no tiene nada que ver con la ciencia.
A: Pero la teoría de la confirmación es una teoría que se ocupa de la confirmación de las leyes científicas.
B: No es cierto. La teoría de la confirmación es una teoría que se ocupa de la relación entre enunciados de
la forma (x)(Ax - Bx) con enunciados de la forma ArBr. Uno de los problemas de esta teoría es el
B
siguiente: dando por supuesto un conjunto finito de enunciados de la forma ArBr, ¿qué razones tenemos
B
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
singulares. Pero ahora no nos interesa esta deficiencia. Se trata de una deficiencia susceptible de
enmienda. Vamos a suponer, en consecuencia, que el modelo de Popper constituye una reconstrucción
correcta de una parte de la ciencia; ello deja intacta la cuestión de si dicho modelo funciona en este
mundo.
A: ¿Qué quiere Ud. decir?
B: Pues que, según el modelo popperiano, hacemos conjeturas audaces e intentamos refutarlas con la
ayuda de observaciones y experimentos. Supongamos ahora que toda generalización, por muy
hábilmente que haya sido concebida, está rodeada siempre por un océano de observaciones en contra.
¿Qué hacemos entonces?
A: No veo el problema.
B: El problema es el siguiente. Si Ud. hace una generalización y no encuentra evidencia alguna que la
amenace, entonces puede usarla en alguna tarea constructiva. Puede contrastarla; en el decurso de la
contrastación encontrará hechos nuevos y así aumentará gradualmente tanto su conocimiento factual
como su comprensión del mundo. Si después de 50 años se ve forzado a abandonar la teoría debido a la
evidencia en contra, no se habrá producido ningún perjuicio, pues la teoría, aunque falsa, le ha ayudado
a hacer avanzar la ciencia. ¿Estoy en lo cierto?
A: Sí, lo está.
B: Supongamos ahora que el mundo no está construido de manera tan confortable. Los hechos conflictivos
no llegan tras un período de paz que pueda utilizarse dejando que la teoría trabaje por Ud., sino que
esos hechos están ahí desde el mismo momento en que se introduce la teoría. ¿Qué hace Ud.
entonces?
A: Un hecho conflictivo deviene hecho refutador sólo cuando es aceptado como tal.
B: Así pues, lo que Ud. viene a decir es que puede vivir con hechos conflictivos tanto tiempo como le
plazca. Pero entonces cualquiera puede elegir la teoría que desee y vivir con ella sin importar cuántos
hechos conflictivos haya, con tal que se posponga indefinidamente la decisión de producir refutaciones.
A: De ningún modo. Si hay conflicto, entonces se crea un problema y el problema debe ser resuelto.
B: Lo que significa que habrá que examinar los hechos. Ellos crean el conflicto.
A: Sí.
B: ¿Todos los hechos?
A: En principio, sí.
B: ¡Interesante! De modo que hay algo que Ud. hace en principio, y hay otras cosas que hará
efectivamente. Ahora bien, si Ud. puede actuar así, el inductivista puede hacer exactamente lo mismo.
«En principio», dirá el inductivista, «puedo determinar las probabilidades, pero en la práctica he de
apoyarme en la intuición y en conjeturas audaces».
A: No, no me ha comprendido. Puedo examinar en principio lados los hechos recalcitrantes, pero en la
práctica tal vez tenga que examinar solamente dos, pues puede ocurrir que el segundo hecho me obligue
ya a rechazar la teoría.
B: Estoy mucho más interesado en la situación opuesta: Ud. retiene la teoría durante mucho tiempo,
durante más de los 250 años que constituyen el período de vigencia de la teoría gravitacional de Newton
y de su mecánica. ¿Cuándo rechaza Ud. la teoría?
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
racionalidad. La situación es, si cabe, todavía peor. Supongamos que todas las partes han aceptado
algunos hechos como reales y estos hechos contradicen una teoría que todas esas partes aceptan. Aun
así, es posible postular efectos desconocidos, «variables ocultas», responsables de la ocurrencia
aparente de un conflicto cuando en realidad no hay conflicto alguno. De nuevo, semejante supuesto es
tan «razonable» como el supuesto de la ausencia total de tales efectos y este seguido supuesto vuelve a
hacerse cuando afirmamos que la teoría ha sido rechazada definitivamente de manera «racional». Cabe
imaginar, desde luego, un mundo en el que la metodología de Popper ofrezca una explicación
completamente racional de todos nuestros pasos y movimientos. Un mundo de este tipo consistiría en
situaciones que pueden identificarse de manera relativamente simple: no existen interferencias o
perplejidades en nuestros experimentos y observaciones, los hechos nunca aparecen mezclados unos
con otros, no existen «hechos ocultos». En este mundo, bastante similar al mundo vislumbrado por
Wittgenstein en su Tractatus, la falsación y el aumento en contenido pueden guiar todas nuestras
acciones científicos y la ciencia, una vez aceptada la metodología de Popper, puede ser enteramente
«racional». Creo que está claro que no vivimos en un mundo semejante. En nuestro mundo, las reglas
de Popper son instrumentos inadecuados para seleccionar teorías de modo «racional». Pero en realidad,
estos detalles no me interesan mucho. Lo que me interesa es que se trata de una filosofía que toma la
ciencia como un supuesto y ve todo lo demás en sus propios términos. No es esto lo que necesitamos
hoy día. Pero, por desgracia, la gente parece preferir reglas simples a puntos de vista que subrayan la
complejidad de todas nuestras decisiones. Esta es la razón por la que los filósofos gustan ahora de la
metodología, lo que constituye un toque de alerta para mí mismo, pues se supone que estoy escribiendo
un ensayo sobre metodología. Mire esta carta…
A: Debería haber puesto en marcha un magnetofón. De la forma que habla, la grabación contendría dos
ensayos. Además, Ud. no está obligado a escribir ese ensayo. Diga que no tiene tiempo o que no tiene
ideas.
B: Bueno, tengo algunas ideas...
A: Es decir, que la tarea le atrae a pesar de todos sus gruñidos...
B: … Porque sería tan fácil mostrar cuán ridícula es en realidad toda esa patraña del «racionalismo
crítico»...
A: …Y porque Ud., claro está, no tiene nada que objetar a un poco de fama. Aún no he encontrado un
filósofo...
B: ... Querrá decir un profesor o una filosofía...
A: ... No, quiero decir un filósofo que no lea sus artículos una y otra vez, sonriendo complacido ante su
propio talento...
B: Debe confundirse con algún otro...
A: ...y que no se derrita al notar la mirada fascinada de sus discípulos...
B: Santo Cielo, deténgase, hace que me sienta mal.
A: Pues sí, tiene razón, no tiene muy buen aspecto. Está mucho más delgado de lo que recuerdo haberle
visto nunca y además parece muy cansado. ¿Está enfermo?
B: ¡Esa es una buena pregunta!
A: ¿Qué quiere Ud. decir?
B: Pues, realmente, no me siento muy bien. He perdido más de 20 libras; además, esos extraños ataques
de lipotimia, me canso con mucha facilidad...
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
tema del máximo interés y los descubrimientos científicos los acontecimientos más importantes, aparte
de la política y las bodas de las estrellas del rock, es decir...
A: De acuerdo, de acuerdo. Admito que lo que dice es cierto de algunos científicos, e incluso tal vez de la
mayor parte de los científicos.
B: Y las pocas excepciones que Ud. tiene la intención de mencionar no cuentan realmente. Es cierto que
esos científicos excepcionales han podido cambiar el curso de la ciencia pero, en primer lugar, dichos
cambios rara vez fueron debidos a la fuerza de sus argumentos y, en segundo lugar, sus logros y
descubrimientos han sobrevivido, por lo general, de forma tan mutilada que ellos no los habrían aceptado
nunca como propios. Tomemos, por ejemplo, el caso de Einstein...
A: ¡Por favor, si hemos de argumentar procedamos de manera ordenada! Ud. es capaz de mantener al
mismo tiempo cincuenta ideas en el aire, pero yo sólo puedo ocuparme de una idea, luego de otra...
B: ¡Esa es precisamente la dificultad que hay que tratar con Ud. y con sus amigos los lógicos! Ud. puede
comprender las cosas sólo si éstas le son presentadas en cierto orden, preferiblemente en orden lineal,
de modo tal que los elementos conserven sus propiedades a lo largo de la discusión. ¿Pero qué ocurre si
el asunto a discutir está configurado de manera totalmente distinta? Consideremos, por ejemplo, la
música. Es cierto que en ella los distintos temas se siguen uno a otro con cierto orden pero, primero, su
repetición no es muy a menudo una repetición exacta, a veces hace falta no poca habilidad para
reconocer un tema a través de todas sus variaciones, y segundo, hay que prestar atención a varias
cosas al mismo tiempo. Cierta gente, por ejemplo los azandianos y algunos seguidores de C. G. Jung,
piensan que los acontecimientos del mundo que habitamos se estructuran exactamente de la misma
manera. Ahora bien, si esto es verdad, la gente como Ud., que «sólo puede ocuparse primero de una
idea y luego de otra», se encuentran en franca desventaja y tendrán que aprender a pensar de otra
forma. Ud. al menos es honesto. Reconoce tener ciertas deficiencias, y me pide disponer nuestra
discusión de modo que le permita participar en ella, a pesar de sus limitaciones...
A: No quería decir exactamente eso...
B: ¿Pero entiende mi observación? ¿No es así? Ahora bien, la súplica de que la discusión se adapte a las
aptitudes de uno es, desde luego, perfectamente legítima. Es la súplica más obvia que puede hacerse.
Cualquier retórico, desde Gorgias al Presidente Mao, diría que un orador debe tener en cuenta al público
y que debe exponer sus ideas de la forma más accesible a ese público. Sus lógicos, por .el contrario,
vociferan una canción muy diferente. Comparten sus limitaciones, hay montones de cosas que no
comprenden y muy pocas que comprenden. Pero en lugar de intentar aprender, afirman que las cosas
que ellos comprenden son las únicas que pueden ser comprendidas. Por alguna razón, han convencido
casi a todo el mundo que ellos están en lo cierto y así nos encontramos ahora con el extraño espectáculo
de una gente corta de vista enseñando a todo el mundo la manera más eficaz de llegar a ser tan ciegos
como ellos mismos. Pero volvamos a nuestro tema principal. ¿Cuál es nuestro tema principal?
A: ¿Lo ve? Ni siquiera sería capaz de mantener una conversación consigo mismo sin que alguien le
ayudara constantemente a regresar al punto de partida...
B: No, no, espere un minuto, ahora me acuerdo. Decía que la ciencia y los descubrimientos científicos nos
parecen importantes sólo porque hemos sido condicionados a considerarlos importantes, porque son...
A: Deténgase justamente ahí, pues ahora viene mi primera objeción: no creo que sea cuestión de
condicionamiento impresionarse ante el hecho de que el hombre haya sido capaz de pisar la Luna...
B: ¡Cuán equivocado está Ud! ¿Puede imaginarse a un profeta, a uno de los primeros cristianos o incluso a
un dogon normal, muy impresionados porque dos hombres fueran dando traspiés y tartamudeando
alrededor de una piedra seca siendo así que ellos podían hablar directamente con el Creador mismo? O
piense en los gnósticos, en los representantes de la tradición hermética o en el Rabbi Akiba, quienes
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
podían ordenar a las almas abandonar sus cuerpos y elevarse de esfera en esfera, dejando a la Luna
muy atrás, hasta llegar a encontrarse cara a cara con Dios en todo su esplendor. ¿Por qué tendría que
alegrar esta gente su semblante ante una empresa tan extraña que necesita enormes cantidades de
maquinaria, miles de asistentes y años de preparación para conseguir... qué? Para conseguir dar unos
pocos brincos, torpes y molestos, en un lugar que nadie en su sano juicio desearía ver muy de cerca...
A: ¡Corte el discurso! ¿Va a enredarse realmente comparando los delirios de algunos maniacos
antediluvianos con los logros científicos de la actualidad?
B: ¡Qué raro! Primero adopta la actitud del racionalista que quiere argumentar y ahora que le ofrezco algo
de material para la argumentación, se pone a insultar...
A: Porque Ud. se empeña en hacer afirmaciones ridículas. ¿O es que pretende hacerme creer que toma en
serio esas teorías?
B: Lo que yo tome o deje de tomar en serio no es lo que ahora se discute. Nuestro punto de discusión es
si la impresión que nos producen los cohetes espaciales se debe a que hemos sido condicionados a
impresionamos por cosas de este tipo o a que son, como diría yo, «intrínsecamente impresionantes».
A: Ese es el punto en litigio.
B: Pues bien, he aducido ejemplos de gente que, debido a una base cultural distinta, hubiese reaccionado
de cualquier manera excepto la de quedar impresionada ante semejante espectáculo celestial.
