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Toribio de Mogrovejo
Colección
ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS
Serie
TEOLOGÍA MORAL
LOS PRINCIPIOS
Volumen I
Por
Noldin - Schmitt
Profesores de la Universidad de Innsbruck
Traducción
D. Navascués
De la “Escuela de Traductores Sapientia”
Capellanías, Trujillo
2001
Observaciones generales sobre este trabajo de TEXTOS EN CASTELLANO
de la SUMMA THEOLOGIAE MORALIS.
2. Se ha seguido cuidadosamente el texto latino tal como aparece en la edición del año
1945 que se reseña. No entraba en el plan de este trabajo poner al día los temas que
corresponden en el original al Código de Derecho Canónico del año 1917, sustituido por
el actual de 1989; por eso, en este aspecto, el buen juicio del lector hará las
consideraciones que convenga.
3. Respecto a los términos específicos de la materia moral que pudieran ponerse con una
u otra palabra castellana se ha procurado emplear la que se usa en el texto del Compendio
de Teología Moral de Arregui-Zalba.
5. Dentro del criterio anterior, las frases textuales que suelen aparecer en letra cursiva en
el original también aparecen así en este trabajo; además, toda la frase se ha tomado de la
Biblia de Jerusalén, edición de 1967 (Desclée de Brouwer), salvo en algún caso en que la
frase se separaba de la buena comprensión del texto al que se aportaba; en este caso se ha
traducido directamente la cita bíblica tal como figura en la obra original, que por
pertenecer a la Vulgata y ser acorde con el fin didáctico, se ha preferido a la frase de la
Biblia de Jerusalén; sobre esta observación véase N. del T. en la nota 2 al n. 32, a, , de
estos TEXTOS EN CASTELLANO.
O. T. G. D.
1
Cuestión primera.
1. Nociones. La Teología Moral recibe este nombre porque ordena las costumbres
o la vida moral de los hombres hacia Dios. Esta ordenación se puede exponer de distintas
maneras:
1
) Bouquillon, Theologia moralis fundamentalis3 (Brugis. Beyaert. 1903). Lehmkuhl Theologia
moralis12 (Friburgi. Herder. 1914). Schwane, Allgemeine Moraltheologie (Freiburg. Herder. 1885).
Simar, Lehrbuch der Moraltheologie (Freiburg. Herder. 1893). Pruner, Moraltheologie. Göpfert-
Stab, Moraltheologie8 (Paderborn. Schöningh. 1920). Schindler, Lehrbuch der Moraltheologie
(Wien. Opitz. 1907). Vermeersch, Theologia moralis I3 (Brugis. Beyaert. 1934). Mausbach,
Kathol. Moraltheologie I5/6 (Münster. Aschendorff. 1922). Prümmer, Manuale Theol. Mor. I4
(Freiburg. Herder. 1923). Merkelbach, Summa theol. Mor. I (París. Desclée de Brouwer. 1931).
Schilling, Kath. Moraltheologie (München. M. Hueber. 1928).
2
) Véase Zeiger en Stimmen der Zeit, 114 (1938, 143++).
2
siguiente: Exponer la vida Cristiana que el hombre promete que va a llevar como
miembro del Cuerpo de Cristo y de la Iglesia, cuando recibe el bautismo.
En el mismo rito bautismal, ya se propone desde el principio, según las mismas palabras
de Cristo, E l D o b l e m a n d a t o d e l a m o r que dice: “Si quieres alcanzar la vida eterna,
guarda los mandamientos: amarás al Señor tu Dios... y a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mt 22 31; Rito bautismal de adultos). Este
doble mandato se propone como regla de vida sobrenatural y como condición sin la cual no es
posible la incorporación fructífera a Cristo y a la Iglesia, y también como camino hacia la vida.
Si ahora consideramos lo que contiene la Sagrada Escritura, principalmente el Evangelio
de San Juan y su primera carta, vemos que amar es lo mismo que guardar los mandamientos;
ambas cosas son lo mismo que permanecer en Cristo, vivir por Cristo, ser amigo de Cristo, haber
nacido de Dios, andar como Cristo anduvo, como Cristo conserva los preceptos de su Padre y
permanece en su amor. (Jn 14 15-31; 15 9-14; 1 Jn 2 3+... 17...29; 3 6.. 9.. 23; 4 7+ 5 2; Rm 13 8-
10; Ef 5 1+; Mc 3 35.)
Por una parte, este modo de exponer la Teología Moral, queda fundado más
claramente en la Sagrada. Escritura, en la liturgia, y en la doctrina del Cuerpo Místico de
Cristo; y, por otra parte, comprende toda la materia, porque en la observación del doble
precepto de la caridad se contiene:
3
) 1 P 5 4.
5
erróneas u obsoletas y la misma Teología Moral se desarrolle plenamente de
forma adecuada4.
Nota 1. Los teólogos siguiendo a Clemente Alejandrino5 reducen la relación entre la
Ética Cristiana y la Ética antigua a estos tres puntos principales:
a. La Ética Cristiana contiene todas las verdades morales y de forma
convenientemente conexa entre ellas.
b. La Ética Cristiana proporciona mayor certeza tanto por las razones evidentes
internas como por haber sido tomada de la suma autoridad de Cristo.
c. La Ética Cristiana confiere fuerza y capacidad para que se puedan desarrollar los
preceptos morales incluso la dificilísima y perfectísima vida de los fieles 6.
Nota 2. Los siguientes cinco puntos principales determinan la relación entre la Ética
Católica y la Protestante.
a. La Ética Católica se rige por el magisterio infalible de la Iglesia; al contrario, la
Protestante, que carece de ese tipo de magisterio, cae necesariamente en el
subjetivismo y en el error.
b. La Ética Católica no sólo tiene como fuente la Sagrada Escritura; también
reconoce como tal a la tradición de la Iglesia.
c. La Ética Católica enseña que la libertad es necesaria para la vida moral y que ni
el pecado ni la gracia quitan la libertad.
d. La Ética Católica enseña que la justificación de los pecadores consiste en una
conversión interna y santificación por medio de la gracia divina; pero no en una
aprehensión subjetiva de la justicia porque Cristo es justo.
e. La Ética Católica enseña que conseguimos la justificación por medio de los
sacramentos recibidos realmente o en deseo, y que estos sólo los administra la
Iglesia fundada por Cristo.
De aquí resultan claras dos cosas. La primera, que hay que decir que la diferencia entre la Ética
Católica y la Protestante es absolutamente esencial. La segunda que hay que deducir que la razón de esa
diferencia procede de las verdades dogmáticas que rechazan los protestantes 7.
4
) Véase Encícl. de León XIII Rerum novarum y de Pío XI Quadragesimo Anno.
5
) Strom. 1, 20.
6
) Véase Mausbach, Christentum und Weltmoral2 (Münster. Aschendorff. 1905) pp. 1-35.
7
) Véase Mausbach, Die katholische Moral5 (Köln. Bachem. 1921) Intr. § 3. Katholische
Moraltheologie I. p. 8++.
6
orden sistemático, y en resolver a partir de los principios morales
cuestiones prácticas, especialmente las más difíciles, para conocer en
cada caso qué es lícito o ilícito, qué es pecado grave o qué es pecado
leve.
. Otros autores, omitiendo el método positivo por considerarlo unido con un lazo
inseparable al escolástico, distinguen estos otros tres métodos de trabajo en la
Teología Moral: escolástico, casuístico y místico. El método místico consiste en
estudiar las verdades morales de modo que estimulen hacia la virtud y la persigan
hasta la perfección; por tanto, este método expone cada una de las virtudes y sus
diversos grados de perfección, y deduce de las verdades morales razones y
motivos con los que el hombre se mueva y determine a conseguir la perfección
Cristiana. Como ya hay una disciplina teológica particular, la Ascética, que trata
de este modo el tema de las virtudes, el método místico no es un método de
trabajo propio de la Teología Moral.
. Los teólogos morales que siguen casi exclusivamente el método casuístico se
llaman casuistas. De éstos, algunos (Bucceroni, Génicot) incurren en resolver los
casos difíciles e intrincados, casi sin excepción, con una despreocupación
prácticamente absoluta de la exposición de los principios; otros (Elbel, Lehmkuhl),
en cambio, procuran dar la discusión de los casos después de una exposición más
o menos precisa y científica de los principios.
7. Métodos de los autores más modernos. Los autores más modernos de Teología
Moral, no siguen un solo método sobre los demás, sino que la mayor parte de ellos reúne
convenientemente los tres métodos; pues aunque, en diferentes partes de la Teología
Moral, como lo postula la misma cosa, un método puede prevalecer sobre los demás, en
general sin embargo, se recoge el método resultante de la composición y mezcla
conveniente de los tres.
Y, desde luego, el método casuístico se junta acertadamente con el método
positivo-escolástico.
Pues cuando se propone la Teología Moral a los futuros confesores, no basta simplemente la
exposición de los principios morales, sino que es absolutamente necesaria la exposición de los diversos casos
y problemas tomados de la vida práctica. En efecto, no carece de dificultad para los que aún no tienen
experiencia aplicar los principios a las cuestiones prácticas, principalmente cuando se complican con
diferentes circunstancias. Esta dificultad no se puede superar más que con ejercicios variados y continuos.
Además, la solución de muchas cuestiones prácticas no se consigue tanto a partir de ciertos
principios, como a partir del juicio y estimación prudente de peritos; por otra parte, esta prudente estimación
no se adquiere sino a través de múltiples casos que los autores discuten y resuelven mediante el estudio y el
trabajo.
De donde resulta que en Teología Moral, principalmente en cuestiones cuya solución depende de
una estimación prudente, no sólo se obtiene ésta en muchas ocasiones de la autoridad de los teólogos que
sobresalen entre los demás por su juicio prudente, sino que también hay que acudir con frecuencia a la
sentencia de muchísimos autores porque el juicio exactamente igual de muchos da un brillante testimonio de
la verdad en este tipo de cuestiones.
8. División. Para que la Teología Moral alcance el fin, que sobre todo buscamos,
se puede dividir en tres partes, de las cuales la primera trata de los fundamentos de la
Teología Moral, es decir de los principios primeros y generales de esta ciencia; la
segunda trata de los preceptos exponiendo las normas tomadas de la revelación Cristiana,
las cuales, por voluntad de Dios, debe observar el hombre para llevar una vida
conveniente a un hijo de Dios y miembro de Cristo, conservar y crecer en la caridad, y, de
este modo, alcanzar la vida eterna; la tercera trata de los sacramentos que son medios o
ayudas para la salvación, instituidos por Dios, con los cuales se infunde la vida de
miembro de Cristo, se conserva, se aumenta y se restablece. Ahora bien, el uso de estos
medios lo manda la ley de Dios y la Iglesia lo regula con sus decretos.
7
No se diferencia de esta división la que se hace comúnmente en dos partes, de las que una se llama
general o fundamental y la otra especial. Aquella expone los principios generales de las costumbres, es decir,
las propiedades que deben reunir todas las acciones humanas para que sean aptas para alcanzar su fin último;
enseña qué debe hacer u omitir en particular el hombre, a saber, las obligaciones que tiene que cumplir el
hombre por voluntad de Dios, y los medios que debe poner para conseguir la vida eterna. Por lo cual, la
Teología Moral especial abarca las dos partes de las que antes hablamos: los preceptos y los sacramentos.
____________________
Cuestión segunda.
9. Fuentes. Las fuentes supremas de la Teología Moral, aquellas desde las que se
conocen las verdades morales, son la Revelación divina y la razón humana, tanto natural
como teológica, o sea, iluminada por la fe.
a. La Teología Moral abarca verdades sobrenaturales manifestadas a nosotros por la
Revelación divina: en efecto, como el fin al que esta ciencia debe dirigir al hombre es
sobrenatural, conviene que esta ciencia contenga las verdades de orden sobrenatural que
ciertamente debemos conocer por revelación divina.
b. Para alcanzar el fin de la vida humana es necesario que el hombre guarde también leyes del
orden natural porque el fin sobrenatural no excluye el fin natural, al contrario lo supone y
lo perfecciona, por lo que las leyes de derecho natural manifiestas a nosotros por la razón
pertenecen igualmente al objeto de la Teología Moral; además, la razón declara que las
verdades morales son reveladas por disposición divina, y las ilustra, y, por razonamientos,
deduce otras nuevas a partir de ellas.
c. Para saber qué verdades morales han sido manifestadas a nosotros bien por la Revelación o
bien por la razón, acudimos al magisterio infalible de la Iglesia. En efecto, este magisterio
ha sido instituido por Dios y dotado de la prerrogativa de la infalibilidad para que nos
pueda proponer y declarar con autoridad suprema e infalible las verdades tanto naturales
como sobrenaturales que corresponden al orden moral. Por eso algunos autores llaman al
magisterio de la Iglesia principio formal o directivo de la Teología Moral, lo mismo que
de la Dogmática.
8
) Melchor Cano, De locis theolog. VIII, 4. Desde aquel tiempo la Teología Moral se manifestó
entre las ciencias teológicas como una disciplina consistente por sí misma y distinta de la
Dogmática; incluso se empezó a hablar de fuentes y de lugares teológicos morales. Pues aunque
las fuentes de la Teología Moral y de la Dogmática son casi las mismas, la Teología Moral tiene
sin embargo algunas propias. Francisco Zacarías S. I. publicó por primera vez un tratado especial
sobre los lugares de Teología Moral, y luego le siguieron otros. Véase Dissertatio ad Alphonsi de
Liguori moralem theologiam prolegomena de casuisticae theologiae originibus, locis atque
praestantia, disertación que hizo Zacarías a petición del propio San Alfonso, y el santo doctor se
cuidó de colocar en la tercera edición de su obra.
8
1. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento.
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para
educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra
buena.9”
9
) 2 Tm 3 16.
10
) Mt 5 17.
11
) Rm 3 2.
9
Hay que advertir que muchas leyes dadas por la Iglesia son leyes disciplinares, encaminadas a
dirigir las costumbres externas de los fieles, y, por lo mismo, son variables. Pues las costumbres
externas varían cada día, lo mismo que lo accesorio de las cosas, dando lugar a que las leyes
disciplinares sean diferentes también según los tiempos y los lugares: lo que hoy y aquí es útil,
en otro momento y en otro sitio es inútil, siempre y cuando no sea pernicioso 12.
3. Los Decretos de los Sumos Pontífices, en los que de diferentes maneras, bien
por Constituciones (Encíclicas), bien por Respuestas de las Congregaciones, o
se condenan falsas doctrinas morales, o se declaran preceptos morales de
derecho divino o eclesiástico, o se declara expresamente a qué es a lo que hay
que atenerse sobre determinadas cosas, o qué es lo que hay que hacer 13.
5. Las obras de los santos Padres. Los santos Padres de la Iglesia no sólo hay que
considerarlos como testigos de la tradición, sino también como doctores de las
verdades que corresponden a las costumbres, por lo que hay que distinguir si
proponen doctrina eclesiástica, o la suya propia. Si al proponer doctrina
eclesiástica son unánimes, hay que tener su sentencia por absolutamente
cierta, pues la Iglesia no puede ser infiel a la verdad; pero si proponen una
verdad sobre la que la Iglesia no ha definido nada, estén de acuerdo o no, hay
que considerar y probar los argumentos con los que la confirman pues sobre su
autoridad valen las mismas reglas que hay que dar sobre la autoridad de los
teólogos.
6. Las obras de los teólogos, especialmente de aquellos a los que la Iglesia los
considera importantes, lo que ciertamente hace con Santo Tomás y San
Alfonso. Por eso la misma Iglesia responde a las preguntas de tema moral:
Deben consultar a los autores aprobados (Consulantur probati auctores)
Según P. Zacarias, sobre la autoridad de los teólogos hay que tener en cuenta lo siguiente:
a. “Si en alguna cuestión todos los casuistas coinciden unos con otros diciendo que algo es
lícito, es próximo a la herejía separarse de su opinión.
b. “Los argumentos que parten de una sentencia común de casi todos los autores casuistas se
van teniendo como probables, de modo que oponerse a ellos es temerario, salvo que obste
de forma clara y transparente alguna razón ciertamente grave y no tenida en cuenta por
nadie, o alguna autoridad.
c. “Si algunos varones doctos se oponen, el testimonio de los teólogos casuistas, aunque sean
muchos, no vale más para dar fe que lo que hubiera aprobado la razón de los primeros, o
incluso la autoridad superior.
d. “Si un solo autor, que fuera verdaderamente excepcional, adujese una razón que otros no
hubieran tenido en cuenta o no hubiesen desvirtuado suficientemente, mientras que él sí lo
hubiera hecho debidamente a las razones de ellos, aunque enseñase contra la opinión
común, podría proporcionar una opinión probable”17.
11. I. Período (hasta el siglo XIII). Los autores escriben principalmente con fines prácticos, p. e.
para educar la vida Cristiana; exponen según la ocasión temas sobre las virtudes, los vicios y sobre cuestiones
particulares que les parece más necesarias para el momento.
17
) Véase Zacarías, Dissert. proleg. pr. 2. c. 5.
11
1. Sin embargo, no faltan conatos de su sistematización; así, la “duplex via” en Didache, Epist.
Barnabae; los 12 mandamientos en Hermae Pastore; incluso se puede añadir aquí Pedagogus y
Stromata de Clemente de Alejandría.
2. Hay tratados particulares sobre espectáculos, idolatría, oración, penitencia después de la caída,
sobre la fortaleza y paciencia en el martirio, sobre la virginidad, el pudor, el uso de las riquezas,
etc, de Orígenes, Tertuliano, Cipriano; sobre los oficios en la Iglesia, de Clemente Romano y de
Ireneo.
3. Una exposición más profunda y más amplia de las verdades morales se encuentra en los primeros
Padres de los siglos 4-6; este progreso se aprovechó de tres circunstancias: el ataque de los
herejes, el progreso de la vida civil y los comienzos de la vida monástica. Así, Lactantius
postula la religión, la justicia y la caridad para la felicidad en la vida civil; condena la usura;
Ambrosio trata de los ministerios de los ministros (eclesiásticos); Agustín trata de las
costumbres de la Iglesia Católica y de las de los maniqueos; el Enchiridion sobre la fe,
esperanza y caridad; la ciudad de Dios; varias cuestiones y virtudes particulares. Gregorio
Niceno trata de las catequesis; Cirilo de Alejandría la adoración en espíritu y verdad; Jerónimo
y otros, varias epístolas, homilías y explicaciones de la Sagrada Escritura. Gregorio Magno, la
Moralidad en Job; Crisóstomo, el sacerdocio.
En este tiempo, los primeros elementos sobre la perfección cristiana y la vida mística los
pusieron: (el seudo-)Dionisio Areopagita, Casiano en las colaciones, Basilio en la Moral y las
reglas, Juan Clímaco en la escala del paraíso, y otros.
1. La escuela preparatoria (el Maestro de las sentencias = Pedro Lombardo y Alejandro de Hales)
trata de la vida Cristiana mediante el ejercicio de las virtudes teologales y cardinales, así como
por la observancia de los preceptos y el uso de los sacramentos en el II. de las sentencias, III. y
IV después del tratado sobre la Encarnación.
2. Apoyados en estos, San Alberto Magno y Santo Tomás tratan científicamente la Teología Moral
en la Suma, además de en los Comentarios a la II. Sent., porque en la II. parte tratan de los
movimientos de la criatura racional hacia Dios por medio de las virtudes, y en la III. parte sobre
los sacramentos. Con el mismo orden y método, también San Buenaventura enseña Teología
Moral al mismo tiempo que dogmática en los Comm. a las II. Sent., aunque se dirige hacia la
actividad práctica y mística de la voluntad y del corazón. Más discrepa en algunas cuestiones de
la escuela tomista, la escotista, siendo su cabeza Juan Duns Escoto, aunque en algunas otras
cuestiones la completa. Ambas escuelas, a partir de aquí, enseñan la Doctrina Moral científica,
junto con la Dogmática en los Comentarios a la II. sent. o Suma de Santo Tomás.
3. Para consultar también la práctica, se publican en este tiempo Sumas de casos de penitencia
compuestos por orden alfabético en el sistema casuístico. Así lo hace el celebérrimo Canonista
San Raimundo de Peñafort; después de él, la Suma Astesana, la Pisana, la Angélica, (A. de
Clavasio), la Silvestrina (Silvestre Prierias) y otras.
San Antonio Florentino fue el primero que conjuntó ambos métodos y trató problemas tanto
económicos como sociales.
4. Después del concilio tridentino, se acrecentó la Teología Moral con una nueva floración gracias a
los autores clásicos: L. Molina, Gregorio de Val., Azor, Suárez, Vázquez, Tomás Sánchez,
Coninck, Laymann, Lugo, Busenbaum, etc. En el mismo tiempo, muchos de estos autores tratan
12
por separado la Teología Moral, tomando de la Dogmática cuestiones sobre los actos, las leyes,
las virtudes, y añadiendo la disquisición práctica.
5. Finalmente, San Alfonso, autor príncipe, llevó la Teología Moral a un nuevo florecimiento y
estableció una vía segura entre el rigorismo y las sentencias laxas de algunos.
6. Por último, también en las cosas morales se sentía el influjo del racionalismo y del naturalismo
del siglo XVIII, al cual intentaron impugnar Sailer y Hirscher, hombres llenos de piedad, pero
impedidos por cierta fobia de escolasticismo; con más éxito y vueltos poco a poco a los sanos
principios: Oberrauch, Stapf, Linsemann; en Francia: Gousset y Gury (muchas veces
enmendados por otros); en Italia: Ballerini, Scavini, Bucceroni; en Bélgica: Bouquillon; en
América: Kenrick.
7. Entre los autores más recientes se encuentran los que cultivan únicamente el método especulativo
y positivo, los que se dedican al mismo tiempo a la práctica, y, finalmente los que sólo quieren
ocuparse del fin práctico. Aunque no se pueden clasificar adecuadamente en grupos, al primero
pertenecerían: Lehmkuhl, Koch, Schindler, Mausbach, Schilling, (los tres últimos eminentes en
problemas económicos y sociales), Tilman. Al segundo: Müller (-Seipel), Göpfer (Staab),
Aertnys (-Damen), Génicot (-Salsmans), Prümmer, Vermeersch, Merkelbach, Ruland. Al último:
Los casos estudiados por Lehmkuhl, Gury (-Ferreres), Génicot. Repitiendo: Arregui, Prümmer,
Schilling, Ione, Telch.
____________________
Cuestión tercera.
12. Concepto.
1. De los principios de Teología Moral se puede hablar en tres sentidos distintos,
puesto que se dice que son principios de Teología Moral los siguientes:
2. Si, por el nombre de principios se entienden ciertas verdades morales, hay que
distinguir dos géneros de principios: generales y particulares. Se llaman
generales aquellas verdades fundamentales que presentan condiciones y
13
cualidades que deben corresponder a todos los actos humanos para que sean
aptos para conseguir su fin; por lo tanto invaden y gobiernan toda la Teología
Moral; se llaman particulares cada una de las verdades morales tomadas de
sus propias fuentes, de cuyas verdades, como de raíz, se deducen por
raciocinio todas las verdades. Pues así como las verdades reveladas que
constituyen el objeto de la Teología Dogmática, se llaman sus principios, así
las verdades morales particulares de la Teología Moral se dice que son sus
principios. De los principios generales se trata aquí; los principios particulares
constituyen el objeto principal de la Teología Moral especial.
Principios generales son: los actos humanos deben ser proporcionados al fin último, deben ser
moralmente buenos, sobrenaturales, meritorios, deben ser conformes a los dictámenes de la
conciencia y a la ley divina, y así sucesivamente. Principios particulares son: las verdades
reveladas por Dios deben ser creídas; hay que amar a Dios sobre todas las cosas; hay que
socorrer al prójimo indigente; no es lícito fornicar; no es lícito robar; y así sucesivamente .
14
LIBRO PRIMERO.
____________________
Cuestión primera.
13. Concepto. Todo agente racional obra con un fin. Fin es aquello por lo que
algo se hace, o, lo que pretende el agente. El fin se divide:
a. Fin de la obra es aquello a lo que tiende la misma cosa por su naturaleza;
el fin del agente es lo que el agente pretende con su acción.
b. El fin “qui” (objetivo) es lo que pretende el agente (el bien mismo) y
puede ser doble: o eficiendo (a obtener), a saber, cuando el agente actúa
por deseo; o comunicando (a entregar), cuando el agente actúa por amor;
el fin “quo” (formal) es la propia adhesión o posesión; en cuanto
corresponde al fin “qui” eficiendo, es la adhesión propiamente dicha,
pero en cuanto corresponde al fin “qui” comunicando se trata de la cuasi
adhesión; el fin “cui” es el sujeto para el que el agente pretende algo;
claramente hay que distinguirlo del sujeto de la utilidad, que puede ser
diferente del fin cui.
18
)Véase Stufler S. I. ZkTh 41 (1917) p. 656++ donde se demuestra que la sentencia que
exponemos aquí es de Santo Tomás; el tema se trata brevemente en: Lercher S. I., Inst. Theol.
Dogm. II (1924) p. 355++. Kleutgen, Theologie der Vorzeit2 (Münster. Theissing. 1872) Tomo 1º
n. 427++, Tomo 2º Cap. 4º: La comunidad sobrenatural con Dios; Cap. 5º: El fin natural y
sobrenatural y los fines del hombre; Tomo 5º Cap. 3º La Teología Práctica. Bouquillon, Theologia
Moralis fundamentalis3 1. 1. El fin último; 1. 2. Los medios para el fin. Schwane, Allgemeine
Moraltheologie (Freiburg. Herder. 1885) § 13. Th. Meyer, Institutiones iuris naturalis2 (Friburgi.
Herder. 1907) I. n. 35++. V. Cathrein, Moralphilosophie5 (Freiburg. Herder. 1911) p. 79.
15
2. Si hablamos del fin de Dios creador, ciertamente no podemos hablar de fin en
sentido estricto, en cuanto que se entienda como una causa final, sino
solamente como una razón, por la cual Dios habría querido que existieran las
criaturas.
3. El fin del agente siempre es también motivo, el fin de la obra puede ser
igualmente motivo, pero no es necesario. Así el fin de la comida es la
conservación de la vida; en el que come por gusto, el gusto es el motivo de la
comida, pero en el que come para conservar la vida, el fin es al mismo tiempo
el de la comida.
14. El fin de Dios Creador, según el Concilio Vaticano (ses. III, cap. I, D 1783)
no es aumentar su felicidad, ni obtenerla, sino la perfección a manifestar por medio de los
bienes que reparte a las criaturas; esta definición está dirigida contra Hermes y Günther,
según los cuales el fin de Dios sería la felicidad de las criaturas; de esa definición,
considerados varios términos, deducimos:
a. El fin qui de Dios creador es la propia bondad (a saber, ontológica) divina
a comunicar, o gloria de Dios in. El fin quo de Dios creador es la misma
comunicación o gloria externa; el fin cui (pero no sujeto de utilidad) es el
mismo Dios, que con esta comunicación, se debe tener de modo que sea
fuente de bondad en el acto.
b. El fin qui de las criaturas es la bondad divina a participar o gloria de Dios
interna, el fin quo es la misma bondad divina participada (gloria de Dios
externa o bienaventuranza de las criaturas), el fin cui es Dios mismo,
sujeto de utilidad son las criaturas.
Nota.
1. Hemos dicho que la bondad divina a ser comunicada o ser participada es la gloria de
Dios interna, mientras que la comunicada o participada es la gloria de Dios externa.
Gloria es la alabanza no vulgar debida a hechos preclaros o a la naturaleza. La gloria
de Dios es formal, o sea el conocimiento y reconocimiento en los que consiste la
alabanza; o es fundamental (u objetiva): esto es, lo que se conoce y reconoce; ambas
cosas son internas en cuanto son la perfección de Dios a ser comunicada, o externas
en cuanto son la perfección comunicada a las criaturas; o sea, formal: conocimiento y
reconocimiento del mismo Dios (interno) o por la parte de las criaturas (externo),
fundamental: la perfección ella misma (interna), o la creada (externa).
2. La gloria externa y la bienaventuranza no se distinguen más que por la razón (según el
vocablo), a saber, la gloria se dirige a Dios (que por tanto es el fin primario), la
felicidad se dirige a las criaturas (fin secundario).
3. También el fin de Dios, no creador, sería su propia bondad; como creador ciertamente
es la bondad comunicada porque Dios es en acto fuente de bondad, pero como no
creador sería la bondad no a ser comunicada, porque Dios es infinitamente suficiente
para sí mismo, y por eso la comunicación de la bondad es algo apropiado para Dios, y
lo contrario no sería apropiado.
15. Argumentos.
1. La Escritura enuncia esta frase cuando dice:
a. “Todas las obras de Yahveh tienen su fin”19.
19
) Pr 16 4.
16
b. “A todos los que se llamen por mi nombre, a los que para mi gloria creé,
plasmé e hice”20.
c. “Por amor de mi nombre retardé mi cólera ... Tan sólo por mi amor, por mi
amor lo he hecho, pues ¿cómo mi nombre sería profanado? No cederé a
otro mi gloria”21.
2. Lo que la Tradición confirma de forma egregia:
a. Es lapidaria la frase de San Agustín: “Porque Dios es bueno, nosotros
existimos”22.
b. Y dice San Ireneo: “Dios no plasmó a Adán como si hubiera tenido
necesidad del hombre, sino para tener en quien depositar sus
beneficios”23.
c. Lo mismo dice Atenágoras24 de forma muy bella: “Es manifiesto que Dios
... movido por sí mismo y por su bondad que brilla en todas sus obras y
por su sabiduría, creó al hombre. ... Y Dios no hizo en vano al hombre
pues es sabio y ninguna obra del sabio es inútil, ni tampoco para su
propia utilidad, pues no le falta nada; ... pero tampoco creó al hombre por
algo de lo creado, pues nada de lo que disfruta de la razón y del juicio
está creado, o se crea, para uso de otro, ni superior ni inferior, sino para la
propia vida y perpetuidad de los que han sido creados.”
3. Finalmente, la razón percibe muy claramente esto:
a. Dios como agente inteligente no obra sin un fin; y este fin no puede ser
sino la bondad divina a ser comunicada, y, por parte de las criaturas, a ser
participada. Porque
. es la bondad porque el fin es siempre algo bueno;
. es la bondad divina porque Dios no puede obrar por algo exterior a
Él, porque en este caso dependería de ese algo exterior;
. es a ser comunicada porque la bondad divina no puede aumentar.
b. Santo Tomás propone el mismo argumento a su modo de forma ingeniosa:
“Todo agente obra a causa de un fin. ... Pero el fin del agente y del
paciente es lo mismo mientras sea así, aunque cada vez sea de distinta
manera. Porque es único y lo mismo lo que el agente quiere hacer y lo
que el paciente quiere recibir. Pero también hay algunos que obran y
reciben la acción simultáneamente, que son los agentes imperfectos. Y es
propio de estos que, al obrar, quieran obtener algo. Pero al primer agente,
que sólo es agente, no le es apropiado obrar por lo que alguien va a
recibir, como fin de éste, sino solamente querer comunicar su perfección
que es su bondad. Y cada una de las criaturas quiere obtener su
perfección que es la semejanza de la perfección divina” 25.
Sobre todo lo cual, resplandece por qué Santo Tomás dice tantas
veces que sólo Dios es verdaderamente liberal; además quedan patentes
lo blasfemas que son las objeciones de los adversarios recientemente
20
) Is 43 7.
21
) Is 48 9, 11.
22
) De doctr. christ. 1. I. n.32.
23
) Adv. Haer. 4, 14, 1. (Rouët de Journel, Ench. Patrist. N. 231).
24
) De resurr. mort. n.. 12. (M. G. VI. 995).
25
) I. q. 44. a. 4. in corp.
17
renovadas por Ed. de Hartmann: que Dios había creado el mundo para
tener quienes le aplaudieran.
Cuestión segunda.
18. Los diversos medios. Para que el hombre pueda alcanzar el fin al que está
destinado, Dios determinó dotarle con medios aptos y potentes, los cuales son ciertamente
de dos tipos, naturales y sobrenaturales, y tanto unos como otros pueden ser externos o
internos.
Artículo primero.
20
La libertad de la voluntad36.
36
) Meyer, Institutiones iuris naturalis (Friburgi. Herder. 1906). I. N. 100++. Cathrein,
Moralphilosophie5 (Freiburg. Herder. 1911). I. p. 41++. Mach, Die Willensfreiheit der Menschen
(Paderborn. Schöningh. 1887). Gutberlet, Die Willensfreiheit und ihre Gegner 2 (Fulda.
Aktiendruckerei. 1907). A. Beck, Die menschliche Willensfreiheit (München. Volksschriftenverlag.
1906). Katzinger Fr. Menschliches Freiheitbewußtsein (Phil. u. Grenzw. I. 6, 1926) y allí más
referencias. Encíclica de León XIII Libertas (20 de junio de 1888).
21
c. Libertad de coacción o de necesidad externa es la inmunidad de una
fuerza hecha extrínsecamente contra la inclinación de la voluntad.
Está claro que
. Se infiere que la coacción se puede ejercer tanto sobre el que no
quiere, p. e. sobre el que se lleva a la cárcel a la fuerza, como sobre
el que quiere, p. e. cuando se impide la evasión de un recluso;
. Que la libertad de coacción es más bien una libertad de obrar que
una libertad de querer;
. Que la voluntad es inmune de coacción porque un acto de voluntad
coaccionado es un imposible.
d. Libertad de necesidad interna es la inmunidad de fuerza interna que
determine a la voluntad a obrar, o a obrar de determinada manera. Esta
libertad es propia de la libertad humana.
Así pues, la necesidad interna sería la determinación innata de la voluntad
humana para querer, o querer precisamente de tal manera. Este tipo de
determinación está en el interior de la voluntad humana en relación con
el bien en general para que lo desee, de modo que el mal como tal no lo
pueda querer, y con relación a la felicidad, que cada uno la quiere
necesariamente de modo que no pueda querer ser infeliz.
2. Por razón del objeto que elige, la libertad se llama libertad de contradicción o
de ejercicio, si la voluntad puede elegir entre obrar y no obrar; libertad de
contrariedad si la voluntad puede elegir entre una cosa y su opuesta (amar y
odiar; el bien y el mal); libertad de especificación si la voluntad puede elegir
entre cosas de diferente especie (esto o aquello; estudiar o pasear).
a. La libertad de contrariedad en el orden moral, a saber, la libertad de elegir
entre el bien y el mal, no corresponde a la esencia de la libertad, sino que
es un defecto para la libertad humana, propio del estado viador.
b. La libertad de contradicción es la única necesaria y suficiente para que se
pueda decir que la voluntad es verdaderamente libre, o dueña de sus
actos, aunque en el hombre viador se encuentren también otras especies.
37
) Véase A. Seitz, Willensfreiheit und Determinismus (Köln. Bachem.) Cathrein, l. c. p. 46++.
23
innata para producir el acto, es la causa de la libre elección. Luego el acto
libre tiene causa que actúa no necesaria sino libremente.
b. En la voluntad hay que distinguir la virtud y la energía para elegir el bien,
de la fuerza y potencia para determinarse al acto; especialmente cuando el
bien es el bien moral, aunque la elección parezca ardua y se le opongan
impedimentos y dificultades. Tanto el ejercicio como la gracia divina
refuerzan y ayudan a la voluntad para que las elecciones se hagan
prudentes y conformes a la razón, aunque parezcan difíciles a la
naturaleza corrompida.
c. La Pedagogía y la Ascética tratan de los medios para consolidar y
aumentar la energía de la voluntad; estos medios consisten sobre todo en
endurecer y ejercitar el cuerpo, en un trabajo esforzado tanto corporal
como espiritual, en unos buenos hábitos adquiridos con una mortificación
continua de las pasiones, y, finalmente, en la gracia divina conseguida
con la oración y el uso de los sacramentos.
42
) Veánse los autores citados para los argumentos que se seguirían, negada la libertad, a partir del
consentimiento universal del género humano y sus consecuentes.
25
conclusión a todos los actos de la voluntad, se niega simplemente su libertad. Sobre todo
esto hay que tener en cuenta:
a. La acción libre no es meramente una acción arbitraria, independiente de
toda norma y ley; al contrario, también la voluntad cumple ciertas normas
físicas y morales cuando hace una elección. Además, son muchas las
condiciones internas y externas (índole principalmente moral, educación,
ejemplos ajenos, etc.) que influyen en las elecciones que hace el hombre
y las determinan más o menos; en efecto el hombre, de ordinario, sigue
en sus acciones inclinaciones y costumbres propias que, sin embargo, no
le coartan, sino que las sigue libremente. Por tanto, no es para
maravillarse que los hombres que se encuentran en unas mismas
condiciones, obren del mismo modo.
b. Para que se pudiera sacar algo contra la libertad de la voluntad a partir de
la Estadística Moral, debería constar al menos, de todo eso, que
determinada pasión empuja a un gran número de hombres en las mismas
circunstancias a cometer el mismo crimen, y no que ningún hombre
azotado por tal pasión hubiera superado la tentación. Esto no consta en la
Estadística Moral, ni puede constar. Por lo demás, ni siquiera de este
modo se prueba el influjo inevitable y necesitante de las pasiones en la
voluntad porque los hombres constituidos libres se inclinan a la misma
acción cuando están en las mismas circunstancias; precisamente es así
cuando llega el invierno y todos se visten libremente con vestidos más
gruesos. - Finalmente, hay que notar que la Estadística considera sólo los
fenómenos externos, criminales o indiferentes, y su constancia, pero no
explora los hechos internos ni las virtudes externas, por lo que no está
capacitada para decir nada sobre el origen de ellos, sea libre o necesario.
c. La estabilidad y la constancia de la comisión de crímenes, que se recogen
en la Estadística Moral se explica por la aparición y el influjo de sus
motivos en la voluntad humana. Pues consta que la mayor parte de los
hombres colocados en las mismas circunstancias, sujetos a las mismas
pasiones y tentaciones cometen los mismos delitos. Pero, en verdad, no se
puede negar que muchos otros, sacudidos por las mismas pasiones,
vencen la tentación, lo cual no lo quiere recoger la Estadística; es más,
también se debe afirmar que una gran parte de los que han cedido a la
tentación, al menos ayudados por las fuerzas sobrenaturales de la gracia
habrían podido vencer la tentación y habrían sido conscientes de esta
potestad.
De la Estadística Moral se deducen dos cosas:
. al hacer su elección, el hombre depende en gran manera de la
disposición habitual de su voluntad y de las condiciones externas;
. como ahora muchos son arrastrados a cometer los mismos
crímenes, ahora atacan con más vehemencia ciertas pasiones
debido a las circunstancias sociales; y que hay muchos hombres
que languidecen absolutamente, tanto en su fe como en su vida
religiosa, y, por eso, desprovistos de la fortaleza natural y de la
sobrenatural, son vencidos con facilidad por las tentaciones 43.
43
) Véase Gutberlet l. c. Cap. 3: La Estadística Moral. Lehmkuhl, Der Selbstmord und die
Mißhandlung der Statistik (Stimmen aus M. L. XXII. p. 345++). Huber, Die Hemnisse der
26
24. La Psicopatología.
a. La Psicopatología (Psiquiatría) es la ciencia que estudia la vida anormal
del alma para obtener de ese estudio reglas sobre la educación de los
niños, la imputación de los delitos, y los cuidados médicos de la mente de
los enfermos. Esta misma ciencia aporta una gran utilidad a los
pedagogos, a los jueces en las causas criminales y a los moralistas; sin
embargo, hay quienes toman de la misma ciencia argumentos contra la
libertad de la voluntad. Efectivamente, consideran que el modo de obrar
de los hombres afectados por diferentes enfermedades mentales (locura,
demencia, paranoia, epilepsia, histeria), los cuales carecen por eso de
libertad en sus acciones, se ha de extender como principio general
afirmando que el hombre no está dotado de libertad.
b. En verdad,
. De que el ánimo de los enfermos o psicópatas aparezca desprovisto
de la libertad de obrar, no se sigue que también los sanos de mente
estén desprovistos de libertad, salvo que alguien lo que quiera decir
es que la mente del hombre no es perfectamente sana, y que más
bien todos los hombres están más o menos locos.
. No se puede conceder que todos los psicópatas estén absolutamente
desprovistos de libertad, pues como esta enfermedad de la mente
tiene diversos grados, del mismo modo la libertad también queda
más o menos reducida en algunos por influjo de la misma
enfermedad, y en otros queda completamente extinguida. Por lo
demás, volveremos a hablar de este asunto más adelante, cuando se
trate de los impedimentos del acto humano (n. 59, 61).
25. Aquí consideramos la actividad moral libre con la que la voluntad elige entre
el bien y el mal. El ejercicio de la voluntad es perfecto, si la voluntad completamente
desde ella misma y sin ningún otro influjo que no sea ella, como su naturaleza lo exige, se
inclina a un acto determinado; esto ocurre cuando la mente conoce debidamente el objeto,
y la voluntad según la norma del razonamiento se mueve rápidamente a quererlo o a
rechazarlo. Pero, en verdad, hay muchas cosas dentro del mismo hombre, o fuera de él,
que ejercen un influjo sobre su libre actividad, o sobre su elección, determinándola más o
menos. Desde luego, esas cosas disminuyen ciertamente la libertad de la voluntad y la
imputabilidad de la acción, pero no la quitan.
44
) Véase Huber, l. c. p. 112++, 152++.
45
) Véase Huber, p. 102++, 130++.
29
Artículo segundo.
28. Existencia. Las virtudes sobrenaturales son hábitos infundidos por Dios, con
los que el hombre puede realizar connaturalmente actos sobrenaturales. El razonamiento
teológico demuestra que estas virtudes están infundidas por Dios, lo cual consta por el
concilio tridentino.
a. Hace falta que la naturaleza elevada al estado sobrenatural pueda realizar
de forma connatural actos con los que tienda hacia el fin sobrenatural; y
para esto se requiere que sea sobrenatural no sólo el principio externo y
pasajero (gracia actual), sino también el principio interno y permanente
(potencia), lo cual lo proporcionan los hábitos infundidos. Por eso Dios
adornó al hombre con los hábitos de las virtudes sobrenaturales.
Luego lo que en el orden natural son las potencias del alma,
entendimiento y voluntad, esto son en el orden sobrenatural los hábitos
infusos, a saber, principio próximo de la vida sobrenatural, de la misma
forma que la gracia santificante, de la que manan los hábitos infusos se
dice que es el principio remoto de la vida sobrenatural.
48
) 1 Co 13 13.
49
) D. 800.
50
) D. 834.
31
30. Las virtudes morales. Las virtudes morales se llaman así porque su objeto
formal es la honestidad de las acciones.
a. Aunque no sea verdad de fe que las virtudes morales también son
infundidas por Dios en nosotros, hay teólogos (los escotistas) que lo
niegan; sin embargo, su doctrina es rechazada por otros como errónea. Y,
prudentemente, no se puede negar eso sobre las virtudes morales una vez
que consta sobre las teologales; en efecto, si Dios infunde éstas para que,
de forma connatural podamos llevar a cabo sus actos por principios
internos, por la misma razón debe infundir también las virtudes morales.
Por eso el catecismo romano enseña: “A ésta (la gracia), se le añade un
nobilísimo acompañamiento de todas las virtudes, las cuales se infunden
en el alma por disposición divina”51.
b. No consta cuál es el número de las virtudes morales infusas. Hay que
decir que parece que se infunden cuatro virtudes cardinales, y ninguna
más; porque todas las demás virtudes morales se pueden reducir a las
virtudes cardinales como partes integrantes o subjetivas de ellas, y el
hábito de éstas basta para llevar a cabo sus propios actos.
31. Efectos de las virtudes. Según la sentencia más común y cierta de los
teólogos, los hábitos infusos dan la potestad propiamente dicha, pero no la facilidad, para
llevar a cabo actos sobrenaturales, inclinando ciertamente hacia esos actos, pero sin quitar
los impedimentos de hacerlos.
a. De todo esto ya queda muchísimo más clara la diferencia que separa las
virtudes infusas de las adquiridas:
. Pues las virtudes infusas dan la facultad propiamente dicha, pero no
la facilidad, para obrar sobrenaturalmente; pues cuando son
infundidas no quitan los impedimentos de obrar que proceden de la
concupiscencia y de los malos hábitos. La facilidad de obrar se
adquiere por el ejercicio de los hábitos infusos. En cambio, las
virtudes adquiridas no dan la potestad sino la facilidad de obrar,
pues aquélla ya existe por naturaleza; como en realidad se ganan
con actos repetidos y no sin lucha, por eso reducen, e incluso casi
quitan del todo, las dificultades de obrar que proceden de la
concupiscencia o de la mala costumbre.
. Las virtudes infusas se infunden en el mismo momento que la
gracia santificante, aumentan al ejercitarlas, no de forma activa
sino meritoria, y, por el pecado mortal, desaparecen con la gracia
santificante en el mismo momento. En cambio, las virtudes
adquiridas se obtienen no con un solo acto sino con repetidos
actos, y van aumentando de forma activa con esos mismos actos;
pero con el desuso, o con actos contrarios, van disminuyendo
paulatinamente hasta desaparecer.
b. Por eso, algunas veces vemos que hay hombres pecadores
descaradamente, que, sin embargo, sobresalen por alguna virtud, p. e. la
justicia; en efecto, por el pecado mortal no se destruyen todas las virtudes
adquiridas. Y, al contrario, vemos hombres justos que deben luchar contra
diferentes y fuertes propensiones al mal, pues las virtudes infusas no
51
) De baptismo n. 51.
32
quitan los hábitos malos naturales, y éstos las van debilitando
paulatinamente con sus actos contrarios.
Artículo tercero.
56
) I. II. q. 68. a. 2.
35
que, a veces, el justo es impulsado a algo que parece estúpido a los hombres,
algo que es más de admirar que de imitar indiscriminadamente 57.
5. El don de piedad dispone sobrenaturalmente la voluntad para que pueda seguir
prontamente al Espíritu Santo que le mueve a adorar a Dios, como Padre
Nuestro, y a honrar a los demás padres, que tienen a Dios como referencia,
como son los padres, los prójimos, los pobres, y todavía más la Iglesia, los
santos, la Sagrada Escritura58.
6. El don de fortaleza dispone y perfecciona sobrenaturalmente la voluntad para
que pueda seguir prontamente al Espíritu Santo que le mueve a terminar
cualquier buena obra empezada, aunque para ello haya que superar
dificultades y soportar sufrimientos.
El don de fortaleza se distingue doblemente de la virtud del mismo nombre:
a. El motivo de la virtud es la honestidad natural que determina a superar las
dificultades; el motivo del don es la confianza en la moción y en la
asistencia del Espíritu Santo.
b. la virtud se refiere a la medida de las fuerzas naturales; el don excede las
fuerzas de la naturaleza y se atreve con lo que parece temerario a la razón
natural59.
7. El don de temor dispone sobrenaturalmente la voluntad para que pueda seguir
las mociones del Espíritu Santo que le inducen a mostrar reverencia y
completa sumisión a Dios porque rehuye cualquier deleite que le separe de Él.
Se entiende un temor reverencial hacia la Divina Majestad, a la que también
Cristo Señor mostró reverencia, y ante la cual, según testimonio de la Sagrada
Escritura, se postran los ángeles rostro en tierra 60.
____________________
57
) Véase Jc 11 30; 16 28; 1 M 6 46.
58
) Rm 8 15.
59
) Véanse 1R 1732++; 2 M 6 18.
60
) Veáse Ap 7 11.
36
Cuestión tercera.
El orden moral.
________
Artículo primero.
34.Noción. El orden moral consiste en las relaciones esenciales del hombre con
Dios, consigo mismo y con los demás hombres. Estas relaciones exigen por parte del
hombre muchas y diferentes operaciones con las que debe esforzarse por voluntad de
Dios para alcanzar su fin último; por lo cual, el orden moral consiste también en las
operaciones con las que el hombre tiende hacia su fin último. Finalmente, comprende
también el orden de los medios con los que Dios ayuda al hombre para que pueda
alcanzar su fin último. Así pues, el orden moral contemplado en su totalidad comprende:
el fin último, Dios, en cuya posesión el hombre consigue la felicidad perfecta; las
relaciones del hombre con Dios, consigo mismo y con los demás; las operaciones
convenientes a las relaciones esenciales del hombre; y, finalmente, los medios que, por
institución divina, sirven para la obtención del fin. Así pues, el orden moral instituido por
Dios es camino por el que marchamos hacia el fin, y medio con cuya observación
conseguimos el fin; por eso, San Agustín enseña: El orden es el que, guardándolo en la
vida, nos lleva a Dios61.
a. Como el orden, en general, es la relación de uno hacia otro, para establecer el
orden moral hay que considerar en primer lugar las relaciones del hombre hacia
otro; además, hay tres relaciones de este tipo fundadas en la propia naturaleza
humana: relación religiosa, relación individual y relación social. En efecto, el
hombre se relaciona con Dios, primer principio suyo y fin último; se relaciona
consigo mismo pues está dotado de muchas y diversas inclinaciones y potencias,
dispuestas por la naturaleza de tal modo que las inferiores se relacionan con las
superiores y viceversa; finalmente, el hombre se relaciona con otras criaturas,
racionales o irracionales, pues el hombre como parte del universo está destinado
por su naturaleza a formar aquí, ciertamente, una sociedad con los demás
hombres y, por eso, tiene el derecho a usar las cosas materiales en cuanto sea
necesario para alcanzar su fin. Resulta así que el orden moral, por su propia
naturaleza, es un orden final ya que toda la naturaleza del hombre con todas sus
relaciones está ordenada a Dios como fin último; y ciertamente, la relación
religiosa está ordenada de forma inmediata, y la individual y la social de forma
mediata. Por esto, se entiende la dignidad y excelencia de la naturaleza racional,
que es la única que tiene relación inmediata con Dios; al contrario, las criaturas
irracionales se relacionan con el hombre inmediatamente y, a través del hombre,
mediatamente con Dios62.
b. Como el hombre, por naturaleza, se relaciona con Dios, como la criatura con su
Creador, como el siervo con su Señor, el orden exige que el hombre reconozca a
su Creador y Señor, lo reverencie, le sirva y lo ame. Como el cuerpo es con
respecto al alma como el instrumento con respecto a su agente principal, el orden
61
) De ordine l. 1. c. 9. n. 27.
