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TENSIÓN POR EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE POLONIA

La convocatoria de una marcha ultra ha enturbiado los festejos para conmemorar el


centenario de la recuperación de la independencia de Polonia del próximo domingo. Lejos de
prepararse para los actos, los polacos están contemplando con sumo asombro un caos
organizativo y político que amenaza con convertir la solemne fecha en una catástrofe de fondo
y de forma.

Para entender el embrollo en el que este año se está convirtiendo la máxima fiesta nacional en
Polonia es preciso reconstruir el nefasto guion de acontecimientos. Primero, durante meses, el
Gobierno nacionalista de Ley y Justicia ha anunciado una gran conmemoración nacional con
motivo del aniversario del fin de la Primera Guerra Mundial, que permitió a Polonia recuperar
su independencia nacional tras 120 años de inexistencia política. El presidente Andrzej Duda y
demás autoridades pretendían encabezar los festejos, a los que invitaban a sumarse a todos
los polacos, por encima de sus diferencias ideológicas y políticas. Sin embargo, el Gobierno
tropezó con la negativa de la oposición y personalidades liberales y de izquierda a concurrir a
los festejos con un Gobierno al que acusan de destruir la democracia y el Estado de derecho y
sacar paulatinamente a Polonia de la UE.

Pero cuando nacionalistas radicales, que ya en años pasados organizaron multitudinarias


marchas explícitamente racistas y xenófobas, con porte de antorchas y símbolos fascistas,
confirmaron su gran movilización, el Gobierno rectificó y Duda desistió de encabezar la
marcha.

Acto seguido, la alcaldía de Varsovia, en manos de la oposición liberal, prohibió la marcha ultra
del domingo, aduciendo precedentes de exhibición de símbolos prohibidos y consignas que
fomentan el odio racial y étnico, con el argumento de que no podía garantizar el orden público
y la seguridad debido a la negativa del Ministerio del Interior de colaborar, así como citando
una masiva huelga policial que diezmaba a los agentes disponibles.

El Gobierno insiste en encabezar el desfile, pero dice que no admitirá más símbolo que la
bandera

Entonces, el régimen momentáneamente dio un giro de 180 grados y, tras una improvisada
reunión del presidente Duda con el jefe de Gobierno, Mateusz Morawiecki, anunció que
finalmente sí iba a encabezar el desfile, que se llevará a cabo por la misma ruta que querían
recorrer los ultranacionalistas vetados por la alcaldía. El Gobierno anunció además que no
toleraría más símbolos que las banderas nacionales blanquirrojas y no se admitiría a nadie que
quisiera lucir otros. Es la primera vez en muchos años que el Gobierno pone objeciones a la
simbología de los ultras, a los que ha venido cortejando como patriotas. El Ministerio de
Defensa dijo que el ejército asumirá la seguridad del acto.

Los líderes ultras, descolocados ante la negativa de la alcaldía, recurrieron el veto, sobre el que
un tribunal municipal debe pronunciarse en 48 horas. Afirman que la prohibición de marchar
viola sus derechos constitucionales de libre expresión y manifestación.
Les indigna todavía más la pretensión del Gobierno de “robarles” y “censurar” su marcha,
despojándola de símbolos de identidad que antes no molestaban. Ante ambos desafíos
prometen desobedecer y proceder con su desfile pese a todo.

El 2017, como había ocurrido en los últimos años, unos 70.000 ultras, alentados y ayudados
por el Gobierno nacionalista, desfilaron en Varsovia con las siglas ONR (Organización
Nacionalista Radical), con pancartas que ensalzaban una “Europa blanca” y la “pureza de
sangre”, prometiendo “muerte para los enemigos de la nación”, rezando “por el Holocausto
musulmán” y luciendo cruces gamadas y antorchas. La marcha suscitó condenas
internacionales. El Gobierno polaco, en cambio, la defendió y dijo que la mayoría de los
manifestantes eran sólo patriotas. Un ministro llegó a decir que la marcha había sido una
“bella imagen”.

A nadie se le escapa que el auge del nacionalismo extremo, racista, antisemita y fascista, que
tanto daña la imagen de Polonia, ha sido en los últimos años un bienvenido compañero de
viaje del Gobierno nacionalista en su cruzada contra la democracia liberal y una Europa
relativista y cosmopolita. Ahora resulta que los ultras se han convertido en un aliado
demasiado crecido, rebelde y cada vez más difícil de meter en cintura.

UNA ESTATUA PARA KACZYNSK

La estatua dedicada al difunto presidente Lech Kaczynski, que se inaugura el sábado en una
plaza del centro de Varsovia, suscita polémica. De casi siete metros, es más alta que el cercano
monumento al mariscal Jozef Pilsudski, héroe de la independencia. Kaczynski, que murió en el
2010 en un accidente aéreo en Rusia, era el hermano gemelo de Jaroslaw Kaczynski, jefe del
partido gobernante Ley y Justicia. Aunque la tragedia aérea, que causó 96 muertos,
conmocionó a Polonia, muchos ven excesivo poner a Lech Kaczynski al mismo nivel que un
héroe nacional.

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