A: ¿De veras?
B: ¿Comprende Ud.? Si algo es «intrínsecamente impresionante», entonces todo el mundo debe quedar
impresionado por ello...
A: Excepto si ese alguien está obcecado por prejuicios...
B: ¿Y los primeros cristianos estaban obcecados por prejuicios?
A: Difícilmente podrá considerados objetivos.
B: Suponiendo que para Ud. «ser objetivo» signifique...
A: Tener una mente abierta.
B: ¡Ya! Y ahora dígame: ¿cree Ud. tener la mente abierta?
A: En una medida razonable, sí.
B: Y tener una mente abierta significa estar dispuesto a examinar los méritos y deméritos de las distintas
concepciones sin importar cuán extrañas puedan parecer a simple vista, ¿no es así?
A: Así es. Pero no significa confrontar hechos bien establecidos con fantásticos cuentos de hadas e intentar
conseguir cierto rodaje argumentativo que sobrepase la confrontación. Decir que los cohetes espaciales
son impresionantes no significa que lo sean para cualquier estúpido que acierte a pasar por ahí; significa
que son impresionantes para personas mínimamente instruidas, personas equipadas con cierta base
racional para juzgar los problemas y los resultados involucrados. Porque, ampliando su argumento,
podría negarse también la importancia de los cohetes espaciales sobre la base de que todos los perros
que existen sobre la faz de la tierra se ocupan de sus asuntos como siempre...
B: Y al decir que es racional considerar los cohetes espaciales como algo impresionante, Ud. asume que
los astronautas llegaron realmente a la Luna.
A: Desde luego.
B: Mientras que duda de que nadie, nunca, haya ido más allá de la Luna hasta llegar a Dios por medio de
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
un vuelo espiritual.
A: Naturalmente.
B: Y, por supuesto, tiene excelentes razones para aceptar una cosa y dudar de la otra.
A: ¡Las mejores razones del mundo! Cientos de personas vieron cómo despegaba el cohete y millones de
ellas contemplaron el suceso por TV, las estaciones de control se pusieron en contacto con el cohete
cuando éste se sustrajo a la visión del ojo desnudo. Se mantuvieron conversaciones con los
astronautas...
B: ¿Y respecto a sus dudas sobre la realidad del vuelo espiritual?
A: ¿Qué? Ud. sabe tan bien o mejor que yo que semejante cosa es imposible.
B: Tal vez Ud. lo sepa, pero yo no; así qué explíqueme, por favor.
A: (Resignado). Ya veo que quiere jugar. De acuerdo, manos a la obra. Tal como Ud. las ha contado, esas
historias asumen que el alma abandona la Tierra y se remonta de esfera en esfera hasta encontrarse
con Dios. ¿Le repito correctamente?
B: Sí, el libro de Enoch asume ocho esferas, el cuento de Rabbi Akiba tres esferas. Existen varias
versiones, pero todas asumen una serie determinada de esferas.
A: (Triunfante, aunque un poco intrigado por el hermetismo de B). ¡Ahí lo tiene!
B: ¿El qué?
A: ¡No existen esferas!
B: (Guarda silencio).
A: Entonces, ¿dejamos zanjada al menos esta parte de nuestra conversación?
B: ¿Ha oído hablar de las velocidades de escape?
A: Sí.
B: La velocidad de escape es la velocidad que se necesita para que un objeto escape a la influencia
gravitacional de otro objeto y se aleje de él según una trayectoria parabólica. ¿Y ha oído hablar del límite
de Roche?
A: No.
B: El límite de Roche es la distancia hasta la que un planeta puede acercarse a otro sin ser hecho pedazos,
o sin hacer pedazos al otro planeta, cualquiera que sea el planeta mayor.
A: ¿Y qué?
B: Pues que nos encontramos con dos clases de «esferas» alrededor de cada cuerpo celeste; una, las
esferas del espacio ordinario; la otra, las esferas del espacio de momentos que podrían representar muy
bien las esferas de nuestras historias.
A: Pero dudo muchísimo que los autores de esas historias, cualesquiera que sean, tuvieran in mente esta
interpretación de las esferas.
B: ¿Conocía Copérnico la teoría de la relatividad?
A: ¿Qué está maquinando ahora?
B: Bueno, contésteme, ¿Conocía Copérnico la relatividad?
A: ¿Se refiere Ud. a la teoría de la relatividad de Einstein o a la idea más general de la relatividad del
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
movimiento?
B: A la teoría de Einstein.
A: Entonces la respuesta es obvia: Copérnico no conocía la teoría de la relatividad.
B: Por tanto, todo lo que Copérnico dijo no pudo haber sido dicho en la línea de Einstein.
A: No.
B: Ahora dígame: ¿la teoría de Copérnico es correcta?
A: Totalmente, no. Copérnico asumió la existencia de una esfera celeste, y esto constituye un error. Por
otra parte, estaba muy en lo cierto al afirmar que los planetas se mueven alrededor del Sol y que el Sol
no se mueve alrededor de ningún planeta.
B. Sin embargo, según la teoría general de la relatividad, no hay ningún sistema de referencia privilegiada.
En consecuencia, una descripción es tan correcta como la otra y Copérnico se equivoco.
A: Su afirmación es un tanto simplista. Desde luego, no existe espacio absoluto alguno. Pero un sistema
en el que el Sol esté en reposo es más aproximadamente inercial que cualquier otro sistema en el que
uno de los planetas esté en reposo y sea, en este aspecto, diferente de la concepción más reciente.
B: Así pues, cuando Ud. dice que Copérnico «estaba en lo cierto al afirmar que los planetas se mueven
alrededor del Sol y que el Sol no se mueve alrededor de ningún planeta» le da a los términos la
interpretación que acaba de explicar.
A. Sí.
B. Y esa interpretación no era, dice Ud., la interpretación que daba Copérnico a esos mismos términos.
A. No, no lo era.
B. Y sin embargo continúa utilizándola para explicar los resultados de Copérnico a una audiencia moderna.
A. No sólo eso. Necesito además de esa interpretación para hacer derivar a Copérnico, como una
aproximación, de Einstein.
B. ¿No se da cuenta de que lo que Ud. hace con Copérnico es precisamente lo que pretendo hacer yo con
Enoch? Sin embargo, se opone a ello.
A. ¡Y con muy buenas razones! Pues los cuentos de náutica celestial, a los que Ud. parece tener tanta
afición, no son teorías científicas.
B. ¿Antes o después de la reinterpretación?
A. ¡Antes y después de la reinterpretación! No tiene ningún sentido intentar dar contenido factual a una
historia cuando esa historia es, en principio, incapaz de poseer contenido factual...
B: Lo que equivale a dar por supuesto aquello que estamos examinando: Ud. convierte la proposición bajo
debate en premisa del argumento.
A: No, yo no doy por supuesto nada, lo único que hago es aportar una clarificación adicional y esta
clarificación es la siguiente: Copérnico pretende ocuparse de eventos reales y por tanto su obra
constituye, al menos, un posible relato o informe factual, mientras que sus historias tienen una función
completamente distinta, no tienen nada que ver con los hechos, tal vez ni siquiera sean informes o
enunciados, son fantasías religiosas o alegorías...
B: Da la impresión de conocer muchísimo cosas que nunca ha examinado...
A: No necesito examinar el asunto con detalle, puedo proceder por analogía. Por ejemplo, sé que una
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
tragedia, como la de Agamenón, no es lo mismo que una narración histórica. Una narración histórica
constituye una serie de enunciados que, se supone, nos cuentan lo que realmente ocurrió. Una tragedia
contiene enunciados de tipo totalmente distinto junto con gestos y movimientos, decorados y cosas por el
estilo, y su propósito es...
B: Ahora resulta que Ud. también es experto en arte dramático... ¿Lo es?
A: No, no lo soy, y no tengo por qué serIo; todo lo que he dicho es muy elemental...
B: Eso es precisamente lo que decían los adversarios de Galileo cuando criticaban su teoría del
movimiento: «Todo es muy elemental, todos nosotros sabemos que saldríamos despedidos de la Tierra
si la Tierra se moviese...», etc., etc. Realmente Ud. constituye un ejemplo muy bueno de la actitud a la
que antes me he referido. Los científicos poseen montones de «argumentos» a favor de la excelencia de
la ciencia, pero si se examina el asunto más de cerca se cae en la cuenta de que sus «argumentos» no
son más que afirmaciones dogmáticas acerca de materias de las que no tienen conocimiento alguno.
A: Desearía que dejase de moralizar y me pusiera algunas objeciones reales. Bien, voy a intentarlo de otra
manera: ¿Existen cosas tales como los mitos y los cuentos de hadas?
B: Claro que existen.
A: ¿Y esas cosas son verdaderas o no?
B: Una pregunta francamente difícil...
A: ¡Oh, por favor, no más de ese escepticismo que sirve para todo! Cualquier conversación puede
desembocar en un callejón sin salida si ciertas cosas no se dan por supuestas.
B: ¡Perfectamente! Y estoy dispuesto a dar por supuestas muchas cosas: ¡excepto el punto objeto de
nuestro debate!
A: ¡Pero yo estoy hablando precisamente de ese punto! Todos sabemos que existen historias que refieren
hechos históricos o de la naturaleza, y hay otras historias que se narran por entretenimiento o como
parte de un ritual y no tienen ningún contenido fáctico. Generaciones de pensadores han intentado
establecer claramente la diferencia entre estas dos clases de historias y ahora Ud. se comporta como si
no existiera tal diferencia.
B: No niego esa distinción, aunque pienso que ha hecho más mal que bien. Todo lo que quiero señalar es
que resulta muy difícil decidir si una historia particular, como la de Enoch, pertenece a una parte o a la
otra. En todo caso, la mayoría de las veces, las categorías se confunden por completo. Podemos narrar
una historia que creemos históricamente verdadera porque la encontramos entretenida e instructiva y
descubrir más tarde que no sucedió nunca. Muchas historias ingeniosas de la historia de América o, para
el caso, de cualquier otra historia nacional, son de esta clase. O bien, podemos narrar una historia, que
estamos convencidos no ha ocurrido nunca, para establecer alguna cuestión moral y comprobar después
que la historia es, de hecho, verdadera. Durante siglos, las historias que componen la Ilíada y la Odisea
de Homero sirvieron como motivo de inspiración, o para explicar las cualidades del verdadero heroísmo,
pero nadie creía que fueran algo más que unos deliciosos relatos de ficción hasta que Schliemann,
haciendo el supuesto de que ciertas partes de la Ilíada eran literalmente verdaderas, encontró Troya.
Muy recientemente se ha descubierto que algunas obras de arte «primitivo» procedentes de solares
ubicados en Nuevo México, Arizona, Texas y California pueden interpretarse como informes factuales de
la explosión de una nova que también fue registrada en China durante la dinastía Sun. Estas obras
pueden interpretarse como informes factuales, sin embargo ello no las coloca en la categoría de «relatos
factualmente verdaderos», pues es muy plausible que estas obras de arte hayan tenido una significación
religiosa y lo más probable es que, de hecho, la tuvieran. Incluso las teorías científicas modernas no son
totalmente «puras» como se comprueba al escuchar el discurso de un Premio Nobel, o al examinar el
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
programa de Filosofía de la Ciencia del Pittsburg Center que muestra las ecuaciones de Einstein al modo
como un breviario ostenta la señal de la cruz. Así pues, todas estas clasificaciones son bastante
superficiales y prácticamente inútiles. Consideremos el caso del teatro que ha mencionado Ud. antes.
Los detectives reconstruyen los crímenes para averiguar la verdad. En Berlín, Piscator hizo lo mismo a
gran escala y creó un teatro crítico que podía emplearse para contrastar lugares comunes de carácter
histórico y sociológico. Brecht estaba interesado por la verdad, pero también estaba interesado en
promover nuestra habilidad para descubrir el error. Constató que ciertas formas de presentar la verdad
que uno defiende paralizan la mente mientras que otras modifican su capacidad crítica. Una exposición
sistemática que armonice diferentes aspectos y haga uso de un lenguaje estandarizado pertenece a la
primera categoría; una presentación dialéctica que insista en las deficiencias y haga desfilar, uno al lado
del otro, lenguajes técnicos o argots diferentes e inconmensurables pertenece a la segunda categoría.