62
) Véase Santo Tomás II. II. q. 2. a. 3.
37
exige que las fuerzas inferiores se sometan y sirvan a las superiores, y que las
superiores, por su parte, gobiernen a las inferiores. Por eso, San Gregorio Magno
llama a la razón señora de familia numerosa63. Finalmente, como el hombre se
relaciona con los demás hombres como con socios y consiervos, partícipes de la
misma naturaleza y destinados al mismo fin, el orden exige que el hombre ame a
los otros como a sí mismo y sirva a la justicia en la vida social.
35. Orden natural y sobrenatural. El orden depende del fin para el que está
instituido, y al que debe adaptarse en cuanto a la naturaleza. Como el fin último es doble,
también debe ser doble el orden moral: natural, fundado en la naturaleza humana, y que
corresponde a su capacidad, fuerzas y exigencia, y sobrenatural, instituido por la libre
voluntad de Dios, y que transciende a la capacidad, fuerzas y exigencia de la naturaleza
humana. Consta en el presente orden de la Providencia que, por la gracia santificante, el
hombre queda constituido hijo adoptivo de Dios y heredero de la felicidad eterna,
sobrenatural para él: Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, para
que recibiéramos la filiación adoptiva64. Pero a todos los que la recibieron les dio poder
de hacerse hijos de Dios65.
a. Luego en este orden el hombre se relaciona con Dios como el hijo con el padre; el
cuerpo que es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo 66 se relaciona con
el alma elevada por la gracia santificante; el hombre se relaciona con los demás
hombres como el hermano de Cristo y heredero de la vida eterna con los
hermanos en Cristo y herederos de su vida divina. Estas relaciones son
absolutamente distintas de las que constituyen el orden natural. El orden
sobrenatural exige otras operaciones, y más nobles, todas las cuales las resumió
Cristo en los dos preceptos de caridad con Dios y con el prójimo 67.
Guardándolos, el hombre consigue la felicidad sobrenatural de la vida eterna. Por
último, los medios de este orden también son sobrenaturales (n. 28).
b. El orden natural queda constituido por el mismo hecho de la creación. Pero plugo
a Dios, Sumo Bien, al crear al hombre, elevarlo sobre la naturaleza a un orden
superior totalmente sobrenatural. El orden sobrenatural queda constituido por el
mismo hecho de la adopción o elevación de la naturaleza humana al estado de la
filiación adoptiva.
Artículo segundo.
63
) Moralia in Iob l. c. 30. n. 42.
64
) Ga 4 4-5.
65
) Jn 1 12.
66
) 1 Co 6 15, 19.
67
) Mt 22 37++.
38
Este argumento se puede presentar así: Dios se constituye a sí mismo como el
fin último del hombre; pero por lo mismo de haberse constituido en fin último,
Dios impuso al hombre la obligación de dirigirse al fin último.
2. El hombre es llevado por la fuerza natural hacia su perfección y felicidad, la
cual no puede conseguir sino en Dios, fin sobrenatural; pero en el ser racional,
las tendencias naturales están regidas por la ley y la obligación moral, luego
está obligado, con obligación moral a luchar por el fin de la vida eterna,
eligiendo libremente el fin y lo que está ordenado hacia la consecución de ese
fin. Esa misma obligación está impuesta al hombre por las palabras de la
Sagrada Escritura: Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro
Padre celestial68; trabajad con temor y temblor por vuestra salvación 69. A
Yahvéh tu Dios temerás, a Él le servirás70.
3. La relación de la vida presente con la vida eterna, según la Sagrada Escritura es
el estado del camino hacia el final, el estado de la dirección hacia la felicidad
perfecta: pues la vida presente se muestra como el tiempo de lucha, de trabajo,
de prueba; mientras que la vida eterna se muestra como corona, recompensa,
premio71. Luego, por voluntad de Dios debemos luchar libremente por el fin
último con los medios dispuestos por Dios 72. El que no obrare así se separa de
la felicidad eterna y será condenado a la pena eterna: E irán estos a un castigo
eterno, y los justos a una vida eterna73.
38. Hasta qué punto se debe rehuir el mundo. La religión cristiana que establece el fin
último del hombre no en los bienes de este mundo sino en los bienes de la otra vida, y le obliga a
esforzarse por los bienes sobrenaturales y eternos despreciando los terrenos, es censurada
duramente por eso como si separase al hombre de los bienes de esta vida al dirigirlo hacia lo
sobrenatural y eterno y enseñase a despreciarlos así como también a la prosperidad y al progreso
temporal.
a. Enseña que el hombre no puede alcanzar su propio fin en esta vida sino solamente
en la otra, y lo hace con toda razón, porque el hombre no puede obtener en esta
vida ni la perfección moral conveniente a la naturaleza humana ni la felicidad
que apetece naturalmente. En efecto, el progreso por grande que sea, material o
intelectual, no puede llevar al hombre ni a la perfección moral ni a la felicidad.
b. Enseña que se debe despreciar y rehuir el mundo en cuanto las preocupaciones
mundanas impiden caminar hacia los bienes eternos y ponen en peligro la
verdadera felicidad de los hombres. Por eso se entiende el frecuente aviso de la
Sagrada Escritura y de los santos Padres de no amar el mundo sino más bien
abandonarlo, en cuanto trae el peligro de perder los bienes superiores. Pero es
absolutamente falso que la religión cristiana impida el progreso temporal o haga
al hombre incapaz de colaborar en la promoción y perfeccionamiento de la vida
temporal o su cultura. Porque lo único que exige es que observe las normas de
moralidad y no descuide las obligaciones cristianas cuando trabaja en los asuntos
con los que se pretende promover la prosperidad temporal. Puesta esta condición,
amonesta a los cristianos a que cumplan seria y diligentemente con los trabajos
temporales y mundanos80.
74
) Jn 3 5.
75
) Rm 8 17.
76
) Mt 19 17.
77
) Mt 7 21.
78
) Véase Santo Tomás I. II. q. 109. a. 8. – II. II. q. 14. a. 2. Lugo De poenitentia disp. 7. n. 234++.
79
) Véase De sacramentis21 n. 219.
80
) Véase 1 Ts 4 10.
40
c. Ni tampoco porque la religión cristiana enseñe que de suyo la virginidad es
preferible al matrimonio, o el estado religioso al secular, se debe deducir que
desprecia o condena el matrimonio o el estado secular, sino que ante un bien
menor pone por encima un bien mayor y mejor. Ni tampoco hay que temer, dada
la índole de la naturaleza humana, que una multitud de hombres abandone el
mundo de modo que queden abandonados para siempre la prosperidad y el
progreso material81. Más bien es al contrario, que la religión cristiana en
cualquier parte acrecienta y promueve eficazmente la verdadera cultura tanto del
hombre como de la sociedad porque cultiva en las personas las virtudes
individuales y sociales, protege y perfecciona la familia y la ciudad, y promueve
y recomienda ese único progreso al que le corresponde la verdadera y sólida
estabilidad.
81
) Este tema lo tratan adecuadamente: Schneider, Die göttl. Weltordnung (Paderborn. Schöning.
1900); Weltflucht und Kulturscheu. p. 528++. Mausbach, Die kath. Moral5 (Köln. Bachem. 1921);
Weltarbeit und Weltflucht. p. 260++. H. Pesch, Die soziale Befähigung der Kirche 2 (Freiburg.
Herder. 1897). Kneib Die Jenseitsmoral (Freiburg. Herder. 1906).
41
LIBRO SEGUNDO.
____________________
Primera cuestión.
Artículo primero.
40. Definición. En sentido amplísimo se dice que son actos humanos todos los
que realiza el hombre; se dividen justamente en actos del hombre y en actos estricta y
propiamente llamados humanos.
Si se comparan los actos humanos tomados en su sentido amplísimo con los actos
de los animales, nos encontramos con actos que son comunes al hombre y a los animales,
porque el hombre es animal racional, y actos que son propios del hombre porque el
hombre es animal racional. Así que se pueden distinguir, sin duda, estos cuatro tipos de
actos:
a. unos que son comunes al hombre y a los animales en cuanto a la sustancia
y el modo de actuar, p. e. ver indeliberadamente, oír, andar;
b. otros que son propios del hombre en cuanto a la sustancia, pero cuya
forma de actuar es común con la de los animales, p. e. actos espirituales,
como entender y querer, que como los actos de los animales se realizan
necesaria o indeliberadamente;
82
) Santo Tomás I. ii. q. 6-21. San Alfonso l.5. n. 144. Sporer-Bierbaum, Theologia moralis
decalog. (Paderborne. Typographia bonifac. 1897) tr. 1. c. 2. Ballerini-Palmieri, Opus theologicum
morale3 (Prati. Giachetti. 1880) tr. 1. Lehmkuhl12 n. 51-110. Bouquillon n. 318-408. G. Walsch,
Tractatus de actibus humanis2 (Dublín. Gill. 1891). V. Frins, De actibus humanis (Friburgi. Herder.
1897). Tepe, De actibus humanis n. 1-107. Pesch III. n. 536++. Bucceroni, Commentarii de actibus
humanis3 (Romae. Typograph. iuv. opific. 1906). Vermeersch n. 39++. Merkelbach I. n. 47++.
42
c. otros son comunes al hombre y a los animales en cuanto a la sustancia,
pero propios del hombre en cuanto al modo de realizarlos como los actos
sensitivos (ver, oír, andar) que se realizan deliberadamente;
d. otros son finalmente propios del hombre en cuanto a la sustancia y en
cuanto al modo de realizarlos, como los actos intelectuales (entender,
querer) que se hacen deliberadamente.
1. Se llaman actos del hombre los que son comunes al hombre y a los animales,
porque se hacen sin depender de la voluntad libre, como p. e. actos de sentir,
de pensar, de querer, cuando se hacen indeliberadamente.
Son actos del hombre:
. los que se hacen por el hombre en un acto en el que no tiene uso de
razón, como ocurre con los niños, los borrachos, los dormidos, los
delirantes;
. los que se hacen por el hombre en un acto en el que ciertamente
tiene uso de razón pero no la usa, como son los actos del
entendimiento, de la voluntad, de la imaginación y de los
movimientos del apetito sensitivo, cuando son anteriores a la
advertencia de la mente.
2. Se llaman actos humanos los que son propios del hombre porque dependen de
la voluntad libre, de los cuales, por tanto, es el señor; se suelen definir así los
actos que proceden de la voluntad actuando libremente, es decir, que se hacen
con la advertencia de la mente y con el libre consentimiento de la voluntad, de
modo que son actos libres tanto cuando se piensa como cuando se quiere y,
también, cuando se siente.
a. Resulta claro que sólo estos son actos humanos estricta y propiamente
hablando; se les llama actos verdadera y propiamente humanos porque se
hacen por el hombre como tal y como diferente de las criaturas
irracionales, es decir, porque son propios del hombre en cuanto al modo
de obrar, bien siéndolo en cuanto a la sustancia, o bien siendo comunes
también a los animales. Ciertamente, sólo los actos que proceden de la
voluntad deliberada son de este tipo. En efecto, los actos necesarios del
entendimiento y de la voluntad son sin duda verdaderamente propios del
hombre y se pueden llamar humanos en cuanto a la sustancia de la
acción, pero no son propios de él ni se pueden llamar humanos en cuanto
al modo de la acción porque no les es aplicable el modo de obrar
consistente en actuar con dominio del acto.
b. La razón por la que solamente los actos que se hacen libremente se llaman
con propiedad humanos y propios del hombre es el carácter de la
doctrina moral. Efectivamente, en Moral no se atiende a la esencia de los
actos sino a la operación de los actos y, por eso, correctamente, la
diferencia esencial entre el hombre y los seres irracionales se toma del
modo de obrar y no de la esencia de los actos; pero precisamente el modo
de obrar propio del hombre en cuanto hombre, o ser racional, es obrar
libremente, es decir, con dominio del acto.
83
) Sobre el imperio de la voluntad sobre otras potencias, véase Santo Tomás I. II. q. 17. Suárez,
De voluntario disp 10. Cathrein, Moralphilosophie p. 68++. Meyer, Instit. iuris nat. p. 93++.
44
3. Actos buenos, malos e indiferentes: se llaman buenos los actos que son
conformes a la recta razón; malos, los contrarios a la recta razón; indiferentes, los que ni
son conformes ni son contrarios a la recta razón, y llegan a ser buenos o malos,
principalmente, según el fin por el que se realizan.- El acto bueno, o el indiferente, se
llama también lícito porque no lo prohíbe ninguna ley; en cambio, el malo se llama ilícito
porque se opone a la ley de Dios o a la humana.
4. Unos actos son naturales y otros sobrenaturales: se llaman naturales los actos
que se hacen con las fuerzas naturales únicamente, y sobrenaturales los que se llevan a
cabo con el auxilio de la gracia divina. Tanto unos como otros se llaman meritorios
cuando son dignos de que, al hacerlos, se obtenga alguna retribución.
La diferencia entre acto natural y acto sobrenatural se basa en el principio del que
parte el acto y no en el objeto del acto porque para que el acto sea sobrenatural se
requiere y basta un principio sobrenatural, y por el contrario, ni se requiere ni basta un
objeto sobrenatural. Sin duda es sobrenatural un acto del entendimiento sobre una verdad
natural hecho con el auxilio de la gracia, y en cambio no lo es un acto del entendimiento
sobre una verdad revelada hecho sin el auxilio de la gracia.
5. En ciertos actos que se hacen para producir un efecto determinado, existe
todavía otra distinción, a saber, actos válidos e inválidos; se llaman válidos los que gozan
de todos los requisitos para producir su efecto propio, e inválidos a los que les falta
alguna condición necesaria para ello; así, se dice que un voto es válido cuando reúne las
condiciones necesarias para obligar. Los actos válidos pueden ser rescindibles o
irrescindibles, según que se puedan dejar sin efecto por la voluntad del hombre, como los
votos o los contratos, que pueden ser privados de su fuerza, o no se puedan dejar sin
efecto, como los sacramentos.
Los actos válidos no son siempre lícitos (matrimonio), ni tampoco los inválidos
son siempre ilícitos (testamento informe).
Artículo segundo.
Lo voluntario y lo involuntario.
Todos los actos humanos son voluntarios. Por tanto interesa exponer los
diferentes aspectos de lo voluntario o involuntario para conocer de qué modos tiende la
voluntad hacia su objeto, o cómo proceden los actos desde la voluntad. Este conocimiento
es muy importante para determinar la imputabilidad de los actos humanos y el grado de la
misma.
84
) Santo Tomás I. II. q. 6. a. 1: “cuyo principio es interior, con adición de la ciencia”
45
a. De la voluntad puede proceder algo positivamente, es decir, por su influjo
positivo, o negativamente, es decir, por omisión del influjo.
De la voluntad puede proceder algo positivamente de tres formas
distintas: inmediata, mediata y efectiva. De forma inmediata proceden los
mismos actos elícitos de la voluntad, de forma mediata los imperados por
la voluntad y elícitos de otras potencias, y de forma efectiva proceden los
efectos de estos actos. P. e., en un apedreamiento para herir a una
persona, la intención de arrojar las piedras procede de forma inmediata, el
acto de arrojarlas procede de forma mediata, y las heridas producidas por
las piedras de forma efectiva.
Proceder negativamente de la voluntad se dice de las omisiones y de sus
efectos. Si alguien no apaga las llamas de un edificio que se está
incendiando, la omisión de la extinción y el efecto de la conflagración de
la casa se dice que proceden negativamente de la voluntad.
Así pues se nos dice que hay cuatro posibilidades de voluntarios, a saber:
. actos elícitos de la voluntad;
. actos imperados de la voluntad;
. efectos externos de nuestras acciones;
. omisiones y sus efectos.
b. Lo voluntario es distinto de:
. lo querido, que es como se llama al objeto de la voluntad, aunque no
dependa de la voluntad, porque voluntario se dice solamente del objeto
que depende de la voluntad;
. lo espontáneo, que procede de una potencia con conocimiento sensitivo y,
por esto, se puede llamar espontáneos a los actos de los amentes, de los
niños, e incluso de los animales, pero a ninguno de estos se les puede
llamar voluntarios;
. lo libre, es decir del acto humano, porque lo voluntario no tiene en cuenta
si el acto procede libre o necesariamente de la voluntad, y el acto humano,
para que lo sea verdaderamente, tiene que ser un acto libre.
Para el que mata a su enemigo, tanto el propósito de matar como la
muerte del enemigo son voluntarios; y, para alguien que deseaba la
muerte de esa persona, pero no la mata, el deseo de la muerte es
voluntario, y la muerte es querida. El deseo de lluvia del labrador es
voluntario, y la lluvia querida; en cambio, para Dios la lluvia es
voluntaria y querida.- Pues todo lo voluntario es querido, pero no
viceversa, es decir, no todo lo querido es voluntario.
86
) Lehmkuhl, I. n. 58.
87
) Otros que, dicho en pocas palabras, siguen a Santo Tomás, distinguen lo voluntario
directamente e indirectamente de lo voluntario en sí y en la causa, definiendo aquello como de
acuerdo con lo voluntario positivo y negativo. Véase Santo Tomás I. II. q. 6. a. 3.; q. 77. a. 7.
49
6. Voluntario actual, virtual, habitual según la influencia que tenga el acto de la
voluntad sobre lo hecho (sobre el efecto). Como este voluntario puede
corresponder en cuanto a la cosa con la intención actual, virtual y habitual, es
mejor exponer esta clasificación desde este aspecto. Intención es el acto, o
tendencia, de la voluntad hacia algún fin con medios aptos para conseguirlo.
a. Intención actual es la que existe aquí y ahora, influye en la obra y se va
advirtiendo mientras se hace la obra. Así, el que quiere bautizar aquí y
ahora y lo hace en ese momento, tiene intención actual de bautizar.
Puede ser de dos maneras: explícita, si la voluntad pretende algo que se
comprende de modo claro e inequívoco; p. e., si alguien pretende conferir
el sacramento del bautismo; o implícita, si lo que pretende la voluntad
está contenido de algún modo en algo que se entiende y se conoce
explícitamente; p. e., si el que bautiza pretende hacer lo que ve hacer al
párroco. Inicialmente tiene intención actual explícita de bautizar, y luego
intención actual implícita.
b. Intención virtual es la que, habiéndose tenido antes, sigue manteniéndose
aquí y ahora, influye en la obra, pero no se advierte al hacer la obra. P. e.,
el que confiere un bautismo que se había propuesto conferir
anteriormente, pero ahora al hacerlo está pensando en otras cosas, tiene
intención virtual de bautizar.
El influjo de la intención virtual resalta en este ejemplo: Alguien que va a
pasear se pone un límite final a su camino; mientras va dando cada paso
no piensa en ese final, aunque la intención de acabarlo allí la sigue
teniendo latente y eficazmente de modo que todos sus pasos son
adecuados para llegar a ese final. Se llama virtual la intención cuando
influye en la acción por la fuerza, o virtud, del acto o de la intención de la
voluntad. Los autores explican de diferentes maneras 88 qué fuerza es
aquella que influye y hace eficaz el acto de la voluntad decidido
anteriormente, y puesto ahora por obra, para que sea voluntario
virtualmente. Pero todos coinciden en este regla con la que se puede
distinguir cuánto dura la intención decidida con anterioridad y su
eficacia: La intención decidida con anterioridad influye en la acción
durante todo el tiempo en el que, preguntado el agente, aunque no
estuviera en ese momento pensando en la intención, qué o por qué esta
haciendo lo que hace, sin un nuevo acto de voluntad y sin ninguna
reflexión, sólo recordando la intención que ya había tenido, contesta
inmediatamente: hago tal cosa, o hago tal cosa por aquello89.
c. Intención habitual es la que habiendo sido decidida ya antes, no se ha
retirado, pero tampoco subsiste todavía en su efecto ni en su virtud; por
tanto tampoco influye en la obra que se hace. P. e., el que había pedido la
unción de los enfermos, y ahora que está sin sentido la recibe debido a la
intención habitual.
a. Para que el acto proceda de su intención como de su causa, la intención
debe ser actual o virtual; no basta la habitual ya que no sigue durando, ni
influye, cuando se hace el acto.
88
) Sobre esto se puede ver Walsch n. 70++ y, sobre todo, Frins I. n. 51-56.
89
) Véase Sporer-Bierbaum III. tract. 7 n. 107++.
50
b. Nada impide que alguien tenga varias intenciones al mismo tiempo, es
decir, pretenda varios objetos a la vez, bien sea que estén ordenados entre
sí, como el que desea una medicina y mediante ella la salud, bien sea que
no lo estén, como el que organiza una peregrinación piadosa para honrar
a un santo, y para visitar a un amigo.
Artículo tercero.
45. Naturaleza. Se llaman principios de los actos humanos los que deben
concurrir para producir en el individuo el acto humano. Para producir un acto humano
deben concurrir tres elementos: objeto, entendimiento y voluntad.
1. El objeto del acto humano es algo bueno en particular que atrae a la voluntad
como causa final, la mueve a obrar y le proporciona con su influjo una cierta y
51
determinada tendencia (afecto). Así pues, los actos de la voluntad reciben del
objeto el ser de tal especie, es decir, el objeto especifica el acto de la voluntad.
2. Por parte del entendimiento debe haber:
a. advertencia hacia el mismo acto, pues el acto humano debe estar bajo la
potestad del agente de tal manera que él pueda hacerlo; pero esto es
imposible, a menos de que él sepa, advirtiéndolo, que lo va a hacer.
Por lo cual no pueden ser actos humanos, y por tanto ni buenos ni malos,
los pensamientos, las imaginaciones o las apetencias que, sin ninguna
advertencia de la mente, nacen en el entendimiento, en la fantasía o en el
apetito sensitivo inmediatamente después de propuesto el objeto.
b. Advertencia hacia el objeto y sus cualidades. Como el objeto del acto
humano debe ser querido libremente, y por tanto conocido con
antelación, el acto es humano en tanto en cuanto es conocido su objeto.
Para que sea acto humano el de uno que comete un parricidio matando a
su padre, hace falta que sepa que mata a su padre; sería homicidio si
pensaba que mataba a un hombre; ni siquiera sería homicidio, si pensaba
que mataba a una fiera.
c. Deliberación, con la que investigamos si algún objeto representado por
medio del entendimiento ha de ser abrazado o rechazado con la voluntad.
No son actos humanos los que no están concretamente determinados ni
detallados por sus distintas circunstancias; por eso, el entendimiento debe
distinguir, habiendo considerado todas las circunstancias, si hay que
hacer el acto, o no hacerlo. Las circunstancias de este tipo proporcionan
motivos que la mente ha de considerar para decidir si la cosa propuesta
tiene que ser abrazada o rechazada. Por otra parte, cuando se trata de
cosas morales, la acción que se nos propone para elegir, no se nos
presenta muchas veces como ciertamente buena o ciertamente mala, sino
como dudosamente buena o mala. En este caso, es necesario deliberar si
la acción es buena o mala, lícita o ilícita, y, por tanto, si ha de ser
abrazada o rechazada por la voluntad.
d. Dictamen, o juicio práctico, con el que distinguimos que algo bueno o
malo ha de ser abrazado o rechazado.
. La voluntad no puede producir un acto humano ni por su
aquiescencia ni por su rechazo si no precede el juicio sobre el
objeto, la conveniencia o no con el agente, y, en especie, no puede
producir un acto moralmente bueno si no precede un juicio sobre la
moralidad y la licitud del objeto y del acto; ahora bien, este juicio
es el que se llama dictamen o juicio práctico.
. Frecuentemente, a simple vista se reconoce si la cosa propuesta por
el entendimiento es buena y se ha de abrazar, o mala y se ha de
rechazar, en cuyo caso la deliberación y el juicio práctico se
contienen en un solo acto.
3. Por parte de la voluntad se requiere:
a. Ejercicio de la libertad, es decir, aquello con lo que la voluntad se
determina a hacer algo y a hacerlo de determinada manera.
Como el acto humano es por su naturaleza un acto libre, está claro que el
acto humano no puede existir sin el ejercicio y el uso de esta perfección
(la libertad).
b. Tendencia libre hacia el objeto tal como lo propone el entendimiento.
52
Después de que la voluntad se determina a obrar, ella misma decide
dentro de sí el acto que, por su naturaleza, es la tendencia vital y afectiva
con la que se abraza el objeto y se adhiere a él, o es la aversión que
rechaza el objeto propuesto.
46. La advertencia.
a. La advertencia se define como el acto con el que la mente atiende a algo. Se
divide:
. Por razón del mismo acto en plena, si nada impide a la mente para
que el acto de advertir sea perfecto, p. e., cuando alguien en
perfecta vigilancia, dueño de sí, no distraído, atiende a la cosa; y en
semiplena, si algo impide a la mente que el acto de advertir sea
perfecto, p. e., cuando alguien piensa en la cosa, sin estar todavía
bien despierto, o sin ser totalmente dueño de sí mismo, o estando
distraído con otras cosas.
. Por razón de la cosa hacia la que se dirige la mente, en distinta si la
cosa se entiende clara o ciertamente, y en confusa, si se entiende
oscura o dudosamente. P. e., el que roba una cosa sagrada pensando
que el robo de la cosa sagrada es un sacrilegio, advierte
distintamente el sacrilegio. Del mismo modo el que arroja desde el
tejado una teja con el designio de matar a un enemigo que pasa por
debajo, advierte distintamente la muerte del enemigo; y el que lo
hace sospechando ciertamente que quizá podría matar a un hombre
que pasara por debajo, pero sin saber si realmente pasa por debajo
y queda muerto, advierte confusamente la muerte del hombre.
b. Debido a la diferente advertencia de la mente hacia el acto, bien por causa de la
voluntad, bien por otras potencias, se distinguen tres clases de actos diferentes o,
como se suelen llamar, movimientos. Son:
.los actos o movimientos primo-primos, que anteceden a toda advertencia de
la mente, p. e., los movimientos de aversión, ira, venganza del apetito
sensitivo o de la voluntad;
. los actos o movimientos segundo-primos que anteceden a la plena y
perfecta advertencia de la mente;
. los actos o movimientos segundo-segundos, que se hacen con plena y
perfecta advertencia y conocimiento.
Artículo cuarto.
47. Como el acto para ser humano depende del ejercicio de la libertad, conviene
conocer las cosas que pueden impedir ese ejercicio y, por tanto, que el acto sea
perfectamente humano. Los impedimentos de los actos humanos son de dos clases: unos
disminuyen o quitan en el acto y de forma transeúnte el acto humano, es decir lo
voluntario y libre y se llaman actuales; otros disminuyen y quitan el acto humano, es
decir lo voluntario y libre, como los primeros pero de forma habitual y permanente, y se
llaman habituales.
53
El ejercicio de la libertad es perfecto, o sea, la elección de la voluntad es
perfectamente libre, cuando el entendimiento conoce de forma clara y veraz la cosa a
elegir con todas sus circunstancias y motivos para persuadirle o disuadirle, y si la
voluntad solicitada, sin inclinaciones hacia una u otra parte, puede decidirse de forma
expedita y sin ninguna dificultad. Con estas bases, resulta que el ejercicio de la libertad
puede quedar impedido por parte del entendimiento y por parte de la voluntad. La libre
elección por parte del entendimiento queda impedida por todo aquello capaz eficazmente
de que la mente juzgue absolutamente, o parcialmente, en falso sobre las cosas a elegir, y
especialmente sobre las cosas suprasensibles y moralmente buenas; también lo que haga
que la mente sólo pueda conocer confusamente los motivos para elegir el bien. En cuanto
a la voluntad, la libre elección la impide todo aquello que le haga experimentar
dificultades para elegir el bien moral debido a inclinaciones contrarias que la arrastren
hacia las cosas sensibles. Por tanto, la libertad es menos perfecta cuanto más turbado está
el conocimiento del entendimiento sobre lo bueno y lo malo y más propensa hacia el mal
está la inclinación de la voluntad.
I. Impedimentos actuales.
§1. La ignorancia.
90
) Por eso está condenada por Alejandro VIII (D. 1292): Aunque se dé ignorancia invencible del
derecho de la naturaleza, ésta, en el estado de naturaleza caída, no excusa por sí misma al que
obra, de pecado formal.
57
c. Aunque en general el acto hecho por ignorancia o con ignorancia sea
menos voluntario en la causa que el hecho a sabiendas, la ignorancia
afectada convierte el acto en más voluntario que la simple ignorancia y
muestra mayor inclinación hacia la cosa desconocida. Pues el hombre, en
este caso, quiere la causa no por mera negligencia como el simple o
crasamente ignorante, sino para hacer la cosa; pecaría más gravemente el
que quisiera seguir ignorante por desprecio de la autoridad que el que lo
quisiera por no impedir el pecado.
Nota: Las leyes civiles no suelen admitir la ignorancia de la ley o la ignorancia
de la pena; solamente suelen mitigar la pena.
La ley canónica, sin embargo, deja lugar para la ignorancia, si se prueba; pero no
la presume91.
§ 2. La concupiscencia.
91
) Can. 16 § 2; 2199; 2201 § 1; 2218 § 2; 2229.
58
los afectos de odio y amor libremente admitidos cuando repercuten en el
apetito sensitivo.
§ 3. El miedo 92.
54. Noción. El miedo se define como angustia de la mente ante un mal futuro; por
tanto, es un acto del apetito con el que huimos de un mal inminente, que consideramos
que no podemos vencer de ninguna manera, o sólo con mucha dificultad.
a. Angustia de la mente. El miedo causado por un mal que aparece nace en
el apetito. Como el mal que se teme puede ser de dos maneras, sensible y
espiritual, del mismo modo la facultad que teme el mal y lo intenta rehuir,
es doble, la del apetito sensitivo y la del racional, o sea la voluntad.
Muchas veces son ambas facultades las que temen simultáneamente lo
malo. Pero si el temor es en el apetito sensitivo donde prevalece, produce
los mismos efectos que cualquier otro de los movimientos del apetito
sensitivo, es decir, disminuye o incluso quita por completo la deliberación
y lo voluntario, si es vehemente, y principalmente si es repentino. Porque
cuando prevalece en el apetito espiritual, el que teme sigue estando libre
y busca libremente los medios para rehuir lo malo o elige lo menos malo,
como el mercader en peligro de naufragio. Algunos llaman miedo a este
temor; le son aplicables los principios de este párrafo.
b. El mal causante del miedo, puede amenazar al mismo que teme o a sus
circunstancias, porque lo malo que ocurre en circunstancias de sangre o
de amistad se considera como daño propio.
c. Se dice que obra por miedo aquel cuyo miedo es causa de su obra; se dice
que obra con miedo aquél cuya causa de su obra no es el miedo. El
marino arroja la mercancía al mar por miedo; el mártir sufre la muerte
con miedo, temiéndola naturalmente. En el primer caso se tiene el miedo
antecedente a la obra, y en el segundo concomitante sólo. Aquí se
estudian las obras que se hacen por miedo.
92
) Santo Tomás l. 2. q. 6. a. 6; q. 41++. Rogmann, De Timore (Luxemburgi. Schummer. 1913).
60
. En Moral, el miedo relativamente grave se compara al miedo
absolutamente grave porque induce a la misma angustia de la
mente y, por tanto, ejerce el mismo influjo en la obra.
. El miedo causado en el varón de carácter firme, significa un miedo
absolutamente grave porque nace del mal que, con razón,
atemoriza a una persona firme, fuerte e inteligente.
b. Por razón de la causa que produce el miedo, en miedo de dentro y miedo
de fuera; el primero se presenta en el caso de un agente que, debido a un
mal inminente, elige él mismo un acto que de otro modo no habría hecho,
y el segundo cuando otra causa libre, con el mal anunciado, lleva al
agente a un acto que de otro modo no habría hecho.
Otros autores emplean los términos de dentro o de fuera según
únicamente la fuente del mal, p. e., de una enfermedad, de un naufragio;
entonces terminan por añadir otra subdivisión de causa necesaria o libre.
Pero como el origen del mal no tiene ninguna importancia para la
anulación de los actos, sino solamente la provocación por una causa ajena
libre, parece preferible la división propuesta antes.
El miedo desde fuera se vuelve a clasificar en justa e injustamente
provocado, según que la persona que infunde el miedo tenga derecho a
hacerlo, p. e., la autoridad o el padre que anuncia la pena, o no lo tenga,
como el ladrón que amenaza de muerte si no se le da el dinero.
c. Hay que añadir el miedo reverencial que se tiene cuando alguien teme por
no ofender o indignar a quienes debería reverenciar, p. e., los padres y los
superiores de distintas clases (autoridades, prelados, obispos, etc.). Se
remite al miedo justamente o injustamente provocado según que su causa
sea justa o injusta.
Posibilidad de que el miedo reverencial sea grave. El miedo nace del mal
que uno piensa que le amenaza; luego si puede amenazar un mal grave
por la ofensa a los padres o a los superiores, el miedo reverencial puede
ser grave. Pero el miedo reverencial puede presentarse de dos maneras:
. significando confusión o molestia para el inferior debido
únicamente a la ofensa e indignación del superior;
. significando además otros males, como reprensiones continuas,
trato más duro, pérdida de bienes, etc.
Si el miedo reverencial aparece de esta segunda manera,
ciertamente puede ser grave; y se considera leve, si es de la
primera manera. Hecha esta distinción se pueden conciliar los
diferentes autores, de los cuales unos tienen por grave al miedo
reverencial, y otros por leve.
§ 4. La violencia
93
) Can. 2205 § 2, 3; 2229, 2, 3.
94
) Can. 103 § 2; 1317; 214 § 1.
95
) Can. 1087 § 1.
96
) Can. 542. 1.
97
) Can. 572. § 1.
98
) Can. 1307 § 3.
99
) Can. 185.
62
cuanto puede a la persuasión, a las recompensas, a las amenazas, a la voz, a
la fuerza, etc., e intenta repeler la fuerza atacante.
2. Está claro que la violencia es incompatible con los actos elícitos de la voluntad
porque es una contradicción entre términos que la voluntad se incline al acto,
es decir que haya en la voluntad una inclinación hacia el objeto mientras la
misma voluntad se inclina a oponerse al mismo objeto; por eso ni Dios puede
obligar a la voluntad. En cambio, en los actos que pueden ser imperados por la
voluntad, puede aparecer una violencia pues una fuerza externa (p. e., la
influencia del ángel bueno o del ángel malo) puede mover al acto, con
oposición de la voluntad, no sólo a los miembros del cuerpo, sino también a
las potencias internas, principalmente la fantasía y el entendimiento.
3. La violencia se puede dividir en violencia absoluta y en violencia secundum
quid; la primera se tiene cuando aquél a quien se causa resiste todo lo que
puede y, por tanto, sufre totalmente contra su voluntad; la segunda se
considera de dos formas:
a. la que según algunos se tiene cuando el paciente puede repeler la fuerza
que se le hace, o la puede disminuir cuando menos, pero no lo hace;
b. la que según otros se tiene cuando el paciente no puede repeler la fuerza
que se le hace, pero tampoco la sufre en absoluto contra su voluntad.
La resistencia que hay que oponer a la violencia para que la acción violenta o
forzada no se pueda imputar como pecado es requerida a veces por sí misma
cuando no hay duda de que es de tal clase que se podría superar. Así, si
alguien sufre tactos deshonestos por la fuerza y claramente involuntarios, se
requiere no sólo que repugnen a la voluntad, sino repelerlos también todo lo
que se pueda; porque de otra manera, se considera que quien sufre la fuerza
consiente algo al menos. A veces la resistencia es requerida accidentalmente,
aunque sea inútil, p. e. cuando se pide para evitar el escándalo, como en el
63
caso de los mártires coaccionados a ofrecer incienso a los ídolos estaban
obligados a resistir cuanto hiciera falta para demostrar que eran coaccionados;
o cuando es necesaria para evitar el consentimiento, lo que ocurre cuando la
fuerza se hace contra la castidad; así, la mujer forzada está obligada de suyo
incluso a gritar y resistir cuanto pueda con sus fuerzas corporales. Pero si esta
resistencia es inútil o demasiado difícil, incluso peligrosa, está excusado
emplearla siempre que se pueda evitar el consentimiento.
Los impedimentos habituales son de dos tipos: unos por parte de la voluntad, a
saber inclinaciones naturales al mal y hábitos consentidos que inclinan la voluntad hacia
actos moralmente malos; otros por parte del entendimiento, a saber, opiniones falsas y
enfermedades del ánimo que impiden al hombre que pueda usar plenamente de sus
facultades espirituales.
§ 1. Inclinaciones y hábitos.
59. Nociones.
1. Las inclinaciones naturales hacia los bienes sensibles y moralmente malos, p.
e., la embriaguez, la lujuria, la ira, etc., nacen de la constitución y complexión
del cuerpo (del estado y condiciones del sistema nervioso) y dependen mucho
de sus costumbres. Por eso lo que influye en la constitución y costumbres del
cuerpo también ejerce un influjo en las inclinaciones naturales, como la forma
de vida, la ocupación, las épocas del año, el ambiente del lugar, etc. Esto
muchas veces es innato por herencia de los padres.
2. El hábito se define como la inclinación constante a repetir actos semejantes y
sobreañadida a la correspondiente facultad. El hábito confiere a la potencia en
la que se inserta la posibilidad y la habilidad para hacer pronta y fácilmente las
cosas.
a. El hombre no está dotado por la naturaleza con hábitos, ni buenos ni malos, sino
solamente con inclinaciones o disposiciones hacia el hábito, que se llaman
hábitos incoados y provienen del temperamento natural o de la herencia de los
padres. Los hábitos mismos se adquieren con la repetición de actos semejantes,
pues cualquier acto deja en la potencia de la que procede cierta determinación o
inclinación a producir actos semejantes; por eso la repetición de los mismos
actos genera el hábito en la potencia correspondiente. Ordinariamente se
requieren muchos actos para generar un hábito, a no ser que sean muy intensos.
b. El hombre empieza a adquirir hábitos para sí a partir del uso de razón. De este
modo, si resiste a las pasiones que le arrastran a la sensualidad, por este solo
hecho aumentan gradualmente las fuerzas de la voluntad contra las pasiones, se
forma en la voluntad una cierta disposición para producir contra ellas actos
semejantes, disposición que inclina la voluntad hacia el bien, disminuye el
apetito de la pasión y somete a la voluntad, e incluso los mismos órganos
corporales, como lo atestigua la experiencia, se revisten de una disposición
conforme a la virtud. Pero si se cede a las pasiones, disminuyen las fuerzas de la
voluntad para superarlas, aumenta la tendencia de la pasión hacia el objeto y los
mismos órganos corporales se conforman a esa disposición hasta que el hombre
queda dominado finalmente por el vicio. Sin embargo, en los ataques de la
pasión, fortalecida desde luego por el hábito de los vicios, sigue quedando en la
64
voluntad la potestad de luchar contra ellos de modo que se pueda decidir
libremente siempre que conserve el uso de la razón.
c. Cuantas más veces se repiten los actos semejantes, mayor resulta la facilidad y la
inclinación de la potencia para realizarlos. El hábito intenso y ya arraigado
mucho tiempo en la potencia se llama costumbre que empuja con tanta fuerza
hacia los actos semejantes que apenas se pueda mandar sobre ella: la costumbre
es otra naturaleza.
d. Las malas costumbres son de dos clases: unas no afectan a las potencias orgánicas
(fantasía, apetito sensitivo) ni tampoco impiden las funciones de las potencias
espirituales, como la costumbre de la blasfemia, la mentira, la rabia; otras alteran
las potencias orgánicas y, a veces, hasta de forma vehemente en verdad, de modo
que impiden por completo las actividades de las potencias espirituales, como la
costumbre de la lujuria y la costumbre de la embriaguez.
e. Por razón del origen se distingue: la costumbre natural o involuntaria, que se
contrae sin advertir sus efectos morales, y la costumbre moral o voluntaria, que
se contrae y se mantiene con el conocimiento de su efecto moral.
61. Nociones.
1. Las opiniones y las persuasiones falsas y erróneas sobre materias religiosas y
morales tienen su origen en la mala educación, en el trato familiar con malos
compañeros, en la lectura de libros y folletos malos, etc. Este tipo de
persuasiones impide que el entendimiento considere y estime los bienes
verdaderos y los proponga a la voluntad, la cual de este modo solo puede
complacerse en cosas sensibles, profanas y, con frecuencia, prohibidas. El
pecado que se comete en este estado es material si las persuasiones falsas son
invencibles, y es formal si son vencibles. (Véase n. 50).
2. La reciente disciplina médica que se llama psiquiatría o psicopatología tiene
por objeto las enfermedades del alma. De esta disciplina, la Teología Moral
deduce sobre todo que hay diferentes estados del alma que influyen más o
menos de forma determinante en la vida moral y disminuyen la libertad,
mereciendo por tanto que se tengan en cuenta para fijar la imputabilidad de los
delitos.
a. Estos estudios son muy recomendables en nuestro tiempo, y no, sin duda, como
piensan algunos para establecer principios morales nuevos; los principios
fundamentales de la Moral derivan de la naturaleza humana sana y normal, y,
además, no hay otros para la naturaleza anormal y enferma. El fin de estos
estudios para la Teología Moral es conocer las causas que disminuyen la
imputabilidad y las que excusan más o menos de las leyes positivas; el fin de los
mismos para la Teología Pastoral es la prudente dirección de las almas, que ya
tiene en cuenta los primeros inicios de tales anormalidades, vigila para que no
proliferen más, cuida de fomentar las inclinaciones y disposiciones buenas y
útiles equilibrando y disminuyendo las contrarias, sin excusar y dejar crecer todo
de forma general lo que debilitaría más la voluntad, y sin que, por otra parte,
lleve por demasiado rigor a la desesperación y el abatimiento del ánimo de estos
desgraciados. (Véase Autores citados en el n. 62 N.1).
b. En el estado de naturaleza caída existe naturalmente una debilidad de la voluntad
con relación al bien, que hay que distinguir de la inclinación al mal.
Efectivamente, la concupiscencia en cuanto es llevada hacia los bienes sensibles
deshonestos, dificulta la elección del bien moral y constituye una debilidad
natural de la voluntad en el orden moral, debilidad que se puede aumentar mucho
con las malas costumbres.
3. Se dice que hay enfermedad del alma (psicopatía) cuando las actividades de la
mente y de la voluntad están mal dispuestas habitualmente. Por principios
psicológicos no puede ocurrir que el entendimiento y la voluntad sufran
alguna enfermedad, ya que por ser potencias meramente espirituales son
incapaces de enfermar; en especial la voluntad no puede tener en sí misma
otra enfermedad que los malos hábitos que, sin duda, disminuyen la libre
determinación, pero no la quitan. Sin embargo, como las potencias espirituales
66
dependen externamente de las sensibles para sus acciones, sobre todo de la
fantasía, del apetito sensitivo y de la parte del cerebro que sirve para las
funciones de estas potencias, si las potencias sensitivas están mal dispuestas,
por redundancia también se perturban las funciones del entendimiento y de la
voluntad.
Como la voluntad sólo depende directamente del conocimiento para sus
acciones, una vez que éste la ha iluminado como se requiere, está siempre
dispuesta y libre. Por esto no puede pasar que carezca del todo de libertad
moral quien entiende suficientemente la bondad moral y la malicia de sus
acciones.
62. Influencia de las enfermedades del alma sobre los actos humanos.
Hay que distinguir entre psicosis propiamente dichas, que privan a los
hombres de la facultad de deliberar, y psiconeurosis, u otros estados patológicos
en los que existe de suyo la facultad de deliberar, aunque puede ser impedida con
facilidad.
1. Los que padecen psicosis, o no pueden hacer juicios en estado crepuscular, o
son arrastrados a las malas acciones (robos, incendios, lesiones corporales,
lujuria) con tal ímpetu y fuerza ineludible que están absolutamente inmunes de
culpa por la gran indiferencia producida en la voluntad.
Si se le presentan al confesor este tipo de personas:
a. no les debe manifestar abiertamente a ellos que están claramente libres de
pecado en aquellos actos, bien porque no se pueda estar seguro de esto en
tal caso particular, bien porque no vaya a secundar la mala inclinación sin
la total oposición de sus fuerzas, y de este modo la aumenten;
b. les debe exhortar suavemente a resistir las malas inclinaciones porque una
seria resistencia puede al menos disminuir la inclinación natural 101.
2. Los que padecen psiconeurosis u otros estados anormales, gozan de suyo de la
facultad de deliberar, pero llevan ante sí una cierta disposición de la vida
afectiva que les disminuye en determinadas circunstancias el juicio de la
mente y la indiferencia de la voluntad de modo que las acciones resultan
imperfectamente voluntarias o absolutamente involuntarias.
a. Así, en las monomanías por exageración de los afectos se siguen acciones
automáticas y coaccionadas; en los psicoasténicos por afectos depresivos
se debilita la fuerza de la voluntad para imperar con eficacia (abulia o
anergia); parecido pasa con los melancólicos; los que padecen fobias
nunca están seguros de ellos mismos, sufren ideas coactivas (obsesiones)
que les impiden el juicio de modo que casi no pueden pensar en otras
cosas, o si se presenta una amenaza repentina proceden a actuar de forma
automática. Es más, entre personas que sufren tales enfermedades,
incluso el miedo de la parte superior del alma, puede haber alguien que
en un momento de aparición repentina de la enfermedad se quede más o
menos impedido de deliberar, aunque en otra situación no habría hecho
una acción imperfectamente voluntaria.
b. Para hacer un juicio equitativo sobre algún delito cometido hay que tener
en cuenta la disposición actual del delincuente y también la habitual.
Cuanto más perfecta es la advertencia sobre la malicia de la acción y más
despejada está la deliberación sobre la obligación de omitir la acción y
101
) Véase Génicot-Salsmans, Casos de Conciencia4 (Bruselas, Dewitt. 1922) p.2.
67
sobre las secuelas que nacen del delito, tanto mayor es la imputabilidad
del mismo. Cuanto mayor es el impedimento y la turbación para conocer
y deliberar debido a la disposición y al impulso actuales, o a la
disposición habitual, tanto menor es la imputabilidad del delito. Pero a
quienes no están impedidos en su advertencia ni en su deliberación, las
acciones malas se les imputan plenamente, aunque hubiesen cometido el
delito bajo el influjo de alguna pasión o impulso.
c. Luego hay que rechazar la sentencia de algunos que enseñan que los
delitos hay que imputarlos a todos en el mismo grado así como las de los
que afirman junto con la reciente psiquiatría que los delitos no se pueden
imputar a ninguno de los que padecen una enfermedad de la disposición
del alma. La sentencia verdadera ni quita la imputabilidad de éstos, ni la
equipara a la de los sanos; si es imposible determinar su grado, hay que
encomendarlo al juicio de Dios102.
Nota 1. Conviene que los pastores de almas y los confesores sepan cuáles son las
enfermedades del alma para conocer con estos indicios si son imputables las acciones
morales de este tipo de personas, y cómo hay que tratar a estos enfermos en la cura de
almas. De esto trata la Teología Pastoral. Véase Krieg-Mutz, Die Wissenschaft der
speziellen Seelenführung [La ciencia de la dirección especial de almas] (Freiburg. Herder.
1919) 170++. Huber, Die Hemmnisse der Willensfreiheit [Los impedimentos de la
libertad de la voluntad] (Münster. Schöningh. 1904) pág. 210++. Bessmer, Störungen im
Seelenleben [Perturbaciones en la vida del alma] (Freiburg. Herder. 1907). Idem,
Grundlagen der Seelenstörungen [Fundamentos de los trastornos del alma] (Freiburg.
Herder. 1906). Familler, Pastoralpsychiatrie [Psiquiatría pastoral] (Freiburg. Herder.
1898). Römer, Psychiatrie und Seelsorge [Psiquiatría y cura de almas] (Berlin. Reuther.
1849). Schlöss, Einführung in die Psychiatrie [Introducción a la Psiquiatría] (Freiburg.
Herder. 1919). Müncker, Der psychische Zwang [La coacción psíquica] (Düsseldorf.
Schwann. 1922). Müncker, Die psychologische Grundlagen der kath. Sittenlehre [Los
fundamentos psicológicos de la teoría católica de la moral] (Düsseldorf. Schwann. 1934).
G. Jud, Zur Psychologie der Skrupulanten [Sobre la Psicología de las personas
escrupulosas] (Freiburg. Schw. Universitätsbuchh. 1935). P. Chrysostomus Schulte,
OMCap., Was der Seelsorger von nervösen Seelenleiden wissen muss [Lo que tiene que
saber el pastor de almas sobre las enfermedades nerviosas del alma] (Paderborn.
Schöningh. 1936). Capellmann-Bergmann, Pastoralmedizin [Medicina pastoral]
(Paderborn. Bonifaciusdruckerei. 1920) pág 109++. Klug, Die Tiefen der Seele [Las
profundidades del alma] (Paderborn. Schöningh. 1926). Bergmann, Religion und
Seelenleiden [Religión y enfermedades del alma] (Düsseldorf. Schwann. 1927).
Niedermeyer, Pastoralpsychiatrie [Psiquiatría pastoral] (Paderborn. 1936).
Nota 2. Aunque los pecados carnales son causa muchas veces de las
enfermedades del alma, también se debe señalar sin embargo que los pecados de la carne,
especialmente las perversidades sexuales, nacen de las enfermedades del alma o de las del
cerebro y de los nervios. De este modo se explica que hombres que han vivido hasta
ahora piadosa y castamente, a veces se entregan de repente a pecados de la carne y a
perversidades odiosas. Los defectos morales de éstos hay que atribuirlos a alguna
enfermedad contraída desafortunadamente más bien que a una culpa.
