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LA OBEDIENCIA

El nº XII de los Artículos Fundamentales escritos por el Fundador y aprobados por la Sagrada
Congregación para la Propagación de la Fe y cuyo espíritu permanece vigente en las diversas
Constituciones promulgadas en la Hª de la SMA dice:
“El factor principal o nervadura de la Sociedad es la concordia en la caridad y la
obediencia a quienes han sido propuestos más para dirigir que para gobernar a los
hermanos. Los aspirantes, aunque tuvieran todas las otras cualidades, no serán admitidos a
entrar en el cuerpo de la asociación, si se detecta en ellos un espíritu de independencia o una
repugnancia marcada a hacerse a los caracteres diferentes del suyo” (DMF 172; Const. pg.
20 § d).
El nº 1 de las Constituciones nos define como “una comunidad de discípulos de
Cristo reunidos por la misma respuesta a la llamada a evangelizar (Mc 16,15)”. En esta
definición es de suma importancia: comunidad de discípulos de Cristo.
El nº 37 de la Carta de Formación actual, al cambiar la palabra “obediencia” de la versión
provisional a estudio por la de “renuncia a sí mismo” introdujo la cita de Heb 5,9 para ponerla en este
contexto de obediencia a imagen de la de Cristo. En realidad, “renuncia a sí mismo” y “obediencia” son
dos maneras de hablar para , en el fondo, expresar lo mismo. La una exige la otra y se traduce en ella.
Este cambio en el lenguaje, en las expresiones, muestran un poco la dificultad actual para
hablar del tema en una sociedad que no hace votos. Ahora bien, en los escritos del Fundador, sobre los
que nos apoyamos para vivir nuestra espiritualidad SMA, estos términos aparecen sin remilgos nos
gusten o no, nos gusten más o menos. Hablar de obediencia es reconocer la autoridad en la SMA. En las
constituciones se habla de ésta, lo cual supone aquélla. El problema está también en cómo se concibe la
autoridad. El nº XII de los Artículos Fundamentales da la pauta, inspirándose en el Evangelio, así como
las Constituciones en nº 23 (cf. Const. nº 14; 61; 62; 63). Se puede también leer lo que el Fundador dice
a los misioneros sobre la obediencia en “Retraite aux missionnaires” págs. 164-171.
“Nos hacemos obedientes, no por sometimiento a nada ni a nadie, sino exclusivamente para
encontrar, en una comunidad de seguimiento de Jesús, la voluntad de Dios. Es obediencia por el
Reino. Vivir así supone, ya de comienzo, una ex-centridad radical con respecto a los
imperialismos del yo”1.
Si somos discípulos de Cristo, personal y comunitariamente, lo más normal es que
meditemos y contemplemos a quien seguimos, al Guía, al Cabeza de fila de la salvación (Heb
2,10).
Si nuestra formación inicial y permanente se considera en la SMA como un “proceso
permanente de conversión y crecimiento” (C.F. nº 18), la contemplación de Cristo y la acogida de su
palabra, como Palabra de Dios que es, debe invitarnos a la conversión para nuestro crecimiento en la fe,
en nuestra vocación misionera en seguimiento del Maestro. Vamos a pedirle que nos dé docilidad para
acoger las insinuaciones del Espíritu para obedecer sus impulsos.
Son muchos los personajes bíblicos que podrían inspirar nuestra reflexión y oración. Entre
ellos, por seguro, destaca Abraham, auténtico ejemplo de obediencia de la fe, modelo para todas las
generaciones de creyentes, cristianos o no. Su trayectoria la tenemos en Gn 12-24. Otros personajes
ejemplares son: Samuel (1Sm 3,4-10; 3,19; 15,22; 16,4); José (Mt 1,24; 2,14.21); María (Lc 1,38;
2,22-24; 11,27-28).
En un primer momento, nuestra atención, sin embargo, se va a centrar especialmente en Jesús
mismo, para, luego fijarnos en los discípulos. Pero antes vamos a detenernos un poco en el aspecto
lingüístico, en la terminología que utiliza la Biblia para hablar de la obediencia.