Así pues, existen distintas formas de exposición, todas ellas con «el mismo contenido factual», pero que
conducen a actitudes muy diferentes respecto a ese contenido. Ud. puede poner objeciones. Puede decir
que semejantes cosas ocurren en el teatro, pero no en ciencia: tratados tales como el de Caratheodory
sobre termodinámica, o el de Von Neumann sobre teoría cuántica son neutrales respecto de las
actitudes. Nada podría estar más lejos de la verdad. Para empezar, Von Neumann pertenece a lo que
cabría llamar tradición euclídea que establece unos supuestos básicos y deriva el resto de ellos. Arpad
Szabó ha mostrado que la tradición euclídea tiene su origen en Parménides. Según Parménides las
cosas no cambian, son. Una presentación verdadera no puede ser, por tanto, una historia que nos
cuente cómo llegan las cosas a la existencia, no puede ser un mito sobre la creación (como el mito de
Hesíodo o de Anaximandro). Ha de ser una exposición que describa naturalezas incambiantes y
relaciones incambiantes entre naturalezas incambiantes. Ahora bien, el postulado básico de esta
tradición -las cosas no cambian- hace mucho tiempo que ha sido abandonado. Nos hemos dado cuenta
que no existen formas estables ni leyes incambiantes de la naturaleza y ahora asumimos que incluso el
universo, considerado como un todo, tiene historia. La base de la tradición euclídea ya no resulta
aceptable. ¿Ha influido esta inaceptabilidad sobre nuestra actitud para con las matemáticas y la física
matemática? No. La presentación de Von Neumann, que ha tenido muchos seguidores, refleja todavía
las ideologías más antiguas. Además, las refleja de forma tal que resulta muy difícil descubrir las
deficiencias fundamentales e imaginar alternativas. Uno llega a convencerse, como hizo Parménides, de
que debe existir una forma perfecta de decir las cosas y de que casi la hemos alcanzado: un paso o dos
más en la misma dirección y la verdad se manifestará por sí misma. Consideremos ahora uno de los
ensayos de Bohr. Para empezar con ello, los ensayos de Bohr, aun cuando se ocupan de materias
altamente técnicas, están escritos en un estilo informal e inconcluso. Von Neumann, desde luego,
también es inconcluso e incluso a veces reconoce este extremo, pero hay partes de su obra que parecen
definitivamente establecidas y sin necesidad de ningún examen ulterior. Esas partes sobresalen por la
claridad y concisión de su formulación. No hay formulaciones especiales de este tipo en Bohr: todo está
igualmente abierto a la duda. Filosofía y ciencia se confunden de tal manera que no resulta del agrado
de puristas como Thompson y Rutherford. Hay una serie de sugerencias, cada una de ellas ilumina un
aspecto distinto del problema abordado, ninguna con pretensiones de ultimidad. Todo lo cual es
completamente intencionado. Bohr sabía que nuestro pensamiento es siempre inconcluso y quería hacer
patente este rasgo, no ocultarlo. También sabía que toda solución, cada uno de los así llamados
«resultados», sólo representa una etapa transitoria en nuestra búsqueda de conocimiento. Cada
resultado es producido por esta búsqueda y, eventualmente, será derogado por ella. Por esta razón sus
ensayos son ensayos históricos: informan de una serie de descubrimientos y errores, y se deslizan
lentamente hacia el estado de cosas actual; no se mueven hacia nada que se parezca a una «solución
última». La descripción de los logros pasados y de los «resultados» actuales son tan tentativos e
inconclusos como la descripción de los pasos que condujeron a ellos. Establezcamos ahora la
comparación entre Bohr y Von Neumann. ¿No son casi como dos novelas diferentes sobre eventos que
sólo guardan una relación muy débil entre sí? Sin embargo, ambas obras representan contribuciones a
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
uno y el mismo tema: la mecánica cuántica. Además, sus obras influyeron en esta materia no sólo por
los hechos que contienen, sino también por su estilo. Fue el estilo de Bohr y seguidores lo que dio su
particular sabor a la teoría cuántica antigua y fue responsable de los innumerables descubrimientos,
retracciones, hipótesis audaces y profundas observaciones que caracterizan este fascinante período de
investigación. Los seguidores de Von Neumann probaron montones de teoremas interesantes con muy
poca aplicación a casos concretos, mientras que los seguidores de Bohr se han mantenido siempre muy
cerca de la realidad física aun cuando se vieran forzados por ello a utilizar términos de forma intuitiva e
imprecisa. Todo esto significa que los componentes estéticos o «dramáticos» que separan a Bohr de
Von Neumann no son adornos externos que deberían ser catalogados por etapas o períodos, sino que
constituyen elementos esenciales en el desarrollo de la ciencia misma. En consecuencia, las distinciones
de la clase que Ud. ha mencionado, caso que puedan establecerse de algún modo, han de serlo de
manera muy diferente a la usual y teniendo in mente un propósito muy distinto. Consideremos la
tragedia, que parece encontrarse al lado opuesto del espectro: lo parece, pero no es así. Para los
griegos, Los Persas constituía un precipitado dramático de eventos históricos muy importantes, pero esta
forma no fue la única en que eran presentados los hechos históricos. Aristófanes nos habla de la política
de su tiempo, incluso de sus contemporáneos en plena vida, pero su estilo es muy diferente del estilo de
Esquilo. Como es sabido, Platón se opuso a la poesía y quería eliminada de su estado ideal. Sus
razones eran que la poesía aleja de la verdadera realidad, despierta las emociones y obnubila el
pensamiento. Pero concedió que podía existir algún argumento a favor de su conservación, y desafió a
«sus campeones» -son palabras del mismo Platón- «que aman la poesía, pero no son poetas, a
interceder por ella en prosa». Aristóteles aceptó el desafío. La tragedia, dijo, es más filosófica que la
historia; no sólo informa de lo que ocurrió, sino que además explica por qué tenía que ocurrir,
descubriéndonos así la estructura de las instituciones sociales. Esto es lo que describe a la perfección La
Orestiada de Esquilo. La trilogía muestra que las instituciones pueden paralizar la acción. Orestes debe
vengar a su padre: no puede eludir esta obligación. Para vengar a su padre tiene que matar a su madre.
Pero matar a su madre es un crimen tan horrendo como el crimen que se le exige vengar. Pensamiento y
acción quedan paralizados -mientras no cambien las condiciones que dictan lo que debe y lo que no
debe hacerse- y, en realidad, tal cambio viene sugerido hacia el final de la trilogía. Observe la forma del
«argumento»: Hay un conjunto de acciones posibles. Cada acción desemboca en algo imposible. De
este modo nuestra atención es dirigida hacia el principio que exige dichas acciones a pesar de
declararlas imposibles. El principio es descubierto y se sugiere una alternativa. Argumentos de esta
forma se encuentran en Jenófanes y posteriormente, de modo más explícito, en Zenón (paradojas del
movimiento), y están a la base de algunas paradojas modernas de la teoría de conjuntos tales como la
paradoja de Russell. Podemos decir, en consecuencia, que la trilogía combina la exposición factual de
condiciones sociales con la crítica de esas condiciones y la sugerencia de una alternativa. Según
Aristóteles, se va todavía más lejos. Platón se había opuesto a la poesía debido a las emociones que
despierta. Aristóteles señala que las emociones tienen una función positiva: liberan las tensiones que
interfieren el pensamiento claro (katharsis) y ayudan a la mente recordándoles las estructuras
desveladas por la representación, la ayudan recordándole su contenido filosófico, es decir, su contenido
teórico-fáctico. Todo lo cual se lleva a cabo con el auxilio de un relato que para los griegos constituía una
parte importante de su tradición, y tal vez incluso de su historia. Dígame ahora, mi querido amigo, ¿cómo
va a clasificar una entidad tan compleja? Su apariencia externa hace de ella una obra de arte (o de
historia dramatizada), al menos según la manera que tenemos de clasificar las cosas hoy día. Su
estructura (considerando ahora los nombres individuales como variables, sugerencia que debemos a
Lévi-Strauss) la convierte en un relato factual combinado con una crítica llevada a cabo según una lógica
bastante sofisticada. Hay en ella impacto dramático, reformulación de la tradición, contenido factual y
lógica, y ahora quiero decir lógica formal, no la insustancial «lógica del discurso estético» que algunos
ignorantes quieren endosamos, unido todo ello en una sola entidad muy vigorosa y máximamente
sofisticada. Tales explicaciones tradicionales aducen descripciones superficiales de un aspecto muy
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
limitado del todo y descuidan el resto. Esta es la razón por la que las obras tal y como son descritas por
el esteta o por el filósofo del arte parecen tan insípidas cuando se las compara con el artículo real. Ahora
bien, Ud. podrá objetar que, cualquiera que sea el contenido factual involucrado, no es un contenido
establecido, sino meramente indicado de forma vaga. Pero en ciencia las «indicaciones» indirectas de
este tipo no son totalmente inusitadas. Tome, por ejemplo, el modelo atómico de Bohr de 1913. ¿Se
afirma en él, o se «establece», que el átomo de hidrógeno consta de un núcleo ubicado en el centro de
una trayectoria circular que puede cambiar bruscamente de diámetro? No se hace tal cosa, pues Bohr
sabía muy bien que semejante enunciado sería falso tanto por razones teóricas como experimentales.
Sin embargo, el modelo no carece de contenido fáctico. ¿Cómo se adquiere este contenido fáctico? A
través de un método complejo de interpretación que es en gran parte conjetural (y por ello nunca fue
explicitado con todo detalle) y que posteriormente llegó a conocerse como «principio de
correspondencia». Exactamente lo mismo es cierto del modelo de la gota líquida del núcleo atómico.
Incluso existe el elemento de falsabilidad y falsación en torno al que Uds., los popperianos, arman tanto
jaleo. Después de todo, la trilogía revela ciertas dificultades y las elimina mediante una nueva
«hipótesis», mediante una nueva forma de vivir unos con otros. Las premisas no están claramente
formuladas como en los ejemplos de falsación que aducen los libros de texto, hay que descubrirlas. Pero
en todo caso, esto hace a La Orestiada más comprehensiva que los libros de texto. La Orestiada nos
dice cómo pueden descubrirse las premisas y cómo han de ser evaluadas, y no sólo lo primero. Mire Ud.,
no acepto, ni por un momento, que el falsacionismo sea mejor que otro método que garantice la
estabilidad; pero resulta interesante observar que aparezca aplicado en medio de una «obra de arte»
donde nadie hubiera esperado encontrarlo. Ahora bien, considerando este carácter complejo de los
mitos, tragedias y de la épica homérica, uno se pregunta por qué se intentó crear una entidad abstracta,
«el conocimiento», y separarla de la poesía. Se trata de una cuestión sumamente interesante para la que
un buen día espero encontrar la respuesta. El esbozo general de esta respuesta es muy simple.
Sabemos que hubo un período en Grecia en el que los filósofos intentaron sustituir a los poetas por
intelectuales y líderes políticos. Platón se refiere a este período cuando habla de la «persistente
contienda entre filosofía y poesía». Los filósofos constituían una nueva clase, con una nueva ideología
que era totalmente abstracta y quisieron hacer de esta ideología la base de la educación. Para
desacreditar a la oposición, dichos filósofos, no emplearon argumentos sino que se sirvieron de un mito.
El mito en cuestión sostenía (a) que la poesía era impía y (b) que no tenía contenido alguno:
simplemente, el «hombre sabio» de las edades primitivas no había dicho nada. Desde luego, todo esto
constituye una simplificación pero recoge algunos rasgos de semejante transición. El problema ahora es
el siguiente: ¿Por qué consiguieron los filósofos un éxito tan rotundo? ¿Qué es lo que les otorgó una
superioridad tal que, a la postre, la poesía no parecía ser más que mera emotividad o simbolismo sin
contenido de ninguna clase? No puede haber sido la fuerza de su argumentación, pues, interpretada
adecuadamente, la poesía contiene argumentos propios. Cabe hacer observaciones similares sobre el
surgimiento de la ciencia en el siglo diecisiete. En este caso, la fuerza motriz fue la aparición de nuevas
clases que habían estado excluidas de la búsqueda del conocimiento y convirtieron esta exclusión en
beneficio propio defendiendo que eran ellos quienes poseían el conocimiento y no sus oponentes.
También esta vez, la idea fue aceptada por todo el mundo en las artes, en las ciencias y en la religión, de
modo que ahora tenemos una religión sin ontología, un arte sin contenido y una ciencia sin sentido. Pero
estoy divagando. Lo que quería subrayar es que las clasificaciones sobre las que Ud. se apoya, aunque
tal vez resulten adecuadas para describir los disecados productos modernos de estas luchas antiguas
por el poder (me refiero a los cuentos de hadas modernos, tales como los cuentos de Oscar Wilde; a
mitos modernos, como el marxismo del siglo veinte o la astrología moderna; a la ciencia moderna, como
la sociología), esas clasificaciones, digo, no nos ofrecen una explicación correcta de la lucha por el poder
que llevaron a cabo los oponentes antiguos (mitos, cuentos de hadas antiguos, etc.), así como tampoco
nos ofrecen una explicación correcta de las figuras de la modernidad que todavía conservan algunos
rasgos de la complejidad del material antiguo (la ciencia tal y como fue practicada por Bohr, Lévi-Strauss,
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
C. G. Jung). Moraleja: No debería negarse contenido factual a un punto de vista porque parece caer
dentro del cesto mito-ficción-religión-cuento de hadas de nuestra distinción. Examinemos cada caso
según sus propios méritos y encontraremos sorpresas sin fin... Pero está Ud. muy silencioso y pensativo.