____________________
102
) Véase Bessmer, Grundlagen p. 181++.
68
Cuestión segunda.
Artículo primero.
63. Nociones.
1. Ante todo hablando con propiedad, la palabra moral es aplicable a una acción
que, precisamente, sea humana. Por consiguiente, cuando se emplea en otras
cosas la palabra moral (orden moral, ley moral, virtud moral, etc.), se hace de
forma secundaria e impropia.
En efecto, la palabra moral procede de la palabra latina more [mos, moris que
significa costumbre]; y mos propiamente quiere decir: mismo modo repetido
muchas veces de obrar un agente libre; luego moral corresponde en primer
lugar y propiamente a las acciones libres; impropiamente la palabra moral se
emplea para lo que se refiere a la acción moral de algún modo.
2. Se llaman morales los actos que se llevan a cabo libremente de acuerdo, o no,
con la norma suprema. De donde resulta que se necesitan dos condiciones para
que el acto se pueda llamar moral:
a. Que sea libre, porque un acto necesario ni se puede llamar moral, ni
propiamente humano.
Dice Santo Tomás: “el origen de la costumbre está allí donde primero se
encuentra el dominio de la voluntad” 103. Y sin duda el acto moral,
asintiendo todos, hace al hombre digno de alabanza o de vituperio, de
premio o de castigo; pero sólo lo que se hace con libertad hace que el
hombre sea digno de alabanza y premio o de vituperio y castigo.
b. Que esa conformidad, o disconformidad, una vez comprendida por la
mente, se haya pretendido también en el acto bueno; porque sola la
libertad no basta para constituir la moralidad del acto, sino que hace falta
que la voluntad desee el objeto que el entendimiento ha comprendido y
presenta a la voluntad bajo el aspecto moral, pues no puede haber acto
moral si no hay tendencia de la voluntad hacia el objeto, del mismo modo
que no puede haber acto bueno o malo sino a partir del objeto bueno o
malo.
. Distinguimos entre orden físico o de la naturaleza y orden moral o
de la razón. Al primero pertenece todo lo que lleva a desarrollar,
conservar y perfeccionar la naturaleza, bien la sensitiva, bien la
espiritual, lo que aporta al agente alguna delectación, o cuando
menos, alguna utilidad; en cambio, al orden de la razón, o moral,
pertenece lo que es adecuado a la naturaleza racional, lo que es
103
) Santo Tomás, 2. dist. 21. q. 3. a. 2.
69
apropiado para su dignidad. Si el agente no comprende ni pretende
en su acción nada más que el deleite o el provecho de la naturaleza,
no realiza una acción moral, aunque esta acción perteneciera al
orden espiritual; p. e., el que, aplicándose a las matemáticas o a la
música, se queda sólo en que eso le gusta o le completa, y busca
solamente este gusto y esta utilidad, no realiza una acción moral.
Para que la acción sea moral hace falta comprender y querer la
cualidad moral del objeto.
. Objeto del acto moral puede ser una cosa cuya naturaleza está
dispuesta de tal modo que es propio del ser racional hacer en
relación a ella un acto de amor o de aversión; como Dios, que ha
de ser amado por el hombre. También puede ser objeto del acto
moral una acción cuya naturaleza es de tal clase que sea propio del
ser racional hacerla o eludirla; p. e., es propio del ser racional le
conviene decir la verdad, rehuir el perjurio.
. Luego no todos los actos humanos son también actos morales; sino
que hay actos humanos que no son morales. Y, sin duda, no sólo
son los niños que obran deliberadamente los que no hacen actos
morales por no comprender todavía la razón del bien y del mal
moral, también hay adultos que obran deliberadamente a veces sin
prestar ninguna atención a la índole moral de sus actos,
principalmente cuando miran, leen, escriben, etc. con
indiferencia104. En esta materia no coinciden las sentencias de los
autores morales. Hay unos que dicen que todos los actos humanos
son morales de la misma manera que todos los actos morales son
humanos105. Otros, por el contrario, mantienen que hay actos
humanos que, por defecto de advertencia hacia el orden moral, no
son morales. Los partidarios de la primera sentencia se basan en
que cada vez que el hombre actúa deliberadamente atiende
también, al menos confusamente, al orden moral; pero esto parece
que contradice a la experiencia.
Artículo segundo.
104
) Véase Struggl, Theologia moralis tract. 1. q. 2 n. 28. E. Müller-Seipel, Theol. Moralis 10
(Ratisbonae. Pustet. 1923) I. § 98 n. 2.
105
) Véase Santo Tomás I. II. q.1. a. 3. Lehmkuhl, I. n. 95.
70
La norma de la moralidad106.
64. Nociones.
1. Se llama morales tanto a las acciones y como a sus objetos. Aquello por lo que
algo es, y se llama, moral, se denomina con el término abstracto moralidad.
Luego se pueden distinguir dos tipos de moralidad, una objetiva, que se
encuentra en el objeto del acto moral, o en el acto objetivamente considerado,
y otra subjetiva o formal, que se encuentra en los mismos actos morales.
2. Que un acto sea moral, o en particular moralmente bueno o moralmente malo,
depende de su objeto, hasta el punto de que una acción puede ser moral, y
moralmente buena o moralmente mala porque su objeto así lo sea. Por tanto se
trata de saber con qué se constituyen en morales los objetos de las acciones
morales, y en particular en moralmente buenos o malos. Los objetos de la
voluntad quedan constituidos en morales y en moralmente buenos o malos por
cierta norma que se llama norma de moralidad; hasta el punto de que una
acción que sea conforme a esa norma, es y se llama moralmente buena, y, en
caso contrario, moralmente mala. Así pues, la moralidad de los objetos
morales consiste en cierta relación con la norma de moralidad, y se puede
definir como la relación del objeto moral a la norma de moralidad. Luego se
trata de buscar cuál es la norma de moralidad.
La moralidad es una noción genérica y consiste en la propiedad de los objetos
morales para relacionarse con su norma. Esta relación puede ser doble, de
conformidad o de disconformidad; por lo cual se distinguen dos clases
supremas de objetos morales, los moralmente buenos y los moralmente malos.
106
) El tema de la moralidad y del principio o norma de la moralidad ocupa fácilmente el lugar
principal en la Filosofía Moral y ayudará que haya tomado de ella las principales nociones para la
ordenación de la Teología Moral. Véase Suárez, De bonitate et malitia humanorum actuum.
Schiffini, Philosophia moralis (Augustae Taurinorum, Marietti, 1891) I. n. 57++. n.133. Frins. Zur
Philosophie der Sittlichkeit ZkTh 10 (1886) 577++. Idem De actibus humanis (Friburgi. Herder.
1904) II p. 54++. Theod. Meyer, Institutiones iuris naturalis2 (Friburgi. Herder. 1906) I. n. 140++.
W. Schneider, Göttliche Weltordnung und religionslose Sittlichkeit (Paderborn. Schöning. 1900)
cap. 6 y 7- V. Cathrein, Moralphilosophie5 (Freiburg. Herder. 1911) I. p. 183++. J. Donat, Ethica
generalis (Oeniponte, Rauch.1934) n. 122++. J. S. Auer, De moralitate actuum h. (Regensburg.
Manz. 1914).
71
cualidad moral del objeto. Por esta moralidad, el hombre queda
constituido moralmente bueno o malo.
. La moralidad objetiva se llama también material en cuanto es
apropiada por sí misma a los actos objetivamente considerados,
independientemente de cómo los comprende el agente; y la
moralidad subjetiva se llama también formal en cuanto es
apropiada a la acción dependiendo de cómo la entiende el agente.
Como el agente es falible en su conocimiento, puede ocurrir que la
misma acción sea formalmente buena y materialmente mala, y
viceversa, que la acción sea formalmente mala y materialmente
buena.
2. Por razón de la perfección, se debe distinguir la moralidad en incompleta y
completa; la primera corresponde a las acciones morales debido solamente a
su adecuación a la naturaleza racional, la segunda por su conformidad con la
voluntad divina; por eso se dice bueno o malo en su sentido completo lo que
es digno de premio o de castigo; es digno de premio lo que es conforme a la
ley, y de castigo lo que no es conforme a la ley.
a. Supuesta la creación, Dios quiere, y ciertamente de forma necesaria, que
el hombre observe el orden moral. Este acto de la voluntad divina es la
ley eterna que el hombre está obligado a guardar. Por eso hay que decir
que bueno es lo que es conforme a la voluntad divina o ley eterna y malo
lo que no es conforme a la voluntad divina o ley eterna.
b. La norma de moralidad se debe distinguir del principio de la obligación.
Sin duda una cosa es buscar por qué el acto humano es moralmente
bueno o malo, y otra cosa es buscar por qué el acto humano es
moralmente (positiva o negativamente) necesario, o sea buscar la
obligación de hacerlo o no. La norma de la moralidad es el orden moral
establecido por Dios, como autor de la naturaleza humana; el principio de
la obligación es la ley eterna, o sea Dios como Supremo Legislador.
Mucho más amplia parece la moralidad que la obligación, pues aunque la
acción mala moralmente esté siempre prohibida, hay muchísimas
acciones buenas que no están preceptuadas. Esto se confirma
perfectamente con la conocida definición de San Agustín, que dice que la
ley eterna es la razón y la voluntad de Dios mandando que se guarde el
orden natural (moral) y prohibiendo que se perturbe.
68. No hay moralidad sin Dios. La moralidad se puede tomar de dos maneras;
en sentido lato e imperfecto, y entonces significa el orden moral, es decir, las acciones
propias del orden moral; y en sentido estricto y perfecto, y entonces significa el orden
moral, es decir las acciones propias del orden moral y mandadas por la ley inmutable. En
cualquiera de las dos acepciones es verdad que, si se prescinde de Dios, no hay
moralidad.
a. Las acciones propias del orden moral son principios morales que se
comprende que son necesarios e inmutables; pero el fundamento de esta
clase de principios no puede ser más que un ser necesario e inmutable,
Dios, que siendo fuente de toda verdad, también es igualmente fuente de
toda bondad moral. Luego sin Dios, los principios morales carecen de
fundamento y pierden por tanto su absoluta necesidad y su inmutabilidad.
b. Todas las personas entienden que la ley o sea la obligación moral contiene
en sí misma la absoluta necesidad del fin y la misma necesidad de los
medios; pero sólo el Supremo Legislador, Dios, puede constituir para los
seres racionales el fin a conseguir con necesidad absoluta y determinar
los medios a emplear con la misma necesidad108.
Artículo tercero.
Fuentes de la moralidad.
107
) Lv 11, 74: “Sed santos, pues yo soy santo”; recogido en Mt 5, 48 y Ef 4 13.
108
) Véase Cathrein, Religion und Moral (Freiburg. Herder. 1900). Th. Meyer, Die Grundsätze der
Sittlichkeit und des Rechtes (Freiburg. Herder. 1868).
73
69. Fuentes.
1. Se llaman fuentes, o también principios, de moralidad a los elementos del acto
humano que constituyen su acción moral concreta como conforme con el
orden moral, o como discrepante de él; estos elementos son el objeto, las
circunstancias y el fin. Luego se tienen tres fuentes de moralidad: objeto,
circunstancias y fin.
2. Para que el acto sea bueno todos los principios de los que depende su
moralidad tienen que ser conformes a la naturaleza racional; basta que uno no
lo sea para que la acción sea mala; de aquí le viene su valor al axioma: para
ser bueno un acto es necesario que toda la causa lo sea, para ser malo basta
con un solo defecto cualquiera. Luego si el acto es conforme a la naturaleza
racional por su objeto, por sus circunstancias, y por su fin, es simplemente
bueno, pero si por el objeto, o por las circunstancias, o por el fin, no es
conforme a la naturaleza racional, el acto es simplemente malo.
Pero si hay que restringir alguna vez el axioma antes citado que dice que para
ser bueno un acto es necesario que toda la causa sea buena y basta con un
defecto para que el acto sea malo, se verá en su momento, porque vamos a
tratar de saber si un acto cuyo objeto es bueno y su fin y su circunstancia son
malos pierde siempre toda su bondad.
§ 1. El objeto.
71. División.
1. El objeto se llama bueno cuando es conforme a la naturaleza racional, como
adorar a Dios, querer dar limosna; se llama malo si es contrario, como
blasfemar, querer robar; se llama indiferente si no es ninguna de las dos cosas,
como escribir, comer, pasear, cosas que por sí ni son conformes ni son
contrarias a la naturaleza racional.
2. El objeto, unas veces, es bueno o malo internamente y por sí mismo; otras
veces, es bueno o malo accidentalmente y por razón del precepto. En el
primer caso, por sí mismo y por su naturaleza, puede ser conforme o contrario
a la naturaleza racional, como amar u odiar al prójimo. En el segundo caso, es
bueno o malo solamente según lo mandado por la ley superior y no por su
naturaleza de suyo, p. e. comer carne o abstenerse de ella.
Los objetos del primer grupo se mandan porque son buenos, y se prohíben
porque son malos; en cambio, los objetos del segundo grupo son buenos
porque se mandan y son malos porque se prohíben.
3. Los objetos malos en sí son de dos clases: unos son malos absolutamente e
independientemente de cualquier otra condición porque repugnan a la
naturaleza racional de tal modo que ni Dios puede cambiarlos, p. e. el odio a
75
Dios, el perjurio; otros son malos condicionalmente, es decir, debido a alguna
condición que queda bajo la potestad de Dios a causa del dominio que ejerce
sobre las cosas creadas, condición que si fuera quitada, dejarían de ser malos y
serían lícitos, como quitar una cosa ajena, matar a un hombre, etc.
4. Se llama objeto material aquello a lo que tiende el acto de la voluntad, p. e., el
dinero ajeno que se desea, el hurto de algo ajeno; se llama objeto formal al
mismo objeto material en cuanto es conseguido libremente por el agente con
conocimiento de su moralidad, p. e., el deseo o el hurto de la cosa ajena hecho
con conocimiento de su malicia moral.
§ 2. Las circunstancias.
§ 3. El fin.
75. Noción.
1. Fin del acto humano es aquello por lo que obra el agente; se distingue: fin de
la obra y fin del agente, o fin interno y fin externo.
a. Se llama fin interno o fin de la obra aquel al que se dirige el acto por sí
mismo y por su naturaleza, p. e., la limosna se dirige a aliviar la miseria
del pobre; el fin interno o fin de la obra no se distingue de la misma obra
o de su objeto, por lo cual no atribuye a la obra una moralidad distinta de
la que ya tiene por su objeto. El fin externo o fin del agente es aquel al
que se dirige el agente con su acción, p. e., dar limosna para satisfacer por
sus pecados. También puede ocurrir que el agente pretenda sólo el fin
interno, o el interno y algo del externo al mismo tiempo, o nada del
interno y sólo algo del fin externo, como si alguien da limosna sólo para
aliviar la miseria de otro, o para descargar también algo de sus pecados, o
sólo para esto último.
b. Aquí se trata sólo del fin del agente, porque sólo este fin puede atribuir al
acto humano una moralidad distinta de la que tiene por su objeto.
2. Hay que admitir que existen fines indiferentes en sí, que no atribuyen ninguna
moralidad a las acciones mientras no se atiende a si son conformes o no con el
orden racional, como cantar para ganar dinero, ir al campo a descansar.
77. Principios.
79
1. El acto humano recibe también su moralidad del fin por el que se hace, porque
el fin al que tiende la acción del agente puede hacer que la acción por razón de
esa tendencia sea, o no, conforme a la naturaleza racional. Así, tanto el dar
limosna simplemente como el darla para redención de los pecados es
conforme a la naturaleza racional, y no lo es ni robar ni robar para
emborracharse.
El fin que atribuye a un acto indiferente por su objeto la primera especie moral
se dice que se incorpora al mismo objeto y pertenece a él. Así, dar limosna
para aliviar la miseria, cantar para alabar a Dios son acciones que se llaman
buenas por su objeto, y cantar para molestar al vecino es una acción que se
llama mala por su objeto.
2. El fin puede atribuir la moralidad a la acción de diferentes maneras, pues un
acto bueno o malo o indiferente por su objeto, puede ser convertido en un fin
bueno, malo e indiferente.
a. El acto humano recibe otra bondad debido a su fin, además de la que
retiene o puede retener; pues el fin es aquello a lo que principalmente
tiende la voluntad, y por eso la moralidad del fin lo vuelve bueno o malo.
Se dice: “la que retiene o puede retener”; pues no necesariamente retiene
la bondad del objeto, porque si el objeto es apto para el fin sólo por sus
cualidades físicas, y no se tiene en cuenta su bondad, la bondad del fin es
la única que influye. P. e., si alguien hace el camino a un santuario sólo
para visitar a un enfermo que vive allí, pone el acto bueno sólo para un
fin (misericordia). Pero algunas veces el objeto proporcionado a aquel fin
no es otro sino cuanto de bien hay en sí; p. e., peregrinar al santuario para
impetrar la curación del enfermo; entonces, el acto conserva al mismo
tiempo la bondad del objeto.
b. Si un acto bueno por su objeto está dispuesto para un fin malo, hay que
distinguir:
. Si el fin malo es el fin total, es decir la única y adecuada causa de la
acción, bien gravemente malo, bien levemente malo, corrompe la
bondad del acto y vuelve gravemente mala, o levemente, toda la
obra; p. e., dar limosna a un pobre para apartarlo de la fe, o darla
sólo por mentir, es malo porque la voluntad no busca el bien sino
bajo el motivo de un mal, o sea como medio para un fin malo, y,
por consiguiente, no quiere sino lo malo109.
. Si el fin malo es fin parcial, o sea si la acción se hace por un fin
bueno y por un fin malo, que lo es sólo levemente, sea primario,
sea secundario, no vicia toda la acción, resultando ésta
parcialmente buena y parcialmente mala, y la voluntad puede
querer al mismo tiempo ambas cosas, la buena y la mala; porque la
tendencia hacia un bien no se destruye por una tendencia
levemente mala, ya que la voluntad no es apartada por la segunda
del fin último; p. e., el que da limosna para ayudar a un pobre y
para recibir al mismo tiempo la alabanza de los hombres.
Este fin parcial para la acción buena puede existir de tres formas:
antecedente, de modo que no pueda influir en la acción una vez
puesta, sino que realmente haya sido su causa, como si alguien va a
109
) Véase Mt 6 1, 5, 22, 23.
80
misa por respeto humano, pero una vez que está allí asiste con toda
atención; este fin ocasional no vicia la acción. Concomitante, de
modo que es causa simultánea de la acción junto con el fin bueno,
como alguien que toca el órgano para alabar a Dios y para
envanecerse; éste vicia parcialmente la acción. Consecuente, de
modo que con la acción, ya comenzada debido a un fin bueno,
incide un fin malo, como si alguien que empieza a cantar para
alabar a Dios y, a continuación, es asaltado por cierta ostentación;
de la misma manera este fin vicia parcialmente la acción 110.
Los autores explican de diferente manera cómo puede querer la
voluntad ambas cosas al mismo tiempo. Unos enseñan que el
mismo acto puede ser simultáneamente bueno y malo; pero otros
dicen que en la voluntad puede haber al mismo tiempo dos actos
con relación al mismo objeto, uno bueno y otro malo 111. Sin
embargo, por lo común solemos considerar esta clase de actos
como un único acto, aunque compuesto de varios.
. Si un fin malo es fin parcial y gravemente malo, vicia toda la obra y
la hace mala, p. e., apagar un incendio para ayudar al prójimo y al
mismo tiempo cometer un hurto grave, pues es imposible que a
Dios le agrade una obra que le aparta por entero de hombre.
c. Un acto bueno por su objeto y de fin indiferente y buscado por el agente,
no se hace malo, aunque el fin indiferente sea motivo parcial de querer el
objeto bueno, o aunque sea el motivo total, como si alguien canta en la
iglesia simplemente, o también por ganar su salario.
d. Un acto malo por su objeto no puede recibir la bondad por un fin bueno,
siendo y permaneciendo siempre malo; pues tratándose de un objeto
malo, ese fin bueno no es capaz de impedir que la voluntad quiera
realmente esa cosa mala; la malicia objetiva se está buscando como fin
intermedio; lo bueno es bueno por toda su causa y lo malo es malo por
cualquier defecto. De donde viene aquello del apóstol: no hacer el mal
para que venga el bien112. Sin embargo, el fin bueno disminuye la malicia
de la acción, como el que roba para beneficencia, porque es menor el
apego al mal el cual no es deseado por la voluntad sino por afecto hacia
algo bueno.
De todo esto resulta que ofende a los primeros principios de ética el que enseña
que el fin justifica los medios, es decir, que un fin bueno hace buena una
acción que por su objeto o por sus circunstancias es mala. El fin bueno puede
conseguir:
a. que sea buena una acción indiferente por su objeto o por sus
circunstancias;
b. que sea buena una acción prohibida sólo por la ley positiva, si se tiene
alguna excusa para esa ley positiva; pero no puede hacer que se haga
buena una acción que por su objeto o por sus circunstancias es
intrínsecamente mala113.
110
) Véase Ballerini-Palmieri I. n. 98.
111
) Véase Billuart, De actibus humanis art. 4. n. 2.
112
) Rm 3 8.
113
) Véase Reichmann, Der Zweck heiligt die Mittel (Freiburg. Herder. 1903). Suplemento a los
Stimmen a. M.-L. 68.
81
e. Un acto malo por su objeto recibe una malicia nueva de un fin malo; es
más recibe tantas malicias cuantos sean los fines malos buscados por el
agente. Si alguien p. e., roba para emborracharse, la acción tiene una
doble malicia, de injusticia y de intemperancia.
f. Un acto malo por su objeto, si es realizado con un fin indiferente, sigue
conservando toda su malicia; el fin indiferente no cambia su moralidad.
g. Un acto indiferente por su objeto recibe su primera moralidad del fin
bueno, o malo, que busque el agente.
Artículo cuarto.
a. Actos externos son aquí todos los actos de las demás potencias imperados
por la voluntad, además de los que realizan los órganos externos. Sobre
estos actos se estudian dos cosas:
. si les corresponde una moralidad propia distinta de la moralidad de
los actos internos, y
. si aumentan la bondad o malicia de los actos internos, p. e., si el
robo o la entrega de limosna añaden algo a la moralidad del acto
interno de la voluntad con el que alguien quiere eficazmente robar
o dar limosna.
b. Los escotistas resuelven esta cuestión de una manera atribuyendo a los
actos externos una moralidad propia de ellos, pero los tomistas de otra
manera niegan moralidad propia a esos actos. Los teólogos de otras
escuelas están casi de acuerdo con los tomistas 114.
114
) Véase Suárez, De bonitate et malitia actuum humanorum disp. 10. Frins, n. 332++.
82
78. Los actos externos no tienen moralidad propia.
1. Los actos externos no tienen una bondad o una malicia propia distinta de la
moralidad de los actos internos, porque sólo se pueden llamar morales con
propiedad los actos que son libres en sí, ya que la libertad es el fundamento y
la condición de la moralidad; y, como los actos externos no son libres en sí, no
pueden ser morales en sí. Sin embargo, son y se llaman moralmente buenos o
malos según la bondad o malicia del acto interno que los impera; pues son
morales tanto cuanto son libres; pero son libres en cuanto son imperados por
la voluntad libre; luego son morales por la denominación tomada de los actos
elícitos de la voluntad.
Como los actos externos participan del acto externo en su bondad o malicia,
una sola es la bondad o malicia moral de ambos actos; el acto externo acaba y
completa la moralidad del acto interno que le impera, por lo cual el acto
interno y el externo constituyen en número un único acto moralmente bueno o
malo, completo y consumado en su especie.
2. De aquí se sigue que el acto externo por sí, a igualdad de las demás cosas, no
sobreañade ni especial bondad ni especial malicia al acto interno, pues toda la
bondad o malicia del acto externo se tiene por el acto interno; luego no puede
añadir nada al acto interno salvo la duración, o la terminación que el acto de la
voluntad adquiere con él porque actúa como casi informando al acto externo
con libertad. De aquí, que tampoco reste nada de suyo a la moralidad del acto
interno la omisión del acto externo, porque si la voluntad perfectamente
dispuesta para la ejecución, no pone el acto externo sólo porque no puede, la
omisión del acto externo es involuntaria respecto a la voluntad, pero como es
involuntario no puede detraer nada de la moralidad; sólo falta aquella duración
y acabamiento que habría adquirido el acto si se hubiera podido poner la obra
externa.
a. Por eso, la voluntad seria y eficaz de hacer algo, si esto no se termina de
hacer porque no se puede, se alaba en la Sagrada Escritura igual que si se
hubiera hecho115. Por lo tanto cometen el mismo pecado en especie
quienes no lo completaron con las obras aunque si hubieran tenido
oportunidad de completarlo lo habrían hecho porque tenían el propósito
eficaz de la voluntad de hacerlo 116; solamente no contrajeron las secuelas
del acto externo.
b. Pero cuando se afirma que, de suyo, la buena voluntad y el deseo de hacer
algo agrada a Dios lo mismo que si se hubiera hecho, eso no vale
. para el deseo ineficaz, p. e., realizar todo lo que hacen los
misioneros por todo el mundo. El mérito de esta clase de deseos
depende de la disposición que tenga el que lo expresa. Tampoco
vale
. para el deseo aunque eficaz de las acciones externas que por
institución de Dios tienen una eficacia peculiar, como son los
sacramentos o el martirio.
Pero sí vale, y sólo en este caso, para la voluntad verdaderamente eficaz de
hacer algún acto externo, que sin embargo no ha podido realizarse
115
) Gn 22 16.
116
) Mt 5 28.
83
accidentalmente debido a un impedimento externo, no pudiendo suplirlo
la voluntad.
3. Sin embargo, no se niega que el acto externo pueda accidentalmente aumentar
la bondad o malicia del acto interno, y por tanto su mérito o demérito; y esto
puede ser de tres maneras: en cuanto, sin duda, el acto externo es capaz de
hacer que el acto interno de la voluntad resulte más intenso o más duradero, o
de que se repita más veces, o por cuanto el acto externo sirva de ejemplo
bueno, o malo, de edificación o de escándalo.
Que los actos externos en Moral son de suma importancia se ve claro en que
los escotistas intentan demostrar que los actos externos tienen una moralidad
propia distinta de la que tienen los actos internos, a saber:
a. los actos externos son objeto de precepto; en el decálogo hay preceptos
distintos para prohibir los malos deseos de los que hay para prohibir los
actos malos, y la diversidad de preceptos es señal de malicia diversa;
b. no sólo en los sacramentos, sino también en las indulgencias y en el
martirio, la eficacia ex opere operato que tienen estos actos es aneja a los
actos externos;
c. en la confesión se deben declarar los actos externos además de los
internos.
Respecto a. La diversidad de preceptos sería signo de diversidad de malicia
si no se prohibiera al mismo tiempo que el acto externo también el
interno; pero el sexto y séptimo mandamiento prohíben al mismo tiempo
el acto externo y el interno. Desde luego, en el nono y en el décimo
mandamiento se prohíbe de nuevo el acto interno para que las personas
rudas no piensen que el acto interno no sería malo si no hubiera una
realización externa.
Respecto b. Véase n. 2, b, .
Respecto c. Debemos confesar los actos externos por voluntad de Cristo que
instituyó el sacramento de la penitencia, porque no sólo se nos manda
confesar las malicias formales de los pecados, sino los pecados mismos;
pero los pecados no quedan completamente declarados si no se acusa
también el acto externo, cuando al propósito interno acompaña la
ejecución externa.
Artículo quinto.
83. Regla bien fundada en lo anterior. Es lícita una acción de la que se siguen
un efecto bueno y otro malo, si se cumplen simultáneamente estas cuatro condiciones, a
saber:
a. Que la acción misma sea buena o indiferente, o al menos que no esté
prohibida para evitar un efecto malo.
En el caso de que la acción fuese ciertamente mala pero no estuviera
especialmente prohibida para evitar un efecto malo, si se cumplieran las
demás condiciones, el efecto no sería imputable. Así, al que hace daño a
su salud en previsión de que así ya no tendrá que ayunar, se le imputa la
acción de dañar a su salud, pero no la omisión del ayuno.
b. Que el efecto bueno no se consiga por medio del efecto malo, sino igual
de inmediato, o cuando menos que el efecto malo tenga lugar mediante el
bueno. En caso contrario, se entendería que el efecto malo se tomaba
como medio para conseguir el efecto bueno.
. Si de una causa se siguen dos efectos, puede ocurrir que se
produzcan en el mismo momento inmediato a la causa, porque la
causa esté naturalmente dispuesta para producir ambos efectos,
como en el caso de un cirujano que cuando amputa un brazo a un
enfermo le causa salud y dolor; o puede ocurrir que el efecto
inmediato a la causa sea el efecto bueno porque así está dispuesta
la causa por su naturaleza, y que el efecto malo, para el que la
causa no está naturalmente dispuesta, se produzca mediante el
bueno, como si alguien pinta una figura para ganar dinero y otro al
verla es incitado a pecar. En ambos casos, el agente puede haberse
propuesto una cosa, sin proponerse la otra.
. De aquí que peca gravemente la muchacha embarazada en falta que
procura el aborto para evitar la infamia, porque emplea un medio
87
malo para conseguir un fin bueno. Un médico emplea lícitamente
una medicina para curar a una mujer embarazada, aunque prevea
que podría dar lugar a un aborto; pero obra ilícitamente si la
medicina tiende directa e inmediatamente a expulsar el feto y,
precisamente con su expulsión, a curar la enfermedad.
c. Que el efecto malo que se prevé que ha de suceder, ni se busca ni se
aprueba, sino que simplemente se permite, porque también una acción
honesta en sí misma, se vuelve mala, si el agente busca un fin malo al
realizarla.
Luego por esta parte deben cuidarse dos cosas cuando se pone una causa
de la que previsiblemente se ha de seguir un efecto malo: en primer lugar,
que no se busque el efecto malo cuando se pone la causa, y después, que
no se apruebe o se complazca el agente cuando realmente se presente el
efecto malo; p. e., si alguien en uso de su derecho excava un fosa en la
que prevé que caerá un prójimo suyo, peca si busca el mal del prójimo, o
si se alegra si luego sucede.
d. Que haya razón proporcionadamente grave para poner la causa y permitir
el efecto malo, pues al ocurrir una causa suficiente cesa la ley en virtud
de la cual había que evitar el mal; pero si la ley está cesante, se puede
permitir lícitamente el efecto malo, como si alguien para defenderse mata
al agresor.
Para juzgar si hay una razón que excuse proporcionadamente grave, hay que
atender a estas circunstancias:
a. Tanto mayor ha de ser la razón que excuse cuanto más grave es el mal que
se prevé que habrá de seguirse de la causa puesta.
Así, no es lícito matar al agresor para conservar un bien de precio menor,
pero sí es lícito si el bien es de importancia mayor, o para conservar la
vida misma.
b. Mayor razón excusante hace falta si el agente, por omitir la acción, puede
evitar el efecto malo, que si sabe de algún modo que lo malo se ha de
seguir a pesar de todo.
Así, ha de haber una razón mayor para que el mesonero pueda dar carne a
los huéspedes el día de ayuno, si no hay ningún otro que la vaya a dar,
que si hubiese alguno para darla cuando él la niegue.
c. Se requiere mayor motivo para la acción cuanto la causa es más apropiada
para producir el efecto malo.
Se distingue causa próxima, que es la que produce el efecto de modo que
entre ella y el efecto no hay ninguna otra causa intermedia, y causa
remota, que no produce el efecto más que si intervienen otras varias
causas más intermedias. La causa se dice que es más cercana o más
remota según que intervengan menos o más causas distintas. Luego
mayor razón excusante se requiere en lo que está más cerca, y menor en
lo más lejos, de producir el pecado de otro, por ejemplo, de producir la
88
embriaguez. Por esta razón puede ocurrir que el bien menor en sí
compense el mal mayor, cuando p. e. el bien se siga próximamente de la
misma acción de la que el mal sólo se siga remotamente.
d. Hace falta mayor razón excusante cuanto más cierto es previsible que se
seguirá el efecto malo; luego basta menor razón si lo malo sólo ha de
seguirse más o menos probablemente.
e. Hace falta mayor razón en aquellos que tienen obligación de oficio de
impedir lo malo que en los que no tienen ninguna obligación de
impedirlo.
Así mayor razón necesita el posadero para dar carne a su hijo los días de
ayuno, que para darla lícitamente a los extraños, porque está obligado de
oficio por piedad a impedir el pecado de su hijo. De oficio, están muy
especialmente obligados a impedir los pecados los que en virtud de un
contrato, y por tanto por justicia, deben hacerlo, como los vigilantes, los
párrocos.
Cuestión tercera.
117
) Véase Ballerini-Palmieri, I. n. 103++. Walsch, l. c. n. 675++. Frins, II. N. 290++. Ernst, Über
die Notwendigkeit der guten Meinung (Freiburg. Herder. 1905).
90
87. Nociones. Para que un acto humano sea moralmente bueno se requiere que se
refiera a Dios, norma suprema118.
1. Esto se consigue con seguridad y perfectamente si se hace con intención actual
o virtual; en esto coinciden todos los autores. También basta la intención
habitual, lo que algunos niegan.
2. Más aún, si se trata de actos buenos por su objeto se requiere como mínimo y
basta que el acto objetivamente ya bueno con relación a Dios sea deseado
como tal por el agente.
a. Además de la triple intención subjetiva: actual, virtual y habitual (n. 43, 6), las
acciones tienen otra relación con Dios que se llama objetiva o natural.
Objetivamente, naturalmente o implícitamente la acción se refiere a Dios porque
el agente no haya expresado libremente ninguna intención para su acción, y
entonces la acción se refiere por sí misma a Dios. En efecto, toda obra buena está
preparada por su propia naturaleza conforme al orden moral; pero al ser Dios el
autor y el fin del orden moral y querer conservarlo, el que deliberadamente obra
según este orden, implícitamente mira a Dios y pone su acción ordenada hacia
Dios y conforme a la voluntad divina.
b. Hay quienes opinan que para que sean buenos todos los actos que no tratan sobre
el mismo Dios, fin último, deben ser referidos a Dios por intención virtual del
agente.
Su razonamiento es como sigue: estamos obligados por precepto positivo a
referir todas nuestras acciones a Dios, pues dice el Apóstol: ya comáis, ya bebáis
o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios119.
Además de los jansenistas, los teólogos que se llaman agustinianos
(Noris, Berti y otros) opinaban que todo acto bueno por su objeto, para
ser verdaderamente bueno tiene que ser referido explícitamente a Dios
por motivo de caridad. A esta sentencia llegaron por varios testimonios
de San Agustín mal entendidos, juzgando que estaba confirmada por las
SS. Escrituras (sólo con los textos citados).
. Obra bien el que juega para divertirse y entiende que esta acción,
consideradas todas sus circunstancias (de persona, lugar, tiempo,
duración, etc.), es conforme a lo que manda la razón queriéndolo
hacer como tal. Los teólogos de cualquier escuela mantienen esta
sentencia, pero principalmente Santo Tomás y sus discípulos
genuinos, los cuales piensan que son moralmente buenos los actos
que la mayoría de los escotistas dicen que son indiferentes. Hoy
aquella sentencia se ha hecho casi general entre los teólogos 123.
. Los hombres ordinariamente juzgan que una acción es conforme a
la razón porque la perciben como no ilícita.
a. Unos enseñan que todas las acciones, especialmente las indiferentes, para ser
buenas moralmente tienen que ser referidas positivamente a un fin honesto, esto
es, que el motivo que mueva la voluntad y la determine a obrar debe ser un bien
positivamente honesto o causa de alguna virtud, sin que baste que sea el gusto o
un provecho natural.
Como las acciones con las que el hombre mira por su salud o conserva la
vida mediante el alimento, son moralmente buenas, la voluntad las debe
querer por eso, p. e., porque Dios así lo manda o porque sirven para vivir.
Dar limosna con lo cual alguien quiere aliviar la indigencia de un pobre
es una obra moralmente buena porque se hace por un motivo
positivamente honesto, el de la virtud de la misericordia.
Partidarios de esta sentencia son, además de los escotistas, muchos
teólogos de distintas escuelas, no sólo tomistas, sino principalmente
escotistas, quienes al admitir actos indiferentes en el individuo, exigen
que los actos se ordenen hacia un fin honesto para que sean buenos
moralmente.
b. Su argumento es como sigue: el hombre siempre y en todo está obligado a obrar
como hombre, o sea como ser racional; Dios no puede permitir, en efecto, que el
hombre deliberadamente, o como ser racional que actúa, obre de modo no
123
) Véase Ballerini-Palmieri, I. n. 112-129. VI. n. 259. Génicot, I. n. 39. Pesch, III. 673. Para que
alguien no piense que esta doctrina es ajena al pensamiento de los teólogos antiguos, véanse estos
testimonios. “Un acto de virtud política (algunos dicen por cierta amistad pública – acto
indiferente por el fin que es indiferente) no es un acto indiferente, sino que cuando es bueno y está
informado por la gracia será un acto meritorio”. Santo Tomás 2. dist. 40. q. 1. a. 5. “El hombre
puede actuar de dos maneras debido a la gran necesidad de la naturaleza, o incluso al bien del
cuerpo, primero considerando solamente la naturaleza humana como la animal, y segundo
considerándola además como racional, lo que ocurre cuando al obrar por causa del bien del cuerpo,
el hombre emplea la regla de la razón y juzga que ese bien le es conveniente incluso regulado por
la razón. Luego lo primero no basta para la honestidad de la acción. Pero si obra del segundo
modo, eso es bastante para la honestidad de la acción”. Suárez, en l. 2. tr. 33. disp. 9. sect. 3 n. 9.
“Solemos llamar recreación honesta, juego honesto, ... todo lo que en su complacencia, que es la
razón de querer y el objeto formal de tales actos guarda la medida prescrita por la razón, y debido
a esta observancia es por lo que se llama honesta”. Mastrius i. I. disp. 5. q. 4. a. 4. n. 196.
93
conforme a la dignidad de la naturaleza racional; pero la operación que no se
refiere positivamente a un fin honesto no es digna del hombre, luego el fin
propio de la naturaleza racional es el fin positivamente honesto. Por tanto el que
busca con sus acciones el placer o el provecho sin pretender un fin ulterior
positivamente, actúa como los seres irracionales y no pone una acción
moralmente buena.
c. Refutación. En verdad, tampoco parece admisible esta sentencia, pues aunque se
diga que el fin propio de la naturaleza racional es un bien honesto, sin embargo
con ningún razonamiento se puede demostrar que el hombre esté obligado
siempre y en todo a buscar positivamente hacer el bien; pues basta con que lo
haga negativamente, es decir que entienda que no hace nada que sea contrario a
un fin honesto; con eso mismo pretende implícitamente un fin prefijado por el
Creador para ese deleite. Además, esa sentencia parece contraria al sentido y a la
práctica de los fieles como luego se dirá.
Nota. Sin embargo todos conceden que la bondad moral de estas acciones es
ínfima y que se puede aumentar y perfeccionar por la intención de ordenar explícitamente
124
) Summa II. II. q. 145. a. 1.
125
) Santo Tomás II. II. q. 141. a. 6. Véase también I. II. q. 64. a. 1.
126
) Véase San Agustín, In ps. 34. serm. 2. n. 16; In ps. 164. n. 2.
94
estas acciones hacia un fin más excelso y por tanto hacia el fin último. Pues la bondad de
las acciones crece tanto más cuanto más excelso y noble es el fin que pretende
positivamente el agente y cuanto más explícita y actual es esta intención.
90. Dificultades. Contra esta doctrina se origina una dificultad doble, primero:
desde la Sagrada Escritura en la que se reprueban las palabras ociosas y por la misma
razón las acciones ociosas127, teniendo en cuenta que se llama palabras ociosas a las que
no tienen un fin honesto. Segundo: desde las proposiciones 8ª y 9ª condenadas por
Inocencio XI de las que resulta que usar de los deleites sólo por voluptuosidad es
pecado128; teniendo en cuenta ahora que obra sólo por voluptuosidad el que en las
acciones deleitables no busca ningún otro fin ulterior .
Por lo cual obrar de este modo por el solo placer impidiendo un fin
ulterior honesto y, por tanto, el fin último, es pecado; pero hacerlo por el
solo placer de modo que se pretenda el deleite y mueva a obrar, sin
dirigirse hacia un fin honesto ulterior, no es pecado siempre que se sepa
que la acción placentera sirve verdaderamente a la naturaleza y que en el
modo de obrar se sigue lo que dicta la razón.
127
) Mt 12 36.
128
) Prop. 8.: “Comer y beber hasta hartarse, por el solo placer, no es pecado, con tal de que no
dañe a la salud; porque lícitamente puede el apetito natural gozar de sus actos”. Prop. 9.: “El acto
del matrimonio, practicado por el solo placer carece absolutamente de toda culpa y de defecto
venial”. Estas proposiciones son falsas por muchos motivos importantes. (D. 1158+).
129
) Véase Knabenbauer, Commentarius in evangelium sancti Matthaei (París. Lethellieux. 1892)
I. q. 496+.
130
) Véase I. B. Becker, Die moralische Beurteilung des Handelns aus Lust, ZkTh 26 (1902) 448,
673. Frins II. n. 198++.
95
trata aquí sin embargo muchísimo más de los placeres del apetito inferior por el
uso de las cosas sensibles.
b. Los bienes deleitables sensibles son de dos clases: necesarios, si hacen falta para
conservar la vida o la especie, y que llevan anejo el placer, como la comida y la
bebida, y no necesarios si sólo sirven para proporcionar placer, como los licores,
los olores, el aroma, el tabaco, etc. Estos o se toman solos, o se mezclan con las
cosas necesarias de la vida para aumentar su placer.
a. Todas las cosas creadas son buenas y por eso las creó el autor de la
naturaleza, para que las usáramos para conseguir nuestros fines honestos,
lo que especialmente se puede decir de las cosas que sirven para
conservar la vida y la especie. Todo es vuestro131, por eso el uso de ellas
de ninguna manera está prohibido, sino que es totalmente lícito.
b. Después de que el apetito ha caído en lo placentero, es conducido con
independencia de cualquier norma de honestidad, es decir, hacia aquellas
cosas que son ilícitas y, si son lícitas, en forma desordenada. Por eso, la
razón debe gobernar el uso de ellas para que sean moralmente buenas.
c. La abstinencia de las cosas deleitables, incluso de las lícitas, está
recomendada por dos razones: para reafirmar la voluntad con más
seguridad y facilidad cuando sea ilícito el uso de estas cosas; para
ejercitar la virtud siguiendo el ejemplo de Cristo Señor que siendo rico,
por nosotros se hizo pobre132 y se prohibió absolutamente las cosas
deleitables no necesarias.
a. Hay teólogos (p. e., Billuart y otros tomistas) que sostienen que los actos
hechos por placer, cualquiera que este sea, todos son malos moralmente
porque al no ser el placer un motivo de obrar propio del ser racional,
juzgan que todo placer buscado deliberadamente es moralmente malo.
Otros (como Viva)133 que distinguen entre los placeres animales como son
131
) 1 Co 3 22.
132
) 2 Co 8 9.
133
) Estas tesis están condenadas por Inocencio XI (D. 1158, 1159)
96
los del tacto y del gusto, y los placeres superiores aunque sensibles, como
son los de la vista y los del oído, enseñan que los primeros nunca se
pueden apetecer en sí mismos bajo ninguna condición porque no son
adecuados de suyo al hombre racional; pero los segundos lícitamente se
pueden apetecer por sí mismos siempre que se haga con moderación
porque sirven al conocimiento intelectual y de esta manera no rebajan al
nivel de los animales.
b. Se responde: Las acciones que sirven para la conservación y
perfeccionamiento de la naturaleza fueron dotadas por eso por el autor de
la naturaleza con unos alicientes y deleites tales que por ellos los hombres
fueran estimulados a ejercitarlas; luego el hombre puede querer ese
aliciente y deleite. Si en esas acciones no buscase y tomara más que el
aliciente y el deleite, efectivamente la acción sería propia de la naturaleza
animal, y no sería digna de la naturaleza racional; pero, a los alicientes y
deleites que busca, por todas partes (en cuanto a las circunstancias de
tiempo, lugar, duración, etc.) impone un modo y medida dictados por la
recta razón para que actúe el ser racional; y no se puede entender
tampoco que falte algo en las acciones de esta clase para que no se
puedan llamar rectas y dignas del hombre. Pues el hombre, de naturaleza
animal racional, no es solamente racional, sino animal y racional; luego
puede apetecer y querer positivamente todo lo que conviene a su
naturaleza animal; y, por otra parte todo lo que se hace bajo el gobierno
de la razón también es suficientemente digno de la naturaleza racional.
92. Las omisiones. Se trata de saber si son pecado las omisiones de obras buenas
no preceptivas. – No puede haber una omisión de una obra buena si no hay una
persecución de algún bien; y según que este bien sea honesto o deshonesto, la omisión
será pecaminosa o no.
Para que se entienda mejor, hay que advertir que la omisión de obras buenas puede ocurrir
de dos maneras: eligiendo una obra de menos perfección en vez de otra más perfecta, o
simplemente omitiendo una obra buena.
a. Si en vez de una acción más perfecta se elige otra, que es desde luego honesta, la
omisión de la primera de ningún modo es pecado, sino un acto bueno, aunque
menos perfecto que si se hubiera hecho la omitida. P. e., si un joven que tiene la
ocasión de oír una misa (no de precepto) y al mismo tiempo la de dar un paseo
(razonablemente ordenado), omite la obra más perfecta y elige el paseo, menos
perfecto, de ningún modo peca por dar el paseo.
b. Si se omite sencillamente una obra buena, o sea, si no se hace un obra buena
simplemente por no querer hacerla, sin más, y en su lugar tampoco se elige hacer
otra cosa, el que esto sea pecado o no depende del motivo por el que se omitió la
obra más perfecta. Porque como nadie puede no querer lo que es bueno, en
cuanto así lo es, el que omite una obra buena lo hace así porque piensa que hay
algo malo en ella y decide rehuirlo pues rehuimos lo malo por amor de un bien
opuesto, y entonces si el amor de lo opuesto es verdaderamente honesto, la
omisión será un acto moralmente bueno; y si es deshonesto, la omisión será
pecado. Si, p. e., un joven ante la ocasión de oír misa, piensa que ciertamente no
tiene ningún impedimento para ir a la iglesia pero que además no le urge ninguna
obligación y la omite porque entiende que hay algo malo en ir, p. e. que le resulta
molesto y decide no hacerlo. Ahora, si el motivo por el que se intenta evitar la
molestia es razonable, la omisión no es pecado; pero si el motivo fuera p. e. un
97
tedio de las cosas espirituales o un menosprecio del bien, la omisión sería
pecado134.
____________________
Apéndice.
93. Declaraciones.
1. No se trata de saber si los actos humanos son moralmente indiferentes, porque
ya se sabe que los actos humanos que se hacen sin advertencia al orden moral
no son ni buenos ni malos (n. 63); la cuestión se plantea por los actos morales,
a saber, si todos los actos que se hacen con advertencia a la norma moral son o
buenos o malos, o si hay que admitir acciones morales que sean indiferentes.
2. Esta cuestión surge por los actos morales considerados concretamente y en el
individuo, como los realiza una persona individual aquí y ahora, y por
consiguiente con un solo fin del agente y con el resto de circunstancias
concomitantes a la acción en concreto, p. e., cantar en la iglesia para alabar a
Dios. Porque es cierto que las acciones morales pueden ser indiferentes si se
consideran en abstracto y según su especie, es decir según su solo objeto, p.
e., cantar, prescindiendo del fin del agente y de las demás circunstancias; en
efecto, por sí mismas ni son conformes ni contrarias a la norma moral.
Está claro que un acto considerado según su especie no existe más que en la
abstracción de la mente, pues cada vez que se realiza un acto se hace con
cierto fin que se propone el agente y en determinadas circunstancias.
3. Ahora, en cuanto a los actos morales considerados concretamente y en el
individuo, no hay una sentencia única de los filósofos ni de los teólogos, pues
a los escotistas que afirman con San Buenaventura135 que algún acto moral
considerado en el individuo puede ser indiferente, se les oponen los tomistas
con Santo Tomás136 y la mayor parte de los demás teólogos. Aunque aquello lo
afirman sólo de los actos verdaderamente morales que se realizan
deliberadamente y con advertencia al orden moral; pues no se puede negar que
los actos que se hacen sin advertencia, sea hacia el mismo acto sea hacia su
moralidad, incluso considerados en el individuo son indiferentes.
De cualquier forma, estas cosas también se pueden decir del orden natural y de
la bondad natural de las acciones, pues las acciones indiferentes se llaman
también a veces acciones sobrenaturales, las cuales no son meritorias y, sin
embargo no son pecados; acciones, en resumen, que no son ni meritorias ni
desmerecedoras. Fácilmente se admite que hay acciones sobrenaturales
indiferentes, a cuya clase pertenecen las obras tanto de los pecadores como de
los infieles, que se hacen por gracia, principalmente aquellas con las que se
disponen a la justificación. Ahora, si hay que admitirlas también en los justos
134
) Véase Pesch III. n. 675. Lehmkuhl I. n. 109. Véase in fine de imperfectionibus n. 289.
135
) In 2. dist. 4. q. 1. a. 3.
136
) Summa I. II. q. 18. a. 9.
98
que están en estado de gracia santificante, depende de las condiciones que se
requieran para el acto meritorio.
Cuestión cuarta.
96. Declaraciones.
1. Los actos morales tienen que ser sobrenaturales para que nos sirvan para llegar
al fin sobrenatural, y por cierto con la sobrenaturalidad interna de los mismos
actos elevados de alguna manera en esta ocasión en su propio ser y en cuanto
a la sustancia para que sean sobrenaturales, porque el camino debe ser
proporcionado a su meta y la obra a su premio; y como el de la vida eterna es
estrictamente sobrenatural y diferente del fin último natural, por eso los actos
con los que tendemos hacia aquel fin deben ser sobrenaturales.