1.- La obediencia desde el punto de vista lingüístico


1
GARCÍA, J.A., SJ, En el mundo desde Dios. Vida Religiosa y resistencia cultural. Santander 1989, pg. 164 .

1
a) En hebreo el verbo  [šm‘], muy utilizado en el A.T. (1159 veces en hebreo y 9 en
arameo), significa fundamentalmente “escuchar”. En su forma verbal simple aparece mucho en Jeremías
(44 veces) y en el Deuteronomio (41 veces), siendo una palabra clave en el lenguaje de la escuela
deuteronomista y de sus herederos.
El verbo, especialmente cuando va acompañado de la preposición “en” o la expresión “a la
voz”, significa : hacer lo que alguien dice o pide, desea o aconseja, ordena. De este modo, según el
contexto significa: “cumplir una petición, un deseo”, “seguir un consejo”, “obedecer una orden, un
precepto, una ley”... Puesto que el término como tal es neutral, su significado depende del contexto (cf.
1Sm 8,7.9.22: obedecer, hacer caso). “Escuchar “ a YHWH o a sus representantes (Moisés, Josué,
profeta [Ez 3,7] significa hacer la voluntad de YHWH. En 1Sm 15,22 se dice que “escuchar es mejor
que el sacrificio”, entendido como obediencia. Esto, aun sin ser una cita literal, no deja de estar en el
trasfondo de Heb 10,5-7 (cf. Sal 40,6-9 LXX).
b) En griego el verbo  [akoúô] es la traducción, por lo general, del hebreo šm‘, cuyo
significado más común es el de “escuchar”. “Obedecer” viene expresado por el término más concreto y
preciso de  [hypakoúô]. La preposición , [hypó] hace referencia a “subordinación”.
Expresa la relación de subordinación del hombre con su superior, siempre presente en la relación entre
Dios y el hombre. No obstante, akoúô puede significar también “obedecer”.
· akoúô aparece 427 veces en el NT (Mt: 63; Mc: 44; Lc: 65; Jn: 58; Heb: 8)
· hypakoúô aparece 21 veces en el NT (Mt: 1; Mc: 2; Lc: 2; Hch: 2; Rom: 4; Ef: 2; Fil: 1;
Col: 2; 1Tes: 2; Heb: 2, una de ellas en 5,9; Sant: 1).

2.- La obediencia en la trayectoria de Jesús


El binomio obediencia-desobediencia juega un papel importante en el pensamiento teológico de
Pablo (cf. Rom), haciendo un paralelismo entre el 1º Adán y el 2º que es Cristo. Toda la historia de la
salvación está contemplada desde esta clave (Rom 5, sobre todo los vv. 12ss. y especialmente el v.19).
Siguiendo la tradición del AT la carta a los Hebreos presenta la venida de Cristo al mundo con
una finalidad, una misión: cumplir la voluntad de Dios, es decir, una obediencia total a la voluntad
divina. Su obediencia, en cuanto sacrificio existencial, tiene un valor sacrificial perfecto (Heb 10,5-9),
llevándole hasta las últimas consecuencias (Mc 14,36), marcándole las circunstancias, en el momento
concreto, el dónde y el cómo (Fil 2,8).
El alimento de Jesús es cumplir la voluntad del Padre que lo ha enviado (Jn 4,34) y marcará la
dinámica de su vida, de su existencia, de su acción (Jn 5,19.30; 6,38; 10,18). Toda su relación con el
Padre la vive desde esa actitud filial de obediencia (Jn 12,27 [equivalente en los sinópticos a la oración
en el huerto: Mc 14,36; Mt 26,39.42; Lc 22,42]; Jn 12,49-50; 14,31; 15,10). Esto fue fundamental,
siendo Hijo, aprendió a obedecer. A través de la obediencia vivió y aprendió a vivir su relación filial con
el Padre y su relación fraterna con sus hermanos, los hombres (Heb 5,8).
Como se puede observar por los textos, en la trayectoria de Jesús, obediencia y cruz, cruz y
obediencia son inseparables, pues el conflicto surge en uno u otro momento con los demás: padres,
parientes (Lc 2,49; Mc 3,21.31-35 ), consigo mismo (Mc 14,36 y par.; Jn 12,27).
Esto ya es un criterio importante para comprender el sentido cristiano de la obediencia para un
discípulo que se adhiere a él por la fe y, en nuestro caso particular, por una llamada más precisa,
concreta y radical a seguirle.

3.- La obediencia en la trayectoria del discípulo


Contemplando la trayectoria de Jesús tenemos mucho camino por delante, pues todo consiste en
vivir como él vivió.