¡Es posible que, por fin le haya convencido!
A: Me ha convencido de que los argumentos específicos que he utilizado para mostrar que la historia de
Enoch y similares no tienen carácter factual son deficientes, pero no creo que mis sospechas fueran
infundadas. En realidad, creo que ahora tengo un argumento mucho mejor que el de antes. Mire Ud.,
antes estaba dispuesto a conceder que los inventores de esas historias fueron personas muy
imaginativas, grandes poetas, pero juiciosas y cuerdas, no dementes. Ahora, tomando sus historias al
pié de la letra y dándoles contenido empírico, me veo obligado a concluir que debían estar fuera de
sus cabales. En efecto, ¿qué es lo que nos cuentan dichas historias? Nos hablan de las actividades de
dioses, demonios y otras criaturas preternaturales e incontrolables; parecen desconocer las leyes
causales más simples, mientras establecen conexiones fantásticas tales como la conexión entre la
danza de la lluvia y la tempestad; incluyen oráculos y contienen el supuesto de que la gente misma
hacía servir esos oráculos en sus asuntos cotidianos. Ahora bien, historias de este tipo se encuentran
incluso entre los griegos quienes, ciertamente, fueron uno de los pueblos más racionales que jamás
haya existido, un pueblo que tenía ojos para ver y mente para reflexionar hasta llegar a comprender lo
que aquéllos habían visto. Por mi parte, prefiero asumir que su concepción del mundo correspondía a
su capacidad, y por ello prefiero interpretar sus mitos como poesía. Ud., que parece creer en la unidad
racional de la especie humana y que se ha opuesto más de una vez a la idea de que la gente accedió
a la inteligencia sólo en la época helenística, cuando las ciencias estaban bastante avanzadas,
debería captar la fuerza de este argumento.
B: En realidad, la suya es una forma extraña de argüir. Pero ahora ya no espero que un racionalista se
comporte de manera racional.
A: ¿Qué quiere decir?
B: ¿No lo adivina? Bien, pasemos a los detalles. Ud. quiere convencerme de que ciertas historias, tales
como la de Enoch, no tienen contenido factual. ¿Y qué es lo que hace? ¿Analizarlas con todo detalle?
No. ¿Aducir un argumento? Tampoco. Lo que hace es contar la historia en tono despreciativo insinuando
que sólo un demente podría tomarla por verdadera. No me sorprende descubrir que se practiquen
semejantes procedimientos en la London School of Economics donde, después de tres generaciones de
racionalismo crítico, los argumentos básicos han degenerado en unos cuantos rituales estandarizados.
Pero creía que Ud. era una persona algo más razonable y no tan firmemente apegada a los rezos de los
creyentes. ¿He de decirle realmente que lo que Ud. ofrece no es un argumento? ¿He de recordarle que
tal fue precisamente la forma en que los oponentes menos dotados de Galileo trataron su astronomía?
A: El caso de Galileo es totalmente irrelevante ahora. Galileo fundó la ciencia y por ello, como es natural, se
encontraba en una situación más precaria que la nuestra. Por otra parte, nosotros disponemos de un
fondo considerable de sólido conocimiento científico y podemos criticar las distintas concepciones
comparándolas con ese fondo. Esto es lo que tenía in mente, aunque tal vez haya ido demasiado rápido
para que Ud. se percatase. Y tras haber hecho esta simple crítica, ¿por qué no debería burlarme de un
oponente que es demasiado cerrado para entender la cuestión?
B: Quizás «la cuestión», como dice Ud., no sea tan simple como cree. Ud. afirma que podemos criticar los
mitos comparándolos con un fondo de sólido conocimiento científico. A mi entender, esto significa que
para cada mito que Ud. quiera criticar existe una teoría científica altamente confirmada, o bien un
conjunto de teorías científicas altamente confirmadas que contradigan el mito y pertenezcan a ese
«fondo». Ahora bien, si examina el asunto un poco más de cerca, tendrá que admitir que resulta
extremadamente difícil encontrar teorías específicas que sean incompatibles con un mito interesante.
43
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
¿Dónde se encuentra la teoría incompatible con la idea de que las danzas de la lluvia atraen la lluvia?
Desde luego, esta idea va contra ciertas creencias básicas de la gran mayoría de científicos, pero hasta
donde yo sé dichas creencias todavía no han encontrado su formulación en teorías específicas que
pudieran ser utilizadas para excluirla. Todo lo que tenemos es un sentimiento vago, aunque muy fuerte,
de que en el mundo de la ciencia las danzas de la lluvia posiblemente no funcionen. Tampoco existe
ningún conjunto de observaciones que contradigan esta idea. Y, repare en ello, observar que las danzas
de la lluvia fallan hoy día no es suficiente. Una danza de lluvia ha de realizarse con la preparación
adecuada y en circunstancias adecuadas, y esas circunstancias incluyen las organizaciones tribales
antiguas y las actitudes mentales correspondientes a ellas. La teoría Hopi deja muy claro que, con la
extinción de esas organizaciones sociales, el hombre perdió poder sobre la naturaleza. De este modo,
rechazar la idea de la eficacia de la danza de la lluvia, simplemente porque no funciona en las presentes
condiciones, sería como rechazar la ley de la inercia porque no vemos ningún objeto que se mueva en
línea recta a velocidad constante. En este punto, los oponentes de Galileo se encontraban en una
situación muchísimo mejor. Estos oponentes tenían teorías, teorías bien formuladas y no sólo vagos
sentimientos acerca de qué es «científico» y qué no lo es, y tenían hechos. Hechos y teorías,
conjuntamente, constituían un «fondo de sólido conocimiento científico» de la clase que Ud. admira y ese
fondo era inconsistente con las concepciones de Galileo. Sus objeciones a Galileo eran mucho más
fuertes que las que hace Ud. a los mitos que han llegado hasta nosotros. Y sin embargo aquellos
oponentes fueron derrotados. Así pues, Ud. no sólo carece de material para una crítica adecuada de la
danza de la lluvia, sino que además tiene ideas equivocadas sobre cómo debería utilizarse semejante
material. Por otra parte, los oponentes más cualificados de Galileo conocían muy bien los puntos de vista
de éste último: eran expertos astrónomos. ¿Quién de entre sus racionalistas ha estudiado alguna vez
con el mismo cuidado los puntos de vista que Ud. condena tan alegremente? Pero bien, como sé que
increparle no va a servir de nada, permítame que le ofrezca algunos ejemplos de lo que Ud. podría
descubrir examinando más minuciosamente las áreas que ahora rechaza con tanta precipitación.
Tomemos la idea de que los cometas presagian las guerras. Una idea totalmente ridícula, ¿no es así?
Una idea sin ton ni son. Puro y simple prejuicio. Pero examinemos el asunto un poco más de cerca. Los
cometas eran considerados como fenómenos atmosféricos, una especie de fuego de las capas
superiores de la atmósfera. Ahora bien, si este supuesto es cierto, entonces un cometa arrastraría
materia hacia las regiones superiores y se producirían movimientos atmosféricos a gran escala que,
iniciándose en la superficie terrestre, se extenderían hacia arriba por el espacio. Tales movimientos
pueden provocar tormentas y pueden manifestarse también en el colorido de la atmósfera al anochecer o
al amanecer, según el lado del Sol en el que esté situado el cometa. Recuerde el otro día, cuando
parecía que había fuego sobre el monte Tamalpais y los colores de las hojas de los árboles adquirieron
un tinte obscuro y húmedo. Este es el fenómeno al que me estoy refiriendo. Por otra parte, los
movimientos de la atmósfera y el exceso de fuego en ella perturbarían su composición normal y
afectarían al metabolismo del hombre y de las bestias. Los animales son particularmente sensibles y
notan el cambio mucho antes de que el cometa se haga visible, del mismo modo que notan un terremoto
por adelantado. Se daría además una propensión mayor a la aparición de plagas, el calentamiento del
aire produciría un calentamiento correspondiente de las mentes y ello llevaría a un incremento de
decisiones irresponsables por parte de los hombres en el poder, lo que significaría la guerra. Ahora bien,
es muy posible que cuatro o cinco cometas distintos fueran acompañados por los fenómenos aquí
descritos. Como cuestión de hecho, Kepler, que había reunido gran cantidad de material relevante,
observó correlaciones de este tipo y las utilizó en su intento de construir una astrología empírica. De este
modo queda confirmado el supuesto básico acerca de los cometas. Pero este supuesto es además
teóricamente plausible, pues concuerda con la teoría de los elementos que, a su vez, proporciona una
buena explicación cualitativa de los fenómenos macroscópicos. Siendo esto así, no habría que oponerse
porque se encuentren algunas instancias refutadoras: después de todo, incluso en nuestras ciencias las
instancias refutadoras quedan a menudo archivadas y pendientes de examen posterior. En resumidas
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
cuentas, tenemos una hipótesis (la conexión entre cometas y guerras) que a primera vista parece
extraña y disparatada, pero que, en una investigación ulterior, revela los ingredientes teóricos y la
evidencia que la hacen racional, dado el material disponible de la época, aun cuando no aceptable para
nosotros que poseemos un material diferente y, eso creemos, mejor. Llamemos a una hipótesis de esta
clase hipótesis del tipo A. Consideremos ahora la idea de que el mundo está lleno de dioses, que los
dioses interfieren en los fenómenos físicos y, ocasionalmente, se revelan al hombre. Otra fantasía, otro
sueño, dirá Ud. ¡Vamos a ver! ¿Ha estado indignado alguna vez?
A: ¡Muchas veces! Especialmente...
B: No me lo diga. Y... ¿cómo fue su experiencia de la ira?
A: ¿Qué quiere decir?
B: ¿Experimentó la ira como algo producido por Ud. mismo o como algo que se introducía en Ud. desde
fuera?, y cuando digo «desde fuera» no quiero decir infiltrándose a través de la piel. Lo que quiero decir
es lo siguiente: ¿sintió ira como si ésta surgiera desde dentro de Ud. mismo o como si fuera algo extraño
que le estuviera ocurriendo a Ud.?
A: En realidad no lo sé y es raro, pues he llegado a enfadarme mucho y muy recientemente...
B: ¡Aquí va bien otra hermosa teoría!
A: ¿Qué teoría?
B: La teoría de que la ira es un acontecimiento mental, y de que estamos familiarizados con, y conocemos
directamente, todos los rasgos de un acontecimiento mental. Ahora dígame, ¿conoce Ud. el fenómeno
llamado «gris subjetivo del ojo»?
A: No.
B: Entra Ud. en una habitación oscura y no se adapta a la oscuridad. Cuando finalmente consigue estar
adaptado a la oscuridad, su campo de visión no será absolutamente oscuro sino grisáceo, y tendrá la
forma de un cilindro con su cuerpo como eje principal.
A: ¡Ya! Ahora recuerdo. Una vez participé en un experimento de adaptación a la oscuridad y el encargado
me pidió que describiera lo que había visto después de haber estado encerrado durante media hora en la
habitación.
B: ¿Y qué es lo que vio?
A: Unas cuantas manchas brillantes aquí y allá, pero ningún rastro de su cilindro. Me dijeron lo que tenía
que esperar y fui preparado para ver el fenómeno. La preparación fue muy interesante. El
experimentador puso un alambre caliente en el campo de visión, pero no lo calentó lo suficiente como
para que pareciera rojo. Parecía gris verdáceo: la radiación, me dijo, era demasiado débil para estimular
los receptores del color. Luego me dijo que prestara atención a los alrededores del alambre, a su
izquierda y a su derecha. Observé que el resplandor no terminaba donde terminaba el alambre sino que
se extendía más allá del mismo, alejándose hacia el fondo según aumentaba la distancia del alambre.
Después, la corriente eléctrica fue disminuyendo hasta que ya no pude ver el alambre. Sin embargo, el
resplandor persistió y ahora puedo verlo siempre, después de adaptarme a la oscuridad. Incluso adopta
la apariencia de una superficie física, como el ciclo en una tarde clara de verano. Además, tengo la
curiosa sensación de que el fenómeno ha estado ahí desde siempre, pero que yo era demasiado burdo
para observarlo. Como las post-imágenes que siempre se entremezclan con nuestra visión pero que han
de ser traídas a nuestra consideración con métodos especiales.