2. En cuanto a las condiciones que se requieren para que los actos humanos sean
verdaderamente sobrenaturales, los autores señalan varias. Todos exigen
ciertamente
a. que el acto sea moralmente bueno, pues un acto humano moralmente
indiferente por sí no puede ser sobrenatural. Sin duda, un acto
sobrenatural tiene a Dios por autor principal por medio de la gracia
excitante y adyuvante; pero Dios no excita con su gracia a los actos
indiferentes y, por tanto, exigen
b. que el acto proceda de un principio sobrenatural, a saber, una potencia
elevada por medio de la gracia actual, pues para que el acto sea
sobrenatural ciertamente se requiere que proceda libremente de las
fuerzas sobrenaturales de la gracia y no de las fuerzas de la naturaleza.
Otros autores además exigen
c. que también sea sobrenatural su objeto formal o sea el motivo del acto.
Explican de diverso modo qué encierra esta condición; muchos pretenden que
con la fe se aprehende el objeto formal, es decir que el agente para obrar se
mueva por alguna virtud revelada que se conozca por la fe y no por la luz de la
razón (el entendimiento iluminado por la luz de la fe). P. e. el que da una
limosna porque es honesto socorrer al pobre, obra por un motivo natural; pero
el que lo hace porque el pobre es un redimido de Cristo, porque es hermano de
Cristo, porque Cristo lo manda, porque eso le conduce a la vida eterna, obra
por un motivo sobrenatural aprendido por la fe, siempre que esté adiestrado
con el hábito de la fe. Por tanto la fe debe influir en el acto sobrenatural, pero
lo hace por un motivo conocido a través de la fe. Si alguien entendiera esto
137
)Véase Santo Tomás, De veritate q. 14 Schmid, Die Übernatürlichkeit der menschlichen
Heilswerke. ZkTh 12 (1988) 263, 419. Müllendorff. Die Verdienstlichkeit und das übernatürliche
Motiv, ZkTh 17 (1893) 42, 496. Schiffini, De gratia divina (Friburgi. Herder. 1901) n. 371++.
David, De objecto formali actus supernaturalis (Bonn. 1913). Lercher, Inst. Theol. Dogm. IV. n.
24-29.
100
como si en cada acto en particular se exigiera un motivo aprendido a través
de la fe, ciertamente pediría demasiado.
Otros138 postulan sólo que la fe, sin la cual el hombre no puede conocer su fin
sobrenatural ni moverse hacia él, fuese como liberada en algún momento sin
volver a ser reclamada de modo que hubiera conferido a las obras una
dirección hacia su fin sobrenatural. En esta sentencia basta que p. e. los
cristianos sepan que la observancia de la ley natural también se nos ha
propuesto como camino hacia el fin sobrenatural; por eso mismo los actos
tienen una orientación hacia el fin sobrenatural.
138
) Pesch, Prael. Dogm. V. a. 408. (Parece que sólo difiere de la sentencia en estas palabras; véase
más adelante n. 98 a.)
139
) De gratia l. 2. c. 4. 5.; l. 12. c. 7. 33. n 10.
140
) Theologia moralis l. 2. n. 21++.
141
) Theologia moralis l. 6. n. 439.
142
) De gratia Christi n. 54++.
143
) Theol. mor. I. n. 367. Passauer Monatschrift (1895 p. 14++)
144
) Hb 11 6.
145
) Hb 10 38. Rm 1 17. Ga 3 11.
101
justificación”146; de donde tengamos que no sólo la primera
justificación, sino también el aumento de la gracia santificante por
medio de los actos sobrenaturales y meritorios debe proceder de la
raíz de la fe; y (dicen) solamente que proceden de la raíz de la fe
porque la fe influye en ellos por medio del objeto sobrenatural y
concurre a su producción.
2. A pesar de todo se puede afirmar: para que el acto humano del hombre fiel sea
sobrenatural no hace falta más condición que la de ser éticamente bueno y
proceder de la gracia o de un principio sobrenatural, pero no es necesario que
sea sobrenatural el objeto del acto sobrenatural. Por tanto la sobrenaturalidad
del acto no depende de su objeto, sino del principio eliciente, de tal modo que
sea sobrenatural, aunque trate de un objeto natural, siempre que se produzca
con las fuerzas de la gracia.
a. Con esto no se niega que el acto que se hace libremente por un motivo
sobrenatural de fe es de mayor dignidad y valor. Luego, aunque la buena
intención sobrenatural, que se dice desde este punto no se pruebe
necesariamente, sin embargo hay que advertir y exhortar a los fieles para que
se acostumbren a ejercitar sus acciones por motivos sobrenaturales de fe, ya
que sus obras tendrán mayor mérito por esta razón, pero para la misma
sobrenaturalidad del acto no hace falta esto necesariamente.
b. Por lo demás, lo que enseña Cárdenas en particular sobre la limosna se puede
extender a muchas acciones buenas moralmente del hombre cristiano: “Quien
aprende en la escuela de la fe que la limosna es una operación santa y
agradable a Dios, porque Dios así lo reveló, aunque con ocasión de una
limosna no esté recordando la revelación divina, actúa sin embargo dirigido
por la doctrina que aprendió en la escuela de la fe divina, y así aquella acción
procede virtualmente del acto de fe porque obra por el dictamen que adquirió
en la escuela de la fe”147.
146
) D. 801.
147
) Cárdenas, Crisis theol. pr. 4. disert. 16. c. 6. n. 54.
102
dijo: el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida
eterna148, es decir, tiene de donde poder hacer obras de vida eterna porque
cumple la condición por la cual Dios le proporciona gracias sobrenaturales. Y
consta por la tradición que en la Iglesia existe la persuasión que San Agustín
expresa con estas palabras: “(cualquiera) no puede obrar bien si no hubiera
recibido gracia por medio de la fe. Pero el hombre empieza a recibir gracia desde
que empieza a creer en Dios por una indicación interna o externa de movimiento
hacia la fe”149.
b. Del argumento precedente resulta para todos los fieles, justos o pecadores, que
estén dispuestos para la gracia actual en todo momento por donde sus acciones
moralmente buenas resultarán sobrenaturales; pero se puede afirmar con mayor
certeza que todas las obras de los justos moralmente buenas siempre se hacen
con el auxilio de la divina gracia y, por tanto, son sobrenaturales. El concilio
tridentino dice así: “Porque como quiera que el mismo Cristo Jesús, como cabeza
sobre los miembros y como vid sobre los sarmientos, constantemente comunica
su virtud sobre los justificados mismos, virtud que antecede siempre a sus
buenas obras, las acompaña y sigue...”150
2. Si para los actos sobrenaturales hiciera falta el influjo de la fe por medio de un
motivo sobrenatural, no serían actos sobrenaturales sino tal influjo de la fe;
pero son actos sobrenaturales sin influjo motivador de la fe. Es cierto que en
los infieles se encuentran actos que proceden de la gracia, antes de la fe e
independientemente de cualquier influjo de ella; está condenada la
proposición que afirma que la fe es la primera gracia 151, porque antes de la fe
se conceden gracias verdaderamente sobrenaturales con las cuales se puedan
disponer los infieles a abrazar la verdadera fe y los actos libres que hacen con
las fuerzas de la gracia son sobrenaturales; en resumen son actos
sobrenaturales que no se fundan en la fe en el sentido de que la fe influya en
ellos.
Cuestión quinta.
Artículo primero.
152
) Rm 2 6. Mt 16 27.
104
el mérito del acto bueno se conoce con el nombre de mérito, ya que el mérito del acto
malo se suele llamar más bien demérito.
101. División.
a. El mérito se divide en natural y sobrenatural según que esté ordenado a
un premio natural que consiste en los bienes de orden natural o a un
premio sobrenatural que consiste únicamente en bienes sobrenaturales o
en éstos de forma muchísimo más importante. El premio natural es
propio de las obras realizadas con las solas fuerzas naturales; puesto que
todas las acciones moralmente buenas redundan en gloria de Dios, son
dignas de retribución; pero en este orden de naturaleza elevada por la
gracia de Dios no se considera otro mérito ni premio que el sobrenatural,
que es propio de las obras hechas en gracia.
b. en mérito de condigno al cual se debe la remuneración en justicia porque
su valor es comparable al del premio, y mérito de congruo, al cual sólo
por cierta conveniencia se le debe la remuneración porque su valor no es
comparable al del premio; aquel se llama perfecto y éste imperfecto; el
primero es el mérito de los justos y el segundo de los pecadores.
Dos diferencias separan el mérito de condigno y el de congruo:
. En cuanto al valor de la obra: la obra a la que corresponde el
mérito de condigno es comparable al premio; no con una igualdad
matemática, pero sí moral, o como dice Santo Tomás: con igualdad
de la virtud: “como la semilla del árbol en la que está la virtud para
el árbol entero”153. En el mérito de congruo, el premio supera el
valor de la obra.
. En cuanto al derecho al premio: en el mérito de condigno la parte
merecedora tiene derecho al premio y se le debe en justicia por
parte del premiador; en el mérito de congruo, la remuneración se
otorga solamente por cierta equidad, se debe por parte del
premiador a causa de la promesa, aunque sólo por fidelidad se
debe.
c. En cuanto a la infalibilidad del mérito, depende de la promesa divina.
Ahora bien, todo mérito de condigno es infalible a causa de la promesa
divina aneja, pero el mérito de congruo es infalible unas veces y otras
falible según lleve aneja o no la promesa divina. Así el pecador merece de
congruo infalible la gracia santificante por su última disposición hacia
ella, pero no por disposición remota.
d. Por razón del bien que se recompensa en la patria [celestial], en premio
esencial o substancial que encierra:
. la vida eterna o visión beatífica, en general;
. aumento de la gloria o mayores grados de visión beatífica;
y premio accidental que contiene todos los bienes que se encuentran los
bienaventurados en la patria celestial y que se llaman secundarios,
además de la visión beatífica: tres aureolas (de los mártires, doctores y
vírgenes); familiaridad con los ángeles, los bienaventurados y la propia
reina del cielo, visión de la humanidad de Cristo, gozo del cuerpo propio,
lugar propio asignado a cada santo en el cielo.
153
) Véase Summa I. II. Q. 114. a. 3. ad 3.
105
Artículo segundo.
102. Naturaleza de las condiciones del mérito. Aquí se exponen con detalle
únicamente las condiciones especiales que se requieren por parte del merecedor.
a. Las condiciones generales del mérito que se requieren para el mérito, sea
de condigno o de congruo, son cuatro de las cuales dos se refieren a la
persona merecedora y las otras dos a la obra meritoria:
. estado de viador que, por disposición divina, se termina con la
muerte;
. libertad de coacción y de necesidad;
. bondad moral de la obra;
. sobrenaturalidad de la obra154.
b. condición especial del mérito de condigno es el estado de gracia por parte
de la persona merecedora, pues el verdadero mérito no depende sólo de la
obra sino también del estado y de la dignidad de la persona merecedora;
por eso, las acciones sobrenaturales, a no ser que acuda la gracia
santificante no tienen mérito verdadero ni perfecto porque la gracia
santificante proporciona a las obras el valor con el que se hacen
proporcionadas y comparables al premio.
a. El concilio tridentino considera que sólo las obras de los justos tienen el
mérito verdadero y propiamente dicho, o de condigno155;
b. la Sagrada Escritura declara que el hombre no puede obtener el fruto de
las buenas obras si no permanece en Cristo156 por la gracia. Además, sólo
llama hijos a los herederos, es decir, que sólo merece la herencia el que es
hijo por la gracia santificante157;
c. y, sin duda, si el que no está en estado de gracia fuese capaz de mérito,
querría decir que puede haber entonces alguien digno al mismo tiempo de
la vida y de la muerte eterna. Además, el premio es un bien propio de los
hijos de Dios, por ser la heredad de los hijos de Dios por adopción; pero
sólo la gracia eleva a los hombres al estado de hijos de Dios, luego las
obras hechas fuera del estado de gracia no guardan ninguna proporción
con el premio.
103. Muchos teólogos exigen además que la obra se haga por caridad, pues sin
caridad ni la fe ni ninguna otra obra buena tiene algún valor ante Dios 158. Pero la razón
para el modo de proceder por caridad para que la obra pueda ser meritoria, no la exponen
todos por igual159.
154
) De entre los dogmáticos que presentan la necesidad de estas condiciones se puede consultar a:
Schiffini, De gratia divina (Friburgi. Herder. 1901) n. 344++. Chr. Pesch, Praelectiones
dogmaticae2 (Friburgi. Herder. 1900) V. n. 397++. Lercher, Inst. Theol. Dogm. III. n. 647-660.
155
) D. 809, 842.
156
) Jn 15 4.
157
) Rm 8 16++.
158
) 1 Co 13 1-3.
159
) Véase Schiffini l. c. n. 364++.
106
a. Unos explican que sólo son meritorios los actos de caridad libres y los
imperados por la caridad, los cuales están ordenados hacia Dios
actualmente, o al menos virtualmente, debido a la caridad. Luego éstos,
para el mérito, exigen al menos la intención virtual de modo que todas las
obras estén ordenadas hacia Dios por caridad. Confirman esta sentencia
suya con un argumento tomado de la naturaleza de la cosa de este modo:
para el mérito de condigno, que es un mérito nobilísimo, se requiere el
acto supremo de virtud que es la caridad. Acuden a la autoridad de Santo
Tomás160 para confirmar su sentencia.
b. Otros explican de este modo que los actos de caridad y las obras
ordenados hacia Dios mediante un acto habitual de caridad son
meritorios. Estos exigen por tanto al mérito la intención habitual de que
todas las obras estén ordenadas hacia Dios. Para cumplir esta condición
hace falta que el acto de caridad preceda, que no se retire nunca por un
pecado grave subsiguiente y que se renueve tantas veces cuantas exija el
precepto de caridad; de esta manera se consideran referidas a Dios por
intención habitual todas las obras. Los padrinos de esta sentencia citan
también a Santo Tomás pensando que hay que entenderlo en este sentido.
c. Finalmente, otros explican de este modo que el acto de caridad y todas las
obras que proceden de la caridad habitual o del hábito de caridad, que
siempre va unido a la gracia santificante, son meritorios. Estos, por tanto,
no piden para el mérito ninguna intención peculiar o ningún acto
antecedente de caridad para que las obras por caridad se ordenen hacia
Dios; simplemente dicen que para el mérito basta el estado de gracia, que
encierra a la caridad en un abrazo indisoluble, y esa ordenación objetiva o
natural hacia Dios que tienen las obras de los justos por de por sí y de su
naturaleza siempre que sean buenas en sí y que se hagan por influjo de la
gracia sobrenatural. Porque por la gracia santificante el hombre se ordena
hacia Dios y se hace hijo suyo, siendo por tanto sus obras buenas, obras
de un hijo de Dios; y las obras de un hijo de Dios son por sí dignas de la
herencia eterna.
Las leyes164.
105. Cualquier hombre, para participar de la bondad divina, es decir, para
alcanzar su fin, debe conformar sus acciones a la norma de moralidad. Con mayor razón,
el hombre bautizado, miembro del cuerpo de Cristo debe ejercitar el amor de Dios, como
prometió en el bautismo guardando los mandamientos de Dios. En éstos no se pide que
guarde la ley por motivo de caridad, lo que es más perfecto; sino que basta que ejercite,
demuestre y manifieste la caridad guardando la ley, es decir, que, consciente de la
conformación objetiva de su acción con la voluntad de Dios, realmente quiera hacerla
(véase n. 87). Por eso a la ley mediata o inmediatamente divina se le llama norma remota
y externa de las acciones, y, a la conciencia, mediante la cual llegamos al conocimiento
de la norma externa y la aplicamos, se le llama norma próxima e interna.
____________________
Cuestión primera.
Naturaleza de la ley.
106. Definición. Santo Tomás define la ley así: ordenación de la razón al bien
común promulgada por quien está al cuidado de la comunidad 165. Cualquiera que sea la
etimología verdadera del nombre, la ley contiene manifiestamente la noción de
obligación o vínculo con el que constriñe al sujeto de la ley, y a la vez la de norma y
regla para obrar; por tanto, la ley regula las acciones porque pone una obligación.
a. La ley se llama ordenación porque consiste en una norma o disposición
obligante con la que las acciones se dirigen hacia un fin; por esto, la ley
se distingue del consejo el cual no pone ninguna obligación ni debe
proceder necesariamente de un superior que tiene fuerza por su autoridad.
b. De la razón: con esta palabra se significa la razón práctica, la cual
comprende el entendimiento y la voluntad, pues aunque la ley consista en
último término en el acto de la voluntad, en cuanto pone la obligación,
para formarla debe intervenir en primer lugar el entendimiento a quien
corresponde considerar si la ley a cumplir conduce al fin, y también
ordenar la acción al fin.
c. Al bien común, pues el fin de la ley es el bien de toda la comunidad, hacia
el cual mira la ley directa e inmediatamente, dirigiéndose al bien de cada
uno mediatamente a través del bien común. Ese bien, tanto espiritual
como temporal, es todo el bien de la comunidad.
164
) Véase Santo Tomás, I. II. q. 90-100. San Alfonso I. l. n. 99-208. Suárez, De legibus, opus
classicum decem libris constans. Laymann, Theologia moralis I. l. tr. 4. Reuter, Theologia moralis
pr. 1. n. 118-262. Sporer-Katzenberger, Supplementum c. 1. Wernz-Vidal, Ius canonicum (Brugis.
Beyaert).Vermeersch-Creusen, Epitome iur. can. (ib.) I. n. 60+. Wirthmüller, Über das Sittengesetz
(Würzburg. Woerl. 1878.
165
) Véase Summa I. II. q. 90 a. 4.
110
d. Promulgada, es decir, publicada o intimada de modo que pueda ser
conocida por los súbditos. Pues la voluntad de los súbditos sólo se puede
inducir mediante el conocimiento, para que se pueda conformar a la del
legislador. Donde la ley no está promulgada, no puede obligar.
e. Por quien está al cuidado de la comunidad. Pues imponer la ley es un acto
de superioridad y jurisdicción; por lo cual sólo puede imponer una norma
para toda la comunidad, comunicándosela, aquel que tiene la potestad de
regirla.
Se discute si la promulgación se puede decir que es más natural a la esencia
de la ley o si más bien es una condición necesaria sin la cual no puede tener
eficacia externa. Y si el Código de Derecho Canónico, can. 8 § 1. dice: “Las
leyes quedan instituidas cuando se promulgan” no quiere dirimir la
controversia, sino que sólo repite lo que ya decía el decr. Gratian. (Dist. IV.
c. 3).
3. Son diferentes por razón del autor, pues para dar una ley se requiere autoridad
pública y potestad de jurisdicción; para el precepto basta la autoridad privada
y la potestad dominativa: del padre, del marido, del dueño.
4. Por razón del fin: pues la ley se impone dirigida inmediatamente al bien
común; en cambio, el precepto se dirige inmediatamente al bien privado o al
bien de la comunidad imperfecta.
5. Por razón del lugar: el precepto (al menos el de la potestad dominativa) se
impone directamente a la persona, y por tanto la obliga aun fuera del territorio;
en cambio, la ley mira directamente a la comunidad cuyos miembros se
111
reconocen por la relación con el territorio; por eso se supone territorial 166 salvo
que el bien común pida que la persona la cumpla también fuera del territorio.
166
) Canon 8 § 2.
167
) Rm 13 1.
168
) Véase Mt 16 19; Pr 8 15; Ef 6 1; Ef 6 5.
112
c. someter a la autoridad a los súbditos rebeldes contra la voluntad del
legislador de modo que contra su voluntad están obligados ahora a sufrir
el mal los que voluntariamente no quisieron someterse a la ley.
____________________
.
Cuestión segunda.
La ley divina.
__________
Artículo primero.
111. Definición de ley eterna. La ley eterna es la voluntad divina que quiere
necesariamente y desde la eternidad que las criaturas a crear conserven el orden
constituido por la divina sabiduría o que las mismas criaturas tiendan convenientemente a
los fines propios.
a. Desde la eternidad, Dios vio con su sabiduría todas las cosas que iban a
ser creadas en el tiempo; igualmente desde la eternidad decretó con su
voluntad libérrima crear el mundo en el tiempo para su propia gloria. Con
este acto del entendimiento, Dios conoció el fin universal que había de
dar al mundo y los fines particulares que había de dar a cada cosa, y a la
vez conoció las operaciones con las cuales las cosas a crear pudieran
alcanzar el fin tanto universal como particular. Y con un decreto de su
voluntad determinó que las cosas a crear tendieran a sus propios fines
mediante operaciones convenientes para ello. Las operaciones con las que
estas cosas a crear tienden a sus fines constituyen el orden universal,
orden de la naturaleza. La ley eterna consiste en aquel acto de la voluntad
divina por el que las operaciones de las criaturas se ordenan hacia sus
fines.
169
) Suárez, De legibus I. 1. c. 1-4. Seydl, Das ewige Gesetz (Theol. Studien d. Leo-Gesellschaft.
Wien. Mayer. 1902). Cathrein, Moralphilosophie5p. 374++. Mayer, Institutiones iuris nat.2 n. 238+
+.
114
b. La ley eterna es universal de suyo, de tal modo que su objeto lo
constituyen no sólo el orden moral es decir las operaciones con las que
los entes racionales tienden hacia el fin, sino también el orden
físico, o sea las operaciones de los seres carentes de razón y también el
orden sobrenatural o sea las operaciones con las que el hombre elevado a
hijo de Dios tiende al fin de la vida eterna. Por eso, según Santo Tomás, la
ley eterna es la razón de la sabiduría divina, como directriz de todos los
actos y movimientos170. Generalmente, sin embargo, se suele considerar la
ley eterna relacionada solamente al orden moral natural.
c. Parece claro que la ley eterna difiere doblemente de las demás leyes:
. porque preexiste a los súbditos a los que obliga y a las operaciones
que regula, ya que no existían desde la eternidad los sujetos
capaces de esta obligación y de esta regulación;
. porque la ley eterna como tal o antecedente para la ley natural no
puede producir ninguna obligación en los hombres porque no se les
ha promulgado.
170
) Summa l. 2. q. 93. a.1.
171
) Sanctus Augustinus contra Faustum l. 22. c. 27.
115
3. Dios promulgó la ley natural por medio de la luz de la razón. Pues Dios dotó a
la razón humana de una potencia que, con gran facilidad, puede formar ideas
morales y principios morales y con el raciocinio puede deducir conclusiones o
primeros preceptos morales a partir de esos principios supremos. Por eso
Santo Tomás, muy bellamente, dice que la ley natural es la participación de la
ley eterna en la criatura racional172.
a. Así pues, el acto por el que Dios instituyó la ley natural es la misma
creación, en la cual dotó al hombre de la luz natural de la razón. Por lo
tanto, en virtud de la naturaleza racional se les ha impuesto a todos los
hombres una ley absolutamente obligatoria que todos pueden conocer
valiéndose de su razón, y la cual están obligados a guardar en todas sus
acciones. Por eso, San Pablo dice: En efecto, cuando los gentiles, que no
tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener
ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de
esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia 173. En los
escritos de los filósofos morales se pueden reunir argumentos con los que
se prueba la existencia de la ley natural.
b. Luego la ley natural se diferencia de la ley eterna porque es una ley que
está a la vez en el legislador y en los súbditos, mientras que la ley eterna
sólo está en la mente del legislador.
4. El sujeto de la ley natural es todo hombre de cualquier tiempo y lugar, pues el
fundamento de la ley natural es la naturaleza racional; además, esta ley es el
medio con el que el hombre se ordena y se dirige hacia su fin; pero la
naturaleza racional es la misma en todos y todos están destinados al mismo
fin.
Por eso de la obligación de cumplir la ley natural ni siquiera están exentos los
que carecen de uso de razón como los niños y los amentes perpetuos, ya que
estos también tienen naturaleza racional. Por eso, sin embargo, solamente
están obligados por la ley en primer grado y los que la violan pecan sólo
materialmente.
5. La ley natural es el fundamento de cualquier ley positiva, y esto de dos
maneras: primero porque la ley natural obliga a obedecer al superior, sea Dios
sea el hombre; luego, porque una ley que sea contraria a la ley natural no vale
nada, ya que no es ley lo que sostiene aquello que es inconveniente para la
naturaleza humana y para el fin al que está destinado el hombre.
172
) Rm 2 14, 15.
173
) Cathrein, l. c. Meyer, l. c. Schindler, p. 144++.
116
son: honra padre y madre; no hurtarás; y otros que se encuentran en el
Decálogo (excepción hecha del establecimiento del sábado).
Por eso, tal como consta por la Etnología 174, los hombres de todas las
épocas y lugares, aún de los incultos, conocen como normas universales
de las acciones humanas no sólo los principios morales supremos, sino
también los mandamientos del Decálogo.
c. A la tercera pertenecen los preceptos que se deducen de los primeros
principios o de los mandamientos del decálogo, pero sólo mediante un
estudio diligente y preparado suficientemente y un razonamiento más
afinado. Por ejemplo: no tomar la justicia por la propia mano; se debe
restituir lo que se ha encontrado.
También los preceptos de la tercera clase están mandados o prohibidos
necesariamente, pero, al ser o conclusiones más difíciles o
indeterminados y ambiguos, dan fundamento a las leyes positivas con las
cuales se determinan con más precisión y quedan firmemente
constituidos.
2. Considerada la fuerza y la eficacia los preceptos de la naturaleza son de dos
clases: unos se llaman primarios y están exigidos absolutamente por la
naturaleza, porque sin ellos sería imposible el orden moral y los otros
secundarios y a éstos la naturaleza se inclina mucho porque sin ellos el orden
moral sería menos perfecto y, en teoría, los exige.
Así, la naturaleza exige absolutamente la unidad del matrimonio en cuanto
excluye la poliandria; ahora bien, la unidad del matrimonio en cuanto exige la
poliginia está exigida también por la naturaleza, pero en teoría; de aquí que la
poliandria esté absolutamente prohibida por derecho natural, pero la poliginia
no está absolutamente prohibida, aunque sí tenida como menos conforme a ese
derecho.
3. Respecto a la manera de obligar, los preceptos de la ley natural son absolutos,
o sea independientes de cualquier condición, como: hay que adorar a Dios; o
condicionados, o sea que se fundan en algún hecho del que dependen, como:
voto, obligación de cumplir el juramento. De aquí nace la división del derecho
natural en absoluto y condicionado.
114. Posibilidad de ignorar los preceptos de la ley natural. Como los preceptos
de la ley natural son de tres clases, conviene distinguir antes de resolver esta cuestión.
1. El adulto que es dueño plenamente de su razón no puede ignorar de ningún
modo los principios primeros de la ley natural porque son inmediatamente
evidentes para aquellos que entienden sus términos, y esta clase de verdades
no puede ser ignorada por el que usa de una razón bastante cultivada.
2. No se pueden ignorar invenciblemente por largo tiempo los principios
segundos de la ley natural contenidos en el Decálogo porque no se pueden
ocultar durante largo tiempo al hombre dueño de una razón cultivada ya que se
deducen de forma evidente de unos principios conocidos mediante un
razonamiento fácil y sin obstáculos. Y, si no los conociera, la conciencia
remordida le incitaría a investigar la verdad.
174
) V. Cathrein, Moralphilosophie5 I. p. 448++. Die Einheit des sittlichen Bewußtseins. 3 tomos.
W. Schneider, Allgemeinheit und Einheit des sittlichen Bewußtseins. (Paderborn. Schöningh.
1895)
117
Por consiguiente, si algunos ignoran desde hace mucho tiempo estos
preceptos, hay que decir que su ignorancia es vencible y culpable, porque no
se debe a defecto de la luz del entendimiento, sino que nace de la malicia de la
voluntad. En efecto, el Apóstol atestigua que, debido a las malas costumbres,
la ley natural puede ser borrada de los corazones de los hombres, los cuales no
están excusados de pecado175 a pesar de esta ignorancia.
3. Los preceptos más remotos de la ley natural, que no pueden deducirse de sus
principios más que después de un estudio diligente y con gran dificultad,
pueden ser ignorados invenciblemente incluso por largo tiempo por aquellos
que nunca se dedicaron al estudio, y de hecho son ignorados, en lo que no
están de acuerdo176 los teólogos ni los mismos santos Padres.
Todos conceden ciertamente que, en teoría, se da la ignorancia invencible de
la ley natural, pero los probabilioristas, tucioristas y jansenistas negaban que
se pudiera dar esta clase de ignorancia en la práctica y quedara excusado de
pecado el que obraba dentro de ella. Pero como esta sentencia no sólo está
rechazada177 por la Iglesia, sino que hoy está obsoleta, basta con haberla
indicado178.
115. En cuanto a la ignorancia del decálogo, hay que advertir para la práctica lo
que enseñan generalmente los autores, según la experiencia.
a. Se puede ignorar invenciblemente la malicia de los actos internos, a saber,
de los malos pensamientos y deseos, especialmente de los ineficaces.
b. Se puede ignorar invenciblemente también la malicia de los actos
externos, especialmente en el caso de los niños y en el de los rudos, es
más, también en el de otras personas en circunstancias extraordinarias, p.
e., cuando la ley humana tolera lo que moralmente es malo. Así puede
ocurrir que alguien ignore la malicia de la polución, que alguien piense
que es lícito mentir para salvar la propia vida o la de otro, o robar a los
ricos malos para darlo a los pobres buenos, perjurar para proteger la vida.
Es más, hay quienes afirman que puede ser que también los cristianos
juzguen lícita la fornicación en los lugares donde se permitan meretrices
públicas179.
c. No hay una sentencia única de los autores sobre la posible ignorancia
invencible de la malicia del acto interno cuando se conoce la que
corresponde al acto externo y, por tanto, si alguien pudiera juzgar
invenciblemente que no es pecado la seria voluntad de pecar (robar), si el
acto externo (el robo) aunque conocido como malo, no se hubiera llegado
a realizar. En efecto, a unos que lo afirman se oponen otros con San
Alfonso que dice: “que nunca pude considerar probable esta opinión” 180.
175
) Véase Rm 1 20++.
176
) Véase Ballerini-Palmieri I. n. 48.
177
) Aunque se dé ignorancia invencible del derecho de la naturaleza, ésta, en el estado de le
naturaleza caída, no excusa por sí misma al que obra, de pecado formal. Proposición 2ª
condenada por Alejandro VIII (7 de diciembre de 1690) (D. 1292).
178
) Véase Lacroix l. 1. n. 720++. Tirso González, Fundamentum diss. 11. c. 5. San Alfonso l. 1. n.
170-174.
179
) Véase Sporer-Bierbaum, Theol. Mor. Sacram. (Paderborne. Typographia bonifac. 1901) III.
pr. IV. n. 572
180
) Véase San Alfonso, de consc. n. 9. Lacroix l. 1. n. 35.
118
En la práctica habrá que preguntar prudentemente a los penitentes si
habían tenido algún conocimiento aunque fuera confuso de la malicia, y
creer lo que contesten.
181
) Véase Lehmkuhl, I. n. 286.
182
) Véase Gn 22 2; Ex 3 22; 11 2; 12 35.
119
117.
3. La Iglesia puede:
a. proclamar e interpretar infaliblemente la ley natural;
b. añadir algunas condiciones para la validez de los actos (n. 168);
c. dispensar impropiamente en los preceptos cuya obligación particular
dependa de la voluntad humana; así lo hace con los votos y juramentos,
en el matrimonio rato y en la profesión religiosa.
Para aclarar esto, hay que tener en cuenta lo que sigue:
1. Las obligaciones de la ley natural son de dos tipos, unas que afectan a
cada acto, independientemente de la voluntad humana, como hay que
adorar a Dios, honrar a los padres, no mentir, etc.; pero las otras afectan a
cada acto dependiendo sólo de la voluntad humana, siendo de este tipo
las obligaciones que nacen de los contratos, votos, juramentos.
2. En las obligaciones del primer tipo, el Sumo Pontífice no puede dispensar;
en las del segundo tipo tampoco dispensa propiamente porque no deshace
la obligación de la ley natural (hay que cumplir el voto, hay que guardar
la promesa), pero conforme a la potestad que usa sobre la voluntad
humana permite que en este caso particular se pueda conmutar o retirar el
acto de voluntad por el que se ha originado la obligación de la ley natural,
y de esa manera cesa la propia obligación en el individuo. Pero como la
obligación se ha contraído hacia Dios, el acto de la voluntad humana del
que nace la obligación no se puede conmutar o retirar por un arbitrio, sino
sólo consintiéndolo Dios (es decir, existiendo una causa justa), Luego el
Sumo Pontífice, a la vez que dispensa por una justa causa, está
declarando que Dios consiente en el cambio de la voluntad.
3. De todo esto, resulta que tener el Sumo Pontífice la potestad de dispensar
en la ley natural divina no significa otra cosa sino que el Sumo Pontífice
puede declarar cuándo consiente Dios en el cambio de la voluntad de la
que ha nacido la obligación de la ley. Ahora bien, Dios ha querido que el
Sumo Pontífice estuviera dotado de esta potestad no sólo para
facilitárselo a los fieles sino también para hacerlo cuando es
absolutamente necesario. Pues considerada la inconstancia de los asuntos
mundanos, con la imprudencia y la despreocupación de los hombres, no
es raro que ocurra que las obligaciones contraídas por la voluntad de los
hombres sean para ellos mismos nocivas más bien que útiles 183.
Artículo segundo.
118. Noción. Ley positiva divina es la ley dada libremente por Dios y promulgada
inmediatamente por algún acto. Por eso la ley divina positiva la podemos conocer sólo
por revelación. Con base en el destino del hombre hacia el fin sobrenatural, Dios por
necesidad estableció la ley positiva para dirigir al hombre al fin sobrenatural de la
felicidad eterna. La ley positiva divina se diferencia en dos partes: la antigua o mosaica, y
183
) Véase Ballerini-Palmieri I. n. 406++.
120
la nueva o evangélica. Dejando lo que se enseñó de la ley antigua, señalaremos algo de la
ley nueva o evangélica.
El destino del hombre al fin sobrenatural no destruye la naturaleza humana ni su
fin natural, sino que los eleva y perfecciona, de modo que la ley revelada sobrenatural no
quita sino que completa la ley natural; hasta el punto de que ley positiva y ley natural
constituyen a la vez la ley Moral íntegra del hombre destinado al fin sobrenatural de la
vida eterna.
121. Su obligación. La ley evangélica obliga a todos los hombres de todos los
tiempos y lugares.
a. Porque Cristo la ha impuesto a todos pues por voluntad de Dios todos
están destinados a la santificación y a la salvación por medio de Cristo.
Por eso Cristo expresamente dice: Me ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes.
Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado198.
b. Queda claro que la ley de Cristo obliga a todos los hombres de todos los
tiempos, de tal modo que no hay ninguna otra ley a seguir hasta el final
del tiempo. En efecto:
. Dios había prometido en el antiguo testamento una alianza nueva
que había de durar para siempre199.
. Cristo predijo200 la estabilidad inmutable de su reino; por eso el
tiempo de la nueva ley se llama tiempo novísimo201.
. Habría de ser abrogada para introducir otra ley más perfecta; pero
no puede haber ley más perfecta que la que tiene unos preceptos
que unen directamente al hombre con Dios, que tiene unos
sacramentos que verdaderamente santifican y cuyo sacrificio es de
infinita dignidad.
La absoluta perfección de la doctrina moral de Cristo aparece incluso en
la propia doctrina. Primeramente, sin haber sido acomodada a ningún
tiempo concreto ni a ninguna nación en particular, resulta apropiada para
todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Además, su
fundamento y fin es Dios, bien absoluto e infinitamente perfecto.
Finalmente el precepto de la caridad divina eleva al hombre a la suma
perfección moral y, a la vez, a una felicidad completa. El precepto de la
caridad consigo mismo y con el prójimo satisface de modo perfectísimo
las necesidades de la naturaleza humana individual y social.
c. Sin embargo, los preceptos de la ley nueva no obligan de igual modo a
todos los hombres: el precepto de aceptar la fe e ingresar en la Iglesia
recibiendo el bautismo obliga inmediatamente a todos, pero los demás
sólo de forma mediata, es decir, habiendo ingresado en la Iglesia y por
medio de la recepción del bautismo.
198
) Mt 28 18++; véase Mc 16 15; Rm 1 16.
199
) Jr 31 31, 40.
200
) Mt 16 18; 28 19+.
201
) Hch 2 17; 1 Jn 2 18.
123
A la pregunta de cuándo empieza a obligar la ley nueva, unos responden
que objetivamente y en el acto empezó con la muerte de Cristo, o al
menos el día de Pentecostés, porque piensan que Cristo había instituido
que la obligación empezase al mismo tiempo que la promulgación
solemne de la ley202. Pero otros enseñan que empezó a obligar después de
una suficiente divulgación de ella por todo el mundo; en verdad, los
apóstoles hicieron una suficiente divulgación; pues por toda la tierra
resonó la voz de ellos; luego en el primer momento, en los tiempos
apostólicos (a los 40 años de la muerte de Cristo, o ciertamente después
de la destrucción de Jerusalén), todos quedaron obligados por la ley
evangélica. En segundo tiempo, nadie está obligado antes de que haya
llegado a su conocimiento la noticia de la ley, pues hasta en estos tiempos
los infieles están excusados de guardar la ley a causa de su ignorancia 203.
Artículo tercero.
202
) Véase Jn 3 14++.
203
) Véase Suárez, l. 10. c. 4. n. 25.
204
) Mt 16 19.
205
) Véase Ferrari, Biblioteca (Romae. Typ. C. de prop. fide. 1890) s. v. Papa a. 2. n. 30.
124
Los consejos206.
123. Noción. Consejos son acciones buenas no prescritas por ninguna ley y
mejores, sin embargo, que sus opuestas. P. e., la virginidad, que es mejor que el
matrimonio; el ayuno, que es mejor que la templanza.
a. Fuera de las acciones prescritas o prohibidas por la ley, muchas otras no
son ni prescritas ni prohibidas, sino lícitas entre las que se encuentran los
consejos que se nos recomiendan, pues Dios nos manifiesta su voluntad
de dos maneras, o preceptuando o persuadiendo y recomendando. Las
acciones preceptuadas son necesarias para alcanzar el fin, los consejos no
son necesarios sino libres y permitidos como opción de cada uno en
particular.
b. No todas las acciones no preceptuadas en ninguna ley pertenecen al tipo
de los consejos, pues la razón del consejo es que la acción sea mejor que
su opuesta; por eso, el matrimonio, aunque no esté preceptuado, no es
asunto de consejo porque no es mejor que la virginidad.
c. Los consejos se diferencian de las leyes de muchas maneras:
. Las leyes obligan a todos, los consejos obligan sólo a los que se han
obligado a seguirlos;
. Las leyes obligan por sí mismas en virtud de la voluntad divina, los
consejos sólo dependiendo de la voluntad humana;
. Las leyes son medios necesarios para obtener la vida eterna, los
consejos son medios libres, aunque más seguros y perfectos, que
conducen a la vida eterna. Como los consejos no son necesarios
sino libres, sus obras se llaman obras supererogatorias.
De todo lo anterior se deducen las características de los consejos, que
son:
. obras libres, no preceptos;
. bienes mejores;
. obras supererogatorias.
206
) San Jerónimo, Adversus Iovinian. L. 2. Sanctus Thomas I. II. q. 108. a. 4. II. II. q. 184. a. 3;
q. 186. a. 7. Suárez, De religione tract. I. 1. c. 6-9. Bellarminus, De monachis c. 7-13. Ballerini-
Palmieri IV. n. 4-8. Göpfert-Stab, Moraltheologie8 (Paderborn. Schöningh. 1920) I. n. 36-41.
Simar, Lehrbuch der Moralrheologie3 (Freiburg. Herder. 1893) p. 45++. Schwanne, De operibus
supererogatoriis et consiliis evangelicis (Monasterii. Theissing. 1868). A. Weiss, Apologie des
Christentums3 (Freiburg. Herder) 5º tomo p. 203++.
125
protestantes y los racionalistas impugnan hasta los propios consejos, aquéllos
a causa de la doctrina del albedrío siervo y de las obras buenas superfluas;
éstos, en cambio, debido al principio Moral de la filosofía kantiana, en virtud
del cual el hombre debe luchar por la suma perfección Moral con todos los
medios adecuados.
2. Que además de mandamientos hay consejos, resulta de:
a. La conversación de Cristo con el joven que le pregunta por la perfección:
Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos... Si quieres ser
perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme207.
Con estas palabras, Cristo Señor añadió algo a los preceptos cuya
observación se dice que es necesaria para la salvación. Lo añadido es
mejor y más perfecto, pero no necesario y se ha de elegir
voluntariamente; además, se recomienda para conseguir una felicidad
mayor; luego se trata de un consejo.
b. Lo que escribe San Pablo: Acerca de la virginidad no tengo precepto del
Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien, por la misericordia de
Dios, es digno de crédito... Así pues el que casa a su doncella, obra bien.
Y el que no la casa, obra mejor208.
Con estas palabras, el Apóstol dice que la virginidad no está mandada y
que por inspiración divina la recomienda, no sólo como buena, sino como
mejor que el matrimonio; luego es un consejo lo que recomienda.
c. La misma naturaleza de las acciones morales, de las que resulta que hay
muchas acciones buenas que no están mandadas y que, a la vez, son
mejores que sus opuestas; en particular, los consejos se pueden reducir a
tres puntos:
. al motivo por el que se observan los preceptos. En efecto, lo que de
los preceptos no se observa por honestidad natural, sino
sobrenatural, y especialmente por amor de Dios, eso pertenece a
los consejos.
. A la abstinencia de actos indiferentes; pues las acciones
indiferentes, principalmente las deleitables, aunque no sean malas
en ciertas condiciones, sin embargo se tiende mejor sin ellas hacia
el fin último, por lo que abstenerse de ellas en cuanto no son
necesarias, es un asunto de consejo.
. Al ejercicio de las virtudes; muchas acciones buenas y mejores que
sus opuestas no están mandadas de ninguna manera o, al menos,
por algún tiempo, como la virginidad, la recepción frecuente de
sacramentos, oír misa los días no festivos, la oración frecuente, etc.
125. Consejos evangélicos. Entre los consejos destacan los consejos evangélicos,
a saber, la pobreza, la castidad y la obediencia prestada al hombre, que se llaman
evangélicos porque fueron promulgados por Cristo en el evangelio, y se recomiendan de
modo especial como medios de perfección cristiana con la palabra y con el ejemplo,
promulgando así a la vez el consejo de constituir un peculiar estado de vida en el que
exista la obligación de observar estos consejos.
207
) Mt 19 17++.
208
) 1 Co 7 25-40.
126
a. Cada uno se encuentra en las Sagradas Escrituras:
. Consejo de pobreza: Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que
tienes y dáselo a los pobres209.
. Consejo de castidad: No todos entienden este lenguaje, sino
solamente aquellos a quienes se les ha concedido... hay eunucos
que se hicieron tales por el Reino de los Cielos. Quien pueda
entender, que entienda210. Con estas palabras Cristo Señor significa
que la virginidad es mejor que el matrimonio, y es un bien que no
manda sino que recomienda a los que lo pueden comprender por un
don de la gracia.
. Consejo de obediencia: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame 211. Con estas
palabras no sólo se encierra la negación propia mandada, sino
también la no mandada, y principalmente la que consiste en la
obediencia voluntaria prestada a un hombre, que ciertamente en
sentido pleno es la negación propia, a saber la del entendimiento
propio y la de la voluntad propia. Sobre todo esto: Si quieres ser
perfecto... ven, y sígueme.
b. El antiguo testamento ya contenía algunos consejos:
. sacrificios ofrecidos libremente; p. e. los sacrificios pacíficos no
eran preceptivos, pero se ofrecían libremente;
. Los votos que se recomendaban en la ley, pero no se prescribían.
Entre los votos más importantes estaba el nazareno, por el cual un
hombre se consagraba a Dios temporal o perpetuamente.
126. Objeciones. Los herejes que impugnan los consejos defienden que las acciones
buenas que podemos hacer, todas son preceptuadas, para demostrar lo cual se acogen a varios
testimonios de la Sagrada Escritura:
a. Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial; con estas palabras se
manda a todos la mejor perfección para que podamos llegar a ser semejantes a
Dios. – Pero con estas palabras no se nos manda toda perfección, sino sólo la que
consiste en el amor a nuestros enemigos (véase 44); haciendo esto seremos
semejantes al Padre celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos.
b. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... y con toda tu mente; de esta
manera se nos manda la perfecta caridad, lo que podemos alcanzar de la
perfección, eso se nos manda. Pero con estas palabras se nos manda la caridad
apreciativamente perfecta que consiste en que evitemos todo pecado, el grave
bajo pena ciertamente eterna, pero el leve bajo pena temporal.
____________________
Cuestión tercera.
La ley humana.
__________
209
) Mt 19 21.
210
) Mt 19 11, 12.
211
) Lc 9 23.
127
Artículo primero.
212
) El vocablo jurisdicción que de suyo significa potestad universal de regir, a veces en sentido
más estricto designa sólo la potestad judicial. Con este sentido se usa el nombre de jurisdicción en
el tratado sobre el juez y sobre la penitencia.
213
) León XIII, Enc. Quod Apostolici
214
) Véase Suárez, De legibus l. 1. c. 8.
128
c. Hay que señalar la diferencia que hay entre el precepto que se da en virtud
de la jurisdicción y el que se da en virtud de la potestad dominativa;
quien viola éste peca sólo contra la obediencia, y el que viola el primero
peca contra la virtud a la que se refiera el precepto. En efecto, la potestad
dominativa mira sólo la sujeción del súbdito, sea en la materia que sea; en
cambio, en la jurisdicción se mira el bien a conseguir mediante la
observación del precepto en determinada materia 215.
2. Debido a la doble comunidad perfecta de los hombres, la eclesiástica y la civil,
también hay que distinguir una doble potestad legislativa, eclesiástica y civil.
A continuación se tratará algo de la potestad legislativa civil, y después se
tratará ampliamente de la eclesiástica.
215
) Véase De preceptis n. 278, 3.
216
) Rm 13 1.
129
§ 1. La jurisdicción eclesiástica 217.
130. Principios.
217
) En los §§ siguientes se hacen referencias a puntos del libro I. del Código de Derecho Canónico
que podrán ser útiles o necesarios para los fines de la Teología Moral; pero hacer un comentario
propiamente dicho del Código es asunto de los canonistas.
218
) Can. 197 con can. 209 “en error común o en duda positiva y probable tanto del derecho como
del hecho, la Iglesia suple tanto para el fuero externo como para el interno”.
219
) Can. 197.
220
) Can. 201, § 2. 3.
221
) Can. 199.
130
1. El que tiene la potestad ordinaria de jurisdicción la puede delegar a otro en
todo o en parte, salvo que el derecho haya dispuesto expresamente otra cosa.
Pero el que tiene la potestad delegada sólo la puede subdelegar:
a. Si la delegación viene de la Sede Apostólica y a causa de la eminencia de
la potestad suprema; la subdelegación puede hacerse o para el acto, o
habitualmente; pero no puede subdelegar si la misma delegación fuese tal
que la persona hubiera sido elegida expresamente, o si se hubiera
prohibido expresamente la subdelegación.
Por lo cual, el obispo puede delegar a otra persona, tanto de modo general
como para un caso particular, las facultades delegadas a él temporalmente
por la Sede Apostólica sin concesión especial. Pero no si en la concesión
se dice: por ti mismo, o personalmente.
b. Si la delegación es para todas las causas y ha sido hecha realmente por
alguien que tiene potestad ordinaria por debajo del Romano Pontífice; la
subdelegación sólo se puede hacer para cada caso.
Se llama delegado para todas las causas, a quien recibe potestad de
resolver no sólo una o muchas causas particulares, sino simplemente
todas o todas las de un cierto tipo, p. e., todas las causas matrimoniales.
Así, el sacerdote que está delegado para hacer las veces del párroco
ausente.
c. En otros casos, la potestad de jurisdicción delegada sólo se puede
subdelegar por concesión hecha expresamente.
d. La potestad subdelegada ya no puede ser subdelegada de nuevo, salvo que
estuviera así expresamente concedido.
2. El delegado, para usar válidamente de la delegación encomendada, debe
conocerla y aceptarla, y, además, debe cuidar de no excederse ni en los fines
de su mandato ni sobre las cosas o las personas relacionadas con ello.
El delegado no se excede en los fines de su mandato si obra de un modo que
no le habría gustado al mandante, a no ser que éste hubiera prescrito 222 como
condición el propio modo de llevar a cabo la delegación.
131.
1. La potestad ordinaria cesa223 al perder el oficio al que está vinculada; pero si se
interpone una apelación contra la pérdida del oficio, la potestad queda latente
durante este tiempo, salvo que la apelación sólo se hubiera interpuesto en
devolutivo224.
Disipado el derecho del concedente (p. e., si muere, o si pierde el oficio de cualquier
modo que sea), la potestad cesa sólo si la ley lo establece así o si la concesión se
hubiera hecho con la cláusula: “a nuestro beneplácito”, u otra equivalente; y,
desaparecido de otro modo el derecho del concedente (p. e., el Obispo) no cesa.
2. La potestad delegada cesa:
a. una vez cumplido el mandato;
b. terminado el tiempo o el número de casos para lo que fue concedida;
c. habiendo cesado la causa final de la delegación;
222
) Can. 203, 1. 2.
223
) Can. 208; 183 § 2.
224
) Sobre la apelación en devolutivo, véase can. 1889.
131
d. por revocación intimada directamente al delegado, o por renuncia al
delegante intimada directamente y aceptada por éste 225.
Pero no cesa por disipación del derecho del delegante, salvo en estos dos
casos:
a. si así aparece en cláusulas añadidas;
b. si contiene la potestad hecha a alguien de conceder la gracia a
determinadas personas relacionadas en el rescripto y el asunto está
todavía íntegro226.