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Llegado a ser “Señor” por su obediencia (Fil 2,11), revestido de toda autoridad en el cielo y en
la tierra (Mt 28,18), Jesucristo tiene derecho a la obediencia de toda criatura, pues, perfeccionado por la
obediencia filial, se convirtió en el autor de la salvación para quienes le obedecen (Heb 5,9). Nuestra
salvación está íntima e indisolublemente unida a nuestra obediencia a Cristo.
Por esta autoridad “llama” y su llamada exige una respuesta: llama a los discípulos al
seguimiento y éstos, dejándolo todo, lo siguieron (Mc 1,18.20; 2,14; 9,7). La obediencia se manifiesta
en la ejecución inmediata (: Mc 1,18.20) y total de la palabra, de la voluntad de Jesús,
porque en ella se expresa infaliblemente la voluntad última del Padre (cf. Mt 7,21-24; Mc 10,2-9; Heb
1,1-2). Ello implica el desprendimiento total, renuncia total a sí mismo, a lo que uno es y tiene: redes,
oficio, familia, etc... (Mc 1,18.20; 2, 13-14). Sin esto previo, el seguimiento es imposible (cf. Mc 8,34;
10,21-22). Así, pues, no sólo consiste en dejar cosas, situaciones, personas, afectos, etc..., sino incluso
la misma persona. Y esto es lo más difícil y problemático, lo más duro. Esto sólo es posible desde la fe,
la adhesión total, absoluta e incondicional a Jesús, en una actitud de confianza plena (Jn 6,66-69).
Como nos revelan los textos, la obediencia surge en un contexto vocacional y en éste hay que vivirla:
seguir obedientemente al Cristo obediente que nos llama. Este seguimiento, en la obediencia a él, a su
palabra, sólo es posible desde la humildad, desde el reconocimiento de nuestra propia debilidad (Lc
5,11; Jn 21,15-19).
Esta autoridad la tiene, no sólo en calidad de Hijo glorificado por la resurrección, sino también
por su condición de Hijo predilecto ya en su vida terrena, en cuanto elegido y enviado por el Padre. De
ahí la orden del Padre a los discípulos: “Escuchadle” (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35).
María misma dará esta orden a los servidores ( ) en las bodas de Caná: “Haced lo
que él os diga” (Jn 2,5). Es por medio de la obediencia que estos “servidores-diáconos” simbolizan a los
discípulos perfectos, colaboradores del Mesías en la obra salvífica, bajo la imagen nupcial de la boda
(Jn 2,7-8), en estrecha relación con el Calvario, donde se consumará esta obra de los desposorios del
Mesías con la humanidad.
La condición del discípulo es la de oír/escuchar la voz del Maestro, el Buen Pastor, la de
reconocer su voz (discernimiento) y ejecutar su palabra (seguir) como nos propone Jn 10 (cf. Jn
10,4.27).
En su calidad de Hijo y Maestro-Mesías puede exigir una “escucha obediente” para tener parte
con él en su destino de muerte y gloria, de comunión con él y, a través suyo, con el Padre (Jn 14,15;
15,10.14). Por eso, si la obediencia exige una actitud de fe (cf. Jn 6,66-69), es también indispensable el
amor. Sólo desde el amor es posible la obediencia y la fidelidad, la obediencia fiel (Jn 14,15).
A imagen de Cristo (Fil 2,8), Pablo traza la imagen positiva de la comunidad en una actitud de
obediencia (Fil 2,12) y con ello se está refiriendo a las recomendaciones dadas en Fil 2,1-4 y sobre todo
en 2,5, poniendo como modelo al mismo Cristo (Fil 2,6-11).
Obedecer a Dios consiste en obedecer a Cristo, su enviado plenipotenciario. Cumplir sus
palabras es cumplir la voluntad de Dios última de Dios, manifestada en las mismas: escucha activa =
puesta en práctica = obediencia (Mt 7,21-24; Lc 6,43-49).
Del mismo modo la obediencia a Cristo se realiza en la comunidad a través de la obediencia a
quienes han sido propuestos para dirigirla (Heb 13,17). Se da, pues, una mediación humana (cf. Jn 2,5),
reflejada en personas concretas: padres, amos (Ef 6,1.5; Col 3,20.22), autoridad pública (Rom 13,1-7),
autoridad eclesiástica (Hch 16,4; 2Cor 7,15; 2Tes 3,4). Estos tienen una función esencial en la
comunidad (Heb 13,17): el bien de la misma, lo que conlleva, con la obediencia, un respeto paterno
(Heb 13,17; 1Tes 5,12-13).
Evidentemente, puede surgir el conflicto, cuando la autoridad se desmadra y no la ejerce a
imagen del Maestro, cuando busca su propio interés y no el del hermano o el de la comunidad, cuando,
en definitiva, no está expresando la voluntad de Dios, porque, en último término, es a él a quien hay que
obedecer (1Pe 5,1-7). Sin duda Pedro está pensando en Cristo, Buen Pastor (Jn 10). Si esto es así, el
reconocimiento de la voluntad de Dios lleva consigo un discernimiento cristiano y éste puede conducir,
en ciertos casos, a una actitud valiente como la de los Apóstoles (Hch 4,1-12; 5,17-33, especialmente el

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v.29: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”), o como la que tuvo que tomar Jesús en su
momento (cf. Lc 2,49).
Es, pues, necesario un discernimiento personal y comunitario para buscar siempre la voluntad
de Dios (Rom 12,2). Hay que estar siempre atentos, en este discernimiento, para no poner la etiqueta de
voluntad divina sobre la nuestra. Un criterio bastante claro y concluyente es el de tener en cuenta, como
muestra la Escritura, si es sometimiento o seguimiento de la cultura ambiental opuesta al Reino y a
Cristo o no, como invita Pablo a los cristianos de Roma. Y como muestra también el mismo Cristo en
los momentos decisivos de su vida, en su Pasión (cf. Mc 14,36; Mc 10,45): la obediencia cristiana y la
cruz están unidas indisolublemente, tanto para el Maestro como para sus discípulos, si quieren serlo
realmente.
A veces en esto nos sucede un poco como a Pablo (Hch 26,14). ¡Paciencia y ánimo! Contamos,
si queremos y somos dóciles al Espíritu, con la ayuda del Señor en nuestro caminar.

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