B: ¡Excelente descripción de una serie realmente maravillosa de eventos! Empieza con algunas
impresiones indiferenciadas, es instruido y termina con un fenómeno que casi se parece a la percepción
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
de un objeto físico.
A: Sí, y ello hace que me acuerde de otra ocasión en la que ocurrió algo similar. Hace mucho tiempo yo
quería ser biólogo: mi padre me compró un microscopio bastante caro y cuando miré por él pensé que
había sido estafado. Las ilustraciones de los libros de biología eran muy claras, pero yo no vi nada que
se pareciese lo más mínimo a ellas. Aquello era un caos de líneas y movimientos, y ni siquiera estaba
seguro de si los movimientos tenían lugar en mis ojos, que se esforzaban por ver lo que yo quería ver, o
si eran movimientos objetivos...
B: ¿Sabe Ud. que esa fue exactamente la forma en que los primeros observadores que miraron el cielo por
el telescopio describieron lo que veían?
A: No, no lo sabía, Galileo no habla de esta manera, al menos no lo recuerdo...
B: No, Galileo no habla así, pues no todo el mundo experimenta los mismos fenómenos en las mismas
circunstancias. Lo que él vio fue algo muy definido, pero no menos ilusorio. Mire este dibujo de la Luna,
aquí en el Sidereus Nuncius.
A: (Asombrado). ¿Qué hace este agujero abierto en medio de la Luna?
B: Es lo que Galileo vio, describió y dibujó. No se sorprenderá de que otros observadores vieran algo
completamente distinto, y de que Galileo no fuera capaz de convencer inmediatamente a sus oponentes
de la realidad de los «planetas Medíceos», como llamaba él a las lunas de Júpiter. Galileo les instruía
sobre cómo mirar a través del telescopio, les decía qué había que esperar, pero sólo algunos vieron lo
que él decía haber visto y tampoco se convencieron de la realidad de los fenómenos. Es interesante
darse cuenta de que Aristóteles había previsto todos estos problemas y que el carácter extraño y
ambiguo de las primeras observaciones telescópicas no le habrían sorprendido lo más mínimo. Según
Aristóteles, las formas del objeto viajan a través del medio hasta los sentidos del observador. La primera
condición para una percepción clara y verídica es que no existan perturbaciones en el medio. Además,
las cosas se perciben adecuadamente sólo bajo ciertas circunstancias «normales» en las que los
sentidos se adaptan a los objetos. La segunda condición, pues, para una percepción clara y verídica es
que ésta tenga lugar bajo tales condiciones normales. Ninguna de estas dos condiciones es satisfecha
en el caso de la visión telescópica. Por tanto, los aristotélicos estaban tan justificados al negarse a mirar
por el telescopio y a tomar en serio lo que veían como pudiera estarlo un físico moderno cuando se niega
a aceptar el resultado de un experimento no realizado según los estándares experimentales. Estos
hechos apenas se mencionan en las exposiciones históricas. La psicología de la percepción casi no es
utilizada por los historiadores de la ciencia y de la filosofía. Pero ahora, por favor, continúe con su
descripción que ilustra algunos principios importantes de esta materia.
A: Pues, al no ver lo que esperaba ver, fui a lamentarme a mi profesor de biología. Este me tranquilizó
diciéndome que todo el mundo pasaba por esa dificultad y que tenía que aprender a ver. Primero me
dio a ver algunas cosas muy simples, un cabello, un grano de arena, y también me enseñó a utilizar la
amplificación más pequeña. No tuve ningún problema. El profesor me dijo que aumentase la
amplificación continuando con los mismos objetos. Retrocedí estremecido al ver un pelo de mi propio
cabello como una cuerda cósmica extendida en medio de un cielo enorme, pero lo veía perfectamente.
Seguí de este modo, gradualmente, con objetos cada vez más complicados, y hoy día no sólo
reconozco los organismos más intrincados, como si fueran viejos amigos de los que me hubieran
separado sólo durante unas horas, sino que soy incapaz de comprender la confusión del principio. Todo
lo que veo por el microscopio es ahora firmemente objetivo.
B: Volvamos ahora a su experiencia de la ira. Ud. ha descrito dos procesos para aprender a ver. En ambos
casos, empezó con una impresión indiferenciada que era claramente subjetiva y terminó con un
fenómeno objetivo bien estructurado. Utilizo ahora los términos «subjetivo» y «objetivo» para describir
cómo le parecían a Ud. las cosas, no cómo eran en realidad. El gris subjetivo del ojo, decía Ud.,
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
«incluso adopta la apariencia de una superficie física, como el cielo en una tarde clara de verano»,
aunque los dos estamos de acuerdo en que no existe semejante superficie. ¿Cree Ud. que sus
sentimientos de ira podrían modificarse de forma similar?
A: Estoy seguro de ello. Después de todo, decimos de alguien que estaba «dominado por la ira» o que fue
«sacudido por el dolor», lo que indica que la experiencia de la ira y el dolor debe haber sido alguna vez
mucho más decididamente «objetiva» de lo que parece ser hoy día.
B: ¿Se sorprendería si le dijese que los griegos experimentaban la ira y recordaban los sueños como algo
objetivo que les ocurría a ellos, a veces contra su propia voluntad?
A: No me sorprendería en absoluto.
B: Entonces, demos un paso más. Cuando miró por el microscopio la primera vez, ¿tenía idea de lo que
podía ver?
A: Seguro que sí. Había leído libros de biología que incluían hermosas ilustraciones de toda suerte de
horribles criaturas.
B: Y aun cuando las ilustraciones eran muy claras, Ud. no vio nada que se pareciese lo más mínimo a ellas
cuando miró por el microscopio.
A: Así es, yeso fue mi gran desilusión.
B: Sin embargo fue instruido, y sus impresiones cambiaron hasta convertirse en algo estable y objetivo.
A: Sí.
B: Y si Ud. hubiese crecido llevando unos microscopios sujetos a los ojos, sus impresiones hubiesen sido
estables muy desde el principio, al menos hasta donde pudiera recordar.
A: Convenido.
B: Veamos, pues, ahora qué ocurre con los dioses de Homero. ¿Existen descripciones o ilustraciones de
los mismos?
A: Sí, existen. La Ilíada y la Odisea están llenas de tales descripciones, y hay representaciones y estatuas
en todos nuestros museos.
B: ¿Y las descripciones e ilustraciones son claras y definidas?
A: Son raras, pero ciertamente muy claras y definidas.
B: Y sin embargo, nosotros no experimentamos nada que se parezca lo más mínimo a ellas.
A: Y hay una buena razón para ello: ¡No existen dioses!
B: ¡No tan rápido, no tan rápido, amigo mío! Recuerde: ahora estamos hablando de fenómenos, no de la
«realidad». Recuerde también su propia descripción del gris subjetivo del ojo: «adoptaba la apariencia de
una superficie física» a pesar del hecho de que la gente no se encuentra rodeada por tales superficies en
las habitaciones oscuras. Así pues, repito: poseemos descripciones claras y distintas de los dioses, pero
no hay nada en nuestra experiencia que se parezca lo más mínimo a los objetos de esas descripciones.
A: Sospecho que tendré que estar de acuerdo con usted.
B: Ahora bien, en el caso de las imágenes microscópicas y en el caso del gris subjetivo del ojo existe una
instrucción que produce fenómenos precisamente de la misma clase que los enunciados en las
descripciones. Aprendemos a ver el mundo de acuerdo con las descripciones.
A: Y ahora quiere convencerme de que hay una instrucción que puede capacitarnos a experimentar
fenómenos divinos.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
B: Exactamente. Pero, de nuevo, la situación no es del todo simple. Recuerde la advertencia que hice en
el caso de las danzas de la lluvia: las ceremonias funcionan sólo si primero se dan las circunstancias
apropiadas. Deben darse las agrupaciones tribales de la clase adecuada, acompañadas de las
actitudes adecuadas, lo mismo es válido en el presente caso. Puede que sea muy difícil, y tal vez
imposible, conseguir que Ud. vea dioses o experimente su poder. Los dioses griegos eran dioses
tribales y eran dioses de la naturaleza. Las circunstancias sociales, la educación de Ud., el espíritu
general de la época, hacen casi imposible comprender, mucho menos dar vida, al primer aspecto de los
dioses griegos; ¿y dónde está la «naturaleza» que tendría que ayudarle cuando intentase constatar su
segundo aspecto?
A: ¿Y no constituye esto una objeción decisiva contra su existencia?
B: De ningún modo. Para ver las cosas adecuadamente se necesitan los instrumentos adecuados. Para
ver galaxias distantes Ud. necesita telescopios. Para ver dioses necesita hombres convenientemente
preparados. Las galaxias no desaparecen cuando desaparecen los telescopios. Los dioses no
desaparecen cuando los hombres pierden la habilidad de entrar en contacto con ellos. Decir «Dios ha
muerto» o «El Gran Pan ha muerto» porque ya no se les experimenta sería tan estúpido como decir
que los neutrinos no existen porque ya no tenemos dinero para repetir el experimento de Reynes.
A: En el caso del neutrino disponemos de evidencia indirecta convincente...
B: Porque tenemos teorías sobre ellos, ¡teorías enormemente complejas! Como de costumbre, Ud.
empieza el argumento por el extremo incorrecto. Dice: no existe evidencia directa ni indirecta a favor de
los dioses, en consecuencia no deberíamos teorizar sobre ellos. Pero es claro que la evidencia
indirecta es evidencia indirecta respecto a una teoría, por tanto ha de darse en primer lugar una teoría,
y la teoría ha de ser bastante compleja, pues de lo contrario difícilmente hablaríamos de evidencia
indirecta. Lo que significa que hemos de empezar a construir teorías complejas antes de que se
plantee la cuestión de la evidencia indirecta. La evidencia directa, por otra parte, depende de los
instrumentos o de observadores bien preparados, ¿y cómo construir instrumentos o preparar
observadores si no existe una teoría que nos guíe? Pero volvamos a la cuestión de cómo
desenvolverse para experimentar a los dioses. Como le decía, tal vez sea imposible conseguir que Ud.
vea dioses, o que experimente su influencia, pero quizás sea posible que llegue a comprender cómo la
gente que vive en las circunstancias adecuadas experimenta muy fuertemente la presencia de los
dioses. Permítame empezar con lo que Ud. dijo acerca de su propia ira. Decía que se ponía iracundo
con frecuencia, incluso muy iracundo, pero que no sabía si la ira que experimentaba era algo
«objetivo» que se le imponía contra su propia voluntad, o si formaba parte de Ud. mismo.
A: Creo que debería corregir mi descripción, pues ahora que ha sido planteada la cuestión los fenómenos
parecen estar un poco más definidos.
B: ¿Qué quiere decir con ello? ¿Ha cambiado su ira o ha cambiado la memoria que tenía Ud. de su ira?
A: Casi es como si mi ira, retrospectivamente, fuera uno de esos cuadros ambiguos que pueden verse ora
de una forma, ora de otra. Algo ha cambiado, y uno no sabe muy bien qué es lo que ha cambiado.
Esto, creo, se cumple en todas las experiencias. Ya sabe que hubo un tiempo en el que, a pesar de
todos los intentos por abordar mis asuntos privados de manera racional, estaba completamente
dominado por las emociones, por emociones muy extrañas…
B: ¡No me diga que perdió la cabeza por una mujer!
A: No sólo por una, sino por muchas. Y no un año o dos, sino durante casi quince años...
B: ¡De lo que se entera uno! ¡Un racionalista crítico arrastrado de la nariz por las emociones! Bueno,
siempre dije: la razón es esclava de las pasiones...
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: Sin embargo, no lo es; ¡y eso es lo que quiero decirle! Mire Ud., lo que me aturdía de ese sentimiento
que la gente llama «amor» es su falta de articulación. Era como una fuerza muy potente que dirigía mis
acciones, pero cualquier intento de conseguir algún esclarecimiento de la cualidad de esta fuerza,
cualquier intento de descubrir su «rostro», por decirlo así, cambiaba su carácter de la forma más
sorprendente sin dejar nada definido que comprender o con lo que llegar a un acuerdo. Al final me
aburría mucho...
B: ¡Apostaría que sí!