Se dice que el asunto está íntegro si el delegado todavía no empezó a usar su
potestad.
3. Jurisdicción del fuero externo e interno227.
a. La jurisdicción (tanto ordinaria como delegada) conferida para el fuero
externo vale también para el fuero interno, pero no viceversa;
b. La jurisdicción conferida para el fuero interno se puede ejercer extra
sacramento, salvo que se exija sacramental.
c. Cuando no figura expresado en la concesión para qué fuero se ha hecho,
se entiende que para ambos fueros, salvo que por la naturaleza del asunto
conste otra cosa.
Nota. Con la palabra Ordinario se designan en derecho: El Romano Pontífice,
cada uno de los Obispos residenciales con relación a su territorio, el Abad o el Prelado
nullius, el Vicario general de ellos, el Administrador, el Vicario y el Prefecto Apostólico,
todos los que faltando alguno de los anteriores les sucedan interim en derecho o según las
constituciones en vigor, finalmente los Superiores mayores en religiones exentas de
clérigos respecto a sus súbditos.
Con la palabra Ordinario del lugar se designa a cualquiera de los anteriores
menos a los Superiores religiosos228.
231
) Can. 291, 1.
232
) Can. 291, 2.
233
) Can. 335 § 1.
234
) Can. 501. Lacroix l. 1. n. 566.
133
comunidad. En virtud de esa potestad pueden mandar incluso a las novicias
que no han emitido voto.
235
) a. Con el nombre de Sede Apostólica o Santa Sede se comprende no sólo el Romano Pontífice
sino las congregaciones, tribunales y cargos mediante los cuales el Romano Pontífice suele
despachar los asuntos de la Iglesia universal; can. 7.
b. La Curia Romana consta de sagradas congregaciones (once), tribunales (Sagrada Penitenciaría,
Rota Romana, Signatura Apostólica) y oficios (Cancillería Apostólica, Dataría Apostólica, Cámara
Apostólica, Secretaría de Estado); can. 242.
236
) Can. 246-257.
134
religiosos y familias religiosas. Finalmente concede a los religiosos las
dispensas del derecho común237.
6. Congregación de Propagación de la Fe, ejerce jurisdicción en las regiones de
misiones y tiene derecho y potestad para tratar todos los asuntos de misiones,
aunque debe comunicar con las congregaciones especiales lo que trate de fe,
matrimonio o ritos sagrados. Lo que se refiere a los religiosos como
misioneros lo trata esta congregación, pero los asuntos de estos religiosos que
se refieran a ellos como tales religiosos, tiene que remitirlos a la
Congregación de religiosos. Finalmente trata de lo que corresponda a la
celebración y reconocimiento de los concilios en los lugares bajo su
jurisdicción.
7. Congregación de Ritos, que tiene el derecho de cuidar y establecer todo lo que
se refiere a los ritos sagrados y a las ceremonias de la Iglesia latina. Por eso se
encarga de vigilar que se cumpla diligentemente con el rito y la ceremonia
prescrita para celebrar la misa, administrar los sacramentos, etc. También
concede las dispensas oportunas. Finalmente debe desarrollar todo lo que se
refiere a la beatificación y canonización de los santos y a las sagradas
reliquias.
8. Congregación ceremonial, a la que pertenece la organización de las ceremonias
que se han de llevar a cabo en la capilla pontifical y en las sagradas funciones
de los cardenales fuera de la capilla pontifical. También determina las
cuestiones de precedencia tanto de cardenales como de los legados que envían
varias naciones a la Santa Sede.
9. Congregación para los asuntos eclesiásticos extraordinarios. Esta
Congregación constituye y divide diócesis y promueve los hombres idóneos
para las diócesis vacantes, cada vez que hay que tratar estas cosas con los
gobiernos civiles. Además se le propone examinar los asuntos que tienen que
ver con las leyes civiles.
10. Congregación de seminarios y universidades, que vigila todas las cosas que
corresponden a los seminarios, dirige los estudios de las universidades y
facultades que dependen de la Iglesia, examina y aprueba las instituciones
nuevas, concede la facultad de conferir grados académicos y da normas sobre
el modo de conferirlos.
11. Congregación para las Iglesias orientales. A esta Congregación se le reservan
todos los asuntos que se refieren a las Iglesias orientales. Por lo cual dispone
de todas las facultades que poseen las otras congregaciones respecto de las
Iglesias latinas.
Por otro lado, son de gran importancia para nuestro trabajo:
a. la Sagrada Penitenciaría Apostólica que preside el Cardenal Penitenciario
mayor. La jurisdicción de este tribunal se restringe exclusivamente al
fuero interno, a cuyo favor concede absoluciones, dispensas,
conmutaciones, sanaciones y condonaciones. Además dirime las
cuestiones de conciencia y finalmente, después de abolida la
237
) Para dispensar a los religiosos (no sacerdotes) en la ley del ayuno eucarístico es competente la
Sagrada Congregación de Religiosos; para las cuestiones de validez de las órdenes y de las
obligaciones anejas a las órdenes mayores incluso para los religiosos es competente la Sagrada
Congregación de Sacramentos. A. A. S. XV p. 39.
135
Congregación de Indulgencias, juzga sobre las cuestiones de las
indulgencias y el uso de ellas y su concesión.
b. la Comisión (Consejo) para la interpretación auténtica de los cánones del
Código, instituida el día 15 de septiembre de 1917. Consta de algunos
cardenales, de los que uno preside las reuniones, elegidos por el propio
Romano Pontífice y con los que se reúnen algunos consultores de ambos
cleros peritos en el derecho canónico.
134. Aclaraciones.
a. En este lugar no se trata de los decretos doctrinales, sino sólo de los
disciplinares que se dan en materia de costumbres o dictan leyes nuevas,
o interpretan las existentes, o establecen el derecho o conceden gracia en
casos particulares.
b. Los decretos de las congregaciones romanas tienen varios nombres:
aclaraciones, decisiones, resoluciones, respuestas, decretos. Aunque en
sentido estricto, los decretos contengan la nueva ley, las aclaraciones o la
interpretación de la ley ya establecida, y las resoluciones o decisiones la
sentencia judicial en causa particular, estas palabras se suelen usar 238, sin
embargo, de forma indiscriminada.
c. La potestad que compete a las Sagradas Congregaciones está concedida a
ellas por el Sumo Pontífice; sin embargo no tienen potestad legislativa,
hasta el punto de que no pueden dictar decretos generales que tengan
fuerza de ley universal sin el mandato y la aprobación del Sumo
Pontífice, y desde luego no lo pueden hacer ni la Congregación de
Propagación de la Fe en las regiones de misión, ni la Sagrada
Congregación de Ritos239.
d. Como las congregaciones no tienen potestad legislativa, sus decretos no
tienen fuerza de ley universal, a no ser que resulten de un mandato del
Sumo Pontífice y los haya confirmado con una aprobación especial. Pero
cada una en particular puede dar decretos particulares sobre asuntos que
le hayan pedido, aunque también, hoy, estos decretos se suelen aprobar
por el Sumo Pontífice en la forma común.
e. Hay dos formas distintas de aprobación: forma específica, por la que los
decretos se confirman absolutamente después de un cuidadoso examen; y
forma común, por la cual los decretos no se someten a un examen
riguroso y se aprueban sólo bajo condición (si no se oponen a los
sagrados cánones).
La aprobación en forma común no altera la naturaleza de los decretos,
sino que los deja en su especie, dándoles, por tanto, una cierta autoridad
externa únicamente; la aprobación en forma específica transforma el
decreto en ley del Sumo Pontífice, que él mismo dicta en su nombre y
con su autoridad.
238
) Véase Wernz, I. n. 143.
239
) Consta que Sixto V instituyó esta Congregación. Por la Bula Immensa (22 de enero de 1588)
le concedió potestad legislativa; la propia Congregación declaró que sus decretos debidamente
dados tienen la misma autoridad que si los hubiera dado directamente el mismo Sumo Pontífice
(23 de mayo de 1846. n. 2916); esta declaración fue confirmada por Pío IX el 17 de julio de 1846.
– Sin embargo, este privilegio fue abolido por la constitución Sapienti consilio de Pío X.
136
f. Para que los decretos de las Sagradas Congregaciones tengan fuerza de
obligar, deben ser auténticos; ahora bien, se reconoce que es auténtico lo
que está publicado formalmente, es decir, suscrito por el prefecto de la
Congregación y por el secretario y provisto del sello de la Congregación.
De la autenticidad de los decretos de las Sagradas Congregaciones nos
puede constar por las colecciones auténticas 240, o por su promulgación en
las Actas de la Sede Apostólica.
Artículo segundo.
136. Honesto: porque toda potestad legislativa es de Dios; ahora bien, Dios no
puede dar potestad de obligar a lo que es deshonesto.
240
) S. C. R. Abril 1854 (n. 3023).
137
a. De aquí se sigue que no hay que obedecer a la ley que manda una cosa
deshonesta; y si hay duda sobre si es bueno lo que manda la ley, hay que
suponer generalmente que es honesto y lícito.
b. Objeto de la ley preceptiva son los actos buenos o incluso indiferentes; y
objeto de la ley prohibitiva son los actos malos, pero pueden ser también
los indiferentes y hasta los buenos. En efecto, tales actos pueden ser útiles
o nocivos para el bien de la comunidad. Los actos indiferentes resultan
objeto de alguna virtud por el motivo por el que se preceptúan.
137. Justo: La ley se llama justa por tres razones: a. Por razón del fin, porque se
refiere al bien común (sobre esto n. 141); b. Por razón de la materia, porque se imponen
cargas a los súbditos guardando una proporción de igualdad entre las cargas y sus
posibilidades; c. con mayor razón, por el autor porque no excede la potestad del
legislador. Pero si manda lo que de algún modo repugna a la justicia, el súbdito, de suyo,
no está obligado a obedecer.
Ley justa e injusta se toma ordinariamente en sentido más amplio, hasta el punto
de que se llama injusta la que excede la competencia del legislador y la que, sin exceder
esa competencia, manda lo que es ilícito. Luego las leyes injustas son de dos tipos: unas
que exceden las competencias del legislador aunque sea justo lo que manden; dos otras
que mandan lo que es ilícito. Los súbditos están obligados a veces accidentalmente a
obedecer a las primeras, a saber, cuando la desobediencia acarrea males mayores a la
persona particular o a la comunidad, p. e., cuando la potestad política instituye
impedimentos matrimoniales. A las leyes del segundo grupo no es lícito obedecer. De esto
dice la Sagrada Escritura: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres 241, y morir
antes que violar las leyes [de nuestros padres] 242.
241
) Hch 5 29.
242
) 2 M 7 2.
138
la comunión pascual digna y la recepción fructífera de la penitencia, y la
potestad civil manda el juramento.
Según algunos estos actos internos, por necesidad, sólo están unidos con los
externos indirectamente, incluso por la ley eclesiástica; pero según otros están
mandados directamente no sólo por la ley eclesiástica sino por la civil
también.
2. Es cierto que la potestad civil no puede mandar actos meramente internos,
pues éstos no aportan nada al fin de la sociedad civil que ciertamente se puede
obtener suficientemente sin ellos.
3. Se discute si la ley eclesiástica puede mandar actos meramente internos. La
sentencia de muchos autores ciertamente enseña que los actos meramente
internos no se pueden mandar en la ley humana, pero que sí puede mandar
actos verdaderamente internos unidos necesariamente con actos externos sólo
indirectamente. Sin embargo, hay que preferir absolutamente la sentencia
afirmativa que dice que el legislador eclesiástico puede mandar no sólo actos
mixtos, sino también actos meramente internos.
a. La sentencia negativa la sostienen Santo Tomás, Suárez, San Alfonso para
quien es la más probable (n. 100), y muchos otros con ellos,
recientemente Vermeersch (I3, n. 181); la afirmativa la amparan
Cárdenas, Elbel (n. 332), Holzmann (n. 314), Ballerini-Palmieri (n. 308),
Bouquillon (n. 114), a los que se añaden algunos otros. En la práctica,
esta cuestión, no es de gran importancia, porque rara vez ocurre que tenga
alguna utilidad mandar actos meramente internos; en cambio, todos los
autores coinciden en que la Iglesia puede mandar actos mixtos, al menos
indirectamente. Y si un superior eclesiástico mandase actos meramente
internos hay que estar a favor del valor del mandato y obedecerle, aunque
se pueda decir que su potestad es dudosa. De aquí que si impone
ejercicios espirituales, aquél a quien se los impone no puede excusarse de
hacerlos íntegramente bajo el pretexto de que el superior no puede
mandar actos meramente internos.
b. Los que niegan, argumentan de esta manera: en la ley humana no se puede
mandar o prohibir lo que no se puede obligar a hacer con medios
humanos ni castigar por su omisión; pues en este caso daría en vano una
ley. Además, la Iglesia es una comunidad visible y la materia de las leyes
con las que se gobierna una comunidad visible es sólo los actos externos
y sensibles. Finalmente, la Iglesia no manda nunca actos meramente
internos y se considera que no puede hacer lo que nunca ha hecho.
Por otro lado, los que afirman razonan así:
. La Iglesia puede mandar todo lo que conduce a su propio fin, y
aunque la Iglesia sea una sociedad visible, también es una sociedad
espiritual que tiende a un fin sobrenatural para el que son
claramente adecuados los actos meramente internos.
La potestad legislativa de Pedro le fue concedida ilimitadamente
(todo lo que ataras), luego no se puede reducir a los actos externos
salvo que se pruebe con argumentos manifiestos.
. El primer argumento de la sentencia anterior prueba demasiado,
luego se seguiría que ni los actos mixtos ni los externos ocultos
pueden ser materia de ley eclesiástica. Además hay que distinguir
entre la potestad meramente directiva y la potestad directiva y
139
coactiva a la vez , y para la Iglesia no es necesaria esta segunda
que incluye la coactiva (externa) para que pueda mandar actos
meramente internos, sino que basta que los pueda mandar con
potestad directiva, aunque no pueda castigar sus transgresiones.
Por lo demás, puede castigar también los actos meramente internos
con penas en las que sin duda se incurre ipso facto. Finalmente
. La Iglesia no sólo ejerce potestad sobre los actos meramente
internos, como resulta de lo que se dice (en c.), sino que realmente
manda actos meramente internos, p. e., se manda a los sacerdotes
que celebran misa que, después de recibir el cuerpo de Cristo, se
queden en silencio durante un poco de tiempo meditando sobre el
santísimo sacramento, meditación que ciertamente es un acto
meramente interno, y el Sumo Pontífice manda que los clérigos
que van a ser ordenados hagan ejercicios espirituales, los cuales
están compuestos de actos mixtos y actos meramente internos
(meditaciones, exámenes)243. También el obispo tiene la misma
potestad de mandar al clero de su diócesis que haga ejercicios
espirituales244.
c. En lo que sigue, todos los autores están de acuerdo en que se tiene la
potestad:
. El confesor puede imponer en el foro sacramental actos meramente
internos, p. e., una meditación piadosa.
. La Iglesia puede interpretar la ley natural y la ley divina que trata
de actos meramente internos; p. e., puede determinar las veces que
haya que hacer actos de fe o de caridad, o las veces que haya de
aplicarse el sacrificio de la misa a favor del pueblo por los pastores
de las almas.
. Puede prescribir actos meramente internos como condición para
alcanzar gracia; así para lucrar la indulgencia del vía crucis
prescribe la meditación de la vida y de la pasión del Señor.
. Los superiores regulares pueden imponer a sus súbditos actos
internos en virtud del voto de obediencia, por el cual se sometieron
a sus superiores con relación también a estos actos, p. e., la oración
mental, el examen de conciencia.
139. Posible, no sólo físicamente, sino también moralmente; nadie está obligado
a lo imposible. Sin duda la ley debe ceder ante el bien común, y no cedería si mandara
algo que no fuese moralmente posible; pues la ley que excede a las fuerzas ordinarias de
los súbditos no es guardada por la mayor parte de la comunidad, y, en estas condiciones la
ley va más bien en detrimento de la comunidad. Por eso se admite de común acuerdo el
principio de que la ley afirmativa no obliga cuando hay un daño proporcionadamente
grave que esté accidentalmente unido a la observación de la ley.
a. Moralmente imposible se dice de aquello que sólo se puede hacer con gran
dificultad, lo que según juicio prudente es lo que puede superar las fuerza
humanas. Ahora bien, como los preceptos, tanto los divinos como los
humanos, son distintos en necesidad y en gravedad, no excusa en todos
243
) Can. 1001.
244
) Can. 126; 1513.
140
ellos la misma dificultad, sino que cuanto más grave sea el precepto, más
importante debe ser el daño a sufrir por observar el precepto para que se
excuse su cumplimiento (Véase n. 177).
b. El pudor a sentir cuando se confiesa el propio pecado y la difamación
propia consiguiente ante el confesor por la acusación del pecado va de
suyo e intrínsecamente unida a la confesión del pecado y, por eso, ya ha
sido prevista por el legislador y hay que soportarla por ser intención suya;
pero la difamación ante otros por la confesión de los pecados va
accidentalmente y extrínsecamente unida a la confesión, por lo cual
puede excusar de la confesión.
140. Si la ley puede prescribir actos heroicos, o sea, actos de una dificultad
extraordinaria.
a. La ley divina positiva puede prescribir actos heroicos, pues como Dios es
señor absoluto de los hombres puede aumentar las fuerzas de los hombres
de modo que llegue a ser moralmente posible la observancia de la ley por
dificilísima que sea. Sin embargo, como no hay que suponer que Dios se
quiera obligar a hacer milagros en el orden moral, no se considera que la
ley divina positiva mande actos heroicos, y por eso se dice que más bien
cesa la ley en caso de gran dificultad.
b. La ley humana de suyo no puede mandar actos heroicos, salvo que o lo
exija el bien común o se elija libremente el estado en el que se imponen
esta clase de actos.
Por eso también alguna vez puede la ley humana mandar actos muy
difíciles:
. cuando se impone la ley en un grupo de hombres que libremente
han ingresado en él; p. e., las monjas se obligan a la clausura
perpetua, los sacerdotes a la castidad perfecta, algunos religiosos al
servicio de los enfermos contagiados de peste, los sacerdotes
celebrantes al ayuno eucarístico;
. cuando lo exige el bien común, pues éste prevalece sobre el
privado; p. e., a los militares se les manda que combatan con el
enemigo y que no abandonen su puesto aun con peligro de su vida,
a los párrocos que permanezcan en sus parroquias en tiempos de
epidemia. Hay, sin embargo, quienes dicen que en estos casos es
más bien la ley natural que la positiva la que manda el acto difícil,
es decir, la ley que manda que el bien común prevalece sobre el
bien privado.
____________________
Cuestión cuarta.
El sujeto de la ley.
__________
Artículo primero.
El domicilio eclesiástico248.
142. Nociones.
1. A cada uno le corresponde determinado párroco y determinado Ordinario según
el domicilio y el cuasidomicilio que tenga. Por eso hay que saber cómo se
obtiene y cómo se pierde el domicilio y el cuasidomicilio.
2. El domicilio o el cuasidomicilio en una parroquia se llama parroquial, y en una
diócesis (no en una parroquia) diocesano.
3. El que tiene domicilio o cuasidomicilio diocesano no deja de tener párroco
propio que es el del lugar donde reside actualmente.
4. Se distinguen dos clases de domicilio: voluntario, que es el adquirido por
propia elección, y legal o necesario, que es el señalado por otro o por una
disposición legal.
Es evidente que no hay que atender a las leyes civiles, sino a las normas de la
ley eclesiástica cuando se trata de adquirir o perder el domicilio eclesiástico.
Por eso el lugar del domicilio es la parroquia, no la población o la ciudad, y
las condiciones requeridas para adquirir o dejar el domicilio hay que tomarlas
del derecho canónico, no del derecho civil, salvo que éstas las adopte el
derecho canónico.
245
) Can. 10.
246
) Can. 17 § 2.
247
) Can. 4; 10; A. A. S. XI. p. 351. Véanse los ejemplos relatados allí.
248
) Can. 92-95.
142
Nota. De la misma manera que la diócesis hay que dividirla en partes territoriales
(parroquias), el vicariato apostólico o la prefectura apostólica debe dividirse donde se
pueda hacer fácilmente en partes que se llaman cuasiparroquias249 cuando se les haya
asignado un rector especial. Lo que se dice en este artículo sobre las parroquias vale
también para las cuasiparroquias.
249
) Can. 216 § 2, 3.
250
) Can. 92 § 1.
251
) Can 93. Incluso la mujer abandonada maliciosamente por el marido no puede adquirir un
domicilio propio distinto hasta después de obtenida la separación perpetua o por tiempo
indefinido. Com. Int. A. A. S. XIV p. 526.
252
) Can. 93 § 1.
253
) Can. 92. 2.
143
residido allí por algún tiempo; en otro caso, cuando se ha cumplido
una residencia de seis meses.
. Para adquirir el cuasidomicilio en cualquier lugar se necesita residir
verdadera y propiamente en aquel lugar; no basta con que alguien,
p. e., vaya en algún país de un sitio a otro, salvo que se trate de un
cuasidomicilio diocesano.
. Luego los funcionarios públicos, los jueces, profesores, estudiantes,
criados, criadas, etc., que pasan en algún lugar la mayor parte del
año con intención de quedarse allí ese tiempo por razón de su
deber, o de estudiar o de llevar su negocio, tienen su cuasidomicilio
en ese lugar. Cuando no conste la intención de quedarse allí ese
tiempo, debe deducirse de indicios.
III. Pérdida del domicilio y del cuasidomicilio:
Se pierden ambos domicilios cuando concurren a la vez estas dos cosas:
a. salida actual del lugar del domicilio; y
b. intención de no volver. Así como no basta sólo la salida del domicilio para
perderlo, tampoco basta sólo la intención de no seguir permaneciendo
más en el lugar.
El domicilio se pierde desde el día en que ocurren a la vez esas dos cosas, sin que
sea necesario haber adquirido un domicilio o un cuasidomicilio en otro sitio.
Artículo segundo.
144. Condiciones de las personas. Hay que empezar por lo que se establece en
el código sobre las personas sometidas a la potestad de la Iglesia, cuando se tiene en
cuenta su edad o su domicilio,:
1. Por razón de la edad.
a. Es mayor la persona que ha cumplido 21 años de edad; es menor si
todavía no los ha cumplido;
b. la persona menor se considera púber desde los 14 años completos si es
varón, y desde los 12 años completos si es mujer;
c. la persona impúber se llama infante, o sea niño o párvulo, antes de haber
cumplido siete años y se considera que no es dueño de sí mismo, pero
cumplidos los siete años se supone que tiene uso de razón. Todos los que
están desprovistos habitualmente de uso de razón se asimilan al infante 254.
. Los recientes códigos civiles exigen generalmente 18 años a los
varones y 16 años a las mujeres para la plena pubertad; casi todos
los derechos postulan diferente edad en los varones que en las
mujeres porque la capacidad generativa suele empezar antes en las
mujeres que en los varones255.
254
) Can. 88.
255
) La pubertad natural difiere mucho a veces de la legal o canónica; p. e. en Egipto hay púberes
a los 10 años, mientras que en Laponia, apenas los hay a los 18 años. Véase Wernz IV n. 311 nota
6.
144
. La persona mayor goza del pleno ejercicio de sus derechos; la
persona menor permanece sometida en el ejercicio de sus derechos
a la potestad de los padres o de los tutores, menos aquello en lo que
el derecho los exime de la patria potestad, como para la recepción
de sacramentos o para el estado religioso.
2. Por razón del domicilio. La persona se llama vecino en el lugar donde tiene su
domicilio; forastero en el lugar donde tiene su cuasidomicilio; transeúnte si se
encuentra fuera de su domicilio o cuasidomicilio; vago si no tiene domicilio ni
cuasidomicilio256 en ningún sitio.
145. Sujeto de la ley en general son únicamente los súbditos del legislador que
tienen uso de razón. La razón de lo primero es que dar la ley es un acto de superioridad y
jurisdicción, y la jurisdicción sólo se puede ejercer sobre los súbditos. La razón de lo
segundo es que cualquier ley induce una obligación moral y los que no tienen uso de
razón no son capaces de obligación moral.
El sujeto de la ley puede quedar obligado de dos maneras, o sólo habitualmente o
sea en acto primario [actu primo], o habitualmente y a la vez actualmente, o sea en acto
secundario [actu secundo]. La obligación primera se llama imperfecta, y la segunda
perfecta. El que está obligado en determinado momento por la ley y no la cumple, peca
formalmente; el que está obligado sólo habitualmente por la ley y la incumple, peca
materialmente.
256
) Can. 91.
145
a. no obliga a los que no están bautizados, ni a los que estando bautizados no
tienen uso de razón, ni a los que teniendo uso de razón no han cumplido
todavía siete años, salvo que el derecho diga expresamente otra cosa;
b. general obliga en todas partes a todos los fieles a los cuales va destinada;
c. particular obliga a todos a los que va destinada y que tienen el domicilio o
cuasidomicilio en aquel territorio residiendo a la vez allí en ese
momento257.
a. Los infieles o sea los no bautizados no están obligados a las leyes de la
Iglesia porque no son súbditos de ella; por eso es lícito imponerles a ellos
trabajos serviles en los días festivos.
b. Los amentes perpetuos no están sometidos a las leyes de la Iglesia, porque
no tienen uso de razón habitualmente; por eso es lícito darles carne los
días prohibidos.
c. Los amentes que tienen intervalos de lucidez, los borrachos, (por poco
tiempo) delirantes están sometidos a las leyes de la Iglesia porque
habitualmente tienen uso de razón; por eso no es lícito darles carne los
días prohibidos, pues aunque comiendo carne no pequen formalmente
debido al defecto de conocimiento, sin embargo pecan materialmente
porque están obligados a cumplir la ley ya que habitualmente son dueños
de su razón y sólo aquí y ahora carecen de ella.
d. En el derecho se instituyen otras cosas sobre la ley del ayuno y las leyes
penales para las que se requiere mayoría de edad, como se dirá
oportunamente.
257
) Can 12. – Can 13.
146
3. Los impúberes no incurren en penas eclesiásticas ordinarias latae sententiae
ordinarias y más bien deben ser corregidos con castigos educativos que con
censuras u otras penas vindicativas más graves; ahora bien, los púberes que les
hubieran inducido a violar la ley o hubieran colaborado con ellos en el delito,
según la norma del c. 2209 § 1-3, incurren ciertamente en la pena establecida
en la ley258.
149. El legislador.
258
) Can. 2230. – Ordinariamente los impúberes no están eximidos de incurrir en los pecados
reservados.
259
) Can. 87.
260
) Véase can. 1099 § 2.
261
) Los griegos católicos no están ligados con las leyes pontificias más que por tres motivos: a. en
materia de dogma; b. si se extienden a ellos implícitamente, a saber, cuando la materia misma
demuestra que los comprende porque no se trata de una ley meramente eclesiástica sino que
manifiesta un derecho natural y divino; c. si las leyes se extienden a ellos también explícitamente
262
) C. Marc, Institutiones morales Alphons. 13 (Romae. Cuggiani. 1906) I. n. 198. Génicot, Casus
conscientiae (Lovanii. Polleunis et Ceuterik. 1901). I. p. 22. – Por el contrario Vermeersch l. c. n.
280 et Salsmans en la 5ª ed. de Génicot, Casus consc. (Bruxellis. Dewitt. 1905) p. 17
147
a. En primer lugar hay que distinguir dos formas de la fuerza de la ley:
preceptiva o directiva, que obliga solamente a observar la ley y a echar la
culpa sobre la conciencia, y coactiva, que obliga además a sufrir la pena
establecida para los transgresores. Además, la fuerza preceptiva se llama
directa, cuando la obligación nace de la propia ley y de la voluntad del
legislador, y se llama indirecta, cuando la ley no es más que la ocasión en
la que la obligación puesta nace de otra fuente, p. e. de la ley natural.
Ahora consideremos la cuestión de si está sujeto el legislador a las leyes
que él mismo da.
b. El legislador o es un colegio de varias personas que actúa como una sola
persona para ejercer la potestad legislativa, como el congreso de
diputados en una república o como el sínodo provincial o el capítulo
general en ciertas órdenes religiosas, o es una persona singular como el
Papa, el obispo, el emperador que pueden dar leyes ellos solos.
1. Los que componen el colegio revestido de potestad legislativa están obligados
a las leyes que dan, pues cada uno de ellos está sometido verdaderamente al
colegio que tiene el poder legislativo. Luego el presidente de la república está
obligado a las leyes de la república, el metropolitano a las leyes del sínodo
provincial, el prelado regular a las leyes del capítulo general.
La relación singular que tiene el Sumo Pontífice con el concilio ecuménico,
por la que sin duda está por encima del concilio, hace que él mismo no esté
sometido a las leyes dadas en el concilio ecuménico.
2. El legislador unipersonal que da leyes no está obligado a las leyes en cuanto a
la fuerza coactiva, sino sólo en cuanto a la fuerza preceptiva, aunque nada más
que indirectamente.
La razón de lo primero es porque nadie puede obligarse a sí mismo con fuerza
coactiva; por eso ni el Papa ni el obispo incurren en censuras dadas por ellos
mismos. La razón para lo segundo es que el legislador está obligado por la ley
natural a ajustarse con sus súbditos a la ley que él mismo ha elaborado, porque
el bien común que está obligado a procurar se promueve de la mejor manera
mediante el buen ejemplo; además conviene que la cabeza de la comunidad se
ajuste a la comunidad que preside. La razón para lo tercero es que solamente
el inferior puede ser obligado por su superior, pero nadie puede obligarse a sí
mismo verdadera y directamente, en lo que coinciden comúnmente los
autores.
3. Pero el legislador que, sin causa, no observa la ley dada por él, exceptuado el
escándalo, no peca gravemente y, si existe alguna causa razonable, está
absolutamente excusado de cumplir la ley, aunque los súbditos que la violasen
pudieran pecar gravemente; en efecto, él mismo está obligado desde otra ley y
desde otro fin, a saber, que se ajuste a la comunidad a la que preside, lo que
exige equidad y conveniencia.
150. Clérigos sometidos a las leyes civiles 263. Aunque los clérigos sean
miembros de la sociedad civil, no están sometidos, sin embargo, a todas sus leyes, sino
263
) Con el nombre de clérigos se comprenden: a. Todos los que han recibido alguna orden o, al
menos, la primera tonsura (can. 108); b. todos los religiosos de uno y otro sexo, incluso los legos y
los novicios (can. 614); c. todos los miembros sodales de sociedades pías de varones o de mujeres
que viven en común sin votos públicos (can. 680)
148
que pueden estar eximidos de algunas por derecho divino o por derecho eclesiástico. Por
derecho divino, de las que repugnan al estado clerical ciertamente; por derecho
eclesiástico en cuanto el derecho divino aconseja inmunidad de ciertas leyes y la Iglesia
la establece positivamente.
1. El Sumo Pontífice, aunque no fuese príncipe en la tierra, como cabeza suprema
de la Iglesia de Cristo, que es una sociedad perfecta extendida por todas las
naciones de la tierra, es inmune por derecho divino frente a cualquier
jurisdicción de la autoridad civil, salvo que él mismo quisiese someterse
temporalmente a ella, como estuvieron los sumos Pontífices de los primeros
siglos sometidos de hecho, no de derecho, a los emperadores romanos.
2. Al Sumo Pontífice compete el derecho de eximir de la potestad civil tanto a los
obispos como a los clérigos.
3. Ciertamente todos los clérigos están exentos:
a. del servicio militar (por derecho divino);
b. de los oficios y funciones públicas civiles (al menos por derecho
eclesiástico), como ajenos al estado clerical.
El canon 139 recoge muchos cargos y funciones de esta clase no convenientes
a los clérigos p. e. notarios, abogados, senadores (diputados). Pero si en algún
sitio no se pudieran declinar estos cargos, por lo menos no se pueden aceptar
sin licencia de los superiores eclesiásticos.
4. Las leyes civiles deben ser observadas respecto a su fuerza directiva en cuanto
son justas y no impiden los deberes de los clérigos; en cuanto a su fuerza
coactiva, el castigo corresponde a la Iglesia.
Todos los autores están de acuerdo en que los clérigos están obligados en
conciencia a la observación de las leyes civiles, pero no todos derivan la
obligación de las misma fuente; unos consideran que de la ley natural, otros
que de la misma ley civil, y otros finalmente que de la misma voluntad de la
Iglesia. En nuestro tiempo la segunda sentencia la defiende Wernz (I. n. 108),
la tercera Lehmkuhl (I. n. 140).
5. En todos los casos, los clérigos, tanto contenciosos como criminales, deben
acudir ante el juez eclesiástico, a menos de que se hubiera dispuesto otra cosa
en lugares particulares 264.
a. Como hoy es raro que la potestad civil reconozca esta exención de los
clérigos, la Iglesia permite expresamente por concordato, o al menos
tolera, esta sujeción de los clérigos a ciertas leyes judiciales o forenses.
b. En los lugares en los que no se ha determinado nada en particular sobre
este punto, hay que observar lo siguiente:
. Los clérigos no pueden ser llamados ante un juez sin el permiso del
Ordinario del lugar en el que se tramita la causa. Este permiso no
lo debe denegar el Ordinario sin un motivo justo y grave,
principalmente si el actor es laico.
. Sin embargo, si fuera llamado alguno que no hubiese tenido
permiso con antelación, puede comparecer pero habiéndolo puesto
en conocimiento del superior del que no fue obtenido el permiso.
264
) Can.120. Véase 1 Co 6 1++.
149
1. Los regulares exentos no están obligados a las leyes de los ordinarios, en cuyas
diócesis se encuentran; el privilegio de exención consiste en esto mismo, en
que los regulares están eximidos de la jurisdicción ordinaria de los obispos, y
no dependen más que del Romano Pontífice inmediatamente 265.
2. Sin embargo, hay muchos casos en los que los regulares exentos dependen de
la jurisdicción ordinaria, o de la delegada, de los obispos.
A veces deben someterse accidentalmente a los obispos en aquellas cosas en
las que de suyo están exentos, cuando la subordinación es necesaria p. e. para
evitar el escándalo o para promover el bien común. Por el contrario, la
obligación de la ley común cesa por concesión del Ordinario del lugar incluso
para todos los religiosos que residen en la diócesis.
3. Se discute si las casas de los religiosos exentos son propiamente lugares
exentos; después del Código prevalece la sentencia negativa, porque el canon
620 no exime directamente las casas, sino a las personas religiosas con las
casas, es decir, las casas relativamente a las personas religiosas.
265
) Can. 615.
266
) Can. 14.
267
) Las leyes y las disposiciones de los superiores regulares obligan también fuera del territorio
porque la jurisdicción de los superiores regulares no afecta a los súbditos por razón del territorio
sino por razón del voto de obediencia con el que se someten personalmente a los superiores.
268
) Véase De praeceptis n. 676, 3; 680.
150
el cumplimiento hasta el momento en que cesa la obligación pero
entonces ya estaba en el otro sitio269.
c. Si la ley diocesana prohíbe escribir en un periódico malo, esta ley obliga
aunque se resida en otra diócesis porque la trasgresión perjudicaría al
propio territorio.
2. No están obligados a las leyes particulares del lugar donde se encuentran,
salvo a las que miran por el orden público o determinan las solemnidades de
los actos (el lugar, es decir, la ley local rige el acto); pues las leyes no obligan
sino a los súbditos; pero súbdito es sólo aquel que tiene el domicilio o
cuasidomicilio en el territorio del legislador. Y aunque la ley esté en vigor en
ambos sitios, el transeúnte está eximido de ella.
a. “Miran por el orden público” aquellas leyes, la mayoría penales o disciplinares (o
políticas en el foro civil), que en aquel lugar en particular quieren alejar un daño
especial o conservar la integridad del orden público. P. e., la ley que quiere evitar
la propagación de una epidemia en cierto lugar obliga incluso a los transeúntes;
con mayor razón, cuando el Ordinario del lugar veta el acceso a determinados
teatros o locales debido al peligro espiritual o al escándalo de los fieles, obliga
también a los transeúntes. Si se da interdicto local, tampoco es lícito para los
transeúntes celebrar allí la misa. Si en una diócesis hay establecidas condiciones
para permitir a los sacerdotes celebrar, también obligan a los transeúntes 270.
b. “solemnidades de los actos” son aquellas formalidades externas que se establecen
para la validez de los actos jurídicos o de los contratos.
El que deja el lugar de su domicilio en donde hay ayuno particular y llega a
otro lugar donde igualmente hay ayuno especial, no está obligado a ayunar;
no por razón de su domicilio porque está fuera de su territorio y tampoco por
razón del precepto de este lugar porque no es súbdito del legislador.
3. Sin embargo, los transeúntes están obligados a las leyes comunes que estén en
vigor en el lugar donde se encuentran, aunque en su domicilio hubieran sido
abrogadas, pero no lo están si en el lugar donde se encuentran no obligasen.
Luego los transeúntes deben ayunar en Roma la semana santa según las leyes
comunes, como rigen allí. Por el contrario, los transeúntes que en el tiempo de
cuaresma se encuentren en un lugar donde hasta en el día es lícito comer
carne, pueden usar este privilegio aunque en su domicilio no existiera.
4. El que ya hubiera cumplido con la ley común en su territorio, no está obligado
a hacerlo de nuevo si llegase a un lugar donde se exija más tarde el mismo
precepto porque no hay obligación de cumplir dos veces el mismo precepto.
Ahora bien, una sola vez hay que cumplir la sustancia del precepto, aunque en
diferentes lugares se observe en días distintos 271.
En Bélgica, la abstinencia sabatina en cuaresma se observa el miércoles; si un
belga la observó el miércoles y el sábado se encuentra en Italia no está
obligado a observarla otra vez el sábado con los italianos; si un italiano se
encontrase en Bélgica el miércoles y el sábado ya de vuelta hubiera de estar en
Italia, estaría obligado a observarla más bien el sábado en Italia donde se
prescribe la ley de abstinencia; y si un belga estuviera en Italia un miércoles y
269
) San Alfonso n. 157.
270
) Por mandato de la Iglesia, las oraciones (colectas) imperadas por el obispo del lugar deben ser
recitadas por todos, absolutamente, loa sacerdotes que celebren misa en la diócesis, tanto por los
regulares como por los transeúntes. S. C. R. 3 abril 1811 n. 2613; 5 marzo 1898 n. 3985.
271
) S. C. Conc. 9 febrero 1924 (A. A. S. XVI, 94)
151
el sábado en su casa debe hacer la abstinencia una sola vez porque en ninguno
de los dos sitios hay dispensa; pero si los dos se encuentran el sábado en
Austria donde hay concedida dispensa, la pueden usar.
5. Los vagos están obligados a las leyes tanto generales como particulares del
lugar en el que se encuentren. Luego son considerados como vecinos del lugar
en el que se encuentren, por eso su párroco propio o su Ordinario propio es el
párroco o el Ordinario del lugar donde en ese momento se encuentran 272.
Nota. El precepto personal, así como el privilegio personal, sigue por todas
partes a aquél a quien se le ha dado; por tanto, en todas partes puede usar de su
privilegio, lo mismo que en todas partes está obligado al precepto.
____________________
Cuestión quinta.
272
) Can. 14 § 2. Can. 94 § 2.
152
Hay quienes afirman que la promulgación no sólo es condición necesaria para
inducir la obligación de la ley, sino que es elemento esencial de la misma ley.
Lo razonan así: la ley es la norma pública de las costumbres dada por el
soberano que es una persona pública, y la norma se constituye en pública
mediante su publicación, luego la ley queda formalmente constituida en ley
por su publicación.
273
) Constitución Promulgandi, 20 septiembre 1908. Can. 9.
274
) Can. 291 § 1; 335 § 2.
275
) Can. 9.
153
clase de leyes, en cuanto han sido promulgadas no necesitan de la
promulgación para inducir la obligación, sino del conocimiento.
. La manera de computar los tres meses ha de ser así:
a. Se cuentan tres meses como figuran en el calendario; es decir,
no como un intervalo de 90 días, sino p. e. desde el 20 de
mayo hasta el 20 de agosto.
b. Se han de contar de modo que se terminen en el último día,
luego hasta que comienza el 20 de agosto. Y si el mes carece
del día que tenga el mismo número, hasta que empieza el
último día de su mes; p. e., si las Actas se ponen al público el
31 de enero, el intervalo de tres meses termina el día 30 de
abril276.
b. Para las leyes del concilio plenario y del provincial, el tiempo en que
empiezan a obligar se cuenta como determinen los Padres; las leyes
episcopales empiezan a obligar en el momento de su promulgación, salvo
que se disponga otra cosa en ellas277.
276
) Can. 34
277
) Can. 291 § 1; 335 § 2
278
) El pueblo no peca, aun cuando, sin causa alguna, no acepte la ley promulgada por el
príncipe. Proposición 28 condenada por Alejandro VII (D. 1128).
154
consentimiento del legislador. Y si el legislador no urge la obligación, se
considera que revoca la ley.
Por lo cual los obispos están obligados de suyo a aceptar las leyes pontificias y
a promulgarlas a los súbditos; sin embargo si considerasen que alguna ley
fuera menos conveniente para su diócesis, o incluso nociva, pueden y deben
exponer sus razones a la Santa Sede; entre tanto se considera que el Sumo
Pontífice no quiere obligar; pero luego hay que obedecer su decisión. Y si el
Obispo considera que la ley es ciertamente nociva para su diócesis, no está
obligado a urgir su observación.
____________________
Cuestión sexta.
La interpretación de la ley.
Artículo primero.
La interpretación simple279.
279
) Can 18 – 20.
155
b. Por razón del acto es declarativa (comprehensiva) cuando se explica la
ley a partir de la significación propia y común de las palabras; o es
inductora de cambio.
La declarativa es doble: o explica las palabras de la ley que es cierta en
sí, o explica una ley dudosa.
También es doble la inductora de cambio: es extensiva si extiende la ley
más allá del sentido usual de las palabras, y coercitiva si recorta la ley por
debajo del valor común de las palabras.
c. Por razón del modo es estricta si en ella se toma el sentido de las palabras
sólo según su significado necesario, p. e., cuando se entiende la palabra
hijo nada más que con el significado de engendrado; y es lata si el
sentido de las palabras se amplía todo lo que se puede con ellas, p. e., si
la palabra hijo se toma también con el significado de adoptado.
En efecto, ocurre algunas veces que las palabras de la ley se pueden
entender con dos sentidos, de los que ambos son propios, pero uno es más
amplio que el otro. P. e., la palabra clérigos estrictamente tomada puede
excluir a los religiosos y a los obispos; pero si se toma en sentido lato,
también puede incluir a los religiosos y a los obispos.
Las leyes que establecen penas o recortan el libre ejercicio de los derechos están bajo una
interpretación estricta. (Canon 19).
159. Persona que puede interpretar. Las leyes eclesiásticas las puede interpretar
auténticamente el legislador, su sucesor, y quien tiene concedida por éstos la potestad de
interpretar282. Según esto,
280
) Can. 17, 2.
281
) Laymann, De legibus c. 18. Reuter, De legibus n. 252-258. Wernz, I, n. 127-133.
282
) Can. 17, 1.
156
a. El Sumo Pontífice puede interpretar auténticamente además de las leyes
dadas por él, todas las demás leyes eclesiásticas tanto generales como
particulares. Además, por concesión de Cristo Señor, él mismo puede
explicar auténtica e infaliblemente el derecho divino, tanto el natural
como el positivo.
b. El Obispo puede interpretar auténticamente las leyes diocesanas dadas por
él mismo o por sus antecesores, bien haya sido dentro, bien haya sido
fuera del sínodo, porque él es el único legislador de ellas 283. Pero si no
hubiera sido encargado expresamente de hacerlo, no puede interpretar las
leyes del concilio provincial.
c. Sin haber sido oído el Romano Pontífice, las congregaciones romanas no
tienen ahora potestad para interpretar las leyes eclesiásticas
habitualmente y en forma de ley (auténticamente), ni tampoco las leyes
dadas por ellas con la aprobación del Sumo Pontífice. Incluso la Sagrada
Congregación de Ritos que antes tenía esta facultad, carece ahora de ella.
Únicamente, la Comisión (Consejo) instituida el 15 de septiembre de
1917 tiene el derecho de interpretar auténticamente los cánones del
Código de derecho canónico, oída sin embargo la Sagrada Congregación
a la que pertenece el asunto que se propone al Consejo para ser debatido.
Las congregaciones romanas, igual que los tribunales romanos y como
cualquier juez eclesiástico pueden interpretar auténticamente las leyes en
forma de sentencia judicial o de rescripto en un asunto particular.
Artículo segundo.
La epiqueya.
160. La epiqueya.
1. Epiqueya (, equidad284) se puede definir como la interpretación
restrictiva de la ley que juzga que la ley no se aplica en algún caso particular a
causa de circunstancias especiales, aunque está claramente incluido en el texto
de la ley; p. e., si la ley prohíbe llevar armas de noche, se puede juzgar por
epiqueya que es lícito que las lleve alguien que va a ser atacado por el
enemigo que le busca para asesinarlo. La razón para admitir la epiqueya es
que el legislador no puede prever la gran multitud de circunstancias diferentes
en las que se pueden encontrar los hombres y si las previera, su ley no podría
abarcar todas porque comúnmente sólo se refiere a los casos normales; por eso
razonablemente no habría querido incluir en la ley aquella clase de casos.
La epiqueya también trata de buscar y explicar el pensamiento del legislador, pero no en cuanto
al sentido de las palabras, sino en cuanto a la excepción de la ley para el caso particular, estando
claras por su parte las palabras de la ley.
2. Licitud del uso de la epiqueya. Es lícito emplear la epiqueya cada vez que, por
circunstancias especiales se juzga prudentemente que el legislador no habría
querido incluir algún caso en su ley; pero específicamente en tres casos es
lícito emplearla:
283
) Véase can. 362
284
) “Interpretación benigna según lo equitativo y lo bueno”. Santo Tomás l. 2. q. 96. a. 6.
157
a. Cuando es malo o pernicioso observar la ley; p. e., que alguien abandonara a un enfermo
grave por oír misa.
b. Cuando la observación de la ley fuese demasiado difícil o peligrosa; p. e., que ayunase un
enfermo.
c. Cuando se puede juzgar prudentemente que el legislador no querría
obligar en ese caso, dadas sus circunstancias y aunque para él la ley no
sea demasiado difícil; porque se presume con razón que no quiere obligar
aunque pudiera hacerlo con todo rigor y en todo caso285.
Así, David comió los panes de la proposición286 usando la epiqueya; el que perdería un
gran beneficio extraordinario en un día festivo oyendo misa, está excusado de su
asistencia. Si un protestante al que estás instruyendo te ofreciera un texto de un libro
prohibido para que le respondas al momento, estás excusado de la ley.
La epiqueya tiene lugar propiamente en el último caso (c.); porque en los primeros la ley
cesa porque juzgamos que el legislador no hubiera podido incluirlos en su ley, pero en el
último cesa porque desde cierta equidad juzgamos que el legislador no hubiera querido
incluirlos, aunque hubiera podido hacerlo. En los primeros casos es lícito usar la
epiqueya, aunque no se consulte al legislador a quien se podría acudir porque consta que
no puede obligar; pero en el último, debe ser consultado si se puede acudir a él.
3. Ilicitud del uso de la epiqueya. No es lícito usar la epiqueya en las leyes
irritantes ipso facto en el acto; pues en estas leyes el bien común pide la
uniformidad y la certeza sobre el valor y la nulidad de los actos, de manera
que sin dispensa todos son ciertamente inválidos. Por eso no cabe que el
pensamiento del legislador exceptúe casos particulares.
4. Aunque la ley humana pueda admitir de suyo epiqueya, de hecho sin embargo,
en el fuero civil no siempre se admite prácticamente en la ley civil. Si p. e. un
párroco une en matrimonio a dos concubinarios debido a una urgente mortis
causa, sin que haya habido previo matrimonio civil en un lugar donde la ley
prescribe el matrimonio civil, el párroco obra recta y legítimamente al usar la
epiqueya, aunque el juez civil declarase alguna vez al párroco reo de violar la
ley civil.
____________________
Cuestión séptima.
La obligación de la ley.
__________
Artículo primero.
162. Clases de obligación. La obligación de la ley puede ser grave o leve; ahora
bien, la obligación que se puede imponer en cada ley depende tanto de la materia de la ley
como de las circunstancias, del fin de la ley y de la voluntad del legislador.
a. El legislador puede imponer una materia grave bajo pena grave, pero
también bajo pena leve, a no ser que la calidad de la materia exija que sea
grave. Es decir, para que la ley obligue bajo pena grave hace falta que la
materia sea grave y que la intención (al menos implícita) del legislador
sea la de obligar bajo pena grave.
De modo que para que la ley obligue bajo pena de pecado grave hace falta dos cosas:
materia grave e intención del legislador de obligar bajo pena grave. Que la materia sea
grave se deduce de la naturaleza de la cosa, del fin de la ley y de las circunstancias. Que
la obligación de la materia grave sea grave debido a la intención del legislador se conoce
muy bien:
. por las palabras de la ley, que si tienen gran fuerza (severamente, estrictamente
ordenamos, mandamos en virtud de la santa obediencia, mandamos dejándolo al
juicio divino) significan una grave obligación;
. por la gravedad de la materia, porque en materia grave, a saber la que aporta mucho
a la obtención del fin buscado por la ley, se considera que el legislador quiso
obligar bajo pena grave, a no ser que conste lo contrario;
. por la gravedad de la pena, pues si la ley impone una pena espiritual, p. e., la
excomunión latae sententiae, es señal de que la ley obliga bajo pena grave; sin
embargo en la ley civil una pena desproporcionadamente grande significa
generalmente que la ley es penal;
287
) Rm 13 1, 2, 5. Véase 1 P 2 13.
159
. por la interpretación de los doctores;
. por la costumbre o por el sentido y la práctica de los súbditos.
