Hallach paseaba un día con sus discípulos por una calle de Bagdad cuando les sorprendió el sonido de una flauta
exquisita. “¿Qué es esto?”, le preguntó uno de los discípulos. Y él responde: “Es la voz de Satán que llora sobre el
mundo”.
¿Cómo hay que comentarlo? ¿Por qué llora sobre el mundo? Satán llora sobre el mundo porque quiere hacerlo
sobrevivir a la destrucción; llora por las cosas que pasan, mientras caen y sólo Dios permanece. Satán ha sido
condenado a enamorarse de las cosas que pasan, por eso llora.
Partimos de este pasaje donde Cernuda cita a Massignon, quien, a su vez, habría
tomado el texto de un místico musulmán para resaltar la importancia del significado
meta-musical. Enrique Gavilán afirma que no es difícil experimentar el enorme poder
de evocación de la música, su mágica capacidad para traernos aire del pasado. Éste no
es un privilegio de la gran música; sino que en la melodía más humilde puede sonar la
flauta de Satán llorando sobre el mundo.
Relacionar música con estados de ánimo a través de recursos compositivos es algo ancestral.
En el ethos modal, cada uno de los modos poseía cierta cualidad afectiva, idea de origen griego
que no llega a desaparecer en la Edad Media y es retomada con renovado interés a finales del
s.XV, hasta desembocar en la música de los afectos barroca.
Pero si existe algún periodo donde lo extra-musical toma partido como algo
incuestionable, ese es el Romanticismo. Novalis, en su “Poeticismen”, toma el término
de romantizar como el proceso según el arte toma un sentido superior, desconocido e
infinito. Esta tendencia aparece formulada por teóricos como Schlegel, Hoffmann o
Richter.
Esta concepción poética permite que Wackenroder en “Die Wunder der Tonkusnst”
inaugure con sus textos una estética que dibuja la música como un locus más
auténtico, asociada a imágenes y anhelos: “El arte del sonido es para mí una imagen de
nuestra vida, una breve alegría conmovedora que surge de la nada y desaparece en la
nada, que eleva y hunde, so se sabe por qué, una islita verde y alegre, con sol, con
canciones y sonidos, que flota sobre el oscuro océano.”
Audición Musical y Cultura Alejo Garzón Carrascal
Por otra parte, hay infinidad de autores que defienden la capacidad emotiva de la
música. Según Lévi-Straus, la música produce un tipo de respuesta emotivo-intelectual
arraigada en la dialéctica discurso musical. “La emoción musical proviene del hecho de
que, a cada instante, el compositor quita o añade más o menos de aquello que el
oyente puede prever en el seguimiento de un proyecto que él cree adivinar.”
Además, para este autor, música y mitos son formas de lenguaje a las que se ha
privado de un elemento: sentido a la música, sonido a los mitos. Sucede que
acostumbrados al lenguaje ordinario, nos resulta muy difícil conformarnos con esta
forma de “lenguaje insuficiente” y tendemos a completarlo, atribuyendo sentido extra-
musical a la música y devolviendo la dimensión sonora al mito.
Meyer en “Emotion and Meaning in Music” muestra los procesos internos de la música
y la razón íntima que de ella nos conmueve y los artificios estructurales que el discurso
musical produce para excitar nuestros afectos. Fubini habla en estos términos de la
teoría de Meyer: “una teoría de las emociones y de la experiencia inspirada en la
filosofía de Dewy (“El arte como experiencia”) según la cual se entiende por
experiencia el círculo de estímulos y respuestas que en el arte devienen significativos
por sí mismos”.
También el simbolismo numérico es utilizado por los compositores para dotar a sus
obras de significado extramusical. Muchas obras de Machaut están construidas como
“numerus sonorus”, ya sea con una disposición numérica “per se”, ya sea como
significado simbólico de números particulares del pensamiento contemporáneo,
incluida la exégesis cristiana. En este ámbito encontramos numerosos ejemplos como
la Messe de Notre Dame, el motete Veni Sancte spiritus de Dunstable o el conocido
Nuper rosarum flores de DuFay.
Conclusión
Sin embargo, muchos estudios recogen que todo ello no es totalmente cierto, que el
pragmatismo al que se ha visto sometida la música occidental no todas las veces
responde a una intención pura de la creación artística, sino que compositores,
intérpretes, oyentes y teóricos conforman una pluralidad responsable de significados
intencionados o no, pero reales.