A: Y me preguntaba si habría alguna manera, por decirlo de algún modo, de apresar el fenómeno, de darle
forma, de hacerlo estable y comprensible. Pensé en el psicoanálisis, pues había oído decir que el
psicoanálisis no sólo cambia la actitud hacia los fenómenos mentales sino los fenómenos mentales
mismos, pero todos los psicoanalistas que encontré eran tan idiotas que abandoné la idea. Entonces
tropecé por casualidad con un relato de Heine donde el autor hace la descripción de un sentimiento que,
empezando como una fuerza de atracción muy poderosa, se convierte en algo tedioso sin perder sus
propensiones atractivas y me di cuenta que eso fue precisamente lo que yo había experimentado en un
caso particular. La lectura de la descripción había cambiado mi experiencia sin cambiarla realmente y
comprendí lo que me había ocurrido durante el proceso particular que he referido. Leí otros poetas:
Byron, a quien Heine admiraba, Grillparzer, Jean Paul, Oscar Wilde, Ezra Pound, Marinetti, incluso a
Goethe, y me parecieron auténticos manuales de descripciones fenomenológicas de procesos extraños
que devenían reales sólo en virtud de dichas descripciones. Creo que ahora estoy de acuerdo con Börne
quien decía que la historia no sería nada sin el historiador que describe lo que ha ocurrido y por tanto da
forma a los eventos, los define, incluso para los protagonistas.
B: Tal es precisamente la situación en la que estoy pensando. La mayor parte de nuestros pensamientos,
sentimientos y percepciones están mal definidos en una medida sorprendente. No nos damos cuenta de
esta indefinición del mismo modo que no nos damos cuenta de las manchas oscuras de nuestros ojos:
todo parece perfectamente claro. Pero apenas planteamos a alguien una cuestión poco corriente o le
damos una explicación inusual de sus experiencias, comprobamos que esta aparente claridad sólo es
reflejo de la ignorancia y superficialidad. Sin embargo, el material amorfo que constituye nuestra
conciencia es susceptible de mejora, puede dársele una forma más definida mediante preguntas,
descripciones, explicaciones sistemáticas y mediante la educación. Al igual que el escultor empieza con
un pedazo de mármol informe y lo trabaja hasta ofrecemos finalmente una estatua delicada y compleja,
de la mismísima manera el educador empieza con el estado mental informe de sus pupilos e imprime en
ellos ideas y fenómenos que él considera importantes. Vamos atravesando un bosque; de repente el
bosque da paso a un espacio abierto y nos encontramos en la cima de una montaña contemplando un
amplio paisaje. Experimentamos un sentimiento de pavor. Este sentimiento no está muy bien definido, es
como un humor pasajero. Supongamos ahora que hemos sido educados para creer en un dios que no
sólo ha creado el universo, sino que está presente en él para protegernos y asegurar la continuidad de
su existencia. Ya no veremos una disposición de objetos materiales sino una parte de la creación divina
y nuestro sentimiento de pavor se convertirá en una percepción objetiva de los elementos divinos que
hay en la naturaleza. O supongamos que Ud. está dando un paseo por el bosque durante la noche, lejos
de las luces de la carretera y de la ciudad. Ve sombras oscuras, oye ruidos extraños y le embarga el
sentimiento de estar muy cerca de la naturaleza: la naturaleza «le habla». Por lo general, este
sentimiento es algo subjetivo y sentimental; uno ha leído poemas que «hacen hablar a la naturaleza» y
los vagos recuerdos de los poemas se mezclan con las impresiones aún más vagas del presente,
produciendo un estado mental indiferenciado e inarticulado. Supongamos además que Ud. ha sido
educado en la creencia de que el bosque está lleno de espíritus, se ha paseado con mucha frecuencia
por él cuando era joven, sus padres le habían explicado el carácter de los sonidos, la naturaleza de los
espíritus que los producen y le habían contado historias tradicionales. Todo ello concede entidad a las
impresiones, las convierte en fenómenos más definidos, del mismo modo que la instrucción biológica
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
concede entidad a las imágenes vagas del microscopio. Volvamos ahora a lo interno. Existen
pensamientos, sentimiento, temores, esperanzas y recuerdos, todos ellos vagos, y sin casa ni hogar en
el sentido de que no sabemos ni nos importa saber si proceden de nosotros mismos o de alguna otra
instancia: al parecer no pertenecen ni al sujeto ni al mundo objetivo. Pero vamos a suponer que a Ud. le
han enseñado que los dioses pueden hablarle mientras está despierto o en sueños, que pueden
infundirle fuerza cuando menos se lo espera, que le ponen iracundo para que Ud. lleve a cabo sus
planes con mayor vigor, supongamos que Ud. ha sido educado a escuchar sus voces, a esperar
respuestas definidas y que le han dado ejemplos de semejantes respuestas. Supongamos todo esto, y
su vida interna se hará a su vez más definida, dejará de ser un efecto combinado, y apenas advertido, de
formas nebulosas para convertirse en campo de batalla de la intervención clara y distinta de los dioses.
Examinando la literatura griega, vemos que ésta era en realidad la forma en que los griegos
experimentaban el medio exterior y su «vida interior». Su experiencia del universo material era la
experiencia de un mundo lleno de dioses. Los dioses no eran sólo ideas fantásticas, sino que formaban
parte del mundo fenoménico. La experiencia de sí mismo era también una experiencia de fuerzas y
mensajes divinos, y ello hasta tal punto que la noción de un yo autónomo, incluso de un yo particular,
unido al cuerpo, era desconocida para los griegos de la época de Homero.
Hasta aquí, he estado hablando sólo de fenómenos. Ahora bien, los fenómenos descritos prestan fuerte
apoyo a la hipótesis de que «todo está lleno de dioses», como cuentan que decía Tales. Esta hipótesis
difiere de la hipótesis sobre los cometas mencionada anteriormente, y por ello la llamaré hipótesis de
tipo B. La hipótesis referente a los cometas puede ser modificada por la investigación, por ejemplo
debido a una medición de distancias, que deje intactos los fenómenos y conceptos fundamentales. Pero
la investigación, por sí sola, no puede modificar la hipótesis divina. Para efectuar una tal modificación
hemos de introducir nuevos conceptos fundamentales que chocan con la experiencia del mundo
homérico, y hemos de empezar, además, a ver las cosas de forma diferente. Hemos de sustituir el
variopinto universo de Homero por las áridas exhalaciones industriales de Anaximandro, hemos de
sustituir sus dioses llenos de vida por el monstruo totalitario de Jenófanes y Parménides, tan queridos
por nuestros racionalistas críticos, hemos de reordenar también nuestras impresiones de forma
diferente, lo que significa que los fenómenos antiguos, el mundo de dioses, espíritus y héroes, tendrán
que ser derogados. Y, repare en ello, no sólo eliminamos los dioses del mundo material, que puede
existir sin ellos y cuyos procesos permanecen inalterados, sino que además introducimos una nueva
clase de materia estéril e inerte que ya no es el lugar de residencia de la vida que infunde fuerzas. Todo
un mundo desaparece y es sustituido por fenómenos de una clase totalmente distinta. Esta
característica de la transición apenas es constatada por historiadores y metodólogos, quienes dan por
supuesto que la experiencia humana es idéntica a lo largo de toda la historia, dan por supuesto que los
dioses no son más que una forma de hablar que puede confundir nuestros pensamientos e incluso, tal
vez, menoscabar nuestra visión, pero que no dejan ningún rastro duradero en nuestras percepciones.
Hay todavía otro tipo de hipótesis a considerar que tal vez sea el más interesante. Las hipótesis de este
tipo, llamémoslas del tipo C, son hipótesis que aun cuando tomaron cuerpo en una tradición mítica y
aun cuando están en conflicto con la ciencia, sin embargo resultan correctas cuando se las traduce al
lenguaje científico. Tales hipótesis han sido descubiertas muy recientemente cuando la acupuntura se
reveló como un método satisfactorio para el tratamiento de dolencias que la medicina occidental ni
siquiera podía diagnosticar. Esto condujo a ulteriores investigaciones y al descubrimiento de gran
variedad de «escuelas» médicas, cada una de las cuales poseedora de conocimiento no disponible en
ciencia. Dicho conocimiento puede ser tan sólo práctico, pero puede contener también un componente
teórico considerable. Semejantes teorías son muy interesantes, muestran que la ciencia no es la única
forma de adquirir conocimiento, que hay alternativas, y que las alternativas pueden tener éxito donde la
ciencia ha fracasado. Luego, existe el campo de los fenómenos parapsicológicos. Hay dos razones por
las que este campo es de interés para nuestro presente debate. Por una parte muchos de los
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
fenómenos descritos por, o presupuestos en, los mitos son fenómenos parapsicológicos. El estudio de
la parapsicología, pues, nos suministra material para una interpretación realista (i.e., no ficticia) de
mitos, leyendas, cuentos de hadas y otras narraciones similares. Además, los fenómenos parecen
mucho más impresionantes en los mitos que en nuestros laboratorios, donde se enseña algo acerca de
las condiciones en las que cabe esperar efectos parapsicológicos fuertes. Algunos mitos contienen
incluso las explicaciones relevantes. Según el mito Hopi de la creación, la abstracción progresiva del
pensamiento humano y el progresivo interés por el propio lucro del hombre, llevaron a un
distanciamiento tenso entre hombre y naturaleza, y los ritos antiguos que se basaban en la armonía de
ambas partes dejaron por ello de funcionar. Ahora bien, no hay que sorprenderse lo más mínimo de que
nuestros antepasados más antiguos fueran capaces de inventar ideas y procedimientos que constituyen
poderosos rivales de nuestras teorías científicas más avanzadas. ¿Por qué tendrían que ser menos
inteligentes que nosotros? El hombre de la Edad de Piedra era ya un homo sapiens plenamente
desarrollado, tuvo que afrontar enormes problemas y los resolvió con gran ingenio. Se alaba siempre a
la ciencia por sus logros. No olvidemos, pues, que los inventores del mito inventaron también el fuego y
los medios para mantenerlo encendido. Domesticaron animales, cultivaron nuevos tipos de plantas y
mantuvieron los distintos tipos separados en una medida que excede las posibilidades de la agricultura
científica de hoy día. Inventaron la agricultura rotativa y desarrollaron un arte que puede competir con
las mejores creaciones del hombre occidental. Al no estar obstaculizados por la especialización, eran
conscientes de conexiones a gran escala entre hombre y hombre y entre hombre y naturaleza de las
que se servían para mejorar su ciencia y su sociedad: la mejor filosofía ecológica se encuentra en la
Edad de Piedra. Si la ciencia es alabada por sus logros, el mito debe serIo cien veces más
fervientemente porque sus logros fueron incomparablemente superiores: los inventores de mitos
iniciaron la cultura mientras que los científicos sólo la han cambiado, y no siempre para mejor. Ya he
mencionado un ejemplo: El mito, la tragedia, la épica más antigua se ocupaban de las emociones y de
las estructuras fácticas todo al mismo tiempo, y ejercían una profunda y benéfica influencia sobre las
sociedades en las que florecieron. El surgimiento del racionalismo occidental destruyó esta unidad y la
sustituyó por una idea del conocimiento más abstracta, más aislada y mucho más estrecha.
Pensamiento y emoción, incluso pensamiento y naturaleza se separaron y mantuvieron aparte por
decreto ley («edifiquemos la astronomía sin tener en cuenta los cielos», dice Platón). Una consecuencia
clara para todo aquel que sepa leer es que el lenguaje en el que se expresa el conocimiento se
empobrece, se hace árido y formal. Otra consecuencia es el distanciamiento real y tenso entre hombre
y naturaleza. Desde luego, el hombre vuelve ocasionalmente a la naturaleza, tras muchos errores
vuelve a la naturaleza pero como conquistador, como enemigo, no como criatura suya. Tomemos un
ejemplo más específico. La Teogonía de Hesiodo contiene una cosmología muy sofisticada y
«moderna»: el mundo, incluidas las leyes que gobiernan sus procesos fundamentales, es resultado de
un desarrollo, las leyes mismas ni son eternas ni comprehensivas, sino que resultan de un equilibrio
dinámico entre fuerzas opuestas, de modo que siempre existe el peligro de cambios quebrantadores
(los gigantes pueden romper sus cadenas, subyugar a Zeus e introducir sus propias leyes), y las
entidades que incluye dicha teogonía poseen un doble aspecto: son materia muerta, pero también son
capaces de actuar como cosas vivas. Estas ideas fueron criticadas como irracionales por Jenófanes y
Parménides. Las narraciones evolucionistas fueron sustituidas por explicaciones basadas en leyes
eternas, ¡y la sustitución duró hasta bien entrado el siglo diecinueve! Sólo ahora hemos vuelto a teorías
evolucionistas que se ocupan no sólo de desarrollos restringidos que tienen lugar en el universo, sino
del universo considerado como un todo, y sólo ahora nos hemos percatado del carácter dinámico de
todas las formaciones estructurales. En este punto, el mito estuvo decididamente por encima de
algunas de las concepciones científicas más sofisticadas, críticas y «racionales». Pero todavía hay más.