Ahora bien, sobre la intención del legislador hay que señalar: como no es necesario que el
legislador pretenda explícitamente imponer una obligación en conciencia para que la ley
obligue en conciencia, tampoco es necesario que pretenda explícitamente imponer que la
obligación es grave para que la ley obligue gravemente; pues lo mismo que se considera
que la intención de obligar se contiene en el mismo uso de la potestad legislativa,
igualmente se presume que el legislador quiere imponer generalmente la materia grave
bajo pena grave. Por lo que hay que defender absolutamente que el legislador pagano
también da leyes que obligan en conciencia. Sin embargo, si consta que un legislador ateo,
que no da la más mínima importancia a la obligación ante Dios y en conciencia, reconoce
sólo la obligación de infligir una pena a los trasgresores, se supone con razón que sus
leyes son meramente penales, a no ser que exijan absolutamente la obligación en
conciencia.
b. El legislador no puede de suyo imponer bajo pena grave una materia leve,
a no ser que la haya hecho grave un determinado fin especial o alguna
circunstancia, pues una obligación desproporcionada a la materia haría la
ley demasiado onerosa y multiplicaría los pecados.
De donde, si la materia es simplemente leve, la trasgresión no es pecado mortal aunque el
legislador la hubiera querido obligar bajo pena grave, y si una ley que obliga gravemente
es violada en materia leve, la trasgresión no puede ser más que leve.
Pero si una materia leve en sí misma se trasforma en grave debido al fin o a las
circunstancias, se puede imponer sin duda bajo pena grave; p. e. es grave que el celebrante
deje de verter un poco de agua en el cáliz; que un ciudadano se sustraiga p. e. de la ley de
tributos no haría gran daño al Estado, pero ese razonamiento puede dar lugar a que se
sustraigan muchos y, por eso, se puede imponer gravemente la obligación a cada
ciudadano.
Artículo segundo.
164. Noción.
1. Hay dos medios a la disposición del legislador que quiera eficazmente mandar
que algo se haga o que algo no se haga: una espiritual, a saber, la obligación
en conciencia, y la otra material, a saber la pena a sufrir si no se obedece. Y
hay materias en las que por el segundo medio se consigue mejor el fin que
busca el legislador, y cuando se emplea este segundo medio la ley se llama ley
meramente penal; si se emplean los dos se llama ley mixta.
De donde resulta:
a. Aunque cada uno de los actos no estén postulados en conciencia con fuerza de ley, puede
haber de algún modo alguna obligación en conciencia; como los religiosos que están
obligados a observar las reglas por ejercicio de la perfección en general, aunque no
obliguen en conciencia; así también los ciudadanos estarán obligados, en general para
evitar peligros, a guardar las reglas en las que se ordena el modo de entrar y conducir sus
coches por las plazas, aunque nadie piense que él habría contraído culpa alguna en
conciencia si en un caso concreto en el que no existe peligro obrase en contra.
b. Siempre, sin embargo, están obligados en conciencia a la pena establecida porque tienen
obligación de reconocer la autoridad del legislador para exigir aquellos actos.
2. No hay duda de que el legislador puede dar leyes meramente penales, pues la
ley meramente penal tiene la condición de ley verdadera exactamente igual
que la ley preceptiva. No es raro que, a veces, el bien común no necesite más
que la ley penal porque el solo temor de la pena mueve suficientemente a los
súbditos a observar la ley y se puede cumplir el fin de ella mediante la
solución de la pena.
a. Hay ciertamente algunos doctores escolásticos que niegan que la ley pueda ser meramente
penal. A esto llegan algunos de los teólogos más actuales. Sus argumentos son éstos:
. Es propio de la ley obligar en conciencia; ahora bien, la ley meramente penal es
una ley arbitraria, o sea que su existencia se debe al arbitrio del soberano y cuya
observación se deja al arbitrio de los ciudadanos.
. La pena supone culpa, pero el que viola la ley penal no comete culpa porque no
obliga en conciencia.
b. Sin duda hay que tener por verdadera la sentencia común entre los doctores de que puede
haber leyes meramente penales. Sin duda, cualquier ley quiere que se haga o que no se
haga algún acto; por otra parte, para que la ley consiga lo que pretende, o manda ese
mismo acto y obliga a él en conciencia, o propone el acto e hipotéticamente prescribe la
pena si no se cumple la ley de hacer o no hacer según como mande. Propiamente, por
tanto, el objeto de la ley es la pena a sufrir hipotéticamente, la cual en esta ley no es la
288
) Véase Tübinger theol. Quartalschrift 1898 p. 655++. 1900 p. 204++. 1902 p. 575++.
161
sanción de la ley ni la vindicación de la culpa, sino el medio con el que el legislador urge
al acto propuesto y pretendido por la ley.
c. Sobre el argumento de los negantes hay que señalar:
. No es condición de la ley obligar en conciencia al acto que pretende, sino que basta
con que obligue a la pena si no se cumple con el acto mandado.
. La pena supone culpa o moral o civil, pero no siempre moral. O mejor: La pena
propiamente dicha supone culpa, pero no pena en sentido lato, la cual sólo supone
una causa justa de la cual ha resultado. Pues la pena en sentido lato es algún
perjuicio que por justa causa impone el superior, la cual en este caso es la omisión
del acto mandado en la ley.
§ 2. La ley irritante.
166. Noción.
1. Se llama ley irritante la que hace inválidos actos que por sí mismos y
considerando sólo el derecho natural serían válidos.
a. Las irritaciones tratan muchísimo de casos como los contratos, el matrimonio, los votos, los
juramentos, la profesión religiosa, las elecciones y los beneficios.
289
) Véase Wernz, Ius decretalium2 n. 112.
162
b. La razón de esta ley es apartar de la sociedad los fraudes, los peligros y otros perjuicios, y
de este modo promover el bien común.
c. De aquí resulta que la ley irritante no es penal de suyo, sino porque la irritación hace que el
acto redunde en perjuicio del agente y puede ser impuesta como pena del delito.
2. Hay que distinguir dos clases de irritación:
a. moral, en la que el acto es despojado de la validez natural que tiene en el
foro de la conciencia por el derecho natural, y civil, en la que el acto es
despojado sólo de la validez positiva que tiene en el foro externo por el
derecho civil. La potestad política no reconoce ni protege un acto
meramente írrito civilmente; ahora bien, en el foro de la conciencia
produce su efecto lo mismo que si no hubiera irritación.
b. La irritación moral es lata cuando hace que el acto no tenga ninguna
validez por la misma ley, o es ferenda si exige sentencia del juez. Esta
sentencia del juez declara simplemente unas veces que el acto no tiene
validez, y otras hace que no la tenga; en el primer caso, el acto será nulo
desde el primer momento, y en el segundo el acto conserva su eficacia
hasta el momento de la sentencia.
168. Principios.
1. Todos los autores están de acuerdo en que los legisladores eclesiásticos y los
civiles tienen potestad para dar leyes irritantes, porque esto es útil para el bien
común y, a veces, hasta necesario. Por eso, a veces las leyes irritantes se
pueden dar y no por puro arbitrio sino por exigencia del bien común.
De donde no se sigue que la ley positiva prevalezca sobre la ley natural, pues es la propia ley
natural la que exige que la potestad social esté dotada de esta facultad. Además, para la validez
del acto, p. e. una donación, la ley natural no postula los elementos esenciales en un sentido tan
exclusivo que no se pueda querer nada más, sino que expresa tan sólo un mínimo dejando que la
ley positiva haga más determinaciones.
2. La irritación absoluta moral no se presume; hay que probarla con las palabras
de la ley o con el fin que en caso contrario no se podría lograr. Por eso las
leyes eclesiásticas hacen inválido el propio acto de naturalmente y en
conciencia; en cambio, las leyes irritantes civiles, antes de la sentencia del
juez, invalidan el acto de suyo sólo civilmente y en el fuero externo, salvo que
conste otra cosa con certeza por el objeto o por las palabras de la ley.
Las razones son: La misma Iglesia dice que sus propias leyes irritantes sólo hay que tenerlas por
tales si así se establece expresamente o de una manera equivalente. Pero respecto a las leyes
civiles hay que tener en cuenta
163
a. que el término “nulidad” se emplea de hecho en sentido ambiguo en los códigos;
b. que las opiniones de los jurisperitos discrepan mucho en este asunto;
c. que, por tanto, la nulidad de los actos es dudosa, por lo menos antes de la sentencia del juez
y que, por eso, en la práctica no existe.
3. Las leyes meramente irritantes no obligan en conciencia a omitir el acto, sino
sólo a sufrir los efectos de la invalidación; en cambio, las leyes irritantes y a
la vez prohibitivas obligan en conciencia a omitir el acto. Por eso no es lícito
ir al matrimonio con impedimento dirimente; en cambio, es lícito de suyo
hacer testamento sin forma legal.
4. En general, la ley irritante surte su efecto aunque se ignore invenciblemente o
el acto se realice por miedo grave 290; pues el bien común exige que la ley no
cese por causa de la ignorancia o del miedo grave del agente; por eso es nulo
el matrimonio contraído de buena fe, pero con impedimento irritante. Pero si
la irritación se establece únicamente, o en principio, a modo de pena, carece
de efecto si carece de culpa, p. e. por ignorancia o por un miedo grave.
5. La ley irritante cesa en caso de imposibilidad común o de perjuicio gravísimo
común.
Algunos autores también admitieron epiqueya en caso de gravísimo daño privado 291; trataban del
caso perplejo al contraer matrimonio, pero esta sentencia muy raramente es aplicable desde que
el Código dio amplias facultades de dispensa en este caso.
Nota. Está claro que el legislador que da estas leyes no está suponiendo los peligros, sino que
partiendo de que es cierto que comúnmente sí existen, da las leyes para prevenirlos. Por lo cual
las leyes que se consideran fundadas en el peligro común se dice que son más aptas que las
leyes dadas para precaverlo, como realmente se llaman en el nuevo Código, canon 21.
3. Las del segundo tipo suponen que existe realmente culpa, negligencia u otro
asunto, aunque quizá no exista en algún caso particular. P. e., la ley que manda
que hay que obedecer la sentencia del juez supone que la sentencia es justa,
aunque quizá no lo sea.
170. Principios.
290
) Can. 16. 1. dice: Ninguna ignorancia de las leyes irritantes o inhabilitantes excusa de ellas, a
no ser que se diga otra cosa expresamente.
291
) San Alfonso VI n. 613; Ballerini-Palmieri I n. 318++.
292
) Can. 1825 § 1.
164
1. La ley que se funda en la presunción del hecho no obliga en conciencia si en
realidad no subsiste, salvo alguna vez accidentalmente.
a. La razón es que en este caso, al no tener realidad la presunción, falta el fundamento para la
ley o para la sentencia y, por tanto, para la obligación; de aquí el axioma: praesumptio
cedit veritati [la presunción cede ante la verdad]. Por esto, si alguien por una sentencia
judicial está condenado a pagar una multa por el daño ocasionado por un animal, no queda
obligado a hacerlo, si el daño en realidad no fue inferido; y si es forzado a pagarlo, puede
usar de la compensación oculta.
b. Accidentalmente obliga en conciencia cuando sin ser ciertamente grave su observación, en
cambio su no-observación infiere grandes perjuicios a nosotros mismos o al prójimo o al
bien común.
2. La ley que se funda en la presunción del peligro obliga siempre en conciencia,
aunque en un caso particular no subsistiera el peligro.
La razón es:
a. Siempre existe el fundamento para la ley; en efecto, la suposición de que tal acción va
unida comúnmente al peligro, es verdadera siempre, aunque no subsistiera en el caso
particular.
b. La ley no cesa, a menos que el fin de ella hubiera cesado universalmente y fuese en sentido
opuesto; pues los males de otro tiempo que la ley quiere impedir no se impedirían
eficazmente porque muchos se habrían convencido de que no hay ningún peligro. Por eso
también deben abstenerse de leer libros prohibidos las personas a quienes no hace daño su
lectura, a pesar de esto.
c. El canon 21 lo confirma: Las leyes dadas para evitar un peligro general urgen aunque en un
caso particular no exista el peligro.
Artículo tercero.
293
) Véase Struggl, Theologia moral. Tract. 3. q. 2. n. 14. Schindler I. p. 226.
165
b. Si la ley manda una acción personal, es necesario y suficiente que la obra
prescrita se haga al modo humano, es decir, con intención de hacerla, y
sin duda por el mismo que está obligado a hacerlo por la ley.
. Este tipo de leyes, como impuestas a hombres, exigen actos humanos, a saber actos
que se realizan a sabiendas y voluntariamente. No requieren más, porque el fin
buscado por el legislador se cumple suficientemente de este modo. Mediante otro
no se puede cumplir con estas leyes, porque las acciones no se pueden transferir a
otra persona: actio aliena non potest fieri mea [la acción ajena no se puede hacer
mía].
. Ciertamente se requiere la voluntad de hacer la obra prescrita cuando se manda la
propia obra, no solamente su efecto; pero no se requiere la intención de satisfacer
el precepto y mucho menos la de cumplir el fin buscado por el legislador, por lo
cual cobra valor el axioma: finis precepti non cadit sub precepto [el fin del
precepto no cae bajo el precepto]. No hace falta la intención de satisfacer el
precepto porque las leyes pretenden promover a su través el fin del bien común y
no que los súbditos demuestren la ley con su obediencia y subordinación
observándola. Ahora bien el fin mismo buscado por el legislador se consigue a
través de los mismos actos mandados y cumplidos por los súbditos, aunque en
cambio los súbditos no los hayan buscado.
. De aquí que el durmiente o renuente que sólo a la fuerza asiste a la misa, no cumple
con el precepto porque no obra al modo humano; y el que llega a la Iglesia,
mientras se está diciendo una misa, sólo para ver a un amigo, tampoco cumple el
precepto porque no tiene intención de cumplir la obra mandada; en cambio, el que
asiste a la misa por miedo verdadero cumple el precepto. El que asiste a misa sin
saber que es día de precepto, lo cumple y el que lo hace para cumplir un voto o
para satisfacer la penitencia impuesta, sin intención de cumplir la obligación, la
cumple, siempre que la misa no se aplique con otro fin que no se pueda
cohonestar con el fin del precepto pues cualquiera considera que tiene más
intención de satisfacer la deuda que de hacer una obra supererogatoria.- Satisface
el precepto el que observa la forma del ayuno, aunque coma espléndidamente y no
tenga intención de mortificarse ni lo consiga (accidentalmente), porque el fin del
precepto no cae bajo el precepto.
. En cuanto a la observación de la ley hay que señalar el axioma: parum pro nihilo
reputatur [lo poco se considera como nada], pues las leyes hay que observarlas al
modo humano, y en moral según la estimación del hombre no se considera violada
la ley cuando lo es módicamente nada más. Así, el que omite sólo un poco del
rezo del oficio o de la misa que oye, no viola la ley. Sin embargo hay que
exceptuar las leyes en las que se determina el modo físico de observarlas, o por su
naturaleza, o por el derecho, o por la voluntad humana, como el ayuno natural a
guardar antes de la comunión, o la edad requerida para la profesión religiosa o
para recibir las órdenes sagradas.
3. Para cumplir la ley no hace falta hacerlo en estado de gracia, a no ser que esto
forme parte de la sustancia de la obra, aunque también se puede cumplir
mediante un acto pecaminoso por las circunstancias, siempre que el pecado no
impida la sustancia del acto del precepto, pues la ley manda la sola sustancia
del acto y de ninguna manera su modo, a no ser que éste pertenezca a la
sustancia del acto.
a. Si el acto mandado es externo basta con hacerlo al modo humano, p. e., oír misa con
intención de oírla; pero si es mixto, hace falta que toda la sustancia moral del acto
mandado, es decir, el acto externo, se ponga con el debido acto interno; por eso el
precepto de la Iglesia no se cumple con una confesión sacrílega o una comunión
sacrílega294. Pero se cumple con un acto pecaminoso por sus circunstancias, como si
alguien asiste a misa en determinada Iglesia para tener allí ocasión de robar. Satisface el
294
) El que hace una confesión voluntariamente nula satisface el precepto de la Iglesia. Prop. 14
condenada por Alejandro VII. Se cumple con el precepto de la comunión anual por la
manducación sacrílega del Señor. Prop. 55 condenada por Inocencio XI (D. 1114; 1205).
166
precepto del ayuno el que se abstiene de comer, aunque lo haga por avaricia; también el
que ayuna o se confiesa por vanagloria.
b. El que advierte que no había rezado el oficio, o no había cumplido la penitencia, o no había
asistido a misa con la devoción que hubiera querido, y debido, y se propone por eso
repetir lo hecho para cumplir el precepto, pero luego no lo hace, satisface el precepto
aunque no ponga la voluntad de repetir lo hecho, porque ya hizo lo mandado, si bien con
defectos.
En cuanto a si cumple el precepto el que ciertamente hace lo mandado, pero
con intención de no cumplir el precepto, hay que distinguir: si la obligación de
la ley depende de la voluntad del legislador, sí cumple; luego el que oye misa
con intención de satisfacer la devoción ahora y luego cumplir el precepto, no
está obligado a oír otra misa porque ya hizo todo lo que manda el legislador,
pero si la obligación depende de la intención del agente, como en el caso del
voto o de la promesa, no ha cumplido, pues así como depende del agente para
que la obligación exista, así depende de la misma intención del agente para
que se extinga o permanezca.
4. El que no puede cumplir toda la ley no está obligado, si la materia mandada es
indivisible, como una peregrinación piadosa; ahora bien, está obligado a la
parte si la materia es divisible y en la parte que se puede cumplir se salva la
razón del precepto. Se juzga que la razón del precepto se salva, si la parte que
se puede cumplir contribuye algo al fin del precepto.
a. El que no puede hacer todo el camino de la peregrinación a la que se ha
comprometido con un voto, no está obligado a nada, porque la materia
mandada es indivisible. El que no puede rezar todo el oficio entero, pero
sí algunas horas, está obligado a rezar éstas pues en unas pocas palabras o
incluso en un salmo no se salva la razón del precepto, y por eso no está
obligado a su rezo. El que no puede ayunar en cuaresma está obligado, en
los días en que se prescribe abstinencia, a abstenerse de carne, si puede.
b. Si alguien no puede cumplir toda la ley, pero duda de si podría cumplir
alguna parte, está generalmente excusado de cumplir también la parte; p.
e., el enfermo que duda de si podría rezar una parte del oficio, pues de
otra manera daría lugar a muchos escrúpulos y ansiedades.
172.
1. En el mismo acto se pueden cumplir varios preceptos de una vez, a no ser
que conste que la idea del legislador era otra, pues en uno solo se puede poner
toda la obra que se manda en distintas leyes. Ahora bien para juzgar
rectamente que la idea del legislador no estaría en contra, hay que mirar si los
preceptos que se refieren a la misma materia están impuestos por el mismo
motivo.
El que debe rezar el oficio por estar ordenado y también por tener un beneficio cumple la
obligación con rezar una sola vez; el que recibe el viático en tiempo pascual cumple los dos
preceptos, el de la comunión pascual y el de la comunión en la hora de la muerte. En cambio, el
que por la penitencia impuesta dio limosna con largueza a causas piadosas no cumple si da la
limosna por un voto hecho; y si alguien va a misa por una penitencia impuesta no puede
cumplirla en día festivo oyendo al mismo tiempo la misa debida al precepto de la Iglesia, a no
ser que el confesor expresamente lo hubiera permitido, porque es diferente en ambos preceptos
el motivo.
Nota: Con estos datos se puede obtener rectamente alguna norma sobre el pensamiento del
legislador, a no ser que conste otra cosa diferente debido a las circunstancias. Así, hay que
exceptuar siempre la materia de justicia, pues el que debe a otro varias obligaciones de cien, no
167
satisface si da cien una vez porque en las deudas de justicia se va a la igualdad de la cosa con la
cosa y, desde luego, un abono de cien no puede igualar a una deuda de varias veces cien; por
eso en estas cosas es otra la intención del legislador. – Del mismo modo el que hace un voto de
comulgar una vez en honor de tal santo, no puede cumplirlo con una comunión a la vez que la
comunión anual, aunque sea el mismo el motivo de ambos casos porque se considera que la
intención del votante había sido, salvo que por el nuevo vínculo de religión hubiera entendido
que se obligaba a la comunión pascual.
173.
2. En el mismo tiempo se pueden cumplir varios preceptos:
a. salvo que las diferentes obras preceptuadas se obstaculicen mutuamente;
b. salvo que el legislador hubiera querido que las obras se hicieran en
diferentes momentos,
porque se cumple todo lo que se prescribe en la ley.
. De aquí que alguien puede a la vez oír la misa preceptuada y rezar el oficio o
cumplir la penitencia impuesta.
. Al que se le ha impuesto como penitencia oír dos o tres misas, las puede oír
absolutamente al mismo tiempo mientras se celebran en distintos altares, porque
puede atender a todas ellas simultáneamente; sin embargo, en general, el
pensamiento del confesor será que las oiga sucesivamente y no a la vez.
Cuestión octava.
El cese de la obligación.
La obligación de la ley, permaneciendo la misma ley común, puede cesar de tres
maneras:
a. Por causas desvinculantes de la ley;
b. por dispensa;
c. por privilegio.
Artículo primero.
175. Nociones. De las causas desvinculantes de la ley, unas son eximentes, otras
excusantes o impedientes.
Se llaman eximentes aquellas por las que alguien deja de ser sujeto de la ley, p.
e., cuando alguien se hospeda fuera del territorio en el que rige tal ley particular, o
cambian algunas condiciones como la edad, el estado, en cuyo momento no se está ya
sometido a la ley; así pues, las causas eximentes hacen a la persona absolutamente
inmune a la obligación de la ley.
Las causas excusantes o impedientes son aquellas por las que, aun
permaneciendo alguien como sujeto de la ley, no está obligado a cumplirla, p. e., el que
por causa de la edad o del trabajo duro no está obligado a ayunar.
La cuestión se trata aquí desde dos aspectos:
a. las causas desvinculantes de la ley, y
b. la interposición de causas desvinculantes de la ley.
176. Las causas desvinculantes de la ley. Las causas que desvinculan del
cumplimiento de la ley son la ignorancia y la impotencia. Entre ambas existe la siguiente
diferencia: la ignorancia puede quitar la trasgresión formal de la ley, pero no la material;
en cambio la impotencia puede quitar la trasgresión formal de la ley y la material.
Principios.
1. La ignorancia invencible desvincula de la culpa y de la pena. De la culpa
porque quita lo voluntario, y lo que no es voluntario no es pecado ante Dios; y
de la pena porque la culpa es como la causa de la pena; pero cuando falta la
causa, falta también el efecto.
296
) Véase Lugo, De euchar. Disp. 16. sect. 2. n. 39+. Tamburini, De communione c. 5. § 2. n. 4++.
169
2. La ignorancia invencible desvincula sin duda de la culpa de la ley violada,
pero no desvincula del efecto irritante o invalidante de la ley violada, salvo
que se diga expresamente297.
La ignorancia vencible de la ley o de la pena no desvincula ni de la culpa ni
ordinariamente de la pena, porque esta ignorancia no quita simplemente lo
voluntario, luego tampoco toda la culpa, y donde hay culpa también hay causa
de la pena.
Nota: Lo que se dice de la ignorancia vale también para la inadvertencia, que es cierta clase de
ignorancia actual, a saber, que ella misma excusa de la culpa y de la pena.
177. Se distingue dos clases de impotencia: física, que es la que supera las fuerzas
humanas; moral, que es la que nace del miedo por el peligro de un daño grave o de un
perjuicio que va unido accidentalmente a la observación de la ley, haciéndola muy difícil.
Los perjuicios que de suyo e intrínsecamente van unidos a la observación de la ley, están tenidos en
cuenta por el legislador y, por tanto, hay que soportarlos; en la ley humana, en cambio, que no puede imponer
cosas moralmente imposibles, los perjuicios intrínsecos pueden excusar.
La impotencia física desvincula manifiestamente de la observación de la ley; pues
nadie está obligado a lo imposible; pero también la impotencia moral excusa a veces.
Como las leyes son de diversa especie, estudiaremos ahora cuál es el miedo o el daño
grave o el perjuicio que excuse en alguna ley de su cumplimiento.
1. De la ley negativa natural no desvincula ciertamente ni el peligro de muerte
porque esta ley prohíbe lo que en sí, e intrínsecamente, es malo; y no es ni
siquiera lícito, en verdad ni para evitar la muerte lo que es malo en sí, como
blasfemar, jurar en falso, mentir.
2. De la ley afirmativa divina o humana, ni el peligro de muerte desvincula
ciertamente si su violación va
a. en perjuicio común;
b. en daño espiritual extremo del hombre en particular;
c. en odio de Dios, o de la religión, o en desprecio de la Iglesia.
La razón para lo primero es que el bien común es preferible al bien de la vida del hombre
privado; por eso, el párroco está obligado a asistir a sus feligreses incluso en tiempo de
peste con peligro de su vida; si el bien común lo pide aunque amenace un sufrimiento o
incluso se llegue a tener que soportarlo, y esto a pesar del miedo grave que se tenga (un
combate).
La razón para lo segundo es que la caridad ordenada exige que el bien espiritual del
prójimo se prefiera al propio bien temporal de la vida; por eso estamos obligados a
conferir el bautismo con peligro de la vida a un niño moribundo no bautizado todavía.
La razón para lo tercero es que quien hace lo que se le exige por odio a Dios, a la religión
o en desprecio de la Iglesia, consiente por eso con la intención del que lo manda y
desprecia a Dios o a la Iglesia, lo cual es malo en sí. Por eso no es lícito comer carne en
día prohibido si se exige hacerlo en desprecio de la Iglesia, aunque sea bajo amenaza de
muerte298.
3. Fuera de estos casos, la impotencia moral o el daño o el perjuicio
proporcionadamente grave desvincula de la ley, tanto la afirmativa natural,
como la positiva divina o la humana.
La razón de lo primero es que no se considera que Dios quiera obligar con perjuicio gravísimo
al no ser estas leyes absolutamente necesarias en cada caso. Por eso no estamos obligados con
peligro de la vida o de un mal grave a salvar algo dejado en depósito, cumplir un voto, socorrer
a un prójimo que sufre extrema necesidad corporal, restituir algo quitado injustamente.
297
) Can. 16, 1.
298
) Véase 2 M 6 18.
170
La razón de lo segundo es la misma benignidad divina, por la cual se considera que Dios no
exige la observación con tanto rigor, aunque pudiera hacerlo. Por eso Cristo excusa a David que
en peligro de grave mal comió los panes de la proposición prohibidos a los laicos por derecho
divino299. Por lo mismo no estamos obligados a la confesión íntegra con gravísimo perjuicio.
La razón para lo tercero está indicada al comienzo de este número300.
En cada uno de los preceptos hay que determinar la magnitud del daño o del
perjuicio para que se pueda estar excusado de su observación porque los
diferentes preceptos tienen distinta gravedad y rigor. En general, se puede
afirmar que las leyes negativas obligan con más gravedad que las afirmativas,
y las divinas más que las humanas.
179. Principios.
1. Es lícito interponer a la ley causas eximentes directa y próximamente, pues la
ley obliga ciertamente a su observación mientras somos súbditos suyos, pero
no obliga de suyo a que no dejemos de ser súbditos de ella.
Por eso cualquiera se puede trasladar a un estado o lugar donde no rija una determinada ley. En
efecto, cualquiera puede lícitamente ir desde un lugar donde hay ayuno a otro en el que no haya
para no tener que ayunar.
2. No es lícito interponer a la ley directamente una causa impediente ni remota ni
próximamente, pues el que lo hace pretende violar la ley explícitamente y
nunca es lícita la voluntad expresa de violar la ley mientras alguien es súbdito
de ella; es más, se está obligado a quitar los impedimentos (n. 163, 4).
3. Siempre es lícito interponer a la ley indirectamente una causa remotamente
impediente porque no se piensa que el legislador quiera que los súbditos
tengan que haber previsto y omitido mucho antes de la obligación de la ley
todo lo que pueda impedir esa obligación, pues sería una carga demasiado
grave; por lo cual no se requiere ningún motivo peculiar p. e. para que alguien
pueda emprender un viaje el viernes o el sábado, aunque prevea que él no
podrá oír misa el domingo siguiente.
Se dice “no se requiere ningún motivo peculiar” porque algún motivo sí que se requiere para
que se pueda decir que el motivo sólo se ha puesto indirectamente (véase n. 178 a). Así, si
299
) Véase Mt 12 3, 4; además 1 R 21.
300
) Véase también n. 140.
171
alguien puede hacer una partida de caza o ir de excursión lo mismo un miércoles y un jueves
que un jueves y un viernes, y sin embargo elige sin ninguna razón un sábado y un domingo no
se puede decir que pone un impedimento indirectamente porque no quiere ninguna otra cosa;
mejor habría que decir que implícitamente pone directamente una causa impediente.
4. Sin causa justa no es lícito interponer a la ley, indirectamente, una causa
próximamente impediente, pues el que está obligado a la ley, también está
obligado a guardarse de los impedimentos próximamente impedientes. Pero
con una causa proporcionadamente grave sí es lícito interponer a la ley
indirectamente una causa próximamente impediente, pues el que hace eso no
viola la ley, sino que permite su violación, y esto con causa justa es lícito
hacerlo.
Para interponer indirectamente una causa impediente basta cualquier intención no mala, p. e.
hasta la de un mero recreo honesto; pero para que se pueda interponer una causa próximamente
impediente hace falta además una razón proporcionadamente grave. La proporción se juzga de
esta manera:
a. Cuanto más grave es la ley o cuanto menos frecuente hace su obligación, tanto más pronto
empieza la obligación de no hacer imposible la observación futura de la ley. Por eso se
puede subir al monte o salir de caza para descansar el sábado por la mañana, pero no por
la tarde y mucho menos por la mañana de un día festivo cuando se prevé que con ese
motivo no se podrá ir a misa.
b. Cuanto más grave es la ley y cuanto más pronto urge, más grave debe ser la causa por la
que se pueda poner lícitamente un impedimento a su observación. Por eso no es lícito
cazar para entretenerse el mismo día de ayuno y quedarse así impotente de ayunar; pero es
lícito hacerlo por un motivo más grave; sin embargo, el día anterior al del ayuno es lícito
dedicarse a cazar incluso por entretenimiento previendo que el ayuno sería imposible al
día siguiente.
c. Una causa mucho más grave se requiere para que alguien frecuentemente o continuamente
resulte impotente para cumplir una ley que obliga sólo una vez o raramente. Así resulta
que no es lícito seguir ni promover el moderno culto exagerado e irracional del cuerpo por
el que sus seguidores piensan que es propio casi todo el tiempo de los domingos o festivos
para subir a los montes omitiendo la asistencia a misa. Esta exageración ya no es
razonable en sí misma sino también pecaminosa y haría ilusorio el precepto. Pero si no se
tratase de simple distracción o costumbre, sino que hubiera una causa especial que urgiera
hacer precisamente en ese día y a esa hora una excursión a los montes, p. e., porque en
otro momento no se puede y la salud lo exige, alguien lo podría hacer una o dos veces al
año, aunque sea próximamente impediente. En todo caso, hay que tener en cuenta que no
se puede dejar en la práctica al juicio de los fieles la suficiencia de la causa ni de la
necesidad por el máximo peligro de desconsideraciones y de relajación de la disciplina a
que daría lugar; mejor es recomendar el recurso a la dispensa, correspondiendo el examen
de la causa al párroco o a los sacerdotes que tienen facultad para ello.
Artículo segundo.
Dispensa de la ley301.
180. Noción.
1. La dispensa se define como la relajación de la ley hecha por la autoridad
legítima en un caso especial 302. Por tanto, debido a la dispensa se quita la
obligación de la ley a algunas personas particulares y casos por voluntad del
superior, mientras sigue la obligación respecto a los demás.
301
) Stiegler, Dispensation, Dispensationswesen und Dispensationsrecht im Kirchenrecht (Mainz,
Kirchheim. 1901).
302
) Can. 80.
172
a. La dispensa es un acto de jurisdicción que se ejerce mediante un acto de voluntad, por lo
cual el superior no puede conceder la dispensa más que sabiendo y queriendo; pero vale la
dispensa extraída con extorsión por miedo, siempre que el superior hubiera tenido
voluntad de dispensar, porque el miedo no quita lo voluntario ni la ley positiva declara
inválida esta clase de dispensas.
b. La dispensa se diferencia de la excusa en que ésta no necesita la intervención del superior,
por lo cual cualquier persona perita y prudente puede declararse a sí mismo, o a otro,
excusado de la ley siempre que haya causa suficiente; en cambio, la dispensa, al ser una
relajación por voluntad del legislador, necesita de la intervención de la autoridad
legislativa. Se diferencia de la irritación de la obligación, en que no se ocupa
inmediatamente de la ley, pero sí de las personas y de las materias, y se hace desde la
potestad dominativa. Se diferencia del permiso, con el que la ley no se relaja, sino más
bien se completa, pues el permiso tiene lugar cuando la ley prohíbe algo no absolutamente
sino bajo condición para que no se haga sin consentimiento del superior. Así, si la ley
prohíbe que un religioso no salga de casa sin permiso del superior, el que pide permiso no
pide la relajación de la ley sino que la observa. Se diferencia del privilegio el cual es
perpetuo de suyo y no siempre va contra la ley; la dispensa, al contrario, de suyo se
concede temporalmente y siempre va contra la ley.
c. La diferencia entre dispensa y permiso se distingue muchísimo mejor viendo que la
dispensa presunta no vale nunca; en cambio sí vale el permiso presunto. De lo cual,
Suárez da este motivo: Donde algo se prohíbe para que no pueda hacerse sin permiso, la
acción no está estrictamente prohibida, sino que está prohibida sólo para que no se haga
sin permiso del superior, permiso que también se puede suponer por el uso común. Pero
donde se requiere dispensa, la acción está prohibida en sí misma y por eso es mala, por lo
cual tendrán que quitarse la prohibición y la malicia con un acto de la voluntad del mismo
superior303.
2. La dispensa surte efecto de suyo desde el momento en que se concede al que lo
pide; sin embargo para que éste la pueda usar lícitamente debe serle notificada
por escrito o mediante un intermediario para que no piense que concedida la
dispensa se puede exponer al peligro de quebrantar la ley si, por casualidad,
no se le hubiera concedido finalmente.
§ 1. La potestad de dispensar.
303
) Véase De legibus l. 6. c. 13. n. 20.
173
1. La potestad de dispensar ordinaria y delegada para todas las causas hay que
interpretarla ampliamente, y cualquier otra estrictamente 304, como la facultad
de dispensar en determinado caso. Ordinariamente, la misma dispensa es de
interpretación estricta305 porque va contra el derecho común y es odiosa para
la ley. Se exceptúa la dispensa concedida a la comunidad o por el bien común,
porque favorece a la religión y al bien común.
El que está dispensado del ayuno, no está dispensado igualmente de la abstinencia porque ésta
no se incluye necesariamente en aquél.
2. Con la potestad de dispensar se entiende que se concede también lo que sea tan
necesario que sin ello no se puede ejercer 306. Por eso, en la potestad de
dispensar se incluye también la facultad de absolver de las penas eclesiásticas,
si por casualidad fuesen un obstáculo, aunque, por supuesto, para que tenga
efecto la realidad de la dispensa307.
3. Una gracia que ha sido denegada por el vicario general y después se pide al
obispo, sin hacer mención de la denegación, es inválida.
4. Una gracia que ha sido denegada por el obispo no se puede pedir válidamente
al vicario general si el obispo no lo consiente, aunque se mencione la
denegación308.
5. Una gracia denegada por una congregación o ministerio no se puede solicitar
válidamente de otra congregación o ministerio, aunque tenga potestad, si no lo
admite el anterior, salvo el derecho de la Sagrada Penitenciaría para el fuero
interno309.
6. Una gracia denegada por el Ordinario propio no se puede pedir a otro
Ordinario si no se hace mención de la denegación310.
304
) Can. 200 § 1.
305
) Can. 85. Véase can. 50.
306
) Can. 200 § 1.
307
) Can. 66 § 3.
308
) Can. 44 § 2.
309
) Can. 43.
310
) Can. 44 § 1.
311
) Can. 80.
174
a. en todas las leyes y estatutos de su diócesis, en las leyes del concilio
provincial e incluso del plenario; pero en los casos particulares
únicamente por justa causa312.
b. En las leyes universales de la Iglesia (igual que en las dadas por el
Romano Pontífice para aquel territorio particular 313) no puede dispensar
de suyo ni en un caso particular. Ahora bien, puede:
. con potestad delegada si le hubiera sido concedida explícita o
implícitamente;
. en caso urgente, a saber, si fuera difícil el recurso a la Santa Sede y
hubiera simultáneamente peligro de un daño grave por la demora, y
se tratara de un caso en el que la Santa Sede suele conceder la
dispensa314;
. en las leyes dudosas con duda del hecho, incluso en las irritantes y
las inhabilitantes, siempre que se trate de casos en los que suele
dispensar el Romano Pontífice; las leyes dudosas con duda del
derecho, incluso las irritantes y las inhabilitantes no obligan 315.
Respecto lo que puede hacer válidamente el Ordinario en las leyes sobre observancia de
las fiestas, las irregularidades, la abstinencia y el ayuno, las proclamaciones de los
ordenandos, de los matrimonios, etc., etc, se trata en sus sitios correspondientes.
3. El Párroco no puede dispensar ni en la ley general ni en la particular, salvo que
le sea concedida expresamente la potestad. En el Código se concede a los
párrocos que, en casos particulares y con causa justa, puedan dispensar de la
ley de observancia de las fiestas, de la ley de ayuno y abstinencia, o también
de ambas316.
a. Los párrocos pueden también delegar en otros esta potestad, ya que es
ordinaria; por eso, el capellán puede ser delegado para conceder dispensa
de la abstinencia, de trabajos serviles, etc.
b. Sobre la potestad de dispensar en impedimentos matrimoniales concedida
expresamente por el canon 1044 a los párrocos e incluso a los sacerdotes
y confesores, se hablará en el tratado del Matrimonio.
4. Los Superiores Mayores en las religiones de clérigos exentos con potestad
ordinaria pueden dispensar a sus súbditos en las leyes universales de la Iglesia
en duda de hecho317 cuando es difícil el recurso a la Santa Sede y haya peligro
de grave daño en la demora, siempre que la Santa Sede suela dispensar en
tales casos; los superiores menores tienen la misma potestad de dispensar que
los párrocos318.
5. Los confesores no pueden dispensar salvo que hayan recibido potestad
delegada para ello. Ahora bien, cuando haya causa suficiente pueden explicar
doctrinalmente a los penitentes que en sus peculiares circunstancias no están
obligados a guardar la ley.
Si se concede la facultad delegada de dispensar al confesor a elegir por el penitente, nada
impide que éste cambie de uno ya elegido a otro que confirme o corrija lo antes decidido. Pues
se considera que ésta es la intención de la Sagrada Penitenciaría que es la que concede la
312
) Can. 82.
313
) Can. 82.
314
) Can. 81.
315
) Can. 15.
316
) Can. 1245.
317
) Can. 15.
318
) Can. 1245 § 3.
175
facultad, porque la potestad concedida para el foro de la conciencia sigue a la naturaleza de este
foro, en el que el penitente puede acudir libremente a otro confesor 319.
319
) Véase Schmalzgrueber, Titl. XVI. N. 243. Sánchez, De matrimonio l. 8. disp. 27. n. 40.
320
) Can. 201, 1.
321
) Can. 94, 2.
322
) Can. 1245, 1.
323
) Can. 1245 § 3 además 514 § 1.
324
) Can. 620.
325
) Can. 37.
176
§ 2. Causas de la dispensa.
186. Necesidad de la causa. Cuando se pide una dispensa hay que alegar las
causas de la dispensa. Estas causas deben ser proporcionadas a la gravedad de la ley;
ahora bien, cuáles son las que sean suficientes hay que dejarlo al juicio prudente del
dispensante; sin embargo, no deben ser tan graves que ya excusen de suyo de la ley, pues
en este caso no es necesaria la dispensa.
Puede ocurrir que por alguna causa impediente, cierta o probablemente, la ley ya no obligue, y esto no sólo en
el primer caso, sino también en el segundo hace que la dispensa no sea necesaria, porque la obligación de la
ley cesa sin la dispensa. Pero, si a la ley se oponen causas impedientes que de suyo no excusen de la
obligación de la ley, y que, sin embargo, sean suficientes cierta, o al menos probablemente, para que el
superior las pueda dispensar, hace falta la dispensa.
Habiendo causa justa ¿debe dispensar el superior?
1. Si la dispensa no es debida, sino sólo permitida, no debe dispensar, sino que la
debe conceder o negar según su juicio prudente, y puede concederla a uno y
negarla a otro; porque la dispensa aprovecha a un subordinado, pero la
observación de la ley aprovecha al bien común.
2. Si la dispensa es debida, bien de precepto, bien de justicia, está obligado a
concederla.
Se suelen enumerar los casos en los que la dispensa es debida como sigue:
a. cuando el derecho común o el precepto particular exige que se dispense por esa causa;
b. cuando es necesario para el bien común que se dispense lo que la justicia (legal) exige en el
caso, como puede ser la dispensa debida de intersticios por necesidad de la Iglesia;
c. cuando es necesario para el bien espiritual del solicitante, por cuya causa la dispensa en el
caso de votos puede ser debida;
d. cuando es necesario para impedir un daño grave o un escándalo público; así, puede ser
debida la dispensa de las proclamaciones del matrimonio.
Si hubiera dispensado el mismo superior y encargó la mera ejecución al
inferior, éste no puede de suyo negar la gracia; pero si viera que el rescripto es
manifiestamente nulo porque ninguna de las causas es verdadera, o porque son
incompletas las condiciones alegadas, o que la persona a dispensar es indigna
de ello hasta el punto de que la concesión de la gracia iría en ofensa de
terceros, puede y debe negar la ejecución, y en el último caso hacer conocedor
del hecho al dispensante326.
3. Habiendo sido negada la dispensa, aun injustamente, no es lícito obrar contra la
ley. Pero si hubiera sido negada por el inferior, queda el recurso al superior; y
si el superior también la negase, hay que guardar la ley, salvo que la dificultad
de hacerlo sea tanta que excuse de suyo de observar la ley.
326
) Can. 54 § 1.
327
) Algunas leyes están organizadas de tal manera que por su naturaleza pueden tener gran
dificultad, como p. e. la de la integridad de la confesión; esta dificultad no excusa de su
observación en el caso particular. Otras leyes también tienen por su naturaleza alguna dificultad,
aunque no tan grande hasta el mismo punto que las anteriores, como p. e. la ley del ayuno. Y si en
algún caso particular esta dificultad es grande, se une accidentalmente al cumplimiento de la ley,
aunque sea interna, y por tanto excusa de su cumplimiento.
177
otras son externas y nacen de las circunstancias de las personas a dispensar, o
del dispensante, o del bien común.
2. Hay causas de dispensa que son motivas (finales), las cuales bastan de suyo
para que se conceda la dispensa, otras son impulsivas y no bastan de suyo para
la concesión de la dispensa, pero ayudan a las motivas a que se conceda con
mayor facilidad.
Principios.
1. Para dispensar lícitamente hace falta siempre una causa justa y razonable 328.
Quien dispensa sin causa comete vicio de acepción de personas y da lugar a
varias querellas.
2. Para dispensar válidamente no hace falta de suyo una causa cuando dispensa el
mismo legislador, o su sucesor o el superior, porque la obligación de la ley
depende totalmente de su voluntad; pero si la dispensa se da mediante
rescripto hace falta según los cánones 40 y 42 § 2 una causa motiva al menos,
porque la dispensa se da con esta condición: si los ruegos se apoyan en la
verdad329. Por lo demás, una pequeña exageración de la causa no invalida la
dispensa.
A la cuestión del tiempo en que debe ser verdad la causa de la dispensa, si el momento en que se
pide o el momento en que se concede, hay que responder que en el momento en que tenga
efecto la dispensa. Luego en las dispensas que se conceden sin ejecutor, debe ser verdadera en
el tiempo en que se da la dispensa; en las que se dan mediante ejecutor, en el tiempo de la
ejecución330.
Por ejemplo, sea Berta que pide dispensa del impedimento de grado mayor del matrimonio por
doble causa: legitimar la prole y ayudar a su madre entrada en años. Si estas causas son
verdaderas en el tiempo de la dispensa (por el Ordinario) o de la ejecución (si se ha encargado el
párroco), la dispensa vale. Si antes de ese tiempo, o el niño o la madre han muerto, la dispensa
es válida cuando ambas causas hubieran sido motivas, es inválida cuando la causa que queda
sólo hubiera sido impulsiva; si la prole se muere y la madre se vuelve tan rica que ciertamente
no necesita de la hija para sustento, es igualmente inválida la dispensa, pero si no se ha vuelto
ciertamente tan rica y esa causa hubiera sido motiva, la dispensa es válida.
En impedimentos de grado menor, la dispensa es válida y no cesa aunque ambas causas no
hubieran sido reales331.
3. Si el inferior dispensa sin causa justa, la dispensa es inválida332 porque no se
considera que el superior concede la facultad de dispensar cuando no hay una
causa justa y razonable.
a. El legislador que dispensa sin una causa justa no peca gravemente salvo quizá por razón de
escándalo o de daño grave a terceros; el vicio de acepción de personas no es un vicio
grave.
b. El inferior que dispensa sin causa justa en una materia grave puede pecar gravemente
porque usurpa una potestad que no le ha sido concedida.
4. En la duda de
a. si hay causa justa, la dispensa dada por la potestad ordinaria es válida,
pero no la que hubiera dado la potestad delegada;
328
) Can. 84 § 1.
329
) Can. 40. 42 § 2.
330
) Can. 41.
331
) Can. 1054.
332
) Can. 84 § 1.
178
b. si la causa es suficiente, la dispensa es lícita y válida, la haya dado el
legislador o el inferior333; pues de otro modo se le impondría demasiada
carga al superior dispensante.
5. El que solicita una dispensa
a. sin causa justa obra ilícitamente porque induce al dispensante a algo
ilícito. El que, sin embargo, usa de la dispensa válida (p. e. concedida por
la potestad ordinaria) no peca porque el que está dispensado válidamente
no está obligado a observar la ley;
b. en la duda de si hay causa suficiente solicita lícitamente 334.
6. Si después de concedida la dispensa se detecta un error acerca de la causa:
a. la dispensa es válida, cuando el superior estableció que sería eficaz en
todo caso.
Un ejemplo puede ser el canon 1054.
b. es inválida si no hay ninguna causa; y el uso de la dispensa es
formalmente inválido desde el momento en que se detectó el error.
c. si el error fue sobre la suficiencia de la causa, la dispensa que tiene tracto
sucesivo caduca (véase n. sig.); la dispensa que surte todo el efecto de
una vez, no caduca necesariamente sino que hay que considerarla desde
lo que el dispensante pudo y quiso.
§ 3. Cese de la dispensa.
Canon 86: “La dispensa que tiene tracto sucesivo cesa de la misma forma que el
privilegio335, así como por la cesación cierta y total de la causa motiva.” De aquí, se
deduce:
188. La dispensa que tiene todo el efecto de una vez, es decir, por cuyo medio se
quita la incapacidad de la persona o el impedimento, una vez concedida, ni se puede
revocar ni se extingue con la cesación de la causa motiva.
Luego, si alguien está válidamente dispensado de irregularidad, del impedimento de matrimonio y
ya contrajo matrimonio sigue dispensado aunque hubiera cesado la causa motiva; y tampoco se puede revocar
esa dispensa, al menos si está ya puesta en marcha por el ejecutor.
189. La dispensa que tiene tracto sucesivo, como la del ayuno, la del rezo del
breviario, la de oír misa, se entiende concedida siempre para cada caso mientras duren la
causa y la condición. Entonces cesa:
1. Por revocación del dispensante.
a. El legislador puede revocar válidamente la dispensa siempre, porque la
obligación que había relajado al dispensar puede volver a imponerla
válidamente. Para revocarla lícitamente, hace falta una causa justa; sin
embargo, la revocación hecha sin causa justa no excede de pecado venial.
b. El inferior sólo puede revocar válidamente la dispensa por una causa
justa; de lo contrario, obra inválidamente. Pues el que puede conceder
333
) Can. 84 § 2.
334
) Ibid.
335
) Véase Can. 71-78.
179
dispensa en la ley del superior solamente según la voluntad de éste,
solamente según la misma voluntad de éste la puede revocar, y se
considera que la revocación sin causa justa es contra esa voluntad.
190.
2. Por renuncia del dispensado336.
a. La renuncia debe ser notificada al superior y aceptada por éste para que
valga, pues la obligación no puede nacer de nuevo sino por voluntad del
superior.
b. Puede renunciar a la dispensa el que la tuviera concedida sólo a su favor,
pero no si hubiese sido concedida a favor de la comunidad, de la
dignidad, o del lugar, ni tampoco si la renuncia fuese en detrimento de la
Iglesia o de terceros.
c. Las dispensas no onerosas para otros no se extinguen por no hacer uso de
ellas, o hacer uso contrario337; pero si la dispensa va en daño de terceros,
se extingue sólo si se presenta una prescripción legítima o una renuncia
tácita.
Por tanto, el que está dispensado de ayuno o del oficio divino puede usar de nuevo la
dispensa, aunque durante algún tiempo hubiera ayunado o rezado el oficio teniendo la
dispensa. – El que dispensado para contraer matrimonio con Berta se casa con Sempronia,
no renuncia por este hecho a la dispensa recibida, y después de muerta Sempronia se
puede casar con Berta. – Pero si alguien dispensado de un voto hecho a favor de otro
sigue cumpliendo sin embargo lo que debería por el voto, puede haber una renuncia tácita
o dar lugar a una prescripción por parte del otro.
191.
3. Por resolución del derecho del dispensante 338, p. e., por la muerte o la
remoción del cargo, la dispensa cesa sólo cuando hubiera sido dada ad
beneplacitum nostrum [para beneplácito nuestro] o con otra fórmula
equivalente, porque entonces cesa cualquier beneplácito del superior; pero no
cesa si se hubiera dado de forma absoluta o donec revocetur [hasta que sea
revocada].
4. Por muerte del dispensado 339, si fuera personal, pero pasa al sucesor si la
dispensa la hubiera recibido en razón del cargo que desempeñaba.
5. Pasado el tiempo o completado el número de casos 340 según que se hubiera
concedido para cierto tiempo o número de casos; y también si las
circunstancias de las cosas cambiasen de modo que el uso de la dispensa
resultara perjudicial o ilícito.
6. Por la cesación cierta y total de la causa motiva. Luego cuando cesa la causa
meramente impulsiva, o sólo una de las causas motivas, o cuando la única
causa motiva no cesa ciertamente, la dispensa ya concedida sigue siendo
válida.
Puede ser un ejemplo el sacerdote que recibe la dispensa del breviario por debilidad de la vista;
la madre de familia que está dispensada de abstinencia por enfermedad y porque el marido y los
hijos están excusados (es decir, para no tener que preparar la comida especial para ella sola).
336
) Can 72.
337
) Can 76.
338
) Can 73.
339
) Can 74.
340
) Can 77.
180
Licitud del uso de la dispensa fuera de la diócesis. No es lícito usar la dispensa
dada como indulto en ley general para toda la diócesis, porque igual que el precepto
común es territorial; pero la dispensa particular que ha sido concedida por una causa
especial a una persona determinada se puede usar en cualquier lugar de la tierra porque es
inherente a la persona a la que se ha concedido y la acompaña.
Artículo tercero.
Los privilegios.
192. Definición.
1. El privilegio objetivamente considerado es una ley privada que concede un
favor especial contra o al margen del derecho común.
a. El privilegio tiene consideración de ley porque es una norma, según la cual alguien puede
obrar permanentemente por concesión del superior de forma contraria o al margen de la
ley común, pero sobre todo porque toda la comunidad está obligada a reconocer el
privilegio y a no impedir al privilegiado que lo use.
b. Se dice ley privada porque no se concede a toda la comunidad, sino a una persona o a una
parte de la comunidad que está obligada a guardarla por la misma ley.
2. El privilegio subjetivamente considerado es una facultad especial y permanente
concedida a favor por el superior contra el derecho común, o al margen del
mismo.
a. Se dice permanente porque no se da para una acción pasajera o para un corto tiempo, como
la dispensa o una facultad general recibida, sino que por su naturaleza tiene cierta
estabilidad aunque no sea perpetua siempre. Concedida por el superior, porque un
particular no puede conceder privilegios, sino solamente dar licencias dentro de los
límites de la ley.
b. El privilegio se diferencia de la dispensa en que:
. el privilegio establece algún derecho positivamente y la dispensa, negativamente,
quita simplemente una obligación;
. la dispensa va sólo en contra de la ley y el privilegio puede ir, además, al margen
de la ley;
. la dispensa se concede generalmente para una acción pasajera y el privilegio, en
cambio, es una facultad estable y permanente;
. la dispensa se puede conceder también a una comunidad entera; el privilegio, al
menos cuando va contra la ley no se puede conceder a toda la comunidad que está
sujeta a la misma ley, porque sería lo mismo que derogarla; pero se puede
conceder a una comunidad o a una reunión dentro del ámbito de todas. Luego la
dispensa concedida a una persona singular apenas difiere del privilegio contra la
ley en más que en la duración.
341
) Can. 66, 1.
342
) Can. 63, 1.
343
) C. I. C. 30 diciembre 1937 (A. A. S. XXX, 73).
182
una orden regular y sus monjes, hasta donde son capaces de ellos; está excluida cualquier
comunicación que hubiera en otro tiempo entre los regulares 344.
b. La comunicación de privilegios se hace de dos maneras:
. en forma igual a la principal, si se comunican como si fuese concedida de suyo por
primera vez y, por tanto no se modifican si en el privilegiado principal se alteran.
De este modo era la comunicación entre regulares;
. en forma accesoria, si aumentan, disminuyen o se pierden tantas veces cuantas le
sucede al primer y principal privilegiado. Así se comunican algunos privilegios de
los religiosos a sus familiares o a los terciarios seglares.
4. Para que el privilegio sea válido no hace falta que haya una causa justa para
concederlo, porque depende simplemente de la voluntad del legislador eximir
a alguien de la ley común; pero para que el privilegio sea lícito hace falta una
causa justa. Pues el privilegio contra la ley concedido sin causa justa lesiona la
justicia legal y la distributiva; y el privilegio al margen de la ley concedido sin
causa justa es un acto de prodigalidad que es ilícito.
344
) Can. 613.
345
) Can. 64.
346
) Can. 69.
347
) Véase Lehmkuhl, Casus consc.I. n. 128++.
183
Se dice de suyo que quiere decir que salvo que haya algún otro motivo importante que lo haga
obligatorio; así, el confesor que goza del privilegio de absolver de pecados reservados, está
obligado a hacerlo por tácita convención con el penitente dispuesto.
3. En la duda hay que observar esta norma: Los privilegios que se refieren a
pleitos o lesionan los derechos buscados por otros, o atacan a la ley en
beneficio de particulares o fueron solicitados para conseguir beneficios
eclesiásticos son de interpretación estricta, y de interpretación amplia todos
los demás349.
348
) Can. 68.
349
) Can. 68, can. 50.
350
) Can. 66, 3.
351
) Can. 71-88.
184
b. El privilegio real y local cesa al desaparecer definitivamente la cosa o el
lugar, aunque el privilegio local revive si el lugar se restaura dentro de un
plazo de 50 años352.
c. El privilegio quodvis cesa cuando el trascurso del tiempo cambia las
circunstancias de las cosas (a juicio del superior) de modo que se
convirtiera en dañino o su uso fuera ilícito.
d. También trascurrido el tiempo o el número de casos para los que fue
concedido353.
2. Con el no uso o el uso contrario, sin duda, durante un tiempo suficiente para la
prescripción, cuando el privilegio se opone al derecho de otros. Por tanto lo
establecido en las leyes acerca de la pérdida del derecho por prescripción, vale
también para los privilegios que sean una carga para los demás. En cambio,
otros privilegios que sólo conceden favores a los privilegiados y no redundan
en perjuicio de nadie, como celebrar misa antes de la aurora no cesan ni
aunque no se usen en muchísimo tiempo354.
Por abuso, de suyo no se pierde el privilegio. Se dice que abusa el que toma ocasión de él para
pecar. Sin embargo, por abuso se permite al concedente que revoque el privilegio. Por eso, el
Ordinario no debe dejar de informar a la Santa Sede si alguien abusa gravemente del privilegio
que ella le hubiera concedido355.
3. Por renuncia libre y expresa por la parte privilegiada y aceptada por el superior
competente. Para que la renuncia valga hace falta que se pueda renunciar al
privilegio; pero hay que tener en cuenta:
352
) Can. 75.
353
) Can. 77.
354
) Can. 76.
355
) Can. 78.
356
) Can. 72, 1. 2. 3.
357
) Can. 71, además can. 60; can. 4.
185
b. La revocación tácita se hace mediante una ley nueva. Pero los privilegios
existentes no se revocan por una ley contraria contenida en el Código a
no ser que se determine otra cosa en la misma ley; por una nueva ley
general se revocan los privilegios contenidos en el Código, pero no los
demás salvo que se haga mención especial de ellos.
____________________
Cuestión novena.
Cese de la ley.
2. La obrogación siempre que haya lugar para ella consiste en que una ley
posterior dada por la autoridad competente obroga a la anterior si lo manifiesta
186
expresamente o si es directamente contraria a ella u ordena por entero toda la
materia de la ley anterior358.
El canon 6 trata en particular de la relación de los cánones del Código con las
leyes anteriores:
1) Se derogan cualesquiera leyes anteriores, generales y particulares, que se
opongan a las prescripciones de este Código, a no ser que se determine
expresamente otra cosa sobre las particulares.
2) Los cánones que repiten por entero el derecho antiguo han de considerarse desde
el derecho antiguo y las interpretaciones de los autores probados.
3) Si son congruentes en parte con el derecho antiguo, esta parte hay que
interpretarla según el derecho antiguo, y la otra con los mismos nuevos estatutos.
4) En caso de duda no hay que apartarse del derecho antiguo.
5) Se derogan todas las penas espirituales o temporales, medicinales o vindicativas,
fulminadas o por fulminar, de las cuales no se hace mención en el Código.
6) Las leyes disciplinares vigentes hasta ahora (excepto en todo caso las naturales y
divinas y litúrgicas) que no estén recogidas ni explícita ni implícitamente en el
Código perdieron su fuerza.
4. En caso de duda no se supone la revocación de una ley preexistente, sino que
hay que acercar las nuevas hacia las antiguas y conciliarlas en cuanto se pueda
hacer360.
1. Declaraciones.
358
) Can. 22.
359
) Ibid.
360
) Can. 23.
187
obtiene en un caso particular, pero sin que se siga un gran daño o una
gran dificultad.
Si p. e. no se puede observar la prohibición de leer libros malos sin detrimento de la fe,
porque no se puede defender la fe sin haber leído el libro, el fin de la ley cesa
contrariamente; y cesa negativamente si la lectura sólo no trae ningún daño al lector.
2. Principios.
____________________
Cuestión décima.
La costumbre.
201. División.
1. Por razón de su alcance en universal o muy general, cuando está en vigor en
toda la Iglesia; en general (en sí es particular), cuando está en vigor en alguna
provincia eclesiástica completa; en especial cuando está en vigor en
comunidades menores aunque capaces de leyes (diócesis, cabildo, orden
religiosa o provincia religiosa; pero no en una parroquia o una casa religiosa
que no sea un monasterio de derecho propio); y en especialísima cuando se
observa por personas privadas y comunidades que no son capaces de ley.
Parece como si ésta no tuviese aspecto de ley, pero es como el privilegio una
facultad para hacer u omitir361 algo, simplemente.
2. Por razón de su relación con la ley, en costumbre contra la ley cuando quita en
todo o en parte la ley existente; al margen de la ley, cuando introduce una
nueva ley; según la ley cuando confirma o interpreta con el mismo uso la ley
existente.
De esta división resulta que el efecto de la costumbre es triple:
. interpreta la ley;
. introduce una nueva ley;
. deroga la ley existente.
Artículo primero.
Condiciones requeridas.
202. Las condiciones requeridas para que la costumbre tenga fuerza son:
1. Consentimiento del legislador; pero basta el consentimiento legal.
a. En la Iglesia, la costumbre adquiere fuerza de ley únicamente por el
consentimiento del superior eclesiástico competente 362. Realmente, sin
algún consentimiento del legislador no hay ley.
b. Para que la costumbre adquiera fuerza de ley no hace falta el
consentimiento personal, basta con el legal, pues nada impide que el
legislador establezca en la ley universal que la costumbre que posea las
condiciones debidas tenga fuerza de ley; y si el legislador así lo hizo, la
costumbre adquiere fuerza de ley sin ulterior consentimiento, pues la
tiene establecida por el propio derecho363.
. El consentimiento puede ser personal, en cuyo caso es el propio superior el que
aprueba la costumbre, o legal, en cuyo caso la aprueba el derecho o la ley
universal. El personal supone el conocimiento de la costumbre; el legal no lo
exige. El consentimiento personal es expreso si el legislador da permiso para
introducir la costumbre, y es tácito si el legislador consciente de la costumbre no
361
) Véase Wernz, I. n. 187. Can. 26.
362
) Can. 25.
363
) Can. 27, 28.
189
se opone a ella pudiéndolo hacer con facilidad. Por lo cual la costumbre que tolera
el legislador sólo por un silencio prudente, no puede obtener fuerza de ley por
consentimiento personal.
. El consentimiento legal se suele definir como una aprobación hecha por la voluntad
universal expresada en derecho de aprobar cualquier costumbre que reúna las
debidas condiciones.
. Si se tiene a favor de la costumbre el consentimiento personal, aunque sólo sea el
tácito, no hace falta un período legítimo de tiempo para introducir la costumbre,
ya que la obligación legal cesa en el momento; se trata más bien de una
abrogación de la ley; pero después del Código, la nueva obligación no parece que
nazca sino por medio de una ley dada formalmente, o por la costumbre observada
durante el tiempo establecido.
2. Por parte de la materia: que la costumbre sea razonable, es decir, tal que pueda
ser instituida por el legislador como útil, aunque sea contraria a la ley
existente; luego no es razonable lo que es contrario al derecho natural o al
divino, ni lo que está reprobado expresamente en la ley 364.
Para que sea razonable no hace falta que sea mejor y más perfecto que la ley existente porque
puede haber diferentes maneras de actuar que el legislador puede mandar como útiles, aunque
unas puedan ser más perfectas que otras. Ni tampoco hace falta que se haya empezado sin
pecado, pues los que introducen una costumbre contra la ley, generalmente pecan al principio;
pero no sería razonable que yendo en contra de otra ley sirviera de ocasión de pecado, p. e. que
el uso quisiera quitar la ley de libros prohibidos o la de clausura religiosa.
3. Por parte del sujeto, que se deba a una comunidad capaz de recibir una ley
eclesiástica365; de esta clase es toda la Iglesia, una diócesis, una orden
religiosa, y, a veces, incluso una provincia suya (entendiendo moralmente
siempre la mayor parte de la comunidad); no es capaz una parroquia, o una
casa religiosa que no sea un monasterio con derecho propio.
4. Por parte de los actos, que sean frecuentes, uniformes, públicos, deliberados,
hechos con intención de obligarse o de desobligarse.
a. En cuanto a los primeros requisitos no hay dificultad: se excluyen los actos puestos u
omitidos por ignorancia, miedo, error, simple desconsideración o ligereza como los que se
hacen por mera devoción como el rezo del Angelus.
b. En cuanto a la intención hay que decir: si se trata de una costumbre al margen de la ley y
que impone una nueva ley, hace falta que haya una intención positiva de obligarse 366; si se
trata de una costumbre contra la ley no es necesario que los súbditos conozcan la ley y,
sin embargo, obren contra ella, sino que basta que el uso contrario prevalezca de tal modo
que el legislador no pueda contrariarla sin alguna alteración popular.
Si se trata de actos de simple devoción, el ánimo de obligarse se puede deducir a veces por las
circunstancias, p. e. observando que el castigo de los trasgresores se hace con algún
fastidio, o que los hombres honrados lo juzgan así.
5. Por parte de la duración: el tiempo establecido en la ley, que es de cuarenta
años seguidos y completos de la costumbre, si es contra 367 la ley o al margen368
de ella; pero si es contra la ley que contiene una cláusula que prohíbe futuras
costumbres, debe ser de cien años o inmemorable 369.
En el supuesto de que exista una duda positiva sobre la costumbre, hasta el punto de que por
una parte sea verdaderamente probable que se tiene todo lo que hace falta para plantear la
legítima costumbre, y, del mismo modo, por otra parte sea probable que falta algo, hay que
distinguir:
364
) Can. 27 § 2.
365
) Can. 26.
366
) Can. 28.
367
) Can. 27 § 1.
368
) Can. 28.
369
) Can. 27 § 1.
190
a. en la duda sobre la costumbre al margen de la ley, la costumbre aún no obliga, ya que se
duda si la costumbre tiene fuerza de ley, y la ley dudosa no obliga;
b. en la duda sobre la costumbre contra la ley, la ley ya no sigue obligando porque la
costumbre contraria probablemente desvincula de la ley y entonces la misma ley dada es
dudosa y, como ley dudosa, no obliga.
Artículo segundo.
Efectos de la costumbre.
Aquí se tratará solamente de dos temas sobre la costumbre:
. la costumbre derogatoria o contra la ley, y
. la costumbre obligatoria o al margen de la ley.
370
) El Código de Derecho Canónico dice en el canon 27: La costumbre no sirve de precedente
para el derecho eclesiástico a no ser que fuera razonable y estuviera legítimamente prescrita.
371
) Can. 27.
372
) Can. 27, 1.
373
) Can. 28.
191
2. La costumbre puede imponer cualquier tipo de ley: preceptiva, irritante,
incluso una meramente penal; la costumbre tiene en efecto la misma
capacidad que la ley, y la ley puede imponer obligaciones de toda clase.
Consta que la ley que obliga a todos los clérigos ordenados in sacris a rezar el oficio y que
algunos impedimentos dirimentes del matrimonio como el de disparidad de cultos fueron
introducidos por la costumbre, lo que sin embargo ya no podría ocurrir hoy 374.
Cuestión undécima.
Colisión de derechos y deberes.
206. Nociones.
1. Las obligaciones según las diferentes leyes de las que nacen son:
a. obligaciones imperativas que nacen de los preceptos y obligaciones
negativas que nacen de las prohibiciones;
b. absolutas que obligan simplemente y sin excepción, e hipotéticas, que
obligan sólo en ciertos supuestos;
c. naturales que se fundan en la ley natural, y positivas que se fundan en la
ley positiva tanto divina como humana;
d. superiores e inferiores según que se refieran a conservar bienes mayores o
menores, o a evitar males mayores o menores;
e. de justicia, que obligan por deuda estricta o al menos legal, y de otras
virtudes, p. e., de caridad, que obligan por deuda moral.
374
) Can. 1041.
375
) Can. 30.
376
) Can. 5.
377
) Can. 5. Costumbre inmemorial es aquella de la que no existe en el pueblo memoria de su
comienzo. No se dice: de la que no existe conocimiento de su comienzo; por eso puede ser
costumbre inmemorial, aunque su comienzo sea bien conocido por la historia, siempre que su
existencia trascienda la memoria de los hombres que viven ahora (unos cien años).
192
2. Como los derechos corresponden a las obligaciones de justicia, se distinguen
del mismo modo que ellas; hay que señalar en particular:
a. derechos innatos que se poseen con la misma naturaleza racional, y
derechos adquiridos que se obtienen de los contratos o por la ley positiva.
b. derechos inalienables, a los que no se puede renunciar de ninguna manera,
y alienables, a los que se puede renunciar; pues no se puede abdicar de lo
que es necesario al hombre para conseguir el fin último o para cumplir la
obligación moral.
3. La colisión de las obligaciones es la concurrencia de muchas obligaciones que
no se pueden cumplir simultáneamente.
Por ejemplo en el caso del agresor injusto colisionan el derecho a conservar la propia vida y la
obligación de conservar la vida ajena. Como es más valioso conservar la vida propia, queda sin
fuerza la otra obligación.
a. Hay autores que piensan que la colisión de obligaciones existe en la verdad objetiva de las
cosas; pues por el pecado la armonía y el orden moral han quedado alterados y, además,
muchas veces se oponen entre sí las obligaciones de la vida terrena y eterna, individual y
social, de tal modo que la colisión puede no ser solamente un error meramente subjetivo
de cada uno, sino estar basado en la desarmonía objetiva. – Sin embargo hay que decir
que la colisión de las obligaciones es sencillamente aparente porque todas las leyes y
todas las obligaciones se fundan en la sabiduría y voluntad divina de la que procede toda
obligación y por tanto no pueden contener una repugnancia objetiva; de otra parte sólo
existe obligación en la verdad de las cosas; ciertamente hay que conceder que la armonía
está alterada y que las diferentes relaciones de los hombres de este tiempo son muy
complejas, y, por eso, el conocimiento se hace más difícil; sin embargo, la última razón
aparente de la colisión es el conocimiento imperfecto e inadecuado de las leyes y de las
condiciones necesarias para su valoración378.
b. Por eso, en el caso en que colisionan las obligaciones es muy importante resolver la
situación, es decir, determinar cuál es la obligación que hay que cumplir entre todas las
que colisionan, dejando las demás aparte, para lo cual se establecen varias reglas.
207. Reglas para solucionar la colisión. El principio supremo en este asunto es:
Prevalece la obligación que nace de la ley que sea de mayor importancia teniendo en
cuenta la naturaleza y el fin. De aquí se deducen las reglas siguientes:
a. Los preceptos de la ley natural se han de preferir a los de la ley divina y
positiva, y éstos a los de la ley humana y positiva; entre estos preceptos,
los de la ley eclesiástica prevalecen sobre los de la ley civil, esto porque
se deduce del distinto fin de ambas leyes, de las cuales el primero es más
noble que el segundo.
La ley que pide que socorramos al prójimo necesitado es superior a la ley de abstenerse de
trabajos serviles (véase Mt 12, 1-14); la ley de conservar la salud es preferible a la del
ayuno o de la abstinencia.
b. Los preceptos negativos prevalecen sobre los positivos; por eso, en
general es mayor la obligación de evitar lo prohibido que la de hacer lo
mandado, pues lo que se prohíbe en la ley negativa, siempre hay que
omitirlo, pero lo que manda la ley afirmativa sólo donde es posible hay
que hacerlo.
No es lícito mentir ni hacer un negocio sucio para ayudar al necesitado.
c. Los preceptos de justicia con los que el derecho estricto corresponde a otra
persona prevalecen sobre los de caridad si aquél no se ha satisfecho.
Si concurren al mismo tiempo la obligación de pagar una deuda y la de dar limosna,
prevalece la primera, que es de justicia, sobre la segunda, que es de caridad. Sin embargo,
378
) Véase Koch, Moraltheologie p. 94
193
si hay que pagar una deuda a alguien, y el deudor cae en grave necesidad debido a este
pago puede diferirlo, aunque sea obligación de justicia.
d. Los preceptos (negativos y positivos) que protegen bienes importantes
prevalecen sobre las leyes que protegen otros menos importantes; por
eso, los preceptos que se refieren a bienes espirituales, bienes internos,
bienes comunes, hay que preferirlos a los que se refieren a los bienes
corporales, externos, privados.
Por eso el ciudadano está obligado a servir en la milicia aunque sufra daño la propia vida
o la propia familia. – El sacerdote y el médico están obligados a ayudar a los enfermos,
aunque peligre la propia salud o la propia familia. – No es lícito abandonar la fe para
salvar la vida; ni negar la fe para evitar la persecución. – El criado para quien el servicio
que hace es ocasión de pecado y no la puede evitar de ninguna manera, está obligado a
dejarlo, aunque sean gravísimos los daños temporales. – No es lícito poner la vida en
peligro por un pequeño bien temporal.
e. Pero si en algún caso no fuese posible determinar después de un examen
diligente cuál es la obligación que prevalece, y hace falta obrar en ese
momento, se puede dejar la elección al juicio propio, porque el error que
se cometería quizá, es involuntario y no se puede imputar al agente.
194
Libro cuarto.
La conciencia379.
__________
Cuestión primera.
Naturaleza de la conciencia.
__________
Artículo primero.
La conciencia en general.
208. La conciencia.
1. Del mismo modo que la conciencia psicológica es el conocimiento del propio
acto interno, así la conciencia moral de la que tratamos aquí es el juicio de la
índole moral de nuestras acciones.
2. Esta facultad habitual de juzgar así, se suele llamar igualmente conciencia; de
este modo la voz latina significa lo mismo hábito que acto; en griego para acto
se usa380 y para hábito .
3. La existencia de la conciencia moral es un hecho universal porque todos los
hombres, lo mismo los cultos que los bárbaros, perciben dentro de sí mismos
la voz de la conciencia.
El testimonio de este hecho lo suelen constatar los autores antes citados, principalmente
Cathrein. La Sagrada Escritura supone por todas partes la conciencia describiendo por todos los
sitios sus diferentes actividades. Véase Schindler, p. 195.
4. Por tanto, la sindéresis es cierta propiedad que tiene el entendimiento por
medio de la cual conoce con gran facilidad y evidencia los principios morales
universalísimos, o sea los principios supremos de la ley natural. Y de aquí se
puede decir con toda verdad que sindéresis significa también esos mismos
principios.
a. Principios de esta clase son: hacer el bien, evitar el mal; no hacer a otro lo que para ti no
quieras; hay que adorar a la Suprema Divinidad; hay que cumplir las promesas; se debe
obedecer a los preceptos y a otros principios supremos de la ley natural. De estos
principios universales, la ciencia moral deduce las verdades que ella misma enseña, p. e.,
hay que hacer el bien y como ayudar a los pobres es un bien, hay que ayudar a los pobres;
hay que evitar el mal y como el adulterio es malo, hay que evitar el adulterio.
b. En el hombre hay una disposición innata a llevar una vida moral, y esta disposición se
cumple de dos maneras: una disposición del entendimiento para conocer la ley moral y
natural, una inclinación de la voluntad hacia el seguimiento de las leyes morales
379
) Santo Tomás I. II. q. 10. San Alfonso l. 1. tr. 1. n. 1-89. Sporer-Bierbaum, Theolog. moral.
decalog. (Paderbornae. Typographia bonifac. 1897) I. tr. 1. n. 1-109, Reuter, Theolog. mor. pr. 1.
tr. 2. n. 59++. Bouquillon . c. pr. 2. n. 243++. Lehmkuhl I. n. 111++. Ballerini-Palmieri, Opus
theolog. mor.3 (Prati. Giachetti [1898] I.) n. 130-235. Simar, Das Gewissen und die
Gewissensfreiheit2 (Freiburg. Herder. 1902). Cathrein, Das Gewissen und die Gewissensfreiheit
(Freiburg. Herder. 1906).
380
) Según San Jerónimo (com. In Ezech. l. 1. c. 1. n. 10; M. L. 25 p. 22); como éste es el único
lugar entre los escritores griegos, se considera más probable que es un error por .
195
propuestas por el entendimiento como norma de la libre actividad. Como ambas
disposiciones se conocen con el nombre de conciencia (sindéresis) resulta que con este
nombre la conciencia designa la vida moral íntegra, tal como procede del entendimiento y
de la voluntad, como cuando decimos que el hombre es religioso o que carece de religión.
c. La conciencia, al ser una disposición y una cualidad habitual del entendimiento y de la
voluntad, puede y debe ser cultivada y perfeccionada; en cuanto al entendimiento porque
nos disponemos a guardar las leyes aprendiendo la ciencia moral; en cuanto a la voluntad
porque podamos obedecer prontamente a las leyes morales. Aunque nunca se pueda
apagar prácticamente la conciencia, sin embargo con la negligencia y los vicios y
voluptuosidades se puede nublar, debilitar e incluso llegar a viciar. Aquí hablaremos por
igual de la conciencia iluminada y vigilante y de la conciencia cauterizada y durmiente.
Nota. La conciencia antecedente es la regla próxima de las costumbres, única de la que tratamos
aquí, y a la que corresponden las siguientes divisiones.
Artículo segundo.
212. Principios.
1. Tenemos obligación de seguir la conciencia cierta y, al mismo tiempo,
verdadera cuando manda o prohíbe.
Pues la conciencia cierta es la propia ley conocida por nosotros con certeza y aplicada
a la acción particular, si suponemos verdadera la conciencia, y como tenemos que
seguir la ley conocida con certeza, también tendremos que seguir la conciencia cierta,
al menos si es verdadera.
2. Tenemos obligación de seguir la conciencia cierta (subjetivamente)
invenciblemente errónea, cuando manda o prohíbe, y la podemos seguir sin
pecado cuando permite algo.
382
) Véase 1 Tm 4 2.
198
La razón para lo primero es que la voluntad, al ser una facultad ciega, para obrar
rectamente está obligada a seguir la idea dada con seguridad por el que manda o
prohíbe; luego está obligado a seguir igualmente tanto la conciencia verdadera como
la invenciblemente errónea, siempre que sea cierta. La razón para lo segundo es que
quien sigue la conciencia permisiva quiere la acción que juzga lícita, lo cual no puede
ser pecado.
De aquí surge esta dificultad: ¿de dónde la conciencia errónea ha podido recibir la fuerza de
obligar? Pues no parece que la conciencia errónea que ciertamente no rechaza en realidad a la
ley divina pueda llegar a obligar incluso a lo contrario a la ley divina. Hay que contestar que la
conciencia errónea saca la fuerza de obligar de este principio universal de la ley: hay que hacer
todo lo que se pueda para hacer el bien y evitar el mal, y precisamente tal como se nos
manifiesta por la conciencia; por donde estamos obligados a obedecer siempre y en todo caso a
la conciencia cierta. Luego la conciencia errónea no obliga en virtud de un precepto particular
que niega, sino en virtud de un precepto universal de hacer el bien y evitar el mal y que estamos
obligados a cumplir en cuanto es conocido por nosotros.
O de otro modo, Dios no nos dirige por medio de su luz infalible, sino por la luz de nuestra
razón, luz que Él mismo sabe que es falible (como el príncipe que gobierna unas provincias
distantes por medio de un gobernador); en tal caso, aunque nuestra razón discrepe sin culpa, es
la norma para los súbditos siempre que no se dé cuenta de la discrepancia.
a. Esta afirmación vale para los actos que proceden de la voluntad libre. Pues en los que no se
pueden evitar, no se puede cometer pecado por la conciencia errónea ya que la acción u
omisión es absolutamente involuntaria. El que piensa que son pecado los pensamientos
deshonestos o blasfemos nacidos sin consentimiento, no peca aunque tenga ese tipo de
pensamientos porque no puede conseguir que no le sobrevengan a la mente. Del mismo
modo el prisionero que piensa erróneamente que peca por no oír misa, realmente no peca.
b. De aquí que si la conciencia le dicta a alguien que tiene que mentir para ayudar al prójimo
en peligro, peca contra la caridad si no dice lo que la conciencia erróneamente en este
caso juzga que hay que decir383.
c. El que obra mal porque la conciencia estima que está bien, no sólo no peca, sino que según
muchos autores hace una obra buena y, supuesto lo que haya que suponer, incluso
meritoria.
d. El pecado cometido con conciencia errónea es de la misma gravedad y especie que si se
hubiese cometido con conciencia verdadera. Por eso, quien piensa erróneamente que tiene
que oír misa y no lo hace, peca gravemente contra el mandamiento de la Iglesia, bastando
que al confesarse diga: no he ido a misa. Quien golpea a un hombre pensando
erróneamente que es un sacerdote, comete el mismo sacrilegio que si realmente hubiese
golpeado a un sacerdote. Sin embargo, si el confesor sospechase que el penitente había
pecado con conciencia errónea, debería preguntarle si realmente había pensado que
pecaba gravemente, e instruirle sobre la verdad del hecho 384.
e. Luego si la conciencia dictase que es lícito robar para ayudar a un pobre, el hurto debido a
la conciencia invenciblemente errónea no sería pecado.
3. La conciencia venciblemente errónea, tanto mandando hacer como prohibiendo
hacer, no se puede seguir ni tampoco se puede obrar contra ella; estamos
obligados a salir del error antes de obrar, porque el agente se habría expuesto
al peligro de pecar. Sin embargo, cuando se trata de un acto bueno, que el
agente piensa que está mandado, puede seguir la conciencia venciblemente
errónea y no estaría obligado a salir del error.
“Quien piensa, pero con duda, que tiene que robar a un rico para socorrer a un indigente peca
tanto al robar, como al no robar, con esa clase de conciencia. Luego antes de la acción debe, si
puede, salir del error, buscando la verdad” 385. – Pero el que piensa erróneamente que hoy tiene
que oír misa y acude a oírla, no está obligado a buscar la verdad para salir del error.
Nota. Para que el confesor pueda conocer si la conciencia había sido venciblemente o
invenciblemente errónea, debe preguntar al penitente:
a. si había notado alguna inconveniencia en la acción o al menos había dudado de su licitud;
383
) Gury, Compendium theologiae mor. I. n. 38.
384
) Véase Lugo, De poenit. Disp. 16. n. 499++.
385
) Gury, l. c. n. 38.
199
b. si la conciencia le había dictado que tenía que consultar a alguien sobre aquel asunto.
Y si las dos contestaciones fueran negativas, el error fue invencible; si una de las dos es
afirmativa, el error fue vencible y culpable, y con toda seguridad gravemente culpable si el
asunto del que se tratase se hubiera sentido como un asunto de gran importancia.
Artículo tercero.
La conciencia escrupulosa386.
215. Nociones.
1. Escrúpulo es el temor del pecado, nacido de una aprensión sin valor alguno.
Por tanto, el escrúpulo debido a su naturaleza no es un juicio de una mente
sana, sino el temor a pecar nacido de una aprensión vana de la mente
perturbada.
La conciencia escrupulosa significa a veces una disposición habitual del
ánimo propensa a esa clase de aprensiones vanas, y a veces significa el acto .
En este caso la conciencia escrupulosa es la aprensión con la que alguien, por
una razón sin valor alguno, bien antes bien después de un acto, teme que hay
pecado donde no lo hay.
La conciencia escrupulosa se diferencia
a. de la conciencia delicada que ve también los mínimos defectos como tales pero por
reverencia hacia la divina majestad los engrandece, teniendo clara sin embargo la
distinción entre pecado mortal y venial;
b. de la conciencia errónea que es un juicio firme pero falso.
2. Puede haber escrúpulos con conciencia cierta sobre la honestidad de la acción,
porque aun naciendo de un motivo fútil no deja de haber cierta persuasión. Por
eso es lícito obrar con conciencia escrupulosa, o sea es lícito obrar contra los
escrúpulos siempre que el agente sepa que los tiene y que tiene que
despreciarlos.
a. Ciertamente no es lícito obrar contra la conciencia, pero como la conciencia escrupulosa es
una aprensión vana y una duda sin valor, no es conciencia en sentido propio.
b. No es lícito obrar con duda práctica, pero la duda nacida de los escrúpulos no es una duda
práctica sino un vano temor que hay que despreciar.
216. Las causas de los escrúpulos son varias, unas internas y otras externas.
Dios permite los escrúpulos en el plan de su sabia providencia para obtener algún
fin determinado: Dios, pues, pretende
. que los hombres se conserven apartados del pecado, o
. que el alma purgue sus pecados, o
. que el alma conciba el temor al pecado, o
que el alma esté preparada para dar una gran gloria a Dios.
386
) San Alfonso, l. 1. n. 11-18. Reuter, Neoconfessarius n. 255++. Stoz, Tribunal poenit. l. 1. pr. 5.
n. 171++. Laymann, Theologia moral. l. 1. tract. 1. c. 6. Lacroix, Theologia moral. L. 1. n. 519++.
Scaramelli, Director ascet. l.. 2. n. 421++. San Ignacio, Exercitia spiritualia, Regulae de scrupulis.
Gemelli, De scrupulis (Florentiae. 1913) o Gemelli-Linderbauer, Skrupulosität u. Psychasthenie
(Regensburg. 1916). Müncker, Der psychische Zwang usw. (Düsseldorf. 1922). Bergmann,
Religion u. Seelenleiden Tomo I (Düsseldorf. Schwann. 1926). Jud, Zur Psychologie der
Skrupulanten (Freiburg, Suiza)
201
Los escrúpulos que permite Dios por alguna razón especial, cesan al cabo de
algún tiempo, producen horror al pecado y unen a Dios más íntimamente.
No se puede decir directamente y con propiedad que Dios es autor de los escrúpulos ya que éstos
encierran errores y son un daño para el alma; proceden directamente o de la naturaleza humana viciada por el
pecado o del demonio malo. Pero Dios los permite y los modera y dirige con su sabiduría de modo que
produzcan un efecto bueno en la vida espiritual.
a. Los escrúpulos los engendran fácilmente las disposiciones naturales del
alma o del cuerpo, como la índole melancólica, o la propensa a temores y
sospechas, la debilidad mental principalmente en las mujeres y las
enfermedades de las funciones orgánicas. Los escrúpulos que nacen de
estas fuentes suelen durar mucho y manifestarse de varias maneras;
además no sólo aparecen en asuntos morales sino también en otras
acciones de la vida humana.
b. El demonio malo, con el permiso de Dios, excita los escrúpulos para dañar
al hombre, pero especialmente para separarlo de las cosas divinas, de la
oración y del uso de los sacramentos. Los escrúpulos que proceden del
demonio se conocen muchas veces porque retraen al hombre de la virtud
e intentan arrojarlo a la tibieza y a la desesperación.
c. La lectura de libros puede producir escrúpulos cuando son demasiado
rígidos así como las instrucciones y consejos de confesores y
predicadores cuando son propensos a las exageraciones y al rigor.
No pocas veces los escrúpulos sobre la materia del sexto mandamiento en los jóvenes de ambos
sexos de conciencia timorata proceden de mera ignorancia. Frecuentemente se liberan de los escrúpulos de
esa clase con una instrucción prudente sobre aquellas cosas que es necesario que conozcan.
Artículo cuarto.
§ 1. La conciencia cierta.
220. Noción y división. La conciencia cierta es aquella con la que una mente
juzga firmemente y sin miedo de errar que la acción es buena y lícita o mala e ilícita.
La duda y el miedo a equivocarse pueden ser excluidos en varios grados según que el motivo de
asentir sea mayor o menor:
387
) Véase Stoz, Tribunal poenit. l. 1. pr. 5. n. 182.
204
a. Únicamente la certeza de la inteligencia increada excluye toda duda (y todo miedo)
meramente posible incluso imprudentemente indeliberada.
b. En la inteligencia creada, el miedo imprudente al menos indeliberado es siempre posible;
sin embargo se tiene certeza estricta o perfecta siempre que el motivo excluya toda duda y
todo miedo prudente y, además, todo imprudente deliberado y actual (certeza necesaria).
c. Si el motivo excluye toda duda y todo miedo prudente, pero admite alguno imprudente
posible o también actual, se tiene ciertamente certeza estricta, pero libre.
d. Si el motivo excluye ciertamente toda duda y todo miedo prudente actual, pero admite uno
prudente posible, se tiene certeza lata o imperfecta.
221. Principios.
1. Sólo el dictamen último-práctico cierto es la norma recta de nuestras acciones;
pues según el Apóstol, todo lo que no procede de la fe, es decir, lo que no
procede de la persuasión, es pecado389. Sin duda que quien obra con
conciencia que no es cierta se expone voluntariamente al peligro de
388
) L. I: n. 25; 21.
389
) Rm 14 23.
205
trasgresión de la voluntad divina; pero como el que obra así consiente
virtualmente en transgredir el precepto, peca formalmente. Por eso no es lícito
obrar sin conciencia cierta sobre la honestidad de la acción.
2. Para que podamos seguir a la conciencia basta con que sea moralmente cierta
con certeza imperfecta porque en nuestras acciones morales debe bastar una
certeza tal que la propia naturaleza de las cosas no la admita mayor; y las
cosas morales generalmente no admiten otra certeza que no sea la moral o lata.
Además para obrar lícitamente basta la persuasión verdaderamente cierta
sobre la honestidad de la acción y la conciencia moralmente cierta es
verdaderamente cierta.
No impide la certeza de la conciencia la duda negativa que no se funda en ninguna razón, o si
acaso en una muy leve o vana, y que es conocida así por el agente. Luego el que obra con esta
clase de conciencia tiene sin embargo conciencia prácticamente cierta. De donde resulta que hay
que despreciar la duda negativa y, en asuntos de moral, atender sólo a la positiva.
3. Para obrar lícitamente, a falta de certeza directa basta la conciencia
prácticamente cierta incluso indirecta, porque para obrar lícitamente no se
requiere más que cierta persuasión de que la acción a realizar es honesta aquí
y ahora; y esta persuasión proporciona cierta conciencia prácticamente cierta,
o certeza directa o refleja.
§ 2. La conciencia dudosa.
223. División.
206
1. Por razón del motivo la duda se llama negativa si no aparecen razones para
asentir o sólo son leves (más bien es una falta de conocimiento), y se llama
positiva si hay una razón grave para asentir, pero que no exige el firme
asentimiento.
La duda positiva puede ocurrir de dos maneras; porque bien hay por ambas partes una razón
grave para asentir, bien sólo la hay por una parte, sin que aparezca ninguna por la otra. Lo
mismo hay que decir de la duda negativa, porque bien falta por ambas partes una razón grave
para asentir, bien falta sólo por una parte mientras por la otra hay una razón más o menos grave,
p. e., si el sacerdote duda si había consagrado debidamente porque al repasar lo hecho no se
acuerda de haber consagrado.
2. Por razón del objeto la duda puede ser especulativa si versa sobre la verdad de
la cosa o de la proposición, p. e., si pintar es un trabajo servil, o sobre la
licitud de la acción en general, p. e., si es lícito pintar en día festivo; y puede
ser práctica si versa sobre la licitud de la acción a realizar ahora, p. e., si hoy
puedo pintar lícitamente.
Luego no se suele llamar duda práctica a lo que trata de la licitud de la acción en general, sino a
lo que trata de la licitud de la acción a realizar aquí y ahora.
La duda práctica supone siempre una duda especulativa y nace de ella, pues no dudaría si puedo
pintar hoy si no dudara si pintar es un trabajo servil, ni tampoco dudaría si puedo bautizar a este
niño si no dudase si está ya bautizado. Se ve que puede pasar que siguiendo la duda
especulativa se pueda tener conciencia prácticamente cierta, a saber, indirectamente.
3. La duda especulativa puede ser duda del derecho, si se refiere a que exista la
ley o a que el asunto esté contenido en ella, y puede ser duda del hecho si se
refiere al hecho o a las condiciones particulares de las que depende la
aplicación de la ley.
224. Principios.
1.No es lícito nunca obrar con conciencia prácticamente dudosa, pues el que así
obra, al querer una cosa aunque sea mala, consiente en el mal, y peca por eso;
pues todo lo que no proviene de la fe, es pecado390.
a. El pecado que comete el que obra con duda práctica es de la misma especie y gravedad que
si se comete con conciencia cierta. Luego quien duda si lo que va a hacer es pecado grave,
y a pesar de eso lo hace, comete un pecado grave; y el que duda si hoy es abstinencia de
carne y sin embargo come carne, peca contra el precepto de abstinencia; por esto, en la
confesión basta que diga: he comido carne un día prohibido.
b. Sin embargo son ignorantes los que, después de haber obrado, empiezan a angustiarse y a
buscar en libros y preguntar al confesor si habrían pecado; igualmente los que obran con
duda y después, una vez que han conocido que la acción no era mala, ya no se preocupan;
porque toda la moralidad de una acción depende del dictamen antecedente y concomitante
de la conciencia con la misma acción; la duda o el conocimiento subsiguiente a la misma
acción ya no pueden cambiar la moralidad de la acción realizada.
2. El que duda de la licitud de la acción que va a realizar, antes de hacerla, debe
salir de la duda y formarse una conciencia prácticamente cierta. Ahora bien,
hay dos caminos y métodos para salir de la duda y formarse una conciencia
prácticamente cierta, el directo y el indirecto.
a. Intenta salir de una duda directamente el que busca la verdad de la cosa o
la licitud de la acción sobre la que versa la duda especulativa,
investigando las razones internas con la ayuda de libros o consultando a
doctores, etc. Indirectamente o de forma refleja se quita la duda práctica
mediante algún principio reflejo pues esta ayuda puede llegar a una
390
) Rm 14 23.
207
conclusión prácticamente cierta de que es lícito esto o aquello, aunque
permanezca la duda especulativa.
b. Si la duda trata de la ley o del precepto que obliga aquí y ahora, hay que recurrir en primer
lugar al modo directo para salir de la conciencia dudosa, buscando con diligencia moral la
verdad de la cosa o la licitud de la acción, pues cualquier ley obliga ante todo a su
conocimiento. Por eso el que se expone al peligro de trasgresión de la ley por negligencia
en la búsqueda de la verdad, peca ya por eso mismo. Sin embargo, no hay que poner una
diligencia suma en esta investigación de la verdad agotando todos los medios disponibles,
pues esto sería una carga intolerable, sino que basta una diligencia moral que es la
adecuada a la naturaleza humana únicamente (n. 49). El que, puesta la diligencia moral,
no puede llegar al conocimiento de la cosa, se encuentra en ignorancia invencible
(moralmente) de su asunto.
3. Y si no puede llegar de ningún modo a un dictamen práctico cierto, hay que
diferir la acción, o, si urge la necesidad de obrar, hay que elegir la parte más
segura, a no ser que haciéndolo así en este caso, se obrara con conciencia
prácticamente dudosa, lo que es pecado siempre; en efecto, el que sigue la
parte más segura está ciertamente libre de violación de la ley.
En el n. 227, 1, se explicará qué parte es la más segura.
Nota. En este artículo y en los siguientes, cuando el autor usa los términos “conciencia
prácticamente cierta, o dudosa” quiere significar que trata del dictamen último práctico en oposición a juicio
especulativo.
Artículo quinto.
La opinión probable.
225. Declaración.
1. Se llama probable a una proposición o sentencia para la que hay razones o
motivos de tal peso que una persona prudente puede darle su conformidad,
aunque no sea firme (como en el caso de la certeza), y sí con el temor a
equivocarse.
Ahora bien, se entiende que esa probabilidad es sólida (no endeble, que se apoya en cualquier
motivo ligero y sin valor alguno) y cierta (no dudosa, donde el único motivo es dudosamente
grave).
2. Opinión propiamente (subjetivamente) es una conformidad, con el temor a
errar, por la que el hombre se adhiere a una sentencia probable.
Impropiamente (objetivamente) también se llama a veces opinión probable, a
la proposición misma.
En las cosas contingentes, el hombre (compuesto de parte sensitiva y parte racional) con el
instinto natural se inclina a la conformidad y simula que hay una razón grave; pero la parte
racional reflexionando sobre los motivos y viendo que no valen para la certeza cohíbe de algún
modo a la conformidad (en la duda estricta la cohíbe totalmente). Este temor a que la sentencia
opuesta pueda ser verdadera es lo esencial de la opinión (no que el hombre se decida por la
conformidad, sino que se decida cohibido en algún modo).
Luego no que el mismo sujeto está conforme y recela sino que está conforme todo el hombre,
pero la razón, al reflexionar, recela. El que opina no juzga que su sentencia es verdadera, sino
que es verosímil, es decir, reconoce al mismo tiempo, que la opuesta también tiene razones
graves a su favor y puede ser verdadera.
Luego el hombre puede juzgar sobre las razones de ambas partes y tener como probables
ambas; pero no da su conformidad como opinión a una de las partes, y al mismo tiempo a la
opuesta. Ejemplo de esto puede ser la sentencia de Santo Tomás de que el pecador no queda
obligado a confesarse inmediatamente, y la opuesta de San Buenaventura de que tiene que hacer
208
la confesión al momento. Ahora, un partidario de Santo Tomás, aunque dé su conformidad a la
sentencia de su doctor, puede considerar que otro varón prudente de la escuela de San
Francisco, o incluso él mismo predispuesto de otra manera, encuentre graves las razones de San
Buenaventura y dar su conformidad como opinión a esa sentencia. Pero, al mismo tiempo, no
puede dar una opinión afirmativa de las dos sentencias.
Nota. San Alfonso usa también otros términos, hacia el año 1762, en los que hay que
fijarse bien para entender su sentido:
a. opinión probabilísima la que se toma en sentido lato como moralmente cierta,
aunque por la fuerza de los términos no se pueda decir aún que es moralmente
cierta, mientras todavía se encuentra en los límites de la probabilidad.
b. Opinión notablemente más probable la que al distar poco de la probabilísima, es
en la práctica cuasi-moralmente cierta, y análogamente opinión notablemente
menos probable = débilmente probable = improbable.
c. A fortiori, para San Alfonso la opinión ciertamente y notablemente más probable
es cuasi-moralmente cierta.
____________________
Cuestión segunda.
Los sistemas morales391.
__________
391
) Véase Fr. Mannhart, De ingenua indole probabilismi (Augustae Vindel. 1759). Leimbach,
Untersuchungen über die verschiedenen Moralsysteme (Fulda. Aktiendruckerei. 1894). Ludwigs,
Zur Frage über das Moralsystem ZkTh (1878) 1++. Der Katholik 1874. Probabilismus und
probabilistische Systeme. Kirchenlexikon2 Moralsysteme. Schindler2 p. 229++. Rousselot,
Quaestiones de conscientia (París, Desclée).
210
Artículo primero.
230. Breve repaso. Los sistemas morales existentes son siete: tuciorismo
absoluto, tuciorismo mitigado, probabiliorismo, equiprobabilismo, probabilismo, laxismo
y compensacionismo. Para comprender la fórmula que presenta cada sistema, hay que
tener en cuenta lo siguiente: cuantas veces hay una duda sobre la obligación o sobre la ley
se oponen entre sí dos opiniones más o menos probables, de las que una está a favor de la
ley y la otra a favor de la liberación de la ley. Las fórmulas se suelen presentar en cada
sistema de este modo:
1. El tuciorismo absoluto enseña que debemos seguir la opinión más segura (que
favorece a la ley), aunque la contraria a favor de la liberación de la ley sea
probabilísima.
211
2. El tuciorismo mitigado enseña que debemos seguir la opinión más segura, a no
ser que la contraria a favor de la libertad sea probabilísima.
3. El probabiliorismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que va
a favor de la libertad siempre que sea más probable que la opuesta que
favorece a la ley.
4. El equiprobabilismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que
favorece la libertad, siempre que sea igualmente probable que la opuesta que
favorece a la ley.
5. El probabilismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que
favorece la libertad siempre que sea sólida y ciertamente probable; y no tiene
en cuenta si la opuesta que favorece a la ley es más, menos, o igualmente
probable.
6. El sistema de compensación enseña que podemos seguir la opinión menos
probable que favorece a la libertad siempre que sea verdaderamente probable
y que la falta de mayor probabilidad se compense con una razón
proporcionada de orden práctico.
7. El laxismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que favorece a
la libertad siempre que sea al menos débilmente o dudosamente probable.