La arqueología, y especialmente la nueva disciplina de la astroarqueología, combinando recursos
monetarios con nuevas y más realistas aproximaciones al mito, ha descubierto la amplitud y
complejidad del pensamiento de la Edad de Piedra. Existía una astronomía internacional que era
51
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
utilizada y contrastada en observatorios, se enseñaba desde Europa hasta el Pacífico Sur, se aplicaba
en los viajes internacionales y estaba codificada en un lenguaje técnico muy pintoresco. Los términos
técnicos de esta astronomía eran términos sociales, no términos geométricos; de este modo la ciencia
era factualmente adecuada así como emocionalmente satisfactoria, resolvía tanto problemas físicos
como problemas sociales, proporcionaba una guía del firmamento y esas armonías entre cielo y tierra,
materia y vida, hombre y naturaleza que son muy reales pero en las que el materialismo científico actual
repara muy poco, si no es que las niega; había ciencia, religión, filosofía social y poesía combinadas y a
la vez. Considerando todas estas cosas conjuntamente, uno se da cuenta de que la ciencia no tiene la
prerrogativa del conocimiento. La ciencia es un depósito de conocimiento, sí, pero también lo son los
mitos, los cuentos de hadas, las tragedias, los poemas épicos y muchas otras creaciones de tradiciones
no científicas. El conocimiento contenido en esas tradiciones puede ser «traducido» a terminología
occidental, y entonces obtenemos hipótesis del tipo A, B o C. Pero la traducción omite los muy
importantes elementos «pragmáticos» del conocimiento, omite la forma de presentarlo, las relaciones
que evoca, y por ello podemos juzgar su «contenido empírico», pero no podemos juzgar los otros
efectos de su uso, incluidos los efectos sobre nuestras actividades de acopio y mejora del
conocimiento. No obstante, incluso en esta área muy restringida del contenido empírico encontramos a
menudo a la ciencia rezagada respecto de algunas concepciones no científicas. Ahora, tras esta larga
digresión, estamos finalmente preparados para examinar el asunto ese del racionalismo y del método
científico...
A: ¡Y con sólo esto va a quedar establecida la cuestión! Todos los problemas que Ud. ha discutido, en
especial los problemas de la ciencia, los problemas creados por los errores de los científicos, por sus
ideologías particulares, muestran la necesidad que tenemos de algunos criterios...
B: ...Y esos criterios, se supone, han de ser desarrollados por los filósofos e impuestos a la ciencia desde
fuera.
A: Bueno, los científicos rara vez consideran el tema de los criterios y cuando lo hacen se equivocan.
B: ¿Y los filósofos no se equivocan acerca de los criterios?
A: Por supuesto que se equivocan, pero al menos los filósofos son competentes en el campo de los
criterios…
B: ...Los filósofos se equivocan, pero lo hacen competentemente. ¿Es esa toda su ventaja?
A: Los filósofos han aportado algunos esclarecimientos de cierta profundidad en un tema tan complejo.
B: Usted es un optimista. Piensa que los filósofos de la ciencia tienen alguna noción sobre las
complejidades de la ciencia, ¿por qué? Ellos mismos dicen que no se ocupan de la ciencia, sino tan
sólo de sus «reconstrucciones racionales» y las «reconstrucciones racionales» de la ciencia son ciencia
traducida a jerga lógica.
A: Los filósofos clarifican la ciencia...
B: ...Para analfabetos que sólo entienden de jerga lógica y nada más. Pero yo diría que si el problema
consiste en hacer clara la ciencia a gente de inteligencia media, entonces divulgadores como Asimov
están haciendo un trabajo mucho mejor. Cualquiera que lea a Asimov sabe, grosso modo, de qué versa
la ciencia, pero quien lea a Popper, Watkins o Lakatos aprenderá lógica de una especie bastante
simplista, pero no ciencia. Aun cuando la filosofía de la ciencia fuera mejor de lo que es en realidad,
seguiría compartiendo el problema de todas las ciencias: la filosofía tiene supuestos que no son fáciles
de controlar y que están fuera de las competencias de quienes la profesan. Así pues, añadir filosofía de
la ciencia a las ciencias no elimina los problemas de los que hemos hablado sino que añade más
problemas de la misma clase. La confusión aumenta, no desaparece, aunque dé la impresión de
desaparecer debido a la ignorancia y simpleza de los filósofos.
52
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: Bien, admito, por supuesto, que científicos y filósofos de la ciencia han de estar dispuestos a aprender
cosas nuevas.
B: Muy amable por su parte, ¡pero también cuán ineficaz! Pues la misma naturaleza de los supuestos en
cuestión impide a los profesionales aprender las «cosas nuevas» que hacen falta para verlos en
perspectiva.
A: ¿Qué quiere decir?
B: ¿Se acuerda de Atkinson?
A: ¿Cómo podría olvidarme?
B: Atkinson no estaba dispuesto a renunciar a sus puntos de vista sobre el hombre primitivo, aunque sabía
cuáles eran éstos y aunque los oponentes tenían buenos argumentos contra dichos puntos de vista. Sus
razones eran: no entendía los argumentos, «carecía de la autoridad requerida», si no recuerdo mal sus
palabras, y era «más cómodo» seguir en el mismo lugar. Ahora bien, hay supuestos, como el supuesto
de que los acontecimientos terrestres no dependen de parámetros planetarios, que no están tan bien
articulados como esos puntos de vista, y hay otros supuestos, como el de que la enfermedad tiene su
origen en causas próximas, en cuyas alternativas no sólo no se cree sino que ni siquiera se comprenden.
A: De acuerdo, ¿cuál sería la alternativa?
B: Una posible alternativa es que la enfermedad constituye un proceso estructural no producido por un
evento particular, sino que se desarrolla como un todo debido a procesos de complejidad similar. Si esta
explicación de la enfermedad es correcta, la búsqueda de la «ubicación» de la enfermedad, la búsqueda
de un foco patógeno (Krankheitsherd), constituye un ejercicio fútil, y el uso de teorías científicas que se
interesan por tales causas, un obstáculo.
A: ¿De qué otro modo procedería Ud.?
B: Su pregunta es un buen ejemplo del efecto que producen sobre el pensamiento los supuestos generales
de la clase a la que me he referido. Hay otras prácticas en las que uno está empeñado sin haber
aprendido ninguna teoría.
A: ¿Por ejemplo?
B: Hablar un lenguaje. No se aprende a hablar un lenguaje aprendiendo una teoría que pueda formularse
explícitamente, se aprende participando en ciertas prácticas: uno se encuentra con el lenguaje. Ahora
bien, este encuentro permite hacer dos cosas. Capacita a la gente a entender y servirse de ciertas
regularidades sin saber en qué consisten...
A: A no ser que se estudie gramática o fonética.
B: A no ser que se estudie gramática o fonética. Y también capacita a comprender, y tal vez incluso imitar,
idiosincrasias y variantes individuales, incluidas las desviaciones de la norma. Ud. mismo puede
empezar a introducir semejantes desviaciones. Por ejemplo, puede hacerse poeta y terminar cambiando
las regularidades del lenguaje que habla.
A: De acuerdo, pero un lenguaje sigue siendo una teoría.
B: Pero recibe un trato muy diferente a la forma en que, según los filósofos de la ciencia, hay que tratar las
teorías.
A: Los gramáticos intentan formular explícitamente sus regularidades...
B: ... Y nunca consiguen ofrecer una exposición exhaustiva, pues hay demasiadas excepciones. Además,
las formulaciones de los gramáticos están dirigidas por la práctica de hablar un lenguaje y no al revés.
Ahora bien, existen sistemas médicos donde los síntomas de enfermedad y salud se aprenden de la
53
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
misma manera en que se aprende un lenguaje. El médico estudia al paciente hasta llegar a comprender
el «lenguaje de los síntomas». Este estudio difiere radicalmente del estudio que hace el médico
cientifista, quien dispone ya de una teoría, por lo general tomada de otro dominio...
A: ¿Qué quiere decir «tomada de otro dominio»?
B: Que la teoría no se desarrolla haciendo generalizaciones a partir de la experiencia médica, sino que es
importada de la biología, de la química o incluso de la física.
A: Pero el organismo constituye un sistema biológico.
B: Tal vez sí o tal vez no. Al menos, el comportamiento total de un organismo puede que no se conforme a
las leyes de la biología sugeridas por experiencias no médicas. Pero esto es algo que no llega a
descubrirse nunca, pues, una vez impuestas las leyes biológicas sobre la práctica médica, prestamos
atención a la evidencia biológica y ya no a la evidencia médica: el dominio de los hechos falsables queda
drásticamente reducido...
A: Ahora argumenta Ud como un popperiano.
B: Sólo para hacerme entender por un popperiano como Ud. Pero hay otra consideración mucho más
importante que hacer y que ya he mencionado: la evidencia médica, en el sentido que ahora tengo en
cuenta, incluye la comprensión del paciente. Como cuestión de hecho, la clase de doctor que estoy
considerando aprenderá muchas veces del paciente, le hará preguntas y considerará su opinión como
algo sumamente importante, y ha de hacerlo así porque quiere sanar al paciente en el sentido del
enfermo mismo y no en el sentido de alguna complicada teoría. Ya he dicho que las concepciones sobre
la salud y la enfermedad cambian de cultura a cultura y de individuo a individuo. Curar significa restaurar
el estado deseado por el paciente y no un estado abstracto que parezca deseable desde un punto de
vista teórico. Así pues, la clase de doctor que tengo in mente tendría que mantener una estrecha relación
personal con el paciente no sólo porque es médico, y el médico debería ser un amigo más que un
fontanero del cuerpo, sino también porque necesita el contacto personal para aprender su oficio:
aprendizaje y relación personal van cogidos de la mano. El médico científico ve al paciente a través de
los cristales de alguna teoría abstracta; al depender de una teoría, el paciente se convierte en un sistema
de alcantarillado, en un agregado molecular, o en un saco lleno de humores.
A: Pero Ud. necesita de la teoría para saber qué es importante y qué no lo es.
B: De acuerdo, pero ante todo la teoría no necesita estar disponible de forma explícita…
A: Pero entonces, ¿cómo podríamos criticarla?
B: ¿Cómo critica Ud. su propia comprensión de un lenguaje? ¿Formula una teoría gramatical y la contrasta,
o simplemente habla y observa los resultados?
A: El segundo procedimiento no es del todo científico...
B: ... Suponiendo que la ciencia sólo se ocupa de lo que puede formularse explícitamente. Pero existen
muchos supuestos ocultos que no necesitan ser descubiertos y sin embargo pueden modificarse con
sólo cambiar de procedimiento. En segundo lugar, las teorías que el médico «científico» introduce son
importadas de algún otro dominio, no se desarrollan desde la misma práctica médica, y por ello resultan
a menudo irrelevantes para los intereses del médico humanista o filántropo que practica su profesión con
el deseo de curar pacientes según el sentido de éstos. Ahora bien, Ud. podría decir que tenemos dos
teorías sobre la estructura del cuerpo humano y sobre la naturaleza de sus perturbaciones y que, por
tanto, la cuestión radica en saber cuál de ellas debería preferirse. Por desgracia, el problema casi nunca
se plantea de esta manera. Los médicos cientifistas no consideran las alternativas que ofrecen los
clínicos, sino que consideran a estos últimos como unos incompetentes, ingenuos y acientíficos...
54
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: Pero observe que precisamente en este punto la filosofía de la ciencia puede ayudar muchísimo.
B: ¿Se burla Ud? Los filósofos de la ciencia están demasiado ocupados en producir tecnicismos como para
tener tiempo de dedicarse a otras cosas. Sólo tiene que examinar el ensayo de abertura * . ¿Qué es lo
que aprendemos en el?
A: Aprendemos qué significa ser científico...
B: Es Ud. un optimista. Pero vamos a asumir que aprendemos eso. No se supone que el médico tenga que
ser científico, se supone que ha de curar.
A: ¿Pero cómo puede curar si no dispone de conocimiento alguno?
B: Las heridas curan todas por sí mismas, sin «conocimiento»
A: ¿Y los médicos han de obrar automáticamente, como las heridas?
B: Si da resultados, ¿por qué no?
A: ¿Pero quién va a juzgar los resultados?
B: El paciente, ¿quién si no?
A: Entonces, ¿para qué están los médicos?