Si comparamos los principios de estos sistemas entre sí, queda de manifiesto:
a. Todos los sistemas se pueden llevar a uno de estos dos grupos: uno que contiene los
sistemas tuciorísticos o antiprobabilísticos, a saber, los dos primeros, y otro que contiene
los sistemas probabilísticos, a saber, los cinco últimos. Aquellos favorecen más a la ley, y
éstos más a la libertad; aquellos son sistemas de los jansenistas, y éstos, de los católicos.
b. Estos dos grupos de sistemas se diferencian entre sí sobre todo porque los sistemas
tuciorísticos no admiten más que la conciencia directamente cierta, y, por tanto, rechazan
el uso de la opinión probable y del principio reflejo universal; en cambio, los sistemas
probabilísticos admiten la conciencia indirectamente recta, y por eso declaran lícito
también el uso de la opinión probable y del principio reflejo universal para formar la
conciencia indirectamente cierta.
c. Dos de estos sistemas están reprobados por la Iglesia, el tuciorismo absoluto y el laxismo;
los otros cinco no están ciertamente reprobados por la Iglesia, pero no puede ser
verdadero más que uno porque se excluyen mutuamente.
§ 1. El tuciorismo absoluto.
231. El tuciorismo absoluto enseña que siempre tenemos que seguir la opinión
más segura, aunque la contraria sea probabilísima.
1. Esta doctrina exagerada la defiende Sinniquio († 1666), doctor en Lovaina, y la
apoyan los jansenistas. Como los jansenistas enseñaban preceptos imposibles
para los hombres, y que no se da gracia para hacerlos posibles intentaron
aumentar las cargas y los mandamientos para defender esta doctrina.
2. Sus argumentos son éstos:
a. Es un axioma aceptado que en la duda hay que elegir la parte más segura;
ahora bien, la parte más segura está a favor de la ley; luego estamos
obligados siempre a observar la ley, a no ser que fuera cierto que la ley no
había existido nunca, o que había cesado ya.
b. No es lícito exponerse a un peligro con una acción propia; pero también es
verdad que obrar siguiendo una opinión probabilísima es exponerse al
peligro de pecar, pues incluso una opinión probabilísima puede ser falsa.
3. Refutación.
212
a. Esta doctrina está reprobada por la Iglesia; efectivamente Alejandro VII la
condenó en esta proposición (3): No es lícito seguir la opinión probable,
o entre las probables, la más probable392.
b. El que enseña sencillamente que en caso de duda hay que hacer lo más
seguro, enseña falsamente que está mandado lo que no lo está, porque
Dios no obliga a lo que es más seguro, sino a lo que es simplemente
seguro.
c. El que afirma que también hay que observar las leyes dudosas impone a
los fieles un yugo intolerable, contra la voluntad de Dios, y les hace
imposibles los mandamientos divinos, y a nadie le está permitido
imponer obligaciones tales que hicieran imposibles los mandamientos.
d. Lo que añaden los tucioristas que a nadie le está permitido obrar
exponiéndose al peligro de pecar es verdad si se trata de peligro de pecar
formalmente; pero que también deba ser excluido siempre el peligro de
pecar materialmente (sin ser consciente de ir contra la ley), se afirma
gratuitamente.
§ 2. El tuciorismo mitigado.
232. El tuciorismo mitigado enseña que estamos obligados a seguir la opinión
más segura, a no ser que la opuesta a favor de la libertad sea probabilísima.
1. Este sistema que envuelve igualmente un rigorismo exagerado, lo defendían en el siglo
XVII y en el XVIII doctores de Lovaina, adeptos de Jansenio más de lo ecuánime,
como Opstraet († 1720), Steyaert († 1701), Enrique de S. Ignacio († 1719), etc.
Ciertamente éstos intentaron suavizar de este modo la dureza de la doctrina jansenista,
admitiendo la opinión probabilísima favorable a la libertad. Por lo demás defienden su
doctrina con los mismos argumentos que los jansenistas. Posteriormente al tiempo de
esta sentencia que ya no sostiene nadie, se adhirió a ella el cardenal Gerdil393 (1802).
Hay muchos probabilioristas (Antoine, Gazaaniga, Patuzzi, L. Habert, etc.) que la mayor
probabilidad que requieren para obrar lícitamente contra la ley, la exageran tanto que convierten
en probabilísima a la opinión más probable y su probabilismo degenera en tuciorismo.
2. Se refuta con los mismos argumentos que el tuciorismo absoluto; además hay
que señalar que el tuciorismo mitigado no está en verdad proscrito por la
Iglesia, pero recae necesariamente en la doctrina reprobada, a no ser que
quiera afirmar que es lícito obrar con la conciencia prácticamente dudosa; así
pues, la opinión probabilísima, que se puede lícitamente seguir contra la ley, o
bien causa la certeza especulativa, y entonces se recae en tuciorismo absoluto;
o bien no la causa, y entonces, como no admiten el principio reflejo, deben
conceder que es lícito obrar sin dictamen cierto último.
§ 3. El probabiliorismo.
233. El probabiliorismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que
va a favor de la libertad, siempre que sea más probable que la opuesta que favorece a la
ley; si es meramente probable, hay que estar con la opinión que favorece a la ley.
Los probabilioristas no se ponen de acuerdo respecto al mayor grado de probabilidad que debe tener
la opinión más probable para que se pueda seguir lícitamente; unos piden que sea notablemente más probable
392
) D. 1293.
393
) Gerdil, Opere edite et inedite (Firenze. Celli. 1850) vol. VII. c. 3 y 4.
213
o únicamente probable, o sea casi moralmente cierta; estos forman la conciencia sin principio reflejo; otros se
contentan con que la opinión sea simplemente más probable, y algunos de éstos piensan que la mente puede
dar un consentimiento sólo más probable y que, a partir de cierta presunción, este consentimiento basta para
formar la conciencia; otros requieren un principio reflejo.
1. Esta doctrina era poco conocida entre los moralistas hasta mediados del siglo XVII. A
partir de esta fecha, los teólogos de la orden de predicadores se pusieron de acuerdo de
tal manera para propagarla que apenas se puede encontrar hasta principios de siglo
XIX un teólogo dominico que no sea probabiliorista. Y a éstos se añadieron muchos
otros teólogos tanto sacerdotes seculares como regulares de otras órdenes.
Entre los dominicos sobresalen: Mercoro, Gonneto, I. Martínez, Vicente Baronio, Contensonio,
Natalis Alexander, Billuart y Patuzzi, que llegó a ser adversario acérrimo de San Alfonso. Por
ese tiempo hubo otros teólogos de distintas órdenes tanto seculares como regulares que se
adhirieron a esta doctrina; entre ellos hay que nombrar a: Próspero Fagnano, Collet,
Cabassucio. Entre los teólogos de la Compañía de Jesús adeptos al probabiliorismo están:
Blanco, Tirso González, Camargo, Estrix, Gibert, Elizalde, Malatra y Antoine. Ahora,
principalmente después de que los libros morales de San Alfonso encontraron la aprobación
eclesiástica, apenas habrá un teólogo que defienda el probabiliorismo.
2. El argumento de éstos es: de la misma manera que en caso de duda sobre la
verdad tenemos que abrazar la sentencia que está más cerca de la verdad y
excluye más el peligro de pecar, así también en caso de duda sobre la
honestidad tenemos obligación de seguir la sentencia que se acerca más a la
verdad y excluye más el peligro de pecar; ahora bien, la opinión más probable
es la que más se acerca a la verdad y más se aleja del pecado.
3. Refutación.
a. O bien admiten el principio reflejo para formar la conciencia cierta, o bien
no lo admiten; si lo primero, llegan al probabilismo por lógica necesidad,
si lo segundo, caen finalmente y necesariamente en el tuciorismo
absoluto, ya que no es lícito obrar con conciencia prácticamente dudosa.
Los que admiten el principio reflejo forman así una conciencia prácticamente cierta: no
peca el que hace lo que juzga prudentemente que es lícito, pero el que sigue la opinión
más probable hace lo que juzga prudentemente que es lícito, luego el que hace lo más
probable, no peca. – En verdad ya no pueden probar la menor de otro modo y con
eficacia, salvo con un argumento sacado de la ignorancia invencible de la ley; pero este
argumento conducirá inevitablemente al probabilismo porque la ley se ignora
invenciblemente, sea la opinión contra la ley más probable, sea probable nada más.
b. No puede ser verdadero un sistema moral que no sólo impone una carga
intolerable a los fieles, sino que trae además esta incomodidad que es tan
imposible de usar por los confesores como por los fieles; pero el
probabiliorista, salvo que quiera elegir siempre lo más seguro, no debe
investigar sólo qué opinión es probable, sino también cuál es la más
probable, y esto muchas veces es imposible. Además mete en escrúpulos
a todos los timoratos de conciencia, y en innumerables perplejidades,
principalmente porque lo que es más probable con seguridad para uno, a
otro le parece, como mucho, probable; y lo que hoy le parece probable,
mañana le parecerá que es más probable.
c. Su argumento, que hizo caer a muchos, contiene dos cosas que son falsas.
. Es falso que la opinión más probable está más cerca de llegar a la
verdad, porque para que se pueda afirmar eso debería conocerse la
verdad. Hay que decir: la opinión más probable todavía no conoce
la cosa, sino sólo una verosimilitud que puede ser tan falsa como
probable la opuesta. Luego ninguna de las dos sentencias
contradictorias, de las cuales una debe ser verdadera, llega más o
214
menos a la verdad que la otra, pues cualquiera de las dos o coincide
con la verdad o se le opone contradictoriamente.
. Se confunde el orden del conocimiento con el orden de la
operación; si en un caso de duda sobre la verdad se trata del
consentimiento que vamos a prestar a una u otra de las opiniones,
debemos asentir con aquella que por graves razones se presenta
como más probable, pero sin asentir con ella como si fuera cierta;
sin embargo en la práctica conocemos que la ley es incierta, y no
hay obligación de seguir una ley incierta.
El ejemplo tomado por los probabilioristas y por los probabilistas se apoya en una
confusión parecida. Si a uno que va a Roma se le presentan dos caminos de los que uno
lleva a Roma con mayor probabilidad, elegirá prudentemente éste. – Sería un perfecto
loco el que eligiera el otro, que lleva a Roma con menos probabilidad. Pero este tipo de
casos en los que se trata del medio necesario para conseguir un fin y de evitar un daño
necesario se encuentra fuera del ámbito de cualquier sistema moral.
§ 4. El laxismo.
234. El probabilismo laxo o laxismo enseña que es lícito seguir la opinión
menos segura que va a favor de la libertad, siempre que por lo menos sea débilmente o
dudosamente probable.
1. El probabilismo laxo en estos términos o como principio o sistema moral no lo enseñó
nadie, pues los que afirman que basta incluso una probabilidad exigua, lo dicen sin
embargo añadiendo que merezca un consentimiento prudente. Sin embargo, hay
autores que se dicen laxistas, como Sancius (Juan Sánchez), Leander, Diana, Bauny,
Moya, Caramuel, a quien San Alfonso llama el príncipe de los laxistas.
2. Así pues, se llaman laxistas, no porque defienden un sistema demasiado
benigno, sino porque
a. unos presentan el principio del probabilismo de modo que se pueda
aceptar en la parte más benigna, pues dicen que se puede seguir la
opinión menos probable;
b. otros no limitan de forma suficiente el principio del probabilismo a su
materia propia y lo extienden también a otras en las que no se puede
emplear; y
c. otros finalmente admiten en realidad opiniones en casos particulares que
por ser dudosamente o débilmente probables son demasiado benignas.
3. Refutación.
a. El principio del laxismo está condenado por la Iglesia en la proposición 3.
de Inocencio XI: “Generalmente al hacer algo confiados en la
probabilidad intrínseca o extrínseca, por tenue que sea, mientras no se
salga uno de los límites de la probabilidad, siempre obramos
prudentemente394”.
b. Hay que observar la ley cuya obligación no es verdaderamente dudosa;
pero la duda o la tenue probabilidad que está en contra de la ley no la
vuelve verdaderamente dudosa.
c. Si la opinión a favor de la libertad se apoya en una razón débil o dudosa se
considera que la ley es moralmente cierta, y si no directamente cierta, al
394
) D. 1153.
215
menos indirectamente; pues lo cierto es que el hombre no puede seguir
razones dudosas, leves e improbables.
Para estos autores la opinión débilmente probable no es simplemente improbable, que de ninguna
manera está dentro de los límites de la probabilidad, sino que es una opinión que no es grave ni sólida sino
que está apoyada en un fundamento leve y aparente, hasta el punto de que se encuentra dentro de unos límites
débiles y dudosos, no verdaderos ni probablemente ciertos395.
235. El probabilismo enseña que es lícito seguir la opinión menos segura que
favorece la libertad siempre que sea sólida y ciertamente probable sin que importe si la
contraria, que está a favor de la ley, sea más, menos o igualmente probable. Este principio
lo mantienen hoy comúnmente los más modernos como Gury, Ballerini, Lehmkuhl,
Sabetti, Bucceroni, Bouquillon, Delama, Rappenhöner, Göpfert, Van der Velden, Rafael
de San José, Waffelaert, Haine, Génicot, Schindler, Vermeersch, Mausbach y otros.
Estado de la cuestión.
1. Cualquier sistema moral trata únicamente, y por tanto también el probabilismo,
de la licitud y de la ilicitud; en otras palabras, tiene lugar solamente en el caso
de duda del derecho, donde la cuestión está en la obligación de la ley (bien en
general, bien con relación al agente) o en lo que la ley contiene.
Pues en tales casos la ignorancia invencible excusa de pecado formal. Por
tanto si no se puede resolver la duda especulativa sobre el derecho, con
nuestro principio llegamos a una conclusión en derecho para tener un
dictamen último práctico cierto sobre la honestidad de la acción, que es
suficiente para actuar con seguridad.
2. Se excluyen por tanto del ámbito del probabilismo (y de cualquier sistema) las
dudas del hecho; pues el hecho incierto no se puede volver cierto ni por la
probabilidad de una opinión. Por tanto, si debido a alguna otra ley hace falta
que un hecho sea cierto (p. e., porque sea de necesidad de medio para
conseguir algún fin o evitar algún daño), se debe evitar no sólo el peligro de
pecar formalmente, sino también el de meramente ofender a esa misma ley.
P. e., hay una ley cierta que te obliga a conseguir ciertamente la salvación eterna y que se debe
evitar el peligro incluso material; por consiguiente no te puede bastar que tu bautismo sea
solamente probablemente válido, pues esa probabilidad del hecho no quita el peligro de tu
salvación ni el de la ajena, si fuese el caso. – Del mismo modo, es cierta también la obligación
de evitar el peligro de la vida o del daño ajeno, si puedes; por tanto, un médico no puede
emplear un medio probablemente nocivo cuando tiene a su disposición medios seguros; ni es
lícito que dispares en una espesura donde probablemente hay escondido un hombre; en ambos
casos la mera probabilidad del hecho no quita el peligro del daño al prójimo. – Igualmente, hay
obligación cierta, por la reverencia debida al sacramento, o incluso por caridad o por justicia, de
no exponer al sacramento al mero peligro de nulidad, y por eso no es lícito que emplees una
materia dudosa para el bautismo o para la eucaristía cuando tienes a tu disposición una materia
cierta, porque la sola probabilidad de la materia no quita aquel peligro.
3. Hay también casos en los que la duda del hecho sobre la ley eclesiástica se
resuelven directamente:
a. por dispensa.
El canon 15: “Las leyes, incluso las irritantes y las inhabilitantes, no rigen en caso de duda
del derecho; pero en las dudas del hecho, el Ordinario puede dispensar de ellas siempre
395
) Véase Viva, Damnatae theses, in prop. 3. ab Innoc. XI. damnatam.
216
que se trate de leyes en las que suele dispensar el Romano Pontífice”. Por consiguiente, si
se tiene una duda del derecho sobre un impedimento dirimente del matrimonio, no hay
ninguna obligación de observarlo; pero si la duda es del hecho, el matrimonio sería sólo
dudosamente válido y, por tanto, se debe obtener la dispensa para que el matrimonio sea
ciertamente válido.
b. supliendo el defecto probable, supuesto en todo caso que la Iglesia quiera
y pueda suplirlo.
Así, aunque sea necesaria la jurisdicción para la validez del sacramento de la penitencia se
puede oír en confesión con jurisdicción probable porque “en el caso de duda positiva y
probable del hecho o del derecho, la Iglesia suple la jurisdicción en el foro externo y en el
interno”. (canon 209).
4. Finalmente, hay casos en los que la duda del hecho se convierte en duda del
derecho; a saber cuando se requiere el hecho cierto no para obtener algún fin
por necesidad de medio, sino por necesidad de precepto únicamente. Pues
entonces, del mismo modo que excusa la ignorancia, también la opinión
probable basta para el dictamen cierto sobre la licitud.
Así p. e. si se tiene sólo probabilidad del hecho de haber cumplido el voto, o leído el breviario,
o de que esta comida es carne, esta duda del hecho se convierte en duda del derecho porque es
probable que Dios o la Iglesia no obligan en estas cosas a evitar el mero peligro.
236. El axioma: en la duda hay que elegir la parte más segura. Este axioma
tiene lugar:
a. en la duda práctica, cuando alguien aquí y ahora no se puede formar una
conciencia cierta práctica sobre una acción a realizar (n. 224, 3);
b. en todos los casos de duda del hecho en los que la ley además de la
honestidad de la acción impone la obligación de conseguir
necesariamente algún efecto o evitar algún mal. Ahora bien, los casos en
los que se trata de un fin que hay que lograr absolutamente o de un mal
que hay que evitar necesariamente se pueden reducir a estos tres
principales:
. Cuando se trata de un medio necesario para la salvación, porque por
precepto de caridad debe obtenerse necesariamente la salvación eterna, y
necesariamente también evitar la condenación eterna; luego cuando se
trata de una condición de la que depende la salvación eterna se debe
cumplir con esa condición de modo que no se ponga en peligro la
salvación eterna.
. Cuando se trata de la validez del sacramento, porque por la virtud de la
religión y la de la caridad y también por la de la justicia, el ministro debe
administrar los sacramentos de modo que no se ofenda a Dios ni se dañe
al hombre; luego cuando se trata de algo de lo que depende la validez del
sacramento, hay que elegir el medio cierto, salvo en caso de necesidad o
de que la Iglesia supla el defecto, excepciones de las que se hablará en el
tratado de los sacramentos.
. Cuando se trata del derecho cierto de otro, porque por justicia se debe
mantener ileso el derecho del prójimo y por eso hay que dejar de hacer
cualquier acción que ponga en peligro el derecho del prójimo. Por lo cual,
el médico está obligado a emplear los medios más seguros y ciertos de los
que disponga tanto para lograr el efecto que tiene que obtener
necesariamente como para eludir el mal que también necesariamente tiene
que evitar. Lo mismo hay que decir en casos semejantes de los cazadores
a quienes no es lícito disparar cuando sólo probablemente piensa que va a
matar una fiera y no un hombre.
217
Hay quienes dicen, de forma no adecuada, que estos casos en los que hay que elegir la parte más segura, son
excepciones del principio del probabilismo, pues un principio no admite excepciones; y, realmente no son
excepciones ya que no pertenecen a la materia del probabilismo, sino que caen completamente fuera de su
campo. Sin duda el principio del probabilismo se refiere a los casos en los que se presenta una ley dudosa,
pero cuando se trata de un fin a obtener necesariamente, la duda versa sobre la eficacia del medio para
conseguir el fin, y de ninguna manera sobre la obligación.
397
) Dissertatio scholastico-moralis pro usu moderato opinionis probabilis in concursu
probabilioris anni 1755. n. 13.
398
) Si el libro es de algún autor joven y moderno, la opinión debe tenerse por probable, mientras
no conste que fue rechazada por la Sede Apostólica como improbable. Esta proposición es falsa
porque afirma que basta para la probabilidad de una opinión que un autor moderno diga que es
probable y no hubiera sido rechazada por la Iglesia. (D. 1127).
219
a. La ley dudosa no obliga; ahora bien, la ley contra la que existe una
probabilidad verdadera y sólida, es realmente una ley dudosa; luego la ley
contra la que existe una probabilidad verdadera y sólida, no obliga.
A la mayor:
a'). Sólo la ley conocida puede inducir la obligación porque inmediatamente y de
suyo no puede obligar a la voluntad, y para que pueda hacerlo tiene que ser
exhibida y acercada a la voluntad; luego sólo la ley conocida puede obligar a la
voluntad, lo cual enseña Santo Tomás con estas palabras: nullus ligatur per
praeceptum aliquod nisi mediante scientia illius praecepti 399 [nadie está obligado
por ningún precepto más que sabiendo ese precepto]; pero mientras el
entendimiento dude de la existencia de la ley, no la sabe, pues sólo el
conocimiento cierto es el verdadero saber; el que duda de alguna verdad sabe la
duda que tiene acerca de ella y la obligación que tiene de inquirir sobre su
existencia, pero la verdad misma, ésa no la sabe; luego la ley dudosa no puede
obligar a la voluntad.
b'). La ley no puede obligar a la voluntad más que proponiendo el entendimiento
a la voluntad algún objeto para abrazarlo o rechazarlo necesariamente. Pero
cuando el entendimiento duda de una ley, tampoco sabe con certeza si la ley
afecta a ese objeto. Luego, a fortiori, este objeto no se le puede representar como
para ser abrazado o rechazado necesariamente, y, entonces la voluntad queda
libre. O, en otras palabras: La ley debe ser una medida y una norma de las
acciones; ahora bien, cualquier medida o norma debe ser cierta, porque una
norma incierta no puede valer para que surja una obligación.
A la menor:
Certeza y probabilidad opuesta de la misma verdad se excluyen mutuamente;
luego mientras la opinión a favor de la libertad sea probable, la opinión a favor
de la ley no puede ser cierta. No hace falta saber si esta opinión es menos,
igualmente o más probable, siempre que la opinión a favor de la libertad sea
probable.
b. Una ley incierta no puede inducir una verdadera obligación; y una ley,
contra la que se presenta una opinión verdadera y sólidamente probable,
es verdaderamente incierta; luego la ley contra la que se presenta una
opinión probable no puede imponer una obligación cierta.
A la mayor:
El derecho de la libertad desde luego ciertamente y de forma innata precede al
derecho de la ley y a su obligación. Sin duda que si se comparan entre sí los
derechos de la ley y los derechos de la libertad humana, hay que decir que según
el orden natural el derecho de la libertad va delante y le sigue el derecho de la ley
y el de la obligación, de tal modo que si no fuera así en el tiempo, sí lo es, al
menos, en la naturaleza y en la razón; la obligación supone, en efecto, una
voluntad libre a la que someter; por otra parte es verdad que el derecho cierto no
puede ser restringido sino por una obligación cierta, porque el efecto no puede
ser mayor que su causa; luego la ley incierta no puede producir una obligación
cierta.
399
) De verit. q. 17. a. 3.
220
a'). Este argumento se toma de la relación que existe entre libertad y ley. En cuanto a la
ley positiva, la divina o la humana, la libertad es anterior a la ley en el tiempo, ya que las
cosas que prohíbe la ley positiva son lícitas de suyo y sólo se convierten en ilícitas debido
a la ley dada en el tiempo. Ahora bien, en cuanto a la ley natural, que es la ley eterna, la
libertad es anterior a la ley en la razón. Y esto, desde luego, porque el hombre ha sido
creado por Dios y por esto depende de Dios ciertamente según toda su esencia, y está
sometido a Él. A esta dependencia corresponde la asunción de las obligaciones que Dios
hubiera querido imponerle y la obligación de investigar y conocer las leyes que pudiera
haberle dado. En este sentido, el hombre no nace libre sino sometido a Dios, porque este
deber de someterse a todas las leyes divinas es anterior a la libertad o, mejor, coexiste con
la libertad. Pero si se estudia una ley determinada a la que está sometida la criatura
racional particular, la libertad precede en la razón a la ley. En efecto, Dios concibe antes,
en la razón, a la esencia de la criatura y a su libertad, y después, en la razón, a la ley a la
que está sometida; puesto que la ley por su propia naturaleza debe ser el medio con el que
la criatura se pueda dirigir hacia su fin propio, se debe conocer primeramente la
naturaleza para que se pueda determinar la ley que le conviene para dirigirlo hacia el fin.
Por eso dice la Sagrada Escritura: Él [Dios] fue quien al principio hizo al hombre, y le
dejó en manos de su propio albedrío. Si tú quieres guardar los mandamientos,
permanecer fiel es cosa tuya 400; y Santo Tomás: se llama lícito lo que ninguna ley
prohíbe401. Luego la obligación se debe probar de forma cierta; por el contrario, la libertad
de una acción determinada no se debe probar, sino que por lo mismo que el hombre
conoce que no hay ninguna prohibición, apetece el objeto por razón de su bondad y actúa
ordenadamente.
b'). De estos argumentos consta que de suyo sólo el conocimiento cierto de la ley obliga a
la voluntad humana; sin embargo, si hay a favor de la ley una opinión probabilísima o
notablemente más probable que la opuesta, tenemos obligación de observar la ley. Pues
aunque una opinión de esta clase no llegue a la certeza verdadera, equivale sin embargo
en la práctica a una sentencia cierta, porque su opuesta no es verdadera y ciertamente
probable, sino sólo dudosa o débilmente, por lo que no puede proporcionar una norma de
acción ya que no basta para formar una conciencia prácticamente cierta. De aquí que una
opinión de esta clase se llame cuasi moralmente cierta, o cierta en la práctica.
240.
2. Por la autoridad de los doctores. Una tesis que abrazan la mayoría de los
doctores desde la primera vez que se propone, y la defienden y la emplean
como norma en sus cuestiones particulares, no puede ser falsa a los ojos del
magisterio eclesiástico. Esta es la tesis del probabilismo.
San Alfonso observa a la mayor: si el principio del probabilismo fuera falso, no lo
habrían admitido tantos doctores, ni la Iglesia lo habría tolerado, porque la Iglesia
puede tolerar con silencio prudente opiniones erróneas particulares, pero no otras “que
contienen una doctrina general como es una sentencia benigna que afecta a la
dirección de todas las conciencias sobre todos los casos particulares, porque si fuese
falsa se habría ocasionado una decepción a todo el pueblo cristiano402”.
La siguiente ojeada histórica confirmará la menor.
a. En los primeros siglos de la Iglesia no se plantea explícitamente la cuestión de si
las dudas sobre la obligación de la ley se deben resolver mediante la razón; por
eso ni se encuentra un principio que se hubiera ideado para determinar una
fórmula que solucionase esa cuestión; a pesar de lo cual, en la práctica de la
Iglesia tenemos varios indicios del principio del probabilismo porque en casos
particulares se resuelve la duda según el principio probabilístico 403.
400
) Si 15 14, 15.
401
) In 4. dist. 15. q. 2. a. 4. ad 2.
402
) San Alfonso, Dissertatio scholastico-moralis pro usu moderato opinionis probabilis in
concursu probabilioris anni 1755 apud Ballerini-Palmieri I. p. 194.
221
b. En la Edad Media aparece no sólo el uso de este principio en cuestiones
particulares, sino el mismo principio aparece implícita y virtualmente porque se
transmiten verdades de las que se deduce por consecuencia necesaria el principio
del probabilismo; es más, aparecen fórmulas que lo exponen de manera
equivalente. Sin embargo, no se niega que al mismo tiempo se encuentran
también fórmulas que favorecen más bien al probabiliorismo y al tuciorismo.
c. Bartolomé Medina O. P., fue el primero de todos que propuso explícitamente el
principio del probabilismo y lo demostró con argumentos (1577). Este principio,
aunque no terminado de elaborar completamente, agradó tanto a los teólogos de
su Orden, que lo aceptarían de común acuerdo, lo perfeccionarían y expondrían
en sus libros durante casi un siglo sin apenas nadie en contra, y lo aplicarían a
casos particulares404.
d. Hacia mediados del siglo XVII empezaron las impugnaciones al probabilismo.
Los jansenistas, salvo uno o dos teólogos, se levantaron contra él con mucha
furia. A ellos se les añadieron los dominicos atacando el sistema unánimemente
(1656). Así resultó que los teólogos se escindieron en dos grupos respecto al
sistema moral: unos de una escuela cualquiera amparaban el probabiliorismo,
otros de una orden cualquiera defendían y reclamaban el probabilismo. Se
discutió con gran pasión y ardiente celo por una y otra parte, pero la mayor parte
de los doctores se adhería siempre al probabilismo405.
Se puede señalar tres poderosísimas razones por las que muchos autores, abandonando el
probabilismo, abrazaron el probabiliorismo:
a’. La licencia de opinar de muchos autores que, llevados por una razón de poco peso,
ofrecían como probables y prácticamente lícitas opiniones poco probables.
Pensaban verdaderamente que la única manera de curar este mal era abandonar el
propio sistema del probabilismo.
b’. Las impugnaciones de los jansenistas que, por odio a la Compañía de Jesús,
dejaron el sistema moral del que eran partidarios la mayoría de los teólogos de la
Compañía y lo consideraban como una fuente del laxismo y de corruptela de
costumbres.
c’. La condena de la proposición 3. de Inocencio XI (n. 324, 3), porque muchos
teólogos veían que en esta proposición se condenaba como fuente del laxismo no
sólo el uso de una sentencia débilmente probable sino el mismo sistema del
probabilismo.
e. En medio de estas confusiones, por designio admirable de su providencia, Dios
envió a su Iglesia a San Alfonso que, con sus obras, hizo posible que se
terminaran las disputas y que el rigor jansenista y el sistema probabiliorista
fueran desterrados de la Iglesia406.
241.
3. Por la aprobación de la Iglesia.
a. Ciertamente, la Iglesia no aprobó nunca explícitamente el probabilismo,
pero tampoco lo condenó nunca. Es más, apremiada enérgicamente
muchas veces por los adversarios de este sistema, sólo condenó de las
tesis propuestas las que expresan el laxismo, dejando en cambio intacta la
propia tesis del probabilismo a pesar de figurar incluida en el catálogo de
los adversarios. Además, esto ocurría bajo Inocencio XI, que
personalmente era adversario acérrimo del probabilismo. ¿Hay alguna
403
) Véase Christianus Lupus, De antiquitate et legitimo usu sententiae probabilis. I. de Blic (en
Dictionnaire apologéticque de la foi cath. s. v. Probabilisme, t. IV. p. 302++.
404
) Véase Schmitt, Zur Geschichte des Probabilismus (Innsbruck. Rauch. 1904)
405
) Véase I. de Blic Dict. apol. s. v. Probabilisme p. 319.
406
) Véase Bouquillon, Theolog. mor. fundam.3 n. 304++. Kirchenlexikon2, Moralsysteme.
222
aprobación más implícita que ésta? Si se hubiera podido condenar, ésta
era la ocasión de hacerlo.
Como ejemplos podemos aportar407:
.. Bajo Alejandro VII apareció el decreto del Santo Oficio de 24 de septiembre de
1665 en cuyo preámbulo se dice que el Santísimo Pontífice se duele grandemente
del modo de opinar que podría ser una corruptela de la vida cristiana; si esto
hubiese que referirlo al probabilismo, esta sentencia debería haber sido la primera
tesis condenada; pero no hay nada de esto, sino únicamente la tesis del laxismo
(26, 27).
. Bajo Inocencio XI, los obispos franceses apoyados por el rey Luis XIV enviaron
una serie de tesis para que fuesen condenadas; de ellas la 7ª era la tesis del
probabilismo la cual no fue condenada. La Facultad de Teología de Lovaina había
entregado 100 tesis urgiendo su condena durante dos años; en 1679 se condenaron
65 de ellas, dejando intacta la 2ª que era la del probabilismo.
. Finalmente, Tirso González, General de la Compañía de Jesús, propugnador
acérrimo del probabiliorismo ante Inocencio XI e Inocencio XII trabaja a favor de
la condena del probabilismo, y lo único que obtiene del primero es que se permita
a la Compañía de Jesús defender también el probabiliorismo (26 de junio de
1680)408. Lo mismo ocurrió con otras súplicas del clero francés (1700) y de Tirso
González (1702) bajo Clemente XI. Ni tampoco Clemente XIV, al suprimir la
Compañía de Jesús apremiado por los príncipes, adujo entre las razones para este
acto las de la falsedad del probabilismo contra la intención de los mayores
adversarios que querían hacerlo.
b. También implícitamente la Iglesia manifiesta de forma clara e
indudablemente su pensamiento con aquella singular aprobación con que
distinguió a las obras morales de San Alfonso declarando que sus
opiniones eran seguras para la práctica; y es imposible aprobar las
opiniones que contienen todas las obras del Santo Doctor sin aprobar
indirectamente e implícitamente el sistema moral que usa y aplica en la
deducción y establecimiento de cada una de sus sentencias. Pero el
sistema que empleó San Alfonso en la redacción de su Teología moral es
simplemente el probabilismo.
No se puede negar que la aprobación (negativa) de la Iglesia se refiere a todos los escritos
del Santo Doctor, y, por tanto, también a las disertaciones, entre las cuales se defiende en
primer lugar el probabilismo, y luego, o absolutamente o hasta cierto punto, el
equiprobabilismo; pero tampoco se puede negar que la aprobación especial y positiva, en
la que se celebra con grandes elogios a sus escritos por haber enseñado a los directores de
almas409 una vía segura intermedia entre las sentencias más laxas y las más rigurosas, se
dio sobre todo a su teología moral. Pues lo que afianza aquella vía intermedia no se debe a
sus disertaciones sobre el sistema moral sino muchísimo más a la solución de cuestiones
particulares para elegir opiniones seguras con un juicio prudente entre las laxas y las
rígidas. Ciertamente al elegir opiniones el principio del probabilismo lo único que
investiga es si la opinión es probable y entonces la propone como norma y la recomienda
al lector.
242. Uso de las opiniones probables. Es lícito usar una opinión probable a favor
de la libertad contra cualquier ley sea natural sea divina sea humana; pues con relación a
407
) Véase de Blic l. c. p. 330++.
408
) Durante muchos años este decreto se propagó con un texto falso, hasta que ahora en el año
1902 fue publicado el único verdadero texto por el asesor del Santo Oficio. Sin embargo, todavía
se cita hoy por algunos autores como si hubiera prohibido el probabilismo. (Véase Frins, De act.
Hum. III. n. 299++.)
409
) Pío IX en las letras apostólicas sobre la confirmación del título de doctor el 7 de julio de 1871.
223
todas vale por igual el principio: La ley dudosa no obliga, lo que ciertamente se puede
demostrar a partir de la propia naturaleza de la obligación.
Hay quienes niegan esta afirmación en cuanto a la ley natural juzgando que no se puede admitir que
haya una duda insoluble o una ignorancia invencible sobre la ley natural. Pero aunque no se tenga ignorancia
invencible sobre los primeros principios y las conclusiones inmediatas, puede haber lugar para una duda
insoluble respecto a las verdades deducidas sobre todo para las más remotas (n. 114).
Es lícito usar una opinión verdaderamente probable a favor de la libertad en todos
los casos de ley dudosa, o si la opuesta a favor de la ley es menos o igual o más probable,
porque con los argumentos con los que se demuestra el principio: La ley dudosa no
obliga, tomados de la misma naturaleza de la obligación, se llega sin más a que ni el
conocimiento probable, ni el más probable sino sólo el conocimiento cierto (en sentido
amplio, moral) de la ley puede obligar a la voluntad humana, y por tanto a que el uso de
la opinión probable es lícito donde la ley es verdaderamente dudosa.
a. Luego el principio probabilístico absolutamente universal se extiende no sólo a la duda
sobre la ley existente sino también a la duda sobre la ley cesante. Porque la duda sobre la
ley puede versar bien
: sobre la existencia de la ley cuando se duda, por supuesto, si ha sido dada o
promulgada, si se ha cumplido el tiempo de la obligación, si es aplicable en este
caso o a esta persona, bien
: sobre el cese de la ley, si era cierta sin duda la existencia de la ley, y entonces se
duda si habría cesado o porque hubiera sido abrogada, o porque alguno esté
excusado o dispensado de su observación, o si se habría cumplido ya etc.
Ciertamente en ambos casos se puede emplear el principio del probabilismo. Luego ni el
que piensa que probablemente no hizo un voto, ni el que ciertamente lo hizo, pero piensa
que probablemente lo cumplió, están obligados estrictamente a nada; porque por lo mismo
que la ley cesó probablemente, su existencia resulta dudosa, y la ley dudosa no obliga
(Véase n. 248).
b. Luego en la duda del cese de la ley también se puede emplear lícitamente el principio del
probabilismo en materia de justicia, salvo que la causa sea una negligencia culpable del
deudor por la que surge la duda de si está solucionado y que la duda no sea meramente
negativa, es decir que no haya ninguna razón, o que ésta sea muy leve, para dudar de que
el asunto está solucionado. Se expone, con toda razón, que la justicia se diferencia de las
demás virtudes en que debe mantener la equidad; de aquí que mientras haya duda, al
menos para seguridad, se debe restituir. En verdad, la justicia exige que se conserve la
igualdad de modo que a cada uno se le dé su derecho cuando consta con certeza el
derecho del otro; pero cuando es dudoso, la justicia no exige que se despoje a uno, más
bien que a otro, de lo suyo, principalmente cuando se es poseedor de buena fe 410. Además,
en este caso no se puede restituir debido a la ignorancia invencible de la solución dada,
aunque se pagase nuevamente, porque, si el pago ya estaba hecho, el otro se queda con
más de lo que se le debe; y como ciertamente no se consigue la igualdad con la
restitución, no hay razón para que el acreedor reciba más que el deudor, salvo que la causa
por la que no se puede conseguir la igualdad sea culpa del deudor.
243. Licitud para usar una u otra de dos opiniones probables con relación a una
misma cosa.
a. Nada prohíbe que alguien use en casos distintos una u otra opinión
probable con relación a una misma cosa, pues de cualquier manera de
esas la conciencia resulta igualmente segura. Así, para un testamento se
puede usar una opinión con la que el testamento que no tiene las
formalidades de la ley es válido, y lo mismo usar la opinión contraria en
otro testamento.
b. Pero en un mismo caso no puede seguirse una opinión probable sobre algo
en cuanto beneficia y luego sobre eso mismo seguirse la contraria en
410
) Véase Bucceroni, Casus conscient5. (Typogr. Augustin. 1903) n. 12, 5.
224
cuanto beneficia ésta. Así no es lícito tener por válido un testamento que
no reúne las formalidades legales para que se pueda conseguir la
herencia, e inválido para no pagar los legados que contiene, porque no
puede ser al mismo tiempo válido e inválido411.
a. Si alguien llega a casa en la noche del viernes al sábado y sólo puede saber con
probabilidad si está en viernes o sábado 412, no puede usar al mismo tiempo la opinión
probable de que ya habría cesado la ley de abstinencia para comer carne y la opinión
probable también de que todavía no había empezado la ley del ayuno eucarístico para
comulgar, porque no puede adoptar al mismo tiempo ambas probabilidades del hecho de
ser viernes y de ser sábado.
b. No es lícito alegar voluntariamente un estado de duda irresoluble; p. e. no se puede beber
cerca probablemente de la medianoche sin haber hecho ningún intento de saber la hora
que es, si se quiere comulgar al día siguiente; se pecaría por no haber tratado de saber la
hora. Sin embargo, por la mañana, si persiste la duda se podría comulgar porque no consta
con certeza que hubiera quebrado el ayuno. Muchas veces, o casi habitualmente ese
desinterés tiene el aspecto de desprecio de la ley. Ahora bien, puede beber sin cuidarse de
la hora si renuncia al mismo tiempo a la comunión del día siguiente; y si por la mañana
hay alguna razón especial para comulgar, podría hacerlo 413.
c. Si no se puede resolver la duda sobre la medianoche a pesar de intentarlo, sería lícito beber
por alguna causa razonable (una gran sed), porque ya no se expone temerariamente al
peligro de violar la ley, y también comulgar la mañana siguiente, a no ser que entretanto le
constase ciertamente que había bebido después de la medianoche. Del mismo modo un
sacerdote no puede consumir lícitamente la hostia consagrada dudosamente antes de
sumir la preciosa sangre para no inducir deliberadamente un estado de duda sobre el
ayuno natural con peligro de violar la ley.
244. Dificultades. A partir de la teoría expuesta se resuelven sin dificultad las muchísimas
dificultades con las que se suele atacar el probabilismo. Algunas se explicarán más adelante; por
eso aquí bastarán las siguientes.
1. Por ley superior debemos tender a sinceramente a la conformidad con la moralidad
objetiva, o sea con la ordenación objetiva de la ley eterna; pero el que sigue la opinión
menos probable contra la ley no tiende sinceramente a la conformidad con la
moralidad objetiva; luego el que sigue la opinión menos probable contra la ley, ofende
a una ley superior y por tanto hace una acción moralmente mala414.
(Esta dificultad se puede retorcer hacia el equiprobabilismo, porque si la santidad y la
necesidad de la conformidad entre las acciones humanas y la ley eterna es tanta que el
hombre deba tender hacia ella todo lo que pueda según su conocimiento, esa
conformidad debe existir no sólo cuando se piensa que hay una ley más probable sino
también cuando existe simplemente la probabilidad de que haya una ley. Pero si Dios,
a favor de la libertad no urge la necesidad de que exista esa conformidad, no hay razón
para abandonar la conformidad cuando la opinión a favor de la libertad es más
probable, y no igualmente cuando es simplemente probable.)
A la mayor. Este principio contiene dos cosas que son muy verdaderas. Efectivamente,
debido a la absoluta y esencial dependencia nuestra de Dios creador estamos
obligados habitualmente a llevar una voluntad sincera de observar todas las leyes
particulares que Dios nos va a dar, y como no es posible que guardemos unas leyes
que no conozcamos, tenemos obligación de tender son la misma voluntad sincera al
conocimiento de las leyes a dar por Dios y una vez conocidas a observarlas en el acto.
411
) Véase Lugo, De eucharsit. Disp. 15. n. 47++, donde se aportan y se examinan muchos
ejemplos de esta clase.
412
) Adviértase bien que aquí no se trata de una aplicación del canon 33 § 1, donde se supone un
tiempo cierto.
413
) Vermeersch, l. c. n. 386.
414
) Véase Lehmkuhl, Probabilismus vindicatus (Friburgi. Herder. 1907)
225
Si nuestra dependencia de Dios así como la obligación habitual, que resulta de ella, de
tender a la conformidad con la moralidad objetiva no obliga solamente a guardar las
leyes bastante conocidas sino a guardar también aquéllas cuyo conocimiento no
podemos conseguir y que, con probabilidad, no existen objetivamente, es un problema
controvertido entre los teólogos, el cual los probabilistas demuestran con argumentos
no rebatidos que hay que resolver en la parte negativa. Luego los que defienden que,
en virtud de este principio debemos observar las opiniones que, a nuestro juicio, son
con mayor probabilidad conformes que las que discrepan de la ordenación objetiva de
la ley eterna, afirman lo mismo que hay que probar y que de los argumentos de los
probabilistas resulta probadamente falso. Pero si, además, defienden que la ley que a
nuestro juicio existe con mayor probabilidad es conocida, vuelven a afirmar lo que es
falso. Finalmente si conceden que la obligación de la ley existente con mayor
probabilidad no nace directamente de la misma ley existente con mayor probabilidad,
por no estar suficientemente conocida ni suficientemente promulgada, sino que
indirectamente a partir de este principio superior debemos tender a la conformidad con
la moralidad objetiva, caen en la misma petición de principio. Así pues, antes de
conocer la ley, no hay más obligación que investigar con diligencia moral la existencia
de la ley, la cual si no está suficientemente conocida deja a la voluntad su libertad
natural.
La menor hay que negarla absolutamente porque exigir siempre estrictamente la
sincera tendencia de la voluntad hacia la conformidad con la ley eterna (no sólo
inclinarla y convencerla a veces, que es lo que todos conceden) para que elija en caso
de conflicto la opinión más probable es una idea que no se demuestra con ninguna
razón. Luego quien afirma que nosotros en virtud del principio anterior estamos
obligados no sólo a investigar la existencia de la ley y a guardar las leyes
suficientemente conocidas, sino también a guardar las leyes más probablemente o
verosímilmente existentes, cae en una petición de principio y además afirma algo que
es falso. Por eso el que usa lo menos probable a favor de la libertad no se puede decir
que hace una acción mala; más bien dirige sus acciones según el principio del
probabilismo que es el único verdadero y demostrado con argumentos ciertos.
2. El que sigue el probabilismo se pone en peligro de pecar. – El peligro de pecar
formalmente se excluye porque quien sigue el principio del probabilismo obra con
conciencia prácticamente cierta, es decir con cierta persuasión de que la acción que
hace es lícita; ahora bien, hay peligro de pecar materialmente porque la ley contra la
que va la probabilidad puede existir en realidad, ya que las razones probables podrían
ser falsas; pero no hay necesidad de evitar este peligro. Pues si consta que es lícito el
uso de la opinión probable contra la ley, por lo mismo consta que Dios no nos impone
la obligación de evitar este peligro de pecar materialmente; en efecto, se nos habría
impuesto una carga intolerable si, para evitar este peligro de pecar materialmente,
estuviéramos obligados a guardar todas las leyes inciertas; pues muchísimas veces
deberíamos guardar una ley inexistente.
3. El probabilismo conduce en la práctica a una vida relajada.
a. Si se trata de una obligación a imponer de ninguna manera favorece el laxismo
quien no impone más que lo que puede probar con certeza, saliéndose de su
competencia, por el contrario, el que impusiera como ciertas unas obligaciones
inciertas.
b. Si se trata de juzgar la probabilidad de una opinión, cualquiera puede
equivocarse; es más, el probabiliorista tiene más ocasiones de errar porque tiene
que juzgar además sobre el grado de probabilidad.
c. Si se trata de dirigir la propia vida, lo primero que hay que señalar es que el uso
de la libertad que ofrece la opinión probable, puede ser mejor que el no-uso,
incluso también en el caso del precepto. Además, esa disposición de ánimo que
tiene el que no se preocupa de lo mejor, sino que quiere solamente quedarse en
226
los preceptos no depende del sistema que defiende, sino que se puede encontrar y
se encuentra entre los partidarios de todos los sistemas.
§ 6. El equiprobabilismo 415.
245. Equiprobabilismo.
1. El equiprobabilismo enseña que es lícito usar la opinión probable que favorece
a la libertad sólo cuando la opuesta que favorece a la ley es igualmente, o casi
igualmente, probable; pero cuando la opinión que favorece a la ley es
ciertamente más probable no es lícito usar a favor de la libertad la
simplemente probable.
a. Teóricamente, el equiprobabilismo se diferencia del probabilismo porque:
. introduce el término opinión ciertamente más probable, la cual según dice se acerca
más a la verdad o, también, que es cuasi moralmente cierta;
. enseña que la razón a partir de la cual hay que formar la conciencia cierta no es
únicamente la probabilidad de la opinión, sino la duda estricta que surge de la
igualdad de la probabilidad porque muestra que la ley no está suficientemente
promulgada.
b. En la práctica, los equiprobabilistas se diferencian de los probabilistas en que no aplican su
sistema a las dudas de cese de la ley. Luego ellos al que duda positivamente de si cumplió
un voto ciertamente hecho le obligan a cumplirlo de nuevo, y al que duda positivamente
de si se confesó ya de un pecado cometido ciertamente le obligan a confesarse de nuevo.
c. Pero en la elección de opiniones apenas se diferencian de los probabilistas, porque en
primer lugar todos ellos adoptan las opiniones que San Alfonso llama probables, aunque
sean menos probables; aunque si se trata de una cuestión nueva que San Alfonso no
hubiera tratado, siguen en la práctica la opinión a favor de la libertad cuando entienden
que se apoya en una razón sólida. Es más, en el modo de hablar no se quedan detrás de los
probabilistas, porque las opiniones que podemos seguir lícitamente casi nunca las llaman
igualmente probables, sino que siguiendo a San Alfonso las llaman simplemente
probables.
2. El equiprobabilismo lo defienden en primer lugar los teólogos de la
congregación de los redentoristas Haringer, Marc, Aertnys, Konings,
Reivindicaciones alfonsianas, Raus, etc. estando persuadidos de que San
Alfonso fue equiprobabilista. En esta cuestión les siguen muchos otros
teólogos: Gousset, Del Vecchio, Ninzati, Scavini, Pruner, E. Müller 416, Simar,
Schilling etc.
Sin embargo, no todos defienden el equiprobabilismo en el mismo sentido, porque para
entenderlo bien hay que señalar que existen dos fórmulas que excluye el equiprobabilismo: a. es
lícito seguir la opinión probable, aunque la opuesta sea ciertamente más probable, y b. es lícito
seguir la opinión probable, aunque la opuesta sea ciertamente y notablemente más probable. Los
equiprobabilistas que entienden su sistema de modo que excluya sólo la segunda fórmula, no se
diferencian de los probabilistas más que en las palabras 417; los que entienden el
equiprobabilismo de modo que excluya ambas fórmulas se distinguen realmente del
probabilismo y no sólo en las palabras.
415
) Gaudé C. SS. R., De morali systemate s. Alphonsi etc. (Romae. Cuggiani. 1894). Ter Haar C.
SS. R., De systemate morali antiquorum probabilistarum (Paderbornae, Schöningh. 1894).
Aertnyss C. SS. R., Probabilismus oder Aequiprobabilismus? (Paderborn. Schöningh. 1896)
Huppert, Probabilismus oder Aequiprobabilismus? ZkTh 19 (1895) 467++. Noldin,
Aequiprobabilistische Beweisführung ZkTh 20 (1896) 670++. De Caigny, De genuino
probabilismo licito (Brugis. Desclée. 1901). Idem, De genuino morali systemate s.Alphonsi
(Brugis. Desclée. 1901).
416
) En verdad, siguen los editores de su obra añadida el probabilismo en el § 82.
417
) Aertnyss C. SS. R., De conscientia n. 94++. Marc, Instit. mor. I. 884.
227
418
) Recientemente los equiprobabilistas ofrecen otros argumentos (véase Commer, Jahrbuch
XVIII, p. 106++) que examinados, sin embargo, con cuidado no son sino variaciones de este
argumento encontrado por los antiguos probabilioristas (n. 232, 2).
228
La ley no obliga si es verdaderamente dudosa; pero de los argumentos con los que se demuestra
el principio probabilístico resulta que la ley es verdaderamente dudosa si es simplemente