B: Para ayudar al cuerpo en sus procesos naturales y para ayudar a los hombres en su deseo de llevar una
vida confortable y gratificante. ¿No comprende que toda esta discusión se sale del tema? Y se sale del
tema debido precisamente a la costumbre que tiene el filósofo de la ciencia de introducir sus propios
conceptos. El filósofo de la ciencia quiere establecer un modelo para determinar qué es el conocimiento
y qué es la ciencia. El filósofo no tiene mucho éxito en esta actividad suya: fíjese en todos los epiciclos
que hubo que introducir para hacer aceptable a los lógicos ideas tales como el aumento de contenido y
la verosimilitud. No se discute nunca la cuestión de si los filósofos prestan algún servicio a la ciencia: es
algo que se da por supuesto. Pero esta actividad del filósofo también es irrelevante para la cuestión que
estamos examinando ahora. Yo había introducido en la discusión dos tipos de médicos: el médico
cientifista y el médico «persona» (en el pasado se llamó a estos dos grupos dogmáticos y empiristas, y
los empiristas eran muy poco estimados por los dogmáticos y los filósofos). Ambos grupos poseen
ciertas ideas sobre la naturaleza del organismo humano y sus funciones, sobre la tarea del médico,
diagnosis y terapia; ambos sustentan ciertos puntos de vista sobre la naturaleza del conocimiento. La
cuestión es: ¿cuál de los dos cura mejor?, y esta cuestión es independiente de esta otra: ¿cuál de ellos
es científico? Muy bien podría resultar que la medicina acientífica cure mientras que la científica mate.
De hecho, los médicos admiten esta posibilidad. Frans Inglefinger, editor emérito del New England
Journal of Medicine escribe que «Aunque la gente continúa muriéndose en nuestros hospitales, muy
pocos se mueren sin diagnóstico»: El conocimiento aumenta y aumenta el contenido, los pacientes se
mueren porque los médicos científicos y sus defensores incondicionales, los filósofos de la ciencia,
prefieren ser «científicos» a ser humanos. Esta es una de mis razones para sugerir que sustraigamos de
la responsabilidad de los expertos (médicos, filósofos de la ciencia, etc., etc.) los problemas
fundamentales, problemas epistemológicos y problemas de método incluidos, y los depositemos en
manos de los ciudadanos para que los resuelvan. Los expertos desempeñarán un papel asesor y se les
consultará, pero no dirán la última palabra: Iniciativa de los ciudadanos en lugar de epistemología, tal es
mi consigna.
*
El ensayo de abertura se encuentra impreso como Parte I en Radnitzky, G. y Andersson, G. (eds.), Progress and Rarionality in
Science (Boston Studies in the Philosophy of Science. vol. 58). D. Reidel Publ. Co., Dordrecht, Holland, 1979.
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
A: ¿Dice Ud. que hay que suponer que el lego ha de decidir sobre cuestiones científicas?
B: Hay que suponer que el lego decida sobre aquellas cuestiones de su medio ambiente que le afecten,
sobre las que los científicos tienen opiniones y que hasta el presente estaban en conformidad con sus
deseos.
A: Eso llevaría al caos.
B: Sí, ya sé lo que dice su gente, porque quieren mantener el poder sobre las mentes y bolsillos del público
que ha expoliado con falsos pretextos y falsas promesas.
A: ¿Falsos pretextos?
B: Acuérdese de la astrología...
A: No más astrología, por favor.
B: ¿Por qué no? La astrología constituye un excelente ejemplo. La astrología representa una amenaza a la
autoridad de la profesión científica. ¿Qué es lo que hacen esos doctos señores? ¿Examinar la materia?
No. ¿Poner en marcha una «investigación objetiva»? Tampoco. Anatematizan la materia sin haberla
estudiado. Ud. puede temer que al dejar el conocimiento en manos de las decisiones políticas lleguemos
a distorsionarlo. Pues bien, el conocimiento está ya siendo distorsionado por sus guardianes y es hora
de que dichos guardianes sean puestos bajo control público. Luego tenemos el asunto de la medicina.
Las organizaciones médicas, tales como la AMA en los Estados Unidos, intentan por todos los medios
que el dinero siga fluyendo en su propia dirección y por ello se aseguran de que las prácticas médicas
alternativas no sólo sean tenidas en poca estima sino que estén prohibidas por ley.
A: ¡Pero la gente tiene que ser protegida!
B: Eso ya lo ha dicho antes. Y yo le replicaba que también tiene que ser protegida de la medicina científica.
En realidad, tiene que ser protegida de esta práctica incluso más, pues es mucho más peligrosa que
cualquier práctica alternativa. Sus métodos de diagnóstico son peligrosos; sus remedios, así se los
llama, son a menudo violentos; la proporción de accidentes en los hospitales es mayor que en cualquier
industria, exceptuando sólo las minas y la construcción de rascacielos. «Un oficial militar», escribe Ivan
Illich sobre este tema, «con una hoja de servicios similar hubiese sido relevado del mando, y un
restaurante o centro de diversión hubiese sido cerrado por la policía». Además, los doctores llegan, en
muchos casos, a conclusiones distintas y por tanto incumbe de todas formas al paciente, o a sus
parientes, tomar decisiones. ¿Es que los pacientes no van a cometer errores graves? Los cometerán,
claro que los cometerán; pero sus errores no serán tan grandes como los errores de los expertos. Esto
último es lo que nos revela cualquier proceso judicial. Expertos engreídos aducen sus pruebas; éstas son
examinadas por un jurista que es lego en la materia y a menudo resulta que los expertos no saben de
qué están hablando. Un proceso judicial es una institución que decide un caso con la ayuda de expertos
pero sin permitir que éstos tengan la última palabra. La misma medida debería aplicarse a la sociedad en
general por las razones que acabo de dar y por otras razones adicionales. La gente tiene derecho a vivir
como crea conveniente, lo que significa que todas las tradiciones de una sociedad han de tener los
mismos derechos y el mismo acceso a los centros de poder de la misma. Las tradiciones no sólo
contienen reglas éticas y religiones, contienen también una cosmología, un saber médico, una
concepción de la naturaleza y del hombre, etc. Por tanto, debería permitirse a cada tradición practicar su
propia medicina, deducir de los impuestos los gastos médicos que ello ocasione, e instruir a sus jóvenes
en los mitos fundamentales. Como he dicho, esto constituye un derecho básico y los derechos básicos
deberían cumplirse. En segundo lugar, los resultados vitales en otras tradiciones nos suministran mucha
de la información que necesitamos acerca de la eficacia de la ciencia. Ud. dijo antes que para comprobar
la eficacia de la medicina moderna se necesitaban grupos de control. La dificultad radica en que nadie
puede ser obligado a renunciar al tipo de tratamiento que considera importante. Pero si se conceden los
56
Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
mismos derechos a todas las tradiciones, mucha gente elegirá formas alternativas de medicina,
psicología, sociología, etc., por voluntad propia, y entonces el material comparativo surgirá de modo
natural. Además, los expertos no se interpondrían por más tiempo entre los ciudadanos y los problemas
sociales importantes. Problemas tales como la construcción de puentes, el uso de reactores nucleares,
los métodos para indagar la situación de los presos, serán decididos por los mismos ciudadanos. La
filosofía de la ciencia se haría superflua: no ayuda a las ciencias, tergiversa sus procedimientos, discute
problemas que sólo surgen debido a planteamientos erróneos, engaña al público y pervierte gran
cantidad de millones del dinero de los impuestos. La prevalencia del racionalismo crítico en Alemania y el
estancamiento resultante de la investigación constituye también un buen ejemplo. Los grandes
problemas no se resuelven con Grandes Teorías que se conformen a los Grandes Criterios de los
Grandes Profesionales; se resuelven democráticamente informando al pueblo interesado, coordinando
las iniciativas de los ciudadanos y procediendo de acuerdo con el voto resultante.
A: Ciertamente, este camino llevaría a" muchísimos debates estúpidos y a resultados ridículos.
B: Conforme. Pero con una diferencia importante. Los debates implicarían a las partes interesadas, y los
resultados ridículos serían resultados obtenidos y entendidos por los participantes, no por unos pocos
expertos que vociferan entre sí en un lenguaje que nadie entiende. Pues no crea ni por un momento que
los llamados resultados obtenidos por nuestros llamados expertos son menos ridículos. Sólo tiene que
asistir a una conferencia sobre filosofía, o sobre filosofía de la ciencia. Resulta difícil creer los sin
sentidos que produce hoy día nuestra «élite intelectual», y a expensas del contribuyente. En realidad,
resulta difícil creer los sin sentidos que han producido los Grandes Hombres de todas las épocas y
resulta difícil entender la credulidad del público en general.
A: No parece tener mucho respeto por los líderes de la humanidad.
B: No tengo mucho respeto por la gente que quiere ser líder o que permite la formación de escuelas que
produzcan tales «líderes». Muy al contrario, pienso que los llamados «educadores» de la humanidad
sólo son criminales hambrientos de poder, quienes, insatisfechos con su propia mezquindad, quieren
reinar también sobre otras mentes y hacen todo lo que pueden para incrementar el número de esclavos.
En lugar de robustecer la capacidad de la gente para que encuentre su propio camino, utilizan su
debilidad, su deseo de aprender y su credulidad para convertirlos en copias de carne y hueso de sus
insípidas fantasías. La primera obligación de un maestro es advertir a su audiencia de que, aunque él va
a contar una historia que le gusta y que le suena bien, no por ello deben asumirla sus oyentes. La
primera obligación de un maestro es decir a su audiencia: Uds. saben mucho más que yo pero tal vez mi
exposición no les resulte desagradable. O bien puede servirse del humor para diluir cualquier «impacto
intelectual» que pudiera producir su historia, pues ciertamente es mucho mejor ver reír a la gente que
conseguir convertirIos en un puñado de simios bostezando.
A: En realidad, Ud. no siente mucho respeto por la gente.
B: Todo lo contrario. Admiro y respeto a mucha gente, pero sólo respeto a muy pocos intelectuales. Admiro
a MarIene Dietrich, que consiguió pasar por la vida, una larga vida, con estilo y ha enseñado un par de
cosas a muchos de nosotros. Admiro a Ernst Bloch porque habla la lengua de la gente corriente y porque
ensalza las pintorescas descripciones de la vida que esa gente y sus poetas nos han ofrecido. Admiro a
Paracelso porque sabía que el conocimiento sin corazón es algo vacío. Admiro a Lessing por su
independencia, por su buena disposición a cambiar de parecer, y le admiro incluso más por su
honestidad, pues es una de esas raras personas que pueden ser honestas y tener humor al mismo
tiempo, y utilizan la honestidad como guía en sus vidas privadas, no como un garrote para someter a la
gente. Le admiro por su estilo libre, claro y vivo, muy diferente de la autoconsciente y ya algo petrificada
simplicidad y erudición de, por ejemplo, el Conocimiento Objetivo. Le admiro porque fue un pensador sin
una doctrina y un estudioso sin una escuela: cada problema y cada fenómeno que abordaba era para él
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Diálogo sobre el método Paul Feyerabend
una situación única que tenía que explicarse y esclarecerse de manera única. No existían fronteras para
su curiosidad y ningún tipo de «criterios» restringía su pensamiento: aceptaba la colaboración, en
cualquier investigación particular, de pensamiento y emociones, fe y conocimiento. Le admiro porque no
quedaba satisfecho con una claridad ficticia sino que se daba cuenta de que la comprensión se consigue
a menudo a través de un oscurecimiento de las cosas, a través de un proceso en el que «lo que parecía
verse con claridad se pierde en una lejanía incierta». Le admiro porque no rechazaba los sueños ni los
cuentos de hadas sino que los acogía como instrumentos para liberar a la humanidad del yugo de los
racionalistas más decididos. Le admiro porque no se encadenó a ninguna escuela ni a ninguna
profesión, porque no tenía necesidad de contemplarse constantemente en el espejo intelectual, como
una cortesana entrada en años, y porque no tenía el deseo de atesorar la «reputación» tal y como se
manifiesta en notas a pie de página, reconocimientos, discursos académicos, grados honoríficos y otras
pócimas para aliviar los temores que produce la inseguridad. Le admiro, sobre todo, porque nunca
intentó conseguir poder sobre sus camaradas, ni a la fuerza ni por persuasión, sino que se sentía en paz
y satisfecho con ser «libre como un gorrión», e Igualmente inquisitivo. Así pues, sí, hay mucha gente que
admiro, racíonalistas incluidos; racionalistas como Lessing o Heine, pero no como Kant o Popper
(nuestro mini-Kant), y soy, por tanto, un adversario irreconciliable de lo que hoy día pasa por
racionalismo...
A: ¿A qué viene, amigo mío, tanto entusiasmo? Nunca le había visto tan excitado. Casi está a punto de
estallar de fervor religioso...
B: Eso no importa: soy un hombre enfermo, propenso a perder los estribos una y otra vez.
A: Lo que Ud. no puede hacer es estar serio durante un minuto o dos. Bueno, ha sido muy interesante
charlar con Ud., y espero que no se recupere demasiado pronto, pues prefiero su entusiasmo de
enfermo a su cinismo de hombre sano.
B: ¡Y Ud. se llama a sí mismo racionalista!
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